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domingo, 16 de noviembre de 2014

CAPÍTULO XLI- ESPECTÁCULO



ACERO



Dentro de aquella oscura jaula se sentía como una perra abandonada. Los días pasaban y la única persona que la visitaba dos veces al día, era el carcelero para traerle más mierda incomible. Nunca pensó que llegaría a echar de menos los platos de lamprea asada que servían en los bares de los casinos de Odín, aunque estos no se caracterizaran por ser los mejores, pero si los más asequibles. Tantos días comiendo aquel repugnante vómito, servido sobre un cuenco que parecía la parte superior de un cráneo humano, hacia que recordara la comida del casino como un exquisito manjar.
Dormía cuando la espalda se lo permitía, la celda solo era un agujero sin ningún tipo de comodidad. Su cama era cualquier rincón del suelo, que cada día parecía más frio y duro. Hacía sus necesidades en cualquier sitio, pero ya estaba todo tan manchado que las últimas veces ni se molestó en bajarse los pantalones para orinar.
Acero tenía la certeza de que aquello la estaba matando, pero ya no le importaba, el infierno no podía ser muy distinto a lo que estaba viviendo. A comienzos de estar allí, tenía la esperanza de que Llote Copa vendría a por ella con motivo de prepararla para el siguiente combate, al fin y al cabo era de su propiedad, o al menos eso decía, pero el tiempo le quitó la idea de la cabeza, perdiendo toda esperanza de salir con vida de aquel agujero. Cada vez estaba más segura de que su periplo por aquella esclavizada ciudad, había sido fruto de alguna apuesta entre la gentuza que estaba al mando y que el supuesto torneo, era una sucia artimaña para hacerlo todo mas creíble.
<< ¿Por qué no acaban conmigo de una vez?-pensó-¿Qué sentido tiene mantenerme con vida? ¿Serán tan sádicos que prefieren torturarme hasta morir?>>
Procedentes del exterior de la celda, se escuchaban unos pasos, seguramente el carcelero le traía la dosis de comida vomitiva habitual. A juzgar por cómo sonaban, muy constantes y a ritmo de pelotón, Acero notó como esta vez eran varias las personas que se acercaban a ella.
<< ¿Sera el verdugo que vendrá a poner fin a mi existencia?>>
El primero en aparecer fue el carcelero, con su típico olor nauseabundo. Aunque la celda apestara a sus propias heces, estas no llegaban a camuflar el aroma a alcohol que desprendía aquel desgraciado. Sujetaba con las manos la ración de basura que le servía cada día. Se arrodilló delante de la celda y tiró con bastante mala gana el cuenco de comida hacia donde estaba Acero. En el trayecto un poco de aquel asqueroso potaje cayó al suelo, acto que no le importó lo más mínimo, ya que ella llevaba bastantes días sin las fuerzas necesarias como para acabarse toda la comida. No había bocado que no le produjese arcadas.
-¡Esta bastante mejor que cuando la dejaste!-dijo en tono jocoso el carcelero-¡Esta más delgada y huele mejor!
Al ver a Llote Copa, Acero sintió como si hubiera venido a visitarla su propio padre. Era tal el grado de desesperación que había alcanzado en aquel agujero, que veía en el señor Copa como un aliado, como su única esperanza de salir de allí. Este al verla, susurró algo al oído del carcelero.
-¿No ves que si?-el carcelero la señaló. Fuera lo que fuera lo que Llote Copa le había dicho, quedaba claro que estaban hablando de ella-¡Observa con que carita de niña buena te mira!
-¿Te han tratado bien estos energúmenos?-su dueño le había hecho una pregunta, pero Acero no sabía muy bien cómo responder a ello.
-Pu...pu...pues-hacia días que no hablaba con nadie, al abrir la boca noto como toda la fuerza se le escaba en cada silaba que pronunciaba.
-¡No respondas!-ordenó Llote-¡Ya veo que no!
Aquellas palabras la sorprendieron gratamente, parecía que después de todo había alguien en aquel infierno al que le importaba su vida.
-¡Cógela Peste!-el carcelero, sacó de una bolsa de tela de color negro, un arma y la lanzó a sus manos.
-¡Fueyo déjanos solos!- ordenó Llote al carcelero, el cual desapareció inmediatamente sin decir palabra-¡Te voy a ser franco!-dijo una vez se cercioró de que Fueyo se había marchado-El torneo ha sido suspendido. En su lugar se va a celebrar un combate contra una de las bestias del Doctor Ju-Acero miraba horrorizada a su dueño ¿Participaría ella en aquel combate o continuaría allí encerrada?-Ayer nos hicimos con el control de Salatiga, un pueblo rico en comercio que nos permitirá nutrir de recursos a nuestros soldados cuando asaltemos el Odín y la decadente ciudad que lo rodea. En fin-Llote se encogió de hombros-Nuestro amado rey y señor de la Pena del Alba, quiere celebrar por todo lo grande nuestra triunfal marcha y ahí es donde entras tú.
Acero miraba el arma prestando atención a las palabras de su dueño, comprobó que se trataba de un rifle de energía, pero no tenía ni una sola bala en la recámara.
-¿Y tengo que luchar con un arma sin balas?-preguntó con mucha dificultad para articular las palabras.
-Atiende-Llote parecía tener la sonrisa tatuada en su rostro, porque daba igual de lo que estuviera hablando que siempre mostraba la misma mueca en la boca-Tú y el resto de presos aquí en el coliseo, luchareis contra el experimento del Doctor Ju. Todos llevarán armas a excepción de la bestia, que por otra parte no creo que le sea necesario. La escasa munición que dispondréis, estará repartida por toda la plaza. Cuando muera la bestia, todos los presos que sigan en pié conservarán su vida y podrán servir a sus dueños dignamente. No me falles Peste, el arma que tienes entre manos, es la misma que utilicé yo para dejar de ser un esclavo y conseguir mi liberación.
Después de esas palabras, Llote Copa se marchó sin ni siquiera despedirse. Acero no daba crédito a lo que su dueño había dicho. No se tragaba que él antes de ser un negrero, hubiera sido esclavo. Pero la bestia del tal Doctor Ju era otro cantar. Seguramente los otros presos estarían en las mismas condiciones que ella. Incluso dudaba que pudiera sujetar aquel pesado rifle de energía que le había entregado el carcelero y mucho menos, disparar con la suficiente puntería como para alcanzar al engendro. En cualquier caso esta vez, no se reducía todo a un solo superviviente como en las anteriores ocasiones, aunque las posibilidades de que todos murieran también eran altas por lo que Llote le había contado.
Momentos después a la marcha de su dueño, otro carcelero vino a por ella. Este olía bastante mejor que Fueyo, era enorme, de piel oscura y con un cuerpo exageradamente musculado.
-¡Andando!-dijo con un tono muy serio al mismo tiempo que abría la celda. Al levantarse Acero sintió un leve mareo, aquella basura que le servían por comida la había debilitado demasiado. Caminando con lentitud salió de la celda siguiendo al nuevo carcelero, el cual le daba la espalda muy confiado en que ella no intentaría atacarle.
<< ¡Tienes suerte de que este tan débil!-pensó al ver la chulería con la que le trataba el carcelero-¡En estos momentos ya estarías muerto!>>
El arma parecía pesar un quintal, era como si alguien estuviera tirando de ella hacia abajo. El carcelero no caminaba precisamente rápido, más bien todo lo contrario, pero Acero se sentía tan débil que no podía evitar quedarse rezagada.
Después de un buen paseo por los estrechos pasillos de la plaza, llegaron a lo que debía ser la puerta de acceso principal a la arena, donde esperaban el resto de presos vigilados por soldados equipados con servoarmadura blanca.
Acero vio como no era la única en hacerse sus necesidades encima. No era la única que lo había pasado mal, juzgar por el rostro de la mayoría de ellos. Incluso muchos aparentaban estar en peores condiciones que ella, algo que en otra situación hubiera sido un alivio, pero que en esos momentos la inquietaba.
-¡Dicen que el monstruo antes era un hombre!-dijo uno de los presos con voz temblorosa. Un hombre tan delgado que parecía un esqueleto con piel.
-Cuentan que asesinó a varios hombres de los señores del Alba y que por eso lo condenaron-explicó otro preso, este parecía haberse comido todo lo que no había comido el anterior.
-¡Menos cháchara montones de mierda!-protestó uno de los guardias e inmediatamente todos los allí presentes callaron.
Desde su posición Acero veía parte del graderío de la plaza, estaba a rebosar de gente expectante a lo que iba a suceder. El murmullo entre los espectadores era constante, hasta que finalmente sonó aquella condenada trompeta. Turuuuu... turuuuu...
-En conmemoración por la gran conquista de nuestro rey Penalba, hoy tendrá lugar un combate sin precedentes. El mal se enfrentará a sí mismo. Pecadores, impuros por naturaleza, contra la bestia que asesinó a nuestros hermanos. Que comience la fiesta- después del anuncio la condenada trompeta volvió a sonar. Acero odiaba ese sonido, la enfurecía.
Lentamente la puerta metálica que daba acceso a la arena comenzó a subir. Los guardias empujaban sin miramiento a todos los presos hacia el exterior. Al salir a la arena comenzó el alboroto entre los espectadores. La puerta rápidamente quedó cerrada y una especie de campo magnético de color azul claro rodeó la arena, impidiendo cualquier escapatoria posible, pero de la bestia ni rastro.
Acero encontró una carga de energía medio enterrada en el suelo, pero cuál fue su sorpresa, que al intentar cargar el rifle comprobó que no era válida. Mirando detenidamente observó que cada preso tenía un arma diferente, a saber donde encontraría otra carga. Con rabia la tiró de nuevo al suelo.
El campo magnético desapareció, al otro lado, otra puerta idéntica a la anterior, comenzó a elevarse. El alboroto del público tomaba más fuerza, sabían de sobra que al otro lado aguardaba la bestia, el espectáculo que realmente habían venido a ver.
Una vez Acero vio a la bestia salir, comprobó que era mucho peor de lo que había imaginado. Un ser antinatural, sin ojos en su rostro, de piel pálida y arrugada, por manos tenía dos garras con uñas negras bien afiladas, que al posarlas sobre el rostro con las palmas mirando hacia el exterior, descubrieron algo mucho más horrendo que el propio ser. Tenía los ojos incrustados en las palmas de la mano, unos ojos grandes que se movían sin parar en busca de su primera presa. Cuando la bestia decidió salir al exterior de la arena, la puerta se cerró de inmediato y el campo magnético volvió a ser activado.
Los ataques de la bestia habrían sido cuanto menos torpes si sus presas estuvieran en plenas facultades, pero ahí estaba la gracia del juego o al menos Acero así lo pensaba. Un engendro inútil contra unos esclavos marchitos.
Debía ser algo de lo más horripilante ver lo que los ojos de aquel desgraciado deforme, estarían viendo en esos momentos mientras desgarraba la piel a zarpazos de su primera víctima. Al acabar con él, la bestia volvió a poner las manos sobre su cara para buscar el siguiente objetivo. El público enloqueció al ver como los ojos del ser estaban completamente cubiertos de sangre. Estaba completamente cegado y no paraba de intentar limpiarse con su propia piel, restregando las garras por todo el cuerpo.
<< Cuanto sufrimiento gratuito-lamentó Acero en su interior, mientras buscaba desesperadamente una carga adecuada para su arma, sin dejar de mirar al engendro >>
-¡Joder no hay ninguna carga buena!-protestó el esclavo flacucho.
-¡Pásamela a ver si a mí me vale!-gritó Acero al verlo. El hombre de rostro demacrado, lanzó la munición, pero el hombre estaba tan débil que esta se quedó a medio camino-¡Mierda!
La bestia recuperó la vista, esta vez parecía haber fijado su objetivo en Acero. La miraba con ojos desafiantes, aquella mirada perturbadora la atemorizaba. El ser cogió carrerilla y velozmente se dirigió en busca de ella, pero el ataque fue en vano y terminó golpeándose contra el campo magnético que rodeaba la arena. Montones de pequeños rayos azules emergieron a causa del impacto.
Acero se acercaba lentamente hacia la carga de energía mirándolo de reojo a la bestia. Pero cuando ya estaba prácticamente tocándola con la punta de sus dedos, descuidó la vista un momento, acto que aprovechó el engendro para embestirla. Ambos cayeron al suelo forcejeando.
Acero estaba tan cansada y débil que no podía hacer nada por repeler los ataques de aquel ser inmundo. Este lanzaba zarpazos, la mayoría de ellos inútiles, como si de un borracho se tratara. Finalmente una de las garras de la bestia, quedó clavada en el costado izquierdo de su tripa.
Acero había sufrido mucho dolor en sus carnes los días anteriores, pero nada comparable con lo que le estaba produciendo la criatura. Veía pequeños destellos delante de sus ojos y solo escuchaba el grito ensordecedor que emitía la bestia. Esta hurgaba en la herida que le había producido, buscando causar más y más dolor.
Aun tenía a su alcance la carga, Acero miraba a su alrededor, todos los esclavos aun con vida miraban horrorizados la carnicería, pero ninguno se acercaba a ayudarla. Solo se digno a darle una patada a la munición, el hombre flacucho que le había lanzado anteriormente la misma, dejándola suficientemente cerca de Acero como para cogerla y cargar su arma.
El dolor continuaba estando presente y parecía que la criatura disfrutara con ello. Acero se armó de valor y aprovechando que la bestia tenía puestos los ojos en otros menesteres, cargó conforme pudo el rifle. Esta vez hubo suerte y la munición era la adecuada.
-¡Lo siento por ti!-dijo con un tono de voz tan débil que no escuchó ni ella misma-¡Serás el único hombre que verá volar su propia cabeza!-Acero apoyó el rifle en la arena, encañonando a la criatura. Con todas sus fuerzas apretó el gatillo y la plaza entera enmudeció.
La cabeza de la bestia había reventado, los sesos de la misma habían quedado esparcidos por los alrededores. El ser levantó las manos girando las palmas hacia donde debía estar su cabeza, girando velozmente los ojos a izquierda y derecha. La garra derecha estaba completamente cubierta de sangre, sangre procedente del cuerpo de Acero. Instantes después la bestia se desplomó sobre la arena.
El público enloqueció, todos coreaban el nombre de Acero, pero ella los escuchaba cada vez más y más lejos. Su vista comenzó a nublarse y una fuerte arcada le dejó un sabor amargo a sangre en el paladar.

viernes, 13 de junio de 2014

CAPÍTULO XXVIII - ADICCIÓN





CRISTINE



Soplaba una ligera y fresca ventisca que mecía los cabellos que tapaban levemente su cara. Notaba el peso de un objeto inmóvil sobre su cuerpo.
Paulatinamente Cristine abrió los ojos. Estaba tumbada boca arriba en el suelo. Al frente, el cielo azul estrellado daba paso al amanecer de un nuevo día.
Intentó incorporarse pero no lo consiguió. El hombre del pelo largo llamado Jacq estaba tendido encima de ella dejándola con escasas posibilidades de moverse.
Parecía inconsciente, el extraño traje que le servía de protección estaba roto por la parte de la espalda que Cristine alcanzaba a ver levantando levemente la cabeza.
Hizo un nuevo intento para liberarse del peso muerto de aquel cuerpo, pero sus esfuerzos fueron en vano.
-¡Jacq!-gritó en repetidas ocasiones-¡Jacq, Jacq, Jacq!-golpeaba las costillas de este con el puño.
-¿Poli?-respondió Jacq con voz tenue. La boca estaba tan apretujada al su pecho que Cristine notaba las vibraciones de su voz.
-¡Soy Cristine! ¡Levanta! ¡No puedo moverme y me haces daño con el peso de tu cuerpo!
Muy lentamente Jacq rodo sobre si mismo dejándose caer al suelo.
Viéndose liberada de aquel peso muerto Cristine aprovechó para ponerse en pié. Al levantarse un leve mareo le hizo tambalearse pero finalmente pudo mantener el equilibrio.
No recordaba haber estado en aquel sitio. Una montaña de escombros se levantaba delante de sus narices. Miró a su alrededor y no vio más que escombros, restos de extremidades humanas y algún cadáver. Parecía estar en medio de un agujero gigante, aquel panorama era poco esperanzador. Observaba como las improvisadas paredes de aquel agujero precipitaban tierra seca, que al caer al fondo creaban una pequeña nube de polvo.
-¿Que ha pasado aquí?- el fuerte golpe de aquella enorme criatura en los túneles era lo último que recordaba. ¿Los cadáveres pertenecerían a los otros dos hombres que la acompañaban?
-No estoy seguro, igual esto es el infierno y nos ha tocado compartirlo-respondió Jacq incorporándose lentamente. Estaba cubierto de arena, con el pelo enmarañado y la cara llena de rasguños.
-¿Donde está el monstruo que nos atacó?
-¡Reventado!-dijo Jacq, por el tono de su voz parecía haber sido el causante de la muerte de aquel ser.
-¡Me dejas más tranquila!-suspiró-Pero sigo sin saber que ha pasado aquí. ¿Utilizaste una bomba para matar al bicho y reventamos todos?
-Algo así pero no fui yo. De eso se encargo Hueter. Aunque el bicho fue lo único que reventó. Quedaste inconsciente después del golpe, así que te cargue a lomos. Después de caminar por aquel túnel llegamos a la zona de los refugiados. Al llegar fuimos sorprendidos por soldados de la Banda de los Trajes Grises. Supongo que esto es lo que queda de aquel lugar.
-¿Y los refugiados?-preguntó Cristine al no ver rastro alguno de supervivientes.
-Ni idea. Al lanzarnos aquel cohete solo tuve tiempo de tirarme al suelo para cubrirnos. Del resto no recuerdo nada mas-se encogió de hombros.
-Me salvaste la vida. Estoy en deuda contigo-en poco más de dos días había estado a punto de morir en varias veces. Sentía la sensación de tener un ángel de la guarda.
-No me debes nada. Podríamos haber muerto igual, solo fue un golpe de suerte. Parece ser que mis acompañantes no tuvieron tanta suerte como nosotros-lamentó Jacq mirando fijamente al suelo removiendo arena con su pie derecho-¡Hay que salir de aquí!
-¿No quieres que busquemos a tus compañeros?-pregunto Cristine al ver la pasividad de Jacq al respecto.
-¡Da igual!-aquella respuesta le extrañó-Si están vivos sabrán arreglárselas. Solo quiero volver donde está mi hermana.
-¿Y donde es eso?-estaba dispuesta a marcharse a cualquier lugar lejos del Notocar. Si Jacq no mentía y estaban en la zona de los refugiados la base debía estar cerca.
-En el Odín junto a la Hermandad del Rayo-había oído hablar de la Hermandad, pero no conocía a nadie que perteneciera a ella. Quizás eso explicaba el traje que llevaba Jacq y su compañero el tabernero borracho llamado Hueter. Aunque le parecía extraño que el necrófago fuera integrante de aquella organización.
-Está bien salgamos de aquí.
No iba a ser tarea fácil escapar de aquel agujero. La explosión había dejado la tierra suelta y trepar se hacía complicado a causa de los desprendimientos.
Finalmente encontraron una zona por donde parecía que alguien había trepado dejando tras de sí un rastro de gotas de sangre. Una pared donde una viga de metal había quedado apoyada, dejando así una improvisada escalera que ascendía hasta un poco más de la mitad de la pared.
Cristine trepaba cuidadosamente para no caer, seguida de cerca por Jacq que no dejaba de quejarse por haber perdido el arma y tener el traje roto.
-¡Sin armas, sin chapas, solo con un machete!- repetía una y otra vez.
El ascenso por la viga fue sencillo, el problema vino después. Desde donde acababa la viga había una pared de tierra de poco más de dos metros. Sabía que si intentaban escalar por ahí la tierra cedería y el peligro de caer y darse un buen golpe era una posibilidad más que certera.
-¿Y ahora qué?-pregunto disgustada al ver el obstáculo.
-Ven y te aúpo- Jacq se agacho levemente y puso sus manos con los dedos entrecruzados. Cristine subió su pie derecho y se apoyó con la mano en el hombro-¡Arriba!-el fuerte empujón la hizo perder el equilibrio, Jacq consiguió mantenerla para que no cayera.
-¡Me estas tocando el culo!-protesto. Jacq la tenía suspendida en el aire como si fueran dos acróbatas, una de sus manos la sujetaba apoyándose en sus partes traseras.
-No me jodas ¿Quieres salir de aquí o caer al agujero?
La tierra suelta dificultaba el ascenso, pero con otro pequeño empujón logró subir a la superficie. El rastro de gotas de sangre que había visto abajo había desaparecido por completo.
-¡Ayúdame!-grito Jacq desde los adentros de aquel agujero. Visto desde fuera parecía un cráter.
De un ágil salto Jacq consiguió agarrarse al borde, Cristine lo cogió de los brazos y tiró con todas sus fuerzas hacia atrás.
Pesaba demasiado y le dolían los brazos al hacer fuerza, pero finalmente Jacq con su ayuda consiguió salir a rastras del agujero.
-¡Ha costado pero al fin libres!-dijo orgulloso de sí mismo como si nadie le hubiera ayudado a salir.
-¿Y ahora hacia donde nos dirigimos?
-¿Dirigimos? ¿Quieres venir conmigo o qué?-parecía extrañarle la pregunta.
-No tengo a donde ir-Cristine solo quería escapar del Notocar le daba igual el destino-Puedo servirte de ayuda.
-Está bien niña-dijo Jacq con un tono más alegre, parecía gustarle la idea de ir acompañado en su regreso al Odín-Lo primero que haremos será cazar nuestro desayuno.
-¿Con que lo vamos a cazar?-no tenían armas, y cazar solo con un machete era arriesgado.
-¡Con esto!-respondió sacando el machete de la funda-Las presas cazadas con esto saben mucho mejor.
La idea no le fascinaba pero era lo único que podían hacer si no querían morir de hambre. Solo esperaba no cruzarse con ningún escorpión gigante o alguna abominación similar, con suerte un mutajabalí para desayunar no sería mal plato, aunque echaba de menos la carne de los moradores de las cloacas. <<Al final será verdad y esa carne es adictiva>>
Parecía que los depredadores no tenían hambre aquella mañana, pasaron horas caminando sin saber muy bien hacia donde se dirigían sin que ningún animal se cruzara en su camino.
El sol cada vez tomaba más fuerza sobre sus cabezas, Cristine notaba como se le calentaba la frente y comenzaba a sentir cierto escozor en la piel de sus brazos.
Finalmente llegaron a un lugar donde las plantas comenzaban a tomar un color verdoso. Era difícil ver un paisaje así por aquella región. Un poco más adentro había un lago, al parecer de agua estancada formado por las lluvias del invierno pasado.
-¡Agua!-gritó Cristine alegre por el descubrimiento. Corrió hacia la orilla para echar un trago y calmarse su sed. El agua tenía un sabor nada agradable pero no le importaba, tenía demasiada sed como para permitirse el lujo de esperar encontrar un sitio con un agua más limpia.
-¡Cabrón tú no te me escapas!-un grito desgarrador hizo que se estremeciera y dejara de beber. Jacq volvía con un mutajabalí pequeño cargado sobre su hombro. Llevaba una sonrisa de oreja a oreja-Ya tenemos desayuno. Ahora te toca a ti preparar una hoguera para asar el trofeo. Nos vamos a poner las botas.
La carne del mutajabalí no se caracterizaba por ser un manjar, pero la tripa de dolía horrores por el hambre y agradecía que Jacq hubiera cazado aquella pieza, no había comido nada desde la mañana anterior cuando Mosarreta preparó los restos del morador de las cloacas.
Buscó ramas secas entre la maleza, tenía bastante donde elegir, aquella espesura verde que rodeaba el lago no era más que una pequeña alfombra de algas secándose al sol.
-¡Ahí te dejo el Zippo! ¡Cuando esté encendido el fuego avísame!- gritó Jacq a lo lejos caminando hacia el lago.
El mutajabalí yacía muerto al lado del traje y el machete de Jacq. Cristine levantó la vista y observó como su compañero se bañaba en el lago. El agua solo le cubría hasta la cintura. << ¡No mires!>>, pensó, pero no podía dejar de mirar de reojo hacia el lago mientras cuidadosamente amontonaba la leña para encender la hoguera.
Las ramas resecas hacían que el fuego chisporroteara. Sin más trabajo que hacer se sentó a unos metros de la hoguera, el calor apretaba y no le apetecía acabar asada como el mutajabalí.
Jacq continuaba lavándose, Cristine no pudo evitar mirar. El agua corría por el torso desnudo de aquel hombre, tenía el pelo mojado echado hacia atrás. No se caracterizaba por tener un cuerpo extremadamente musculoso, pero tenía bien definidos todos sus músculos, lo que más le gustaba a Cristine no eran sus marcados abdominales ni sus redondos bíceps, no, hasta el momento era el único hombre que la había respetado hasta el punto de salvarle la vida aunque él quisiera negarlo.
-¡Yo no me bañaría tan alegremente en este lago!-una voz femenina interrumpió aquel momento de fantasía. Cristine asustada giró la cabeza rápidamente. Una mujer esbelta de pelo largo y liso, alta, con un rostro tan hermoso que sería la envidia de cualquier mujer y con una armadura metálica que Cristine había reconocido fácilmente, miraba fijamente a Jacq sin hacerle mucho caso. Parecía confiada y no era para menos puesto que iba armada con dos pistolas Magnum del cuarenta y cuatro.
-¿Perdona?-pregunto Cristine extrañada por la aparición de aquella mujer.
-Disculpa, no me he presentado mi nombre es Pervert-dijo aquella mujer con tono alegre.
-Vaya eres la primera persona que no me apunta con un arma antes de conocerme-agregó extrañada.
-Viendo el panorama que tenéis no suponéis ningún peligro. Tú estas sentada a varios metros de la única arma que tenéis y del otro... en fin mejor no hablamos. Además la servoarmadura rota que hay ahí-dijo señalando el armadura de Jacq-me hace pensar que no perteneceis a ninguna banda de bandidos, dicho lo cual sois bienvenidos-al escuchar las palabras de Pervert, Cristine se sintió aliviada.
-Mi nombre es Cristine y aquel hombre se llama Jacq-levantó una mano para hacer sabedor a Jacq que tenían visita. Al salir del lago Jacq perdió todo su encanto. Llevaba puestos unos calzoncillos horrorosos, no por la forma sino por la suciedad de estos. Parecía como si no se los hubiera quitado en la vida.
-¡Dios casi hubiera sido mejor que se hubiera quitado esos calzoncillos mugrientos! ¡Igual nos alegraba la vista!-Pervert bromeó, aunque su broma iba cargada de razón. Por otra parte no era tarea fácil encontrar ropa interior limpia o al menos que estuviera un poco decente. Cristine hizo ademan de comprobar la suya y observó que no estaba mucho mejor después de todo lo pasado. <<Mejor me callo un poco>>, pensó al ver su ropa interior, aunque no pudo evitar dejar escapar una pequeña sonrisa ante la broma de Pervert.
Jacq se acercaba con paso firme y el ceño fruncido hacia ellas. Parecía extrañado por la presencia de la otra chica.
Una vez delante de ellas Cristine no pudo evitar ruborizarse al tener aquel torso desnudo tan cerca de ella.
-¿Quién eres tú?- preguntó Jacq, su voz sonaba seria.
-¡Tranquilo vengo en son de paz!-quiso quitar tensión a la situación-Soy una vecina de un pueblecito cercano a este lago. Me llamo Pervert.
-¡Esta bien Pervert!-se rascó la entrepierna-¡Putos calzoncillos!- Pervert no pudo contener la risa y Cristine se unió a ella-Pican un huevo, nunca mejor dicho. Pero tengo que llevarlos puestos si quiero ponerme la servoarmadura.
-Parece rota, ¿Que paso?-se notaba que Pervert sentía curiosidad por saber cómo habían acabado en aquel sitio. Cristine quiso responder pero en última instancia prefirió mantenerse callada.
-Es una larga historia. Si quieres acompáñanos en nuestro desayuno. Llevo un día sin comer y aquí mi amiga supongo que más de lo mismo-dijo refiriéndose a ella. Cristine asintió con la cabeza. Tenía tanta hambre que se mareaba con solo pensarlo.
Jacq tardó poco en preparar el mutajabalí. El primer bocado supo a gloria y el segundo y el tercero... Quizás fuera por el hambre pero nunca había probado uno que tuviera tan buen sabor.
Jacq comía y hablaba a la misma vez, contaba la historia de lo sucedido mientras Pervert prestaba atención en silencio.
Del mutajabalí solo quedaron los huesos.
-¿Fumáis?-preguntó la mujer ofreciendo un paquete de tabaco abierto.
-¡Por dios si!-se notaba que Jacq tenía mono de fumar tabaco o lo que fuera que estuviera ofreciendo la muchacha-¿Dónde está ese famoso pueblo?
-Está cerca, en aquella dirección-dijo mientras fumaba el cigarro, a cada palabra le salía una bocanada de humo-Hay un mecánico de armas que puede repararte esa destartalada armadura cuando esta sobrio, aunque te advierto que es difícil encontrarlo sobrio-dejó escapar una pequeña carcajada.
-No llevo ni una chapa encima-lamentó Jacq-Lo perdimos todo en la explosión.
-La caza es abundante por esta zona. Trabajad conmigo os prometo que podréis sacar un buen sueldo con la carne de los bichos que encontremos por aquí-la idea de Pervert no parecía convencer a Jacq que dudaba moviendo la cabeza a uno y otro lado. Cristine por el contrario estaba dispuesta a ir donde fuera, nadie le estaba esperando en ningún sitio y nadie la echaría de menos-Vámonos al pueblo y terminamos de hablar allí, conozco una taberna donde ponen muy buenos licores, yo invito.
Llevaban todo el día caminando y lo que menos le apetecía a Cristine era ponerse de nuevo a andar, por otra parte el sol estaba en todo su apogeo y no parecía haber ninguna sombra cercana;
-Si no hay que caminar mucho...-se encogió de hombros.
-¡Anda no me seas perra! ¡Vámonos!- bromeó Jacq. Apagaron el fuego y dejaron los restos del mutajabalí allí donde los habían tirado después de comérselos. Emprendieron de nuevo la marcha bordeando el lago, Pervert iba delante, le seguía Jacq que parecía que miraba mas el culo de la muchacha que a su alrededor y al lado de Jacq, Cristine.
-¡Esperad!-Pervert paró en seco-¡Tenemos caza, ahí!-desenfundó rápidamente sus dos Magnum. << ¿Qué es eso? >>, Pensó Cristine atemorizada. A escasos metros una criatura de pelo blanco parecía estar comiendo los restos de otra. Las garras de tres dedos agarraban con fuerza el abstracto trozo de carne en que se había transformado el otro animal o lo que fuera antes de caer en las fauces del depredador. Sus dientes eran afilados, a cada bocado arrancaba un trozo como si de papel se tratase. Los ojos pequeños y negros se clavaban con furia en la presa. De la espalda le salían dos alas del mismo tamaño que el cuerpo, aunque estas en su mayor parte estaban agujereadas.
Al darse cuenta de la presencia de Cristine y sus compañeros el animal se giró en un gesto violento mostrando sus fauces, emitiendo un agudo rugido. La larga cola del animal parecía un látigo moviéndose de un lado a otro.
Sin pestañear Pervert disparó una vez con el magnum de su mano derecha y otra con el que sujetaba con la izquierda. Con un movimiento torpe el monstruo intentó alzar el vuelo con tanta suerte para él que ninguna bala le alcanzó.
Avanzaba hacia ellos dando pequeños y continuados saltos.
-¡Dispara cojones!-gritaba Jacq una y otra vez. Pervert seguía apuntando sin hacer mucho caso a los gritos.
-No puedo desperdiciar el tiro. No me queda mucha munición- el siguiente tiro impactó directamente en la boca de la abominación. La bala atravesó por completo el rostro. No pareció afectarle lo mas mínimo, la criatura seguía avanzando a paso torpe.
Un nuevo disparo procedente del Magnum de Pervert alcanzó el torso del ser, este cayó de espaldas al suelo.
Pervert se acercó al monstruo que intentaba levantarse, pero la constitución de su cuerpo hacia que esa tarea fuera complicada. La mujer de los Magnum puso un pié sobre el torso del animal;
-Amiguito, vas a ser un buen abrigo- disparó por última vez y el ser dejó de moverse.
-¿Qué era eso?-preguntó Cristine, el miedo que aun tenia pegado al cuerpo hacia que su voz sonara temblorosa.
-Aquí lo llaman Nasaba, no sé en otros sitios como lo llamarán-Pervert daba pequeños puntapiés al monstruo-Hemos tenido suerte, tenía las alas rotas y no podía volar.
-¿Suerte?-el sarcasmo rebosaba en la boca de Jacq-¡Casi me cago en los pantalones!
-Según dicen son prototipos de armas biológicas del antiguo mundo-explicó Pervert-¿Quien me ayuda a transportar este bicho al pueblo?
-¿Pero esto se come?-preguntó Cristine inocentemente.
-¿Estas de broma?-sonrió la muchacha-Un pedacito de carne como la punta del dedo pequeño es suficiente para que estés una semana cagando sin parar. Con esto se hacen abrigos para resguardarse del frio en invierno.
Con algo de esfuerzo Jacq arrancó las alas del Nasaba, así era mucho más fácil poderlo transportar.
Cristine no se atrevía a tocarlo, solo con pensarlo el mutajabalí cobraba vida en su estomago dispuesto a salir corriendo por su boca.
Jacq fue el encargado de ayudar a la mujer a transportar el Nasaba. Él lo cogió por las piernas y ella por los brazos.
La peste a perro mojado se le metía a Cristine en la nariz hasta tal punto de notar su sabor en la garganta. Era muy desagradable.
La sangre que emanaba del cuerpo de la criatura dibujaba un fino trazado a cada paso de sus compañeros.
Haciendo esfuerzos por no vomitar llegaron al pueblo sin darse cuenta. Una alta muralla hecha a base de lo que parecían fuselajes de un avión caído en combate, rodeaba aquel pueblo. A lo alto de las puertas de acceso un hombre de barba blanca y piel morena vigilaba el tráfico entrante y saliente.
-¡Buena caza!-carraspeó el hombre al verles llegar con el Nasaba. Pervert saludó al vigilante levantando el pulgar en señal de agradecimiento y dedicándole una tierna sonrisa.
La ciudad estaba edificada en el interior de un enorme hoyo, al parecer producido por la explosión de una cabeza nuclear durante la guerra. Allí se levantaban decenas de chabolas construidas con cualquier material, plásticos, metal, madera, piedra... separadas por estrechos pasillos.
-¡Bienvenidos a Salatiga!-gritó Pervert una vez dentro del pueblo. Se respiraba tranquilidad aunque el tráfico de personas por las pequeñas calles fuera constante.
Carteles pintados a mano señalaban la dirección de varios negocios en la zona, entre ellos el bar. <<Bar Budo>>, señalaba uno de ellos, <<Bar Racón>> señalaba otro.
-Desde luego los dueños no se calientan mucho la cabeza poniendo nombres a sus negocios- bromeó Cristine señalando los carteles.
-Aquí nadie se calienta la cabeza con nada-aportó Pervert. Fueron en la dirección que señalaba el cartel <<Pieles Ciudadela>>. Cristine no sabía de la existencia de talleres que se dedicaran a la elaboración de prendas de vestir. Pensaba que toda la ropa era herencia del antiguo mundo.
-¡Buenas Tito!-dijo Pervert con voz alegre al entrar en el taller.
Tito estaba sentado detrás de una mesa de metal que había justo al entrar al local. Aquel sitio olía incluso peor que el Nasaba, era casi imposible respirar sin que una arcada golpeara su garganta, aunque parecía que a Tito no le afectara lo más mínimo.
-¡Dios como apesta aquí!-Jacq le quitó las palabras de la boca, <<Tienes toda la razón chico>>.
-Si pasaras aquí día y noche como yo, lo encontrarías hasta agradable-bromeó Tito-Dejármelo ahí, mi sobrino esta al llegar. Él se encargará de tratar la piel. Ya sabes cuál es el trato niña, pásate mañana y te doy tu parte. 
Pervert asintió con la cabeza y sin más palabras salieron del taller.
Después de pasar por aquel apestoso local parecía que fuera oliera a rosas, era un gran alivio poder respirar sin sentir arcadas, << ¡Que alivio!>>.
-¿Unos tragos?-preguntó Pervert encendiéndose un cigarro.
-¡Por favor!-suplicó Jacq.
-Después del mal trago que habéis pasado os lo merecéis-sonrió. Hasta su sonrisa era bonita, poca gente conservaba los dientes en tan buenas condiciones como aquella mujer.
Bajaron por una empinada escalera de tablones de madera clavados en el suelo hasta el centro del pueblo. Había una diminuta plaza donde los niños jugaban dándole patadas a un balón de trapo. La entrada del bar Budo daba a la plaza principal. El dueño gritaba a los niños intentando que estos dejaran de darle balonazos a las paredes del bar.
-¡Malditos críos!-maldijo a la vez que abría la puerta-¡Pasad jóvenes pasad!
Para Cristine todos los bares eran iguales. Malolientes, con una atmósfera contaminada por el humo del tabaco, hombres borrachos jugando a las cartas. Aquel sitio no era una excepción, carecía de ventanas y aunque fuera el sol quemara las piedras, dentro parecía ser de noche, pero el tener un poco de sombra en aquel día tan caluroso se agradecía.
-¿Que va a ser?-preguntó el dueño acercándose a la mesa donde se sentaron.
-¡Whisky!
-¡Otro para mí!-pidieron lo mismo tanto Jacq como Pervert. Cristine por su parte nunca había probado el alcohol, estaba indecisa, en aquel antro no parecía que tuvieran ninguna bebida que no alcohólica.
-¿Y tu niña?-pregunto el dueño dándose cuenta de su indecisión. << ¡Solo uno para acompañarles!>>
-Ponme otro a mí también-suspiró.
El dueño volvió al momento con una botella de Whisky entera y tres vasos. Mirando el vaso que aquel hombre le había dejado delante, vio un insecto trepando con sus diminutas patitas por las paredes de cristal del vaso intentando colarse dentro. Sigilosamente Cristine lo cambió por el de Pervert que hablaba con Jacq sin prestarle atención.
El camarero llenó hasta los bordes cada vaso, cuando este se disponía a llevarse de nuevo la botella al mostrador Pervert lo interrumpió;
-¡Deja la botella hombre!-el hombre la miro con el ceño fruncido, sonrió dejando ver la carencia de dientes que tenía en su boca y puso la botella en medio de la mesa.
Cristine acercó la nariz al vaso que desbordaba Whisky. Tenía un olor fuerte parecido a madera húmeda.
-¡Un brindis!-grito Pervert. Levantó el vaso sin poder evitar mojarse los dedos con el licor-¡Por una nueva amistad!
El trago le supo como un puñetazo en la garganta. << ¿Cómo puede gustarles tanto esta porquería? >>, Pensó. Sus compañeros se habían bebido el vaso de un solo trago como si se tratase de agua, en cambio ella lo tomaba a pequeños sorbos.
-¡No está mal!-dijo Jacq.
-Discrepo- protesto Cristine haciendo esfuerzos por recuperar el aliento después de cada trago. Conforme iba bebiendo el Whisky tomaba un sabor más suave.
-¿Están jugando a lo que yo creo?-preguntó Jacq mirando hacia una mesa donde unos tipos con claros síntomas de embriaguez voceaban a la vez que bebían sin control.
-Juegan al más fuerte. Apuestan a ver quien bebe mas-por la manera en que respondió Pervert parecía sentirse molesta por la actitud de aquellos hombres.
-¿Cuantas chapas llevas encima?-Jacq parecía emocionado.
-Unas cien-Pervert puso encima de la mesa un saquito de tela-esto es todo lo que llevo. No iras a...
-¡Trae eso! ¡Hoy bebemos gratis!-interrumpió cogiendo el saquito con las chapas. Jacq se levantó y fue directamente a la mesa donde los tipos se debatían en duelo por ver quién era el más borracho.
<<Todos los hombres son iguales>>
-¡Vamos guapa, esto promete!-dijo Pervert levantándose a toda velocidad de su asiento. Sin saber porque Cristine lleno de nuevo su vaso antes de levantarse.
-¿Tu quien eres?-preguntó el mas mayor de los dos hombres sentados en la mesa. El resto estaba de pie, algunos simplemente miraban, otros gritaban a cada trago de los contrincantes.
-¿Ya has acabado con este?-el tono desafiante de Jacq pareció incomodar al borracho.
-¡Soy el campeón! ¡Nadie me vence!- el hedor que desprendía el aliento de aquel hombre llegaba hasta las fosas nasales de Cristine, << ¡Qué asco por dios!>>. El hombre miró fijamente a Jacq-¿Eres un necrófago? ¡No, no lo eres! ¡Siéntate hijo voy a enseñarte como hay que beber!
-¿Apuesta?-preguntó Jacq sentándose en la silla que el oponente del viejo había dejado libre.
-¡Apuesta lo que estés dispuesto a perder hijo!-Cristine observo que el viejo tenía en el suelo al lado de su silla un cubo lleno de un líquido amarillento que parecía vómito.
-¿Eso es normal?-preguntó dándole un pequeño golpe en el brazo a Pervert. Sin darse cuenta se había terminado de nuevo el vaso.
-Es el pasatiempo del pueblo-bufó- veremos qué tal se las apaña nuestro amigo.
Jacq apostó todas las chapas y el viejo respondió con las mismas. Una pequeña montaña de chapas había crecido en una de las esquinas de la mesa. A juzgar por la cara de Pervert no estaba muy convencida de que aquello hubiera sido buena idea. Se arriesgaba a perder sus chapas.
Antes de que comenzara el duelo Cristine fue a por la botella de Whisky que yacía solitaria en la mesa donde se habían sentado al entrar en el bar. Comenzaba a sentir cierto mareo pero todo le parecía más divertido.
A cada trago de Jacq ella respondía con un traguito de la botella.
-¡Mujer que te la vas a beber tu sola!-protestó Pervert quitándole la botella de las manos para servirse otro vaso.
Parecía que Jacq había ganado la apuesta aunque Cristine en lo único que estaba pensando era en no caerse al suelo. Le costaba articular palabras y el mareo era cada vez más notable, así que decidió sentarse en la silla y apoyar la cabeza en la mesa. Aquello fue un error, el suelo se movía a sus pies, la mesa parecía estar poseída, las manos le sudaban como nunca antes lo habían hecho. No pudo evitar vomitar en el suelo pero no le importó, volvió a apoyar la cabeza en la mesa e intentó dormirse.
Carcajadas, música, el humo del tabaco, todo había vuelto a ser molesto. << ¿Quien me mandaría a mi probar esto? >>
Tenía la sensación de estar volando. Inmediatamente abrió los ojos, Jacq la llevaba en brazos. Ya no estaban en el bar, parecía que iban de camino a casa de Pervert.
Salir de aquel tugurio sentó bien a Cristine, aun notaba un ligero mareo pero la tormenta parecía haber pasado. No sabía si era por los efectos de la bebida, pero visto desde aquel ángulo el aspecto de Jacq era mucho más atractivo que de costumbre;
-¡Qué guapo eres!-dijo Cristine acariciándole los pelos de la barba. No sabía si lo había dicho en voz alta o simplemente estaba pensándolo, Jacq sonrió lo que le hizo suponer que la había escuchado. Nunca había estado tan segura y a gusto en brazos de ningún hombre. Se incorporó levemente y dio un beso a Jacq en la comisura de sus labios. << ¿Por qué he hecho eso?>>, pensó, pero no se arrepentía en absoluto, volvería a repetirlo pero sentía miedo por la reacción que pudiera tener Jacq. No quería estropear aquel embriagador momento.
-¡Borracha!-bromeó Jacq que no podía dejar de reír, aquello la tranquilizó. Una vez pudo dejar de mirar el rostro de Jacq, Cristine vio como Pervert echaba mano de su bolsillo para posteriormente sacar una llave con la que abrió la puerta de una de las chabolas.
-¡Dormir donde podáis tortolitos!- bromeo Pervert a la entrada-¡Yo me voy a la cama que voy borracha!-después de aquellas palabras desapareció por unas escaleras de metal que al parecer daban acceso a otra planta donde debía tener su habitación o el sitio donde dormía.
-Yo duermo en el suelo tu quédate aquí en este sofá-dijo Jacq dejándole caer sobre un viejo sofá que había en medio de la casa.
Aquel sofá era todo menos cómodo. Estaba destartalado y los muelles se le clavaban por todo el cuerpo, tenía un fuerte olor a sudor y el apoyabrazos donde reposaba la cabeza de Cristine tenía unas manchas un tanto extrañas que le producían repulsión.
No podía pegar ojo aunque ganas de dormir no le faltaban. Levantó la cabeza y observó como Jacq dormía casi desnudo, tirado en el suelo con los brazos en forma de cruz.
Cristine se echó al lado de Jacq, el suelo estaba frio pero no le importaba, la noche era calurosa y parecía estar mucho más limpio que el mugriento sofá. Apoyó su cabeza en el pecho descubierto del hombre que la había llevado a aquel sitio en brazos, le rodeó el torso con su brazo izquierdo y cerró los ojos.