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lunes, 20 de abril de 2015

CAPÍTULO XLV – MENSAJE


 

GRAN JOHN


El camino hasta llegar a aquel montón de chatarra fue corto y al contrario de lo que había pronosticado Hestengberg, sin sobresalto alguno.
-¿No te parece lo más hermoso que hallas visto jamás?-repetía una y otra vez mirando embobado la enorme torre metálica que se levantaba ante sus narices.
-¡Discrepo amigo!-espetó. Seguramente, en el antiguo mundo aquel lugar fue una mina de tecnología y comunicaciones, pero en el actual estado Gran John, tenía sus dudas acerca del funcionamiento de esta. Gran parte de la base octogonal del edificio estaba cubierta por enormes planchas de metal oxidadas, las cuales habían sido puestas a posteriori. En lo más alto de la base, sobresalía una gigantesca estructura. Por su aspecto parecía una especie de articulación, algún mecanismo que él no entendía por más que lo mirara, pero que con toda certeza debía ser utilizado para orientar el satélite que se apoyaba sobre ella. Un armatoste casi más grande que el resto del edificio, del cual colgaban atados a cuerdas y alambres, varios cadáveres humanos y otros restos de casquería difícilmente reconocibles-¿Y eso?-preguntó extrañado, señalando los cuerpos con su dedo índice.
-¡Necrófagos muertos!-respondió Hestengberg con una sonrisa un tanto nerviosa-Los utilizamos para asustar a los negreros y el resto de chusma que pueda merodear por la zona. Aunque no lo creas, aquí dentro hay mucho valor tecnológico. Después de la gran guerra, tanto este como el resto de satélites-señaló otros dos que había un poco más alejados-fueron víctimas de múltiples saqueos y batallas. Una vez no quedó en ellos nada más que saquear, cayeron en el olvido, siendo presas del tiempo y las abominaciones-suspiró-hubo un tiempo en el que los habitantes del pueblo trabajaron para limpiar este sitio y restaurarlo. Un día de tantos un grupo de saqueadores, atacó a los obreros, acabando con todos ellos, incluidos los vigilantes dejándolo todo de nuevo hecho una pena. Se llevaron cuanto pudieron cargar en sus espaldas. A partir de aquel fatídico día, los habitantes del pueblo decidieron abandonar el proyecto. Solo mi padre, junto con su hermano y mi abuelo, trabajaban esporádicamente intentando acabar lo que un día el pueblo comenzó-se encogió de hombros-la vida…-suspiró-la vida solo les dio para reparar este… por eso ahora es mi deber defenderlo de cualquier invasor. Es la única familia que me queda, el último recuerdo que me queda de mis padres.
-¿Y tus secuaces?-preguntó extrañado-¿No te ayudan en tu misión?
-¿Esos fuma yerbas que encontraste a la puerta de mi local?-sonrió de nuevo-Su adicción paga mis gastos, nada más. En fin…-el silencio se hizo por unos segundos en aquel lugar-será mejor que entremos a ver qué cojones le pasa al pequeñín-Hestengberg se dirigió hacia la puerta de entrada, Gran John le seguía de cerca, mirando cuanto había a su alrededor-¡Mierda!-gritó el locutor de radio.
-¿Qué pasa?-preguntó extrañado.
-Parece que alguien ha forzado la puerta-respondió Hestengberg entre maldiciones-Prepara las armas, creo que tenemos compañía y no de la buena precisamente-el hombre hizo un gesto con su boca para tragar saliva, mientras Gran John desenfundaba el Mágnum de Plasma que le había prestado Hestengberg antes de partir. Aquel arma parecía más bien de juguete << ¡Esperemos que esto dispare cuando sea necesario!-pensó al verla por primera vez, y en aquel momento, el mismo pensamiento volvió a su mente>> El locutor de radio abrió lentamente la puerta metálica de la torre, inmediatamente algo, un animal volador quizás, salió disparado del interior como si estuviera huyendo de algo. Del susto, Hestengberg soltó la puerta, pero sea lo que fuere aquello, golpeó con rabia la puerta, dejándola abierta de par en par.
-¿Qué cojones era eso?-gritó Gran John, al que la velocidad del animal no le dejó reaccionar, cuando quiso percatarse, este ya estaba demasiado lejos.
-Un acosador nocturno-dijo el locutor un tanto dubitativo-creo, porque no me ha dado tiempo a verlo bien. Nada de lo que debas preocuparte, estos bichos son ciegos.
-¡Ciegos pero no tontos!-a Gran John le vino a la mente, las decenas de bocados que recibió en la vieja fábrica de embotellado de refrescos abandonada, donde en una de tantas misiones, lo que debía ser una tarea sencilla, se convirtió en una tortura por culpa de aquellos malditos bichos.
-¡Tranquilo!-el hombre quiso quitarle leña al fuego-Esas ratas no suelen merodear por aquí.
-¡Acabemos con esto cuanto antes!-espetó Gran John. Entraron en la estación sin hacer mucho ruido. No parecía haber nadie dentro del edificio, aunque también era difícil ver unos metros más allá de sus narices, ya que allí había de todo menos luz. Lentamente, ascendieron por unas escaleras que recorrían las paredes de la base, dando vueltas en forma de espiral.
A simple vista, no parecía haber tecnología alguna, nada de ordenadores, puntos de emisión, solo cables y más cables que ascendían en línea recta. Algunos clavados en la pared, otros que parecían haberse soltado y ahora colgaban por doquier.
-¡Ahí arriba!-dijo Hestengberg en voz bajita. Al levantar la vista, Gran John comprobó que lo que aquel hombre señalaba, eran varios necrófagos que correteaban de un lado a otro por la zona superior de la base, persiguiendo a lo que parecía ser otro Acosador Nocturno.
-¡No dispares!-susurró, haciendo bajar a Hestengberg el arma. Por la forma que tenían de actuar, debían ser necrófagos locos-No malgastes balas con esa escoria, ya nos encargaremos de ellos allí arriba. El locutor asintió con la cabeza y le dejó pasar a él delante. Siguieron subiendo sin dejar de mirar hacia el lugar donde estaban las criaturas. Una de ellas consiguió atrapar al Acosador. Durante unos instantes se vio una pequeña pero sangrienta batalla a mordiscos. Mientras el necrófago intentaba arrancarle un ala al Acosador Nocturno tirando fuerte con los dientes clavados en ella, este se defendía hincando los colmillos en el cuello del necrófago y perforándole la yugular. Inmediatamente comenzó a salir sangre de los dos agujeros que habían dejado tras de sí, los colmillos del Acosador. A los pocos segundos, el necrófago yacía muerto en el suelo, y el animal hacia esfuerzos en vano por volar, ya que el ala le había quedado inutilizada a causa del forcejeo-¿Con que eran inofensivos eh?-bromeó Gran John al ver la escena.
-No era exactamente lo que yo quería decir…
-Eso será… ja… ja… ja…
Al llegar a la zona superior, la que daba acceso al siguiente sector de la estación de comunicaciones, los otros necrófagos se quedaron mirándoles con rostro amenazante. Eran tres, y uno de ellos intentaba comerse lo que quedaba del Acosador Nocturno.
-¿Seguro que no hay que disparar?-preguntó Hestengberg con voz temblorosa.
-¡Espérame ahí atrás!-gritó Gran John. Los necrófagos al oír el grito se dieron por amenazados y comenzaron a correr hacia su posición. Eran feroces, si, pero también muy torpes. Uno de ellos voló por el hueco de la escalera, quedando sus sesos esparcidos por la planta baja al impactar el cuerpo de este contra el suelo. El otro, acabó con la cabeza del revés y el cuello roto. Gran John se había enfrentado en multitud de ocasiones a este tipo de abominaciones, sabía de sobra como acabar con ellos. El último que quedaba en pié seguía torturando al Acosador, parecía no haberse percatado aun de su presencia. Cuando quiso reaccionar, el enorme zapado de John lo impactó en la mandíbula. El cuello de la criatura sonó como un tronco de leña al hacerse astillas-¡Te dije que no hacía falta disparar, que estaba todo controlado!-vaciló una vez pasó el peligro.
-¡Estas como una puta cabra!-gritó Hestengberg-Pero me gusta tu manera de actuar, se nota que estas bien adiestrado en el arte de matar bichos.
-No creas, esto solo lo enseña la escuela de la vida-nadie le había enseñado nada, en el Ejército del Pueblo Libre, apenas había entrenamiento para los soldados y los pocos que había, eran para unos cuantos elegidos para ser guardias de Pececito.
-Déjame pasar por favor, tengo que ver el cuadro de mandos que hay ahí delante-el locutor, señaló unos paneles raros que había al otro lado del pasillo donde momentos antes, los necrófagos campaban a sus anchas. Hestengberg miró detenidamente los paneles-¡Hijos de perra!-maldijo-Los putos necrófagos han debido golpear los mandos y han cortado el sistema de suministro eléctrico… ¡Toma!- echó mano del bolsillo y sacó algo envuelto en un plástico-Te lo has ganado. Esto me llevará un rato ponerlo en marcha. Sube por aquí- el locutor señaló unos peldaños hechos con trozos de metal clavados en la pared-estas escaleras dan a la zona media de la estación, vigila que no se acerque ningún indeseable.
Gran John acató las órdenes del locutor de radio, la sensación de que aquello iba a venirse abajo, aumentaba a cada paso que daba en aquella improvisada escalera. Al acceder a la zona media, sus miedos desaparecieron. Desde allí había una vista maravillosa. A juzgar por la verticalidad de los rayos de sol debía ser mediodía. Gran John buscó un sitio con sombra, se sentó y abrió la pelota envuelta en plástico que le había regalado su compañero. Efectivamente era lo que él pensaba y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro sin casi el querer hacerlo.
En un abrir y cerrar de ojos tenía el porro apoyado en sus labios, saboreando el dulce fuego que entraba en sus pulmones y dejándose llevar por los efectos de bien estar que le producían aquella droga en el organismo.
Aquel placentero momento acabó en el mismo momento que Hestengberg hizo acto de aparición.
-¡Funciona!-dijo el locutor entusiasmado-Vamos, ya que estamos aquí enviare la señal de socorro desde el terminal que tenemos ahí arriba. No hay tiempo que perder.
-¿Y no puedes mandarla tú solo mientras yo me acabo esto?-protestó Gran John, señalando el pequeño canutillo que colgaba de entre sus dedos.
-¡No amigo mío!-sonrió-Vista tu destreza con los bichos, mejor vente conmigo por si las moscas.
Accedieron al terminal de comunicaciones por un pequeño tramo de escaleras que comenzaba justo donde John, había aposentado sus nalgas para tener su momento de gloria. En el interior, una sala similar a la del locutor de radio se levantaba ante sus ojos. Aunque esta, a diferencia de la otra, estaba mucho más ordenada y limpia. Y qué decir del olor, el cuchitril de Hestengberg olía a una mezcla de pies sucios y maría, sin embargo esta, tenía el típico olor a ordenador.
-¡Estaba equivocado colega!-exclamó Gran John-Nunca había visto nada tan bien conservado-mentía. Le vino al recuerdo el búnker Ghenova, este le daba mil vueltas, pero seguía pensando en que todo aquello había sido un mal sueño. Igual que Monique.
-¡Les habla Facundo Poderoso emitiendo desde Rock Radio!-
Hestengberg comenzó su discurso como tantas veces hacia en los programas de radio que a Gran John, tanto le gustaban. Aquella voz le había acompañado en infinidad de guardias. Resultaba extraño, pero el cálido tono grave de la voz de aquel loco, era mucho más agradable a los oídos desde el transistor que al escucharle en vivo-Mientras la música fluya por nuestros corazones, la esperanza en la humanidad no estará perdida. Hoy fieles oyentes, no os hablo para soltaros uno de mis sermones, sino para avisaros de una terrible amenaza que está azotando los pueblos del sur. Se hacen llamar “La Pena del Alba”, militares bien adiestrados en el arte de matar vestidos con servoarmadura blanca. Si tú, soldado de la Hermandad del Rayo o tú, soldado del Ejército de Pueblo Libre escuchas este mensaje, por favor hazlo llegar a tus superiores, el pueblo necesita vuestra ayuda ahora más que nunca-Hestengberg grabó aquel mensaje en un archivo de sonido y lo introdujo en el aparato emisor para que se enviara infinitas veces por la señal de radio.
-¿Crees que servirá de algo?-preguntó. Gran John tenía la sensación de que era demasiado tarde, y aunque no fuera así, dudaba mucho que la Hermandad y el ejército de Pececito se unieran por un bien común.
-¡No lo sé amigo!-el locutor se encogió de hombros-¡Acompáñame quiero que veas algo!-<< ¿Esta torre no tiene fin?-se preguntó a sí mismo al ver como Hestengberg tocaba unos botones y una escalera, procedente de la zona alta de la sala, hacia acto de aparición delante suyo. Esta daba acceso a la parte interior de la parabólica, la zona más alta del satélite. Desde aquella altura, gracias a unos agujeros estratégicamente colocados, se podía ver casi toda la región. En el centro, apoyado sobre una caja de municiones, un viejo rifle francotirador. Gran John tenía pequeños orgasmos cada vez que veía un arma similar-¡Mira a tu alrededor!-dijo el locutor con voz tenue-¿Qué ves?
-¡La posibilidad de reventar cabezas con el rifle!-Gran John dejo escapar una gran risotada.
-¡A parte de eso amigo!
-¡Lo que llevo viendo desde que nací!-lamentó-¡Un paisaje hostil donde nada merece ser salvado!
-Amigo, en ese paisaje vive la amistad, vive el amor de una madre hacia sus hijos, vive el amor de un hombre hacia una mujer, o viceversa, o dos… bueno tú ya me entiendes. Hay gente buena ahí fuera que merece ser salvada y tener la esperanza de un futuro mejor.
-¡Para mí eso acabó hace mucho tiempo!-espetó John cabizbajo.
-¡Te equivocas una vez más!-Hestengberg, le dio la espada, agachándose para buscar algo en la caja de municiones-¡Toma!-gritó lanzándole una botella de cristal de color anaranjado-A ti te tocó ser el tipo duro-Gran John cogió la botella al vuelo. No podía creer lo que estaban viendo sus ojos. Tenía una botella de cerveza en sus manos, allí arriba en el quito coño del mundo-Un día recibirás una grata recompensa por todos tus esfuerzos. Ahora esto es lo que hay-él no estaba tan convencido como el locutor, pero ver el mundo con los ojos de su compañero, hacía que un ápice de esperanza creciera en su interior-¡Veamos qué tal te manejas con esta preciosidad!
-¿A qué quieres que le dispare?-preguntó mientras habría la cerveza con los dientes.
-No sé qué cojones es pero ahí abajo se mueve algo-Hestengberg señaló con un leve movimiento de cabeza. Gran John sin pensárselo dos veces, cogió el rifle y apuntó donde momentos antes había señalado el locutor. Al enfocar con la mira telescópica vio un grupo de hombres, soldados al parecer, parecidos a los descritos por Hestengberg en su mensaje radiofónico. Avanzaban lentamente intentando esconderse por los pequeños montículos de tierra y rocas. Desde lo alto del satélite podía verles perfectamente sin temor a ser descubierto, ya que los rayos del sol a aquellas horas del día incidían de tal manera sobre la superficie reflectante de la parabólica, que era prácticamente imposible que nadie les viera desde abajo.
-¿Son estos?-preguntó señalando la mira telescópica con el fin de que el locutor, se lo confirmara.
-¡Déjame ver!-dijo con algo de nerviosismo-¡Joder! ¡Sí! ¡Son ellos!
Gran John cogió de nuevo el rifle, al enfocar de nuevo, contó hasta cinco soldados. En ese momento le vino el recuerdo de la última vez que vio a sus amigos con vida, Potito aplastando abominaciones con sus poderosos puños y Glanius cortándolos en pedazos con su catana afilada, mientras él acababa con el resto desde la base con su cañón en la noche de la lluvia de luces. Una pequeña lágrima escapo de sus ojos, y con esta corriendo lentamente por su mejilla apretó el gatillo. El disparo sonó como si en aquel momento el mundo se hubiera quedado mudo << ¡Hasta cuando!-pensó>> momentos después, uno de los soldados yacía muerto en el suelo con la cabeza atravesada por la bala de su rifle. El resto del grupo buscó refugio entre la maleza del lugar. Gran John observaba como los soldados intentaban averiguar su posición, pero sabía de sobra que desde allí no le podían ver. Se tomó toda la paciencia del mundo en preparar el segundo disparo, y al igual que el primero tampoco falló. Detrás solo escuchaba la agitada respiración de Hestengberg, parecía asustado. Apoyó el rifle y tomó un gran trago de cerveza. Estaba caliente y el gas le haría soltar un eructo de competición de un momento a otro, pero por dios como echaba de menos aquel sabor.
Volvió a enfocar con la mira telescópica, solo quedaban tres. Uno de ellos disparaba sin mirar, escondido detrás de una roca. Gran John esperó y cuando tuvo la mano del soldado a la vista disparó y esta voló en mil pedazos. Los gritos de dolor eran tan fuertes, que tenía la sensación de que era el locutor quien le gritaba al oído. Aquello desconcertó a los otros dos soldados, acto que aprovechó para disparar dos veces más y acabar atravesando la armadura uno de ellos, aunque no fue suficiente para acabar con él.
-¡Necesito munición!-le susurró a su compañero. Hestengberg asintió con la cabeza y se dirigió rápidamente a la caja, mientras él tomaba otro largo trago de cerveza. Esta vez no pudo retener el eructo. Sonó como si estuviera hablándole su amigo Potito. El locutor de radio no pudo dejar escapar una tímida sonrisa, mientras corría de nuevo para surtirle de balas.
Con dos heridos desangrándose, era el momento de centrarse en el tercero y rematar la faena. Este había avanzado su posición respecto al resto, parecía haber descubierto su posición, pero a juzgar por la forma que tenía de cubrir los rayos del sol con la mano, continuaba sin poder verles. Cargó el rifle, apuntó y disparó de nuevo. La bala no alcanzó su objetivo, pero pasó tan cerca de la cara del soldado que le rasgo la mejilla derecha. Los gritos del soldado con la mano mutilada eran cada vez más débiles y dejaron paso a los del compañero de la mejilla rasgada. Gran John comenzaba a estar cansado de escuchar tanto gritó, así que disparó varias veces más y acabó con el sufrimiento de todos ellos.
-¡Creo que ya pasó todo!-dijo orgulloso de su cacería, sin dejar de vigilar con el rifle.
-¡Esperemos que sí!-respiró Hestengberg.
-¡Un momento!-gritó Gran John-¡Veo otro!-estaba muy lejos, demasiado para poder distinguir si era otro soldado. Era un hombre, de eso estaba completamente seguro, al fondo detrás del extraño parecía haber unas cruces un tanto raras << ¡Serán árboles secos!-pensó>>. Esperó unos minutos a que aquel tipo se acercara-¡Es un puto necrófago!-advirtió una vez tuvo al ser lo suficientemente cerca como para verle el rostro-A ver de qué pié cojea…-esta vez disparó a fallar. La bala impactó en el suelo, cerca del necrófago.
-¡No disparéis!-gritó el necrófago a pleno pulmón, mientras aguantaba en alto el cadáver de uno de los soldados, al parecer para protegerse-¡Vengo en son de paz!
-¿Acabo con él?-preguntó Gran John, mirando de reojo al locutor.
-¡No!-respondió bruscamente. Durante unos momentos el silencio los invadió, el necrófago avanzaba lentamente y Gran John daba el último sorbo a la cerveza-¡No vamos a matar a todo ser viviente que campe por aquí!
-¡Está bien!-suspiró-Tú hablaras con él, yo no le quitaré el ojo de encima. Y esto…-dijo dando unos toquecitos al cañón del francotirador-…me lo llevo. Si tenemos que protegernos de esos indeseables, cualquier arma será agradecida-colgó el rifle de su espalda y cargó con toda la munición que pudo-¡Bajemos a ver que nos ofrece tu amigo!

jueves, 13 de noviembre de 2014

CAPÍTULO XXXIX - EL ÚLTIMO ROCKERO



GRAN JOHN



Lugar nuevo de Átomo, Casas de la Cerda, Losa de Sapos, Torre Viciosa, La Cueva Negra, Granjas Largas, eran algunos de los poblados donde Gran John había buscado a Monique. El resto no los recordaba y tampoco intentaba hacerlo.
Días y días buscando aquella preciosa mujer del búnker Ghenova, aquella extraña mujer que la misma noche en que escaparon desapareció como por arte de magia sin dejar rastro alguno.
Estaba confundido, ya no sabía dónde buscar, había recorrido todos los poblados de la zona y ni rastro de ella. Era imposible que alguien que jamás había vivido en aquel mundo, pudiera desaparecer de aquella manera a no ser que un depredador la hubiera devorado.
Cada día que pasaba tenía menos esperanza en encontrarla, incluso había llegado a creer que todo era una paranoia fruto de los porros, pero al comprobar que el robot ya no le seguía y que tampoco tenía los collarines alrededor de sus tobillos, aquel pensamiento desapareció de su cabeza.
La tormenta de la tarde había obligado a Gran John a refugiarse en el bar de Chano. Durante su odisea por los pueblos cercanos descubrió que no había aldea sin bar. Un lugar de ocio para unos, negocio para otros y hogar de muchos. Aprendió que no eras nadie si no te conocían en los bares, así que lo tomó al pie de la letra y aunque frecuentaba mucho la mayoría de antros trataba de pasar desapercibido.
-¡Una cerveza!-pidió nada mas acercarse a la barra.
El dueño del local, un hombre con cara de cabreado al cual parecía no importarle lo más mínimo que las mesas estuvieran repletas de basura, negó con la cabeza señalándole los casquillos vacios que había esparcidos por todo el local.
Hacía días que no fumaba y el mono por encenderse un porro estaba irritando cada vez más su carácter. Para colmo en aquel antro parecía no haber ni gota de alcohol.
-¿María?
-Si quieres droga pregúntale al friky de la radio-espetó el camarero-lo encontrarás en el edificio lleno de antenas que hay a las afueras del pueblo.
Sin casi despedirse Gran John salió a toda velocidad de aquel antro, dirigiéndose a las afueras en busca de su dosis de María. El síndrome de abstinencia provocaba que no pudiera pensar con claridad, necesitaba fumar casi como el comer.
El edificio al que se refería el camarero fue fácil de encontrar. Aquella aldea no tendría más que una decena de casas, todas compitiendo por ver cuál era la más destartalada. Solo la pequeña torre con antenas se salvaba. Parecía una construcción anterior a la guerra, aunque las improvisadas antenas que cubrían la mayoría de la fachada habían sido claramente puestas después de la guerra.
En la puerta unos tipos raros vestidos con chaquetas de cuero y de pelo largo, bailaban al ritmo de una canción que le era familiar. En el suelo, un artilugio parecido a una emisora de radiofrecuencia emitía la música. Escuchando la melodía Gran John recordó que era la misma canción que sonaba por el altavoz del robot en aquella maldita gasolinera, aunque no recordaba el nombre.
-¿María?
-¡Tío pregúntale a Hestengberg!-respondió uno de los tipos de la entrada, señalando hacia el interior del edificio-Es el que pone las canciones. Sube, está arriba. Dile que vienes de Mis Partes.
Aquel tipejo parecía ir colocado hasta los huesos, el olor a porro delataba a todos los que estaban allí. Pero el buen ambiente que tenían entre ellos le confianza.
-¡Gracias tío!
En el interior solo había una escalera de hormigón en tal mal estado, que daba la sensación de poder derrumbarse en cualquier momento. Gran John se armó de valor y decidido por conseguir algo para fumar comenzó a ascender por la zona de los peldaños mas pegada a la pared, la cual parecía más segura que el resto.
Cuanto más se acercaba a la última planta, mas notaba el característico olor a María, similar al que desprendían los tipejos de la entrada.
Al final de la escalera, una puerta metálica abierta de par en par daba acceso a una pequeña sala.
-¡Tranquilo vaquero!-dijo quien parecía ser Hestengberg, levantando las manos nada mas percatarse de su presencia. Un hombre de pelo corto canoso y barba de pocos días. Vestía una camiseta blanca bastante sucia que marcaba su delgadez con unos pantalones vaqueros desgarrados.
La sala aparte de oler a porro, estaba repleta de emisoras de radio y ordenadores, si no fuera porque conocía muy bien los cuarteles del Ejército del Pueblo Libre, pensaría que estaba en uno de los puestos de mando.
-¿Que sitio es este?
-Esto chaval, es radio macuto. La radio del canuto. Única en toda la región-respondió alegremente el hombre. Reconocía aquella voz, era la misma que días atrás anunciaba la canción que escuchó en la gasolinera.
-¿Tu eres?
-El mismo que viste y calza-respondió sin dejar terminar la pregunta-Aunque todo el mundo me conoce como Hestengberg. Tú no eres de por la zona por lo que veo. ¿Qué haces por aquí forastero?
-¡La verdad que no lo sé!- Gran John se encogió de hombros-Ahora mismo buscaba alguien que tuviera algo para fumar y me dijeron que tu vendías.
-Compadre has venido al lugar ideal. Tengo la mejor mierda de toda la zona. Una calada de esta marihuana y pasaras todo el día colocado. Precisamente tenia uno por aquí a medio consumir- Hestengberg se giró hacia la mesa que tenia justo detrás suyo y buscando entre montones de discos viejos, encontró el nombrado porro al cual le quedaban unas cuantas caladas-¡Sírvase usted mismo!
Para Gran John la primera calada fue como quitarse a Potito de encima una de tantas veces cuando este sin previo aviso, saltaba encima de él aprovechando un momento de despiste. Aunque Gran John tenía fuerza suficiente para cargar con él, aquella bestia pesaba muchísimo, era como si le aplastaran la espalda con un mazo. Añoraba los tiempos pasados en los que salían los tres a patrullar juntos. ¿Dónde estarán? ¿Pececito habrá dado con ellos?
-Esto esta cojonudo- dijo mirando el porro, haciendo círculos con el humo, el mono casi había desaparecido por completo-¿Hace mucho que te dedicas a esto?
-¿A la radio?-preguntó Hestengberg refiriéndose a la pila de emisoras y ordenadores que tenía detrás de él Prácticamente desde que nací. Mi padre trabajaba en esta radio, el padre de mi padre también y según me conto mi padre, el padre de su padre fue el fundador de la radio.

-¿Y ganas mucho dinero con esto?-tanto padre lo había hecho un lio y ya no sabía quién era el fundador de la radio, pero quiso continuar escuchando su historia.
-Aquí dentro soy feliz y el rock hace felices a la gente que lo escucha. Lamentablemente...-el locutor de radio se encogió de hombros-...el paso de las guerras poco apoco han acabado con la mayoría de antenas y cada vez se escucha la radio en menos lugares.
-¿Y por eso vendes porros para sobrevivir?
-Esos son de mi cosecha propia, para el autoconsumo. Solo que siempre tengo excedentes para vendérselo a mis seguidores. Con esta mierda la música suena diferente.
-¡Pues tendré que hacerme seguidor tuyo!-sonrió. Hestengberg se quedó mirándolo con cara rara, acto que no le inspiró confianza alguna.
-¿Tu eres soldado del Ejercito del Pueblo Libre verdad?-pregunto el locutor señalando con el dedo.
<< ¡Mierda el uniforme me delata!-se dijo a sí mismo-¿Pero qué mierda le importa a este de donde sea yo? ¿Querrá hacerme una ficha de socio o qué?>>
-Pertenecía...-respondió en voz baja-Su política de actuación frente algunos casos, no coincidía con mi política. Así que decidí abandonar el ejército.
-¡Vamos que saliste por patas granuja!-dijo Hestengberg en medio de una amplia sonrisa-¡Ven quiero que veas algo!- el hombre echó mano de un montón de papeles que tenía situado en una de las mesas, donde al parecer había algo escrito. Gran John siempre había tenido dificultades para leer, solo esperaba que aquel tipo le contara lo que había escrito en los documentos.
-¿Qué es esto?- quiso mostrar interés, ya no quedaba porro, tanto hablar había hecho que se lo fumara entero sin darse cuenta, aunque parecía que a Hestengberg no le importaba. <<Igual con suerte se lía otro>>
-Esto son conversaciones que he podido escuchar con los aparatos de radiofrecuencia, transcritas a estos papeles-el semblante del locutor cambio por completo, estaba serio a más no poder. Aquello le pareció extraño- Últimamente la señal que recibimos es bastante débil, creo que el repetidor que utilizamos ha sido dañado por algún motivo. El caso es que antes de que esto ocurriera, recibimos una señal de socorro procedente de los pueblos situados más al sur de la región. Hablaba acerca de un nuevo ejército bien armado que saquea las casas y esclaviza a los supervivientes. Según la comunicación la mayoría de pueblos han sucumbido ante el poder de este grupo y pocos son los que aun resisten el azote de sus batallones. Tengo la sensación de que su próximo objetivo somos nosotros y todos los pueblos vecinos.
-¿Y qué se puede hacer al respecto?- interrumpió, aquello no le daba buena espina. ¿Un ejército peor que lo ya conocido? ¡Imposible!
-Hay que enviar un mensaje para pedir apoyo a tu antiguo ejército y a la Hermandad del Rayo. Quizás sea demasiado tarde para nosotros, pero que al menos el resto pueda salvarse.
-¿Que el ejercito de Pececito nos apoye sin pagar nada a cambio?-espetó Gran John-¡Tu flipas! Con suerte se salvaran ellos el culo, son demasiado arrogantes como para hacer algo por los demás.
-Al menos hay que intentarlo-sugirió Hestengberg.
-¿Y qué sugieres?
-Lo primero ir donde está el repetidor para comprobar que ha pasado y si se puede reparar. Acompáñame para protegerme frente a posibles amenazas y no te volverá a faltar un porro en tu vida. ¿Qué dices a eso?
<<Es una buena oferta-se detuvo unos momentos a pensar-No tengo nada mejor que hacer y este chalado necesita mi ayuda. No creo que los colgados de la entrada sepan disparar un arma. Si es verdad lo que dice este tipo, estamos ante un gran aprieto. La vida es una mierda, pero cualquier acción puede contribuir a mejorarla>>
-¡Esta bien!-fue la respuesta Gran John a la oferta del locutor-¡Acepto la oferta!
-No me esperaba menos de ti-Hestengberg respiró profundamente- Espera que ponga una sesión continua y nos ponemos manos a la obra. ¡No hay tiempo que perder!

sábado, 28 de junio de 2014

CAPÍTULO XXIX - VOLARÉ


TRAISA



No pudo pegar ojo en toda la noche. La guerra no terminó cuando el sargento Campos consiguió aterrizar el pájaro en la azotea de la base de la Hermandad. Traisa observó como decenas, quizás centenares de personas heridas y otras tantas fallecidas por las calles de Penélope lo confirmaban. Eran los únicos derrotados, gente que luchaba día a día por buscar algo de comida que llevarse a la boca o un chute de cualquier mierda para ponerse y olvidarse de aquel infierno. La población más débil que no tenía un techo donde dormir, esclavos de antepasados que no supieron arreglar sus diferencias de forma civilizada.

Traisa lo sabía muy bien, horas y horas leyendo manuscritos, libros de historia incompletos, destrozados por el paso del tiempo o las guerras pasadas, por más que leyera todos llegaban a la misma conclusión. Esta quedó en evidencia después de la batalla entre la Hermandad del Rayo y el Ejército del Pueblo Libre.

Los medicamentos empezaban a escasear, Traisa sujetaba fuertemente con su mano izquierda una jeringa cargada de metacodeína un derivado opiáceo bastante potente. Se debatía entre meterse ella mismo el chute o reservarla para algún paciente que lo necesitara.

Seguramente habría muchas personas que lo necesitaran más que ella y el medicamento comenzaba a escasear, pero Traisa comenzaba a sentir como el agotamiento se apoderaba de todo su cuerpo, un chute la ayudaría a conseguir fuerzas para seguir con su labor sin desfallecer en el intento.

Sin pensarlo dos veces cambió de mano la jeringa y se pinchó ella misma en el brazo izquierdo. Conforme la metacodeína penetraba en sus venas notaba como todos sus sentidos se despertaban. Su corazón latía con más fuerza como si quisiera salirse del su pecho y aquello, le incomodaba.

El improvisado campamento de primeros auxilios donde Traisa trabajó toda la noche y parte de la mañana, aguantó hasta que los medicamentos terminaron. Muchas fueron las personas que recibieron asistencia otra sin embargo no tuvieron tanta suerte.

Traisa imaginaba que aquello había sido una obra del general Sejo para ganar popularidad entre los supervivientes de Penélope. Estaba completamente segura de que no se habían utilizado todos los medicamentos disponibles en la base y que aquello había sido básicamente una estrategia para limpiarle la cara a la Hermandad del Rayo después de lo acontecido.

-¡Guapa es hora de volver!-dijo Benito, un chico joven de cuerpo atlético, que aun no pertenecía a ningún grupo de la Hermandad pero que solía participar en muchas de las tareas que no requerían de presencia militar. Siempre se dirigía a Traisa llamándola guapa y con una sonrisa.

De regreso al Odín observó como el pájaro estaba aparcado en la azotea de la base. Los rayos del sol rebotaban en la pintura negra metalizada de la nave creando un efecto dorado en la coraza de la misma.

<< ¡Es bonito y terrible a la vez!>>, pensó Traisa al verlo.

Tenía unas locas ganas de acostarse en su cama, pero dentro de la base aun le esperaba una última tarea. Debía de echar un último vistazo a Poli antes de irse a dormir. Ni Jacq ni Acero habían vuelto y el estado de la muchacha empeoraba a cada día.

No hizo falta llegar hasta la sala para comprobar que algo iba mal. Se escuchaban gritos desgarradores por todo el pasillo, procedentes de la sala de curas.

Traisa asustada se apresuró en llegar al origen de los gritos, seguida por Benito. Este tenía la cara tan blanca que podía confundírsele con el color de las paredes de la enfermería, aunque al resto de compañeros que patrullaban por los pasillos de la base parecía no importarles lo más mínimo que alguien estuviera sufriendo delante de sus narices.

-¡Deja de pincharme gilipolleces y dame algo fuerte cubo de basura andante!-gritaba Poli al doctor Robot retorciéndose del dolor en su cama.

-¿Qué te pasa niña?-pregunto Traisa intentando calmar a la mujer.

-¿Que que me pasa?-protestó-¡Siento como si me estuvieran aplastando el pecho con un objeto muy pesado eso es lo que me pasa!

-¡Informe!-ordenó Traisa al doctor Robot que tenia monitorizada a Poli en todo momento.

-El paciente ha sufrido un empeoramiento repentino, arritmias constantes, probabilidad superior al ochenta por ciento de sufrir muerte súbita, síndrome conocido como Wolff Parkinson White- el nuevo diagnóstico del doctor Robot dejó a Traisa petrificada. No quedaba tiempo para reaccionar, aquella mujer estaba condenada a la muerte. <<Lo único que puedo hacer es sedarla, así dejará de sufrir>>. Cogió uno de los frascos que contenía Zopoclone un sedante sintetizado por el doctor Robot, lo introdujo en uno de los compartimentos que el androide utilizaba para administrar medicamentos. Una vez montada la dosis el doctor Robot pinchó a Poli que pareció no notar la aguja, poco a poco fue bajando los parpados hasta quedarse dormida.

-¡La muerte es un contrato al cual no podemos renunciar!- gracias a las palabras de su compañero Benito una retorcida idea le vino a la cabeza. Necesitaría ayuda de alguien que supiera pilotar el pájaro, tomarlo prestado y trasladar a Poli hasta la coordenada donde le dijo a Acero que mandara a Jacq, y sobre todo, esperar un golpe de fortuna y encontrar el supuesto búnker con el material necesario para llevar a cabo el trasplante.

Tendría que actuar con rapidez y cautela, un mal paso podría suponer el calabozo.

-¡Benito necesito tu ayuda!- Benito era de las pocas personas en las que Traisa confiaba ciegamente.

-¿Que tienes en mente guapa?-preguntó el muchacho, aunque por su expresión sabia que dentro de la cabeza de Traisa se estaba cociendo algo.

-¿Conoces a alguien de confianza que sepa pilotar el trasto ese que tenemos aparcado en la azotea?

-¡Yo mismo!-la respuesta sorprendió a Traisa-¡He dado algunas clases con el simulador pero aun estoy muy verde! ¿No estarás pensando en robar el pájaro y trasladar a esta muchacha?

-No lo voy a robar, solo lo voy a tomar prestado- sonrió, algo que no pareció convencer a Benito.

-El general Sejo no lo va a permitir-Benito se encogió de hombros.

El muchacho tenía razón, pero la idea que Traisa tenía en mente era utilizar el pájaro sin que nadie se enterara.

-Lo haremos por la noche, es cuando menos guardias hay. Esperemos que la pobre aguante.

-¿Haremos por la noche el que? ¿No estarás pensando en robarlo?-preguntó Benito que parecía no dar crédito a lo que Traisa le proponía.

-No te voy a obligar a hacer nada guapo. Consígueme alguien que pilote por ti. Aprovecharemos la oscuridad de la noche para colarnos en el pájaro y llevárnoslo prestado.

-¡Te ayudaré, pilotaré, pero si fracasamos y nos arrestan diré que me obligaste!

-¡Esta bien! ¡Confío en que lo harás!- sabía que Benito nunca la delataría, era como el hermano pequeño que nunca tuvo-Nos reuniremos aquí cuando las luces del Odín se iluminen.

Benito asintió con la cabeza y rápidamente salió de la sala. La metacodeína parecía hacerle fluir las ideas, sin saber cómo había dado con el plan perfecto. El sargento Campos siempre coqueteaba con ella, pero Traisa no se sentía atraída por él y le daba largas. Podría aprovecharse de los sentimientos que el sargento tenía hacia ella y obligarle a darle un paseo romántico con la nave.

Se tumbó en su cama con la intención de dormirse hasta la hora convenida con Benito, pero los nervios no dejaron a Traisa pegar ojo.

Las primeras luces cobraban vida en los edificios del Odín, el sol agotaba sus últimos momentos de vida dejando a su paso la oscuridad de la noche.

Traisa se dirigía con paso firme hacia la sala de curas. Al acceder comprobó que Benito la estaba esperando, sentado en la cama paralela a la de Poli, esta dormía plácidamente a causa del sedante que le suministró el doctor Robot horas antes.

-¡Benito!-saludó al ver al muchacho. Parecía nervioso, sin duda la tarea de conducir el pájaro le estaba mermando la moral-¡No te preocupes, he conseguido un piloto mucho más experimentado que tú!-las palabras de Traisa parecieron calmar a Benito.

-¿Cual es el plan?- pregunto el muchacho.

-Coge a Poli, envuélvela en una manta y aprovecha el cambio de guardia para llevártela a la nave. Asegúrate de que sea lo más parecida posible a un saco de patatas-Benito prestaba atención a cada palabra de Traisa-No creo que tengas problema, si te preguntan di que vas al almacén. Espérame escondido en la nave y no te muevas hasta que yo llegue.

Pese a su juventud Benito era corpulento y fuerte, no le supondría problema alguno cargar el solo con Poli.

Una parte del plan estaba en marcha, ahora Traisa debía encontrar al sargento Campos. Se dirigió hacia la habitación donde se suponía dormía Campos con el resto de integrantes de su escuadrón.

Al llegar no encontró más que un hedor a pies sudados y al soldado Mompo dándose placer a sí mismo.

-¡Joder tía llama antes de entrar!- la cara del soldado tornó de color como las guindillas al percatarse de la presencia de Traisa. Rápidamente se tapó el miembro con una revista rota que tenía cerca encima de una mesa de metal.

-¿Cómo voy a llamar si la puerta estaba abierta?- Traisa no podía aguantar la risa y el soldado se ponía mas rojo por momentos-¿Sabes donde esta Campos?

-¡Se ha ido a tomar unas cervezas a la azotea! ¡Ahora lárgate de aquí!- protestó Mompo señalándole la puerta.

Si realmente el sargento se encontraba en la azotea tenía mucho camino recorrido, por el contrario si estaba vigilando el pájaro Benito tendría serios problemas para esconderse con Poli a cuestas en la nave.

De camino al ascensor Traisa no podía quitarse de la cabeza al soldado Mompo masturbándose con aquella sucia revista encima de sus partes para que no le vieran. Le pareció cuanto menos asqueroso pero a la vez la cara de susto del soldado le resultó muy chistosa.

Al salir a la azotea miró a un lado y a otro. A su derecha estaba el pájaro, la luz procedente de los casinos del Odín se reflejaba en la coraza negra que la recubría dándole un aspecto un tanto psicodélico. No había rastro del sargento ni de Benito, tampoco de ningún guardia, debía ser la hora del cambio de turno. <<Quizás esté dentro de la nave, mal asunto...>>, pensó al ver que Campos no se encontraba por los alrededores del pájaro.

Como no había nadie vigilando Traisa decidió mirar dentro de la nave. La puerta estaba abierta;

-¿Hola?-grito, solo el eco de las paredes del interior del pájaro respondieron levemente.

-¿Impresionada?-la voz que habló por detrás a Traisa le causo tal susto que dio un pequeño salto con tan mala fortuna que su cabeza impacto con el techo de la nave. Reconocía aquella voz, era inconfundible, se trataba del sargento Campos.

-¡Macho un poco mas y me matas del susto!-respondió dándose la vuelta a la vez que se frotaba la cabeza para aliviar el coscorrón.

-¿Qué haces tú por aquí?-Campos parecía sorprendido al verla. Aunque por otra parte siempre ponía la misma cara cuando se encontraban cara a cara.

<<Comienza la actuación>>

-¡Te estaba buscando guapo!

-¿Y eso?- pregunto Campos con los ojos abiertos como platos

-A veces una mujer necesita un poco de esto-respondió Traisa dándole un pequeño pero intenso apretón en las partes intimas.

-Bu...bu...bueno n...no m...m...me lo ess...p...eraba- dijo Campos balbuceando. Traisa notaba como el miembro del sargento se endurecía por momentos.

-¿Qué te parece si tu yo y este aparato que tengo detrás nos damos una vuelta y nos alejamos a un lugar más intimo?-lanzó la pregunta trampa sin dejar de manosearle la poya.

-¡Esta bi...bi...bi...en!-al escuchar las palabras deseadas Traisa soltó de inmediato el miembro del sargento-¡Rápido sube al pájaro, yo tengo permiso pero tú no y si te ven nos meteremos en un buen lio!

<<Hombres, les tocas un poco los huevecillos y se convierten en tus esclavos>>

Una vez en el interior de la nave Traisa volvió la vista hacia la parte trasera para comprobar si Benito había podido acceder con Poli. Le fue fácil encontrar la sabana donde el muchacho había escondido a Poli y a el mismo haciendo una pequeña señal con el pulgar dando a entender que todo iba según lo previsto.

-¿Que miras?- pregunto Campos. Por la cara en que la miraba parecía extrañado.

-Nada guapo, solo es que nunca había visto uno de estos-respondió Traisa brindándole una cálida sonrisa.

El sargento comenzó a tocar botones y palanquitas en aquel extraño cuadro de control que había a la derecha del volante. La luna delantera presentaba una pequeña grieta que dificultaba un poco la visibilidad al exterior por la zona donde Traisa estaba sentada, síntoma de algún impacto durante la batalla o quizás algún insecto con mala suerte.

Campos tiró del volante hacia atrás, la nave comenzó a elevarse lentamente bailando una armoniosa melodía en el aire. Traisa miró hacia abajo y observó la imagen más bonita de toda su vida. Estaban a bastante altura, entre el cielo y la tierra. A sus pies los edificios iluminados del Odín eran diminutos, la gente transitando por las calles de Penélope hormiguitas, pero nunca había visto tanta vida en aquel lugar. Al alzar la vista las estrellas brillaban con más intensidad que nunca. Desde luego habría sido un momento mágico si el piloto fuera otra persona.

Poco tiempo pasó desde el despegue hasta que se alejaron de las murallas de Penélope, Traisa acariciaba suavemente la pistola de plasma que escondió en la pernera derecha de su pantalón, antes de salir de su habitación la tarde anterior. Rápidamente desenfundo el arma y apuntó al sargento Campos que conducía sin rumbo definido el pájaro, ajeno a lo que pasaba a su alrededor.

-¡Benito sal!- gritó, Campos giró la cabeza inmediatamente después de escuchar nombrar a Benito. El semblante del sargento cambió radicalmente al percatarse de la situación.

-¡Baja eso o nos mataremos!-amenazó con semblante serio.

-¡Si quieres seguir viviendo harás lo que yo te diga!-Traisa respondió con otra amenaza.

Benito salió tímidamente de su escondite con Poli aun enrollada con la sabana a cuestas. La sentó cuidadosamente en uno de los asientos traseros de la nave.

-¿Ves esa mujer?- Traisa quiso que Campos mirara a Poli, pero este no movió la cabeza en ningún momento, solo se dedicó a mirar al frente y centrarse en pilotar-¡Se está muriendo!

-¿Y eso es motivo para secuestrar el pájaro? ¿Acaso su último deseo era volar?- a cada palabra que el sargento Campos soltaba por su boca era más irónica que la anterior, se notaba que le importaba una mierda lo que le pasara a los demás.

-¡Necesito que nos lleves a estas coordenadas!- Traisa le tiró un reloj similar al que días antes le había prestado a Acero con la localización exacta de las coordenadas donde perdieron la pista al robot.

-¿Y si no quiero?- las amenazas por parte del sargento no cesaban, pero Traisa no iba a desistir, debía ser más convincente que Campos.

-¡Morirás! Ella está muerta sino recibe tratamiento de inmediato y a mi... creo que ya he vivido lo suficiente, lo siento por Benito- dejo escapar una sonrisa que sonó a maldad. << ¡Yo tengo el poder capullo!>>

Benito quedó boquiabierto al escuchar las amenazas de Traisa mientras Campos cabizbajo ponía rumbo en la dirección que marcaban las coordenadas del reloj.

Los momentos posteriores antes de llegar a su destino pasaron sin mediar palabra. Existía tal tensión en el ambiente que se podía cortar con un cuchillo. Traisa no dejaba de apuntar firmemente a la cabeza de Campos, Benito se dedicaba a mirar por la ventana intentando prestar la menor atención a la situación.

Al igual que el despegue el aterrizaje fue suave. Traisa se apresuró en salir al exterior.

-¿Y ahora qué?-protestó Campos desde los adentros de la nave.

-Cuando encontremos la entrada te dejare marchar- respondió Traisa que no dejaba de apuntar con la pistola aunque estuviera lejos de la nave. Enfrente suyo una especie de cueva abría paso al interior de la montaña, la oscuridad no dejaba ver si era el tan ansiado acceso al bunker, tendría que adentrarse si quería verlo con más claridad -¡Benito sal, trae a Poli creo que he encontrado la entrada!

Benito cargó con la mujer que parecía un muñeco de trapo más que una persona, salió cuidadosamente del pájaro.

Un rayo similar al de un arma de energía apareció de la nada, la cabeza de Benito desapareció en medio de una horrorosa explosión de sesos, el cuerpo sin vida del muchacho se desplomó en el suelo arrastrando con él la sabana que cubría a Poli. El cuerpo de esta quedo tendido encima de Benito, manchándose de la sangre que brotaba del cuello sin cabeza del joven muchacho.

-¡Benitooo!- Traisa corrió rápidamente hacia Benito y Poli sin preocuparse lo más mínimo de la procedencia del disparo. El corazón le latía a toda velocidad, en su carrera dejó caer la pistola.

Al llegar intentó apartar el cuerpo de la mujer de su amigo Benito. Sintió un golpe en su cabeza y la oscuridad más absoluta se apoderó de todo lo que alcanzaban a ver sus ojos.