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miércoles, 28 de octubre de 2015

CAPÍTULO IL – EL TABERNERO SIGUE BORRACHO





HUETER




No sonó otro disparo, en aquel lugar solo se escuchaba la tímida brisa meciendo los secos matorrales que había por doquier. Hueter sin pensarlo dos veces, cogió una de las armas que sujetaba uno de los fiambres del suelo. Una metralleta bastante peculiar y al parecer con una potencia de fuego considerable. Buscó por los alrededores algún lugar donde ponerse a cubierto, pero viendo la suerte que habían corrido los soldados que yacían abatidos delante de él, no parecía que aquello fuese tarea fácil.
El miedo se apoderó de su cuerpo, decidió esperar allí, agazapado, cubriéndose con el cuerpo de uno de los soldados caídos. De repente, la puerta de la torre más cercana se abrió.
-¡Tú cadáver con patas!-gritó un hombre asomándose a la puerta-¡Ven, no queremos hacerte daño!
Por experiencia, Hueter sabía que cuando alguien pronunciaba esas mismas palabras, quería decir justamente todo lo contrario, así que rápidamente soltó el cadáver y salió corriendo a toda velocidad para huir de aquel lugar. Su carrera, pronto se vio interrumpida por una bala que impactó en el suelo, entre sus pies;
-¡Si quieres vivir será mejor que obedezcas saco de huesos!-dijo otro hombre, Hueter se dio la vuelta lentamente con los brazos en alto, pero sin soltar el arma. Una vez de frente a la torre, observó que desde una pasarela situada a en la zona media de esta, un hombre alto y corpulento no dejaba de apuntarle con un rifle francotirador. Si era buen tirador, que al parecer lo era, solo había que ver la masacre de soldados al otro lado, no fallaría desde aquella distancia.
-¿Quieres dejar de hacer el gilipollas y venir?-rogó el hombre de la puerta. Hueter reconoció la voz de aquel hombre, era el zumbado que todos los días se dedicaba a poner música rock en la radio, a menudo se preguntaba desde donde emitiría los programas y parece ser que ahora lo acababa de descubrir. En ese momento, el miedo desapareció, bajó la guardia y obedeció al locutor de radio-¡Que tozudo eres amigo!
-¡Gracias!-Hueter recordaba cuantas solitarias y deprimentes noches en vela, había superado gracias a los programas de música de aquel hombre acompañados de una botella de Whisky-¡Tu música me salvo la vida!
-¡Y hoy te he salvado de la bala que el cazurro de arriba tenía intención de meterte entre tus ausentes cejas!-bromeó el locutor-Soy Hestengberg, aunque creo que ya me conoces y el locuaz de arriba es Gran John.
-¿Qué coño ha pasado aquí?-preguntó Hueter con timidez-¿Quiénes eran esos de ahí atrás?
-Soldados del ejército de la Pena del Alba.
-¿El ejército de la Penque?-aquello le sonaba raro, nunca había escuchado el nombre de dicho grupo.
-Maleantes, bien organizados y numerosos. Negreros que han venido desde el sur, con no muy buenas intenciones-respondió Hestengberg encogiéndose de hombros.
-¡Mal asunto!-lamentó Hueter-Si no teníamos suficiente con los Trajes Grises ahora esto...
-¿Los Trajes Grises?-interrumpió el locutor-Esos ya son historia. Los otros acabaron con ellos de un plumazo. Ven-hizo un gesto de aproximación con su mano izquierda-subamos con Gran John, tenemos asuntos que tratar.
De un portazo Hestengberg cerró aquel lugar a cal y canto, cruzó la puerta con una fuerte barra de metal dejando ésta prácticamente inaccesible desde el exterior. Tranquilamente y con la cabeza agachada, el locutor comenzó a ascender por las destartaladas escaleras que daban acceso a donde se encontraba el francotirador. Allí arriba, les esperaba Gran John, con un porro en la boca, soltando humo cual chimenea. Hueter conocía de sobra aquel hombre, lo había visto muchas veces en su taberna, siempre acompañado por el tipo de pelo largo y el supermutante al que apodaban Potito.
-¡Dichosos los ojos que te ven!-dijo Gran John nada más verle, al parecer el también le reconocía-¡No te había reconocido sin la botella en la mano!
-¿Os conocéis?-preguntó Hestengberg, al parecer un tanto confundido.
-Antaño regentaba una taberna al norte de aquí...
-Un cuchitril en toda regla-bromeó Gran John.
-Este capullo y sus secuaces, vinieron muchas veces a cobrar el impuesto de su jefazo, pero siempre volvían borrachos y con las manos vacías... je... je... je...-Hueter nunca aceptó hacer el pago por la protección del Ejército del Pueblo Libre, pero siempre la conseguía emborrachando a los soldados con su Whisky. Estos a cambio del festival de alcohol, hacían la vista gorda y muchas veces eran ellos mismos quienes pagaban la protección del bar. Hueter era un perro muy viejo y al trueque no había quien le ganara, casi todo el alcohol que vendía en su taberna era de fabricación propia y el coste de producción muy barato, negocio redondo aunque clientela escasa y mal pagadora-¿Qué haces aquí? ¿Donde están tus compañeros?
-Es una historia muy larga la verdad-lamentó Gran John-pero consideremos que ya no formo parte del ejército de Pececito-a Hueter le extrañó muchísimo la respuesta de Gran John. Era casi imposible dejar el Ejército del Pueblo Libre con vida, algo muy gordo debía haber pasado para que aquel grandullón lo consiguiera-¿Había alguien más contigo ahí fuera?
-¡Solo yo y el montón de fiambres!-explicó Hueter-Aunque un poco más atrás-recordó a Neil y sus compañeros clavados en aquellas horribles cruces-encontré a personas moribundas, crucificadas boca abajo. No tuve más remedio que aliviarles el sufrimiento.
-¡Las cruces invertidas!-interrumpió el locutor-Escuché hablar de ellas a los lugareños de otros poblados a través de las emisoras. Los crucifican boca abajo, y luego les atraviesan con un palo que les meten por el...
-¡Por dios cállate ya!-gritó John interrumpiendo las explicaciones de Hestengberg-¡No necesitamos tanto detalle!
-¡Perdón!-dijo el locutor dejando escapar una tímida sonrisa.
-Será mejor que nos encarguemos de recoger todas las armas y munición de entre los soldados de ahí fuera, aunque veo que nuestro amigo ya se ha servido bien.
-¿Esto?-preguntó Hueter en contestación a las explicaciones de Gran John-Solo cogí el arma visto el recibimiento que me disteis. Ni siquiera sé si funciona o tiene munición.
-Está bien, salgamos. Pronto anochecerá y será mejor que acabemos esto cuanto antes-no sabemos cuánto tardaran en volver esos mal nacidos-ordenó Hestengberg señalando la puerta de acceso a la torre en la parte inferior de esta.
Antes de emprender la excursión en busca de armas y munición, Gran John inspeccionó de nuevo en los alrededores de la torre desde la zona media de esta, para asegurarse que no había ninguna amenaza animal o humana que les pudiera poner en peligro. Una vez asegurada la zona, salieron de las instalaciones hacia el lugar donde yacían los cuerpos sin vida de los soldados.
-¡Con lo bien equipados que iban y lo rápido que cayeron estos capullos!-bromeó el locutor. A decir verdad las palabras de este iban cargadas de razón, los soldados llevaban consigo bastante munición y varias armas, pistolas, metralletas y un francotirador con mira telescópica digital. Muy buen tirador debía ser Gran John, como para haber acabado con semejante grupo viendo la mierda de rifle que llevaba colgando de sus anchas espaldas.
-¿En serio hiciste tu todo esto?-preguntó Hueter alucinando al ver la masacre.
-Tuve la inmensa ventaja de estar en la parte superior, donde la antena-respondió Gran John, señalando la torre de comunicaciones-el factor sorpresa y la altura hicieron el resto.
-Entiendo...
-¿Que paso después? Muchas veces nos has contado como viviste el principio de la guerra, pero jamás se supo que pasó después-comentó Gran John. Hueter contaba una y otra vez a los parroquianos de su taberna, como comenzó todo. Lo había contado tantas veces que lo repetía tal cual con las mismas palabras.
-¡Es una historia muy larga!-respondió. Desde que se convirtió en necrófago, Hueter pasó la mayor parte de su vida intentando olvidar lo que ocurrió los días posteriores a su huida del garaje, pero era algo difícilmente olvidable, mucho peor que el haberse convertido en el engendro que era ahora, y por mucho que quisiera enterrarlo siempre había algún curioso que se lo recordaba con las mismas palabras que lo había hecho Gran John.
-Tranquilo, tenemos toda la noche por delante. Te escucho-comentó el ex soldado del Ejército del Pueblo Libre, mientras cargaba armas en su brazo izquierdo.
-La verdad que si no lo he contado antes, es porque no me gusta hablar de ello-Hueter se encogió de hombros-Como veis me convertí en necrófago, pero ese no fue el peor de mis males.
-No soy psicólogo ni nada por el estilo-explicó el locutor-pero según dicen las malas lenguas, el exteriorizar tus males puede provocar que estos desaparezcan. Solo son chorradas que dicen los viejos del pueblo, pero visto está que llevártelo a la tumba no es la solución.
-¡Quizás esa sea la solución!-respondió tajantemente Hueter-Al fin y al cabo he vivido demasiado ¿Qué sentido tener una vida vacía y tan larga?
-Quizás tengas razón en eso, pero también quizás la historia no debe morir contigo y quizás, valga la redundancia, ese sea tu cometido en este mundo, escribir la historia para que generaciones futuras no cometan los errores del pasado-comentó Hestengberg. Dejaron los cadáveres prácticamente en cueros, cargaron con todo lo que llevaban encima los soldados y volvieron a la torre de comunicaciones.
-¡Eso decían cuando yo iba al colegio!-dijo Hueter con algo de dificultad, tenía tantas corazas cargadas en su espalda, que parecía un burro de carga de las caravanas comerciales-¡Pero visto está que los profesores se equivocaron!
-¿Pero que tu tenias de eso?-bromeó Gran John.
-¡Te propongo un trato!-expuso el locutor-cuéntanos que pasó y no te faltará alcohol en la noche de hoy.
Seguramente, el apestoso aliento a Whisky que emanaba de la boca de Hueter alcanzó a Hestengberg y por eso tan repentina proposición. Su ya de por si halitosis crónica que le produjo el convertirse en necrófago, se veía severamente agravada cada vez que probaba el alcohol, Hueter apenas podía oler cosas al carecer de fosas nasales, pero nunca le habían faltado personas a su alrededor poniendo caras raras cada vez que el abría la boca. Era como su sello personal, pero después de tanto tiempo aquello era algo insignificante para él, al fin y al cabo Hueter no tenía que sufrirse a sí mismo.
-¿Y quién te ha dicho a ti que vaya a quedarme aquí esta noche?-no entraban en sus planes el quedarse allí acompañando a aquellos tipejos, solo quería volver a su poblado y reabrir de nuevo la taberna, después de fracasar en su misión, aquella que le encomendó la zorra de la pensión, era lo único que le quedaba y quizás ya ni eso. Pero Hueter andaba un tanto desorientado por aquellos lares y aunque tenía la intuición de que este lo estaría situado al norte, tampoco sabía muy bien qué dirección tomar para llegar sano y salvo.
-¡Está claro que no tienes a donde ir!-comentó Hestengberg-Aprovecha y disfruta de la compañía que alguien te ofrece mientras puedas. No hay nada más triste que vivir solo, o morir solo.
El locutor de radio había dado de lleno en el clavo. Quedarse solo era algo que aterraba a Hueter, incluso antes de la guerra, quizás la propuesta de este no fuera tan mala, alcohol y compañía, dos viejos conocidos a los que Hueter apreciaba en exceso.
-¡Está bien!-suspiró-Ahógame en alcohol y quizás te presente a los fantasmas de mi pasado que tanto tiempo llevan atormentándome.
-¡Acepto el trato!-exclamó Hestengberg, mientras se calzaba una de las corazas. Gran John hacía lo propio con otra de las mismas, pero estas eran demasiado pequeñas para él, con lo que finalmente tuvo que desistir. En su lugar se apropió de tantas armas como pudo. Hueter no entendía muy bien que estaba pasando allí, pero siempre era mejor ir bien equipado a no llevar nada, por lo que decidió seguir el ejemplo del locutor y el soldado-No sé si volverán mas indeseables como los de ahí fuera. Pero debemos asegurar que el mensaje se repita el mayor tiempo posible para que llegue al mayor número de habitantes de la región. Ir subiendo, ahora os alcanzo.
-¡Sígueme!-ordenó Gran John, haciendo un pequeño gesto con su mano izquierda-¡Te lo contaré por el camino!
-¡Soy todo oídos!-dijo Hueter, mientras terminaba de ajustarse la coraza blanca.
-Aquí nuestro presentador de radio cree que van a venir más soldados como los de ahí fuera para hacerse con el control de las instalaciones-explicó Gran John. Hueter tenía la sensación que se perdió algo muy gordo el tiempo que pasó en el campamento de la Orden de San Juan. ¿Un ejército nuevo del que no había oído hablar? Estaba de sobra acostumbrado a tratar con malhechores, pero estos parecían ser algo mucho más serio.
Hestengberg quedó rezagado buscando algo en el interior de los armarios de la planta baja, Hueter seguía de cerca a Gran John, que subía por las escaleras apoyándose con su mano izquierda en la pared. Conforme avanzaba la tarde el sol perdía fuerza, y la oscuridad comenzaba a apoderarse de aquel lugar.
-¿Y quiénes son esos?-preguntó sin titubear.
-No tengo el gusto de conocerles, solo de dispararles-espetó el soldado entre leves jadeos-Hestengberg podrá contarte más de ellos. Por lo que sé no son trigo limpio y hay que andarse con mucho ojo, por eso, hemos enviado un mensaje por la radio para alertar a la gente y que puedan ponerse a salvo.
Pasaron unos cuantos tramos y escaleras improvisadas en bastantes malas condiciones, antes de llegar a la parte superior de la antena. Allí arriba Hueter se encontró con una azotea en forma de cuenco. Reconocía aquel lugar, era tecnología pre-guerra. En el antiguo mundo, cuando Hueter era joven, todo era inalámbrico, y los satélites eran los encargados de hacer aquella magia posible.
Gran John no tardó en dejar todas las armas que había cargado en el suelo, al lado de la trampilla por donde habían accedido. La altura de aquel sitio y los agujeros estratégicamente situados por la superficie de la antena, ofrecían una panorámica perfecta a la luz del día, pero por la noche la historia cambiaría mucho. Al rato, el locutor apareció por la trampilla de acceso, cargado con varias botellas llenas de lo que parecía ser licor.
-¡Seguramente no sea tan bueno como el tuyo!-bromeó el soldado-¡Pero algo es algo!
-¡Sírvase usted primero!-dijo el locutor ofreciéndole una de las botellas con una amplia sonrisa dibujada en su rostro. Hueter cogió la botella con fuerza, la abrió con recelo, como si fuera la última botella del mundo y acto seguido le dio un buen trago. Tenía un sabor fuerte y amargo, no era Whisky, era Sitrang y no precisamente del flojo-¿Rico el brebaje eh?
Todos sin excepción bebieron de la botella, Gran John liaba con sus gordos dedos un cigarro de gran tamaño, seguramente un canuto << ¡La noche se pone interesante!-pensó al ver como mezclaba el reseco tabaco con cánnabis aun mas reseco. >>
-Cuando salí del garaje, solo encontré muerte y destrucción-Hueter sin darse cuenta, se vio narrando la continuación de su historia, estaba a gusto, quizás fuera el brebaje quien le estaba ayudando a soltar la lengua, pero no le importaba, había pasado demasiado tiempo en una lucha que le era imposible ganar sin ayuda, era la hora de enterrar sus males-la ciudad donde vivía se había convertido en un montón de escombros. La humanidad brillaba por su ausencia. Sabía que quedaba gente con vida, ya que a lo lejos se escuchaban explosiones y muchos disparos. Todo pasó tan rápido, que no dio tiempo a asimilarlo, era como estar en una terrible pesadilla, pesadilla de la que ya jamás conseguiría despertar por desgracia-Hueter se sentía como en su taberna, botella en mano y narrando historias del antiguo mundo, mientras Hestengberg y Gran John le escuchaban en silencio-¿Habéis estado alguna vez en la gran Metrópoli?
Ruinas de guerra
-¿Ese montón de basura en el norte?-preguntó el locutor-He oído hablar de él, pero no se me ha perdido nada allí.
-¡Yo más veces de las que me hubieran gustado!-respondió el soldado-Es más, compañeros míos entraron y jamás regresaron.
-Pues imaginar que estas instalaciones son el lugar donde trabajáis, y que vuestra casa está al otro lado de la metrópoli-explicó Hueter-pues más o menos esa era la distancia que tenía que recorrer si quería llegar a mi casa. Toda mi vida estaba allí.
-¿Y cómo lo hiciste?-interrumpió Gran John-No sé antes, pero ahora está infestada de bestias mutantes.
-Pues antes estaba infestada de soldados, pero tanto los que se suponían que eran amigos como los enemigos me eran hostiles, siendo necrófago, hasta los civiles huían de mí.
-¡Que putada macho!
-¡Ni que lo digas colega!-Hueter a menudo recordaba al primer soldado que se cruzó en su camino siendo necrófago. Un joven imberbe, atemorizado, al que el traje le venía grande y que se cagó encima nada más verle-Pasé días y días vagando por los túneles del metro, comiendo toda clase de porquerías para subsistir. A menudo me veía reflejado en espejos o charcos de agua y pensaba que llevaba puesto un disfraz, pero al rato me daba cuenta que no era así. Finalmente llegué a mi casa, pero en donde antes había una gran torre de color marrón con grandes ventanales, ahora solo quedaba su estructura. Como era de esperar el ascensor no funcionaba-Hueter paró un momento para mojarse la garganta con otro sorbo de Sitrang-subí las escaleras a toda velocidad con la esperanza de que mi querida esposa hubiera sobrevivido como yo a aquella catástrofe. Aunque fuera necrófaga la amaría igual, pero cuando abrí la puerta solo encontré un esqueleto carbonizado tirado en el suelo. En su mano izquierda llevaba nuestro el anillo de casados y los huesos de la mano derecha agarraban fuertemente un test de embarazo.
-¡Lo siento amigo!-lamentó Hestengberg, que parecía empatizar con él.
-No tuve el valor de abrirle la mano para ver el resultado, ni siquiera de llevarme el anillo, simplemente me dirigí al hueco que quedaba del balcón y me dispuse a saltar para acabar con todo aquel sufrimiento, pero como veréis eso no pasó-el mismo soldado que días antes se había cagado nada más verle fue el que le salvó la vida-un soldado, una chaval vestido de militar me dio una segunda oportunidad. Cuando tuve el valor suficiente para saltar, este se abalanzó sobre mí apartándome del borde del balcón. ¿Qué haces? me dijo, yo le contesté ¡Déjame! ¿No ves que soy un monstruo que lo ha perdido todo?-Hueter jamás olvidaría el momento en que el chaval le dio su arma, en ese momento volvió a creer en la humanidad, si un hombre en pleno apocalipsis era capaz de cederle su arma y por consiguiente las pocas esperanzas que tenia de sobrevivir, significaba que el ser humano por muy pequeña que fuera aun aguardaba bondad en su interior-¡Venga la muerte de los tuyos! dijo nada más darme su arma. El muchacho desapareció por las escaleras y jamás volví a verle.
-¿Y llegaste a dar con el culpable?-preguntó Hestengberg, terminándose otra de las botellas de Sitrang.
-¿Sin saber ni siquiera quien fue el diablo que lanzó la bomba?-Hueter se encogió de hombros y frunció el ceño-No sabría decirte, he matado a tanta gente en esta vida que solo espero que ese mal nacido estuviera entre ellos, aunque ya que más da, eso-tragó saliva y continuó- no me devolvería la vida-por primera vez en mucho tiempo sintió la necesidad de llorar, pero hasta las lágrimas se habían secado en su cuerpo de necrófago.
La noche se había acomodado sobre sus cabezas, Hueter se alejó del grupo dirigiéndose a uno de los agujeros de vigilancia con el Zippo de Gran John en la mano, una vez allí se asomó al borde, estaba tan oscuro que no se veía el suelo. No dejaba de recordar su historia, pero después de mucho tiempo cargando con ella a sus espaldas se sintió liberado de la misma.
Sin dejar de mirar al oscuro vacio que dibujaba la noche en el horizonte, se arrodilló en el borde y sacó del bolsillo de su camisa la vieja foto que siempre enseñaba a sus parroquianos para mostrarles como era él antes de la guerra. Lo que nadie sabía es que desde que se convirtió en necrófago jamás fue capaz de verla, en el reverso llevaba pegada una foto de su mujer que era la que observaba cuando enseñaba la otra foto a los demás.
-¡Lo siento churra!-dijo en voz bajita mirando la foto-Te fallé y esta es la penitencia que me tocó pagar por ello. Es hora de descansar-prendió el Zippo y con él la foto, esta se consumió rápidamente en la palma de su huesuda mano-¡Hasta mas ver mi amor!-la brisa meció los restos del retrato que lentamente desaparecieron de la mano del tabernero borracho.

viernes, 16 de octubre de 2015

CAPÍTULO XLVIII-LA CARA DEL PADRE



MOSARRETA



Su nuevo y postizo padre no dijo una palabra respecto a que pasaría con él, una vez Cristine engendrara un hijo. Aunque tampoco hizo falta. La oferta de su padre, el rey Penalba era demasiado suculenta como para rechazarla. A fin de cuentas, se rumoreaba por la base que el rey, había tenido muchas esposas y que ninguna de ellas había sido capaz de proporcionarle un vástago, como mucho engendros que ni los supermutantes los querrían como hijos y de muy corto periodo de vida. Algunos de ellos simplemente, nacieron muertos. Motivos no le faltaban para suponer que su queridísima amiga Cristine, tampoco sería capaz de tal propósito, pero no estaba del todo convencido, visto lo especialista que era ella en amargarle la vida.
Mosarreta durmió aquella noche en un barracón contiguo al del rey, como lo habría hecho el propio hijo de Penalba. Todo lujo de detalles lo habían rodeado durante la noche. Sirvientas, agua limpia, comida abundante, incluso un esclavo que hacía correr el aire con un cartón cuando Mosarreta así lo pedía.
<< ¡Nunca había dormido tan a gusto!-pensó nada mas despertar-¡Esto de tener tus propios esclavos está cojonudo!>> No quería despertar de aquel sueño, la cama le atrapaba como si volviera a carecer de movilidad en las piernas. <<Si el viejo quiere tirársela-refiriendose a Cristine-no deberá andar muy lejos de aquí. Mejor será que me la quite de en medio cuanto antes. Aunque pensándolo bien, Penalba buscara otra moza para sus propósitos, quizás deba dejar a un lado mis planes con esa puta, y encargarme de mi postizo padre>>
Con la hoja de ruta marcada, Mosarreta se levantó cuidadosamente de la cama. El exoesqueleto que le había proporcionado Neil para mover las piernas, se desconectaba automáticamente al dormirse y por las mañanas tardaba unos minutos en estar a pleno rendimiento.
Encima de una mesa de metal oxidado, al lado de la puerta de salida del barracón, tenía preparado el desayuno. << ¡Está claro!-pensó nada más ver la comida-¡Tengo que cargarme a los dos!>>
Sació el hambre matutino devorando el desayuno a toda velocidad. Recién levantado era cuando mas apetito tenia, muestra de ello era su forma de devorar todo lo que le habían servido. Con la panza llena y los cuencos vacios salió del barracón, sin dejar de pensar en cómo acabaría con sus dos problemas sin ser descubierto. <<Matarlos es fácil-pensó mirando su puño robótico-¿Pero cómo lo hago?>>
Al salir se vio sorprendido por unos soldados, al parecer de la guardia de su padre.
-¡Buenos días príncipe!-gritó uno de ellos cortándole el paso. Escuchar la palabra príncipe refiriéndose a él, le hacía mucha gracia-¡Tu padre te reclama!
Mosarreta asintió con la cabeza y siguió en silencio a los guardias. Estos vestían servoarmaduras blancas al igual que el resto del ejército, pero mucho más robustas, como si hubieran sido modificadas por la mano de algún armero. Viéndolas de cerca, se notaba que el blanco no era el color original de las armaduras, estas habían sido pintadas con alguna pintura con un tono brillante.
El paseo duró poco, el barracón de su padre estaba a escasos metros del suyo. Al llegar, los guardias se detuvieron en la puerta.
-¡Soldados en posición!-gritó de nuevo el mismo soldado que momentos antes había reclamado su atención. Parecía el líder del grupo, pero tenía la misma cara de mala hostia que los cinco restantes. Todos llevaban la misma cicatriz en la mejilla izquierda, una raja que iba desde el lagrimal del ojo hasta la oreja. Mosarreta quiso preguntar el porqué de esos cortes, pero antes de que pudiera articular palabra alguna, la puerta del barracón se abrió, y su padre hizo acto de presencia.
-¡Buenos días hijo!-dijo con su típica voz enlatada, levantando los brazos como si quisiera atrapar el viento. Vestía la misma ropa que el día anterior cuando le recibió en aquella tienda llena de cortinas-¡Hoy es un gran día!-hizo un gesto con la mano reclamando la compañía de Mosarreta-¡Ven! Tenemos muchos asuntos que tratar.
-¿Donde vamos?-a Mosarreta le picaba la curiosidad, quería saber con lujo de detalle cuales eran los asuntos a los que se refería su "padre".
-¡Hoy finaliza el torneo en la arena!-dijo el padre, al mismo tiempo que comenzaban a pasear por una pequeña senda hecha a base de ladrillos de color gris. Cuanto más caminaban, mas agitadas eran las respiraciones del rey, llegó un momento en el que eran tan rápidas y seguidas que parecía ya no poder coger más velocidad. El monarca no dijo palabra alguna durante la andanza, tampoco así los guardias, que les rodeaban por delante y por detrás, formando una figura de seis puntas-¡He aquí la grandiosidad de nuestro pueblo!-dijo nada mas divisar una estructura enorme, esta debía levantar varias decenas de metros, vista desde arriba debería ser redonda, al parecer un edificio construido en el antiguo mundo, y restaurado por los esclavos del rey a base de trozos de metal, madera y algunos ladrillos similares a los de la senda.
-¿Qué es esto?-preguntó Mosarreta nada más ver el tinglado que había allí montado.
-La arena, lugar de entretenimiento para nuestro pueblo-explicó el rey Penalba-Como hijo mío deberías saber que es, pero siempre has sido un inculto y un inmaduro, en fin...-su supuesto padre parecía tomarse muy enserio aquella farsa. Mosarreta en la vida había visto nada similar, ni siquiera en revistas o libros, aunque a decir verdad, había leído muy poco-Entremos a tomar asiento. El juego comenzará en breve.
El lugar por donde accedieron estaba custodiado por varios soldados que al pasar el rey por delante, lo obsequiaron con una reverencia. <<Cuanta chorrada hay que ver-pensó Mosarreta al ser testigo de aquella pantomima>> Enfrente suyo, había unas escaleras de piedra un tanto desgastadas por la erosión. Al comenzar el ascenso de estas, los soldados se quedaron abajo.
-¡Disfrute de los juegos señor!-dijo uno de ellos. Las escaleras daban acceso un balcón privado, desde donde se podía ver todo el interior de la arena. Una plaza redonda cubierta de arena, rodeada por decenas de gradas en donde toda la gente que vivía en aquella base se abarrotaba por conseguir un sitio para sentarse. Por su parte, el rey y sus invitados tenían un asiento privilegiado reservado, y entre ellos estaba Mosarreta.
<< ¿Qué coño hago yo aquí?>> Mosarreta nunca se había visto tan fuera de lugar, mas cuando vio los payasos con los que iba a compartir asiento en aquel circo. Su falso padre no era el único bicho raro, todos los allí presentes vestían raro, como si hubieran viajado a tiempos muy remotos.
-¡No te asustes hijo!-bromeó el rey-A esta gente le gusta disfrazarse para estas fiestas.
-¡Hombre si es el famoso hijo prodigo del rey!-gritó uno de los hombres disfrazados-Perdona no nos han presentado. Soy LLote Copa, de la familia Copa, mercader de esclavos y capitán de uno de los más poderosos ejércitos que apoya la causa de tu querido padre.
-Mosarreta, ya sabes quién soy-respondió con seriedad.
-Si no recuerdo mal tu hijo se llamaba...
-¡Bleda, ya sabemos todos como se llamaba!-interrumpió el rey con brusquedad-Cambió de nombre para no ser reconocido y ahora prefiere que le llamemos así. Basta de presentaciones, tomemos asiento, me duelen los pinreles.
-Como no, a ti siempre te duelen los pies-dijo entre risas el tal Bleda-Admite viejo, que cada vez estás más cascado.
-Pero aun tengo fuerzas para romperte los pocos dientes podridos que te quedan de un puñetazo-dijo el rey, respondiendo a las burlas del tal Bleda.
-¡Haya paz señores!-interrumpió LLote Copa-Siempre estáis igual ¿podemos tomar asiento y disfrutar del espectáculo para variar?
Todos los allí presentes, incluidos Mosarreta, obedecieron las palabras de LLote, tomando asiento. Mosarreta, no sabía donde sentarse, así que decidió esperar a que todo el mundo estuviera en su asiento para tomar el que quedara libre, pero antes de que aquello tuviera lugar, su padre le indicó con un gesto de su mano derecha, donde debía sentarse.
Las sillas no pasarían a la historia por ser las más cómodas del mundo. Estaban hechas de mimbre, palos de madera y algún que otro clavo oxidado. Mosarreta pensaba que antaño, mucho antes del antiguo mundo, las sillas debían ser de ese tipo y aunque ahora el mundo fuera una autentica basura, no tenía nada que envidiar a las personas que tuvieran que sufrir aquel tipo de asientos. << ¡Más cómodo sentado en el suelo!-dijo para sí mismo-¡Fijo!>>
De repente, unas mujeres bastante ligeras de ropa hicieron acto de aparición en el palco, con las manos cargadas de platos de comida y alcohol.
-¡Pronto empezamos!-bromeó LLote Copa, cogiendo una jarra de lo que debía ser Whisky.
-¡Hay que coger fuerzas amigo mío!-comentó Penalba-¡Mañana será un gran día!
Imagen de escorpión mutante
Los platos de comida que portaban las bellas mujeres eran de lo más variados, de entre los que destacaba el mutajabalí o los aguijones de escorpión gigante en salsa, pero lo que más le apetecía a Mosarreta era probar de nuevo la carne de hombre pez y de entre todos los platos que divisó ninguno contenía tal manjar, por lo que decidió hacer como LLote y coger una frasca de bebida alcohólica.
-¿Ya lo tienes decidido?-preguntó LLote al rey-Te recuerdo que Penélope pese a las apariencias, aguarda buenas defensas en su interior.
-¡Lo tengo todo planeado LLote!-el rey miraba la carne con deseo, pero parecía no estar dispuesto a quitarse aquella horrible mascara para poder saborearla, quizás tampoco podía permitirse el lujo de hacerlo quien sabe-Déjame que te cuente…-pero de nuevo el griterío de la grada hizo imposible escuchar nada.
Todos en el palco se levantaron nada más saltar a la arena los participantes del torneo. Había de todo, una mujer enorme y musculosa que más bien parecía un hombre, un hombre de pelo canoso y por su raquítico torso bastante desnutrido. Estos fueron los que más le llamaron la atención a Mosarreta, aunque había otros muchos hombres armados dispuestos a luchar.
-¿Qué les has contado para que participen LLote?-preguntó Bleda que estaba sentado al lado izquierdo de Mosarreta una vez el griterío pareció calmarse.
-¡Solo prometí libertad a los supervivientes del duelo!-respondió LLote esbozando una pequeña sonrisa.
-¡Tú y tus mentiras!-gritó Bleda-¡Que hijo de perra!
-Ya me conoces Bleda-LLote dio un buen trago de su frasca y se dirigió de nuevo al rey-¿Me contabas que…?-de nuevo solo se escuchó el griterío del público. Esta vez, un ser bastante amorfo apareció por otra de las puertas de acceso a la arena. Una bestia de piel pálida y arrugada, sin ojos en la cara y con garras negras bien afiladas. Esta posaba sus manos allá donde debía tener los ojos, con las palmas de sus manos mirando hacia fuera.
-¡Este doctor Ju nos sorprende cada día más!-dijo entre risas el rey-¡No me lo puedo creer! ¿Los ojos en las palmas de las manos? ¡Y seguro que habrá conseguido que vea!
Inmediatamente después de salir la bestia, un campo magnético de color azul rodeó la arena, quedando tanto el engendro como los participantes atrapados en su interior.
-¿Bueno vas a contarnos de una puta vez que tienes planeado o qué?-inquirió Bleda.  O aquel Whisky era muy fuerte o Mosarreta estaba bebiendo muy deprisa, puesto que comenzaba a ver al tal Bleda un poco difuminado.
-¡Otra insolencia mas y te corto la lengua puto Bleda!-respondió el rey Penalba-Bueno…-tomó un poco de aire, en aquel lugar hacia un calor horrible. El pequeño toldo improvisado con cortinas que cubría el palco, ayudaba un poco a soportar el calor, pero debía ser casi medio día y a esas horas, hacía calor hasta debajo de las piedras, aquello parecía estar acusándolo su padre más que el resto de los allí presentes-No vamos a entrar en una ciudad tan grande por la fuerza bruta ni mucho menos. Gracias al doctor Ju, podremos acceder sin levantar sospechas y sin temer bajas por parte de nuestros soldados.
-¡Explícate!-exigió Llote.
-Como sabréis, desde que comenzamos nuestra andadura en el sur, hemos ido acumulando grandes cantidades de esclavos y de ahí la dificultad de hoy por hoy alimentarlos en lo más mínimo para que sigan sirviéndonos sin llegar a desfallecer. Pues bien tengo la solución para acabar con los dos problemas de un plumazo-el rey miró fijamente a Mosarreta-Mi querido hijo conducirá a los esclavos más débiles en un éxodo a las puertas de Penélope.
-¡Estás loco a más no poder Penalba!-dijo Bleda-¡Pero me encanta tu plan!-Mosarreta estaba perdido dentro de aquella conversación, ¿Él liberando esclavos?
-Sabemos de sobra que en Penélope toda persona que no represente amenaza alguna es recibida sin ningún tipo de impedimento-de nuevo su padre tomó aire y la máscara hizo aquel característico sonido a pedorreta que tanta gracia le hacía a Mosarreta-¿Qué amenaza representarán un puñado de esclavos?
-¿Puñado?-preguntó Llote-Las jaulas se nos amontonan en el patio de la base, yo diría decenas, por no decir cientos.
-Por eso no hay problema, mi hijo los introducirá diariamente, en grupos de diez o veinte personas, en pocos días esos centenares de esclavos deberían estar dentro. Es más nuestros informadores indican que incluso hay negreros que estarían dispuestos a pagarnos un buen precio por ellos-su padre le miró fijamente a la cara, con ojos que inspiraban confianza-¡Fíjate tú que incluso nos ganaremos unas perras! ¿Quién iba a decirnos que mantener a estas ratas inmundas nos iba a dar beneficios algún día?
-¿Y cómo lograrás disimular los collarines?-preguntó Llote-¿Les pondremos bufandas en pleno verano?
-¡No habrá collarines!-respondió tajantemente el rey-Ahí es donde entra la magia de nuestro querido doctor Ju-Mosarreta desvió un momento la vista para mirar el combate que estaba teniendo lugar en la arena, al parecer el engendro estaba a punto de ser derrotado-El doctor consiguió extraer la célula explosiva que llevan incorporados los collarines de esclavos, esta ha sido modificada para aumentar bastante su potencia.  Sin el collarín de por medio, la célula parece una pastilla de gran tamaño la cual, nuestras mujeres cosieron a la ropa de los esclavos elegidos.
-¡Y cuando estén todos dentro “kaboom”!-gritó Bleda entre carcajadas-¡Eres el puto amo Penalba, el puto a-mo!
Por lo visto Mosarreta iba a ser artífice de la masacre de centenares de personas, en ese momento se debatió entre acatar las órdenes de su postizo padre o intentar escapar de aquel lugar. El miedo se apoderó de su cuerpo puesto que no sería nada fácil salir de allí con vida, comenzó a notar mas sudor de lo normal en la frente y las manos, y le dieron una tremendas ganas de vomitar, pero finalmente pudo controlar las arcadas.
-¡Parece que tu mujerona ha conseguido acabar con el experimento del doctor, Llote!-comentó el rey, desviando la vista hacia la arena, en donde el engendro y la mujer musculosa yacían muertos rodeados por el resto de participantes supervivientes.
-¡Dejémoslo en un empate técnico!-replicó Llote-¡Mi mujercita también cayó!
Lentamente el público fue abandonando el recinto ante la atenta mirada del rey, Llote y Bleda. Los supervivientes seguían en la arena, rodeados por el campo electromagnético, al parecer esperando a ser liberados.
Uno de los soldados que antes había acompañado a Mosarreta y su padre a la entrada del palco, entró en este y habló entre susurros con Llote. No se escuchaba casi lo que conversaban, pero muy tímidamente escuchó decir a Llote;-acabad con el resto.
 Inmediatamente el soldado hizo una señal desde lo alto de la escalera a sus compañeros que al parecer, aguardaban a las afueras. Poco a poco el recinto quedaba vacío de espectadores, pero ganaba en presencia de soldados, todos situándose en las gradas más cercanas a la arena, donde aun aguardaban los participantes, confundidos por aquella situación. Mosarreta imaginaba que iba a pasar con ellos, y no estaba por la labor de asistir a otra masacre. Cuando se disponía a abandonar el palco, su postizo padre le cogió del brazo derecho y tiró de él para acercarlo de nuevo a la silla.
El soldado al cual Llote había dado la orden, hizo un gesto con el brazo, el campo de fuerza desapareció y varias ráfagas de balas emergieron de las armas de los soldados, acabando con la vida de aquellos pobres desgraciados que momentos antes, habían ofrecido un espectáculo con la esperanza de conseguir tan ansiada libertad.
En medio del tiroteo, el rey Penalba se dirigió hacia él y con mirada desafiante le susurró:
-Si no quieres acabar como ellos, mejor será que obedezcas mis órdenes. De lo contrario te meteré una de las pastillas explosivas del doctor Ju por el culo y luego te lo coseré para que no puedas cagarla y reventarte el ano en mil pedazos cuando a mi me plazca ¿Me has entendido bien?