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martes, 17 de noviembre de 2015

CAPÍTULO L – MATA GIGANTES



CRISTINE


En aquel sitio no parecía pasar el tiempo. Todas las mañanas el mismo ritual. Era algo extraño, desde que llegó a aquel lugar todos los días la bañaban, siempre la misma mujer vestida con harapos, al amanecer entraba en la habitación con una especie de esponja y un cubo metálico con agua limpia, la frotaba a conciencia y cuando ya le había repasado cada rincón de su cuerpo, la vestía con ropa del antiguo mundo, la cual daba una sensación de desnudez que poco dejaba trabajar a la imaginación, para luego desaparecer sin decir una sola palabra. Cristine a pesar de su timidez, intentaba hablar con ella, pero sus esfuerzos eran en vano. Esta, una mujer adulta, la cual las adversidades de la región parecían haberle pasado factura a su marchita piel, muestra de ello eran las múltiples heridas en su pálido rostro o que decir de las enormes cicatrices en los brazos, miraba hacia otro lado en cuanto Cristine abría la boca. Y por lo visto aquella mañana no iba a ser diferente.
-¿Por qué haces esto?-preguntó Cristine, pero como de costumbre no obtuvo respuesta-¡Te prometo que no diré nada a nadie!-nada, la misma respuesta, como si le hubieran cortado la lengua a la pobre mujer.
Era el único contacto humano que tenía al día, después del baño matutino pasaba las horas muertas en la habitación sin hacer nada más que lamentarse. El cuarto estaba decorado con cortinas de colores colgadas de la pared. La luz natural, brillaba por su ausencia, la poca luz de aquella sala procedía de una bombilla que apenas alumbraba las moscas de su alrededor. Cuando entraba en la habitación la mujer no solía cerrar completamente la puerta y los rayos del sol se colaban tímidamente a través de las grietas de esta. En ocasiones encendía un pequeño fuego, en un recipiente de cerámica con los bordes bastante rotos que había situado en el centro de la habitación. Este más que alumbrar daba calor, y junto con el bochorno que entraba del exterior hacia que sudara como un mutajabalí. Quizás esa fuera la razón por la que la limpiaban tan a fondo, porque seguramente apestaría a sudor rancio aunque ella no se lo notara.
La mujer acabó su tarea y como de costumbre salió de la sala tal y como había entrado, con la boca cerrada. Esa mañana Cristine se había levantado con el cuerpo revuelto, tenia nauseas y cada vez que pensaba en comer las arcadas hacían acto de presencia. Seguramente la basura que la mano enguantada le servía por la trampilla que había situada debajo de la puerta para comer, le había sentado mal. Jamás había probado una comida tan asquerosa y eso que en el Notocar había comido toda clase de porquerías. <<¡Dios lo que daría por un buen trozo de hombrepez!-pensó>>, y el vómito no se hizo esperar. No fue nada, solo un poco de moco blanco, aun no había comido nada desde que despertó, pero tampoco tenía apetito.
-¿La putilla del rey esta lista?-escuchó en el exterior, una voz masculina bastante grave que al parecer, se refería a ella.
-¡No es una puta!-rechistó una voz femenina, esta sonaba como la de una mujer adulta y cansada, ¿Seria la voz de su limpiadora? -Tiene sentimientos como todas nosotras, no es ningún pedazo de carne.
-Seguro que si...-vaciló el hombre-Ninguna de vosotras ha sido capaz de darle al rey lo que el rey necesita, si yo fuera él-sonaron unas fuertes risotadas-hacía un buen guiso con vosotras mientras aun os quedara carne en brazos y piernas. No tiene sentido malgastar recursos en algo tan inútil.
-¡Algún día te tragaras tus palabras maldito cretino machista!
-¿Y quién se encargara de eso?¿Tu?-por un momento hubo silencio-¡Aparta zorra! ¡Déjame que la vea!-el hombre abrió ligeramente la puerta y asomó la cabeza por la apertura. Un rostro bastante desfigurado, de piel morena y sucia a más no poder, con una sonrisa desdentada que desprendía un hedor tan fuerte, que a punto estuvo hacer vomitar de nuevo a Cristine-¡Menudo pastelito va a comerse el rey!-dijo nada más verla, ella se asustó y se refugió en la esquina de la habitación mas apartada de la puerta-No hace falta que te escondas bonita, de aquí no vas a salir. El te encontrará de todos modos, más vale que te portes bien si no quieres acabar como las demás.
Aquel desgraciado cerró la puerta dejándola sola de nuevo. ¿A que se referiría con lo del pastelito del rey? ¿Quién coño era el rey?
-¿Lo has hecho como te ordené?- escuchó a las afueras al poco de marcharse el energúmeno desdentado, esta vez debía ser un robot por como sonaba la voz.
-¡Limpia cada mañana como ordenaste!-respondió la misma voz femenina que momentos antes había plantado cara al energúmeno, sin duda se trataba de la mujer que la limpiaba y vestía día sí y día también.
-¡Así me gusta! ¡Limpitas y que huelan bien!-parecía como si el robot se ahogara al articular cada palabra-¡Al anochecer límpiala de nuevo!-cogió aire con tanta ansia que Cristine lo escuchó como si estuviera allí dentro con ella-¡Hoy es el día!
No entendía nada de lo que estaban tramando delante de la puerta, pero no le gustaba nada lo que había oído. Algo iba a pasar con ella al anochecer, y lo único que podía hacer era esperar allí sola, sin armas, indefensa. <<¡Si Jacq estuviera vivo seguro que ya habría venido en mi busca!-pensó-¡Pero ese mal nacido de Mosarreta lo mató!>>. Habían pasado como siete días desde que aquel desgraciado incidente tuvo lugar en la casucha de Pervert, aunque no estaba segura del todo, pero el recuerdo del puño de Mosarreta explotando en el torso de Jacq, lo tenía grabado a fuego en su cabeza y cuando intentaba dormir, aquella pesadilla la atormentaba noche tras noche. Cristine aun agachada en aquella esquina, rompió a llorar como un bebé.
El día pasó rápido, la mujer que la limpiaba entró de nuevo tal y como le había ordenado el robot. Tenía cara de asustada, reflejo de que quizás sentía el miedo que ella debiera tener, pero a Cristine ya nada le importaba. Fuera lo que fuera lo que iba a tener lugar con ella de protagonista, mejor que pasara cuanto antes. Si su vida aquella noche encontraba el final de su camino aun mejor, ya no había nadie con vida que la quisiera en aquel condenado mundo, no tenía sentido alargar más la agonía.
-¡Rápido!-dijo la mujer en voz bajita, mostrándole un cuchillo de dimensiones considerables que llevaba escondido entre los trapos de limpiar-¡Guárdalo entre las sabanas!
-¿Y esto?-preguntó Cristine extrañada-¿Primero no me hablas y ahora me das un arma?
-Todas hemos pasado por esto y no es plato de buen gusto-comentó la mujer-solo me conoces a mí, pero somos muchas a las que el rey ha intentado dejar en cinta, pero no quiere darse cuenta de que él es estéril debido a sus dolencias-suspiró-Y como para variar contigo tampoco lo conseguirá, solo dios sabe que será capaz de hacer esa bestia en cuanto vea que eres su enésimo fracaso.
-¿Y que se supone que tengo que hacer con esto?-preguntó Cristine mirando el gran cuchillo.
-¿Acaso ya olvidaste como usar esto?-vaciló la mujer-Según uno de los esclavos que te vio al entrar en la base, tu eres la famosa Cristine de Notocar, la que degolló a su jefe cuando este intentó violarla... ¿A caso me equivoco?
Un intenso escalofrío recorrió de arriba a abajo su cuerpo. ¿Cómo coño sabían quien era ella? No sabía dónde estaba, pero incluso en aquel recóndito lugar, sabían lo que había hecho con Arnazi.
-Entiendo...-Cristine se encogió de hombros- ¿Y que gano yo con esto?
-No será fácil, de hecho otras más fuertes que tú lo han intentado sin éxito. Es más, quizás sospeche algo y venga preparado, pero si consigues dar muerte a ese desgraciado, harás un bien para toda la humanidad. Nosotras te ayudaremos a escapar, serás libre como lo eras antes de llegar aquí. Ahora déjame que te limpie, no querrás que el rey te vea sucia y sospeche.
En cuanto la mujer cogió como de costumbre la esponja para lavarla, sintió como si nada hubiera pasado, como si fuera una de tantas mañanas, otra vez el ritual de siempre.
Al acabar, la mujer la vistió con un camisón de color blanco bastante fino y le echó por encima un líquido que hacía que toda ella oliera bien. <<¡Ojalá Jacq estuviera aquí!-pensó al notar la fragancia subiendo por su nariz-Debe ser mágico amar a alguien oliendo tan bien>> Imaginaba que las flores olerían así, pero eso era algo que ella nunca había podido comprobar de primera persona. Para variar, su limpiadora salió sin mediar palabra de la habitación, aunque esta vez le lanzo una mirada de complicidad antes de salir.
Sola, asustada, sabedora del peligro que aquello entrañaba. No sabía si hacerle caso a la mujer o por el contrario dejarse llevar y pensar en cosas bonitas para así, sufrir lo menos posible. Por momentos sentía que ya nada valía la pena, las fuerzas por luchar y seguir adelante la abandonaban.

El famoso rey, hizo su aparición por la puerta. Era mucho
Cristine atemorizada
peor de lo que había imaginado, ni siquiera parecía humano. Con la piel pálida y sonrosada, cubierto por una asquerosa mascara. Se quedó mirándola durante unos momentos sin decir nada. Cristine reconocía el sonido que hacia al respirar aquella cosa. Sin duda lo que escuchó por la mañana no era un robot, era el engendro que tenía delante suyo. Tenía el ceño fruncido como si se lo hubieran clavado a martillazos, no paraba de mirarla como si fuera a devorarla con los ojos. Cristine arrodillada encima de la cama, no dejaba de palpar disimuladamente el cuchillo para no perderlo de vista. Si iba a abandonar aquel horroroso mundo, no sería recordando que el último hombre que la tocó fuera aquella abominación, no después de lo bien que la había tratado Jacq, y mucho menos en contra de su voluntad.
Poco a poco y sin dejar de mirarla el rey comenzó a quitarse la coraza que cubría su pecho. Esta al caer al suelo dejo ver el torso del hombre, lleno de manchas, como si su piel fuera la de una patata. Cristine había visto infinidad de mutantes, pero ninguno con aquellos rasgos. Parecían cicatrices con mucho relieve, ella intentaba no hacer cara de asco, pero cada vez que veía las manchas no podía dejar de sentir arcadas. Pero aquello no parecía importar al rey, el cual se acercaba a ella sin dejar de mirarla. Escuchó el sonido de los pantalones del hombre al caer al suelo.
Para cuando quiso percatarse ya lo tenía encima, apestaba más que ninguno de los cabrones que se aprovecharon de ella en el Notocar. Al recordar la antigua prisión, sentimientos enterrados florecieron en su interior. No era la cara de aquella cosa la que veía delante de ella, era la cara del hombre que le había hecho la vida imposible desde que le conoció en la banda de los Trajes Grises, vio a Mosarreta.
-¡Hijo de putaaa!-Cristine echo mano del cuchillo, pero el rey fue mas rápido que ella y le aprisiono el brazo contra el colchón.
-¡Muy previsible bonita!-dijo con la enlatada voz de robot que emanaba de la horrible mascara. Sin casi esfuerzo, le quitó el cuchillo de la mano y lo tiró al centro de la habitación, cerca del recipiente donde la mujer poco antes había encendido el fuego. Acto seguido golpeó violentamente la cara de Cristine con la mano abierta e intentó penetrarla. Ella cruzaba las piernas con fuerza para que aquella cosa no le metiera lo que fuera que tuviera entre las piernas y al notar como el miembro de este la rozaba en busca de su objetivo, le asesto un rodillazo en sus reales partes, pudiéndose liberar de las manazas de este.
Cristine se levantó a toda velocidad de la cama con la intención de recuperar el cuchillo, pero antes de que pudiera alcanzarlo, aquella cosa la cogió de su pierna izquierda haciéndola caerse al suelo. Ella intentaba arrastrase hacia el centro de la habitación, donde el rey había lanzado el arma, pero este a pesar de su aspecto era bastante fuerte y no le soltaba la pierna aunque Cristine le diera patadas con la otra.
-¡Ven aquí!-repetía el rey una y otra vez-¡No eres más que una furcia!
-¡Déjame cabrón!-gritaba Cristine sin consuelo, intentando escapar de las garras del monstruo que la acosaba. El cuchillo estaba demasiado lejos como para alcanzarlo, pero el recipiente donde estaba encendido el fuego no. Ella lo cogió con tanta rabia que apenas notó como le abrasaba las palmas de sus manos. El hombre sin soltarla, se levantó del suelo, alzándola a ella como si un trofeo de caza se tratase. Cristine, boca abajo y colgando de su pierna izquierda, lanzó con todas sus fuerzas el cuenco, este impactó de lleno en la máscara del rey provocando una pequeña explosión.
Su acosador, el rey, la soltó en un intento por apagar su máscara con las manos. Cristine empujada por este cayó de espaldas al suelo, el golpe no le dolió, pero tenía las palmas de sus manos abrasadas y aquello era el mayor dolor que jamás había sentido.
-¡Cabrón!-gritó al rey que se retozaba de dolor encima de la cama, arañando la máscara chamuscada como si quisiera arrancársela-¿A qué jode que te jodan?-dijo vacilante entre sollozos. El hombre parecía ahogarse, de la máscara no salían gritos de dolor, sino pequeños soplos de aire, muy seguidos, como un globo al deshincharse. Rápidamente recogió como pudo del suelo el cuchillo que la mujer le había dado-¡Esta será la última vez que hagas daño a nadie!-lo miró con sus ojos inyectados en ira y sin pestañear le atravesó el cuello de un navajazo.
Todo se tornó de color rojo, el cuello del rey parecía una fuente que poco a poco perdía fuerza ante la atónita mirada de Cristine. De repente escuchó abrirse la puerta a sus espaldas, al girarse comprobó aliviada que se trataba de su limpiadora, al verla Cristine se derrumbó en el suelo entre lágrimas.
-¡No hay tiempo que perder criatura!-dijo la mujer en voz bajita-Debes escapar de aquí enseguida. Oh dios mío-gritó la mujer asustada nada más verle las manos. Parecían dos chuletas a la brasa carbonizadas, le dolía horrores, tanto que no podía ni siquiera cerrar las manos. No sabía cómo había sido capaz de empuñar el arma, pero ver el cuerpo desangrado del rey yacer sobre la cama con el cuchillo aun metido en el cuello indicaba todo lo contrario-¡Menos mal que vine preparada!-la mujer sacó una aguja como las que contiene líquido estimulante y le inyectó el contenido en ambas manos-dudo que las cicatrices desaparezcan, pero al menos en unos momentos podrás mover las manos como siempre.
-Gracias-fue lo único que Cristine pudo balbucear.
-Ten vístete con esto-ordenó la mujer mostrándole una coraza blanca-es una armadura como las que utilizan los soldados del rey, ponte el casco y sigue al soldado que te está esperando en la puerta.
-¿Y qué pasará contigo?-preguntó asustada.
-¡Lo que pase conmigo no es asunto tuyo criatura!-respondió con una tímida sonrisa en la boca. Era la primera vez que aquella mujer mostraba sentimiento alguno y ahora tenía que abandonarla allí, después de salvarle la vida sin Cristine poder devolverle el favor, aunque sospechaba que matar aquel monstruo sería el mayor favor que jamás podría haberle hecho.
Sintió un gran alivio en sus manos y pudo moverlas de nuevo, lo suficiente como para ponerse el casco. Allí dentro, embotada en aquella coraza, apestaba a rancio, pero tampoco estaba para exigir mucho.
Rápidamente y sin casi despedirse de la mujer, Cristine salió de la habitación que la había tenido recluida durante tantos días. Era una noche especialmente cálida y oscura. Sin mediar palabra, comenzó a seguir al soldado conforme le había indicado su limpiadora. Pequeñas explosiones se escuchaban a lo lejos, había un buen revuelo montado allí fuera.
-¡Los esclavos del rey están explotando!-escuchó como gritaban una y otra vez los soldados, algo muy gordo estaba pasando y todo parecía tener relación con la muerte del rey.
Cristine tenía mucho miedo, le temblaban las piernas al andar, pero debía ser valiente y mantener la calma si quería salir de allí con vida. Las explosiones sonaban cada vez más cerca, aquel sonido la martilleaba cada vez con más fuerza en el interior del casco hasta tal extremo, que a punto estuvo de quitárselo y mandarlo todo a paseo, pero finalmente cuando ya tenía sus manos posadas sobre el armazón desenganchándolo para quitarse la parte superior y liberarse el casco, las explosiones se silenciaron como si alguien hubiera pulsado el botón de apagado.
No les costó mucho llegar hasta una de las murallas que protegían el exterior de aquel horrible lugar o al menos así lo entendía Cristine, estaba vigilada por dos soldados vestidos como ella y el misterioso hombre que la había acompañado hasta allí. Patrullaban por la parte superior de esta y de vez en cuando apuntaban con sus armas hacia el exterior, estas parecían hacerles de linterna. Esperaron allí agazapados junto a uno de los barracones próximos a la muralla, en silencio, esperando a que los soldados se alejaran de aquel lugar.
-Cuando estemos arriba te empujaré al exterior como si fuera un accidente-le explicó el soldado que la acompañaba, este tenía una voz suave y agradable como la de un adolescente.
-Pero…
-No rechistes y hazme caso. No te preocupes al otro lado hay un pequeño barrizal que amortiguará tu caída. Está todo controlado- vaciló el muchacho-Subamos, les diremos que venimos a hacerles el relevo en su guardia. Cuando estés al otro lado corre y no mires atrás, no creo que tarden mucho en darse cuenta del pastel, y sobre todo no abras la boca en ningún momento.
Con toda la tranquilidad del mundo, su compañero en aquella huida subió por la destartalada escalera metálica que daba acceso a la zona superior de la muralla, Cristine en silencio y con el corazón a cien le siguió. Antes de que hubieran culminado el ascenso los guardias que vigilaban el cercado se percataron de su presencia y se dirigieron hacia ellos.
-¿A dónde coño vais?-preguntó uno de ellos.
-¡Venimos a daros relevo!-dijo el soldado adolescente terminando de subir la escalera, luego una vez arriba ayudó a Cristine a hacer lo propio.
-¡Debe ser un error!-espetó el guardia-Acabamos de dar el relevo nosotros.
-¡Mierda!-gritó el soldado que acompañaba a Cristine-¡El capullo de Ríos nos la ha liado de nuevo! –Se dirigió hacia Cristine-¡Aparta gilipollas!-el empujón fue tan fuerte que ella no tuvo que hacer nada para precipitarse al exterior. La caída fue desde una altura similar a la del Notocar, tenía la sensación de estar reviviendo la misma historia. Al darse contra el barrizal, el casco que protegía su identidad salió disparado, perdiéndose entre el barrizal y la oscuridad de la noche.
-¿Qué has hecho imbécil?-le reprochó el soldado a su compañero-¡Lo has tirado de la muralla! ¿Compañero estas bien?-de repente le enfocaron con la luz procedente de las armas-¡Es la golfa!-gritó nada más verla-¡Disparar!
Cristine corrió hacia la oscuridad con todas sus fueras, aunque a decir verdad la coraza la ralentizaba. Escuchaba el percutor de las armas de los guardias y las balas impactando cerca de ella, en el suelo, arboles, piedras, pero la noche estaba de su parte y ninguna lograba alcanzarla como para hacerle daño, la armadura estaba haciendo el resto.
Una piedra enorme se interpuso en su camino, el choche fue tal que ella salió despedida por encima de esta dando varias vueltas sobre sí misma en el aire, finalmente aterrizó dándose de bruces en el pedregoso suelo. Para su sorpresa los disparos habían cesado, al levantarse giró la cabeza y ya no vio nada más que oscuridad. Sin tiempo para lamentarse siguió corriendo sin mirar atrás tal y como le había dicho el soldado adolescente que la había ayudado a escapar, seguramente los guardias de la muralla habrían dado la alarma y ahora toda la base debía estar en su busca.

viernes, 16 de octubre de 2015

CAPÍTULO XLVIII-LA CARA DEL PADRE



MOSARRETA



Su nuevo y postizo padre no dijo una palabra respecto a que pasaría con él, una vez Cristine engendrara un hijo. Aunque tampoco hizo falta. La oferta de su padre, el rey Penalba era demasiado suculenta como para rechazarla. A fin de cuentas, se rumoreaba por la base que el rey, había tenido muchas esposas y que ninguna de ellas había sido capaz de proporcionarle un vástago, como mucho engendros que ni los supermutantes los querrían como hijos y de muy corto periodo de vida. Algunos de ellos simplemente, nacieron muertos. Motivos no le faltaban para suponer que su queridísima amiga Cristine, tampoco sería capaz de tal propósito, pero no estaba del todo convencido, visto lo especialista que era ella en amargarle la vida.
Mosarreta durmió aquella noche en un barracón contiguo al del rey, como lo habría hecho el propio hijo de Penalba. Todo lujo de detalles lo habían rodeado durante la noche. Sirvientas, agua limpia, comida abundante, incluso un esclavo que hacía correr el aire con un cartón cuando Mosarreta así lo pedía.
<< ¡Nunca había dormido tan a gusto!-pensó nada mas despertar-¡Esto de tener tus propios esclavos está cojonudo!>> No quería despertar de aquel sueño, la cama le atrapaba como si volviera a carecer de movilidad en las piernas. <<Si el viejo quiere tirársela-refiriendose a Cristine-no deberá andar muy lejos de aquí. Mejor será que me la quite de en medio cuanto antes. Aunque pensándolo bien, Penalba buscara otra moza para sus propósitos, quizás deba dejar a un lado mis planes con esa puta, y encargarme de mi postizo padre>>
Con la hoja de ruta marcada, Mosarreta se levantó cuidadosamente de la cama. El exoesqueleto que le había proporcionado Neil para mover las piernas, se desconectaba automáticamente al dormirse y por las mañanas tardaba unos minutos en estar a pleno rendimiento.
Encima de una mesa de metal oxidado, al lado de la puerta de salida del barracón, tenía preparado el desayuno. << ¡Está claro!-pensó nada más ver la comida-¡Tengo que cargarme a los dos!>>
Sació el hambre matutino devorando el desayuno a toda velocidad. Recién levantado era cuando mas apetito tenia, muestra de ello era su forma de devorar todo lo que le habían servido. Con la panza llena y los cuencos vacios salió del barracón, sin dejar de pensar en cómo acabaría con sus dos problemas sin ser descubierto. <<Matarlos es fácil-pensó mirando su puño robótico-¿Pero cómo lo hago?>>
Al salir se vio sorprendido por unos soldados, al parecer de la guardia de su padre.
-¡Buenos días príncipe!-gritó uno de ellos cortándole el paso. Escuchar la palabra príncipe refiriéndose a él, le hacía mucha gracia-¡Tu padre te reclama!
Mosarreta asintió con la cabeza y siguió en silencio a los guardias. Estos vestían servoarmaduras blancas al igual que el resto del ejército, pero mucho más robustas, como si hubieran sido modificadas por la mano de algún armero. Viéndolas de cerca, se notaba que el blanco no era el color original de las armaduras, estas habían sido pintadas con alguna pintura con un tono brillante.
El paseo duró poco, el barracón de su padre estaba a escasos metros del suyo. Al llegar, los guardias se detuvieron en la puerta.
-¡Soldados en posición!-gritó de nuevo el mismo soldado que momentos antes había reclamado su atención. Parecía el líder del grupo, pero tenía la misma cara de mala hostia que los cinco restantes. Todos llevaban la misma cicatriz en la mejilla izquierda, una raja que iba desde el lagrimal del ojo hasta la oreja. Mosarreta quiso preguntar el porqué de esos cortes, pero antes de que pudiera articular palabra alguna, la puerta del barracón se abrió, y su padre hizo acto de presencia.
-¡Buenos días hijo!-dijo con su típica voz enlatada, levantando los brazos como si quisiera atrapar el viento. Vestía la misma ropa que el día anterior cuando le recibió en aquella tienda llena de cortinas-¡Hoy es un gran día!-hizo un gesto con la mano reclamando la compañía de Mosarreta-¡Ven! Tenemos muchos asuntos que tratar.
-¿Donde vamos?-a Mosarreta le picaba la curiosidad, quería saber con lujo de detalle cuales eran los asuntos a los que se refería su "padre".
-¡Hoy finaliza el torneo en la arena!-dijo el padre, al mismo tiempo que comenzaban a pasear por una pequeña senda hecha a base de ladrillos de color gris. Cuanto más caminaban, mas agitadas eran las respiraciones del rey, llegó un momento en el que eran tan rápidas y seguidas que parecía ya no poder coger más velocidad. El monarca no dijo palabra alguna durante la andanza, tampoco así los guardias, que les rodeaban por delante y por detrás, formando una figura de seis puntas-¡He aquí la grandiosidad de nuestro pueblo!-dijo nada mas divisar una estructura enorme, esta debía levantar varias decenas de metros, vista desde arriba debería ser redonda, al parecer un edificio construido en el antiguo mundo, y restaurado por los esclavos del rey a base de trozos de metal, madera y algunos ladrillos similares a los de la senda.
-¿Qué es esto?-preguntó Mosarreta nada más ver el tinglado que había allí montado.
-La arena, lugar de entretenimiento para nuestro pueblo-explicó el rey Penalba-Como hijo mío deberías saber que es, pero siempre has sido un inculto y un inmaduro, en fin...-su supuesto padre parecía tomarse muy enserio aquella farsa. Mosarreta en la vida había visto nada similar, ni siquiera en revistas o libros, aunque a decir verdad, había leído muy poco-Entremos a tomar asiento. El juego comenzará en breve.
El lugar por donde accedieron estaba custodiado por varios soldados que al pasar el rey por delante, lo obsequiaron con una reverencia. <<Cuanta chorrada hay que ver-pensó Mosarreta al ser testigo de aquella pantomima>> Enfrente suyo, había unas escaleras de piedra un tanto desgastadas por la erosión. Al comenzar el ascenso de estas, los soldados se quedaron abajo.
-¡Disfrute de los juegos señor!-dijo uno de ellos. Las escaleras daban acceso un balcón privado, desde donde se podía ver todo el interior de la arena. Una plaza redonda cubierta de arena, rodeada por decenas de gradas en donde toda la gente que vivía en aquella base se abarrotaba por conseguir un sitio para sentarse. Por su parte, el rey y sus invitados tenían un asiento privilegiado reservado, y entre ellos estaba Mosarreta.
<< ¿Qué coño hago yo aquí?>> Mosarreta nunca se había visto tan fuera de lugar, mas cuando vio los payasos con los que iba a compartir asiento en aquel circo. Su falso padre no era el único bicho raro, todos los allí presentes vestían raro, como si hubieran viajado a tiempos muy remotos.
-¡No te asustes hijo!-bromeó el rey-A esta gente le gusta disfrazarse para estas fiestas.
-¡Hombre si es el famoso hijo prodigo del rey!-gritó uno de los hombres disfrazados-Perdona no nos han presentado. Soy LLote Copa, de la familia Copa, mercader de esclavos y capitán de uno de los más poderosos ejércitos que apoya la causa de tu querido padre.
-Mosarreta, ya sabes quién soy-respondió con seriedad.
-Si no recuerdo mal tu hijo se llamaba...
-¡Bleda, ya sabemos todos como se llamaba!-interrumpió el rey con brusquedad-Cambió de nombre para no ser reconocido y ahora prefiere que le llamemos así. Basta de presentaciones, tomemos asiento, me duelen los pinreles.
-Como no, a ti siempre te duelen los pies-dijo entre risas el tal Bleda-Admite viejo, que cada vez estás más cascado.
-Pero aun tengo fuerzas para romperte los pocos dientes podridos que te quedan de un puñetazo-dijo el rey, respondiendo a las burlas del tal Bleda.
-¡Haya paz señores!-interrumpió LLote Copa-Siempre estáis igual ¿podemos tomar asiento y disfrutar del espectáculo para variar?
Todos los allí presentes, incluidos Mosarreta, obedecieron las palabras de LLote, tomando asiento. Mosarreta, no sabía donde sentarse, así que decidió esperar a que todo el mundo estuviera en su asiento para tomar el que quedara libre, pero antes de que aquello tuviera lugar, su padre le indicó con un gesto de su mano derecha, donde debía sentarse.
Las sillas no pasarían a la historia por ser las más cómodas del mundo. Estaban hechas de mimbre, palos de madera y algún que otro clavo oxidado. Mosarreta pensaba que antaño, mucho antes del antiguo mundo, las sillas debían ser de ese tipo y aunque ahora el mundo fuera una autentica basura, no tenía nada que envidiar a las personas que tuvieran que sufrir aquel tipo de asientos. << ¡Más cómodo sentado en el suelo!-dijo para sí mismo-¡Fijo!>>
De repente, unas mujeres bastante ligeras de ropa hicieron acto de aparición en el palco, con las manos cargadas de platos de comida y alcohol.
-¡Pronto empezamos!-bromeó LLote Copa, cogiendo una jarra de lo que debía ser Whisky.
-¡Hay que coger fuerzas amigo mío!-comentó Penalba-¡Mañana será un gran día!
Imagen de escorpión mutante
Los platos de comida que portaban las bellas mujeres eran de lo más variados, de entre los que destacaba el mutajabalí o los aguijones de escorpión gigante en salsa, pero lo que más le apetecía a Mosarreta era probar de nuevo la carne de hombre pez y de entre todos los platos que divisó ninguno contenía tal manjar, por lo que decidió hacer como LLote y coger una frasca de bebida alcohólica.
-¿Ya lo tienes decidido?-preguntó LLote al rey-Te recuerdo que Penélope pese a las apariencias, aguarda buenas defensas en su interior.
-¡Lo tengo todo planeado LLote!-el rey miraba la carne con deseo, pero parecía no estar dispuesto a quitarse aquella horrible mascara para poder saborearla, quizás tampoco podía permitirse el lujo de hacerlo quien sabe-Déjame que te cuente…-pero de nuevo el griterío de la grada hizo imposible escuchar nada.
Todos en el palco se levantaron nada más saltar a la arena los participantes del torneo. Había de todo, una mujer enorme y musculosa que más bien parecía un hombre, un hombre de pelo canoso y por su raquítico torso bastante desnutrido. Estos fueron los que más le llamaron la atención a Mosarreta, aunque había otros muchos hombres armados dispuestos a luchar.
-¿Qué les has contado para que participen LLote?-preguntó Bleda que estaba sentado al lado izquierdo de Mosarreta una vez el griterío pareció calmarse.
-¡Solo prometí libertad a los supervivientes del duelo!-respondió LLote esbozando una pequeña sonrisa.
-¡Tú y tus mentiras!-gritó Bleda-¡Que hijo de perra!
-Ya me conoces Bleda-LLote dio un buen trago de su frasca y se dirigió de nuevo al rey-¿Me contabas que…?-de nuevo solo se escuchó el griterío del público. Esta vez, un ser bastante amorfo apareció por otra de las puertas de acceso a la arena. Una bestia de piel pálida y arrugada, sin ojos en la cara y con garras negras bien afiladas. Esta posaba sus manos allá donde debía tener los ojos, con las palmas de sus manos mirando hacia fuera.
-¡Este doctor Ju nos sorprende cada día más!-dijo entre risas el rey-¡No me lo puedo creer! ¿Los ojos en las palmas de las manos? ¡Y seguro que habrá conseguido que vea!
Inmediatamente después de salir la bestia, un campo magnético de color azul rodeó la arena, quedando tanto el engendro como los participantes atrapados en su interior.
-¿Bueno vas a contarnos de una puta vez que tienes planeado o qué?-inquirió Bleda.  O aquel Whisky era muy fuerte o Mosarreta estaba bebiendo muy deprisa, puesto que comenzaba a ver al tal Bleda un poco difuminado.
-¡Otra insolencia mas y te corto la lengua puto Bleda!-respondió el rey Penalba-Bueno…-tomó un poco de aire, en aquel lugar hacia un calor horrible. El pequeño toldo improvisado con cortinas que cubría el palco, ayudaba un poco a soportar el calor, pero debía ser casi medio día y a esas horas, hacía calor hasta debajo de las piedras, aquello parecía estar acusándolo su padre más que el resto de los allí presentes-No vamos a entrar en una ciudad tan grande por la fuerza bruta ni mucho menos. Gracias al doctor Ju, podremos acceder sin levantar sospechas y sin temer bajas por parte de nuestros soldados.
-¡Explícate!-exigió Llote.
-Como sabréis, desde que comenzamos nuestra andadura en el sur, hemos ido acumulando grandes cantidades de esclavos y de ahí la dificultad de hoy por hoy alimentarlos en lo más mínimo para que sigan sirviéndonos sin llegar a desfallecer. Pues bien tengo la solución para acabar con los dos problemas de un plumazo-el rey miró fijamente a Mosarreta-Mi querido hijo conducirá a los esclavos más débiles en un éxodo a las puertas de Penélope.
-¡Estás loco a más no poder Penalba!-dijo Bleda-¡Pero me encanta tu plan!-Mosarreta estaba perdido dentro de aquella conversación, ¿Él liberando esclavos?
-Sabemos de sobra que en Penélope toda persona que no represente amenaza alguna es recibida sin ningún tipo de impedimento-de nuevo su padre tomó aire y la máscara hizo aquel característico sonido a pedorreta que tanta gracia le hacía a Mosarreta-¿Qué amenaza representarán un puñado de esclavos?
-¿Puñado?-preguntó Llote-Las jaulas se nos amontonan en el patio de la base, yo diría decenas, por no decir cientos.
-Por eso no hay problema, mi hijo los introducirá diariamente, en grupos de diez o veinte personas, en pocos días esos centenares de esclavos deberían estar dentro. Es más nuestros informadores indican que incluso hay negreros que estarían dispuestos a pagarnos un buen precio por ellos-su padre le miró fijamente a la cara, con ojos que inspiraban confianza-¡Fíjate tú que incluso nos ganaremos unas perras! ¿Quién iba a decirnos que mantener a estas ratas inmundas nos iba a dar beneficios algún día?
-¿Y cómo lograrás disimular los collarines?-preguntó Llote-¿Les pondremos bufandas en pleno verano?
-¡No habrá collarines!-respondió tajantemente el rey-Ahí es donde entra la magia de nuestro querido doctor Ju-Mosarreta desvió un momento la vista para mirar el combate que estaba teniendo lugar en la arena, al parecer el engendro estaba a punto de ser derrotado-El doctor consiguió extraer la célula explosiva que llevan incorporados los collarines de esclavos, esta ha sido modificada para aumentar bastante su potencia.  Sin el collarín de por medio, la célula parece una pastilla de gran tamaño la cual, nuestras mujeres cosieron a la ropa de los esclavos elegidos.
-¡Y cuando estén todos dentro “kaboom”!-gritó Bleda entre carcajadas-¡Eres el puto amo Penalba, el puto a-mo!
Por lo visto Mosarreta iba a ser artífice de la masacre de centenares de personas, en ese momento se debatió entre acatar las órdenes de su postizo padre o intentar escapar de aquel lugar. El miedo se apoderó de su cuerpo puesto que no sería nada fácil salir de allí con vida, comenzó a notar mas sudor de lo normal en la frente y las manos, y le dieron una tremendas ganas de vomitar, pero finalmente pudo controlar las arcadas.
-¡Parece que tu mujerona ha conseguido acabar con el experimento del doctor, Llote!-comentó el rey, desviando la vista hacia la arena, en donde el engendro y la mujer musculosa yacían muertos rodeados por el resto de participantes supervivientes.
-¡Dejémoslo en un empate técnico!-replicó Llote-¡Mi mujercita también cayó!
Lentamente el público fue abandonando el recinto ante la atenta mirada del rey, Llote y Bleda. Los supervivientes seguían en la arena, rodeados por el campo electromagnético, al parecer esperando a ser liberados.
Uno de los soldados que antes había acompañado a Mosarreta y su padre a la entrada del palco, entró en este y habló entre susurros con Llote. No se escuchaba casi lo que conversaban, pero muy tímidamente escuchó decir a Llote;-acabad con el resto.
 Inmediatamente el soldado hizo una señal desde lo alto de la escalera a sus compañeros que al parecer, aguardaban a las afueras. Poco a poco el recinto quedaba vacío de espectadores, pero ganaba en presencia de soldados, todos situándose en las gradas más cercanas a la arena, donde aun aguardaban los participantes, confundidos por aquella situación. Mosarreta imaginaba que iba a pasar con ellos, y no estaba por la labor de asistir a otra masacre. Cuando se disponía a abandonar el palco, su postizo padre le cogió del brazo derecho y tiró de él para acercarlo de nuevo a la silla.
El soldado al cual Llote había dado la orden, hizo un gesto con el brazo, el campo de fuerza desapareció y varias ráfagas de balas emergieron de las armas de los soldados, acabando con la vida de aquellos pobres desgraciados que momentos antes, habían ofrecido un espectáculo con la esperanza de conseguir tan ansiada libertad.
En medio del tiroteo, el rey Penalba se dirigió hacia él y con mirada desafiante le susurró:
-Si no quieres acabar como ellos, mejor será que obedezcas mis órdenes. De lo contrario te meteré una de las pastillas explosivas del doctor Ju por el culo y luego te lo coseré para que no puedas cagarla y reventarte el ano en mil pedazos cuando a mi me plazca ¿Me has entendido bien?