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lunes, 30 de diciembre de 2013

CAPÍTULO II - UNA APUESTA ARRIESGADA



JACQ




Los primeros rayos de sol despertaron a Jacq, era una mañana soleada, fresca, con un cielo despejado sin una sola nube que diera un poco de sombra. El calor no tardaría en llegar y era mejor empezar a cazar bien temprano para luego buscar algún sitio donde poder comerciar o al menos poder refugiarse a la sombra en esas horas de mayor calor del día, y eso Jacq lo sabia bien.

-¡Despierta Poli! ¡Venga levanta!- Poli era su hermana, bueno al menos eso decían ellos. Aunque la verdad de hermanos no tenían nada, ni siquiera eran primos lejanos, pero tanto tiempo juntos había echo que se quisieran como tal.

-¡Desgraciado! ¿Cuando mejor estaba me despiertas?- Poli era una mujer de unos cuarenta años. Poca gente sabía con exactitud que día nacieron al carecer de papeles o en muchos casos de padres porque estos habían muerto. Muchas veces la gente tampoco sabía en que día vivían. En los tiempos que corrían daba igual que fuera domingo que miércoles.

Poli nunca sabia en que día vivía, solo cuando hacia frío o calor. Era de estatura media, pelo corto, sucio y pelirrojo. Vestía con unos vaqueros y una cazadora de cuero recubierta de trozos de metal a modo de coraza. Se puso sus botas de militar y se incorporo.

-¿Que día es hoy?- pregunto Poli quitándose las legañas pegadas a los ojos.

-¡El día de ir a cazar para comer! ¿Te vale con eso?- respondió Jacq

-¿Y desayunar?

-Luego. Hay que aprovechar que los bichos aun estas medio dormidos para gastar lo menos posible en caza. Ahí queda café que he echo esta mañana por si quieres.

Con dos sorbos Poli se termino el café que sabia a gloria. Pocos días tenían el lujo de levantarse y poder desayunar algo. El café escaseaba, y la leche era radiactiva. Así que la costumbre de desayunar se había perdido un poco y el café con leche era cosa de los libros de historia.

Recogieron todos los cacharros y las armas y volvieron a emprender el camino montaña arriba.

-Según oí el otro día en la posada, al otro lado de la montaña hay un valle infestado de escorpiones gigantes.- dijo Jacq señalando hacia la montaña.

-El veneno de escorpión es una especia que se paga muy bien. Pero tendremos que obtener un buen ángulo para que no nos vean sino seremos hermanos muertos.

-Estoy contigo hermana. Subamos y busquemos un buen hueco. - Los dos hermanos subieron por el monte, el cual carecía de una senda por donde subir, aunque el ascenso no fue nada complicado. Una vez arriba observaron que el valle del otro lado era un agujero inmenso producido por una explosión de la guerra.

-¡Joder! Muy buen sitio para disparar pero... ¿Como cojones bajamos luego a recoger el premio?- maldijo Jacq una vez lo vio.

-¿Como bajamos? Bajaras tú. Luego a ver como subes. - respondió Poli con un tono burlesco hacia su hermano.

-¡A ver si te doy una hostia y bajas tú rodando!- siempre estaban peleando entre ellos como dos hermanos pequeños.

-Bueno tu acierta, gasta las menos balas posibles, mira- señalo con el dedo -Ahí hay un caminito para bajar y vámonos a desayunar que tengo hambre.- su hermana aunque estaba delgada tenia muy buen apetito, y raro era el día en el cual no tuviera hambre. Jacq desenfundo su rifle de francotirador que llevaba colgando en la espalda. Ajustó la mira telescópica. Ese rifle lo tenía desde que participó en una batalla contra un grupo de mercenarios que tenia aterrorizada a la gente de la villa donde vivía de adolescente. Hasta que un buen día se revelaron en armas y el con su rifle francotirador tuvo un papel bastante protagonista.

-¡Hay cinco y son grandes!-dijo entusiasmado Jacq. Los escorpiones gigantes eran mutaciones de los escorpiones producidas por la radiación que dejaron las bombas atómicas que arrasaron el mundo en la guerra. A lo largo del tiempo se habían visto muchos tipos de mutaciones pero solo las especies mas fuertes e inteligentes habían sobrevivido. Podían llegar a medir hasta tres metros de longitud y tenían un exoesqueleto muy fuerte y casi imposible de atravesar con un arma que utilizara balas. Solo las de mayor calibre en algunas ocasiones las atravesaban en el primer intento. Aunque su aguijón era el punto débil y al mismo tiempo el fuerte. Una picada de este mataba en el momento a su victima, en parte por el veneno y en parte por la herida que producía el impacto de este. Un disparo en el aguijón producía la muerte casi instantánea del escorpión precedida por un enloquecimiento del animal el cual atacaba a todos los seres vivos y muertos que tuviera a su alrededor, precedida por la muerte inmediata del escorpión gigante. Era importante estar alejado en ese momento y Jacq lo sabia bien, por eso siempre que podía disparaba a estos animales desde unos doscientos metros con su francotirador.

-¡Son enormes!-

-Venga acaba ya que parece que estén dormidos.- respondió Poli.

Jacq se tomo su tiempo en apuntar y ajustar la mira para no fallar. El primer disparo fue certero en el aguijón de uno de ellos. Desde lo lejos se observo como el aguijón explotaba con el impacto de la bala.

-¡Bien hecho hermano!- el escorpión gigante enloqueció y empezó a atacar a los otros que tenia cercanos, acabo con uno de ellos el mas pequeño del grupo pero murió por el impacto y el ataque de los otros escorpiones.

-¡Quedan tres!- dijo Jacq. Los supervivientes se quedaron expectantes por lo sucedido con las pinzas en alto con clara señal que querer atacar al más mínimo movimiento. Jacq volvió a ajustar la mira y volvió a disparar. Esta vez falló, en el último momento el escorpión movió el aguijón y la bala solamente le rozó. Los animales se dieron cuenta de donde estaba su amenaza, aunque estaban lejos tenían buen sentido de la orientación y un fallo contra estos animales podía suponer la muerte.

-¡Mierda hermana se han dado cuenta!-gritó-¡Saca las minas! ¡Intentare acertarles en movimiento pero ponlas en el camino de subida date prisa!- Poli sacó de su mochila tres minas antipersona y salió corriendo hacia un camino que había de bajada al valle delante de ellos. Puso las tres minas una detrás de otra separadas por unos dos metros aproximadamente bloqueando así el camino. Los escorpiones no sobrevivirían al impacto pero no les quedaban mas minas, y no eran baratas con lo cual Jacq debía ser certero en sus disparos aunque los escorpiones se acercaban a cierta velocidad.

-¡Vamos hermano no me jodas!- Jacq volvió a apuntar y esta vez si acertó en el aguijón del escorpión mas grande del grupo. Volvió a disparar tres veces más y acertó al segundo, el tercero ya no dio tiempo y murió reventado por una de las minas antipersona.

-Seis balas y una mina. Espero que el botín haya valido la pena porque me he cagado en los pantalones- dijo Jacq limpiándose el sudor de la frente. Poli mientras desactivo las otras dos minas y las guardo de nuevo en su mochila.

-Es muy peligrosa esta cacería hermano y mas con un inútil como tu.-dijo en tono burlesco.

-Vamos, ahora toca destripar escorpiones, estate atenta hermana por si hay algún otro escondido y nos toca salir corriendo.- Ambos hermanos tenían colgando de su cintura un machete de unos treinta centímetros colgando de su cintura. Lo llevaban hasta para dormir, así nadie les cogería desarmados. Con el cuchillo empezaron a despedazar los cadáveres de los escorpiones gigantes. Era una tarea dura y agotadora, el exoesqueleto era muy duro incluso para un cuchillo de esas dimensiones tan afilado. Estuvieron media mañana despedazando los cadáveres y cuando ya tuvieron la tarea terminada siguieron descendiendo por la senda que llevaba al valle.

Poco a poco iban dejando el valle atrás. Callados caminaban sin saber muy bien donde iban. Cuando menos se dieron cuenta ya habían perdido el valle de vista.

-Hasta que no consigamos mejores armas ahí no volvemos- dijo Jacq.

-La caza de sapos poco dinero nos va a dar hermano.

-Que graciosa tu. Ya veremos que podemos hacer. Pero esta mierda es demasiado peligrosa.

-Primero vamos a ver que podemos conseguir con todo lo cazado hoy.

-¡Me meo hermana!

-¡Cuanta guerra darás hermano! ¡Venga mea en la pared de esa casa abandonada y sigamos! ¡No tires la punta! Ja...ja...ja...- Poli dio media vuelta y se sentó detrás de un árbol seco que daba un poco de sombra. Ya era mediodía y del frescor de la mañana habían pasado a temperaturas veraniegas por aquel desértico paisaje. Jacq se puso cara a la pared. Una pared de bloques de ladrillo como antaño. Se sacó el miembro y empezó a hacer dibujitos en la pared con su orina. En ese momento noto como el cañón de una pistola se le posaba en la parte trasera de la cabeza.

-¿Que cojones crees que haces meando mi pared? ¡No te gires o te reviento los sesos!- Jacq no conocía esa voz, desde luego no era la de su hermana. Estaban apuntándole con una pistola por la espalda y lo único que tenia en las manos era su polla echando las ultimas gotas de meado.

-¿Te conoz...?-

-¡Cállate!-dijo el extraño sin dejar de apuntar.

-¡Si no bajas esa pistola hago un collage con tus sesos de necrófago putrefacto! ¡Vamos!- esa era la voz de su hermana. Era una situación bastante tensa. Y el que tenia todas las de perder era Jacq.

-¡Vamos a calmarnos!- intentó calmar la situación.

-Está bien, aunque haya vivido mucho no quiero morir apuntando a un tío que esta meando.- dijo el extraño y bajó el arma. Poli hizo lo mismo pero no dejo de mirarlo. Jacq se subió los pantalones de chándal que llevaba y se giró para ver quien le había apuntado con su arma.

-¡Jesús! ¿Ves? Te dije hermana que hacerse muchas pajas era malo. Mira como ha acabado este tío.

-¡Otra broma así y te tragas la pistola!-respondió el extraño dolido por la burla de Jacq.

Era un poco mas alto que el, aunque no mucho. Delgado, apestaba a alcohol, tenia el rostro desfigurado como si se hubiera peleado con un león y le hubiera arrancado la piel. Al carecer de labios siempre llevaba puesta una sonrisa en su cara bastante macabra, aunque en aquella situación no parecía estar riendo, más bien serio. De su cabeza sin piel le colgaba un mechón largo de pelo rubio. Vestía con ropa de antes de la guerra, camisa de botones color rojo de manga corta, pantalones vaqueros decolorados por el paso del tiempo y zapatillas deportivas. La parte de los brazos que dejaba ver la camisa había corrido la misma suerte que su rostro.

-Un necrotizado- dijo Poli -¿De antes o después de la guerra?-

-De antes- respondió el necrotizado con un suspiro.

-¡Yo pensaba que eso no existía!- se sorprendió Jacq.- ¿Quien eres? ¿Que haces aquí?-

-Hueter. Me llamo Hueter y la pared que estabas meando pertenece a mi bar.

-Y dime Hueter, ¿Recibes así a todos tus clientes?

-Ser desconfiado con la gente la cual no conozco me ha ayudado mucho a sobrevivir aquí.

-Pues poca clientela nueva atraerás así a tu garito colega...- intervino Poli.

-¿Tienes algo que valga la pena para llenar la panza?- a Jacq le sonaban las tripas, desde que despertaron solo habían tomado un café.

-Tengo estofado de rata al ajillo... es el menú de hoy.

-Como tenga la misma pinta que tu yo eso no lo pruebo.

-¡Que gracioso tu!-rechisto Hueter-Pasar a mi bar, veras como no has probado nada igual en tu corta vida.

Hueter les invitó a entrar al bar. <<Menudo antro>> fue lo primero que pensó Jacq al abrir la puerta. Estaba oscuro, la poca luz que había era de los rayos de sol que se colaban por las rendijas y los agujeros de las paredes, y unas pocas bombillas de colores colgadas del techo. Sonaba una canción "Cambalache" perteneciente a los años de la guerra civil Española. A la izquierda había cuatro mesas con sofás en forma de media luna que casi rodeaban por completo las mesas. Estaban llenas de gente jugando a las cartas y bebiendo lo que parecía ser Whisky. A la derecha estaba la típica barra de bar, de color plateado un poco polvorienta. Había tres taburetes vacíos tapizados de color rojo bastante bien conservados. Jacq y su hermana tomaron asiento.

-¿Queréis menú o no?- grito Hueter detrás de la barra.- ¡La cazamos anoche!-

-¡Y una mierda! ¡La cacé yo!- intervino uno de los hombres que había sentado en una de las mesas jugando a las cartas.

-Nueve balas te costó, yo no estaría tan contento por esa cacería...je...je...je.- era la primera vez que veía sonreír a aquel extraño hombre necrotizado y su risa era mas macabra aun que cuando estaba serio.-Si os coméis un plato cada uno os invito a un Whisky.

-¡Yo no bebo!- dijo Poli.

-Tranquila hermana yo me bebo el tuyo y el mío. Venga a ver como esta eso, mejor que no comer nada será.

Hueter desapareció un momento por una puerta que había al interior de la barra, y al momento volvió a salir con dos platos de estofado.

-¡Que aproveche!-

-¿No lo habrás hecho tu con esas manos no?-pregunto Jacq en tono burlesco.

-¡Lo he hecho con la poya que no tengo! ¡No te jode!- al hombre necrotizado parecía que ya no le molestaban las burlas de Jacq.-Cuando acabéis me decís si están buenas o no.

El plato era de metal, de los que utilizaban los soldados para comer en las misiones. Era de las pocas cosas limpias que había en aquel bar. Jacq cogió una cuchara vieja y removió el estofado. Sabía que era rata porque lo había dicho Hueter, pero no lo parecía. Estaba acompañada por una salsa color crema espesa y aun estaba caliente como demostraba el vapor que emanaba del plato.

-¡Venga come que esta rico!- dijo Poli. Jacq observo que el plato de su hermana ya estaba vacío.

-¿Que hambre tenías no hermana?-

-Si te parece... me tienes a pan duro y agua.

Probó la primera cucharada. Tenía buen sabor, las siguientes ya no se hicieron esperar. Había comido ratas muchas veces pero aquella era la que mejor sabor tenía.

-¡Abuelo esto esta de muerte!- Hueter sonrió, estaba limpiando dos vasos con un trapo sucio.

-A esta invito yo- y sirvió dos Whiskys en los vasos-¡Son cincuenta!

-¿Aceptas mercancía?- ni Jacq ni su hermana llevaban monedas para hacer el pago, pero la cacería de la mañana era suficiente como para pagar 20 platos como esos.

-¡Enseñarme lo que tenéis!- Poli cogió las dos mochilas y las puso encima de la barra. Dentro había cinco glándulas venenosas y unos cuantos casquillos vacíos procedentes de la escopeta francotiradora de Jacq.

-Los casquillos no me valen, esas glándulas valen su peso en oro.

-¿Tienes munición? ¿Armas? ¿Corazas? ¿Comida?- pregunto Jacq.

-Lo siento vaquero, pero solo dispongo de comida y alcohol. Si quieres negociar por armas o munición, a un kilómetro al norte esta la antigua autovía, que es lugar de paso para mercaderes ambulantes. Pero hasta el sábado no volverán de su ruta.- hizo un alto para beber un trago y siguió- Hay un mercado en el centro del pueblo, aunque la mercaría armamentística que disponen deja mucho que desear. Pero igual puede valerte algo.

-¿Hoy que día es hermano?-

-Ni idea Poli-

-Es jueves vaquero-

-¡No soy vaquero soy Jacq!-

-Lo que tu digas pipiolo, te recomiendo que esperes al sábado la mercancía es mucho mejor aunque también mucho mas cara. Si queréis un sitio donde dormir os recomiendo la pensión Rose, que esta en el centro del pueblo.

-¿Que todo esta en el centro del pueblo?- pregunto Jacq confuso.

-¡No hombre!- sonrió Hueter - Lo que pasa es que el pueblo es tan pequeño que todo es el centro...je...je...je...

La risa de aquel hombre le revolvía las tripas. Cada vez que dejaba escapar una carcajada salía un hedor a alcohol y podrido mezclado.

-¿Puedes darnos comida a cambio de alguna glándula?- preguntó señalando a la puerta de la cocina.

-No comercio con la comida de mi bar, no tengo tanta, solo en el momento y con monedas. Si queréis Whisky, os puedo dar botellas hasta alcanzar el valor de la glándula mas pequeña.

-Entonces habrá que ir al centro del pueblo, buscar monedas para pagarle a este hombre y esperar hasta el sábado. Vamos hermana.-

-¡Ehhh!- dijo Hueter con tono serio -De aquí no se va nadie sin pagar. Que uno de los dos vaya al pueblo y cambie una de esas glándulas por monedas, el otro se queda aquí como fianza hasta que paguéis. De lo contrario seréis el plato del día de mañana. Mis parroquianos están lo suficientemente borrachos y armados como para llenaros el cuerpo de plomo.

-¡Calma calavera andante!- la tensión en el ambiente iba en crescendo -Hermana ve tu yo esperare aquí. Estaré bien.

Poli asintió con la cabeza recogió la mochila y salio en silencio del bar.

-Te propongo un juego- dijo Jacq con voz pausada al hombre necrotizado -He notado que el aliento te huele a podredumbre alcoholizada, apuesto mi deuda doble o nada a que no bebes más que yo.

Al oír esas palabras el bar se convirtió en una sonora carcajada.

-Muy bien vaquero, si pierdes a parte del doble de tu deuda también tendrás que pagar las botellas que bebamos - replicó Hueter con tono confiado -¡Vosotros!- se dirigió al grupo que había en la mesa situada en la entrada del bar -¿Queréis ganaros unas monedas? Pues hoy seréis los bármanes y que no falte el Whisky en esta mesa. ¡Venga levantando el culo!-

Había dos hombres mayores sentados en la mesa que se levantaron para dejarla libre. Uno de ellos tropezó al salir tirando su vaso al suelo.

-¡Ale tu primer encargo limpia eso! ¡Y trae una botella y dos vasos limpios!- parecía un sargento dando ordenes. Jacq se quedo impresionado de ver como los dos hombres cumplían las órdenes de Hueter como si de perros adiestrados se tratase.

Limpiaron el Whisky derramado en el suelo y trajeron una botella entera y dos vasos limpios.

-Esperemos que no tarde mucho tu hermana, no quisiera sacarte de aquí borracho y con un tiro en la cabeza- su tono era amenazador.

-¡Menos hablar y mas tragar!- Jacq cogió el vaso lleno y lo bebió de un solo trago-¡Esto es agua!-

-¡Mas quisieras!- y su rival respondió de la misma manera.

La tarde pasó rápido, ninguno de los dos se daba por vencido. Jacq no vio en ningún momento si su hermana había vuelto con las monedas, aunque tampoco le importaba. Estaba bebiendo gratis. <<Veremos como acaba esto...>> pensaba entre copa y copa. Las amenazas de su rival se convirtieron en carcajadas y relatos de batallas pasadas.

El local se quedo vacío. Solo estaban ellos dos con su particular lucha.

-¡Mierda! Los camareros se han ido y esta botella esta a punto de acabarse. Voy a por otra porque no te veo capaz de levantarte del sitio.- maldijo Hueter. El aliento a alcohol y podrido del hombre necrotizado ahora solo era aliento a podrido ya que todo el bar olía a alcohol, o al menos esa era la impresión de Jacq. Hueter se levantó con dificultad del asiento. Había como diez botellas en el suelo todas ordenadas como si de trofeos se tratase. Observaba desde la oscuridad del sitio, como el tabernero necrotizado se agachaba debajo de la barra y desaparecía de su vista para coger otra botella. Escuchó un fuerte golpe, sonó como un coco hueco al golpear contra una superficie metálica.

-¿Calavera?- no obtenía respuesta -¿Hueter?- era como si se hubiera quedado solo en el bar, pero imaginaba que el otro estaría tirado en el suelo con un buen Chichón.- ¡Gane!

Termino la botella que tenia en la mesa y pensó en marcharse a la pensión donde seguramente estaría su hermana. Pero iba demasiado bebido y la noche era muy oscura, en esas condiciones no llegaría a ningún sitio así que cerró los ojos y se quedó dormido en el sofá de media luna donde había pasado toda la tarde bebiendo con aquel tabernero loco.

domingo, 29 de diciembre de 2013

CAPÍTULO I - EL TABERNERO BORRACHO



HUETER


-¡Pfff...! ¡Era una tarde de mierda, en un día de mierda, en mi trabajo de mierda!- Eran siempre las palabras con las que Hueter empezaba a narrar el día en el que empezó todo. -¡Lo recuerdo como si fuera ayer! ¡Y eso que ha llovido desde entonces! Bueno, no tanto... ¡Tú ya me entiendes!
Hueter era un hombre bonachón, algo loco pero sin maldad, aunque su vocabulario incitara a pensar todo lo contrario. Tenía la cara desfigurada, con poca piel debido a la "enfermedad", como él lo llamaba. En la cabeza solo tenía un largo mechón de pelo rubio, que era el reflejo de la cabellera que lucía antes de que la "enfermedad" fuera desfigurándole el cuerpo con el paso de los años. Estaba de pie detrás de la barra frotando un vaso con un trapo que, más que limpiarlo, lo ensuciaba, pero él no desistía en su empeño de dejarlo reluciente.
-Ese día hice horas extras. ¡A qué mala hora se me ocurrió decir que sí a la zorra de mi jefa! ¡Si lo llego a saber me quedo en casa durmiendo la mona!- Hace muchos años, cuando Hueter era joven, le gustaba mucho frecuentar los bares. Se tomaba su botellín de cerveza con su respectiva tapa en cada bar de su barrio. Después de todo lo pasado decidió hacer de su afición su vocación. Un día de tantos de su vida vagando por las ruinas de lo que debía de ser Móstoles encontró un local abandonado. Carecía de un buen techo para poder cobijarse, pero la noche estaba al caer e ir por aquella zona era peligroso a esas horas. No tenía puerta que cerrara, pero los hostales estaban muy lejos y no tenía mucha mercancía con la que comerciar para poder conseguir una habitación, así que decidió pernoctar allí. Cuando entró vio que en realidad era un bar abandonado, con la típica barra, taburetes, un billar y muchas mesas circulares rodeadas de sofás en forma de media luna. Todo estaba cubierto de telarañas y una buena capa de polvo. Desde el momento en que vio ese escenario no se movió de allí, y durante los días siguientes buscó material para hacer un techo y se encargó de quitar el polvo y demás suciedad para montar allí su bar.
-Las comunicaciones se cortaron, no funcionaban los teléfonos- decía con voz pausada -. ¡Y en pocos momentos la luz se fue y se escuchó una explosión muy fuerte que por poco nos dejó sordos!- A Hueter le gustaba mucho contar su historia del día en que cambió el mundo tal y como lo conocemos ahora.
-¡Oye, tú, marica sin cola, deja de contar batallas de la abuela y ponte otra ronda, que esa historia me la sé de memoria!- le dijo uno de sus habituales parroquianos en tono burlón. Hueter cogió la botella verde, que contenía un whisky que solo él sabía de donde procedía. Nunca le había dicho a nadie dónde lo conseguía, pero tenía fama de ser el mejor -o uno de los mejores- de la zona.
-¡Boca chancla!- gritó Hueter -. Sabes que esto es radiactivo, y al paso que vas llegarás a cuatro patas a casa. ¡Eso si llegas!- dijo en mitad de una carcajada. A Hueter, cuando reía, se le veía mucho más la dentadura que a cualquiera, debido a su "enfermedad". Sirvió otro trago en el mismo vaso del que había bebido su parroquiano la anterior ronda y siguió contándole la historia a la chica que estaba sentada en la barra; bebía un vaso de agua embotellada y escuchaba sin decir palabra. - ¡Inmediatamente bajamos a la última planta del garaje! ¡Teníamos miedo!- narraba moviendo los brazos aireadamente una y otra vez - Fue lo primero que pensamos en ese momento pero creo que fue un error, aunque posiblemente otra opción diferente hubiera sido peor. El caso es que al poco de estar abajo todos los compañeros, otra vez se escuchó una explosión, ¡boom!, y el techo se derribó dejándonos encerrados allí.
La muchacha, una mujer joven de cabello oscuro, con unas gafas antiguas unidas por el centro con un trozo de esparadrapo, se quedó atónita e invitó a Hueter con un gesto de su mano a seguir narrando su historia.
-¡Esos días fueron los peores de mi vida!- dijo Hueter con un tono esta vez más serio-. Pasaron muchos días hasta que pudimos salir, no teníamos casi comida, la poca que había era de las máquinas expendedoras escondidas entre los escombros. La gente moría de hambre o deshidratación, pero eso no era lo peor. ¿Tú ves mi rostro ahora? Pues empecé a quedarme así desde aquel día. ¡Mira!- Hueter sacó de un bolsillo del lado izquierdo de su camiseta una foto anterior a las explosiones. -¡Este era yo!
La chica se quedó con los ojos abiertos como platos.
-¡Venga ya! ¡Ese no puedes ser tú! ¡Si esa foto debe de tener como doscientos años! ¡Ese tío debe de estar ya más muerto que...!
-¡Nada! ¡Créetelo! Es de las pocas cosas que este desfigurado podrá contarte sin que sea mentira- interrumpió el parroquiano que anteriormente le había pedido otra ronda.
-¿Tú qué te crees? ¿Que me quedé así por arte de magia?- continuó Hueter; la chica no volvió a mediar palabra-. Uno de los beneficios de mi enfermedad -dijo haciendo un movimiento con los dedos que simulaban unas comillas- es la longevidad. Aún no conozco a nadie con mi mismo problema que haya muerto de viejo. Sí con un balazo en la cabeza, o reventado por alguna mina, y otros se han vuelto locos y depravados, pero de viejo ninguno.
Dejó de hablar un momento para servirse otro chupito que se bebió de un trago. Le cayó un poco por la comisura de lo que antes eran sus labios y continuó.
-¡Tranquila, que yo no me puedo emborrachar! ¡Otro beneficio!- Soltó una carcajada un tanto siniestra-. Los días pasaron, y los que no morimos empezamos a sentir cambios en nuestro cuerpo: el pelo se nos caía poco a poco, la piel la teníamos como si hubiéramos pasado un día entero en la playa sin ponernos protección solar, cada día que pasaba teníamos menos apetito… y eso solo fue el principio. Semanas después, cuando otra explosión cercana abrió un boquete entre los escombros, pequeño pero suficiente para que pudiéramos pasar, conseguimos salir a la superficie. La mayoría de las personas murieron, y los pocos que sobrevivimos vimos cómo la piel empezaba a caérsenos como si de escamas de peces se tratara... -Hueter suspiró-. ¡En fin, si quieres saber cómo sigue esta historia pásate otro día y te invito a la primera, que si te la cuento entera ya no volverás! Je...je...je...
La muchacha asintió y mostró su sonrisa. ¡Qué diferencia había con la de él, aunque tuviera los dientes un poco amarillentos!
La tarde transcurrió tranquila. Poco a poco el bar se fue quedando vacío hasta que solo quedaron él y su fiel parroquiano, que había pasado toda la tarde bebiendo y jugando a las cartas, aunque parecía que aún no había tenido bastante.
-Peiton, tío, vienes poco pero cuando vienes dejas una buena caja y una colección de botellas vacías- dijo Hueter riendo.
-Pu...pu...pues a ver ahora quién me lleva a casa...-respondió el parroquiano con claros síntomas de embriaguez. Peiton era un hombre de mediana edad de pelo largo, barba canosa y poco arreglada. Iba un par de veces por semana al bar, pero cuando iba siempre salía el último y con serias dificultades para caminar. Hueter se sentó con él en una parte del sofá pegado a la mesa, abrió otra botella en la que solo quedaban dos vasos justos de whisky y sirvió uno para cada uno.
-¡Venga!- dijo con voz alta mientras servía-. Este es el último y te acompaño a casa, que a estas horas y con el pedo que llevas seguro que no llegas. ¡Mira!- dijo señalando la ventana-. Ya es de noche, y ya sabes lo que eso significa.
-¡Sssíii!- respondió Peiton.
Terminaron de un trago su último whisky y se dispusieron a salir.
-¡Espera!- dijo Hueter frenando en seco-. Voy a coger la play, no vayamos a encontrarnos alguna sorpresa por el camino.
Hueter pasó un momento detrás de la barra del bar y se agachó. Sujetada por dos alcayatas estaba su vieja escopeta, una Stonecoat con culata de madera y doble cañón de acero, que siempre lo acompañaba cuando no estaba en el bar.
-¡Hale! ¡Ya podemos irnos!- gritó, y Peiton asintió con la cabeza-. ¿Tú tienes tu pipa o la has perdido?
Hueter vio cómo Peiton se levantaba la camisa y señalaba hacia su cinturón, donde tenía su pistola, una Beretta M92FS del calibre cuatro guardada en la funda.
Salieron del bar y Hueter cerró con un portazo. Fueron por un camino de piedras que había justo delante del local. Hueter iba fumándose un cigarro mientras su parroquiano caminaba mirando al suelo, concentrado en no caer. Era una noche cálida, el verano estaba a la vuelta de la esquina, había pocas nubes y se veían muchas estrellas en el cielo aunque no había luna.
En la oscura noche no se veía a nadie, solo ellos dos caminando en silencio.
-¡Espera!- dijo Hueter poniéndole una mano en el pecho a su parroquiano para que se detuviera-. ¿Has oído eso?
-¿El qué?- respondió Peiton con dificultad.
-¡Viene de ahí!- Hueter señaló a unos arbustos que se movían a su derecha. Peiton sacó su pistola y apuntó hacia ellos tambaleándose.
-¡No dispares!
Aunque sus palabras no sirvieron de nada: Peiton empezó a disparar. Una de tantas balas dio en la cosa que estaba haciendo que se movieran los arbustos y se escuchó un gemido.
-¡Bravo! Te has cargado una rata. Ja...ja...ja...- dijo Hueter entre carcajadas-. Te dije que no dispararas para saber primero lo que era y has vaciado un cargador para matar una triste rata. Me vendrá bien para uno de mis estofados. ¡Mañana menú del día!- No podía parar de reír-. ¡Anda, ve! Tu casa está ahí delante, pásate mañana por el bar y te pagaré por salvarme la vida ante tal abominación.
El alcohol había afectado demasiado a Peiton, el cual intentaba reír aunque no podía, y mediante grandes esfuerzos llegó a su casa. Hueter esperó a lo lejos para ver si entraba o no. Y cuando Peiton estuvo dentro dio media vuelta, cogió la rata muerta y emprendió el camino de regreso al bar.
Puto borracho, pensó. Al menos tenemos una presa fresca para mañana.
Cualquier animal era bueno para poder llenar la panza. Y para comerciar, si era fresco, mejor aún. Hueter sabía cocinar cualquier presa, siempre con la misma salsa y con un sabor muy parecido. Igual cocinaba un día una rata y al otro un trozo de cabra que sabían prácticamente igual.
La noche era más oscura a cada momento. Iba mirando el ejemplar cazado por su parroquiano: era grande, aunque estaba sucio y lleno de sangre.
¡Una rata!, pensaba. Cómo se nota que se acerca el verano: estos bichos solo salen al exterior cuando hace calor.
Solo habían transcurrido unos minutos desde que habían salido del bar hacia casa de Peiton, pero a Hueter le pareció que hubiera estado toda la noche paseando. Abrió la puerta de su bar: estaba todo tranquilo. Había pasado de la alegría del día a la soledad de la noche y eso lo deprimía. Ser longevo y no envejecer tenía sus ventajas, pero le había dejado graves secuelas físicas. Hacía mucho tiempo que no sabía lo que era ser amado, ni tener relaciones sexuales aunque pagara, ya que carecía de órganos genitales. La gente que le importaba moría y el mundo en el que vivía era de todo menos alegre. Pobreza, guerras, asesinatos, violaciones... Había visto demasiado de todo y muy poco cambio desde que aquella guerra casi aniquilara a la humanidad.
Se sentó en el porche de su bar. Aquella noche no tenía sueño. Como casi ninguna noche. Sacó un puro de su colección, se lo encendió con el Zippo y le dio una buena bocanada. Entre el humo y la oscuridad de la noche casi no veía el camino que cruzaba por delante de su bar.
-¡Mierda de vida!- dijo en voz baja; al fin y al cabo nadie le iba a oír. Tenía una pistola amarrada debajo de su silla por si surgía alguna emergencia; la despegó y apuntó a una lata que había encima de una piedra, a unos veinte metros de distancia. Disparó y dio de pleno. Cada vez tengo mejor puntería, pensó.
Se quedó mirando fijamente la pistola durante un momento. La puso apuntando a su cabeza.
En esos momentos le pasaron por la mente muchas imágenes de su longeva vida: su primer amor, su prometida a la que perdió en el momento en que cayeron las bombas; el repentino cambio en su físico, las batallas de las fronteras, las torturas en el norte del valle atomizado, los amigos que dejó atrás. Le entraron muchas ganas de apretar el gatillo y acabar con todo, pero en el último momento se arrepintió.
-¡Mejor otro día!- dijo, y empezó a reír con mucha fuerza. Dio otra bocanada al puro y siguió-. ¡Aún tengo que acabar de contarle la historia a la muchachita de la sonrisa bonita!