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sábado, 27 de septiembre de 2014

CAPÍTULO XXXVII - FANTASMAS DEL PASADO



CRISTINE



Los días pasaban volando en el pueblo de Salatiga, pero no le importaba. Por primera vez en su vida Cristine era feliz y aquel sitio se había convertido en su hogar. Tenía todo lo que una persona podía desear, comida, una casa y alguien que la amara.
Todos los días eran casi iguales, Jacq se levantaba temprano, nada más salir el sol, para irse de caza con Pervert. Ella a veces los acompañaba, pero la mayoría del tiempo lo pasaba realizando tareas que la mujer le pedía. Comerciar con los mercaderes ambulantes para conseguir munición o piezas para reparar armas, comprar comida en el mercadillo que instalaban todos los días por la mañana en la plaza central de Salatiga eran algunas de las tareas que solía realizar, cada vez se le daba mejor, sobre todo comerciar. Los mercaderes comenzaban a conocerla como la Dama de Hierro, ya que nunca cedía en sus pretensiones, siempre solía conseguir lo que quería al mejor precio.
La mañana había sido soleada y calurosa, pero conforme el día avanzó un nubarrón se instaló en el cielo de Salatiga. Pervert decidió no salir a cazar esa tarde, el negocio iba bien y podían permitirse el lujo de una tarde libre, aunque Jacq quiso oponerse porque quería conseguir rápidamente las suficientes chapas para ir en busca de su hermana. Finalmente se hizo lo que Pervert dijo, Jacq aceptó a regañadientes.
Cristine había estado buscando día tras día un momento en el que estar a solas con Jacq, pero cuando no era Pervert era Troy quien les acompañaba y aquello comenzaba a incomodarla. Esta vez la tropa entera se dirigía al bar para llenarse la panza y echar unos cuantos tragos para variar.
-¿Pervert?-llamó a la muchacha en voz bajita, dejando que Jacq se adelantase al grupo.
-¿Que quieres corazón?- por muy mal que le fueran las cosas Pervert siempre tenía una palabra amable. Nunca había conocido una persona tan cariñosa como ella. La gente por norma general era muy mal hablada y poco hospitalaria.
-Fui esta mañana donde el viejo Gaspar a por la armadura de Jacq, pero el hombre me dijo que hasta la tarde no lo tendría-se estaba poniendo nerviosa por momentos-¿Podrías ir tu a por ella? Quiero estar a solas con Jacq, ya me entiendes...
-Ja...ja...ja...-la risa de la muchacha hizo girarse a Jacq extrañado.
-¿Que os hace tanta gracia?-preguntó con el ceño fruncido.
-¡Cosas de mujeres!-respondió Pervert, haciendo un movimiento con la mano para que continuara caminando hacia el bar-¡Descuida tonta!-sonrió de nuevo, esta vez mas disimuladamente-Iré yo a por la armadura, total tenemos la tarde libre ¡Por fin!
Cada día conocía mejor Salatiga, cada día los pequeños laberintos que formaban las casas se hacían más fáciles de atravesar, ya no tenía que recorrerse diez veces el pueblo entero para llegar a un sitio u otro.
-Quieres estrenar el colchón que compraste ¿verdad?- aquella pregunta la incomodó. Días atrás uno de los mercaderes tenía a la venta un viejo colchón del antiguo mundo, Cristine estaba cansada de dormir en aquel destartalado sofá. Todas las mañanas se levantaba con dolor de cuello. Muchas noches se acurrucaba en el suelo junto Jacq y conseguía descansar, aunque el hombre no era de dormir mucho y echarse en el suelo sin el pecho de este para apoyar su cabeza era incluso más incomodo que el sofá. Una vez vio el colchón no lo pensó dos veces y fue a por él. El mercader debió notar su desesperación por conseguirlo, así que aprovechó para incrementar el precio. Aquello no fue motivo para no comprarlo y finalmente accedió. Como cortesía los ayudantes del mercader llevaron la compra hasta la casa de Pervert. A partir de ahí las noches comenzaron a ser mucho más plácidas.
-¡Ya lo estrené!-respondió Cristine con voz temblorosa.
-¡Tranquila a mi no tienes porqué mentirme!-la mujer quiso quitarle importancia al asunto al ver cómo le incomodaba la conversación.
Poco tiempo tardaron en llegar a la plaza central, los comerciantes locales comenzaban a recoger las tiendas a toda velocidad una vez los nubarrones dejaron caer las primeras gotas. El género se podría estropear y para muchos de ellos, era lo único que tenían para poder subsistir un día más.
Dentro del bar el panorama era el de siempre, humo de tabaco, alcohol y más humo. Solo quedaban dos mesas vacías, una cerca de la entrada y otra al fondo del local, más apartada y con un ambiente más tenue.
-¿Aquí o al fondo?- pregunto Pervert moviendo el dedo índice hacia las mesas vacías.
-¡Aquí mismo!-espetó Jacq que aun parecía cabreado por no salir de caza.
-¡No seas quejica!-bromeó la muchacha sentándose en uno de los taburetes de la mesa, justamente el más cercano a la puerta. El otro lado de la mesa daba a la pared, donde había instalado un banco alargado de madera para poder sentarse -¡Nos merecemos un día de descanso, en breve podrás regresar a Odín con tu querida hermana!
La idea de que Jacq abandonara Salatiga aterraba a Cristine, no hubo momento para hablar con él y preguntarle si podía acompañarlo, aunque tampoco estaba segura de querer hacerlo. Seguramente que la Banda de los Trajes Grises aun estaría detrás de ella y no estaba por la labor querer ser descubierta. Salatiga se había convertido en su nuevo hogar, pero tampoco sabía cuanto duraría la hospitalidad de Pervert. Estaba hecha un lio y al parecer nadie iba a darle una respuesta en aquel momento, así que decidió que lo mejor sería disfrutar del momento mientras pudiera.
Jacq se sentó en la esquina interior del taburete y ella pegada a su lado, aunque tuviera dudas respecto a que le depararía el futuro, la atracción hacia aquel hombre no había hecho más que aumentar a medida que pasaban los días.
Muy sutilmente deslizó su mano derecha dejándola caer sobre el muslo izquierdo de Jacq, este al notar su presencia la miró como si estuviera sorprendido de aquello, aunque no pareció importarle.
El posadero como de costumbre les atendió de inmediato, hacían tantas horas en aquel antro que ya les conocía de sobra y siempre les recibía con una sonrisa de oreja a oreja, aunque esta careciera de muchos dientes y fuera un poco desagradable a la vista, una sonrisa siempre era de agradecer.
-¡Hombre mis borrachos preferidos!- siempre los saludaba con aquellas palabras, se habían labrado una buena fama tantas horas allí metidos- ¡Hoy para comer tenemos hamburguesas de libélula!
-A mi tráeme un par de ellas y una...- Cristine deslizó suavemente su mano hacia la entrepierna de Jacq acariciando tímidamente la zona. Por fortuna días antes Jacq se compró ropa usada en bastante buen estado y ya no llevaba aquellos sucios pantalones, ni la mugrienta camiseta que encontró en casa de Pervert. Al notar su mano el muchacho se quedo callado durante unos momentos, mirando fijamente al camarero, el cual esperaba a que terminara de pedir-... una... una... cerveza.
-¡Para mí una hamburguesa y agua!-dijo Cristine.
-¡Yo lo mismo que Jacq!-fue la elección de Pervert.
Cada día había un menú diferente en función de la caza obtenida. Manolo, el posadero del bar Budo tenía sus propios cazadores, los cuales se encargaban de traer la materia prima para cocinar. Fuera lo que fuera aquello que cazaran, el cocinero tenía el don de hacer unos platos deliciosos.
La tormenta comenzó a ser intensa, tanto era así que los relámpagos del exterior se escuchaban como si hubieran tenido lugar dentro del local.
-¡Bueno cuando acabe la tormenta tengo que hacer un encargo personal!- dijo Pervert. Cristine sabía perfectamente a que se refería y no pudo dejar escapar una pequeña sonrisa.
Jacq por su parte daba un largo trago de cerveza, ajeno a todo, parecía que no le importaba que ella estuviera metiéndole mano, aunque Cristine notaba como otra parte de su cuerpo no opinaba lo mismo. La vergüenza la invadió por completo y rápidamente retiró la mano, apoyándola sobre la mesa.
-¿Te pasa algo?-preguntó Jacq en voz bajita, mirándola de reojo, con una pequeña sonrisa en la boca.
Al momento regresó Manolo el posadero, esta vez con las hamburguesas recién hechas.
Ya no tenía miedo a probar cualquier comida que le sirviera el dueño de aquel antro, los días anteriores habían comido casi todo lo comible, Tortilla de a saber que, estofado de rata gigante, glándulas de escorpión mutante con salsa picante, intestinos de mutajabalí en salazón y muchas otras comidas que ahora no le venían a la cabeza. Las hamburguesas de libélula eran lo más normal dentro de aquel estrambótico menú.
Según contaban los borrachos de las mesas adyacentes, en el antiguo mundo, las hamburguesas venían dentro de una cosa que se llamaba pan, pero hoy en día nadie había tenido la fortuna de ver algo similar.
-¡Que buena pinta!-dijo Pervert que parecía querer comerse la hamburguesa con los ojos. Nadie respondió, Jacq daba grandes bocados a la carne de libélula, mientras, Cristine entre mordisco y mordisco, arrancaba pequeños trocitos de hamburguesa tirándoselos a Troy por debajo de la mesa.
Tanto Jacq como Pervert acabaron rápidamente con sus platos, al parecer la caza les había abierto el apetito, mientras ella hacia verdaderos esfuerzos por terminarse el suyo. Finalmente desistió y terminó por darle el resto al perro.
-¿Un Whiskycito para hacer la digestión?-preguntó Jacq frotándose la tripa. Era siempre la misma rutina, comer y emborracharse, cenar y continuar emborrachándose. A Jacq no parecía afectarle lo más mínimo el alcohol, por el contrario Pervert parecía tener más dificultades a la hora de seguir el ritmo del hombre.
-¿Y un parchís borracho?-el parchís era un juego del antiguo mundo que consistía en meter las fichas en una casilla que se llamaba casa, se jugaba con un dado y cuatro fichas cada uno, pero en esta modalidad se habían substituido las fichas por vasos de chupito. Al entrar en casa el propietario del chupito tenía que bebérselo de un trago y cuando un chupito alcanzaba la posición que ocupaba otro chupito propiedad del rival, había que beberse los dos.
Jacq era el más tramposo de todos, movía los chupitos de posición sin que nadie se diera cuenta la mayoría de veces para beber más que nadie, Cristine por su lado hacía la vista gorda para no tener que beber tanto. Simplemente dedicaba sus esfuerzos en intentar excitar al hombre acariciándole la espalda o metiéndole mano por debajo de la mesa, pero las manos aun le olían a comida y el perro se las chupaba cuando Cristine intentaba posarlas sobre la pierna de Jacq. Aquello parecía ser una misión un tanto complicada, pero no iba a perder la esperanza por conseguirlo.
Las partidas solían alargarse, pero aquella tarde Pervert parecía menos tramposa que de costumbre, así que la partida terminó pronto resultando Jacq el ganador para variar.
-¡Que sueño me está entrando!-dijo Cristine apoyando la cabeza sobre el pecho de Jacq. El hombre se sentó de lado para dejarle una posición más cómoda. << ¡Bien parece que mis esfuerzos comienzan a dar resultado!-pensó>> Ella no dudó en aprovechar la invitación y se acomodó sobre el banco de madera. Jacq la rodeó con los brazos posando las manos en su tripita, ahora Cristine comenzaba a sentirse a gusto.
-¡Eres un tramposo!- Pervert recriminaba a Jacq una de las anteriores jugadas del parchís borracho. Al mirar a la muchacha Cristine observó como un tipo bastante extraño entraba por la puerta. Llevaba un hábito con capucha que le cubría la cara casi en su totalidad, pero lo poco que pudo ver le resultaba familiar y no sabía de qué. Rápidamente aquel tipo ocupó la única mesa que quedaba libre en el bar.
-¡Eres muy mala! ¡Siempre te gano!- bromeaba Jacq- ¡Y mejor no hablemos de la señorita!- esta vez era su turno.
-¡Si lo hago aposta!-replicó Cristine- Siempre te dejo ganar, porque se lo que te gusta beber- mirándolo de reojo observó la cara de tonto que se le había quedado a Jacq después de escuchar sus palabras. Pervert no podía disimular las burlas, intentaba taparse la boca con las manos pero sus ojos la delataban.
-¡Me da igual!- dijo Jacq terminándose lo poco que quedaba en la botella después de la partida-¡Gané yo!
Al poco la tormenta pareció calmarse, ya no se escuchaba el golpear de las gotas en las planchas de metal con las que estaba construido el local y los relámpagos habían mermado su actividad.
-¡Hora de hacer el recado!-Pervert se levantó del taburete y dejó caer un puñado de chapas sobre la mesa-¡El resto lo ponéis vosotros! ¡Nos vemos luego!
-¿Dónde vas tan deprisa?-preguntó Jacq parando la huida de la mujer.
-¡A recoger un traje!-señaló a Troy-¡Me llevo al perro para que pasee un poco, que tanto comer y no caminar no es bueno! ¡Vamos Troy!
Pervert salió a toda velocidad del local seguida por el perro. Al abrirse la puerta Cristine pudo comprobar cómo el cielo continuaba igual de oscuro, ya no llovía pero los relámpagos aun se escuchaban a lo lejos.
-¡Nos hemos quedado solos!- Jacq aun parecía tener ganas de beber, pero ella ya había tenido suficiente.
-¡Yo ya voy un poco borracha!- realmente estaba fingiendo su embriaguez, pero quería aprovechar ese momento para estar asolas con él y no pasarlo emborrachándose.
-¡Te entiendo!- Jacq pareció captar la indirecta- ¿Nos vamos a la casa?
-Si tu quieres...-<< ¡Pensaba que nunca me lo pedirías capullo!>>, Cristine se giró y le dio un beso en la boca.
-¡Me has convencido!-Jacq respondió con otro beso-¡Yo invito!
Poco duró la tregua que había dado momentos antes la tormenta y al salir del bar Budo dieron cuenta de ello.
Caminaban a paso ligero, cogidos de la mano en dirección a la casucha de Pervert cuando Jacq paró en seco.
-¿Qué te pasa?-pregunto Cristine extrañada.
-La verdad no se qué hago aquí, ni cuál es mi función en todo esto- respondió Jacq en voz queda.
-¡Yo tampoco lo sabía hasta que te conocí!
-¡No me vengas con tonterías si casi te vuelo la cabeza!-espetó el hombre.
-¡No me refiero a esa vez!- ella continuaba sintiéndose en deuda con él por haberla salvado la vida en el cruce de túneles-El día en que te conocí fue cuando desperté en medio de aquel cráter. Tú estabas tumbado encima de mí con la servoarmadura hecha añicos. Casi das tu vida por salvar la mía, desde ese momento comprendí que aún quedan buenas personas en este condenado mundo. Por diminuto que sea aun queda un rayo de esperanza para la humanidad.
-Que poco me conoces ¿Yo una buena persona?-Jacq no pudo contener la emoción, sus ojos brillaban, no sabía si era por la intensa lluvia o porque realmente estaba llorando, pero eso daba igual. El la abrazó contra su pecho, Cristine notaba el palpitar del corazón de Jacq y posiblemente el también notara el suyo. La tormenta cogía cada vez más fuerza, ambos estaban empapados de arriba abajo, pero no importaba, nada importaba a su alrededor. De nuevo sus labios se juntaron dando lugar al beso más apasionado que Cristine había sentido nunca.
-¡Creo que nos vamos a mojar!- Jacq la miraba con deseo, y ella le respondía con la sonrisa más pícara que sus labios podían crear.
<< ¡No quiero que esto acabe nunca!-pensaba mientras corrían en dirección a la casucha de Pervert>>
Nada más entrar en la casa se quitaron la ropa que ya no podía estar más mojada, tanto que parecía pesar el doble.
Jacq la acostó en el viejo colchón situado en el salón de la casa, donde antes estaba el destartalado sofá, la miró, le sonrió, y la volvió a besar. Lentamente bajó hacia sus partes íntimas. Cristine no sabía muy bien que era lo que el hombre estaba haciendo, pero era tan asombroso que no podía parar de retorcerse del placer. De pronto paró, dejó de acariciarla y comenzó a bajarse los empapados calzones al mismo tiempo que contemplaba su cuerpo semidesnudo, delicadamente entró en ella haciendo movimientos suaves y pausados que iban aumentando conforme cruzaban sus miradas. Cada vez más y más fuertes sus movimientos que Cristine quería gritar pero él no la dio tiempo y le silenció con un fuerte beso. Cristine arañaba la espalda de Jacq, era muy cálida por el calor que desprendía su cuerpo. Tiraba de sus cabellos, estrujaba su pequeño pero duro trasero contra ella, llegando al mismo tiempo a un intenso orgasmo que hizo que sus cuerpos quedasen exhaustos por aquel acto tan apasionado. Lo más hermoso de aquel momento fue cuando Jacq se tendió sobre ella y empezó a escuchar el latido de su corazón y su agitada respiración. Jugaba con los cabellos de Cristine, observaba muy de cerca su piel y la besaba dulcemente. Y ella, qué podía hacer, sentía satisfacción y felicidad por haber vivido aquel instante que jamás olvidaría. Nunca antes se había sentido tan amada, nunca antes ningún hombre la había hecho sentirse mujer.
Un estrepitoso golpe abrió la puerta de par en par rompiendo la cálida atmósfera que habían creado entre los dos. El frio viento tormentoso invadió el salón, al principio pensó que este era el causante, pero una sombra comenzó a tomar forma en el hueco de la puerta.
Aquella silueta le resultaba familiar, era muy similar a la del extraño hombre que Cristine había visto en el bar. Jacq que parecía haberse percatado de algún peligro se levantó a toda velocidad en busca de un arma, pero antes de que pudiera hacer nada, la sombra que entro a toda velocidad en la casa y lo alcanzó golpeándolo con un extraño puño en el hombro izquierdo. Sin duda se trataba del tipo raro de la túnica que había visto aquella tarde en el bar.
Un brillo cegador emergió del impacto y Jacq cayó fulminado al suelo.
-¡Jaaaaacq!-gritó Cristine que no podía contener las lágrimas. Intentó socorrerle, pero una fuerza se lo impidió. El hombre la tenía cogida por el brazo. En ese momento pudo ver su cara. Lo conocía, sabía perfectamente quien era aquel hombre. Aquello no podía estar pasando, lo que momentos antes era un cuento de hadas y príncipes azules se había convertido en un abrir y cerrar de ojos una pesadilla.
-¡Otra vez no por favor!- esta vez no era la lluvia, esta vez eran lágrimas de verdad corriendo por sus mejillas.
-¡Dichosos los ojos que te ven de nuevo zorra!

miércoles, 24 de septiembre de 2014

CAPÍTULO XXXVI - ENCAPUCHADO



MOSARRETA



Poder caminar otra vez era lo mejor que le había podido pasar en la vida. Desde entonces pasaba los días andando de un lado a otro del campamento de la Orden de San Juan de Dios. De vez en cuando se permitía el lujo de echar una pequeña carrera, pero el dolor que sentía en las articulaciones era tal, que aquello se convertía en un infierno. Conforme pasaban los días el mal era menor, sentía como si se le metieran un millar de astillas en cada articulación al moverse, pero el sufrimiento no era nada en comparación a la independencia que aquellos pobres desgraciados le habían otorgado sin motivo alguno.
-¡Ya no caminas como un robot!-bromeó Hueter, uno de los necrófagos que le ayudó a sobrevivir.
-¿Y tú? ¿Qué haces aun aquí?- días atrás Hueter comentó que iba a regresar a Mostonia, su pueblo, para poner de nuevo en marcha su negocio, el cual había dejado apartado por un motivo que no quiso contar. Escribía algo sobre un cuaderno con hojas sucias y amarillentas, pero Mosarreta no le dio mayor importancia. Tampoco tenía especial interés por los quehaceres de la gente en aquel deprimente sitio. La mayoría de los refugiados agonizaban en camas improvisadas a la intemperie. Los que más suerte habían tenido lo hacían dentro de unas tiendas de campaña, hechas con tela vieja y palos de madera y metal. Las personas que conseguían sobrevivir solían desaparecer de manera muy extraña, pero nada de eso le interesaba. Mosarreta solo tenía ojos para sus nuevas piernas y el extraño brazo robótico que Neil y el doctor le habían implantado.
-¡Me tome unas vacaciones!- en el campamento había poco alcohol, pero las reservas se las estaba terminado aquel necrófago borracho que no soltaba la botella ni para dormir- Aquí ya no me queda nada, en verdad no me queda nada en ningún sitio- se encogió de hombros- En fin hoy mismo marcho para Mostonia, espero que ningún malnacido halla perpetrado mi bar.
-¡Suerte amigo!- Mosarreta tendió la mano y Hueter se la estrechó, estaba en deuda con aquel necrófago.
-¡Por fin te encuentro!- Neil se acercaba a toda velocidad reclamando su atención- ¿Podrías hacerme un favor?
-¡Depende de lo que se trate!- espetó Mosarreta, parecía que Neil tenía trabajo para él y aquello no le gustaba un pelo, no estaba dispuesto a ser la putilla del necrófago.
-Necesitamos chapas para comprar medicamentos y solo disponemos de esta servoarmadura que tan gentilmente nos ha cedido nuestro compadre Hueter, pero ningún comprador- lamentó Neil- Cercano al campamento se encuentra Salatiga, una pequeña ciudad levantada de la nada, rica en comercio. Busca a Gaspar, un viejo borracho que se encarga de reparar armamento. Él pagará un buen montón de chapas por la coraza.
Salir de aquel deprimente lugar no era tan mala idea, aunque fueran unas horas, le vendría bien caminar y poner a prueba su nuevo brazo.
-¡Está bien!
-Dirígete hacia el sur por la carretera, no te resultará difícil encontrarlo, seguramente toparás con muchos comerciantes camino de Salatiga-dijo Neil alegremente mientras le entregaba una enorme mochila.
<< ¡Sera capullo!-maldijo en su interior al ver aquel bulto-¡Voy a parecer un puto burro de carga!>>
-¡Una última cosa!-intervino Neil de nuevo-Para que Gaspar sepa que vas de mi parte vístete con esta túnica de la orden. Yo en tu lugar no iría luciendo tu nuevo brazo, a los bandidos les suele gustar mucho este tipo de tecnologías y te puedes meter en problemas. La túnica te servirá para disimularlo.
Aquella sotana olía horrores, como si un perro mojado hubiera dormido envuelto en ella, aunque el color negro y la extraña cruz roja que llevaba bordada en el dorsal, le daba un toque un tanto siniestro que a Mosarreta le encantaba. Rápidamente se enfundó el hábito, cubrió su cabeza con la capucha y cargó la mochila a su espalda.
-¡Joder, pareces el puto diablo!-bromeó Hueter que no dejaba de reír a carcajadas.
-Si te digo a lo que te pareces tú...- aquello no pareció molestar al necrófago el cual, no paraba de reírse de él-¡Me voy!
La mañana había sido soleada como casi todos los días de aquel caluroso verano, pero pasado el mediodía un oscuro nubarrón comenzó a formarse en el cielo de la región con claras intenciones de dejar una buena tormenta a su paso.
Mosarreta comenzó su andadura en dirección sur por la carretera, conforme le había indicado Neil. La vía estaba destrozada en su mayor parte, solo quedaban restos del material que antiguamente habían utilizado para construirla. Algunos tramos estaban borrados por completo, decenas de vehículos abandonados se amontonaban en las cunetas, estos eran mejor guía para seguir el camino que la inexistente calzada.
Cargar con la servoarmadura a sus espaldas era como cargar con una roca, pesaban similar, o al menos eso le parecía a Mosarreta.
Llevaba un buen rato caminando cuando divisó a lo lejos un burro de carga, acompañado de cuatro hombres y una mujer. Al parecer la señora era la dueña y el resto por las pintas que llevaban mercenarios a sueldo, contratados para mantener a salvo las mercancías. Circulaban tan lentamente que Mosarreta no tardó en alcanzarles.
-¡Un seguidor de San Juan!-gritó la anciana al verle-Pasa hijo, pasa. Este burro es tan viejo que ya le cuesta mucho andar con el lomo cargado.
Los mercenarios miraban a Mosarreta con cara de pocos amigos, pero la amabilidad de la mujer era suficiente motivo como para que no se sintieran amenazados.
El cielo estaba cada vez mas encapotado, las primeras gotas comenzaban a caer, el olor a tierra mojada era cada vez más notable.
Por suerte Salatiga estaba cercano, Neil tenía razón cuando dijo que a la izquierda de la carretera lo divisaría y así fue. Varios grupos de comerciantes se amontonaban en la puerta haciendo sus negocios. Armas, comida, ropa vieja, intercambiaban cualquier cosa y discutían por el precio. La lluvia era cada vez más intensa pero aquello no parecía importar a los comerciantes ya que continuaban con sus trapicheos como si nada estuviera pasando a su alrededor.
A la entrada del pueblo Mosarreta preguntó a un lugareño por el tal Gaspar.
-¡Continua por esta senda, bordeando la muralla hasta que veas una choza que en la entrada pone "Conde de la torre", allí lo encontraras!-explicó muy amablemente el lugareño. Un joven canijo con una buena mata de pelo en la cabeza.
Las casas parecían amontonarse una encima de otra en aquel pueblo. Se hacia difícil ver donde acababa una y donde comenzaba la otra. Siguiendo la senda descrita llegó finalmente a la choza, donde un cartel hecho con un tablón de madera tenia pintado con bastante mala letra "Arreglos conde de la torre".
Al llegar a la puerta comprobó que estaba cerrada a cal y canto. Con los nudillos golpeó varias veces la madera.
<< ¡Fijo que de un puñetazo reviento esta mierda!-pensó al escuchar el sonido hueco que producía la puerta al golpearla-¡Mejor no levantar sospechas!>>
-¡Ya va cojones!-protestó enérgicamente alguien desde el interior de la vivienda-¡Ya va!
Un hombre de mediana edad, con mirada amenazadora y cuatro pelos colgando de su brillante calva abrió la puerta.
-¡Hombre a ti te esperaba yo!-dijo el hombre al verle. Mosarreta comprendió que lo había reconocido por la túnica de la orden porque no conocía de nada a aquel hombre y dudaba mucho que a él le conociera.

-¡Busco al viejo Gaspar!-un fuerte relámpago cogió desprevenido a Mosarreta que del susto dio un pequeño salto.
-¡Se avecina tormenta!-dijo el hombre mirando hacia el cielo-Gaspar soy yo. Y no soy mucho más viejo que tú. Así me llaman los vecinos de este puto pueblo. Bueno a ti no te importa esta historia. ¿Qué vienes a traerme la servoarmadura?
Mosarreta asintió con la cabeza, dejó la mochila que llevaba colgando de la espalda en el suelo y la abrió para que Gaspar pudiera ver la coraza.
-¡Así me gusta!-dijo Gaspar con una sonrisa en la boca al ver la servoarmadura-¡Rápido y limpio! ¡Aquí tienes lo acordado con quien te manda! ¡Ahora largo de aquí!
Gaspar tiró un saco lleno de chapas y sin darle tiempo a contarlas recogió la mochila y de un portazo cerró la casa.
Una anunciada lluvia cogió fuerza, el cielo había oscurecido, parecía de noche pero aun estaba atardeciendo. El agua penetraba en la tierra reseca formando barrizales y pequeños riachuelos que desembocaban en lo más hondo de Salatiga.
Mosarreta cogió el saco de chapas de Gaspar y buscó algún bar donde refugiarse hasta que pasara la tormenta. Comenzó a sentir miedo porque no sabía si los aparatos que le había instalado Neil y el doctor de la orden serian impermeables al agua, o por el contrario acabarían por electrocutarlo.
Finalmente, buscando entre aquel cumulo de casas en lo más bajo de Salatiga encontró lo que parecía ser un bar. "Bar Budo" era lo que ponía el cartel de la puerta, pintado de forma similar que la casa de Gaspar.
Al entrar en el local, el olor a humo que imperaba en aquel sitio le recordó mucho a las timbas de póker que jugaba cuando servía a la Banda de los Trajes Grises, pero allí no había nadie jugando a las cartas, solo borrachos batiéndose en duelo por ver quién era el mas alcohólico. << ¡Seguro que aquí Hueter se sentiría como en casa!-pensó nada más ver a los viejos beber como posesos>>
Solo había una mesa libre, esta se encontraba al fondo del local, en una de las esquinas. Mosarreta se apresuró a tomar sitio, como si tuviera miedo de que alguien le robara el sitio. Odiaba beber de pié.
El posadero tardó poco en acercarse, Mosarreta pidió una botella del mejor Whisky.
-¡Hijo si consigues bebértela entera y no morir en el intento es que no eres de este mundo!-bromeó el posadero. Poco le importaba el coste en chapas que tuviera aquel capricho, era el justo pago por el recado que le habían mandado.
Al momento, el camarero regresó con una botella llena de lo que parecía ser Whisky y un vaso que al observarlo más detenidamente, parecía que lo hubieran lavado con el agua embarrada que corría por las calles del pueblo.
Mosarreta se sirvió un vaso llenándolo hasta rebosar, primero dio un pequeño sorbo y el resto se lo acabó de un trago. Al probarlo la limpieza del vaso pasó a ser una mera anécdota. Aquel whisky no era el mejor que había probado pero a punto estuvo de serlo, estaba delicioso.
El hábito de la orden estaba empapado de arriba a abajo, en otras condiciones Mosarreta se habría desecho de él, pero allí solo había desconocidos y no sabía como reaccionarían si lo vieran con nueva apariencia.
De entre todo el murmullo de la gente, una tímida risa femenina le resultó familiar. Sin levantarse de la mesa, miró detenidamente a cada una de las personas buscando aquella familiar sonrisa.
<< ¿Que ven mis ojos?-pensó al divisar a la mujer de la sonrisa familiar-¡La zorra ha hecho amigos!>>
Allí estaba, en aquel antro, con la cabeza apoyada sobre pecho de un hombre, el cual la sujetaba firmemente posando las manos en su cintura, acompañada de un gran perro y una atractiva mujer de mechas rubias. Como tanto había deseado Mosarreta, Cristine sobrevivió a la explosión y ahora la tenía a la otra punta del bar, sin que ella se hubiera percatado de su presencia. Gracias a la túnica había pasado desapercibido por delante de aquella zorra, aquella malnacida que le dejó sin poder caminar durante muchos e interminables días de su vida.
Mosarreta tiró de la capucha, ajustándosela para que nadie pudiera ver sus ojos y le tapara la mayor parte posible de su rostro, pero que a la vez le permitiera seguir observando a Cristine.
Concentrado y bebiendo pequeños sorbos de Whisky, Mosarreta imaginaba cientos de modos de acabar con ella, cada uno con más sufrimiento que el anterior. Tanto pensar le estaba produciendo dolor de cabeza, o quizás fuera la media botella que ya se había bebido. Una idea aun más cruel le vino de pronto a la cabeza. Matarla no era suficiente dolor, era mejor hacerla sufrir en vida, quitarle lo que más le podría importar en esos momentos, y al parecer su objetivo, era aquel hombre que tanto la miraba con deseo y la besaba con ternura.
Allí dentro era un suicidio comenzar una pelea, así que decidió esperar a que abandonaran el local, mientras, en aquella larga espera dedicó su tiempo a terminar la botella de un Whisky que cada sorbo hacia aumentar la ira que sentía hacia Cristine.

jueves, 18 de septiembre de 2014

CAPÍTULO XXXV - PROTECTOR




FUENTE






Sentado en el borde, con las piernas colgando hacia el vacio en uno de tantos rascacielos marchitos por el paso del tiempo, el ataque nuclear o guerras posteriores, Fuente miraba con la vista perdida hacia el horizonte desde una de las últimas plantas del edificio. Le habría gustado llegar a lo más alto, pero el resto era inaccesible.

La gran ciudad en ruinas era inmensa, centenares de edificios se elevaban ante sus ojos hasta llegar a difuminarse en el horizonte. Fuente intentaba subirse todos los días a los edificios más altos para ver si la salida de la ciudad estaba cercana, pero era un laberinto descomunal y cada vez estaba más cansado de fracasar en sus intentos por salir de urbe. El día no era lo suficientemente largo para explorar en una dirección u otra y volver de nuevo al asentamiento. La noche era tan peligrosa como el día, pero a pie de calle la exagerada elevación de los rascacielos hacía que la oscuridad más absoluta imperara en toda la metrópoli.

Meses atrás Pececito, el mandamás del Ejército del Pueblo Libre mandó varios pelotones entre los que se encontraba Fuente a rastrear la ciudad en busca de riquezas, armamento y munición. Bien adentrados en las ruinas de la capital, fueron sorprendidos por armas biológicas que los habitantes del antiguo mundo soltaron en la guerra para destruir la ciudad. Criaturas que parecían proceder del inframundo, abominaciones que ninguna persona podría llegar a imaginar, sueltas durante décadas en aquel gigantesco cementerio de cadáveres a su libre albedrío sin control alguno. Desde aquel momento les fue imposible regresar, pasaron los últimos meses intentando sobrevivir, la comida escaseaba y muchos perecieron a causa del hambre o los ataques de las abominaciones. Otros por el contrario quisieron hacer de los engendros muertos su cena, pero el nivel de radiación acabó por destrozarles la tripa.

Fuente había comido de todo lo comible, solo le quedaba cruzar la delgada línea que le separaba entre la cordura y el canibalismo de personas, pero por el momento, no estaba dispuesto a llegar a tal extremo. El alcohol y las drogas que aun quedaban en el campamento calmaban su apetito, pero estaban mermando considerablemente su salud.


-¡Joder Fuente no se que será peor si morir de hambre o reventar como lo estás haciendo de una sobredosis!-espetó Santiago, un buen amigo suyo y de los pocos supervivientes que aun tenían fuerzas para caminar. Los inyectores de meta-codeína vacios, tirados alrededor suyo lo habían delatado. No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que estaba poniéndose, Santiago le recriminaba una y otra vez que lo dejara pero él hacía caso omiso a los consejos de su amigo.

-¡Es mejor morir volando que vivir agonizando!-vociferó Fuente. Odiaba el mote que le habían puesto sus compañeros la noche en que estando de fiesta, subió a la azotea del prostíbulo donde habían pasado la mitad de la noche, se bajó los pantalones y comenzó a orinar hacia la calle, con tan mala suerte que acertó de lleno en la cabeza del sargento Salinas que salía del local encendiéndose un cigarro. Como castigo Fuente no cobró en el periodo de siete noches y siete días, pero lo que más le jodió fue el mote que a partir de entonces comenzaron a llamarle todos sus compañeros.

-¡Otro día más sin encontrar una puta salida!- lamentó Santiago sentándose a su lado.

-¡Qué más da!-Fuente sabía que su compañero no tenía la culpa de sus desgracias, pero le hablaba como si realmente lo fuera, aunque Santiago ya estaba acostumbrado a su forma de ser- ¡El mundo está hecho una mierda tanto fuera como dentro de esta maldita ciudad! ¿Que mas da donde vivir?

-¡Fuera al menos viviríamos, aquí dentro solo podemos alargar nuestra agonía!

El cigarro casi consumido comenzaba a quemarle dos dedos, apuró la última calada y lo tiró al vacio.

-¡En fin voy a ver si le doy a algún mutante en la cabeza!- aun con todas las sustancias que llevaba en el cuerpo, Fuente consiguió levantarse, se bajó los pantalones e hizo honores a su mote. Su compañero no podía dejar de reír a carcajadas al ver tal espectáculo.

Aquel chistoso momento se vio interrumpido por un extraño objeto que divisaron a lo lejos, acercándose hacia ellos a gran velocidad, surcando la atmosfera de la gran ciudad. Al principio parecía un pájaro, pero una vez el extraño objeto estuvo lo suficientemente cerca, distinguieron una criatura enorme colgando de lo que parecía ser una pequeña nave tripulada por un cerebro.

-¿Estoy demasiado drogado o eso es lo que parece?-el pánico comenzaba a apoderarse de Fuente, que no daba crédito a lo que estaba viendo.

-¡Creo que estamos viendo lo mismo!-respondió Santiago que no salía de su asombro. Aquel ser debía tener una altura similar a la que tendrían tres plantas de aquel edificio, de piel blanquecina e inexistente en algunas partes de su cuerpo. Era como una mala copia a tamaño ampliado de un cadáver mutante, con deformidades por doquier. La frente brillaba por su ausencia, por muy grande que fuera aquella cosa el cerebro debía ser tan pequeño como un guisante, porque espacio en aquella enorme cabeza no parecía haber para ello, no al menos como debía ser. Ojos pequeños incrustados en profundos y huesudos cuencos. Fosas nasales diminutas y carencia de nariz. La boca parecía estar en posición vertical, de ella sobresalían cuatro colmillos, uno en cada esquina pegados a un músculo que tapaba casi por completo su boca. El cuello era un amasijo abarrotado de músculos que unían la parte superior de la cabeza con los hombros. El cuerpo de aquella criatura parecía el de un hombre que hubiera muerto de hambre, los huesos muy marcados y los músculos casi saliéndose de la piel. Se trataría del ser mas enclenque y débil que Fuente jamás hubiera visto, pero por su tamaño, la realidad resultaba ser bastante diferente. Parecía dormido, las garras entrecruzadas sujetaban sus piernas dándole la forma de una bola gigantesca.

El pequeño artefacto sujetaba la abominación por un tejido que le sobresalía de la espalda a la altura del pescuezo.

-¡Joder vámonos!-gritó Fuente. Cuando quisieron escapar ya era demasiado tarde, la pequeña nave dejó caer la criatura, esta impactó contra el edificio y despertó de inmediato. La sacudida fue tan violenta que por momentos pensaron que la torre de pisos se derrumbaría como un castillo de arena.

La criatura cayó varias plantas por debajo de donde estaba Fuente y su compañero, al acercarse de nuevo al borde comprobó como ascendía clavando sus enormes manos a la marchita estructura del edificio. Cascotes y escombros caían a cada manotazo.

-¡Hay que hacerlo caer o el edificio se vendrá abajo!-gritó Santiago-¡Dispara!

Las células de fusión parecían no afectar en absoluto a la abominación, esta continuaba su ascenso emitiendo un grito tan potente que hacía temblar los cimientos de la torre. Sus fauces expulsaban a varios metros un gran chorro de saliva cada vez que el ser abría la boca.

-¡Mierda! ¡Deja de disparar y corre!- gritó Fuente ante la desesperación de no poder frenar el ascenso de la criatura. Rápidamente se dirigieron hacia el interior del edificio donde se encontraban las escaleras y el hueco por donde se supone que antes se encontraban los ascensores.

Descendieron varias plantas, hasta que finalmente toparon con la feroz mirada de la criatura, esta al verlos no dudó un momento y lanzo un violento golpe que traspasó el bloque entero. En el último momento Fuente pudo esquivar la embestida, pero no así su compañero Santiago que cayó preso por la enorme mano de la abominación.

-¡Santiiii!- gritó Fuente disparando hacia la gigantesca mano para intentar liberar a su compañero, pero sus esfuerzos fueron en vano. La criatura retiró ferozmente el brazo y la estructura cedió. Las plantas superiores del edificio se vinieron abajo en una lluvia de polvo y escombros. Fuente de espaldas al suelo y con su rifle de plasma en las manos retrocedía torpemente viendo como Santiago, aprisionado, se debatía entre la vida y la muerte. Estaba asfixiándose por la enorme presión que la criatura ejercía sobre su cuerpo. Su cara cada vez más violácea, reflejaba el enorme dolor que le estaba produciendo aquella gigantesca mole. Finalmente la criatura se deshizo de Santiago lanzándolo hacia el vacío con tal fuerza que se elevó varios metros antes de precipitarse.

Sin ningún obstáculo que dificultase su acceso la criatura se posó en la cima de lo que quedaba de edificio. Fuente desde el borde opuesto se percató de que la altura aun era considerable, el impacto contra el suelo acabaría con cualquiera, incluso con aquel monstruo, la pregunta era como. Miró el cargador de su rifle de plasma, quedaban apenas diez disparos, en sus bolsillos no había munición de recarga, solo un par de granadas de mano.

La criatura se acercó hacia él con las fauces abiertas como si quisiera comérselo, emitiendo su potente grito. Fuente no se precipitó al vacío por poco, pero quedó impregnado de aquellas viscosas babas. Hábilmente aprovechó el momento de prepotencia del ser, para escapar por debajo de sus enormes piernas. Varios zarpazos a punto estuvieron de alcanzarlo, pero la criatura era tan grande y el espacio en el edificio tan reducido que todos los movimientos de esta eran cuanto menos torpes.

De espaldas a él, la criatura intentaba darse la vuelta para atacar de nuevo, Fuente observó colgando de la blanca espalda de la abominación, el tejido con el que la nave la había transportado hasta allí. Armó el rifle de plasma y disparo un tiro certero hacia el tejido. Al impactar, Fuente observó que esta vez la criatura si sentía dolor, aunque no lo suficiente como para acabar con lo que fuera eso.

Aquella mole con piernas y brazos pesaba demasiado, y así lo hizo saber el suelo que comenzó a ceder a los pies de esta. << ¡Mierda el edificio se nos viene abajo!-pensó al ver como los pies del monstruo destrozaban los pisos inferiores-¿Pero cómo me deshago de él?>>, en ese momento lo vio claro, el punto débil del mutante era aquel extraño tejido que sobresalía de su espalda, el blanco era fácil puesto que la criatura había dejado a un lado su ataque y luchaba por no caerse del edificio.

Fuente lanzó una de las dos granadas que aún le quedaban en los bolsillos, el impacto hizo que la abominación soltara un grito aun más fuerte que los anteriores, aunque la granada solo sirvió para que la criatura recordara porque estaba allí arriba. A causa del derrumbe, el engendro había caído varias plantas y no llegaba a alcanzar a Fuente que miraba ojiplático como esta, con una incontrolable furia, lanzaba un fuerte golpe contra los restos de la estructura, la cual mantenía a Fuente en una posición elevada.

La separación entre la criatura y Fuente se vio reducida a la nada. Montones de escombros se derrumbaban sobre el cuerpo del monstruo que lanzaba manotazos a diestro y siniestro para evitar los impactos. Fuente tuvo suerte de no ser golpeado por ninguna de las dos gigantescas manos, no así su rifle de plasma, que salió disparado perdiéndose casi en el horizonte.

Fuente aterrizó sobre el enorme lomo de la criatura, dándose un fuerte golpe que le dejo aturdido durante unos instantes. Al parecer el monstruo creyó haber acabado con él, ya que dejó de lanzar manotazos. Tenía tan cerca el tejido extraño que casi podía arañarlo con sus uñas aunque si una granada y una célula de fusión no habían causado el más mínimo rasguño de poco serviría que lo arañara. El supuesto punto flaco de la criatura tenía una forma bulbosa, del color de la sangre. De su interior emanaba una especie de líquido trasparente bastante gelatinoso.

De repente el engendro volvió a lanzar violentos manotazos, parecía como si se hubiera percatado de que Fuente estaba a sus espaldas, pero la forma en la que estaban constituidas sus extremidades no le permitían alcanzarlo. Por su parte a Fuente solo le quedaba una granada y un machete guardado en una funda colgada de su cintura.

La lucha con la criatura terminó por mermar sus fuerzas, Fuente estaba agotado, solo podía agarrarse a la espalda para no salir despedido por las intensas sacudidas del ser. Con dificultad deslizó la mano para desenfundar el machete, el líquido gelatinoso que emanaba del tejido bulboso hacia que cada vez fuera más difícil sujetarse a la espalda de la abominación, a decir verdad Fuente ya no sabía ni porque tenía tanto empeño por mantenerse y no caer, si no era el monstruo quien acabara con él, seria la propia gravedad al caer desde una altura como aquella.

<< ¡No me iré sin luchar!-se dijo a si mismo>>, Fuente sacó fuerzas de donde no había y desenfundó el machete, sujetándolo firmemente por la empuñadura lo clavó sobre el tejido de la criatura. Esta gritó con más fuerza, pero a diferencia de las anteriores ocasiones esta vez parecía que el dolor si le afectaba con la suficiente contundencia. El machete por la propia fuera que ejercía Fuente con su peso, rasgaba lentamente la piel del monstruo. La sangre fluía con intensidad por la incisión cada vez más prolongada. Tal era la cantidad de sangre, que las manos de Fuente, que se agarraba con todas sus fuerzas a la empuñadura del machete, se hundían en aquel rio rojo.

El engendro intentaba deshacerse de él arrancando trozos de la estructura que aun quedaba en pie del edificio y tirándolos hacia su espalda. En uno de sus ataques la criatura perdió pié y el edificio cedió, precipitándose al vacio con Fuente aferrado firmemente al machete.

-¡Oh no, mierda!