HUETER
No sonó otro disparo, en aquel lugar solo se escuchaba la tímida brisa
meciendo los secos matorrales que había por doquier. Hueter sin pensarlo dos
veces, cogió una de las armas que sujetaba uno de los fiambres del suelo. Una
metralleta bastante peculiar y al parecer con una potencia de fuego
considerable. Buscó por los alrededores algún lugar donde ponerse a cubierto,
pero viendo la suerte que habían corrido los soldados que yacían abatidos
delante de él, no parecía que aquello fuese tarea fácil.
El miedo se apoderó de su cuerpo, decidió esperar allí, agazapado,
cubriéndose con el cuerpo de uno de los soldados caídos. De repente, la puerta
de la torre más cercana se abrió.
-¡Tú cadáver con patas!-gritó un hombre asomándose a la puerta-¡Ven, no
queremos hacerte daño!
Por experiencia, Hueter sabía que cuando alguien pronunciaba esas mismas
palabras, quería decir justamente todo lo contrario, así que rápidamente soltó
el cadáver y salió corriendo a toda velocidad para huir de aquel lugar. Su
carrera, pronto se vio interrumpida por una bala que impactó en el suelo, entre
sus pies;
-¡Si quieres vivir será mejor que obedezcas saco de huesos!-dijo otro
hombre, Hueter se dio la vuelta lentamente con los brazos en alto, pero sin
soltar el arma. Una vez de frente a la torre, observó que desde una pasarela
situada a en la zona media de esta, un hombre alto y corpulento no dejaba de
apuntarle con un rifle francotirador. Si era buen tirador, que al parecer lo
era, solo había que ver la masacre de soldados al otro lado, no fallaría desde
aquella distancia.
-¿Quieres dejar de hacer el gilipollas y venir?-rogó el hombre de la
puerta. Hueter reconoció la voz de aquel hombre, era el zumbado que todos los
días se dedicaba a poner música rock en la radio, a menudo se preguntaba desde
donde emitiría los programas y parece ser que ahora lo acababa de descubrir. En
ese momento, el miedo desapareció, bajó la guardia y obedeció al locutor de
radio-¡Que tozudo eres amigo!
-¡Gracias!-Hueter recordaba cuantas solitarias y deprimentes noches en
vela, había superado gracias a los programas de música de aquel hombre
acompañados de una botella de Whisky-¡Tu música me salvo la vida!
-¡Y hoy te he salvado de la bala que el cazurro de arriba tenía
intención de meterte entre tus ausentes cejas!-bromeó el locutor-Soy Hestengberg,
aunque creo que ya me conoces y el locuaz de arriba es Gran John.
-¿Qué coño ha pasado aquí?-preguntó Hueter con timidez-¿Quiénes eran
esos de ahí atrás?
-Soldados del ejército de la Pena del Alba.
-¿El ejército de la Penque?-aquello le sonaba raro, nunca había
escuchado el nombre de dicho grupo.
-Maleantes, bien organizados y numerosos. Negreros que han venido desde
el sur, con no muy buenas intenciones-respondió Hestengberg encogiéndose de
hombros.
-¡Mal asunto!-lamentó Hueter-Si no teníamos suficiente con los Trajes
Grises ahora esto...
-¿Los Trajes Grises?-interrumpió el locutor-Esos ya son historia. Los
otros acabaron con ellos de un plumazo. Ven-hizo un gesto de aproximación con
su mano izquierda-subamos con Gran John, tenemos asuntos que tratar.
De un portazo Hestengberg cerró aquel lugar a cal y canto, cruzó la
puerta con una fuerte barra de metal dejando ésta prácticamente inaccesible
desde el exterior. Tranquilamente y con la cabeza agachada, el locutor comenzó
a ascender por las destartaladas escaleras que daban acceso a donde se
encontraba el francotirador. Allí arriba, les esperaba Gran John, con un porro
en la boca, soltando humo cual chimenea. Hueter conocía de sobra aquel hombre,
lo había visto muchas veces en su taberna, siempre acompañado por el tipo de
pelo largo y el supermutante al que apodaban Potito.
-¡Dichosos los ojos que te ven!-dijo Gran John nada más verle, al
parecer el también le reconocía-¡No te había reconocido sin la botella en la
mano!
-¿Os conocéis?-preguntó Hestengberg, al parecer un tanto confundido.
-Antaño regentaba una taberna al norte de aquí...
-Un cuchitril en toda regla-bromeó Gran John.
-Este capullo y sus secuaces, vinieron muchas veces a cobrar el impuesto
de su jefazo, pero siempre volvían borrachos y con las manos vacías... je... je...
je...-Hueter nunca aceptó hacer el pago por la protección del Ejército del
Pueblo Libre, pero siempre la conseguía emborrachando a los soldados con su
Whisky. Estos a cambio del festival de alcohol, hacían la vista gorda y muchas
veces eran ellos mismos quienes pagaban la protección del bar. Hueter era un
perro muy viejo y al trueque no había quien le ganara, casi todo el alcohol que
vendía en su taberna era de fabricación propia y el coste de producción muy
barato, negocio redondo aunque clientela escasa y mal pagadora-¿Qué haces aquí?
¿Donde están tus compañeros?
-Es una historia muy larga la verdad-lamentó Gran John-pero consideremos
que ya no formo parte del ejército de Pececito-a Hueter le extrañó muchísimo la
respuesta de Gran John. Era casi imposible dejar el Ejército del Pueblo Libre
con vida, algo muy gordo debía haber pasado para que aquel grandullón lo
consiguiera-¿Había alguien más contigo ahí fuera?
-¡Solo yo y el montón de fiambres!-explicó Hueter-Aunque un poco más
atrás-recordó a Neil y sus compañeros clavados en aquellas horribles
cruces-encontré a personas moribundas, crucificadas boca abajo. No tuve más
remedio que aliviarles el sufrimiento.
-¡Las cruces invertidas!-interrumpió el locutor-Escuché hablar de ellas
a los lugareños de otros poblados a través de las emisoras. Los crucifican boca
abajo, y luego les atraviesan con un palo que les meten por el...
-¡Por dios cállate ya!-gritó John interrumpiendo las explicaciones de Hestengberg-¡No
necesitamos tanto detalle!
-¡Perdón!-dijo el locutor dejando escapar una tímida sonrisa.
-Será mejor que nos encarguemos de recoger todas las armas y munición de
entre los soldados de ahí fuera, aunque veo que nuestro amigo ya se ha servido
bien.
-¿Esto?-preguntó Hueter en contestación a las explicaciones de Gran
John-Solo cogí el arma visto el recibimiento que me disteis. Ni siquiera sé si
funciona o tiene munición.
-Está bien, salgamos. Pronto anochecerá y será mejor que acabemos esto
cuanto antes-no sabemos cuánto tardaran en volver esos mal nacidos-ordenó Hestengberg
señalando la puerta de acceso a la torre en la parte inferior de esta.
Antes de emprender la excursión en busca de armas y munición, Gran John
inspeccionó de nuevo en los alrededores de la torre desde la zona media de
esta, para asegurarse que no había ninguna amenaza animal o humana que les
pudiera poner en peligro. Una vez asegurada la zona, salieron de las
instalaciones hacia el lugar donde yacían los cuerpos sin vida de los soldados.
-¡Con lo bien equipados que iban y lo rápido que cayeron estos capullos!-bromeó
el locutor. A decir verdad las palabras de este iban cargadas de razón, los
soldados llevaban consigo bastante munición y varias armas, pistolas,
metralletas y un francotirador con mira telescópica digital. Muy buen tirador
debía ser Gran John, como para haber acabado con semejante grupo viendo la
mierda de rifle que llevaba colgando de sus anchas espaldas.
-¿En serio hiciste tu todo esto?-preguntó Hueter alucinando al ver la
masacre.
-Tuve la inmensa ventaja de estar en la parte superior, donde la
antena-respondió Gran John, señalando la torre de comunicaciones-el factor
sorpresa y la altura hicieron el resto.
-Entiendo...
-¿Que paso después? Muchas veces nos has contado como viviste el
principio de la guerra, pero jamás se supo que pasó después-comentó Gran John.
Hueter contaba una y otra vez a los parroquianos de su taberna, como comenzó
todo. Lo había contado tantas veces que lo repetía tal cual con las mismas
palabras.
-¡Es una historia muy larga!-respondió. Desde que se convirtió en
necrófago, Hueter pasó la mayor parte de su vida intentando olvidar lo que
ocurrió los días posteriores a su huida del garaje, pero era algo difícilmente
olvidable, mucho peor que el haberse convertido en el engendro que era ahora, y
por mucho que quisiera enterrarlo siempre había algún curioso que se lo
recordaba con las mismas palabras que lo había hecho Gran John.
-Tranquilo, tenemos toda la noche por delante. Te escucho-comentó el ex
soldado del Ejército del Pueblo Libre, mientras cargaba armas en su brazo
izquierdo.
-La verdad que si no lo he contado antes, es porque no me gusta hablar
de ello-Hueter se encogió de hombros-Como veis me convertí en necrófago, pero
ese no fue el peor de mis males.
-No soy psicólogo ni nada por el estilo-explicó el locutor-pero según
dicen las malas lenguas, el exteriorizar tus males puede provocar que estos
desaparezcan. Solo son chorradas que dicen los viejos del pueblo, pero visto
está que llevártelo a la tumba no es la solución.
-¡Quizás esa sea la solución!-respondió tajantemente Hueter-Al fin y al
cabo he vivido demasiado ¿Qué sentido tener una vida vacía y tan larga?
-Quizás tengas razón en eso, pero también quizás la historia no debe
morir contigo y quizás, valga la redundancia, ese sea tu cometido en este
mundo, escribir la historia para que generaciones futuras no cometan los
errores del pasado-comentó Hestengberg. Dejaron los cadáveres prácticamente en
cueros, cargaron con todo lo que llevaban encima los soldados y volvieron a la
torre de comunicaciones.
-¡Eso decían cuando yo iba al colegio!-dijo Hueter con algo de
dificultad, tenía tantas corazas cargadas en su espalda, que parecía un burro
de carga de las caravanas comerciales-¡Pero visto está que los profesores se
equivocaron!
-¿Pero que tu tenias de eso?-bromeó Gran John.
-¡Te propongo un trato!-expuso el locutor-cuéntanos que pasó y no te
faltará alcohol en la noche de hoy.
Seguramente, el apestoso aliento a Whisky que emanaba de la boca de
Hueter alcanzó a Hestengberg y por eso tan repentina proposición. Su ya de por
si halitosis crónica que le produjo el convertirse en necrófago, se veía
severamente agravada cada vez que probaba el alcohol, Hueter apenas podía oler
cosas al carecer de fosas nasales, pero nunca le habían faltado personas a su
alrededor poniendo caras raras cada vez que el abría la boca. Era como su sello
personal, pero después de tanto tiempo aquello era algo insignificante para él,
al fin y al cabo Hueter no tenía que sufrirse a sí mismo.
-¿Y quién te ha dicho a ti que vaya a quedarme aquí esta noche?-no
entraban en sus planes el quedarse allí acompañando a aquellos tipejos, solo
quería volver a su poblado y reabrir de nuevo la taberna, después de fracasar
en su misión, aquella que le encomendó la zorra de la pensión, era lo único que
le quedaba y quizás ya ni eso. Pero Hueter andaba un tanto desorientado por
aquellos lares y aunque tenía la intuición de que este lo estaría situado al
norte, tampoco sabía muy bien qué dirección tomar para llegar sano y salvo.
-¡Está claro que no tienes a donde ir!-comentó Hestengberg-Aprovecha y
disfruta de la compañía que alguien te ofrece mientras puedas. No hay nada más
triste que vivir solo, o morir solo.
El locutor de radio había dado de lleno en el clavo. Quedarse solo era
algo que aterraba a Hueter, incluso antes de la guerra, quizás la propuesta de
este no fuera tan mala, alcohol y compañía, dos viejos conocidos a los que
Hueter apreciaba en exceso.
-¡Está bien!-suspiró-Ahógame en alcohol y quizás te presente a los
fantasmas de mi pasado que tanto tiempo llevan atormentándome.
-¡Acepto el trato!-exclamó Hestengberg, mientras se calzaba una de las
corazas. Gran John hacía lo propio con otra de las mismas, pero estas eran
demasiado pequeñas para él, con lo que finalmente tuvo que desistir. En su
lugar se apropió de tantas armas como pudo. Hueter no entendía muy bien que
estaba pasando allí, pero siempre era mejor ir bien equipado a no llevar nada,
por lo que decidió seguir el ejemplo del locutor y el soldado-No sé si volverán
mas indeseables como los de ahí fuera. Pero debemos asegurar que el mensaje se
repita el mayor tiempo posible para que llegue al mayor número de habitantes de
la región. Ir subiendo, ahora os alcanzo.
-¡Sígueme!-ordenó Gran John, haciendo un pequeño gesto con su mano izquierda-¡Te
lo contaré por el camino!
-¡Soy todo oídos!-dijo Hueter, mientras terminaba de ajustarse la coraza
blanca.
-Aquí nuestro presentador de radio cree que van a venir más soldados
como los de ahí fuera para hacerse con el control de las instalaciones-explicó
Gran John. Hueter tenía la sensación que se perdió algo muy gordo el tiempo que
pasó en el campamento de la Orden de San Juan. ¿Un ejército nuevo del que no había
oído hablar? Estaba de sobra acostumbrado a tratar con malhechores, pero estos
parecían ser algo mucho más serio.
Hestengberg quedó rezagado buscando algo en el interior de los armarios
de la planta baja, Hueter seguía de cerca a Gran John, que subía por las
escaleras apoyándose con su mano izquierda en la pared. Conforme avanzaba la
tarde el sol perdía fuerza, y la oscuridad comenzaba a apoderarse de aquel
lugar.
-¿Y quiénes son esos?-preguntó sin titubear.
-No tengo el gusto de conocerles, solo de dispararles-espetó el soldado
entre leves jadeos-Hestengberg podrá contarte más de ellos. Por lo que sé no
son trigo limpio y hay que andarse con mucho ojo, por eso, hemos enviado un
mensaje por la radio para alertar a la gente y que puedan ponerse a salvo.
Pasaron unos cuantos tramos y escaleras improvisadas en bastantes malas
condiciones, antes de llegar a la parte superior de la antena. Allí arriba
Hueter se encontró con una azotea en forma de cuenco. Reconocía aquel lugar,
era tecnología pre-guerra. En el antiguo mundo, cuando Hueter era joven, todo
era inalámbrico, y los satélites eran los encargados de hacer aquella magia
posible.
Gran John no tardó en dejar todas las armas que había cargado en el
suelo, al lado de la trampilla por donde habían accedido. La altura de aquel
sitio y los agujeros estratégicamente situados por la superficie de la antena,
ofrecían una panorámica perfecta a la luz del día, pero por la noche la historia
cambiaría mucho. Al rato, el locutor apareció por la trampilla de acceso,
cargado con varias botellas llenas de lo que parecía ser licor.
-¡Seguramente no sea tan bueno como el tuyo!-bromeó el soldado-¡Pero
algo es algo!
-¡Sírvase usted primero!-dijo el locutor ofreciéndole una de las
botellas con una amplia sonrisa dibujada en su rostro. Hueter cogió la botella
con fuerza, la abrió con recelo, como si fuera la última botella del mundo y
acto seguido le dio un buen trago. Tenía un sabor fuerte y amargo, no era
Whisky, era Sitrang y no precisamente del flojo-¿Rico el brebaje eh?
Todos sin excepción bebieron de la botella, Gran John liaba con sus
gordos dedos un cigarro de gran tamaño, seguramente un canuto << ¡La
noche se pone interesante!-pensó al ver como mezclaba el reseco tabaco con
cánnabis aun mas reseco. >>
-Cuando salí del garaje, solo encontré muerte y destrucción-Hueter sin
darse cuenta, se vio narrando la continuación de su historia, estaba a gusto,
quizás fuera el brebaje quien le estaba ayudando a soltar la lengua, pero no le
importaba, había pasado demasiado tiempo en una lucha que le era imposible
ganar sin ayuda, era la hora de enterrar sus males-la ciudad donde vivía se
había convertido en un montón de escombros. La humanidad brillaba por su
ausencia. Sabía que quedaba gente con vida, ya que a lo lejos se escuchaban
explosiones y muchos disparos. Todo pasó tan rápido, que no dio tiempo a
asimilarlo, era como estar en una terrible pesadilla, pesadilla de la que ya
jamás conseguiría despertar por desgracia-Hueter se sentía como en su taberna,
botella en mano y narrando historias del antiguo mundo, mientras Hestengberg y
Gran John le escuchaban en silencio-¿Habéis estado alguna vez en la gran
Metrópoli?
-¿Ese montón de basura en el norte?-preguntó el locutor-He oído hablar
de él, pero no se me ha perdido nada allí.
-¡Yo más veces de las que me hubieran gustado!-respondió el soldado-Es más,
compañeros míos entraron y jamás regresaron.
-Pues imaginar que estas instalaciones son el lugar donde trabajáis, y
que vuestra casa está al otro lado de la metrópoli-explicó Hueter-pues más o
menos esa era la distancia que tenía que recorrer si quería llegar a mi casa.
Toda mi vida estaba allí.
-¿Y cómo lo hiciste?-interrumpió Gran John-No sé antes, pero ahora está
infestada de bestias mutantes.
-Pues antes estaba infestada de soldados, pero tanto los que se suponían
que eran amigos como los enemigos me eran hostiles, siendo necrófago, hasta los
civiles huían de mí.
-¡Que putada macho!
-¡Ni que lo digas colega!-Hueter a menudo recordaba al primer soldado
que se cruzó en su camino siendo necrófago. Un joven imberbe, atemorizado, al
que el traje le venía grande y que se cagó encima nada más verle-Pasé días y
días vagando por los túneles del metro, comiendo toda clase de porquerías para
subsistir. A menudo me veía reflejado en espejos o charcos de agua y pensaba que
llevaba puesto un disfraz, pero al rato me daba cuenta que no era así.
Finalmente llegué a mi casa, pero en donde antes había una gran torre de color
marrón con grandes ventanales, ahora solo quedaba su estructura. Como era de
esperar el ascensor no funcionaba-Hueter paró un momento para mojarse la
garganta con otro sorbo de Sitrang-subí las escaleras a toda velocidad con la
esperanza de que mi querida esposa hubiera sobrevivido como yo a aquella
catástrofe. Aunque fuera necrófaga la amaría igual, pero cuando abrí la puerta
solo encontré un esqueleto carbonizado tirado en el suelo. En su mano izquierda
llevaba nuestro el anillo de casados y los huesos de la mano derecha agarraban
fuertemente un test de embarazo.
-¡Lo siento amigo!-lamentó Hestengberg, que parecía empatizar con él.
-No tuve el valor de abrirle la mano para ver el resultado, ni siquiera
de llevarme el anillo, simplemente me dirigí al hueco que quedaba del balcón y
me dispuse a saltar para acabar con todo aquel sufrimiento, pero como veréis
eso no pasó-el mismo soldado que días antes se había cagado nada más verle fue
el que le salvó la vida-un soldado, una chaval vestido de militar me dio una
segunda oportunidad. Cuando tuve el valor suficiente para saltar, este se abalanzó
sobre mí apartándome del borde del balcón. ¿Qué haces? me dijo, yo le contesté
¡Déjame! ¿No ves que soy un monstruo que lo ha perdido todo?-Hueter jamás
olvidaría el momento en que el chaval le dio su arma, en ese momento volvió a
creer en la humanidad, si un hombre en pleno apocalipsis era capaz de cederle
su arma y por consiguiente las pocas esperanzas que tenia de sobrevivir,
significaba que el ser humano por muy pequeña que fuera aun aguardaba bondad en
su interior-¡Venga la muerte de los tuyos! dijo nada más darme su arma. El
muchacho desapareció por las escaleras y jamás volví a verle.
-¿Y llegaste a dar con el culpable?-preguntó Hestengberg, terminándose
otra de las botellas de Sitrang.
-¿Sin saber ni siquiera quien fue el diablo que lanzó la bomba?-Hueter
se encogió de hombros y frunció el ceño-No sabría decirte, he matado a tanta
gente en esta vida que solo espero que ese mal nacido estuviera entre ellos,
aunque ya que más da, eso-tragó saliva y continuó- no me devolvería la vida-por
primera vez en mucho tiempo sintió la necesidad de llorar, pero hasta las
lágrimas se habían secado en su cuerpo de necrófago.
La noche se había acomodado sobre sus cabezas, Hueter se alejó del grupo
dirigiéndose a uno de los agujeros de vigilancia con el Zippo de Gran John en
la mano, una vez allí se asomó al borde, estaba tan oscuro que no se veía el
suelo. No dejaba de recordar su historia, pero después de mucho tiempo cargando
con ella a sus espaldas se sintió liberado de la misma.
Sin dejar de mirar al oscuro vacio que dibujaba la noche en el
horizonte, se arrodilló en el borde y sacó del bolsillo de su camisa la vieja
foto que siempre enseñaba a sus parroquianos para mostrarles como era él antes
de la guerra. Lo que nadie sabía es que desde que se convirtió en necrófago
jamás fue capaz de verla, en el reverso llevaba pegada una foto de su mujer que
era la que observaba cuando enseñaba la otra foto a los demás.
-¡Lo siento churra!-dijo en voz bajita mirando la foto-Te fallé y esta
es la penitencia que me tocó pagar por ello. Es hora de descansar-prendió el
Zippo y con él la foto, esta se consumió rápidamente en la palma de su huesuda
mano-¡Hasta mas ver mi amor!-la brisa meció los restos del retrato que
lentamente desaparecieron de la mano del tabernero borracho.