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lunes, 20 de abril de 2015

CAPÍTULO XLV – MENSAJE


 

GRAN JOHN


El camino hasta llegar a aquel montón de chatarra fue corto y al contrario de lo que había pronosticado Hestengberg, sin sobresalto alguno.
-¿No te parece lo más hermoso que hallas visto jamás?-repetía una y otra vez mirando embobado la enorme torre metálica que se levantaba ante sus narices.
-¡Discrepo amigo!-espetó. Seguramente, en el antiguo mundo aquel lugar fue una mina de tecnología y comunicaciones, pero en el actual estado Gran John, tenía sus dudas acerca del funcionamiento de esta. Gran parte de la base octogonal del edificio estaba cubierta por enormes planchas de metal oxidadas, las cuales habían sido puestas a posteriori. En lo más alto de la base, sobresalía una gigantesca estructura. Por su aspecto parecía una especie de articulación, algún mecanismo que él no entendía por más que lo mirara, pero que con toda certeza debía ser utilizado para orientar el satélite que se apoyaba sobre ella. Un armatoste casi más grande que el resto del edificio, del cual colgaban atados a cuerdas y alambres, varios cadáveres humanos y otros restos de casquería difícilmente reconocibles-¿Y eso?-preguntó extrañado, señalando los cuerpos con su dedo índice.
-¡Necrófagos muertos!-respondió Hestengberg con una sonrisa un tanto nerviosa-Los utilizamos para asustar a los negreros y el resto de chusma que pueda merodear por la zona. Aunque no lo creas, aquí dentro hay mucho valor tecnológico. Después de la gran guerra, tanto este como el resto de satélites-señaló otros dos que había un poco más alejados-fueron víctimas de múltiples saqueos y batallas. Una vez no quedó en ellos nada más que saquear, cayeron en el olvido, siendo presas del tiempo y las abominaciones-suspiró-hubo un tiempo en el que los habitantes del pueblo trabajaron para limpiar este sitio y restaurarlo. Un día de tantos un grupo de saqueadores, atacó a los obreros, acabando con todos ellos, incluidos los vigilantes dejándolo todo de nuevo hecho una pena. Se llevaron cuanto pudieron cargar en sus espaldas. A partir de aquel fatídico día, los habitantes del pueblo decidieron abandonar el proyecto. Solo mi padre, junto con su hermano y mi abuelo, trabajaban esporádicamente intentando acabar lo que un día el pueblo comenzó-se encogió de hombros-la vida…-suspiró-la vida solo les dio para reparar este… por eso ahora es mi deber defenderlo de cualquier invasor. Es la única familia que me queda, el último recuerdo que me queda de mis padres.
-¿Y tus secuaces?-preguntó extrañado-¿No te ayudan en tu misión?
-¿Esos fuma yerbas que encontraste a la puerta de mi local?-sonrió de nuevo-Su adicción paga mis gastos, nada más. En fin…-el silencio se hizo por unos segundos en aquel lugar-será mejor que entremos a ver qué cojones le pasa al pequeñín-Hestengberg se dirigió hacia la puerta de entrada, Gran John le seguía de cerca, mirando cuanto había a su alrededor-¡Mierda!-gritó el locutor de radio.
-¿Qué pasa?-preguntó extrañado.
-Parece que alguien ha forzado la puerta-respondió Hestengberg entre maldiciones-Prepara las armas, creo que tenemos compañía y no de la buena precisamente-el hombre hizo un gesto con su boca para tragar saliva, mientras Gran John desenfundaba el Mágnum de Plasma que le había prestado Hestengberg antes de partir. Aquel arma parecía más bien de juguete << ¡Esperemos que esto dispare cuando sea necesario!-pensó al verla por primera vez, y en aquel momento, el mismo pensamiento volvió a su mente>> El locutor de radio abrió lentamente la puerta metálica de la torre, inmediatamente algo, un animal volador quizás, salió disparado del interior como si estuviera huyendo de algo. Del susto, Hestengberg soltó la puerta, pero sea lo que fuere aquello, golpeó con rabia la puerta, dejándola abierta de par en par.
-¿Qué cojones era eso?-gritó Gran John, al que la velocidad del animal no le dejó reaccionar, cuando quiso percatarse, este ya estaba demasiado lejos.
-Un acosador nocturno-dijo el locutor un tanto dubitativo-creo, porque no me ha dado tiempo a verlo bien. Nada de lo que debas preocuparte, estos bichos son ciegos.
-¡Ciegos pero no tontos!-a Gran John le vino a la mente, las decenas de bocados que recibió en la vieja fábrica de embotellado de refrescos abandonada, donde en una de tantas misiones, lo que debía ser una tarea sencilla, se convirtió en una tortura por culpa de aquellos malditos bichos.
-¡Tranquilo!-el hombre quiso quitarle leña al fuego-Esas ratas no suelen merodear por aquí.
-¡Acabemos con esto cuanto antes!-espetó Gran John. Entraron en la estación sin hacer mucho ruido. No parecía haber nadie dentro del edificio, aunque también era difícil ver unos metros más allá de sus narices, ya que allí había de todo menos luz. Lentamente, ascendieron por unas escaleras que recorrían las paredes de la base, dando vueltas en forma de espiral.
A simple vista, no parecía haber tecnología alguna, nada de ordenadores, puntos de emisión, solo cables y más cables que ascendían en línea recta. Algunos clavados en la pared, otros que parecían haberse soltado y ahora colgaban por doquier.
-¡Ahí arriba!-dijo Hestengberg en voz bajita. Al levantar la vista, Gran John comprobó que lo que aquel hombre señalaba, eran varios necrófagos que correteaban de un lado a otro por la zona superior de la base, persiguiendo a lo que parecía ser otro Acosador Nocturno.
-¡No dispares!-susurró, haciendo bajar a Hestengberg el arma. Por la forma que tenían de actuar, debían ser necrófagos locos-No malgastes balas con esa escoria, ya nos encargaremos de ellos allí arriba. El locutor asintió con la cabeza y le dejó pasar a él delante. Siguieron subiendo sin dejar de mirar hacia el lugar donde estaban las criaturas. Una de ellas consiguió atrapar al Acosador. Durante unos instantes se vio una pequeña pero sangrienta batalla a mordiscos. Mientras el necrófago intentaba arrancarle un ala al Acosador Nocturno tirando fuerte con los dientes clavados en ella, este se defendía hincando los colmillos en el cuello del necrófago y perforándole la yugular. Inmediatamente comenzó a salir sangre de los dos agujeros que habían dejado tras de sí, los colmillos del Acosador. A los pocos segundos, el necrófago yacía muerto en el suelo, y el animal hacia esfuerzos en vano por volar, ya que el ala le había quedado inutilizada a causa del forcejeo-¿Con que eran inofensivos eh?-bromeó Gran John al ver la escena.
-No era exactamente lo que yo quería decir…
-Eso será… ja… ja… ja…
Al llegar a la zona superior, la que daba acceso al siguiente sector de la estación de comunicaciones, los otros necrófagos se quedaron mirándoles con rostro amenazante. Eran tres, y uno de ellos intentaba comerse lo que quedaba del Acosador Nocturno.
-¿Seguro que no hay que disparar?-preguntó Hestengberg con voz temblorosa.
-¡Espérame ahí atrás!-gritó Gran John. Los necrófagos al oír el grito se dieron por amenazados y comenzaron a correr hacia su posición. Eran feroces, si, pero también muy torpes. Uno de ellos voló por el hueco de la escalera, quedando sus sesos esparcidos por la planta baja al impactar el cuerpo de este contra el suelo. El otro, acabó con la cabeza del revés y el cuello roto. Gran John se había enfrentado en multitud de ocasiones a este tipo de abominaciones, sabía de sobra como acabar con ellos. El último que quedaba en pié seguía torturando al Acosador, parecía no haberse percatado aun de su presencia. Cuando quiso reaccionar, el enorme zapado de John lo impactó en la mandíbula. El cuello de la criatura sonó como un tronco de leña al hacerse astillas-¡Te dije que no hacía falta disparar, que estaba todo controlado!-vaciló una vez pasó el peligro.
-¡Estas como una puta cabra!-gritó Hestengberg-Pero me gusta tu manera de actuar, se nota que estas bien adiestrado en el arte de matar bichos.
-No creas, esto solo lo enseña la escuela de la vida-nadie le había enseñado nada, en el Ejército del Pueblo Libre, apenas había entrenamiento para los soldados y los pocos que había, eran para unos cuantos elegidos para ser guardias de Pececito.
-Déjame pasar por favor, tengo que ver el cuadro de mandos que hay ahí delante-el locutor, señaló unos paneles raros que había al otro lado del pasillo donde momentos antes, los necrófagos campaban a sus anchas. Hestengberg miró detenidamente los paneles-¡Hijos de perra!-maldijo-Los putos necrófagos han debido golpear los mandos y han cortado el sistema de suministro eléctrico… ¡Toma!- echó mano del bolsillo y sacó algo envuelto en un plástico-Te lo has ganado. Esto me llevará un rato ponerlo en marcha. Sube por aquí- el locutor señaló unos peldaños hechos con trozos de metal clavados en la pared-estas escaleras dan a la zona media de la estación, vigila que no se acerque ningún indeseable.
Gran John acató las órdenes del locutor de radio, la sensación de que aquello iba a venirse abajo, aumentaba a cada paso que daba en aquella improvisada escalera. Al acceder a la zona media, sus miedos desaparecieron. Desde allí había una vista maravillosa. A juzgar por la verticalidad de los rayos de sol debía ser mediodía. Gran John buscó un sitio con sombra, se sentó y abrió la pelota envuelta en plástico que le había regalado su compañero. Efectivamente era lo que él pensaba y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro sin casi el querer hacerlo.
En un abrir y cerrar de ojos tenía el porro apoyado en sus labios, saboreando el dulce fuego que entraba en sus pulmones y dejándose llevar por los efectos de bien estar que le producían aquella droga en el organismo.
Aquel placentero momento acabó en el mismo momento que Hestengberg hizo acto de aparición.
-¡Funciona!-dijo el locutor entusiasmado-Vamos, ya que estamos aquí enviare la señal de socorro desde el terminal que tenemos ahí arriba. No hay tiempo que perder.
-¿Y no puedes mandarla tú solo mientras yo me acabo esto?-protestó Gran John, señalando el pequeño canutillo que colgaba de entre sus dedos.
-¡No amigo mío!-sonrió-Vista tu destreza con los bichos, mejor vente conmigo por si las moscas.
Accedieron al terminal de comunicaciones por un pequeño tramo de escaleras que comenzaba justo donde John, había aposentado sus nalgas para tener su momento de gloria. En el interior, una sala similar a la del locutor de radio se levantaba ante sus ojos. Aunque esta, a diferencia de la otra, estaba mucho más ordenada y limpia. Y qué decir del olor, el cuchitril de Hestengberg olía a una mezcla de pies sucios y maría, sin embargo esta, tenía el típico olor a ordenador.
-¡Estaba equivocado colega!-exclamó Gran John-Nunca había visto nada tan bien conservado-mentía. Le vino al recuerdo el búnker Ghenova, este le daba mil vueltas, pero seguía pensando en que todo aquello había sido un mal sueño. Igual que Monique.
-¡Les habla Facundo Poderoso emitiendo desde Rock Radio!-
Hestengberg comenzó su discurso como tantas veces hacia en los programas de radio que a Gran John, tanto le gustaban. Aquella voz le había acompañado en infinidad de guardias. Resultaba extraño, pero el cálido tono grave de la voz de aquel loco, era mucho más agradable a los oídos desde el transistor que al escucharle en vivo-Mientras la música fluya por nuestros corazones, la esperanza en la humanidad no estará perdida. Hoy fieles oyentes, no os hablo para soltaros uno de mis sermones, sino para avisaros de una terrible amenaza que está azotando los pueblos del sur. Se hacen llamar “La Pena del Alba”, militares bien adiestrados en el arte de matar vestidos con servoarmadura blanca. Si tú, soldado de la Hermandad del Rayo o tú, soldado del Ejército de Pueblo Libre escuchas este mensaje, por favor hazlo llegar a tus superiores, el pueblo necesita vuestra ayuda ahora más que nunca-Hestengberg grabó aquel mensaje en un archivo de sonido y lo introdujo en el aparato emisor para que se enviara infinitas veces por la señal de radio.
-¿Crees que servirá de algo?-preguntó. Gran John tenía la sensación de que era demasiado tarde, y aunque no fuera así, dudaba mucho que la Hermandad y el ejército de Pececito se unieran por un bien común.
-¡No lo sé amigo!-el locutor se encogió de hombros-¡Acompáñame quiero que veas algo!-<< ¿Esta torre no tiene fin?-se preguntó a sí mismo al ver como Hestengberg tocaba unos botones y una escalera, procedente de la zona alta de la sala, hacia acto de aparición delante suyo. Esta daba acceso a la parte interior de la parabólica, la zona más alta del satélite. Desde aquella altura, gracias a unos agujeros estratégicamente colocados, se podía ver casi toda la región. En el centro, apoyado sobre una caja de municiones, un viejo rifle francotirador. Gran John tenía pequeños orgasmos cada vez que veía un arma similar-¡Mira a tu alrededor!-dijo el locutor con voz tenue-¿Qué ves?
-¡La posibilidad de reventar cabezas con el rifle!-Gran John dejo escapar una gran risotada.
-¡A parte de eso amigo!
-¡Lo que llevo viendo desde que nací!-lamentó-¡Un paisaje hostil donde nada merece ser salvado!
-Amigo, en ese paisaje vive la amistad, vive el amor de una madre hacia sus hijos, vive el amor de un hombre hacia una mujer, o viceversa, o dos… bueno tú ya me entiendes. Hay gente buena ahí fuera que merece ser salvada y tener la esperanza de un futuro mejor.
-¡Para mí eso acabó hace mucho tiempo!-espetó John cabizbajo.
-¡Te equivocas una vez más!-Hestengberg, le dio la espada, agachándose para buscar algo en la caja de municiones-¡Toma!-gritó lanzándole una botella de cristal de color anaranjado-A ti te tocó ser el tipo duro-Gran John cogió la botella al vuelo. No podía creer lo que estaban viendo sus ojos. Tenía una botella de cerveza en sus manos, allí arriba en el quito coño del mundo-Un día recibirás una grata recompensa por todos tus esfuerzos. Ahora esto es lo que hay-él no estaba tan convencido como el locutor, pero ver el mundo con los ojos de su compañero, hacía que un ápice de esperanza creciera en su interior-¡Veamos qué tal te manejas con esta preciosidad!
-¿A qué quieres que le dispare?-preguntó mientras habría la cerveza con los dientes.
-No sé qué cojones es pero ahí abajo se mueve algo-Hestengberg señaló con un leve movimiento de cabeza. Gran John sin pensárselo dos veces, cogió el rifle y apuntó donde momentos antes había señalado el locutor. Al enfocar con la mira telescópica vio un grupo de hombres, soldados al parecer, parecidos a los descritos por Hestengberg en su mensaje radiofónico. Avanzaban lentamente intentando esconderse por los pequeños montículos de tierra y rocas. Desde lo alto del satélite podía verles perfectamente sin temor a ser descubierto, ya que los rayos del sol a aquellas horas del día incidían de tal manera sobre la superficie reflectante de la parabólica, que era prácticamente imposible que nadie les viera desde abajo.
-¿Son estos?-preguntó señalando la mira telescópica con el fin de que el locutor, se lo confirmara.
-¡Déjame ver!-dijo con algo de nerviosismo-¡Joder! ¡Sí! ¡Son ellos!
Gran John cogió de nuevo el rifle, al enfocar de nuevo, contó hasta cinco soldados. En ese momento le vino el recuerdo de la última vez que vio a sus amigos con vida, Potito aplastando abominaciones con sus poderosos puños y Glanius cortándolos en pedazos con su catana afilada, mientras él acababa con el resto desde la base con su cañón en la noche de la lluvia de luces. Una pequeña lágrima escapo de sus ojos, y con esta corriendo lentamente por su mejilla apretó el gatillo. El disparo sonó como si en aquel momento el mundo se hubiera quedado mudo << ¡Hasta cuando!-pensó>> momentos después, uno de los soldados yacía muerto en el suelo con la cabeza atravesada por la bala de su rifle. El resto del grupo buscó refugio entre la maleza del lugar. Gran John observaba como los soldados intentaban averiguar su posición, pero sabía de sobra que desde allí no le podían ver. Se tomó toda la paciencia del mundo en preparar el segundo disparo, y al igual que el primero tampoco falló. Detrás solo escuchaba la agitada respiración de Hestengberg, parecía asustado. Apoyó el rifle y tomó un gran trago de cerveza. Estaba caliente y el gas le haría soltar un eructo de competición de un momento a otro, pero por dios como echaba de menos aquel sabor.
Volvió a enfocar con la mira telescópica, solo quedaban tres. Uno de ellos disparaba sin mirar, escondido detrás de una roca. Gran John esperó y cuando tuvo la mano del soldado a la vista disparó y esta voló en mil pedazos. Los gritos de dolor eran tan fuertes, que tenía la sensación de que era el locutor quien le gritaba al oído. Aquello desconcertó a los otros dos soldados, acto que aprovechó para disparar dos veces más y acabar atravesando la armadura uno de ellos, aunque no fue suficiente para acabar con él.
-¡Necesito munición!-le susurró a su compañero. Hestengberg asintió con la cabeza y se dirigió rápidamente a la caja, mientras él tomaba otro largo trago de cerveza. Esta vez no pudo retener el eructo. Sonó como si estuviera hablándole su amigo Potito. El locutor de radio no pudo dejar escapar una tímida sonrisa, mientras corría de nuevo para surtirle de balas.
Con dos heridos desangrándose, era el momento de centrarse en el tercero y rematar la faena. Este había avanzado su posición respecto al resto, parecía haber descubierto su posición, pero a juzgar por la forma que tenía de cubrir los rayos del sol con la mano, continuaba sin poder verles. Cargó el rifle, apuntó y disparó de nuevo. La bala no alcanzó su objetivo, pero pasó tan cerca de la cara del soldado que le rasgo la mejilla derecha. Los gritos del soldado con la mano mutilada eran cada vez más débiles y dejaron paso a los del compañero de la mejilla rasgada. Gran John comenzaba a estar cansado de escuchar tanto gritó, así que disparó varias veces más y acabó con el sufrimiento de todos ellos.
-¡Creo que ya pasó todo!-dijo orgulloso de su cacería, sin dejar de vigilar con el rifle.
-¡Esperemos que sí!-respiró Hestengberg.
-¡Un momento!-gritó Gran John-¡Veo otro!-estaba muy lejos, demasiado para poder distinguir si era otro soldado. Era un hombre, de eso estaba completamente seguro, al fondo detrás del extraño parecía haber unas cruces un tanto raras << ¡Serán árboles secos!-pensó>>. Esperó unos minutos a que aquel tipo se acercara-¡Es un puto necrófago!-advirtió una vez tuvo al ser lo suficientemente cerca como para verle el rostro-A ver de qué pié cojea…-esta vez disparó a fallar. La bala impactó en el suelo, cerca del necrófago.
-¡No disparéis!-gritó el necrófago a pleno pulmón, mientras aguantaba en alto el cadáver de uno de los soldados, al parecer para protegerse-¡Vengo en son de paz!
-¿Acabo con él?-preguntó Gran John, mirando de reojo al locutor.
-¡No!-respondió bruscamente. Durante unos momentos el silencio los invadió, el necrófago avanzaba lentamente y Gran John daba el último sorbo a la cerveza-¡No vamos a matar a todo ser viviente que campe por aquí!
-¡Está bien!-suspiró-Tú hablaras con él, yo no le quitaré el ojo de encima. Y esto…-dijo dando unos toquecitos al cañón del francotirador-…me lo llevo. Si tenemos que protegernos de esos indeseables, cualquier arma será agradecida-colgó el rifle de su espalda y cargó con toda la munición que pudo-¡Bajemos a ver que nos ofrece tu amigo!

viernes, 13 de junio de 2014

CAPÍTULO XXVII - VEN A MÍ



MOSARRETA



Notaba como las puntiagudas piedras se le clavaban en los músculos de la espalda, tenia frio y le temblaba todo el cuerpo. Lo último que recordaba era como algunos de los refugiados de las alcantarillas escapaban por aquel oscuro túnel. Un fuerte zumbido no le dejaba escuchar con claridad, sentía todo el cuerpo magullado y tenia dificultad abrir los ojos. La boca le sabía a sangre.
Un pequeño insecto se posó sobre su nariz. Las patitas le hacían cosquillas al caminar por la superficie como si quisiera estornudar. Las cosquillas comenzaron a ser molestas, Mosarreta intentó quitárselo con su mano derecha. Movía el brazo a un lado y a otro repetidas veces, pero el bicho no parecía sentirse amenazado por lo que continuaba paseándose por su cara.
Cuando por fin reunió fuerzas suficientes para levantarse, no encontró apoyo en su brazo derecho y volvió a quedar tendido de espaldas al suelo. El insecto voló de nuevo.
-¡Ahhhhhhh!-gritó. Un fuerte dolor comenzó a recorrerle el brazo, intentaba mover los dedos de la mano pero no los notaba, solo un dolor horrible como si le hubieran aplastado el brazo con una piedra pesada. Abrió los ojos con dificultad y levanto levemente la cabeza para ver qué pasaba. Observo que le faltaba gran parte de su brazo derecho. No había nada desde el codo hacia abajo, le faltaba la mitad de su brazo. Allí donde acababa su extremidad tenía un torniquete fuertemente apretado que evitaba que se desangrase.
La cabeza le daba vueltas, no tenía fuerzas ni para volver a gritar, le costaba respirar.
-¡Aguanta amigo!-le dijo alguien, la voz sonaba distorsionada, casi no le entendía. Las fuerzas le abandonaron por completo.
Cuando volvió a abrir los ojos Llejova estaba con él. Sentada en una silla de mimbre peinándose su larga y brillante cabellera negra. Vestía un camisón blanco de seda que le trasparentaba los pechos, los pezones duros hacían que parecieran dos tiendas de campaña verticales sobre su delicado torso. Olía a flores, a primavera.
-¿Donde estoy?-pregunto Mosarreta extrañado.
-Estas en casa mi amor- no recordaba su casa así. Desde la cama donde se encontraba tumbado moviendo los dedos de los pies observaba un balcón. Este tenía vistas a un gran bosque verde, el espesor de los arboles cubría por completo la superficie de la tierra. El cantar de los pájaros era una melodía armoniosa para sus oídos. Los rayos del sol que entraban por el balcón, incidían directamente sobre el pelo de Llejova dándole aun más brillo.
La habitación era muy amplia, con cortinas blancas en las ventanas, muebles de madera buena en perfecto estado y en el techo una lámpara de araña de cristal con velas apagadas.
-¿Estoy muerto?-preguntó.
-¡No mi amor, estas en casa!
Su mujer nunca le había hablado con tanto cariño, pero aquella sensación de bienestar le encantaba.
-¡Levántate! ¡Hazme tuya mi amor!-dijo Llejova con voz suave.
-¡No puedo andar!
-¡Puedes hacer lo que quieras mi amor!- Mosarreta bajó la vista, tenía el pene erecto, hacía años que no podía poner en marcha su miembro, pero lo que le realmente le sorprendió es que estaba moviendo las piernas desplazando las sabanas blancas hacia el fondo de la cama.
Se puso en pié y fue dispuesto a tomarla cono nunca antes lo había hecho. Se sentía muy excitado.
Cuando la tuvo delante cara con cara, la sujetó con las dos manos, pero antes de que llegara a rozar sus labios sintió un fuerte golpe en la cabeza.
De nuevo abrió los ojos, volvía a estar débil, tirado en el suelo sobre una camilla improvisada con troncos de madera y una sábana mohosa. Observaba manchas negras que se acercaban a otras rosadas con forma de persona cerca de su posición.
Parecía una pelea, pero tenía la vista nublada y solo veía como las manchas chocaban entre sí cual pelotas de goma.
<< ¡Ayudadme!>> quiso decir, pero no tenía fuerzas para abrir la boca.
Al momento notó como todo su cuerpo se elevaba.
-Vamos Hueter-escuchó de nuevo aquella voz distorsionada-No tenemos mucho tiempo.
Inmediatamente se encontró de pie en una sala oscura, tan grande que no alcanzaba a ver pared alguna. Una vieja lámpara colgada del techo iluminaba un pequeño círculo a su alrededor. De repente las piernas le fallaron, cayó al suelo dándose un fuerte golpe en la frente haciéndose una brecha que comenzó a sangrar, la boca de nuevo le sabía a sangre. Mosarreta intentaba taparse la herida con las manos pero la sangre las atravesaba. Notó un cuchillo clavado en la espalda. Una fuerte risa burlona comenzó a sonar retumbando eco en toda la sala. Conocía aquella voz, era la de Cristine.
-¡Zorra!-gritaba-¿Porque lo has vuelto a hacer?-pero su pregunta no obtuvo respuesta.
La bombilla incandescente de la lámpara que alumbraba aquella sala reventó sumiéndola en la más absoluta oscuridad. Mosarreta se arrastraba por el suelo, completamente desorientado sin un rumbo claro. Por más que avanzara nunca llegaba a ningún sitio. Tenía la sensación de no moverse de aquel lugar.
La luz volvió a encenderse como por arte de magia. El brazo derecho se le descomponía como una mecha al consumirse por el fuego hasta llegar a la parte del codo.
<< ¿Que está pasando? >>
Comenzó a notar ligeros pinchazos allá donde acababa su brazo derecho, estos cada vez eran más intensos. Llegó a un punto en el cual fue más doloroso que el cuchillo que le clavó Cristine en la espalda.
-¡Se está despertando! ¡Duérmelo o no sobrevivirá!- gritaba a lo lejos una voz desconocida. Inmediatamente dejó de sentir los pinchazos. La sala oscura comenzó a temblar. El suelo donde reposaba su cuerpo se partía en dos. Las paredes se derrumbaban como un castillo de arena y una cegadora luz inundaba aquella sala.
No pudo hacer nada para evitar caer al vacío, la grieta era demasiado grande y le faltaba un brazo con que sujetarse.
<<Es el fin>> pensaba mientras se precipitaba sin control, dando vueltas sobre sí mismo en el aire.
Antes de estamparse contra el suelo de aquel improvisado abismo abrió los ojos de nuevo, estaba tumbado sobre una camilla con una sábana blanca llena de manchas enormes de sangre aún húmeda. La misma lámpara que había visto en la sala anterior, colgaba del techo alumbrando aquella pequeña habitación. Una mosca revoloteaba buscando la forma de acceder a la bombilla incandescente de la lámpara.
-¡Ha faltado poco amigo!- dijo Neil Tarzard  mirándole fijamente. Con su cabeza tapaba parte de aquella molesta luz, cosa que era de agradecer, era tan intensa que le quemaba las pestañas.
-¿Dónde estoy?- pregunto Mosarreta extrañado. Estaba desorientado, quizás se tratara de otra pesadilla. Ya no sabía que era verdad y que era mentira.
-¡Estas en el taller de chapa y pintura Agua Amarga!- dijo con voz ronca un viejo hombre que por su apariencia parecía un mecánico de armas.
-¿Agua Amarga?- nunca había oído hablar de aquel sitio.
-¿Recuerdas el ataque que sufrimos en las alcantarillas?-pregunto Neil Tarzard con voz triste. Aquellas palabras le hicieron saber que ya no estaba soñando. Recordaba a sus excompañeros disparando a los refugiados.
-Sí, pero no recuerdo como acabó, ¿qué demonios pasó?
-Un descerebrado disparó un cohete con un antiaéreo-respondió el necrófago con el ceño fruncido- Yo pude ponerme a salvo antes de que todo saltara por los aires y el techo se viniera abajo. Una vez pasó el peligro busqué supervivientes entre las ruinas, encontré al otro necrófago, aquel que iba vestido con servoarmadura-Mosarreta comenzaba a recordar más detalles. Era aquel grupo de tres hombres que apareció por sorpresa, uno de ellos llevaba a lomos a Cristine-Al poco te encontramos a ti. Estabas inconsciente, tirado en el suelo con el brazo derecho mutilado, sangrando como un pollo sin cabeza. Te apliqué un torniquete con un trozo de camisa que encontré entre los escombros y rápidamente te llevamos aquí, al campamento de la Orden de San Juan de Dios. Mi colega aquí presente, el doctor Achucarro, con las herramientas adecuadas pudo hacerte algunos apaños-dejó escapar una pequeña sonrisa-¡Mira tu brazo derecho!
Haciendo caso al necrófago Mosarreta giró levemente la cabeza hacia la derecha, aun se sentía débil, parecía como si tuviera una profunda resaca. Posiblemente por la pérdida de sangre que le había comentado Neil Tarzard o quizás por los fármacos que le hubieran subministrado. Observó su brazo, por encima del codo allá donde acababa la carne comenzaba un brazo robótico. Negro metalizado, con muchos mecanismos que no llegaba a comprender.
-¿Puedo moverlo?-pregunto incrédulo al ver semejante artefacto.
-Prueba a ver-respondió Achucarro, parecía muy seguro del trabajo realizado.
Mosarreta movió los dedos del brazo robótico, era una sensación extraña, no tenia tacto pero si notaba el movimiento. Cerró el puño, giró la muñeca, torció el codo, no daba crédito, aquel aparato respondía a cada orden como si fuera su brazo verdadero.
-¡Levántate coño!-grito Achucarro.
-¿Acaso no sabes que soy parapléjico?-protestó Mosarreta.
-¿Seguro?
<< ¡No me jodas que este chalado me ha reparado las piernas!>>
Hizo una profunda respiración y acto seguido trato de incorporarse.
<<No me lo puedo creer>>, sus piernas se movían, aunque el movimiento le dolía horrores. Mirando más detenidamente comprobó que le habían instalado unos mecanismos que cubrían gran parte de sus piernas. Los raquíticos palos que se le habían quedado por piernas después de quedarse parapléjico aun estaban en su lugar, estos al parecer solo servían de apoyo. Con todos aquellos cachivaches se sentía más un robot que una persona, pero le encantaba poder volver a caminar.
Se levantó y dio un paseo por aquella pequeña habitación ante la atenta mirada del necrófago y el doctor. Caminaba con movimientos torpes, en gran parte por el dolor que sentía en sus huesos al moverse.
-El cuchillazo en la espalda te dejó las piernas inservibles. Aunque por lo que pude comprobar no perdiste toda la sensibilidad-dijo Achucarro. << ¡Ni que lo digas!>> eran muchas las noches que despertaba a causa de los pinchazos que sentía en sus piernas. Pasaba noches y noches en vela masajeándoselas cuidadosamente para calmar el dolor.-Te hemos instalado un chip en la parte trasera de tu cabeza que analiza las transmisiones sensoriales de tu cerebro y manda la información vía bluetooth al dispositivo indicado. Yo de tu intentaría no darme muchos cabezazos porque si se rompe el chip te quedaras tieso como un palo-bromeó- También tu brazo nuevo tiene un arma, esta se activa al golpear algo con el puño cerrado y se alimenta de células de energía. Utilízala con cuidado, este botón sirve para activarla y desactivarla.-señaló la parte exterior del brazo robótico. Tenía un pequeño botón negro, difícilmente distinguible a simple vista. Al activarse el arma los bordes del botón se iluminaban con un color azul fluorescente.
Mosarreta alucinaba cada vez más con sus nuevos juguetes.
-Debes mantener reposo unos cuantos días-comentó el necrófago-tendrás tiempo de sobra para practicar y caminar bien.
-Pero... no tengo dinero para pagar todo esto- Mosarreta se encogió de hombros.
-La orden de San Juan de Dios es una institución sin ánimo de lucro. Solo intentamos ayudar a las personas. Con este gesto esperamos que tú a partir de ahora, ayudes a la gente en nuestro nombre como nosotros te ayudamos a ti- explicó Achucarro con los dedos entrecruzados y las manos apoyadas sobre su enorme tripa.
<< ¡Mamones, con la de chapas que le podríais haber sacado a esto y lo malgastáis con el primero que pasa!>>
-¡Muchas gracias! ¡Así lo haré!- agradeció Mosarreta asintiendo con la cabeza.
<<Se que sobreviviste zorra, reza para que no te encuentre con vida>>

sábado, 3 de mayo de 2014

CAPÍTULO XXII – SIN SALIDA



HUETER






No dejaba de darle vueltas. Estaba seguro de que había visto a aquella chica antes. ¿Pero dónde? podría tratarse de alguna coincidencia. Muchas eran las personas que había conocido Hueter en su larga vida, quizás se tratase de otra persona con un semblante similar, quizás un familiar.
-Cristine, recoge la máscara de necrófago y póntela de nuevo. James vamos a por el arma que nos han dejado, a ver qué podemos hacer. Jacq quédate aquí con nuestra invitada.- dando órdenes se sentía como el capitán de aquel peculiar pelotón
-¿Tienes tabaco?-le preguntó James Black, mientras se acercaban de nuevo al lugar donde habían dejado el Gatling XM-214 -¡Me muero por un cigarro!
-Jacq siempre suele llevar alguno encima.
El arma seguía en el mismo sitio donde la habían dejado. Hueter la inspeccionó detenidamente para comprobar cuál era el motivo por el que había dejado de funcionar. A siempre vista parecía estar en perfecto estado. No tardó en observar que una bala de diferente calibre a la reglamentaria del arma estaba colapsando el tambor giratorio impidiendo que este realizara su función de carga. << ¡Novatos! >>
-¡Esto es lo que pasa cuando compras munición a granel!
-¿Tiene arreglo?- preguntó James Black.
-Por supuesto. Los cabrones de los comerciantes tienen por costumbre mezclar munición antigua o de armas en desuso entre la munición que más se vende para así darle salida, ya que de otra manera no la venderían Mira esto- dijo comparando la bala extraída con la munición normal del Gatling XM-214 -¿Ves? son parecidas pero no son el mismo tipo de bala, esta es más grande- concluyó levantando la bala de mayor tamaño. Acto seguido la lanzó lejos como si de una piedra se tratase.
Una vez reparado el arma y la munición recogida Hueter se la cedió a James Black.
-¡Esto es un arma de verdad!- agradeció James- Haré lo propio y le prestare mi arma a Cristine para que no vaya desarmada
-¿Arma? querrás decir juguete- bromeó Hueter- Volvamos con el resto.
Jacq sentado en una piedra hablaba con la muchacha, esta llevaba puesta la máscara de necrófago.
-Cuídala bien- James puso en manos de Cristine su vieja escopeta.
-¡Gracias!- la voz de la muchacha sonaba distorsionada por culpa de la máscara.
-¿Tienes un cigarro Jacq?- James parecía tener mono de tabaco.
-¡Y un puro también!- bromeo Jacq, todos rieron a carcajadas a excepción de Cristine que sonreía tímidamente mostrando síntomas de vergüenza-¡Fumemos antes de pasar a la acción!
Jacq repartió un cigarro a cada uno, cuando llegó el turno de Cristine se lo negó con la mano.
-Cuéntanos niña ¿qué tipo de criaturas nos esperan ahí abajo?- Hueter tenía curiosidad, desde que la guerra se diera por finalizada había visto toda clase de abominaciones, sentía curiosidad por saber cual sería esa vez, aunque tenía una ligera idea de a que se iban a enfrentar- ¿Moradores de las Cloacas?
-¿Como lo sabes?- Cristine parecía sorprendida.
-¡Macho pareces una puta enciclopedia con patas!- interrumpió Jacq-Toma enciéndete el cigarro- Jacq le lanzó el Zippo y Hueter lo cogió al vuelo con una mano.
-También hay necrófagos- comentó Cristine.
-Los necrófagos son un mal menor, no sé si te habrás dado cuenta pero yo soy uno de ellos- no se sabía cuál era la causa para que humanos afectados por la "enfermedad" como lo llamaba Hueter, acabaran en aquel estado de locura y depresión que sufrían los necrófagos salvajes. Años y años de investigación en el Notocar sin llegar a descubrir la causa raíz
-¡Esto sabe a gloria!- dijo James Black mientras soltaba bocanadas de humo de tabaco.
-Pues disfrútalo porque ya no quedan más- protestó Jacq mostrando la pitillera vacía
La noche cayó, en el suelo, los cigarros consumidos por completo aun producían humo al consumirse la boquilla de esponja que hacía de filtro. Era un olor bastante desagradable para Hueter. Dejo caer su bota encima y los terminó de apagar.
-Caballeros, es la hora-masculló mientras movía el pie en círculos destrozando por completo las colillas.
La entrada a las alcantarillas estaba a unos metros de donde se encontraban, la tapa estaba medio abierta. Con un fuerte empujón de su mano derecha Jacq la tiró al suelo levantando una polvareda de tierra seca en el impacto, dejando abierta por completo la entrada.

-¡Las damas primero! ¡Mejor los necrófagos primero!- bromeó refiriéndose a Hueter y Cristine.
El primero en acceder fue Hueter, seguido por Cristine, Jacq y por ultimo James Black.
Estaba todo oscuro, por suerte el arma de Hueter disponía de una pequeña linterna para iluminar el camino, aunque debía ir con cuidado puesto que la luz era un buen reclamo para las amenazas que podrían encontrarse en los túneles de las alcantarillas.
El primer necrófago no tardó en aparecer, la luz era de muy poco alcance y cuando llego a iluminarse lo tenían delante de sus narices, acercándose con paso ligero con claras intenciones de atacar. Hueter apretó el gatillo de su rifle láser y la criatura desapareció en una explosión de polvo color purpura. El polvo al caer al suelo formó una pequeña montaña.
-Con la linterna encendida somos un blanco fácil-dijo Jacq de cuclillas mientras inspeccionaba la montaña de polvo.
-A oscuras será más fácil pasar desapercibidos, pero también corremos más peligro de perdernos- a Hueter no le convencía ninguna de las dos posibilidades-¿Tu qué opinas Cristine? ¿El camino es fácil?
-Yo siempre caminé hacia el norte.
-Pues caminemos hacia el sur. Jacq ponte delante conmigo.
Jacq y Hueter iban delante por aquel oscuro túnel, repleto de una sustancia resbaladiza, a unos pocos metros Cristine, James Black cerraba el pelotón, caminaba mirando hacia atrás cubriendo la retaguardia.
-¡No se ve una puta mierda!- protesto James Black.
-¡Cállate cojones! Si te escuchan los atraerás- la razón le vino a Jacq en forma de Moradores de las Cloacas. Un grupo se acercaba por la posición de James.
-¡Mierda!- gritó exaltado. James cargó el Gatling XM-214 y comenzó a disparar a discreción
-¡Aparta niña!- Hueter dio un pequeño empujón a Cristine y se puso a la altura de su compañero. Las pequeñas explosiones que producían las balas de veintidós milímetros del Gatling al ser disparadas, iluminaban intermitentemente la zona.
-¡Estos cabrones no quieren morir!- gritaba James Black mientras retrocedía poco a poco para evitar que los Moradores se acercaran demasiado.
-¡Dispárales a la cabeza!- gritó Cristine.
<<Como si fuera tan fácil>> los Moradores eran muy escurridizos, daban la sensación de estar en su hábitat natural aunque se trataran de criaturas mutantes. Pocos eran los disparos que llegaban a su objetivo, continuaron retrocediendo hasta que finalmente las criaturas perecieron.
-¡Dios mío!- gritó Jacq por detrás, parecía asustado. Al darse la vuelta
Hueter pudo comprender porque Jacq parecía asustado. Retrocediendo habían entrado sin darse cuenta en una sala llena de contenedores, el símbolo que tenían pintados en las paredes daba a entender que se trataba de residuos químicos, aunque el verdadero peligro procedía de una criatura enorme que se acercaba hacia ellos. Se arrastraba sobre sus brazos por encima de los contenedores, parecía un necrófago pero su tamaño era cinco veces mayor, su cabeza era desproporcionadamente grande y abultada. Carecía de piernas pero sus movimientos eran rápidos, en su lugar tenia montones de huevos, algunos estallaban dejando tras de sí pequeños ríos de un liquido verdoso.
-¿Y eso Hueter? ¿Has visto alguna vez alguno de estos?- gritaba Jacq al mismo tiempo que disparaba contra la criatura. La estela luminosa procedente del cañón Gauss impactó certeramente entre los ojos de la abominación. El ataque pareció enfurecer al ser que comenzó a lanzar violentos golpes con la mano abierta, uno de ellos alcanzó a Hueter que voló varios metros.
<< ¡Duele, duele mucho!>>
Se levantó aturdido por el trastazo, el ente estaba de espaldas. Tenía a tiro aquellos bultos en forma de huevo que finalizaban el cuerpo de la criatura como si alguien la hubiera cortado en dos.
-¡No me queda munición!- gritaba a lo lejos James Black. La enorme y fuerte mano de la abominación alcanzó al negro y luego a la muchacha que salieron despedidos como dos pelotas, quedando Jacq frente a frente. Hueter se sentía mareado, con esfuerzo levantó el rifle de plasma y disparó contra los huevos. El monstruo lanzó un rugido ensordecedor y se giró hacia donde estaba Hueter. De la boca le salía un mar de espuma y saliva. Se acercaba con intención de acabar con él, pero esta vez Hueter esquivó el envite tirándose al suelo.
-¡Dispárale a los huevos Jacq! ¡Por dios! ¡Dispárale a los huevos!- la abominación intentó aplastarle de un manotazo, pero Jacq tomó buena nota de las ordenes de Hueter y disparó sin contemplación. El monstruo se retorcía de dolor con el brazo levantado y la mano abierta con el propósito de acabar con Hueter que gateaba para escapar de la amenaza. Finalmente el ser dejó caer el brazo, el impacto contra el suelo hizo saltar una plancha metálica y unos  cuantos tornillos que la sujetaban.
Si no tenían ya suficientes problemas con aquel monstruo, los gritos de dolor  de este atrajeron a los necrófagos. En pocos momentos la sala se inundó, ninguno atacaba a Hueter, solo el ente de medio cuerpo y cabeza gigante que seguía lanzando ataques contra todo lo que tenia al alcance.
Había perdido de vista a Jacq, James y Cristine, solo veía necrófagos volando por los ataques que el engendro lanzaba contra él.
-Jacq ¿me oyes?-pareció escucharle a lo lejos, aunque con los gritos del ente no llegaba a entender nada con claridad-¡Poneos a cubierto! ¡Voy a utilizar uno de los explosivos magnéticos!- utilizar un explosivo de ese tipo en un sitio cerrado era como firmar su sentencia de muerte, aunque era la única posibilidad si quería salir con vida de aquel infierno. La plancha metálica estaba cerca y podría servirle como protección. No lo pensó dos veces, activó el explosivo, lanzándolo con fortuna dentro de la boca del monstruo, Hueter aprovechó la confusión del ser para coger la plancha y ponerse a cubierto. El dispositivo hizo explosión dentro del estomago de la abominación, esparciendo miles de pedazos de este por toda la sala. La cabeza intacta quedó apoyada contra uno de los contenedores. La fortuna le sonrió una vez más al colarse la bomba dentro del estomago de aquel ser, de lo contrario posiblemente ahora estuvieran todos muertos. Hueter comprobó que aun quedaban necrófagos con vida en la sala que caían abatidos por Jacq. El peligro había pasado.
-¿Que cojones era eso? ¿Que cojones era eso?- los necrófagos estaban todos abatidos, Jacq golpeaba con rabia una y otra vez la cabeza sin vida del monstruo con el cañón Gauss-¿Que cojones era eso?
James Black se levantaba tocándose la ceja, tenía una brecha que sangraba a borbotones, por el contrario Cristine seguía tendida en el suelo sin moverse.
-¿La muchacha está bien?- Hueter se interesó por su estado. Jacq dejó de golpear la enorme  cabeza y fue de inmediato donde Cristine.
-¡Respira!- dijo haciendo un movimiento de aprobación con el pulgar de su mano derecha.
Hueter se incorporó, tenía el cuerpo magullado, los músculos le dolían a cada movimiento.
-¡Habrá que cargar con ella!- Jacq cogió a la muchacha como si fuera un saco de patatas y se la cargó sobre el hombro derecho-¡Vámonos no vengan más!
Salieron de aquel sitio sin mirar la vista atrás.
-¿Alguien sabe donde está el sur ahora?- pregunto James Black que parecía aun aturdido y confuso. Llegaron a una intersección de túneles, estrechos, impregnados de sustancia resbaladiza, como la que encontraron al entrar en las alcantarillas. El túnel que daba a su izquierda estaba totalmente oscuro y el de la derecha parecía tener luz a lo lejos.
-Vayamos hacia la luz- ordeno Jacq.
-¿Seguro que puedes con ella tu solo?
-Tranquilo estoy acostumbrado a cargar con mi hermana- viendo a Cristine inconsciente a lomos de Jacq comprendió porque los dos hermanos hicieron lo que hicieron, afloró un sentimiento que él había perdido durante el paso de los años, la empatía.
Caminaron en silencio por aquel oscuro túnel que a cada paso recibía más luz procedente de lo que debía ser el final.
-¿Hola?- se escuchó a lo lejos-¡Se que estáis ahí! ¿Hola?- alguien llamaba a lo lejos-¡No deis un paso más sin decir quién sois o disparamos! ¡Estamos armados!
-¡Venimos en son de paz!-grito Hueter- ¿Sois los que escaparon del Notocar?
El silencio volvió a imperar en el túnel No obtuvo respuesta alguna.
-Son ellos, seguro- Jacq hablaba como si conociera aquella zona, puede ser que la muchacha le contara algo mientras reparaban el arma. Continuaron dirigiéndose hacia la parte iluminada, una vez llegaron se toparon con un cruce de túneles, uno de ellos bloqueado por escombros. No había ni rastro de la persona que les estaba gritando momentos antes, solo cuerpos sin vida de necrófagos tirados en el suelo y en el centro bidones de residuos radiactivos.
-¿Hay alguien aquí?- gritó Hueter esperando la respuesta de aquel desconocido.
-¡Ni se os ocurra mover un pelo!- sin darse cuenta quedaron rodeados por decenas de personas, iban armados con cualquier cosa, palos metálicos, trozos de madera, escombros, un hombre en silla de ruedas les apuntaba con un rifle viejo y oxidado, otro un hombre que parecía ser necrófago hacia lo suyo con una pistola de plasma.
-Hemos venido a...
-...es Cristine-Jacq fue interrumpido por el hombre de la silla de ruedas-¡Soltadla!
-Esta inconsciente, venimos para ayudaros a salir de aquí- las palabras de James parecían no convencer a nadie, pero el hecho de que conocieran a la muchacha confirmaba que se trataba de los fugitivos de la prisión
Varios tiros retumbaron y el caos inundó la sala, un tercer grupo se acercaba por el túnel contrario del que habían salido. Disparaban contra la gente allí presente.
-¡Es la banda de los Trajes Grises! ¡Corred nos han encontrado!- gritó un hombre adulto señalando en dirección al túnel por el cual habían llegado. La cabeza de aquel pobre desgraciado quedó atravesada por un balazo.
Hueter vio como Jacq armaba el cañón con una mano mientras sujetaba a Cristine con el hombro.
<<No hay elección>> los supervivientes a aquel tiroteo corrían en dirección al estrecho y oscuro túnel, a excepción del hombre en silla de ruedas y el necrófago desconocido, que se ponían a cubierto esperando su oportunidad para contraatacar.
Jacq disparaba sin acierto contra los atacantes que permanecían ocultos tras un montón de escombros dentro del enorme túnel
-¡No me seas chulo! ¡Pongámonos a cubierto!- antes de que pudieran salvaguardarse un misil brotó de entre los escombros en su dirección. El tiempo se ralentizó, aunque antes de que todo a su alrededor saltara por los aires, Hueter solo pudo ver como Jacq se precipitaba hacia el suelo rodeando fuertemente a la muchacha con sus brazos para protegerla.