ACERO
Caminó durante todo el día sin descansar un momento en
dirección a la ubicación que le había marcado Traisa en aquel particular reloj.
Tenía el tamaño de la palma de su mano, con una pantalla táctil que Acero no llegaba
a entender. Dibujaba un mapa sencillo en dos colores, emulando la superficie de
la zona donde se encontraba. Su posición se encontraba en el centro exacto del
mapa, a un lado la ubicación donde se dirigía. La dirección cambiaba como una
brújula señala el norte dependiendo del camino que Acero siguiera.
Gracias a ese artilugio le fue fácil encontrar el
Notocar. No había rastro del chico de pelo largo llamado Jacq ni de su
acompañante el necrófago.
Para ser una noche de verano soplaba una tímida brisa
fresca de aire que mecía los matojos desde donde Acero vigilaba aquel edificio.
Estaba muy poco iluminado y se hacía difícil
distinguir el personal, a lo lejos en el horizonte se posaban los grandes
edificios del Odín resplandecientes como estrellas.
<<No puedo entrar yo sola ahí, seré carne de cañón
en un suspiro-nunca había estado en aquel lugar, pero el sargento Terrilla,
ultimo sargento que dirigió su escuadrón, hablaba muchas veces de las
barbaridades que se hacían en aquel lugar. El recuerdo de Terrilla muriendo a
manos de aquella manada de escorpiones gigantes le produjo tristeza-pobre
hombre no se merecía morir así>>
Al atardecer se cruzó en su camino con un grupo de
tres personas dos hombres y una mujer que maldecían a otros dos hombres por haberles
dejado sin su arma, en ese momento Acero no le dio la menor importancia pero
ahora sabia que se trataba de sus objetivos.
Dos hombres bien armados, uno de ellos con una cara
rara decían. Sin duda eran ellos.
<< ¿Donde se han metido?- se preguntaba una y
otra vez-¿Habrán entrado en el Notocar?-no lo parecía pues aquel edificio parecía
demasiado tranquilo, no se escuchaban disparos ni nada similar-¿Los habrán
apresado?>>
-¿Que tenemos aquí?-Acero notó que alguien le estaba
encañonando el pescuezo con un arma. Rápidamente se giró y con un golpe mandó
el arma de su agresor a varios metros de distancia, sin darle tiempo a
reaccionar lo cogió del cuello. El rostro de aquel hombre no se correspondía
con ninguno de sus objetivos. Inmediatamente Acero se vio rodeada de rifles de
alta tecnología apuntándole fijamente. La oscuridad de la noche le hacía difícil
distinguir cuantos eran, pero a simple vista contaba una decena de hombres
equipados con unas servoarmaduras similares a las de la Hermandad pero más
ligeras.
-¡Suéltalo o te freímos a balazos!- gritó uno de
ellos. << ¡Mierda!, son demasiados-maldijo en su interior-puedo acabar
con unos cuantos de ellos, pero no servirá de nada si el resto me cose a
balazos>>. Con resignación soltó el cuello de su presa, este tosió
repetidas veces antes de recuperar el aliento.
-¿Quienes sois?-preguntó.
-¡aquí las preguntas las hacemos nosotros!- aquel
hombre que parecía el cabecilla del grupo bajó el arma y dio unos pasos
adelante para ponerse cerca de Acero. Tenía un rostro imberbe marcado por
cicatrices, señal de que había participado en muchas batallas. Era alto y
esbelto, llevaba un casco de motocicleta que en la parte superior tenia pegado
el esqueleto de la cabeza de una vaca. La armadura que vestía era de un color
claro, la noche no dejaba distinguir bien el color de la misma, Acero nunca había
visto una armadura de ese tipo- ¿Quién eres tú?
-¡La que te va arrancar esa lengua como no me dejéis
en paz!- bufó. Su amenaza no tuvo el efecto deseado y una gran risotada se
dibujó en el rostro de todos los presentes.
-¡Nos ha salido guerrera la vieja!-dijo el hombre en
tono burlesco. << ¡Vieja será tu madre!-quiso haberle dicho, pero no se
mordió la lengua. >> Era una voz grave y joven como la de los cantantes
que actuaban en los casinos del Odín, pero esta no la había escuchado en
ninguna actuación- Ya me he cansado de tanta tontería. Armando espósala y ponle
un collar de esclavo se viene con nosotros.
Armando un hombre corpulento con la cabeza rapada y un
solo ojo enfundó el arma mientras el cabecilla daba la espalda al resto para
obtener una buena vista del Notocar. Mientras Armando acataba las órdenes y le ponía
las esposas Acero no opuso resistencia alguna. En otra situación le habría
arrancado los ojos, pero estaba rodeada de armas que no paraban de apuntarle.
-¿Es necesario ponerme eso?- dijo al tiempo que
observaba como se acercaba el collar de esclavo hacia su cuello. No obtuvo
respuesta a su pregunta, había sido presa de aquellos extraños.
<<Cuando escape eres hombre muerto-pensó
mientras Armando acababa de ajustar el collarín a su cuello>>
-Ahora eres propiedad de la Pena del Alba. Rendirás pleitesía
y mostraras tu lealtad a nuestro rey Penalba cuando te presentemos ante el-
dijo el hombre sin dejar de mirar hacia el Notocar.
<< ¿Un rey?-no daba crédito a las palabras que había
escuchado-¿De dónde han salido estos chiflados?>>
-¡Es la hora, liberemos a los esclavos del Notocar,
por nuestro rey!
-¡Por nuestro rey!- gritó el resto del grupo.
Inmediatamente cada integrante de la Pena del Alba tomó una posición
estratégica, escondiéndose entre los matorrales de la zona, lo suficientemente
cerca para tener buen ángulo de tiro y lo suficientemente lejos para no ser
vistos a la luz de la noche. Todos a excepción del cabecilla que aguardaba
junto a Acero unos metros atrás, expectante a lo que hacia el resto, sin dejar
de apuntarla con una pistola láser.
Los cañones de los rifles francotiradores asomaban
entre los matorrales, Acero divisaba unos once, todos con las mismas armas. El
primer disparo fue certero, después de la explosión del percutor del rifle a lo
lejos el cuerpo abatido de uno de los vigilantes del Notocar se desmoronaba en
el suelo.
-¡Al que mas hombres mate le dejare pasar una noche romántica
con esta zorra!- gritó el cabecilla; << ¡Zorra será tu madre!-volvió a
morderse la lengua. Quería arrancarles la cabeza con sus propias manos>>
Pequeñas carcajadas se escucharon por la zona.
Tenían una puntería asombrosa, para cualquier persona
que no hubiera recibido entrenamiento militar sería casi imposible acertar a un
objetivo en movimiento a esa distancia y en esas condiciones, pocos eran los
disparos que se perdían en el vacío.
La mayoría de guardias yacían muertos, unos en el
tejado, otros habían quedado enganchados a las fachadas antes de precipitarse
al suelo. Los pocos supervivientes parecían haberse escondido.
-Botella, Armando, quedaos aquí y vigilad que no salga
nadie más al exterior del edificio. El resto venid conmigo-los integrantes de
aquel grupo parecían títeres a manos del cabecilla. Este dio un empujón a Acero
para que caminara, al parecer iba a acompañarles dentro del Notocar.
Caminaron sigilosamente sin mediar palabra por las
zonas más oscuras, hasta llegar a la puerta de entrada a través del muro que
servía de protección al recinto. Allí esperaban dos guardias del Notocar que
fueron acribillados a balazos sin tener tiempo a reaccionar.
-Volar las puertas venga, venga, venga...
A excepción de Armando y el cabecilla el resto de
hombres de la Pena
del Alba parecían clones, con el mismo traje, similar altura y mismo corte de
pelo. La única diferencia eran sus rostros, que dibujaban la misma expresión de
seriedad y concentración.
Uno de los soldados sacó de una pequeña mochila del
mismo color que el traje, un pequeño artilugio redondo con un botón en el
medio. Colocó un par de ellos en cada puerta mientras el resto esperaba a una
distancia prudencial, pulsó el botón echando a correr inmediatamente hacia uno
de los laterales de la muralla. La explosión de los artilugios causó un gran
boquete en el lugar de las puertas de acceso, lanzando estas a varios metros de
distancia al interior del complejo.
En la lejanía parecía un edificio más grande, pero
visto de cerca no debía tener más de tres pisos de altura. Había dos edificios
mas aunque estaban en peor estado, uno de ellos casi derrumbado, del otro solo
quedaba un montón de escombros.
En los alrededores del edificio solo había soldados
muertos del Notocar, ni rastro de supervivientes.
La puerta al interior del edificio estaba abierta.
Esta daba acceso a una sala enorme llena de basura. Por lo que Acero había oído
en más de una ocasión, el Notocar era una prisión antes de la guerra.
Imaginaba que aquella sala sería la recepción, donde los familiares de los
reclusos esperaban su turno de visita. Ahora era un montón de escombros
lúgubre, sillas y mesas amontonadas en las esquinas, los focos fundidos dejaban
una iluminación más que deficiente, latas, botellas de vidrio vacías, restos de
comida podrida... todo tipo de basura habitaba en aquella estancia. El techo
estaba caído casi en su totalidad. El polvo se acumulaba en los muebles que aun
quedaban y también se respiraba en el ambiente.
Una rata del tamaño de un perro salió corriendo de
entre el montón de sillas, pasó ante la atenta mirada de los soldados dando
pequeños saltos sobre sus patas. Uno de ellos acabó con su vida clavándole un
puñal en la espalda cuando esta se disponía a esconderse de nuevo. El animal
emitió un sonido estridente a su muerte.
-Menuda porquería-masculló otro de los soldados, un
hombre con el rostro plagado de arrugas, debía tener bastantes años a sus
espaldas.
-¡Cállate Ender!-dijo en voz baja el cabecilla. Ender,
ahora ya sabía el nombre de otro de los individuos, su cara tenía una cicatriz
en forma de cruz en la mejilla derecha. Parecía como si hubiera sido el mismo
quien se la hubiera hecho con un cuchillo. Las arrugas de su cara
distorsionaban un poco la forma, pero era fácilmente diferenciable.
Cruzaron por el medio de la sala sin hacer el más mínimo
ruido, vigilaban en todo momento los muebles amontonados por si algún soldado
del Notocar estuviera escondido. Acero sentía como las esposas le estaban
comenzando a incomodar, tenía las manos completamente pegadas a la espalda y le
estaban haciendo heridas por el roce en sus muñecas, casi no sentía el tacto de
sus dedos.
Al fondo de la recepción había una puerta doble, de
madera gruesa carcomida por el paso del tiempo, esta daba acceso a un pasillo
largo, igual de mal iluminado que la sala anterior. Acero fue la última en
pasar. Los soldados de la Pena
del Alba accedían de uno en uno inspeccionando habitaciones cercanas, todos hacían
el mismo movimiento con la mano dando la señal de que todo estaba en orden, a excepción
de uno de ellos que tuvo que utilizar su arma en repetidas ocasiones para
acabar con la vida de un soldado del Notocar, que se encontraba en una de las
habitaciones colindantes dispuesto a irse a dormir.
Al pasar por delante de aquella habitación Acero vio
como aquel desgraciado yacía muerto apoyado contra la pared dejando tras de sí
una huella enorme de sangre por toda la pared, las balas estaban incrustadas en
el tabique señal de la potencia que tenían las armas que usaban los soldados de
la Pena del Alba
o quizás de la mala puntería del asaltante.
Daba la sensación de que tenían estudiado al completo
aquel edificio, sabían dónde estaban los soldados del Notocar, aunque había un número
muy reducido de estos, las diferentes estancias, donde llevaba cada pasillo...
Finalmente después de subir varias plantas por unas
escaleras en las cuales la única iluminación que había era el reflejo de las
luces del Odín, llegaron a lo que debía ser la sala de operaciones del Notocar,
pero al abrir la puerta solo encontraron a uno de los soldados acuclillado en
una de las esquinas, en el centro de la sala estaba el cuerpo sin vida de un
hombre. En el centro una pila de papeles viejos se amontonaba sobre una mesa
alargada, pero no eran los únicos, el suelo estaba repleto de los mismos, unos
manchados de sangre, otros desgarrados, significado de que allí había tenido
lugar una pelea. El cadáver debía llevar varios días en descomposición, en el
cuello, tenía un corte bastante profundo, a su alrededor un gran charco de
sangre seca. El hedor desprendía casi hizo vomitar a Acero, pero en última
instancia pudo aguantar las arcadas.
-¡Dios que peste!-dijo uno de los soldados de la Pena del Alba.
-¡No me hagáis daño por favor!-lloraba una y otra vez
el soldado del Notocar.
-¿Que ha pasado aquí?-pregunto el cabecilla.
-¡No me hagáis daño por favor!-eran las únicas
palabras del tembloroso soldado.
-Está bien ya me he cansado de ti-protesto el
cabecilla <<Que poca paciencia hijo-pensó Acero al ver de nuevo la misma reacción
que antes el cabecilla había tenido con ella>> -Héctor busca alcohol y
una cuerda este va a cantar si o si.
Héctor era otro de los soldados de la Pena del Alba, tenía un
rostro serio y pocos hombres iban tan bien afeitados como él. Salió de la sala
en busca de los materiales que el cabecilla le ordeno traer, al poco regresó
con una botella entera de Whisky y una brida negra.
-¿Esto servirá jefe?-pregunto mostrando lo que había
encontrado.
-Con bridas como a mí me gusta. Ender ya sabes lo que
tienes que hacer.
<< ¡Por dios que van a hacerle a este pobre
desgraciado!>>
Entre dos soldados sujetaron por los brazos a aquel
hombre que no oponía resistencia alguna, lloraba atemorizado. Ender le bajó los
pantalones dejando al soldado del Notocar desnudo de cintura hacia abajo y le
ató fuertemente la brida alrededor del pene.
-¡Bebe!-ordeno el cabecilla mientras le empinaba la
botella de Whisky en su boca sin casi dejarlo respirar. Al quitarle la botella
el soldado del Notocar comenzó a toser, dejando correr el liquido por su
torso-¿Donde está el que manda en este tugurio?-el soldado no respondió a causa
de la tos-¡Bebe!-ordeno de nuevo. Esta vez el soldado respondió;
-¡El jefe es ese que está ahí muerto por dios!
-¡No te creo! ¡Bebe!-gritaba el cabecilla empinándole
la botella en la boca, con tres tragos casi terminó la botella, aunque la mayoría
acabó desparramada por el torso del soldado y el suelo. El cabecilla ordenó a Héctor
que buscara mas bebida mientras seguía torturando a aquel desgraciado que no
paraba de repetir una y otra vez lo mismo.
-¡Por dios basta ya! ¿No ves que siempre repite lo
mismo?- grito Acero que no daba crédito a lo que estaban viendo sus ojos.
-¡Tu cállate si no quieres correr la misma suerte que él!-
bufó el cabecilla.
Los minutos posteriores fueron eternos, el cabecilla
no paraba de repetir la misma acción una y otra vez. El soldado del Notocar tenía
cada vez la tripa mas hinchada a causa de las ingentes cantidades de alcohol
que le estaban haciendo tragar. El miembro lo tenía morado y debía tener unas
ganas incontrolables por orinar, pero la brida hacia que esto no fuera posible.
<<Nunca había visto una tortura similar>>
-¡Una zorra!- dijo el soldado del Notocar con el poco
aliento que aún le quedaba -Una zorra mató al jefe hace dos noches. Le rajó la
garganta y escapó. ¡Lo juro! cof...cof...-no paraba de toser mientras contaba
lo sucedido con el cadáver de la sala.
-Abra que encargarse también de esa zorra-el cabecilla
hablaba con tono burlesco-¡Descríbela!
-¡Por favor dejadme mear! ¡Me duele mucho la tripa!-
suplicó el soldado.
-¡Y mas que te va a doler como no respondas!-la amenaza
del cabecilla se transformo en un golpe seco con la culata de la pistola en la
tripa del soldado. Este soltó un grito desgarrador que bien podría haberse
escuchado en todo el edificio-¡Habla!
El soldado estaba más blanco que la servoarmadura del
cabecilla, cogió un sorbo de aire y articuló las palabras con dificultad;
-Se llama Cristine- paró un momento para volver a
coger aire-Morena, de estatura media, delgada y con gafas-volvió a coger aire,
su voz cada vez sonaba más débil y apagada-escapó por las alcantarillas.
-¡La muerte se paga con la muerte!-dijo el
cabecilla-¡Cristine donde quiera que estés pagaras por tus pecados!-el resto de
los soldados de la Pena
del Alba repitieron las mismas palabras al unísono.
<<Lo llevas claro-pensó al escuchar las palabras
del cabecilla>>Con esa descripción sería casi imposible encontrarla,
aunque visto de que pasta estaban hechos seguramente matarían o algo peor a
cualquier mujer que se le pareciera. No conocía a la tal Cristine, pero la sola
idea de que alguien pagara por su asesinato le producía un sentimiento de odio,
no solo hacia la chica llamada Cristine también hacia aquellos bárbaros que la
tenían presa.
-¡Este ya ha
aprendido la lección!-bromeó el cabecilla, inmediatamente sacó un machete de
una funda que llevaba colgando de su cintura, de un corte limpio le amputó de
cuajo sus partes. El alto grado de alcoholemia del soldado no fue suficiente
para no sentir dolor, soltó un espantoso grito que incluso le dolió a Acero. La
orina comenzó a brotar de la herida producida como si de una fuente se tratara,
el hedor del cadáver en descomposición se vio superado por el olor a orín del
soldado del Notocar.
Esta vez Acero no pudo soportar el olor nauseabundo
que había en la sala y vomitó la poca comida que aún le quedaba en el estomago.
-Liberad a los prisioneros y destruid este nido de
ratas- ordenó el cabecilla.
Acero salió del Notocar acompañando al cabecilla de la Pena del Alba, aun con el mal
trago pasado por el horroroso espectáculo al cual había asistido sin querer. El
resto del grupo se quedó dentro del edificio, al parecer iban a liberar a los
esclavos, aunque aquello le confundía.
-¿Por qué hiciste eso con aquel pobre desgraciado?-
quiso saber, aunque no estaba muy segura si debía abrir la boca o si se la cerrarían
de un guantazo.
-Para que aprendas la verdadera justicia de la Pena del Alba-respondió el
cabecilla con un tono firme, parecía sentirse orgulloso de lo que acababa de
hacer-Los criminales como esta gentuza deben ser y serán castigados.
<<Tú también eres un criminal, acabas de matar y
torturar a un hombre con tus propias manos, responderás a tu verdadera justicia
no lo dudes-Acero se juró a si misma que no moriría sin antes ver la cabeza
arrancada de aquel cabrón chorreando sangre en sus manos. Nadie se merecía un
castigo como el que le había propinado al soldado del Notocar por muchos
crímenes que hubiera cometido, y hacerle presenciar aquella escena encendió una
ira incontrolable hacia aquel torturador, para más inri le había hecho fracasar
en la misión que Traisa le encomendó. >>
Los primeros rayos de sol hicieron su aparición en el
horizonte, las luces que se veían a lo lejos procedentes del Odín se apagaban
paulatinamente conforme el sol adquiría más presencia en el cielo.
Personas que al parecer estaban recluidas en el
Notocar comenzaron a salir por la puerta principal del edificio. Hombre con
largas barbas, escuálidos por una alimentación deficiente y ropas harapientas.
Mujeres con el pelo enmarañado que parecían esqueletos con patas, los niños sin
embargo eran los únicos que parecían estar bien cuidados, aunque de estos había
pocos. En total contó unas cincuenta personas más o menos contando mujeres y
niños. Todos los esclavos liberados iban escoltados por los soldados de la Pena del Alba. A Acero
aquella imagen le pareció la de un rebaño de ovejas custodiado por el pastor y
sus perros, aunque nunca había visto un rebaño de ovejas en vida y menos a un
pastor, solo imágenes en revistas rotas.
<<Pobres desgraciados>>
La euforia se había apoderado de ellos que llegaban a
cuenta gotas a lo alto de una colina donde esperaban Armando, Botella, Acero y
el cabecilla. Gritaban una y otra vez << ¡Viva la Pena del Alba! >> Al
mismo tiempo que levantaban el puño en señal de victoria.
Cuando parecía que ya no quedaba nadie más dentro de
la antigua prisión del Notocar, una serie de fuertes explosiones derrumbaron
por completo la antigua prisión reduciéndola a cenizas. El bonito amanecer que habían
brindado los primeros rayos de sol se vio ensuciado por la cortina de polvo que
dejó tras de sí el Notocar al explotar.