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domingo, 16 de noviembre de 2014

CAPÍTULO XL - EL JUICIO



 TRAISA



La celda olía a meado de perro resacoso. Llevaba varios días encerrada en aquel horroroso agujero y no acababa de acostumbrarse a aquel nauseabundo olor, era algo imposible de aguantar.
Días antes había visitado a Acero, pero esta vez la persona que estaba entre rejas era ella. A menudo se preguntaba que habría sido de la fuerte mujer. Tenía la certeza absoluta de que Acero, aunque estuviera cabreada con ella, jamás habría desaparecido sin llevar a cabo la tarea que le había encomendado. Por otro lado Jacq no había regresado, no al menos que ella supiera. Aquello le creaba bastantes dudas en su cabeza ¿Y si había enviado a Acero a una muerte segura? puede que el muerto fuera Jacq, ¿O quizás Acero había cumplido con su tarea y Jacq al llegar a la entrada del bunker descubriera que su hermana estaba muerta? En el caso de que aquel hombre se presentara allí, no sabría cómo explicarle lo acontecido con Poli, y lo único que no quería en esos momentos era tener más problemas de los que ya tenía.
Que ella recordara nadie había pasado tanto tiempo en aquellos calabozos como ella. La mayoría de las veces eran utilizados como escarmiento para los soldados que en horas de permiso libres, bebían más de la cuenta. Aquello no gustaba nada al General Sejo por lo que si descubría a alguno de sus soldados en estado de embriaguez, este pasaba un par de días encerrado en prisión para dormir bien la mona. Eso explicaría porque la celda olía tan mal, seguramente antes de que ella fuera encarcelada, algún borrachuzo se había encargado de perfumarla con sus fluidos corporales.
Sentía tal mareo a causa del pestazo que Traisa solo podía quedarse tumbada encima de la sucia cama y taparse la nariz con la manga de su camisa para disimular un poco el olor. Restos de comida en forma de vómito en una de las esquinas de la celda eran los causantes de aquel aroma.
-¡Joder como huele aquí!-escuchó al otro lado de la puerta, seguramente sería el soldado que le llevaba la comida todos los días, aunque la voz sonaba diferente-¡El soldado Guasón se la cogió de campeonato por lo que veo!
-¡Pero si hace como siete días que estuvo aquí!-al parecer esta vez iba acompañado-¡Tu montón de mierda levanta de la puta cama!
Traisa levantó la vista, por la rendija que había en la puerta, divisaba el típico casco de los soldados de la Hermandad del Rayo, alguien la reclamaba desde el otro lado.
-¡Tranquilitos!-espetó incorporándose con suma tranquilidad.
-¡De tranquilitos nada zorra!-protestó uno de los soldados-El general Sejo esta esperándote en la sala de los consejos ¡Hoy es tu juicio!
<< ¿Juicio?-se preguntó a si misma asustada>>
Los juicios con el general como parte del jurado tenían fama de ser una pantomima. Todos los acusados terminaban con la misma sentencia, condenados a muerte de un balazo en la sien.
-¿Y porque no me matáis aquí mismo y terminamos con esta farsa?-Traisa sabía de sobra lo que iba a pasar. Prefería morir en aquel apestado agujero antes que hacer el ridículo intentando defenderse ante Sejo y sus amigotes.
-¡Las leyes de la Hermandad dictan que todo soldado tiene derecho a un juicio justo!-respondió el soldado-Andando zorra, no esperes a que entre y te ponga maquillaje extra.
Traisa salió de la celda a regañadientes, custodiada por los dos soldados. Al menos habían tenido la amabilidad de no llevarla esposada, acto que con el resto de presos nunca tenían.
Dejar la peste atrás era lo mejor que le había podido pasar en los últimos días, pero conforme avanzaban por aquel lúgubre pasillo hacia la sala de consejos, un temblor en sus rodillas se hacía cada vez más presente.
Una vez dentro de la sala donde se iba a celebrar el juicio, Traisa comprobó como el General y sus secuaces estaban ya esperándola, sentados en sus sillas ejecutivas de cuero del antiguo mundo y, a juzgar por sus miradas, deseosos de ver como el verdugo apretaba el gatillo para acabar con ella.
-Nunca habría imaginado que me vería sentado aquí juzgando a dos de mis mejores hombres-comenzó el General Sejo, su cara quería expresar tristeza, pero aquella mirada parecía lanzar rayos de odio hacia ella.
<< ¿Que dos hombres?>> Estaba tan centrada en el jurado, que no se percato de que a su lado estaba sentado el Sargento Campos. A diferencia de ella, el si llevaba puestas las esposas magnéticas, tanto en las muñecas como en los tobillos.
El jurado estaba compuesto por el General Sejo, su gran amigo y putero, el general del ejército Andrian Bastao y el teniente general Natan Mano. El resto de la sala estaba vacío, la puerta cerrada a cal y canto, custodiada por dos robots centinela con los brazos armados en posición de ataque.
-¡Traisa en pie!-ordenó Natan Mano, ella no tuvo más remedio que obedecer y de inmediato se levantó de su silla- Se le acusa de alta traición, apropiación indebida de tecnología de la Hermandad del Rayo y del asesinato de Benito y el paciente llamado Poli ¿Cómo se declara el acusado?
-¿Y a ti que más te da?-espetó Traisa-¡Total acabareis matándome de todos modos!
-¡Con tu actitud solo conseguirás ser sentenciada a pena de muerte!-recriminó el general Andrian, aunque a ella eso le daba igual, cuanto antes acabara la pantomima mejor seria para todos desde su punto de vista.
-¡Déjate de protocolos de mierda!-gritó el General Sejo-Estos no son civiles y sabemos de sobra lo que han hecho. Ahora bien, quiero escuchar los motivos por los que cometieron tan deleznable acto.
-La culpa fue mía, Campos cogió el pájaro solo porque yo le obligué- Traisa intentaba cargar con todas las culpas. Campos era un hombre que la mayoría de veces pecaba de ingenuo en cuanto a mujeres se trataba y aquella noche no fue una excepción, ella se aprovechó de la debilidad que el sargento sentía por sus carnes para conseguir su fin. Motivo más que suficiente para no permitir que el pobre desgraciado, cargara con parte de culpa.
-¡No me jodas niña!-rechistó el teniente Mano, sentado a la izquierda de Sejo- ¿El Sargento del mejor escuadrón de la Hermandad obligado a punta de pistola por una simple curandera? Cuéntale ese cuento a otro porque este tribunal no va a tragarse esas mentiras.
-¡Fui yo!-Campos rompió el silencio que había mantenido hasta el momento-Yo cogí el pájaro, aprovechando el cambio de guardia, para dar un paseo nocturno con Traisa.
-Y estando al mando de la nave fue cuando Traisa te apuntó con la pistola-afirmó Natan Mano. Campos asintió con la cabeza. En ese momento le dio la impresión de que el Teniente, quería exculpar al Sargento y hacerla cargar con el muerto.
-Da igual quien apuntara-dijo el general con voz queda-Campos acaba de confesar que cogió el pájaro por su propia voluntad-se hizo el silencio durante unos instantes, Sejo con sus palabras había demostrado la culpabilidad de Campos, al menos la parte que le tocaba- Lo que sigo sin entender es-hizo una pausa para tragar saliva- ¿En qué pensabas Traisa cuando decidiste secuestrar el pájaro? ¿Por qué mataste a Benito y al paciente?
Traisa giró bruscamente la cabeza mirando hacia Campos, lanzándole una mirada de odio y desprecio. << ¡Mentiroso hijo de puta!>> El Sargento que tanto la amaba acababa de traicionarla. Sabía de sobra lo acontecido y por salvar su culo la vendió ante el general Sejo y sus secuaces. A ella no le importaba que la culparan por engañar a Campos, no le importaba que la culparan de secuestrar el pájaro o de llevarse a un paciente sin permiso y hacer a Benito cómplice ello. La dignidad estaba por encima de todo y por nada en el mundo, iba a cargar con los dos muertos. Ya lloró la pérdida durante los días en que estuvo presa en aquel maloliente agujero. No podía evitar sentirse responsable de lo que le pasara al muchacho y a la mujer. Si se hubiera quedado de brazos cruzados solo habría que lamentar una muerta y nada de esto estaría pasando, pero ahora el mal ya estaba hecho.
-¿Serás hijo de puta?-gritó sin dejar de mirar al Sargento. Deseaba tener en ese momento, un arma en sus manos para meterle un balazo entre ceja y ceja.
-Traisa por favor-dijo Sejo con tono serio-Responde a mi pregunta
-Yo no maté a nadie-fue su respuesta-Alguien disparó cuando bajamos Benito y yo del pájaro. Vi pasar un destello de luz parecido al de una célula de fusión por delante de mis ojos, rozando mi cabeza, y cuando miré hacia atrás, vi para mi pesar, que la bala había alcanzado el rostro de Benito, desintegrándole completamente la cabeza. Luego alguien me golpeó en la cabeza y quedé inconsciente. No recuerdo nada más hasta que desperté en la celda con un ojo morado.
-¡No hay humano, necrófago, mutante o animal que se crea esas patrañas!- protestó Natan Mano. Parecía indignado, como si la culpa de todos sus males fuera de ella.
-Yo solo quería salvar al paciente-explicó Traisa-Aquí hubiera muerto. Los medicamentos no hacían el efecto deseado, y la tecnología la cual disponemos, tampoco permitía realizar ningún avance. Todo fue un impulso, tenía la corazonada de que en el último punto donde recibimos señal del bot, se encontraba uno de los búnkeres del antiguo mundo. Sabemos de sobra que la tecnología pre-guerra, permite la curación de la mayoría de enfermedades que conocemos hoy en día. Tenía la esperanza de encontrar allí, el remedio para Poli.
-Actuaste a nuestras espaldas Traisa-el General se encogió de hombros- Y aunque tu voluntad de salvar una vida es muy loable, no podemos olvidar que violaste uno de los códigos más importantes de la hermandad. No es porque hayan muerto personas, no es porque secuestraras el pájaro. La tecnología del antiguo mundo es nuestro dios y tú pretendiste apoderarte de una parte de ella, sin contar con el resto de tus hermanos. Sea cual fuere el fin, eso es traición y este jurado no puede perdonártelo-<<O sea que ahora me sale con los salmos de los creadores de la Hermandad del Rayo. Esto no puede ir peor-pensó al escuchar las palabras de Sejo>>- ¡Yo, Sejo de la Palmera, Capitán General de la Hermandad del Rayo, te condeno a ti Traisa de la Sabo, a morir por traición!
Nadie dijo nada, pero el rostro de todos los integrantes del jurado, delataban la alegría que les había ocasionado su condena. No entendía el porqué de aquella reacción, pero tampoco era el momento de pensar en cosas negativas. Incluso cuando ya parecía que todo había acabado Traisa seguía intentando ser positiva.
No pudo evitar recordar el momento de la muerte de Benito, Traisa levantó la vista y vio en Sejo, la imagen sin cabeza del chaval. Parecía tan real que incluso la sangre del general manchó la mesa de madera antigua. El cuerpo mutilado quedó apoyado en el respaldo de la silla. La expresión que aquello dibujó en el rostro de cada uno de los integrantes de la sala, hizo comprender a Traisa que no se trataba de una alucinación suya.
-¡El maldito robot ha disparado al general Sejo!-gritó el general del ejército Andrian Bastao.
-Joder por fin consigo hacer hablar a esta mierda-una voz enlatada emanó del interior del robot centinela que supuestamente, había acabado con la vida de Sejo. Nadie de los allí presentes llevaba un arma encima. No estaba permitido acceder a la sala donde iba a tener lugar el juicio. Solo los robots que custodiaban la entrada estaban debidamente armados, y ahora aquello se había convertido en un problema para todos los allí presentes-Putos fanáticos obsesionados con la tecnología. Si alguien se le ocurre tocarle un pelo a Traisa, acabará con el mismo look que vuestro queridísimo general.
-¿Quien cojones te crees que eres?-preguntó el general Bastao con tono amenazante.
-La que puede volarte la cabeza en este momento si no mantienes la puta boca cerrada-fue la respuesta del robot. No tenía ni idea de que un droide, supiera hablar diciendo tantas palabrotas. Parecía como si alguien hubiera tomado el control del centinela.
-¡Vaya, un listillo que ha conseguido colarse en nuestro sistema de seguridad!- exclamó el teniente Mano-Hagas lo que hagas, ten por seguro que te encontraremos. Y cuando eso ocurra créeme, querrás estar muerto.
-No sé ni yo donde estoy, lo sabrás tu-las palabras del robot sonaban todas igual, sin entonación alguna, pero no hacía falta imaginar mucho para saber que estaba vacilándole al teniente. Podía palparse con los dedos, la tensión que había en esos momentos en la sala-Solo Traisa sabe donde estoy, por eso he venido aquí, para que me encuentre.
-¿Poli?- no podía creer que aquella voz enlatada, fuera la chica moribunda que dejó a las puertas del búnker.
-La misma-respondió el droide-A partir de ahora, yo asumo el control de este ejército. Mi hermano está de camino, dejareis que Traisa le ayude a encontrarme y cuando eso ocurra, os cederé de nuevo el control de la Hermandad y podréis hacer con ella lo que os venga en gana.
-¿Y si la hacemos cantar?-preguntó Andrian Bastao-¿Nos dejarías que la matáramos cuando nos dijera donde estas?
-Te crees que soy gilipollas-Poli no se tragaba la sucia artimaña que quería llevar a cabo el general Bastao. Traisa sabia de sobra que si les revelaba donde vio por última vez a la mujer que controlaba al robot centinela, acabarían con su vida, para luego concentrar todos sus esfuerzos en hacer lo mismo con Poli y quedarse con lo que fuera aquello que permitía controlar cualquier robot desde la distancia. Con una tecnología de esas características, cobrarían una importante ventaja en su particular guerra contra el Ejército del Pueblo Libre-Valientes imbéciles, os creéis que lo sabéis todo pero en realidad no sabéis nada. Como medida de seguridad, las empresas encargadas de fabricar los robots, dotaron a estos de un dispositivo de autodestrucción, que sería activado en caso de fuerza mayor. La explosión que originaria el droide es similar a la de una mini bomba nuclear. No es que haya muchos en Penélope o el Odín, pero si los suficientes como para hacer saltar todo por los aires. Tocarle un pelo a Traisa y en vuestra cutre y decadente ciudad solo quedará un inmenso agujero.
La sala enmudeció, Traisa no sabía si reír o llorar. Estaba horrorizada, sin quererlo, la vida de todos los habitantes tanto de Penélope como de Odín dependían de ella. La cosa empeoraba por momentos, habría sido mejor cargar con dos muertes que con centenares.
Con el general Sejo decapitado, la revolución dentro de la Hermandad del Rayo estaba asegurada. Aquel amañado juicio como los anteriores se había saldado con una vida.

sábado, 28 de junio de 2014

CAPÍTULO XXIX - VOLARÉ


TRAISA



No pudo pegar ojo en toda la noche. La guerra no terminó cuando el sargento Campos consiguió aterrizar el pájaro en la azotea de la base de la Hermandad. Traisa observó como decenas, quizás centenares de personas heridas y otras tantas fallecidas por las calles de Penélope lo confirmaban. Eran los únicos derrotados, gente que luchaba día a día por buscar algo de comida que llevarse a la boca o un chute de cualquier mierda para ponerse y olvidarse de aquel infierno. La población más débil que no tenía un techo donde dormir, esclavos de antepasados que no supieron arreglar sus diferencias de forma civilizada.

Traisa lo sabía muy bien, horas y horas leyendo manuscritos, libros de historia incompletos, destrozados por el paso del tiempo o las guerras pasadas, por más que leyera todos llegaban a la misma conclusión. Esta quedó en evidencia después de la batalla entre la Hermandad del Rayo y el Ejército del Pueblo Libre.

Los medicamentos empezaban a escasear, Traisa sujetaba fuertemente con su mano izquierda una jeringa cargada de metacodeína un derivado opiáceo bastante potente. Se debatía entre meterse ella mismo el chute o reservarla para algún paciente que lo necesitara.

Seguramente habría muchas personas que lo necesitaran más que ella y el medicamento comenzaba a escasear, pero Traisa comenzaba a sentir como el agotamiento se apoderaba de todo su cuerpo, un chute la ayudaría a conseguir fuerzas para seguir con su labor sin desfallecer en el intento.

Sin pensarlo dos veces cambió de mano la jeringa y se pinchó ella misma en el brazo izquierdo. Conforme la metacodeína penetraba en sus venas notaba como todos sus sentidos se despertaban. Su corazón latía con más fuerza como si quisiera salirse del su pecho y aquello, le incomodaba.

El improvisado campamento de primeros auxilios donde Traisa trabajó toda la noche y parte de la mañana, aguantó hasta que los medicamentos terminaron. Muchas fueron las personas que recibieron asistencia otra sin embargo no tuvieron tanta suerte.

Traisa imaginaba que aquello había sido una obra del general Sejo para ganar popularidad entre los supervivientes de Penélope. Estaba completamente segura de que no se habían utilizado todos los medicamentos disponibles en la base y que aquello había sido básicamente una estrategia para limpiarle la cara a la Hermandad del Rayo después de lo acontecido.

-¡Guapa es hora de volver!-dijo Benito, un chico joven de cuerpo atlético, que aun no pertenecía a ningún grupo de la Hermandad pero que solía participar en muchas de las tareas que no requerían de presencia militar. Siempre se dirigía a Traisa llamándola guapa y con una sonrisa.

De regreso al Odín observó como el pájaro estaba aparcado en la azotea de la base. Los rayos del sol rebotaban en la pintura negra metalizada de la nave creando un efecto dorado en la coraza de la misma.

<< ¡Es bonito y terrible a la vez!>>, pensó Traisa al verlo.

Tenía unas locas ganas de acostarse en su cama, pero dentro de la base aun le esperaba una última tarea. Debía de echar un último vistazo a Poli antes de irse a dormir. Ni Jacq ni Acero habían vuelto y el estado de la muchacha empeoraba a cada día.

No hizo falta llegar hasta la sala para comprobar que algo iba mal. Se escuchaban gritos desgarradores por todo el pasillo, procedentes de la sala de curas.

Traisa asustada se apresuró en llegar al origen de los gritos, seguida por Benito. Este tenía la cara tan blanca que podía confundírsele con el color de las paredes de la enfermería, aunque al resto de compañeros que patrullaban por los pasillos de la base parecía no importarles lo más mínimo que alguien estuviera sufriendo delante de sus narices.

-¡Deja de pincharme gilipolleces y dame algo fuerte cubo de basura andante!-gritaba Poli al doctor Robot retorciéndose del dolor en su cama.

-¿Qué te pasa niña?-pregunto Traisa intentando calmar a la mujer.

-¿Que que me pasa?-protestó-¡Siento como si me estuvieran aplastando el pecho con un objeto muy pesado eso es lo que me pasa!

-¡Informe!-ordenó Traisa al doctor Robot que tenia monitorizada a Poli en todo momento.

-El paciente ha sufrido un empeoramiento repentino, arritmias constantes, probabilidad superior al ochenta por ciento de sufrir muerte súbita, síndrome conocido como Wolff Parkinson White- el nuevo diagnóstico del doctor Robot dejó a Traisa petrificada. No quedaba tiempo para reaccionar, aquella mujer estaba condenada a la muerte. <<Lo único que puedo hacer es sedarla, así dejará de sufrir>>. Cogió uno de los frascos que contenía Zopoclone un sedante sintetizado por el doctor Robot, lo introdujo en uno de los compartimentos que el androide utilizaba para administrar medicamentos. Una vez montada la dosis el doctor Robot pinchó a Poli que pareció no notar la aguja, poco a poco fue bajando los parpados hasta quedarse dormida.

-¡La muerte es un contrato al cual no podemos renunciar!- gracias a las palabras de su compañero Benito una retorcida idea le vino a la cabeza. Necesitaría ayuda de alguien que supiera pilotar el pájaro, tomarlo prestado y trasladar a Poli hasta la coordenada donde le dijo a Acero que mandara a Jacq, y sobre todo, esperar un golpe de fortuna y encontrar el supuesto búnker con el material necesario para llevar a cabo el trasplante.

Tendría que actuar con rapidez y cautela, un mal paso podría suponer el calabozo.

-¡Benito necesito tu ayuda!- Benito era de las pocas personas en las que Traisa confiaba ciegamente.

-¿Que tienes en mente guapa?-preguntó el muchacho, aunque por su expresión sabia que dentro de la cabeza de Traisa se estaba cociendo algo.

-¿Conoces a alguien de confianza que sepa pilotar el trasto ese que tenemos aparcado en la azotea?

-¡Yo mismo!-la respuesta sorprendió a Traisa-¡He dado algunas clases con el simulador pero aun estoy muy verde! ¿No estarás pensando en robar el pájaro y trasladar a esta muchacha?

-No lo voy a robar, solo lo voy a tomar prestado- sonrió, algo que no pareció convencer a Benito.

-El general Sejo no lo va a permitir-Benito se encogió de hombros.

El muchacho tenía razón, pero la idea que Traisa tenía en mente era utilizar el pájaro sin que nadie se enterara.

-Lo haremos por la noche, es cuando menos guardias hay. Esperemos que la pobre aguante.

-¿Haremos por la noche el que? ¿No estarás pensando en robarlo?-preguntó Benito que parecía no dar crédito a lo que Traisa le proponía.

-No te voy a obligar a hacer nada guapo. Consígueme alguien que pilote por ti. Aprovecharemos la oscuridad de la noche para colarnos en el pájaro y llevárnoslo prestado.

-¡Te ayudaré, pilotaré, pero si fracasamos y nos arrestan diré que me obligaste!

-¡Esta bien! ¡Confío en que lo harás!- sabía que Benito nunca la delataría, era como el hermano pequeño que nunca tuvo-Nos reuniremos aquí cuando las luces del Odín se iluminen.

Benito asintió con la cabeza y rápidamente salió de la sala. La metacodeína parecía hacerle fluir las ideas, sin saber cómo había dado con el plan perfecto. El sargento Campos siempre coqueteaba con ella, pero Traisa no se sentía atraída por él y le daba largas. Podría aprovecharse de los sentimientos que el sargento tenía hacia ella y obligarle a darle un paseo romántico con la nave.

Se tumbó en su cama con la intención de dormirse hasta la hora convenida con Benito, pero los nervios no dejaron a Traisa pegar ojo.

Las primeras luces cobraban vida en los edificios del Odín, el sol agotaba sus últimos momentos de vida dejando a su paso la oscuridad de la noche.

Traisa se dirigía con paso firme hacia la sala de curas. Al acceder comprobó que Benito la estaba esperando, sentado en la cama paralela a la de Poli, esta dormía plácidamente a causa del sedante que le suministró el doctor Robot horas antes.

-¡Benito!-saludó al ver al muchacho. Parecía nervioso, sin duda la tarea de conducir el pájaro le estaba mermando la moral-¡No te preocupes, he conseguido un piloto mucho más experimentado que tú!-las palabras de Traisa parecieron calmar a Benito.

-¿Cual es el plan?- pregunto el muchacho.

-Coge a Poli, envuélvela en una manta y aprovecha el cambio de guardia para llevártela a la nave. Asegúrate de que sea lo más parecida posible a un saco de patatas-Benito prestaba atención a cada palabra de Traisa-No creo que tengas problema, si te preguntan di que vas al almacén. Espérame escondido en la nave y no te muevas hasta que yo llegue.

Pese a su juventud Benito era corpulento y fuerte, no le supondría problema alguno cargar el solo con Poli.

Una parte del plan estaba en marcha, ahora Traisa debía encontrar al sargento Campos. Se dirigió hacia la habitación donde se suponía dormía Campos con el resto de integrantes de su escuadrón.

Al llegar no encontró más que un hedor a pies sudados y al soldado Mompo dándose placer a sí mismo.

-¡Joder tía llama antes de entrar!- la cara del soldado tornó de color como las guindillas al percatarse de la presencia de Traisa. Rápidamente se tapó el miembro con una revista rota que tenía cerca encima de una mesa de metal.

-¿Cómo voy a llamar si la puerta estaba abierta?- Traisa no podía aguantar la risa y el soldado se ponía mas rojo por momentos-¿Sabes donde esta Campos?

-¡Se ha ido a tomar unas cervezas a la azotea! ¡Ahora lárgate de aquí!- protestó Mompo señalándole la puerta.

Si realmente el sargento se encontraba en la azotea tenía mucho camino recorrido, por el contrario si estaba vigilando el pájaro Benito tendría serios problemas para esconderse con Poli a cuestas en la nave.

De camino al ascensor Traisa no podía quitarse de la cabeza al soldado Mompo masturbándose con aquella sucia revista encima de sus partes para que no le vieran. Le pareció cuanto menos asqueroso pero a la vez la cara de susto del soldado le resultó muy chistosa.

Al salir a la azotea miró a un lado y a otro. A su derecha estaba el pájaro, la luz procedente de los casinos del Odín se reflejaba en la coraza negra que la recubría dándole un aspecto un tanto psicodélico. No había rastro del sargento ni de Benito, tampoco de ningún guardia, debía ser la hora del cambio de turno. <<Quizás esté dentro de la nave, mal asunto...>>, pensó al ver que Campos no se encontraba por los alrededores del pájaro.

Como no había nadie vigilando Traisa decidió mirar dentro de la nave. La puerta estaba abierta;

-¿Hola?-grito, solo el eco de las paredes del interior del pájaro respondieron levemente.

-¿Impresionada?-la voz que habló por detrás a Traisa le causo tal susto que dio un pequeño salto con tan mala fortuna que su cabeza impacto con el techo de la nave. Reconocía aquella voz, era inconfundible, se trataba del sargento Campos.

-¡Macho un poco mas y me matas del susto!-respondió dándose la vuelta a la vez que se frotaba la cabeza para aliviar el coscorrón.

-¿Qué haces tú por aquí?-Campos parecía sorprendido al verla. Aunque por otra parte siempre ponía la misma cara cuando se encontraban cara a cara.

<<Comienza la actuación>>

-¡Te estaba buscando guapo!

-¿Y eso?- pregunto Campos con los ojos abiertos como platos

-A veces una mujer necesita un poco de esto-respondió Traisa dándole un pequeño pero intenso apretón en las partes intimas.

-Bu...bu...bueno n...no m...m...me lo ess...p...eraba- dijo Campos balbuceando. Traisa notaba como el miembro del sargento se endurecía por momentos.

-¿Qué te parece si tu yo y este aparato que tengo detrás nos damos una vuelta y nos alejamos a un lugar más intimo?-lanzó la pregunta trampa sin dejar de manosearle la poya.

-¡Esta bi...bi...bi...en!-al escuchar las palabras deseadas Traisa soltó de inmediato el miembro del sargento-¡Rápido sube al pájaro, yo tengo permiso pero tú no y si te ven nos meteremos en un buen lio!

<<Hombres, les tocas un poco los huevecillos y se convierten en tus esclavos>>

Una vez en el interior de la nave Traisa volvió la vista hacia la parte trasera para comprobar si Benito había podido acceder con Poli. Le fue fácil encontrar la sabana donde el muchacho había escondido a Poli y a el mismo haciendo una pequeña señal con el pulgar dando a entender que todo iba según lo previsto.

-¿Que miras?- pregunto Campos. Por la cara en que la miraba parecía extrañado.

-Nada guapo, solo es que nunca había visto uno de estos-respondió Traisa brindándole una cálida sonrisa.

El sargento comenzó a tocar botones y palanquitas en aquel extraño cuadro de control que había a la derecha del volante. La luna delantera presentaba una pequeña grieta que dificultaba un poco la visibilidad al exterior por la zona donde Traisa estaba sentada, síntoma de algún impacto durante la batalla o quizás algún insecto con mala suerte.

Campos tiró del volante hacia atrás, la nave comenzó a elevarse lentamente bailando una armoniosa melodía en el aire. Traisa miró hacia abajo y observó la imagen más bonita de toda su vida. Estaban a bastante altura, entre el cielo y la tierra. A sus pies los edificios iluminados del Odín eran diminutos, la gente transitando por las calles de Penélope hormiguitas, pero nunca había visto tanta vida en aquel lugar. Al alzar la vista las estrellas brillaban con más intensidad que nunca. Desde luego habría sido un momento mágico si el piloto fuera otra persona.

Poco tiempo pasó desde el despegue hasta que se alejaron de las murallas de Penélope, Traisa acariciaba suavemente la pistola de plasma que escondió en la pernera derecha de su pantalón, antes de salir de su habitación la tarde anterior. Rápidamente desenfundo el arma y apuntó al sargento Campos que conducía sin rumbo definido el pájaro, ajeno a lo que pasaba a su alrededor.

-¡Benito sal!- gritó, Campos giró la cabeza inmediatamente después de escuchar nombrar a Benito. El semblante del sargento cambió radicalmente al percatarse de la situación.

-¡Baja eso o nos mataremos!-amenazó con semblante serio.

-¡Si quieres seguir viviendo harás lo que yo te diga!-Traisa respondió con otra amenaza.

Benito salió tímidamente de su escondite con Poli aun enrollada con la sabana a cuestas. La sentó cuidadosamente en uno de los asientos traseros de la nave.

-¿Ves esa mujer?- Traisa quiso que Campos mirara a Poli, pero este no movió la cabeza en ningún momento, solo se dedicó a mirar al frente y centrarse en pilotar-¡Se está muriendo!

-¿Y eso es motivo para secuestrar el pájaro? ¿Acaso su último deseo era volar?- a cada palabra que el sargento Campos soltaba por su boca era más irónica que la anterior, se notaba que le importaba una mierda lo que le pasara a los demás.

-¡Necesito que nos lleves a estas coordenadas!- Traisa le tiró un reloj similar al que días antes le había prestado a Acero con la localización exacta de las coordenadas donde perdieron la pista al robot.

-¿Y si no quiero?- las amenazas por parte del sargento no cesaban, pero Traisa no iba a desistir, debía ser más convincente que Campos.

-¡Morirás! Ella está muerta sino recibe tratamiento de inmediato y a mi... creo que ya he vivido lo suficiente, lo siento por Benito- dejo escapar una sonrisa que sonó a maldad. << ¡Yo tengo el poder capullo!>>

Benito quedó boquiabierto al escuchar las amenazas de Traisa mientras Campos cabizbajo ponía rumbo en la dirección que marcaban las coordenadas del reloj.

Los momentos posteriores antes de llegar a su destino pasaron sin mediar palabra. Existía tal tensión en el ambiente que se podía cortar con un cuchillo. Traisa no dejaba de apuntar firmemente a la cabeza de Campos, Benito se dedicaba a mirar por la ventana intentando prestar la menor atención a la situación.

Al igual que el despegue el aterrizaje fue suave. Traisa se apresuró en salir al exterior.

-¿Y ahora qué?-protestó Campos desde los adentros de la nave.

-Cuando encontremos la entrada te dejare marchar- respondió Traisa que no dejaba de apuntar con la pistola aunque estuviera lejos de la nave. Enfrente suyo una especie de cueva abría paso al interior de la montaña, la oscuridad no dejaba ver si era el tan ansiado acceso al bunker, tendría que adentrarse si quería verlo con más claridad -¡Benito sal, trae a Poli creo que he encontrado la entrada!

Benito cargó con la mujer que parecía un muñeco de trapo más que una persona, salió cuidadosamente del pájaro.

Un rayo similar al de un arma de energía apareció de la nada, la cabeza de Benito desapareció en medio de una horrorosa explosión de sesos, el cuerpo sin vida del muchacho se desplomó en el suelo arrastrando con él la sabana que cubría a Poli. El cuerpo de esta quedo tendido encima de Benito, manchándose de la sangre que brotaba del cuello sin cabeza del joven muchacho.

-¡Benitooo!- Traisa corrió rápidamente hacia Benito y Poli sin preocuparse lo más mínimo de la procedencia del disparo. El corazón le latía a toda velocidad, en su carrera dejó caer la pistola.

Al llegar intentó apartar el cuerpo de la mujer de su amigo Benito. Sintió un golpe en su cabeza y la oscuridad más absoluta se apoderó de todo lo que alcanzaban a ver sus ojos.