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miércoles, 17 de diciembre de 2014

CAPÍTULO XLIII - ADIOS MI HOGAR



FUENTE



Tenía la sensación de estar más drogado que de costumbre. La sangre de la abominación, no le dejó ver nada mas allá de su mano aferrada al cuchillo, mientras ambos se precipitaban al vacío. De pronto despertó en aquel extraño lugar. Un sitio oscuro, lleno de aparatitos por doquier, con varios robots diminutos. Volaban alrededor de su cabeza, haciendo a saber que con ella, pero a él no le importaba lo más mínimo. Al fin y al cabo no notaba nada en ninguna parte de su cuerpo.
Miraba a uno y otro lado en busca de alguna referencia que le indicara donde podía estar, pero no podía ver con claridad más allá de su nariz, y la potente luz blanca, que alumbraba la mayor parte de su cuerpo, más que ayudar, entorpecía.
Solo podía mover los ojos, el resto de su organismo no respondía a ningún estímulo.
De repente, los diminutos robots dejaron paso a un tercero de dimensiones grotescas, si lo comparaba con aquellas moscas cojoneras.
Cada vez lo veía con más claridad, tenía un parecido similar al de la extraña nave que posó sobre el edificio, a la bestia que acabó con su amigo, pero aunque allí dentro parecía gigantesca, esta era mucho más pequeña que la que vio en aquel fatídico instante.
-¿Que tenemos aquí?-la voz que emitía aquel extraño robot parecía real, como si tuviera cuerdas vocales humanas, nada que ver con los sonidos enlatados que proyectaban los robots normales-Ah sí. Es el protector de la metrópolis. El matagigantes-Fuente intentaba responderle, pero su boca no conseguía articular sílaba alguna-No te esfuerces, no podrás moverte hasta que yo lo ordene. Mírate y dime si te gusta tu nuevo aspecto.
Fuente bajó la vista haciendo caso a las órdenes del robot. Comprobó que no era su cuerpo, parecía más bien el de un supermutante. De un color amarillento, con venas prominentes y una musculatura digna de las revistas de culturismo del antiguo mundo.
-¿Que mierda es esta?-preguntó desconcertado por su nueva imagen.
-Tu cuerpo no es este, está en otro lugar, un lugar cuya ubicación no te será revelada por seguridad. Mataste a mi Goliat, así que ahora me perteneces. Tienes que saldar tus deudas- <<Sea lo que sea esto, se droga mucho más que yo-pensó al escuchar las palabras del robot>> - Tienes la ubicación de un lugar el cual debes destruir. Mas te vale seguir mis instrucciones, de lo contrario pasarás la eternidad siendo un vegetal.
Inmediatamente después de escuchar aquellas palabras, todo lo que le rodeaba comenzó a sumirse en la oscuridad más absoluta. Momentos después, despertó de nuevo. Esta vez, estaba situado en lo más alto de los restos del edificio, en el que se enfrentó a la bestia.
<< ¡Que rallada por dios! >>
Fuente miró sus manos, continuaba siendo un supermutante. No entendía el porqué, pero los supermutantes no se atacaban entre si, al menos ser un monstruo podría ayudarle a salir de la gran metrópolis, no todo iban a ser malas noticias.
Miraba y miraba sus manos, como si de un niño con un juguete nuevo se tratara. Eran enormes y poderosas, comprobó que en su muñeca izquierda, portaba una especie de reloj con una pantalla llena de pequeñas grietas. Esta mostraba un punto específico en el mapa. Fuente imaginó que era el lugar que debía destruir según las órdenes del chiflado robot, pero ¿Como se supone que iba a hacer tal tarea?
Conforme caminaba en una dirección u otra, variaba la posición que marcaba el reloj. Fuente decidió seguir la trayectoria que marcaba aquel artilugio, quizás fuera la tan ansiada ruta de salida de la maldita metrópolis.
Como de costumbre, todos los edificios parecían iguales. La sombra que proyectaban era cada vez más pronunciada. Esta vez, no se detendría por nada, aunque ello implicara caminar a oscuras por la noche. Siendo un supermutante, no tenia porque tener miedo de posibles amenazas por parte de otros mutantes. De todos modos, si algún descerebrado intentaba atacarle, sería una buena opción para probar la fuerza de sus enormes puños.
La ciudad era deprimente, y cuanto más tiempo pasaba en ella más deprimente se volvía. A menudo, cuando Fuente llegaba a lo más alto de los edificios y contemplaba el paisaje, imaginaba como sería la metrópolis antes de la guerra. Llena de vida, gente paseando por cualquier lugar, coches volando, millones de lucecitas que iluminaban las calles y los edificios por las noches, creando un espectáculo de colores inimaginable. Pero ahora, lo único que veía eran montones y más montones de escombros.
El sol casi había desaparecido por completo, los últimos rayos aun bañaban la parte superior de los edificios más altos, pero a ras de suelo, parecía ya de noche. Solo la tímida luz que emanaba de la pantalla del reloj, mostraba a duras penas el camino que se supone, debía seguir.
Tan concentrado estaba en no perderse entre la oscuridad, que no pudo evitar chocar con otro supermutante de dimensiones similares a las suyas. Este giró levemente la cabeza mirándole de reojo, a duras penas se le veía el rostro. De mirada penetrante, y con esa característica sonrisa agresiva, de dientes grandes, que todos los supermutantes tenían grabada a fuego en la cara. Fuente no tenía medio alguno para ver su nueva jeta, pero estaba convencido de que la suya sería igual. Al verle, el supermutante pareció no tomarle como una amenaza gracias a su nuevo cuerpo, y se limitó a seguir comiendo casquería, que sacaba de un viejo saco empapado de sangre.
<< ¡Qué asco por dios!-pensó al verlo meterse restos de sesos en la boca>>
Era una sensación bastante extraña estar delante de un monstruo de esos, y que este no quisiera matarle, aunque por otro lado, nunca se había sentido tan seguro dentro de aquella maldita ciudad.
<< ¡Aun tendré que darle las gracias y todo al chiflado del robot!>>
Cada vez se adentraba más en la penumbra absoluta que imperaba en las calles. Las bestias raras comenzaban a tener más presencia en el lugar. Aquel era el sitio más inhóspito que podría haber en toda la región. Cada vez, era más notable la sensación de que aquella ruta, no le permitiría salir de la metrópolis.
Poco a poco comenzaba a ver los edificios, los escombros, las ruinas y los engendros con más claridad. Parecía como si el color de las cosas se hubiera disuelto en tonalidades grises. Por lo visto, los ojos de aquella bestia tenían la gran virtud de adaptarse a situaciones con escasez de luz. Un paisaje en blanco y negro se levantaba ante sus narices.
Se escuchaban disparos a lo lejos, seguramente hombres batallando contra alguna abominación, caza tesoros quizás, nadie en su sano juicio se adentraría tanto en la ciudad, si no fuera para conseguir un buen botín, repleto de riquezas o tecnología del antiguo mundo. Era muy difícil ver un mutante armado con metralleta, aunque en aquel lugar era más fácil que se diera el primer caso.
Rastreando el sonido de los disparos, Fuente se dirigió al origen de estos. Cada vez los escuchaba con más intensidad, incluso voces de alarma y gritos de dolor.
-¡No dejéis de disparar!
-¿De dónde ha salido esa cosa?
-¡Mierdaaaa!- Fuente se apresuró por llegar a la zona de acción, pero una vez allí, solo encontró los cuerpos descuartizados de cuatro hombres. Al parecer, habían topado con algún Behemoth. Tenían las extremidades desgarradas como hojas de papel, algo que solo una abominación de un tamaño similar a los Behemoth era capaz de hacer.
-¡Joder nunca conseguiré salir de aquí!-quiso decir, pero de su boca solo salieron gruñidos. Aquellos desgraciados iban muy bien armados, pero ello, no fue motivo suficiente para evitar acabar como la mayoría de sus compañeros. De entre todas las armas que dejaron esparcidas por el suelo, Fuente fijó la mirada en una Gatling pesada, una ametralladora plasma de gran calibre. Los mutantes no le atacarían, pero los hombres si lo harían, motivo por el que era mejor estar lo mejor protegido posible. Así que sin pensarlo dos veces, cargó con el arma y siguió el camino que marcaba el reloj.
Conforme avanzaba, los edificios parecían más pequeños. Era un buen indicador, de que cada vez estaba más cerca de salir de la metrópolis o al menos eso quería pensar. Pero seguía sin estar totalmente convencido.
<< ¿Como acabamos tan lejos?-pensó al darse cuenta de todo lo que había recorrido>>, no sabía cuántas horas había caminado, ni cuantas horas le quedarían hasta salir de allí. De lo que si estaba seguro, era de que nunca podría haberlo hecho siendo un humano, y menos aun, teniendo que volver noche tras noche al gigantesco estadio de futbol, donde se había establecido el campamento.
-¡Por fin!-quiso gritar, pero de su boca emanó un estruendoso rugido. A lo lejos, casi en el horizonte, reconocía las ruinas de aquellos edificios, los cuales no tenían una altura superior a la de dos plantas. Eran los límites de la ciudad, lugar por donde meses atrás, tanto Fuente como sus compañeros de escuadrón, habían comenzado su misión. Pronto, comenzaría a ver los barracones habitados, en las cercanías de la base del Ejército del Pueblo Libre.
La euforia del momento, desapareció de un plumazo, al darse cuenta que con aquel aspecto, no podría regresar a la base. No era él, era un mutante que no podía articular ninguna palabra armado con una ametralladora.
<< ¡Me cago en mi mala suerte!-pensó-¡Tanto tiempo buscando salir y cuando lo consigo no sirve de nada!>>
Cruzar la zona habitada por civiles era tarea fácil. Fuente conocía hasta donde se extendía aquel sector, podría bordearlo y así evitar ser visto por nadie. Pero no podía dejar de preguntarse para que iba a querer hacer eso. Una vez a las puertas de la base, sería atacado y él no podría hacer nada para dar a entender a sus antiguos compañeros, que no era una amenaza para ellos.
-¡Mierda, mierda, mierda!-gruñía una y otra vez, dándose cabezazos contra los restos de una pared. Por el reloj, comprobó que no se había desviado tanto de la trayectoria inicial. Al menos si seguía la nueva ruta, podría ver de lejos la base y recordar viejos tiempos.
Caminó por los límites del territorio ocupado por los civiles, los primeros rayos de sol de la mañana, bañaban las sucias aguas del rio y Fuente volvía ver el paisaje a todo color. A lo lejos vislumbraba la base, aunque aun podía acercarse un poco más sin correr el peligro de ser visto y así lo hizo. Pero una vez alcanzó el límite de seguridad, percibió una amenaza, pero no para él, sino para sus compañeros de la base.
Un pequeño ejército de unos cincuenta soldados, se organizaban escondidos entre las ruinas, al parecer se preparaban para asaltar el fuerte. Vestían una extraña servoarmadura de un blanco impoluto. Iban muy bien armados y por cómo se movían, parecía que sabían bien por donde tenían que atacar.
Fuente se sentía con la obligación de hacer algo para alertar a la base, fueran cuales fueran las consecuencias. Corrió bordeando el río para no ser visto por los atacantes. Una vez accedió a la zona de seguridad de la base, armó la ametralladora y comenzó a disparar, fijando su objetivo en el lugar donde se escondían los asaltantes de servoarmadura blanca. Aquella acción pareció dar sus frutos de inmediato, puesto que la alarma de la base comenzó a sonar. Cuando era humano, odiaba aquel estridente sonido, pero ahora era como una melancólica melodía para sus oídos.
El ejército enemigo comenzó a salir de su escondrijo, tomando una posición estratégica en el campo de batalla. Fuente pronto se vio envuelto en medio de un fuego cruzado, con escasas posibilidades de ponerse a salvo. La mayoría de las balas acababan impactando en su cuerpo, haciendo saltar por los aires, pequeños trozos de carne amarillenta y salpicones sangre, pero él no sentía daño alguno. Lo que si comenzaba a percibir era la fatiga que acumulaba aquel cuerpo, conforme los proyectiles le alcanzaban.
Consiguió acabar con tres de los soldados, pero aquello le costó toda la munición que disponía para el Gatling. Con una rabia desmedida lanzó el arma a varios metros. Esta no llegó a alcanzar a ningún enemigo, acción que Fuente lamentó en su interior.
Con los puños de supermutante como único armamento, Fuente caminó con paso firme en dirección opuesta a la base, allá donde había mayor número de soldados enemigos. Sentía que cada vez sus movimientos eran más lentos. Todas las armas enemigas y parte de las amigas, tenían puesto el punto de mira sobre su cuerpo, disparando sin miramientos. Pero por mucho que dispararan, no conseguían que él se detuviera.
Cuando ya casi había alcanzado al pelotón enemigo, sus piernas dejaron de responder. Se dio cuenta de que estaba con las rodillas clavadas en el suelo, a pocos metros de sus presas y no podía hacer nada por levantarse. En ese momento, uno de los soldados enemigos, aprovechó para armar un Toro.
<< ¡Mierda!-pensó al ver el arma-¡Si consigue disparar esa bestia saltaremos todos por los aires!>>
El soldado tuvo toda la tranquilidad del mundo para cargar el arma, o al menos eso le pareció a Fuente. Una vez equipado y con la ayuda de un compañero, apuntó hacia la base del Ejército del Pueblo Libre y disparó el proyectil.
Fuente estaba en medio de la trayectoria del misil, al parecer el soldado quería matar dos pájaros de un tiro. Con la poca fuerza que aún le quedaba en los brazos, consiguió interceptar el misil abalanzándose sobre él. Este lo arrastró varios metros, hasta que finalmente se detuvo amarrado entre sus brazos y en ese preciso instante, un zumbido ensordecedor inundó sus oídos. El zumbido paró de inmediato y todo cuanto le rodeaba volvió a la más absoluta oscuridad.

martes, 9 de diciembre de 2014

CAPÍTULO XLII - CADÁVERES



HUETER



Era una mañana hermosa, como las de antaño, antes de que todo se fuera a la mierda por culpa de la puta guerra. Las tormentas del día anterior, habían limpiado la atmosfera de cualquier partícula y el sol abrazaba con más calor que cualquier día de todo el actual verano.
Hueter había amanecido tirado en el suelo, abrazado a una botella vacía de Whisky. La boca, le sabía a alcohol de todo lo que había bebido la noche anterior. Llevaba muchos días metido en aquel sitio, lleno de moribundos, sin esperanza alguna, agonizando en las últimas horas de sus miserables vidas. A parte del dantesco espectáculo, el resto había sido como unas largas vacaciones para él. Donar su servoarmadura a cambio del excedente en Whisky, le había permitido pasarse la mayoría del tiempo con el cuello de la botella metido en su boca, intentando emborracharse para olvidar sus penas.
Hueter sabía de sobra que la servoarmadura, valía mucho más que todo el alcohol que había bebido durante sus vacaciones, pero todo era por una buena causa. Los medicamentos en aquel improvisado campamento, brillaban por su ausencia, al menos las chapas que pudieran obtener por la venta de la servoarmadura, serían de gran ayuda para la orden. Al fin y al cabo él ya no la necesitaría.
Comenzaba a estar cansado de beber y no hacer nada, si para él, su longeva vida tenía poco sentido, en aquellas condiciones no tenia razón alguna para justificar su existencia. Era hora de hacer el petate y regresar de nuevo a Mostonia, donde seguramente le aguardaría la zorra de la pensión, deseosa de ver a sus cachorros. Hueter iba a volver con las manos vacías, pero aquel era un mal menor. Quizás con algo de suerte, otros mercenarios habrían conseguido el propósito, o quizás no, pero aquello le importaba una mierda. Conocía poco a Rose, pero lo poco que la conocía no le gustaba nada. Siempre follando con un mercenario u otro. Seguro que los billetes que les ofreció a cambio de recuperar a sus hijos, era el fruto del intercambio por sus favores sexuales. Era imposible, que en Mostonia nadie consiguiera tal cantidad de dinero con un negocio honrado. Pero ¿Qué más daba de donde hubiera salido la pasta? Quizás lo que él sentía eran celos por no poder disfrutar de su caliente entrepierna.
Sin armas, sin protección, iba a ser un tanto complicado volver a casa con vida. Así que la tarde anterior, Hueter decidió invertir las últimas chapas, en un cuchillo lo suficientemente grande y oxidado como para acabar con un mutante de un tajo.
-¿A dónde te diriges camarada?-preguntó Neil el doctor necrófago, al verle recoger las pocas pertenencias que aún le quedaban. Era muy extraño, desde que Hueter había despertado, solo vio a Neil merodeando por el campamento. El resto de integrantes parecía haber desaparecido.
-Vuelvo a casa, siento que terminó mi tiempo aquí-respondió Hueter con tono amable.
-¡Una lástima!-el doctor se encogió de hombros-con nuestra sabiduría, juntos podríamos haber hecho grandes cosas.
-No se tu, pero yo solo entiendo de armas y alcohol. Tanto tiempo he vivido, que lo aprendido antes de la gran guerra quedó para el olvido- odiaba admitirlo, pero era así. En el antiguo mundo Hueter tenía un trabajo de mierda, pero había estudiado dos carreras, era un hombre al que le gustaba aprender algo nuevo cada día. La guerra lo cambió todo por completo y se convirtió en un necrófago que solo buscaba sobrevivir. << ¡Quien te ha visto y quién te ve amigo!-pensó>>
-La guerra no ha hecho más que empezar-Neil parecía estar eufórico.
-¿A qué te refieres?
-¡El chaval parapléjico!-respondió el doctor-No es quien dice ser. Le reconocí nada más verlo en las alcantarillas, de lo contrario ya estaría muerto.
-No entiendo nada-Hueter retrocedió unos pasos con la intención de acercarse al cuchillo, aquella situación comenzaba a incomodarle. Sera lo que fuere aquello que le quería decir Neil, estaba seguro de que no le iba a gustar.
-¡Es el hijo del Rey!-gritó el doctor necrófago a pleno pulmón-¡El príncipe Penalba!
-¿Quien cojones es ese?-<< ¡Este tío está delirando!-pensó al escuchar las palabras de Neil-¿Sera el paso previo antes de volverse un necrófago loco?>>
-¡Únete a nuestra causa!-la voz del doctor comenzaba a tener un tono diferente. No parecía el mismo.
-¿A la orden te refieres? Sabes de sobra donde encontrarme, como te dije nunca me he unido a ningún grupo, ni en la guerra ni ahora. Aunque te prometo que ayudaré en lo que pueda.
-¿Estos?-Neil señalo una tienda de campaña improvisada que tenía detrás, donde en su interior agonizaban una decena de hombres y mujeres-¡Estos son basura!-no le gustaba nada el rumbo que estaba tomando la conversación-Basura inservible que no podrá contribuir en restaurar el mundo tal y como era antes.
-¡Sabes de sobra que eso es imposible!-Hueter siguió retrocediendo, con sus huesudos dedos podía palpar con disimulo la empuñadura del cuchillo.
-¡Bajo el mando del rey Penalba todo es posible!-cada vez parecía estar más loco-¡Únete a nosotros y el antiguo mundo resurgirá de sus cenizas!
-¡No me gustaba el antiguo mundo!-Hueter odiaba su vida en el antiguo mundo-No sé si lo recuerdas, pero luchamos por acabar con la esclavitud y la tiranía opresora de las grandes multinacionales-conforme iba pronunciando las palabras aumentaba su tono de voz, cada vez mas enrabietado-Por eso estalló la guerra. Ni loco volvería a vivir en un mundo así. Antes muerto que otra vez esclavo.
-¡Que así sea!-Neil desenfundó su pistola y sin pestañear disparó contra él, en ese mismo instante un bulto de color negro se cruzó en la trayectoria de la bala a toda velocidad. Hueter lanzó su cuchillo hacia el doctor Necrófago, el arma fue dando vueltas sobre sí misma hasta que finalmente atravesó la cabeza de Neil. Este cayó al suelo, quedando apoyado sobre la punta del cuchillo. Hueter se acercó, comprobando que aun estaba vivo. De un golpe seco extrajo el arma, dejando tras de sí un buen chorro de sangre. Neil intentaba decir algo pero de su boca solo salía más y más sangre.
-¡Maldito psicópata! ¡Como me has engañado!-Hueter cogió la pistola que Neil había dejado caer al ser atravesado-¡Ya me contaras que tal se vive en el puto infierno!-Hueter disparó en repetidas ocasiones la pistola, todas las balas impactaron en el rostro de Neil, dejándolo prácticamente irreconocible.
Al mirar el cadáver de cara desfigurada que había dejado en el suelo, comprobó que no era quien parecía ser. La barba de aquel necrófago era postiza, hecha de restos de pelos de animal. Días antes pudo comprobar cómo la espesa barba blanca que Neil lucía en su marchita cara, era autentica. Aprovechó que el doctor dormía plácidamente la siesta, para tirar de ella, puesto que Hueter no terminaba de creerse que aquello fuera real. Tiró con tanta fuerza, que por poco no le arrancó la poca piel que le quedaba a Neil en la cara, pero pudo comprobar que los pelos que colgaban de su huesuda barbilla eran auténticos.
<< ¿Que cojones ha pasado aquí?-pensó-¿Quien coño es este tipo?>>, Hueter miraba a uno y otro lado, pero allí solo veía las improvisadas tiendas, donde agonizaban los refugiados heridos. Ni rastro de los guardias, tampoco del resto de médicos que operaban en el campamento. Aquel lugar parecía haberse quedado desierto y Hueter no entendía que estaba pasando allí.
Inmediatamente accedió a una de las tiendas de campaña, en busca de algún rastro de vida. En el interior de esta le aguardaba una sorpresa bastante desagradable. Cuerpos putrefactos en plena descomposición se amontonaban, rodeados por un ejército de moscas del tamaño de un puño humano.
<< ¿Que cojones ha pasado aquí?>>, una arcada empujaba con vigor en su garganta, pero Hueter consiguió salir de la tienda a tiempo y controlar el impulso.
Aquello le repugnaba, pero al mismo tiempo tuvo una extraña sensación que jamás en su larga vida había sentido, aunque sabía de sobra de que se trataba y cuál era el origen.
<< ¡Mierda!-pensó-La "enfermedad", tengo que salir de aquí como sea. No quiero ser uno de ellos. ¡No por favor esto no!>>
-¡Ayuda!-escuchó un tímido grito en los adentros de otra tienda de campaña-¡Se que estas ahí fuera! ¡Ayuda por favor!
<<Si entro y encuentro otro montón de carne como el anterior, no sé si podre resistir la tentación>>
Según decían los charlatanes de su bar, lo que diferenciaba a los necrófagos locos del resto, era el hambre voraz, la obsesión por comer carne humana, como si de una adicción se tratase. Era bien sabido que a todos los necrófagos, les causaba cierto atractivo la carne procedente de los restos de cadáveres humanos. Hueter lo notaba cada vez que se topaba con un cuerpo en pleno estado de descomposición, aunque siempre reunía el valor suficiente para no caer en la tentación, pero aquella vez fue diferente, lo cual le aterrorizaba.
Sin parar a pensar en las consecuencias, Hueter abrió la tienda de donde procedían los gritos de socorro. Al separar las lonas que hacían de puerta, un hedor familiar a podredumbre penetró en lo poco que le quedaba de nariz. Allí dentro solo vio una decena de camas con los colchones manchados de sangre, todas vacías a excepción de una. Tumbado y con rostro pálido se encontraba un hombre de mediana edad que hacía grandes esfuerzos por respirar.
Al acercarse a la cama, Hueter comprobó que el pobre desgraciado había perdido mucha sangre.
-¡No soy médico!-lamentó, mientras cogía de la mano al hombre-¿Quién te ha hecho esto?
-¡Ya estaba así cuando vine aquí!-respondió con voz débil-¡Ellos!-el hombre con la mano temblorosa, señaló la extraña cruz roja que había colgada en uno de los laterales de la tienda-Dicen que nos van a currar, pero solo nos dejan morir para luego hacerse con nuestras pertenencias. Lo hicieron con mis amigos y lo están haciendo conmigo.
-¿La orden?-preguntó Hueter, asombrado por las palabras del moribundo, este asintió con la cabeza.
-¡Pero se fueron!-el hombre cogió aire con dificultad-¡Los de blanco acabaron con todos ellos! Coff...Coff... mátame, por favor, mátame. No quiero sufrir más.
No hacía falta ser médico para saber, que si dejaba a aquel pobre desgraciado con vida, moriría antes de que se pusiera el sol. Gastar una bala con alguien que ya estaba muerto sería una estupidez y un gasto inútil, pero rebanarle la cabeza con el cuchillo y terminar con el sufrimiento de este, era lo más ético que podía hacer en aquel preciso instante.
De un golpe certero, seccionó el cuello del moribundo en dos. Aun con la cabeza separada del cuerpo, aquel pobre desgraciado seguía con los ojos abiertos, mirándole fijamente.
<<Pobre hombre, mi careto es lo último que ha visto en vida-pensó-pero mejor así, ya dejó de sufrir>>
Hueter seguía sin entender que había pasado en aquel lugar, pero ya todo daba igual, allí en aquel improvisado cementerio no encontraría la respuesta escrita en un papel.
Registró uno a uno todos los cadáveres del campamento, en busca de munición, chapas o cualquier cosa que pudiera valerle para su viaje de regreso a casa. El apetito aumentaba por momentos, pero era algo que para su tranquilidad, podía controlar empinando el codo con una botella de Whisky que encontró en uno de los cadáveres. En ese instante comprendió que era un adicto al alcohol, pero gracias a aquella adicción, mientras tuviera una botella llena de licor cerca, jamás se convertiría en un Necrófago hambriento de carne humana.
No encontró gran cosa, solo unas cuantas balas y agua radiactiva. Al parecer, los famosos hombres de blanco habían registrado a conciencia antes de marcharse y allí solo habían dejado las sobras.
Hueter observó que cerca del lugar donde reposaban los restos del supuesto Neil, yacía sin vida el cuerpo un Acosador Nocturno, era aquel bulto negro que se interpuso en la trayectoria de la bala cuando el necrófago de la barba postiza intentó matarle.
<<Pobre animal, estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado>>, pero si los acosadores dormían de día y cazaban de noche en manada ¿Que cojones hacía uno solo a esas horas de la mañana y en aquel lugar?
Hueter comenzaba a tener miedo de la situación. Nada de lo que allí estaba pasando era normal. Así que decidió abandonar aquel lugar de inmediato.
Caminó sin mirar hacia atrás, el sol estaba en lo más alto, y se hacía difícil orientarse lo más mínimo. No había carreteras, solo coches abandonados, árboles secos, basura y un paisaje que parecía calcado al de una película de terror que estremeció el su cuerpo desde la cabeza a los pies. Allí a pocos metros a las afueras del campamento, se alzaba una veintena de cruces invertidas, con la mayoría integrantes de la orden, clavados boca abajo, algunos muertos, otros agonizando, deseando estarlo también. De entre ellos se encontraba el autentico Neil.
-¡Mátame!-repetía el doctor una y otra vez. Parecía no ver nada por culpa de la sangre que se le acumulaba en los ojos. Hueter se armó de valor y con el cuchillo seccionó la cabeza de Neil con un corte limpio. Esta cayó rodando al suelo como si de una pelota de trapo se tratara.
-¿Por qué me haces esto?-no sabía a quién le preguntaba, pero sentía como si alguien le estuviera poniendo a prueba. Quería despertar de aquella pesadilla, pero era todo demasiado real. Tuvo que hacer lo mismo con el resto de supervivientes, no iba a dejarlos agonizando, era una tortura demasiado cruel, una muerte que nadie merecía independientemente de cuáles fueran sus crímenes.
A lo lejos detrás de las cruces, divisó la silueta de lo que parecían ser tres torres de telecomunicaciones. Caminó a toda velocidad sin mirar atrás, con la esperanza de que su suerte cambiara. A medida que se acercaba, lo veía con mucha más claridad. Eran muy altas, con enormes antenas parabólicas en la parte superior. Estaban bastante bien conservadas, quizás alguien las estaba utilizando o quizás, viviendo en su interior.
Sin darse cuenta, Hueter tropezó con el cuerpo tirado en el suelo de un hombre, vestido con una extraña servoarmadura de un blanco radiante. Poco faltó para darse de bruces contra el suelo, pero finalmente pudo mantenerse en pie. Una vez recuperó el equilibrio, comprobó que había más, unos cinco, todos muertos. La mayoría con un balazo de fusión en la cabeza.
<< ¿Serán los famosos blancos?-pensó al ver el reluciente blanco de las armaduras>>
Sin previo aviso, una bala de fusión pasó rozándole el mechón de pelo rubio. Hueter miró a su alrededor en busca de algún lugar donde ponerse a salvo, pero no encontró nada. Solo uno de los cuerpos sin vida de los de blanco, que a la postre acabaría utilizando como escudo humano para evitar ser alcanzado. El disparo parecía proceder de lo más alto de las torres de comunicación.
-¡No disparéis!-gritó con todas sus fuerzas, mientras aguantaba en alto el cadáver de servoarmadura blanca-¡Vengo en son de paz!-nadie respondió, aunque tampoco hubo otro disparo.

domingo, 16 de noviembre de 2014

CAPÍTULO XLI- ESPECTÁCULO



ACERO



Dentro de aquella oscura jaula se sentía como una perra abandonada. Los días pasaban y la única persona que la visitaba dos veces al día, era el carcelero para traerle más mierda incomible. Nunca pensó que llegaría a echar de menos los platos de lamprea asada que servían en los bares de los casinos de Odín, aunque estos no se caracterizaran por ser los mejores, pero si los más asequibles. Tantos días comiendo aquel repugnante vómito, servido sobre un cuenco que parecía la parte superior de un cráneo humano, hacia que recordara la comida del casino como un exquisito manjar.
Dormía cuando la espalda se lo permitía, la celda solo era un agujero sin ningún tipo de comodidad. Su cama era cualquier rincón del suelo, que cada día parecía más frio y duro. Hacía sus necesidades en cualquier sitio, pero ya estaba todo tan manchado que las últimas veces ni se molestó en bajarse los pantalones para orinar.
Acero tenía la certeza de que aquello la estaba matando, pero ya no le importaba, el infierno no podía ser muy distinto a lo que estaba viviendo. A comienzos de estar allí, tenía la esperanza de que Llote Copa vendría a por ella con motivo de prepararla para el siguiente combate, al fin y al cabo era de su propiedad, o al menos eso decía, pero el tiempo le quitó la idea de la cabeza, perdiendo toda esperanza de salir con vida de aquel agujero. Cada vez estaba más segura de que su periplo por aquella esclavizada ciudad, había sido fruto de alguna apuesta entre la gentuza que estaba al mando y que el supuesto torneo, era una sucia artimaña para hacerlo todo mas creíble.
<< ¿Por qué no acaban conmigo de una vez?-pensó-¿Qué sentido tiene mantenerme con vida? ¿Serán tan sádicos que prefieren torturarme hasta morir?>>
Procedentes del exterior de la celda, se escuchaban unos pasos, seguramente el carcelero le traía la dosis de comida vomitiva habitual. A juzgar por cómo sonaban, muy constantes y a ritmo de pelotón, Acero notó como esta vez eran varias las personas que se acercaban a ella.
<< ¿Sera el verdugo que vendrá a poner fin a mi existencia?>>
El primero en aparecer fue el carcelero, con su típico olor nauseabundo. Aunque la celda apestara a sus propias heces, estas no llegaban a camuflar el aroma a alcohol que desprendía aquel desgraciado. Sujetaba con las manos la ración de basura que le servía cada día. Se arrodilló delante de la celda y tiró con bastante mala gana el cuenco de comida hacia donde estaba Acero. En el trayecto un poco de aquel asqueroso potaje cayó al suelo, acto que no le importó lo más mínimo, ya que ella llevaba bastantes días sin las fuerzas necesarias como para acabarse toda la comida. No había bocado que no le produjese arcadas.
-¡Esta bastante mejor que cuando la dejaste!-dijo en tono jocoso el carcelero-¡Esta más delgada y huele mejor!
Al ver a Llote Copa, Acero sintió como si hubiera venido a visitarla su propio padre. Era tal el grado de desesperación que había alcanzado en aquel agujero, que veía en el señor Copa como un aliado, como su única esperanza de salir de allí. Este al verla, susurró algo al oído del carcelero.
-¿No ves que si?-el carcelero la señaló. Fuera lo que fuera lo que Llote Copa le había dicho, quedaba claro que estaban hablando de ella-¡Observa con que carita de niña buena te mira!
-¿Te han tratado bien estos energúmenos?-su dueño le había hecho una pregunta, pero Acero no sabía muy bien cómo responder a ello.
-Pu...pu...pues-hacia días que no hablaba con nadie, al abrir la boca noto como toda la fuerza se le escaba en cada silaba que pronunciaba.
-¡No respondas!-ordenó Llote-¡Ya veo que no!
Aquellas palabras la sorprendieron gratamente, parecía que después de todo había alguien en aquel infierno al que le importaba su vida.
-¡Cógela Peste!-el carcelero, sacó de una bolsa de tela de color negro, un arma y la lanzó a sus manos.
-¡Fueyo déjanos solos!- ordenó Llote al carcelero, el cual desapareció inmediatamente sin decir palabra-¡Te voy a ser franco!-dijo una vez se cercioró de que Fueyo se había marchado-El torneo ha sido suspendido. En su lugar se va a celebrar un combate contra una de las bestias del Doctor Ju-Acero miraba horrorizada a su dueño ¿Participaría ella en aquel combate o continuaría allí encerrada?-Ayer nos hicimos con el control de Salatiga, un pueblo rico en comercio que nos permitirá nutrir de recursos a nuestros soldados cuando asaltemos el Odín y la decadente ciudad que lo rodea. En fin-Llote se encogió de hombros-Nuestro amado rey y señor de la Pena del Alba, quiere celebrar por todo lo grande nuestra triunfal marcha y ahí es donde entras tú.
Acero miraba el arma prestando atención a las palabras de su dueño, comprobó que se trataba de un rifle de energía, pero no tenía ni una sola bala en la recámara.
-¿Y tengo que luchar con un arma sin balas?-preguntó con mucha dificultad para articular las palabras.
-Atiende-Llote parecía tener la sonrisa tatuada en su rostro, porque daba igual de lo que estuviera hablando que siempre mostraba la misma mueca en la boca-Tú y el resto de presos aquí en el coliseo, luchareis contra el experimento del Doctor Ju. Todos llevarán armas a excepción de la bestia, que por otra parte no creo que le sea necesario. La escasa munición que dispondréis, estará repartida por toda la plaza. Cuando muera la bestia, todos los presos que sigan en pié conservarán su vida y podrán servir a sus dueños dignamente. No me falles Peste, el arma que tienes entre manos, es la misma que utilicé yo para dejar de ser un esclavo y conseguir mi liberación.
Después de esas palabras, Llote Copa se marchó sin ni siquiera despedirse. Acero no daba crédito a lo que su dueño había dicho. No se tragaba que él antes de ser un negrero, hubiera sido esclavo. Pero la bestia del tal Doctor Ju era otro cantar. Seguramente los otros presos estarían en las mismas condiciones que ella. Incluso dudaba que pudiera sujetar aquel pesado rifle de energía que le había entregado el carcelero y mucho menos, disparar con la suficiente puntería como para alcanzar al engendro. En cualquier caso esta vez, no se reducía todo a un solo superviviente como en las anteriores ocasiones, aunque las posibilidades de que todos murieran también eran altas por lo que Llote le había contado.
Momentos después a la marcha de su dueño, otro carcelero vino a por ella. Este olía bastante mejor que Fueyo, era enorme, de piel oscura y con un cuerpo exageradamente musculado.
-¡Andando!-dijo con un tono muy serio al mismo tiempo que abría la celda. Al levantarse Acero sintió un leve mareo, aquella basura que le servían por comida la había debilitado demasiado. Caminando con lentitud salió de la celda siguiendo al nuevo carcelero, el cual le daba la espalda muy confiado en que ella no intentaría atacarle.
<< ¡Tienes suerte de que este tan débil!-pensó al ver la chulería con la que le trataba el carcelero-¡En estos momentos ya estarías muerto!>>
El arma parecía pesar un quintal, era como si alguien estuviera tirando de ella hacia abajo. El carcelero no caminaba precisamente rápido, más bien todo lo contrario, pero Acero se sentía tan débil que no podía evitar quedarse rezagada.
Después de un buen paseo por los estrechos pasillos de la plaza, llegaron a lo que debía ser la puerta de acceso principal a la arena, donde esperaban el resto de presos vigilados por soldados equipados con servoarmadura blanca.
Acero vio como no era la única en hacerse sus necesidades encima. No era la única que lo había pasado mal, juzgar por el rostro de la mayoría de ellos. Incluso muchos aparentaban estar en peores condiciones que ella, algo que en otra situación hubiera sido un alivio, pero que en esos momentos la inquietaba.
-¡Dicen que el monstruo antes era un hombre!-dijo uno de los presos con voz temblorosa. Un hombre tan delgado que parecía un esqueleto con piel.
-Cuentan que asesinó a varios hombres de los señores del Alba y que por eso lo condenaron-explicó otro preso, este parecía haberse comido todo lo que no había comido el anterior.
-¡Menos cháchara montones de mierda!-protestó uno de los guardias e inmediatamente todos los allí presentes callaron.
Desde su posición Acero veía parte del graderío de la plaza, estaba a rebosar de gente expectante a lo que iba a suceder. El murmullo entre los espectadores era constante, hasta que finalmente sonó aquella condenada trompeta. Turuuuu... turuuuu...
-En conmemoración por la gran conquista de nuestro rey Penalba, hoy tendrá lugar un combate sin precedentes. El mal se enfrentará a sí mismo. Pecadores, impuros por naturaleza, contra la bestia que asesinó a nuestros hermanos. Que comience la fiesta- después del anuncio la condenada trompeta volvió a sonar. Acero odiaba ese sonido, la enfurecía.
Lentamente la puerta metálica que daba acceso a la arena comenzó a subir. Los guardias empujaban sin miramiento a todos los presos hacia el exterior. Al salir a la arena comenzó el alboroto entre los espectadores. La puerta rápidamente quedó cerrada y una especie de campo magnético de color azul claro rodeó la arena, impidiendo cualquier escapatoria posible, pero de la bestia ni rastro.
Acero encontró una carga de energía medio enterrada en el suelo, pero cuál fue su sorpresa, que al intentar cargar el rifle comprobó que no era válida. Mirando detenidamente observó que cada preso tenía un arma diferente, a saber donde encontraría otra carga. Con rabia la tiró de nuevo al suelo.
El campo magnético desapareció, al otro lado, otra puerta idéntica a la anterior, comenzó a elevarse. El alboroto del público tomaba más fuerza, sabían de sobra que al otro lado aguardaba la bestia, el espectáculo que realmente habían venido a ver.
Una vez Acero vio a la bestia salir, comprobó que era mucho peor de lo que había imaginado. Un ser antinatural, sin ojos en su rostro, de piel pálida y arrugada, por manos tenía dos garras con uñas negras bien afiladas, que al posarlas sobre el rostro con las palmas mirando hacia el exterior, descubrieron algo mucho más horrendo que el propio ser. Tenía los ojos incrustados en las palmas de la mano, unos ojos grandes que se movían sin parar en busca de su primera presa. Cuando la bestia decidió salir al exterior de la arena, la puerta se cerró de inmediato y el campo magnético volvió a ser activado.
Los ataques de la bestia habrían sido cuanto menos torpes si sus presas estuvieran en plenas facultades, pero ahí estaba la gracia del juego o al menos Acero así lo pensaba. Un engendro inútil contra unos esclavos marchitos.
Debía ser algo de lo más horripilante ver lo que los ojos de aquel desgraciado deforme, estarían viendo en esos momentos mientras desgarraba la piel a zarpazos de su primera víctima. Al acabar con él, la bestia volvió a poner las manos sobre su cara para buscar el siguiente objetivo. El público enloqueció al ver como los ojos del ser estaban completamente cubiertos de sangre. Estaba completamente cegado y no paraba de intentar limpiarse con su propia piel, restregando las garras por todo el cuerpo.
<< Cuanto sufrimiento gratuito-lamentó Acero en su interior, mientras buscaba desesperadamente una carga adecuada para su arma, sin dejar de mirar al engendro >>
-¡Joder no hay ninguna carga buena!-protestó el esclavo flacucho.
-¡Pásamela a ver si a mí me vale!-gritó Acero al verlo. El hombre de rostro demacrado, lanzó la munición, pero el hombre estaba tan débil que esta se quedó a medio camino-¡Mierda!
La bestia recuperó la vista, esta vez parecía haber fijado su objetivo en Acero. La miraba con ojos desafiantes, aquella mirada perturbadora la atemorizaba. El ser cogió carrerilla y velozmente se dirigió en busca de ella, pero el ataque fue en vano y terminó golpeándose contra el campo magnético que rodeaba la arena. Montones de pequeños rayos azules emergieron a causa del impacto.
Acero se acercaba lentamente hacia la carga de energía mirándolo de reojo a la bestia. Pero cuando ya estaba prácticamente tocándola con la punta de sus dedos, descuidó la vista un momento, acto que aprovechó el engendro para embestirla. Ambos cayeron al suelo forcejeando.
Acero estaba tan cansada y débil que no podía hacer nada por repeler los ataques de aquel ser inmundo. Este lanzaba zarpazos, la mayoría de ellos inútiles, como si de un borracho se tratara. Finalmente una de las garras de la bestia, quedó clavada en el costado izquierdo de su tripa.
Acero había sufrido mucho dolor en sus carnes los días anteriores, pero nada comparable con lo que le estaba produciendo la criatura. Veía pequeños destellos delante de sus ojos y solo escuchaba el grito ensordecedor que emitía la bestia. Esta hurgaba en la herida que le había producido, buscando causar más y más dolor.
Aun tenía a su alcance la carga, Acero miraba a su alrededor, todos los esclavos aun con vida miraban horrorizados la carnicería, pero ninguno se acercaba a ayudarla. Solo se digno a darle una patada a la munición, el hombre flacucho que le había lanzado anteriormente la misma, dejándola suficientemente cerca de Acero como para cogerla y cargar su arma.
El dolor continuaba estando presente y parecía que la criatura disfrutara con ello. Acero se armó de valor y aprovechando que la bestia tenía puestos los ojos en otros menesteres, cargó conforme pudo el rifle. Esta vez hubo suerte y la munición era la adecuada.
-¡Lo siento por ti!-dijo con un tono de voz tan débil que no escuchó ni ella misma-¡Serás el único hombre que verá volar su propia cabeza!-Acero apoyó el rifle en la arena, encañonando a la criatura. Con todas sus fuerzas apretó el gatillo y la plaza entera enmudeció.
La cabeza de la bestia había reventado, los sesos de la misma habían quedado esparcidos por los alrededores. El ser levantó las manos girando las palmas hacia donde debía estar su cabeza, girando velozmente los ojos a izquierda y derecha. La garra derecha estaba completamente cubierta de sangre, sangre procedente del cuerpo de Acero. Instantes después la bestia se desplomó sobre la arena.
El público enloqueció, todos coreaban el nombre de Acero, pero ella los escuchaba cada vez más y más lejos. Su vista comenzó a nublarse y una fuerte arcada le dejó un sabor amargo a sangre en el paladar.