ACERO
Dentro de aquella oscura
jaula se sentía como una perra abandonada. Los días pasaban y la única persona
que la visitaba dos veces al día, era el carcelero para traerle más mierda
incomible. Nunca pensó que llegaría a echar de menos los platos de lamprea asada
que servían en los bares de los casinos de Odín, aunque estos no se
caracterizaran por ser los mejores, pero si los más asequibles. Tantos días
comiendo aquel repugnante vómito, servido sobre un cuenco que parecía la parte
superior de un cráneo humano, hacia que recordara la comida del casino como un
exquisito manjar.
Dormía cuando la espalda se
lo permitía, la celda solo era un agujero sin ningún tipo de comodidad. Su cama
era cualquier rincón del suelo, que cada día parecía más frio y duro. Hacía sus
necesidades en cualquier sitio, pero ya estaba todo tan manchado que las
últimas veces ni se molestó en bajarse los pantalones para orinar.
Acero tenía la certeza de
que aquello la estaba matando, pero ya no le importaba, el infierno no podía
ser muy distinto a lo que estaba viviendo. A comienzos de estar allí, tenía la
esperanza de que Llote Copa vendría a por ella con motivo de prepararla para el
siguiente combate, al fin y al cabo era de su propiedad, o al menos eso decía,
pero el tiempo le quitó la idea de la cabeza, perdiendo toda esperanza de salir
con vida de aquel agujero. Cada vez estaba más segura de que su periplo por
aquella esclavizada ciudad, había sido fruto de alguna apuesta entre la gentuza
que estaba al mando y que el supuesto torneo, era una sucia artimaña para
hacerlo todo mas creíble.

Procedentes del exterior de
la celda, se escuchaban unos pasos, seguramente el carcelero le traía la dosis
de comida vomitiva habitual. A juzgar por cómo sonaban, muy constantes y a
ritmo de pelotón, Acero notó como esta vez eran varias las personas que se
acercaban a ella.
<< ¿Sera el verdugo
que vendrá a poner fin a mi existencia?>>
El primero en aparecer fue
el carcelero, con su típico olor nauseabundo. Aunque la celda apestara a sus
propias heces, estas no llegaban a camuflar el aroma a alcohol que desprendía
aquel desgraciado. Sujetaba con las manos la ración de basura que le servía
cada día. Se arrodilló delante de la celda y tiró con bastante mala gana el
cuenco de comida hacia donde estaba Acero. En el trayecto un poco de aquel
asqueroso potaje cayó al suelo, acto que no le importó lo más mínimo, ya que
ella llevaba bastantes días sin las fuerzas necesarias como para acabarse toda
la comida. No había bocado que no le produjese arcadas.
-¡Esta bastante mejor que
cuando la dejaste!-dijo en tono jocoso el carcelero-¡Esta más delgada y huele
mejor!
Al ver a Llote Copa, Acero
sintió como si hubiera venido a visitarla su propio padre. Era tal el grado de desesperación
que había alcanzado en aquel agujero, que veía en el señor Copa como un aliado,
como su única esperanza de salir de allí. Este al verla, susurró algo al oído
del carcelero.
-¿No ves que si?-el
carcelero la señaló. Fuera lo que fuera lo que Llote Copa le había dicho,
quedaba claro que estaban hablando de ella-¡Observa con que carita de niña
buena te mira!
-¿Te han tratado bien estos
energúmenos?-su dueño le había hecho una pregunta, pero Acero no sabía muy bien
cómo responder a ello.
-Pu...pu...pues-hacia días
que no hablaba con nadie, al abrir la boca noto como toda la fuerza se le
escaba en cada silaba que pronunciaba.
-¡No respondas!-ordenó Llote-¡Ya
veo que no!
Aquellas palabras la
sorprendieron gratamente, parecía que después de todo había alguien en aquel
infierno al que le importaba su vida.
-¡Cógela Peste!-el
carcelero, sacó de una bolsa de tela de color negro, un arma y la lanzó a sus
manos.
-¡Fueyo déjanos solos!-
ordenó Llote al carcelero, el cual desapareció inmediatamente sin decir
palabra-¡Te voy a ser franco!-dijo una vez se cercioró de que Fueyo se había
marchado-El torneo ha sido suspendido. En su lugar se va a celebrar un combate
contra una de las bestias del Doctor Ju-Acero miraba horrorizada a su dueño ¿Participaría
ella en aquel combate o continuaría allí encerrada?-Ayer nos hicimos con el
control de Salatiga, un pueblo rico en comercio que nos permitirá nutrir de
recursos a nuestros soldados cuando asaltemos el Odín y la decadente ciudad que
lo rodea. En fin-Llote se encogió de hombros-Nuestro amado rey y señor de la
Pena del Alba, quiere celebrar por todo lo grande nuestra triunfal marcha y ahí
es donde entras tú.
Acero miraba el arma
prestando atención a las palabras de su dueño, comprobó que se trataba de un
rifle de energía, pero no tenía ni una sola bala en la recámara.
-¿Y tengo que luchar con un
arma sin balas?-preguntó con mucha dificultad para articular las palabras.
-Atiende-Llote parecía tener
la sonrisa tatuada en su rostro, porque daba igual de lo que estuviera hablando
que siempre mostraba la misma mueca en la boca-Tú y el resto de presos aquí en
el coliseo, luchareis contra el experimento del Doctor Ju. Todos llevarán armas
a excepción de la bestia, que por otra parte no creo que le sea necesario. La
escasa munición que dispondréis, estará repartida por toda la plaza. Cuando
muera la bestia, todos los presos que sigan en pié conservarán su vida y podrán
servir a sus dueños dignamente. No me falles Peste, el arma que tienes entre
manos, es la misma que utilicé yo para dejar de ser un esclavo y conseguir mi
liberación.
Después de esas palabras, Llote
Copa se marchó sin ni siquiera despedirse. Acero no daba crédito a lo que su
dueño había dicho. No se tragaba que él antes de ser un negrero, hubiera sido
esclavo. Pero la bestia del tal Doctor Ju era otro cantar. Seguramente los
otros presos estarían en las mismas condiciones que ella. Incluso dudaba que
pudiera sujetar aquel pesado rifle de energía que le había entregado el
carcelero y mucho menos, disparar con la suficiente puntería como para alcanzar
al engendro. En cualquier caso esta vez, no se reducía todo a un solo
superviviente como en las anteriores ocasiones, aunque las posibilidades de que
todos murieran también eran altas por lo que Llote le había contado.
Momentos después a la marcha
de su dueño, otro carcelero vino a por ella. Este olía bastante mejor que
Fueyo, era enorme, de piel oscura y con un cuerpo exageradamente musculado.
-¡Andando!-dijo con un tono
muy serio al mismo tiempo que abría la celda. Al levantarse Acero sintió un
leve mareo, aquella basura que le servían por comida la había debilitado
demasiado. Caminando con lentitud salió de la celda siguiendo al nuevo carcelero,
el cual le daba la espalda muy confiado en que ella no intentaría atacarle.
<< ¡Tienes suerte de
que este tan débil!-pensó al ver la chulería con la que le trataba el
carcelero-¡En estos momentos ya estarías muerto!>>
El arma parecía pesar un
quintal, era como si alguien estuviera tirando de ella hacia abajo. El
carcelero no caminaba precisamente rápido, más bien todo lo contrario, pero
Acero se sentía tan débil que no podía evitar quedarse rezagada.
Después de un buen paseo por
los estrechos pasillos de la plaza, llegaron a lo que debía ser la puerta de
acceso principal a la arena, donde esperaban el resto de presos vigilados por
soldados equipados con servoarmadura blanca.
Acero vio como no era la
única en hacerse sus necesidades encima. No era la única que lo había pasado
mal, juzgar por el rostro de la mayoría de ellos. Incluso muchos aparentaban
estar en peores condiciones que ella, algo que en otra situación hubiera sido
un alivio, pero que en esos momentos la inquietaba.
-¡Dicen que el monstruo
antes era un hombre!-dijo uno de los presos con voz temblorosa. Un hombre tan
delgado que parecía un esqueleto con piel.
-Cuentan que asesinó a
varios hombres de los señores del Alba y que por eso lo condenaron-explicó otro
preso, este parecía haberse comido todo lo que no había comido el anterior.
-¡Menos cháchara montones de
mierda!-protestó uno de los guardias e inmediatamente todos los allí presentes
callaron.
Desde su posición Acero veía
parte del graderío de la plaza, estaba a rebosar de gente expectante a lo que
iba a suceder. El murmullo entre los espectadores era constante, hasta que
finalmente sonó aquella condenada trompeta. Turuuuu... turuuuu...
-En conmemoración por la gran
conquista de nuestro rey Penalba, hoy tendrá lugar un combate sin precedentes.
El mal se enfrentará a sí mismo. Pecadores, impuros por naturaleza, contra la
bestia que asesinó a nuestros hermanos. Que comience la fiesta- después del
anuncio la condenada trompeta volvió a sonar. Acero odiaba ese sonido, la
enfurecía.
Lentamente la puerta
metálica que daba acceso a la arena comenzó a subir. Los guardias empujaban sin
miramiento a todos los presos hacia el exterior. Al salir a la arena comenzó el
alboroto entre los espectadores. La puerta rápidamente quedó cerrada y una
especie de campo magnético de color azul claro rodeó la arena, impidiendo
cualquier escapatoria posible, pero de la bestia ni rastro.
Acero encontró una carga de
energía medio enterrada en el suelo, pero cuál fue su sorpresa, que al intentar
cargar el rifle comprobó que no era válida. Mirando detenidamente observó que
cada preso tenía un arma diferente, a saber donde encontraría otra carga. Con rabia
la tiró de nuevo al suelo.
El campo magnético
desapareció, al otro lado, otra puerta idéntica a la anterior, comenzó a
elevarse. El alboroto del público tomaba más fuerza, sabían de sobra que al
otro lado aguardaba la bestia, el espectáculo que realmente habían venido a
ver.
Una vez Acero vio a la bestia
salir, comprobó que era mucho peor de lo que había imaginado. Un ser
antinatural, sin ojos en su rostro, de piel pálida y arrugada, por manos tenía
dos garras con uñas negras bien afiladas, que al posarlas sobre el rostro con
las palmas mirando hacia el exterior, descubrieron algo mucho más horrendo que
el propio ser. Tenía los ojos incrustados en las palmas de la mano, unos ojos
grandes que se movían sin parar en busca de su primera presa. Cuando la bestia
decidió salir al exterior de la arena, la puerta se cerró de inmediato y el
campo magnético volvió a ser activado.
Los ataques de la bestia
habrían sido cuanto menos torpes si sus presas estuvieran en plenas facultades,
pero ahí estaba la gracia del juego o al menos Acero así lo pensaba. Un engendro
inútil contra unos esclavos marchitos.
Debía ser algo de lo más
horripilante ver lo que los ojos de aquel desgraciado deforme, estarían viendo
en esos momentos mientras desgarraba la piel a zarpazos de su primera víctima.
Al acabar con él, la bestia volvió a poner las manos sobre su cara para buscar
el siguiente objetivo. El público enloqueció al ver como los ojos del ser
estaban completamente cubiertos de sangre. Estaba completamente cegado y no
paraba de intentar limpiarse con su propia piel, restregando las garras por
todo el cuerpo.
<< Cuanto sufrimiento
gratuito-lamentó Acero en su interior, mientras buscaba desesperadamente una carga
adecuada para su arma, sin dejar de mirar al engendro >>
-¡Joder no hay ninguna carga
buena!-protestó el esclavo flacucho.
-¡Pásamela a ver si a mí me
vale!-gritó Acero al verlo. El hombre de rostro demacrado, lanzó la munición,
pero el hombre estaba tan débil que esta se quedó a medio camino-¡Mierda!
La bestia recuperó la vista,
esta vez parecía haber fijado su objetivo en Acero. La miraba con ojos
desafiantes, aquella mirada perturbadora la atemorizaba. El ser cogió
carrerilla y velozmente se dirigió en busca de ella, pero el ataque fue en vano
y terminó golpeándose contra el campo magnético que rodeaba la arena. Montones
de pequeños rayos azules emergieron a causa del impacto.
Acero se acercaba lentamente
hacia la carga de energía mirándolo de reojo a la bestia. Pero cuando ya estaba
prácticamente tocándola con la punta de sus dedos, descuidó la vista un
momento, acto que aprovechó el engendro para embestirla. Ambos cayeron al suelo
forcejeando.
Acero estaba tan cansada y débil
que no podía hacer nada por repeler los ataques de aquel ser inmundo. Este
lanzaba zarpazos, la mayoría de ellos inútiles, como si de un borracho se
tratara. Finalmente una de las garras de la bestia, quedó clavada en el costado
izquierdo de su tripa.
Acero había sufrido mucho
dolor en sus carnes los días anteriores, pero nada comparable con lo que le
estaba produciendo la criatura. Veía pequeños destellos delante de sus ojos y
solo escuchaba el grito ensordecedor que emitía la bestia. Esta hurgaba en la
herida que le había producido, buscando causar más y más dolor.
Aun tenía a su alcance la
carga, Acero miraba a su alrededor, todos los esclavos aun con vida miraban
horrorizados la carnicería, pero ninguno se acercaba a ayudarla. Solo se digno
a darle una patada a la munición, el hombre flacucho que le había lanzado
anteriormente la misma, dejándola suficientemente cerca de Acero como para
cogerla y cargar su arma.
El dolor continuaba estando
presente y parecía que la criatura disfrutara con ello. Acero se armó de valor
y aprovechando que la bestia tenía puestos los ojos en otros menesteres, cargó
conforme pudo el rifle. Esta vez hubo suerte y la munición era la adecuada.
-¡Lo siento por ti!-dijo con
un tono de voz tan débil que no escuchó ni ella misma-¡Serás el único hombre
que verá volar su propia cabeza!-Acero apoyó el rifle en la arena, encañonando
a la criatura. Con todas sus fuerzas apretó el gatillo y la plaza entera
enmudeció.
La cabeza de la bestia había
reventado, los sesos de la misma habían quedado esparcidos por los alrededores.
El ser levantó las manos girando las palmas hacia donde debía estar su cabeza,
girando velozmente los ojos a izquierda y derecha. La garra derecha estaba
completamente cubierta de sangre, sangre procedente del cuerpo de Acero.
Instantes después la bestia se desplomó sobre la arena.
El público enloqueció, todos
coreaban el nombre de Acero, pero ella los escuchaba cada vez más y más lejos.
Su vista comenzó a nublarse y una fuerte arcada le dejó un sabor amargo a
sangre en el paladar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario