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martes, 17 de noviembre de 2015

CAPÍTULO L – MATA GIGANTES



CRISTINE


En aquel sitio no parecía pasar el tiempo. Todas las mañanas el mismo ritual. Era algo extraño, desde que llegó a aquel lugar todos los días la bañaban, siempre la misma mujer vestida con harapos, al amanecer entraba en la habitación con una especie de esponja y un cubo metálico con agua limpia, la frotaba a conciencia y cuando ya le había repasado cada rincón de su cuerpo, la vestía con ropa del antiguo mundo, la cual daba una sensación de desnudez que poco dejaba trabajar a la imaginación, para luego desaparecer sin decir una sola palabra. Cristine a pesar de su timidez, intentaba hablar con ella, pero sus esfuerzos eran en vano. Esta, una mujer adulta, la cual las adversidades de la región parecían haberle pasado factura a su marchita piel, muestra de ello eran las múltiples heridas en su pálido rostro o que decir de las enormes cicatrices en los brazos, miraba hacia otro lado en cuanto Cristine abría la boca. Y por lo visto aquella mañana no iba a ser diferente.
-¿Por qué haces esto?-preguntó Cristine, pero como de costumbre no obtuvo respuesta-¡Te prometo que no diré nada a nadie!-nada, la misma respuesta, como si le hubieran cortado la lengua a la pobre mujer.
Era el único contacto humano que tenía al día, después del baño matutino pasaba las horas muertas en la habitación sin hacer nada más que lamentarse. El cuarto estaba decorado con cortinas de colores colgadas de la pared. La luz natural, brillaba por su ausencia, la poca luz de aquella sala procedía de una bombilla que apenas alumbraba las moscas de su alrededor. Cuando entraba en la habitación la mujer no solía cerrar completamente la puerta y los rayos del sol se colaban tímidamente a través de las grietas de esta. En ocasiones encendía un pequeño fuego, en un recipiente de cerámica con los bordes bastante rotos que había situado en el centro de la habitación. Este más que alumbrar daba calor, y junto con el bochorno que entraba del exterior hacia que sudara como un mutajabalí. Quizás esa fuera la razón por la que la limpiaban tan a fondo, porque seguramente apestaría a sudor rancio aunque ella no se lo notara.
La mujer acabó su tarea y como de costumbre salió de la sala tal y como había entrado, con la boca cerrada. Esa mañana Cristine se había levantado con el cuerpo revuelto, tenia nauseas y cada vez que pensaba en comer las arcadas hacían acto de presencia. Seguramente la basura que la mano enguantada le servía por la trampilla que había situada debajo de la puerta para comer, le había sentado mal. Jamás había probado una comida tan asquerosa y eso que en el Notocar había comido toda clase de porquerías. <<¡Dios lo que daría por un buen trozo de hombrepez!-pensó>>, y el vómito no se hizo esperar. No fue nada, solo un poco de moco blanco, aun no había comido nada desde que despertó, pero tampoco tenía apetito.
-¿La putilla del rey esta lista?-escuchó en el exterior, una voz masculina bastante grave que al parecer, se refería a ella.
-¡No es una puta!-rechistó una voz femenina, esta sonaba como la de una mujer adulta y cansada, ¿Seria la voz de su limpiadora? -Tiene sentimientos como todas nosotras, no es ningún pedazo de carne.
-Seguro que si...-vaciló el hombre-Ninguna de vosotras ha sido capaz de darle al rey lo que el rey necesita, si yo fuera él-sonaron unas fuertes risotadas-hacía un buen guiso con vosotras mientras aun os quedara carne en brazos y piernas. No tiene sentido malgastar recursos en algo tan inútil.
-¡Algún día te tragaras tus palabras maldito cretino machista!
-¿Y quién se encargara de eso?¿Tu?-por un momento hubo silencio-¡Aparta zorra! ¡Déjame que la vea!-el hombre abrió ligeramente la puerta y asomó la cabeza por la apertura. Un rostro bastante desfigurado, de piel morena y sucia a más no poder, con una sonrisa desdentada que desprendía un hedor tan fuerte, que a punto estuvo hacer vomitar de nuevo a Cristine-¡Menudo pastelito va a comerse el rey!-dijo nada más verla, ella se asustó y se refugió en la esquina de la habitación mas apartada de la puerta-No hace falta que te escondas bonita, de aquí no vas a salir. El te encontrará de todos modos, más vale que te portes bien si no quieres acabar como las demás.
Aquel desgraciado cerró la puerta dejándola sola de nuevo. ¿A que se referiría con lo del pastelito del rey? ¿Quién coño era el rey?
-¿Lo has hecho como te ordené?- escuchó a las afueras al poco de marcharse el energúmeno desdentado, esta vez debía ser un robot por como sonaba la voz.
-¡Limpia cada mañana como ordenaste!-respondió la misma voz femenina que momentos antes había plantado cara al energúmeno, sin duda se trataba de la mujer que la limpiaba y vestía día sí y día también.
-¡Así me gusta! ¡Limpitas y que huelan bien!-parecía como si el robot se ahogara al articular cada palabra-¡Al anochecer límpiala de nuevo!-cogió aire con tanta ansia que Cristine lo escuchó como si estuviera allí dentro con ella-¡Hoy es el día!
No entendía nada de lo que estaban tramando delante de la puerta, pero no le gustaba nada lo que había oído. Algo iba a pasar con ella al anochecer, y lo único que podía hacer era esperar allí sola, sin armas, indefensa. <<¡Si Jacq estuviera vivo seguro que ya habría venido en mi busca!-pensó-¡Pero ese mal nacido de Mosarreta lo mató!>>. Habían pasado como siete días desde que aquel desgraciado incidente tuvo lugar en la casucha de Pervert, aunque no estaba segura del todo, pero el recuerdo del puño de Mosarreta explotando en el torso de Jacq, lo tenía grabado a fuego en su cabeza y cuando intentaba dormir, aquella pesadilla la atormentaba noche tras noche. Cristine aun agachada en aquella esquina, rompió a llorar como un bebé.
El día pasó rápido, la mujer que la limpiaba entró de nuevo tal y como le había ordenado el robot. Tenía cara de asustada, reflejo de que quizás sentía el miedo que ella debiera tener, pero a Cristine ya nada le importaba. Fuera lo que fuera lo que iba a tener lugar con ella de protagonista, mejor que pasara cuanto antes. Si su vida aquella noche encontraba el final de su camino aun mejor, ya no había nadie con vida que la quisiera en aquel condenado mundo, no tenía sentido alargar más la agonía.
-¡Rápido!-dijo la mujer en voz bajita, mostrándole un cuchillo de dimensiones considerables que llevaba escondido entre los trapos de limpiar-¡Guárdalo entre las sabanas!
-¿Y esto?-preguntó Cristine extrañada-¿Primero no me hablas y ahora me das un arma?
-Todas hemos pasado por esto y no es plato de buen gusto-comentó la mujer-solo me conoces a mí, pero somos muchas a las que el rey ha intentado dejar en cinta, pero no quiere darse cuenta de que él es estéril debido a sus dolencias-suspiró-Y como para variar contigo tampoco lo conseguirá, solo dios sabe que será capaz de hacer esa bestia en cuanto vea que eres su enésimo fracaso.
-¿Y que se supone que tengo que hacer con esto?-preguntó Cristine mirando el gran cuchillo.
-¿Acaso ya olvidaste como usar esto?-vaciló la mujer-Según uno de los esclavos que te vio al entrar en la base, tu eres la famosa Cristine de Notocar, la que degolló a su jefe cuando este intentó violarla... ¿A caso me equivoco?
Un intenso escalofrío recorrió de arriba a abajo su cuerpo. ¿Cómo coño sabían quien era ella? No sabía dónde estaba, pero incluso en aquel recóndito lugar, sabían lo que había hecho con Arnazi.
-Entiendo...-Cristine se encogió de hombros- ¿Y que gano yo con esto?
-No será fácil, de hecho otras más fuertes que tú lo han intentado sin éxito. Es más, quizás sospeche algo y venga preparado, pero si consigues dar muerte a ese desgraciado, harás un bien para toda la humanidad. Nosotras te ayudaremos a escapar, serás libre como lo eras antes de llegar aquí. Ahora déjame que te limpie, no querrás que el rey te vea sucia y sospeche.
En cuanto la mujer cogió como de costumbre la esponja para lavarla, sintió como si nada hubiera pasado, como si fuera una de tantas mañanas, otra vez el ritual de siempre.
Al acabar, la mujer la vistió con un camisón de color blanco bastante fino y le echó por encima un líquido que hacía que toda ella oliera bien. <<¡Ojalá Jacq estuviera aquí!-pensó al notar la fragancia subiendo por su nariz-Debe ser mágico amar a alguien oliendo tan bien>> Imaginaba que las flores olerían así, pero eso era algo que ella nunca había podido comprobar de primera persona. Para variar, su limpiadora salió sin mediar palabra de la habitación, aunque esta vez le lanzo una mirada de complicidad antes de salir.
Sola, asustada, sabedora del peligro que aquello entrañaba. No sabía si hacerle caso a la mujer o por el contrario dejarse llevar y pensar en cosas bonitas para así, sufrir lo menos posible. Por momentos sentía que ya nada valía la pena, las fuerzas por luchar y seguir adelante la abandonaban.

El famoso rey, hizo su aparición por la puerta. Era mucho
Cristine atemorizada
peor de lo que había imaginado, ni siquiera parecía humano. Con la piel pálida y sonrosada, cubierto por una asquerosa mascara. Se quedó mirándola durante unos momentos sin decir nada. Cristine reconocía el sonido que hacia al respirar aquella cosa. Sin duda lo que escuchó por la mañana no era un robot, era el engendro que tenía delante suyo. Tenía el ceño fruncido como si se lo hubieran clavado a martillazos, no paraba de mirarla como si fuera a devorarla con los ojos. Cristine arrodillada encima de la cama, no dejaba de palpar disimuladamente el cuchillo para no perderlo de vista. Si iba a abandonar aquel horroroso mundo, no sería recordando que el último hombre que la tocó fuera aquella abominación, no después de lo bien que la había tratado Jacq, y mucho menos en contra de su voluntad.
Poco a poco y sin dejar de mirarla el rey comenzó a quitarse la coraza que cubría su pecho. Esta al caer al suelo dejo ver el torso del hombre, lleno de manchas, como si su piel fuera la de una patata. Cristine había visto infinidad de mutantes, pero ninguno con aquellos rasgos. Parecían cicatrices con mucho relieve, ella intentaba no hacer cara de asco, pero cada vez que veía las manchas no podía dejar de sentir arcadas. Pero aquello no parecía importar al rey, el cual se acercaba a ella sin dejar de mirarla. Escuchó el sonido de los pantalones del hombre al caer al suelo.
Para cuando quiso percatarse ya lo tenía encima, apestaba más que ninguno de los cabrones que se aprovecharon de ella en el Notocar. Al recordar la antigua prisión, sentimientos enterrados florecieron en su interior. No era la cara de aquella cosa la que veía delante de ella, era la cara del hombre que le había hecho la vida imposible desde que le conoció en la banda de los Trajes Grises, vio a Mosarreta.
-¡Hijo de putaaa!-Cristine echo mano del cuchillo, pero el rey fue mas rápido que ella y le aprisiono el brazo contra el colchón.
-¡Muy previsible bonita!-dijo con la enlatada voz de robot que emanaba de la horrible mascara. Sin casi esfuerzo, le quitó el cuchillo de la mano y lo tiró al centro de la habitación, cerca del recipiente donde la mujer poco antes había encendido el fuego. Acto seguido golpeó violentamente la cara de Cristine con la mano abierta e intentó penetrarla. Ella cruzaba las piernas con fuerza para que aquella cosa no le metiera lo que fuera que tuviera entre las piernas y al notar como el miembro de este la rozaba en busca de su objetivo, le asesto un rodillazo en sus reales partes, pudiéndose liberar de las manazas de este.
Cristine se levantó a toda velocidad de la cama con la intención de recuperar el cuchillo, pero antes de que pudiera alcanzarlo, aquella cosa la cogió de su pierna izquierda haciéndola caerse al suelo. Ella intentaba arrastrase hacia el centro de la habitación, donde el rey había lanzado el arma, pero este a pesar de su aspecto era bastante fuerte y no le soltaba la pierna aunque Cristine le diera patadas con la otra.
-¡Ven aquí!-repetía el rey una y otra vez-¡No eres más que una furcia!
-¡Déjame cabrón!-gritaba Cristine sin consuelo, intentando escapar de las garras del monstruo que la acosaba. El cuchillo estaba demasiado lejos como para alcanzarlo, pero el recipiente donde estaba encendido el fuego no. Ella lo cogió con tanta rabia que apenas notó como le abrasaba las palmas de sus manos. El hombre sin soltarla, se levantó del suelo, alzándola a ella como si un trofeo de caza se tratase. Cristine, boca abajo y colgando de su pierna izquierda, lanzó con todas sus fuerzas el cuenco, este impactó de lleno en la máscara del rey provocando una pequeña explosión.
Su acosador, el rey, la soltó en un intento por apagar su máscara con las manos. Cristine empujada por este cayó de espaldas al suelo, el golpe no le dolió, pero tenía las palmas de sus manos abrasadas y aquello era el mayor dolor que jamás había sentido.
-¡Cabrón!-gritó al rey que se retozaba de dolor encima de la cama, arañando la máscara chamuscada como si quisiera arrancársela-¿A qué jode que te jodan?-dijo vacilante entre sollozos. El hombre parecía ahogarse, de la máscara no salían gritos de dolor, sino pequeños soplos de aire, muy seguidos, como un globo al deshincharse. Rápidamente recogió como pudo del suelo el cuchillo que la mujer le había dado-¡Esta será la última vez que hagas daño a nadie!-lo miró con sus ojos inyectados en ira y sin pestañear le atravesó el cuello de un navajazo.
Todo se tornó de color rojo, el cuello del rey parecía una fuente que poco a poco perdía fuerza ante la atónita mirada de Cristine. De repente escuchó abrirse la puerta a sus espaldas, al girarse comprobó aliviada que se trataba de su limpiadora, al verla Cristine se derrumbó en el suelo entre lágrimas.
-¡No hay tiempo que perder criatura!-dijo la mujer en voz bajita-Debes escapar de aquí enseguida. Oh dios mío-gritó la mujer asustada nada más verle las manos. Parecían dos chuletas a la brasa carbonizadas, le dolía horrores, tanto que no podía ni siquiera cerrar las manos. No sabía cómo había sido capaz de empuñar el arma, pero ver el cuerpo desangrado del rey yacer sobre la cama con el cuchillo aun metido en el cuello indicaba todo lo contrario-¡Menos mal que vine preparada!-la mujer sacó una aguja como las que contiene líquido estimulante y le inyectó el contenido en ambas manos-dudo que las cicatrices desaparezcan, pero al menos en unos momentos podrás mover las manos como siempre.
-Gracias-fue lo único que Cristine pudo balbucear.
-Ten vístete con esto-ordenó la mujer mostrándole una coraza blanca-es una armadura como las que utilizan los soldados del rey, ponte el casco y sigue al soldado que te está esperando en la puerta.
-¿Y qué pasará contigo?-preguntó asustada.
-¡Lo que pase conmigo no es asunto tuyo criatura!-respondió con una tímida sonrisa en la boca. Era la primera vez que aquella mujer mostraba sentimiento alguno y ahora tenía que abandonarla allí, después de salvarle la vida sin Cristine poder devolverle el favor, aunque sospechaba que matar aquel monstruo sería el mayor favor que jamás podría haberle hecho.
Sintió un gran alivio en sus manos y pudo moverlas de nuevo, lo suficiente como para ponerse el casco. Allí dentro, embotada en aquella coraza, apestaba a rancio, pero tampoco estaba para exigir mucho.
Rápidamente y sin casi despedirse de la mujer, Cristine salió de la habitación que la había tenido recluida durante tantos días. Era una noche especialmente cálida y oscura. Sin mediar palabra, comenzó a seguir al soldado conforme le había indicado su limpiadora. Pequeñas explosiones se escuchaban a lo lejos, había un buen revuelo montado allí fuera.
-¡Los esclavos del rey están explotando!-escuchó como gritaban una y otra vez los soldados, algo muy gordo estaba pasando y todo parecía tener relación con la muerte del rey.
Cristine tenía mucho miedo, le temblaban las piernas al andar, pero debía ser valiente y mantener la calma si quería salir de allí con vida. Las explosiones sonaban cada vez más cerca, aquel sonido la martilleaba cada vez con más fuerza en el interior del casco hasta tal extremo, que a punto estuvo de quitárselo y mandarlo todo a paseo, pero finalmente cuando ya tenía sus manos posadas sobre el armazón desenganchándolo para quitarse la parte superior y liberarse el casco, las explosiones se silenciaron como si alguien hubiera pulsado el botón de apagado.
No les costó mucho llegar hasta una de las murallas que protegían el exterior de aquel horrible lugar o al menos así lo entendía Cristine, estaba vigilada por dos soldados vestidos como ella y el misterioso hombre que la había acompañado hasta allí. Patrullaban por la parte superior de esta y de vez en cuando apuntaban con sus armas hacia el exterior, estas parecían hacerles de linterna. Esperaron allí agazapados junto a uno de los barracones próximos a la muralla, en silencio, esperando a que los soldados se alejaran de aquel lugar.
-Cuando estemos arriba te empujaré al exterior como si fuera un accidente-le explicó el soldado que la acompañaba, este tenía una voz suave y agradable como la de un adolescente.
-Pero…
-No rechistes y hazme caso. No te preocupes al otro lado hay un pequeño barrizal que amortiguará tu caída. Está todo controlado- vaciló el muchacho-Subamos, les diremos que venimos a hacerles el relevo en su guardia. Cuando estés al otro lado corre y no mires atrás, no creo que tarden mucho en darse cuenta del pastel, y sobre todo no abras la boca en ningún momento.
Con toda la tranquilidad del mundo, su compañero en aquella huida subió por la destartalada escalera metálica que daba acceso a la zona superior de la muralla, Cristine en silencio y con el corazón a cien le siguió. Antes de que hubieran culminado el ascenso los guardias que vigilaban el cercado se percataron de su presencia y se dirigieron hacia ellos.
-¿A dónde coño vais?-preguntó uno de ellos.
-¡Venimos a daros relevo!-dijo el soldado adolescente terminando de subir la escalera, luego una vez arriba ayudó a Cristine a hacer lo propio.
-¡Debe ser un error!-espetó el guardia-Acabamos de dar el relevo nosotros.
-¡Mierda!-gritó el soldado que acompañaba a Cristine-¡El capullo de Ríos nos la ha liado de nuevo! –Se dirigió hacia Cristine-¡Aparta gilipollas!-el empujón fue tan fuerte que ella no tuvo que hacer nada para precipitarse al exterior. La caída fue desde una altura similar a la del Notocar, tenía la sensación de estar reviviendo la misma historia. Al darse contra el barrizal, el casco que protegía su identidad salió disparado, perdiéndose entre el barrizal y la oscuridad de la noche.
-¿Qué has hecho imbécil?-le reprochó el soldado a su compañero-¡Lo has tirado de la muralla! ¿Compañero estas bien?-de repente le enfocaron con la luz procedente de las armas-¡Es la golfa!-gritó nada más verla-¡Disparar!
Cristine corrió hacia la oscuridad con todas sus fueras, aunque a decir verdad la coraza la ralentizaba. Escuchaba el percutor de las armas de los guardias y las balas impactando cerca de ella, en el suelo, arboles, piedras, pero la noche estaba de su parte y ninguna lograba alcanzarla como para hacerle daño, la armadura estaba haciendo el resto.
Una piedra enorme se interpuso en su camino, el choche fue tal que ella salió despedida por encima de esta dando varias vueltas sobre sí misma en el aire, finalmente aterrizó dándose de bruces en el pedregoso suelo. Para su sorpresa los disparos habían cesado, al levantarse giró la cabeza y ya no vio nada más que oscuridad. Sin tiempo para lamentarse siguió corriendo sin mirar atrás tal y como le había dicho el soldado adolescente que la había ayudado a escapar, seguramente los guardias de la muralla habrían dado la alarma y ahora toda la base debía estar en su busca.

martes, 28 de julio de 2015

CAPÍTULO XLVI – CAMBIO DE ROSTRO



MOSARRETA


-¿Qué coño ha pasado?-se preguntó al mismo tiempo que abría los ojos. La cabeza le dolía horrores, como si tuviera la peor de las resacas. Recordaba una fuerte explosión y a Cristine volando a su lado. Seguramente esa era la causa del molesto zumbido que no paraba de machacarle los oídos. Mosarreta miraba a uno y otro lado buscando respuesta a sus preguntas, pero solo alcanzaba ver un par de ruedas antiguas de madera y el seco y pedregoso suelo desplazándose a gran velocidad, a ritmo de lo que parecía ser un burro de carga. Intentó mover los brazos y las piernas para darse la vuelta, pero sus esfuerzos fueron en vano. Algo lo estaba reteniendo contra aquella estructura-¡Ayuda!-gritó-¡Soltadme!-repitió una y otra vez-¡Soy de los buenos!
-¿Has escuchado eso?-gritó una voz desconocida para él en un tono un tanto irónico- ¡Mira lo que dice el robot putero!- aquellos extraños no paraban de hacerle burlas una y otra vez.
Cánticos, carcajadas, el cristal de las copas chocando entre sí, eructos, pestazo a alcohol, desde luego tenían una buena fiesta montada. Ni los negreros, la peor escoria de toda la región, eran tan osados como para emborracharse durante una travesía y por lo que escuchaba, más de uno parecía tener claros síntomas de embriaguez.
Mosarreta notó como el carro poco a poco, se detenía, y cuando este estuvo totalmente parado, el jolgorio dio paso al más absoluto de todos los silencios.
-¡Los conquistadores!-escuchó gritar a lo lejos-¡Han llegado los conquistadores!- el carro volvió a ponerse en marcha, al mismo tiempo que el griterío y el sonido de múltiples disparos inundaba el ambiente. Parecía como si estuvieran dándoles la bienvenida a sus captores en forma de fuegos artificiales. El carro avanzaba lentamente, sonaban tambores a su alrededor interpretando una melodía un tanto pegadiza, “tan tan”, “tan tan”. «¿Dónde cojones estoy?-pensaba-¿Quién es esta gente tan extraña?»
Un fuerte golpe sonó en la parte posterior de su cabeza y antes de que pudiera notar dolor alguno, la calma más absoluta invadió su ser.
Despertó con la agradable sensación que solo podía proporcionar un buen cubo lleno de agua fría, corriendo por su rostro.
-¡Joder!-gritó nada más notar el agua. Tenía la sensación de estar aun anclado a la estructura que le retenía momentos antes de perder la conciencia. Aunque esta vez estaba en posición vertical y podía ver cuánto tenía delante de sus ojos. Una habitación oscura, iluminada solo por la luz que entraba a las espaldas de Mosarreta. Seguramente detrás de él estaba la puerta de acceso a aquella sala. Repleta de cortinas decoradas con bordados hechos a mano, bordados que representaban escenas de animales mutantes enfrentándose a un hombre cubierto por una extraña armadura, o al menos eso le parecía a él, ya que no estaban muy bien definidos, más bien parecían los dibujos que haría una persona que no sabe coger un lápiz.
-¡Montón de mierda!-gritó enfrente de él, un soldado vestido con servoarmadura blanca. Al parecer era el que le había tirado el cubo de agua fría y no tenía cara de querer hacer nuevos amigos-El rey solicita tener una reunión privada contigo. Estaremos fuera, así que no intentes nada raro o serás carnaza para los perros-paró un momento mientras miraba fijamente su cuerpo-Veo que llevas incorporado un exoesqueleto prototipo Bilk III-paró un momento el discurso para encender un cigarro liado a mano-Se que arrancarlo del cuerpo humano sin anestesia alguna hace mucha putita. Intenta algo raro y yo mismo me encargare de que lo notes en tus apestosas carnes montón de mierda-el soldado apoyó el cigarro entre sus labios y ya con las manos libres, liberó a Mosarreta de la estructura que le tenía retenido-¡No te muevas de aquí montón de mierda!
El soldado salió de la habitación sin hacer demasiado ruido. Al rato otro hombre entró en la sala, este caminó en silencio hasta el medio de aquella estancia, allí había un butacón cubierto con mas cortinas decoradas. El extraño llevaba una capucha que no dejaba ver su rostro, vestía una extraña armadura muy parecida a la de los bordados de las cortinas. Seguramente aquella persona era el tan famoso rey. Este al llegar al butacón se sentó dejando caer lentamente sus reales posaderas sobre el asiento. Una vez acomodado levantó la capucha dejando ver su rostro. De larga melena blanca y piel rojiza, como si hubiera pasado largos periodos de tiempo al sol sin protección, un ceño tan fruncido como si se lo hubieran colocado a martillazos y ojos inyectados en sangre, era lo único que la espantosa mascara no cubría de la cara del rey. Una máscara decorada con dientes humanos, amarillentos, con alguna caries que otra. De esa monstruosa boca emergían dos tubos de color gris que conectaban directamente con la parte posterior de la servoarmadura. Una servoarmadura blanca, pero no porque ese fuera su color, la tonalidad semitransparente de esta dejaba entrever el torso de aquel ser, lleno de llagas, rojizo como su rostro y bastante musculoso.
-Deja de mirarme el careto-dijo con voz enlatada el supuesto rey-¿O es que acaso nunca has visto un monstruo?
-No era mí…
-¡A callar!-interrumpió-¡Nadie te ha dado permiso para que abras tu apestosa boca-«No quiero ni saber a lo que apestará la tuya-pensó Mosarreta al imaginarse que escondería detrás de la máscara»-Los sabios del consejo dijeron que te parecías mucho a mi hijo y quise verlo con mis propios ojos.
-¿Tu qué?- «¿Esto tiene hijos?»
-¿Cuántas veces tengo que decirte que no interrumpas?-el rey se detuvo un momento para coger aire. Al inspirar la máscara hizo el mismo sonido que un aspirador industrial-Ambos sabemos que no lo eres, porque él hace décadas que murió. Aunque por lo que me han dicho eres un putero igual que lo era él, pero con mejor gusto por lo que se ve. La zorrita joven medio desnuda que te acompañaba, es de lo más hermoso que he podido ver por esta región.
-¿Cristine?-espetó-No era mi zorra ni mucho menos, era mi rehén.
-¡Muchacho si quieres ser mi hijo tendrás que cuidar tus modales!-respondió el rey.
Imagen del rey penalba

-¿Tu qué?
-¡Que te calles o haré que te empalen!-gritó el hombre-Necesito un heredero, un varón que capitanee mis ejércitos cuando yo ya no esté. Mis mujeres solo me han proporcionado mutantes-«Igual el mutante eres tu-pensó Mosarreta mientras el rey no dejaba de hablar»- así que ahora tu zorrita, esa tal Cristine, es una de mis esposas.-se señaló a sí mismo, dando unos toquecitos con el dedo índice sobre la coraza-Hasta que ella pueda concebirme un heredero, tú serás el encargado de llevar a mis solados hacia la victoria.
-¿Y si me niego a tal propósito?-aquello era lo más absurdo que le habían ofrecido hacer en su vida.
-¡Veo que sigues sin tener modales muchachote!-respiró de nuevo-Tú eliges, o gloria o muerte. Mis científicos han conseguido adaptar un collarín de esclavos a tu exoesqueleto. Si te niegas o intentas huir, este como bien sabes explotara y tu torso se hará añicos-el rey intentó reírse o al menos eso quiso pensar Mosarreta, pero lo que parecían ser carcajadas sonaban como cortos y agudos pedos-¿Y bien has tomado ya una decisión?
-¿Y qué pasará conmigo cuando nazca tu heredero?-respondió Mosarreta.

domingo, 16 de noviembre de 2014

CAPÍTULO XLI- ESPECTÁCULO



ACERO



Dentro de aquella oscura jaula se sentía como una perra abandonada. Los días pasaban y la única persona que la visitaba dos veces al día, era el carcelero para traerle más mierda incomible. Nunca pensó que llegaría a echar de menos los platos de lamprea asada que servían en los bares de los casinos de Odín, aunque estos no se caracterizaran por ser los mejores, pero si los más asequibles. Tantos días comiendo aquel repugnante vómito, servido sobre un cuenco que parecía la parte superior de un cráneo humano, hacia que recordara la comida del casino como un exquisito manjar.
Dormía cuando la espalda se lo permitía, la celda solo era un agujero sin ningún tipo de comodidad. Su cama era cualquier rincón del suelo, que cada día parecía más frio y duro. Hacía sus necesidades en cualquier sitio, pero ya estaba todo tan manchado que las últimas veces ni se molestó en bajarse los pantalones para orinar.
Acero tenía la certeza de que aquello la estaba matando, pero ya no le importaba, el infierno no podía ser muy distinto a lo que estaba viviendo. A comienzos de estar allí, tenía la esperanza de que Llote Copa vendría a por ella con motivo de prepararla para el siguiente combate, al fin y al cabo era de su propiedad, o al menos eso decía, pero el tiempo le quitó la idea de la cabeza, perdiendo toda esperanza de salir con vida de aquel agujero. Cada vez estaba más segura de que su periplo por aquella esclavizada ciudad, había sido fruto de alguna apuesta entre la gentuza que estaba al mando y que el supuesto torneo, era una sucia artimaña para hacerlo todo mas creíble.
<< ¿Por qué no acaban conmigo de una vez?-pensó-¿Qué sentido tiene mantenerme con vida? ¿Serán tan sádicos que prefieren torturarme hasta morir?>>
Procedentes del exterior de la celda, se escuchaban unos pasos, seguramente el carcelero le traía la dosis de comida vomitiva habitual. A juzgar por cómo sonaban, muy constantes y a ritmo de pelotón, Acero notó como esta vez eran varias las personas que se acercaban a ella.
<< ¿Sera el verdugo que vendrá a poner fin a mi existencia?>>
El primero en aparecer fue el carcelero, con su típico olor nauseabundo. Aunque la celda apestara a sus propias heces, estas no llegaban a camuflar el aroma a alcohol que desprendía aquel desgraciado. Sujetaba con las manos la ración de basura que le servía cada día. Se arrodilló delante de la celda y tiró con bastante mala gana el cuenco de comida hacia donde estaba Acero. En el trayecto un poco de aquel asqueroso potaje cayó al suelo, acto que no le importó lo más mínimo, ya que ella llevaba bastantes días sin las fuerzas necesarias como para acabarse toda la comida. No había bocado que no le produjese arcadas.
-¡Esta bastante mejor que cuando la dejaste!-dijo en tono jocoso el carcelero-¡Esta más delgada y huele mejor!
Al ver a Llote Copa, Acero sintió como si hubiera venido a visitarla su propio padre. Era tal el grado de desesperación que había alcanzado en aquel agujero, que veía en el señor Copa como un aliado, como su única esperanza de salir de allí. Este al verla, susurró algo al oído del carcelero.
-¿No ves que si?-el carcelero la señaló. Fuera lo que fuera lo que Llote Copa le había dicho, quedaba claro que estaban hablando de ella-¡Observa con que carita de niña buena te mira!
-¿Te han tratado bien estos energúmenos?-su dueño le había hecho una pregunta, pero Acero no sabía muy bien cómo responder a ello.
-Pu...pu...pues-hacia días que no hablaba con nadie, al abrir la boca noto como toda la fuerza se le escaba en cada silaba que pronunciaba.
-¡No respondas!-ordenó Llote-¡Ya veo que no!
Aquellas palabras la sorprendieron gratamente, parecía que después de todo había alguien en aquel infierno al que le importaba su vida.
-¡Cógela Peste!-el carcelero, sacó de una bolsa de tela de color negro, un arma y la lanzó a sus manos.
-¡Fueyo déjanos solos!- ordenó Llote al carcelero, el cual desapareció inmediatamente sin decir palabra-¡Te voy a ser franco!-dijo una vez se cercioró de que Fueyo se había marchado-El torneo ha sido suspendido. En su lugar se va a celebrar un combate contra una de las bestias del Doctor Ju-Acero miraba horrorizada a su dueño ¿Participaría ella en aquel combate o continuaría allí encerrada?-Ayer nos hicimos con el control de Salatiga, un pueblo rico en comercio que nos permitirá nutrir de recursos a nuestros soldados cuando asaltemos el Odín y la decadente ciudad que lo rodea. En fin-Llote se encogió de hombros-Nuestro amado rey y señor de la Pena del Alba, quiere celebrar por todo lo grande nuestra triunfal marcha y ahí es donde entras tú.
Acero miraba el arma prestando atención a las palabras de su dueño, comprobó que se trataba de un rifle de energía, pero no tenía ni una sola bala en la recámara.
-¿Y tengo que luchar con un arma sin balas?-preguntó con mucha dificultad para articular las palabras.
-Atiende-Llote parecía tener la sonrisa tatuada en su rostro, porque daba igual de lo que estuviera hablando que siempre mostraba la misma mueca en la boca-Tú y el resto de presos aquí en el coliseo, luchareis contra el experimento del Doctor Ju. Todos llevarán armas a excepción de la bestia, que por otra parte no creo que le sea necesario. La escasa munición que dispondréis, estará repartida por toda la plaza. Cuando muera la bestia, todos los presos que sigan en pié conservarán su vida y podrán servir a sus dueños dignamente. No me falles Peste, el arma que tienes entre manos, es la misma que utilicé yo para dejar de ser un esclavo y conseguir mi liberación.
Después de esas palabras, Llote Copa se marchó sin ni siquiera despedirse. Acero no daba crédito a lo que su dueño había dicho. No se tragaba que él antes de ser un negrero, hubiera sido esclavo. Pero la bestia del tal Doctor Ju era otro cantar. Seguramente los otros presos estarían en las mismas condiciones que ella. Incluso dudaba que pudiera sujetar aquel pesado rifle de energía que le había entregado el carcelero y mucho menos, disparar con la suficiente puntería como para alcanzar al engendro. En cualquier caso esta vez, no se reducía todo a un solo superviviente como en las anteriores ocasiones, aunque las posibilidades de que todos murieran también eran altas por lo que Llote le había contado.
Momentos después a la marcha de su dueño, otro carcelero vino a por ella. Este olía bastante mejor que Fueyo, era enorme, de piel oscura y con un cuerpo exageradamente musculado.
-¡Andando!-dijo con un tono muy serio al mismo tiempo que abría la celda. Al levantarse Acero sintió un leve mareo, aquella basura que le servían por comida la había debilitado demasiado. Caminando con lentitud salió de la celda siguiendo al nuevo carcelero, el cual le daba la espalda muy confiado en que ella no intentaría atacarle.
<< ¡Tienes suerte de que este tan débil!-pensó al ver la chulería con la que le trataba el carcelero-¡En estos momentos ya estarías muerto!>>
El arma parecía pesar un quintal, era como si alguien estuviera tirando de ella hacia abajo. El carcelero no caminaba precisamente rápido, más bien todo lo contrario, pero Acero se sentía tan débil que no podía evitar quedarse rezagada.
Después de un buen paseo por los estrechos pasillos de la plaza, llegaron a lo que debía ser la puerta de acceso principal a la arena, donde esperaban el resto de presos vigilados por soldados equipados con servoarmadura blanca.
Acero vio como no era la única en hacerse sus necesidades encima. No era la única que lo había pasado mal, juzgar por el rostro de la mayoría de ellos. Incluso muchos aparentaban estar en peores condiciones que ella, algo que en otra situación hubiera sido un alivio, pero que en esos momentos la inquietaba.
-¡Dicen que el monstruo antes era un hombre!-dijo uno de los presos con voz temblorosa. Un hombre tan delgado que parecía un esqueleto con piel.
-Cuentan que asesinó a varios hombres de los señores del Alba y que por eso lo condenaron-explicó otro preso, este parecía haberse comido todo lo que no había comido el anterior.
-¡Menos cháchara montones de mierda!-protestó uno de los guardias e inmediatamente todos los allí presentes callaron.
Desde su posición Acero veía parte del graderío de la plaza, estaba a rebosar de gente expectante a lo que iba a suceder. El murmullo entre los espectadores era constante, hasta que finalmente sonó aquella condenada trompeta. Turuuuu... turuuuu...
-En conmemoración por la gran conquista de nuestro rey Penalba, hoy tendrá lugar un combate sin precedentes. El mal se enfrentará a sí mismo. Pecadores, impuros por naturaleza, contra la bestia que asesinó a nuestros hermanos. Que comience la fiesta- después del anuncio la condenada trompeta volvió a sonar. Acero odiaba ese sonido, la enfurecía.
Lentamente la puerta metálica que daba acceso a la arena comenzó a subir. Los guardias empujaban sin miramiento a todos los presos hacia el exterior. Al salir a la arena comenzó el alboroto entre los espectadores. La puerta rápidamente quedó cerrada y una especie de campo magnético de color azul claro rodeó la arena, impidiendo cualquier escapatoria posible, pero de la bestia ni rastro.
Acero encontró una carga de energía medio enterrada en el suelo, pero cuál fue su sorpresa, que al intentar cargar el rifle comprobó que no era válida. Mirando detenidamente observó que cada preso tenía un arma diferente, a saber donde encontraría otra carga. Con rabia la tiró de nuevo al suelo.
El campo magnético desapareció, al otro lado, otra puerta idéntica a la anterior, comenzó a elevarse. El alboroto del público tomaba más fuerza, sabían de sobra que al otro lado aguardaba la bestia, el espectáculo que realmente habían venido a ver.
Una vez Acero vio a la bestia salir, comprobó que era mucho peor de lo que había imaginado. Un ser antinatural, sin ojos en su rostro, de piel pálida y arrugada, por manos tenía dos garras con uñas negras bien afiladas, que al posarlas sobre el rostro con las palmas mirando hacia el exterior, descubrieron algo mucho más horrendo que el propio ser. Tenía los ojos incrustados en las palmas de la mano, unos ojos grandes que se movían sin parar en busca de su primera presa. Cuando la bestia decidió salir al exterior de la arena, la puerta se cerró de inmediato y el campo magnético volvió a ser activado.
Los ataques de la bestia habrían sido cuanto menos torpes si sus presas estuvieran en plenas facultades, pero ahí estaba la gracia del juego o al menos Acero así lo pensaba. Un engendro inútil contra unos esclavos marchitos.
Debía ser algo de lo más horripilante ver lo que los ojos de aquel desgraciado deforme, estarían viendo en esos momentos mientras desgarraba la piel a zarpazos de su primera víctima. Al acabar con él, la bestia volvió a poner las manos sobre su cara para buscar el siguiente objetivo. El público enloqueció al ver como los ojos del ser estaban completamente cubiertos de sangre. Estaba completamente cegado y no paraba de intentar limpiarse con su propia piel, restregando las garras por todo el cuerpo.
<< Cuanto sufrimiento gratuito-lamentó Acero en su interior, mientras buscaba desesperadamente una carga adecuada para su arma, sin dejar de mirar al engendro >>
-¡Joder no hay ninguna carga buena!-protestó el esclavo flacucho.
-¡Pásamela a ver si a mí me vale!-gritó Acero al verlo. El hombre de rostro demacrado, lanzó la munición, pero el hombre estaba tan débil que esta se quedó a medio camino-¡Mierda!
La bestia recuperó la vista, esta vez parecía haber fijado su objetivo en Acero. La miraba con ojos desafiantes, aquella mirada perturbadora la atemorizaba. El ser cogió carrerilla y velozmente se dirigió en busca de ella, pero el ataque fue en vano y terminó golpeándose contra el campo magnético que rodeaba la arena. Montones de pequeños rayos azules emergieron a causa del impacto.
Acero se acercaba lentamente hacia la carga de energía mirándolo de reojo a la bestia. Pero cuando ya estaba prácticamente tocándola con la punta de sus dedos, descuidó la vista un momento, acto que aprovechó el engendro para embestirla. Ambos cayeron al suelo forcejeando.
Acero estaba tan cansada y débil que no podía hacer nada por repeler los ataques de aquel ser inmundo. Este lanzaba zarpazos, la mayoría de ellos inútiles, como si de un borracho se tratara. Finalmente una de las garras de la bestia, quedó clavada en el costado izquierdo de su tripa.
Acero había sufrido mucho dolor en sus carnes los días anteriores, pero nada comparable con lo que le estaba produciendo la criatura. Veía pequeños destellos delante de sus ojos y solo escuchaba el grito ensordecedor que emitía la bestia. Esta hurgaba en la herida que le había producido, buscando causar más y más dolor.
Aun tenía a su alcance la carga, Acero miraba a su alrededor, todos los esclavos aun con vida miraban horrorizados la carnicería, pero ninguno se acercaba a ayudarla. Solo se digno a darle una patada a la munición, el hombre flacucho que le había lanzado anteriormente la misma, dejándola suficientemente cerca de Acero como para cogerla y cargar su arma.
El dolor continuaba estando presente y parecía que la criatura disfrutara con ello. Acero se armó de valor y aprovechando que la bestia tenía puestos los ojos en otros menesteres, cargó conforme pudo el rifle. Esta vez hubo suerte y la munición era la adecuada.
-¡Lo siento por ti!-dijo con un tono de voz tan débil que no escuchó ni ella misma-¡Serás el único hombre que verá volar su propia cabeza!-Acero apoyó el rifle en la arena, encañonando a la criatura. Con todas sus fuerzas apretó el gatillo y la plaza entera enmudeció.
La cabeza de la bestia había reventado, los sesos de la misma habían quedado esparcidos por los alrededores. El ser levantó las manos girando las palmas hacia donde debía estar su cabeza, girando velozmente los ojos a izquierda y derecha. La garra derecha estaba completamente cubierta de sangre, sangre procedente del cuerpo de Acero. Instantes después la bestia se desplomó sobre la arena.
El público enloqueció, todos coreaban el nombre de Acero, pero ella los escuchaba cada vez más y más lejos. Su vista comenzó a nublarse y una fuerte arcada le dejó un sabor amargo a sangre en el paladar.