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miércoles, 17 de diciembre de 2014

CAPÍTULO XLIII - ADIOS MI HOGAR



FUENTE



Tenía la sensación de estar más drogado que de costumbre. La sangre de la abominación, no le dejó ver nada mas allá de su mano aferrada al cuchillo, mientras ambos se precipitaban al vacío. De pronto despertó en aquel extraño lugar. Un sitio oscuro, lleno de aparatitos por doquier, con varios robots diminutos. Volaban alrededor de su cabeza, haciendo a saber que con ella, pero a él no le importaba lo más mínimo. Al fin y al cabo no notaba nada en ninguna parte de su cuerpo.
Miraba a uno y otro lado en busca de alguna referencia que le indicara donde podía estar, pero no podía ver con claridad más allá de su nariz, y la potente luz blanca, que alumbraba la mayor parte de su cuerpo, más que ayudar, entorpecía.
Solo podía mover los ojos, el resto de su organismo no respondía a ningún estímulo.
De repente, los diminutos robots dejaron paso a un tercero de dimensiones grotescas, si lo comparaba con aquellas moscas cojoneras.
Cada vez lo veía con más claridad, tenía un parecido similar al de la extraña nave que posó sobre el edificio, a la bestia que acabó con su amigo, pero aunque allí dentro parecía gigantesca, esta era mucho más pequeña que la que vio en aquel fatídico instante.
-¿Que tenemos aquí?-la voz que emitía aquel extraño robot parecía real, como si tuviera cuerdas vocales humanas, nada que ver con los sonidos enlatados que proyectaban los robots normales-Ah sí. Es el protector de la metrópolis. El matagigantes-Fuente intentaba responderle, pero su boca no conseguía articular sílaba alguna-No te esfuerces, no podrás moverte hasta que yo lo ordene. Mírate y dime si te gusta tu nuevo aspecto.
Fuente bajó la vista haciendo caso a las órdenes del robot. Comprobó que no era su cuerpo, parecía más bien el de un supermutante. De un color amarillento, con venas prominentes y una musculatura digna de las revistas de culturismo del antiguo mundo.
-¿Que mierda es esta?-preguntó desconcertado por su nueva imagen.
-Tu cuerpo no es este, está en otro lugar, un lugar cuya ubicación no te será revelada por seguridad. Mataste a mi Goliat, así que ahora me perteneces. Tienes que saldar tus deudas- <<Sea lo que sea esto, se droga mucho más que yo-pensó al escuchar las palabras del robot>> - Tienes la ubicación de un lugar el cual debes destruir. Mas te vale seguir mis instrucciones, de lo contrario pasarás la eternidad siendo un vegetal.
Inmediatamente después de escuchar aquellas palabras, todo lo que le rodeaba comenzó a sumirse en la oscuridad más absoluta. Momentos después, despertó de nuevo. Esta vez, estaba situado en lo más alto de los restos del edificio, en el que se enfrentó a la bestia.
<< ¡Que rallada por dios! >>
Fuente miró sus manos, continuaba siendo un supermutante. No entendía el porqué, pero los supermutantes no se atacaban entre si, al menos ser un monstruo podría ayudarle a salir de la gran metrópolis, no todo iban a ser malas noticias.
Miraba y miraba sus manos, como si de un niño con un juguete nuevo se tratara. Eran enormes y poderosas, comprobó que en su muñeca izquierda, portaba una especie de reloj con una pantalla llena de pequeñas grietas. Esta mostraba un punto específico en el mapa. Fuente imaginó que era el lugar que debía destruir según las órdenes del chiflado robot, pero ¿Como se supone que iba a hacer tal tarea?
Conforme caminaba en una dirección u otra, variaba la posición que marcaba el reloj. Fuente decidió seguir la trayectoria que marcaba aquel artilugio, quizás fuera la tan ansiada ruta de salida de la maldita metrópolis.
Como de costumbre, todos los edificios parecían iguales. La sombra que proyectaban era cada vez más pronunciada. Esta vez, no se detendría por nada, aunque ello implicara caminar a oscuras por la noche. Siendo un supermutante, no tenia porque tener miedo de posibles amenazas por parte de otros mutantes. De todos modos, si algún descerebrado intentaba atacarle, sería una buena opción para probar la fuerza de sus enormes puños.
La ciudad era deprimente, y cuanto más tiempo pasaba en ella más deprimente se volvía. A menudo, cuando Fuente llegaba a lo más alto de los edificios y contemplaba el paisaje, imaginaba como sería la metrópolis antes de la guerra. Llena de vida, gente paseando por cualquier lugar, coches volando, millones de lucecitas que iluminaban las calles y los edificios por las noches, creando un espectáculo de colores inimaginable. Pero ahora, lo único que veía eran montones y más montones de escombros.
El sol casi había desaparecido por completo, los últimos rayos aun bañaban la parte superior de los edificios más altos, pero a ras de suelo, parecía ya de noche. Solo la tímida luz que emanaba de la pantalla del reloj, mostraba a duras penas el camino que se supone, debía seguir.
Tan concentrado estaba en no perderse entre la oscuridad, que no pudo evitar chocar con otro supermutante de dimensiones similares a las suyas. Este giró levemente la cabeza mirándole de reojo, a duras penas se le veía el rostro. De mirada penetrante, y con esa característica sonrisa agresiva, de dientes grandes, que todos los supermutantes tenían grabada a fuego en la cara. Fuente no tenía medio alguno para ver su nueva jeta, pero estaba convencido de que la suya sería igual. Al verle, el supermutante pareció no tomarle como una amenaza gracias a su nuevo cuerpo, y se limitó a seguir comiendo casquería, que sacaba de un viejo saco empapado de sangre.
<< ¡Qué asco por dios!-pensó al verlo meterse restos de sesos en la boca>>
Era una sensación bastante extraña estar delante de un monstruo de esos, y que este no quisiera matarle, aunque por otro lado, nunca se había sentido tan seguro dentro de aquella maldita ciudad.
<< ¡Aun tendré que darle las gracias y todo al chiflado del robot!>>
Cada vez se adentraba más en la penumbra absoluta que imperaba en las calles. Las bestias raras comenzaban a tener más presencia en el lugar. Aquel era el sitio más inhóspito que podría haber en toda la región. Cada vez, era más notable la sensación de que aquella ruta, no le permitiría salir de la metrópolis.
Poco a poco comenzaba a ver los edificios, los escombros, las ruinas y los engendros con más claridad. Parecía como si el color de las cosas se hubiera disuelto en tonalidades grises. Por lo visto, los ojos de aquella bestia tenían la gran virtud de adaptarse a situaciones con escasez de luz. Un paisaje en blanco y negro se levantaba ante sus narices.
Se escuchaban disparos a lo lejos, seguramente hombres batallando contra alguna abominación, caza tesoros quizás, nadie en su sano juicio se adentraría tanto en la ciudad, si no fuera para conseguir un buen botín, repleto de riquezas o tecnología del antiguo mundo. Era muy difícil ver un mutante armado con metralleta, aunque en aquel lugar era más fácil que se diera el primer caso.
Rastreando el sonido de los disparos, Fuente se dirigió al origen de estos. Cada vez los escuchaba con más intensidad, incluso voces de alarma y gritos de dolor.
-¡No dejéis de disparar!
-¿De dónde ha salido esa cosa?
-¡Mierdaaaa!- Fuente se apresuró por llegar a la zona de acción, pero una vez allí, solo encontró los cuerpos descuartizados de cuatro hombres. Al parecer, habían topado con algún Behemoth. Tenían las extremidades desgarradas como hojas de papel, algo que solo una abominación de un tamaño similar a los Behemoth era capaz de hacer.
-¡Joder nunca conseguiré salir de aquí!-quiso decir, pero de su boca solo salieron gruñidos. Aquellos desgraciados iban muy bien armados, pero ello, no fue motivo suficiente para evitar acabar como la mayoría de sus compañeros. De entre todas las armas que dejaron esparcidas por el suelo, Fuente fijó la mirada en una Gatling pesada, una ametralladora plasma de gran calibre. Los mutantes no le atacarían, pero los hombres si lo harían, motivo por el que era mejor estar lo mejor protegido posible. Así que sin pensarlo dos veces, cargó con el arma y siguió el camino que marcaba el reloj.
Conforme avanzaba, los edificios parecían más pequeños. Era un buen indicador, de que cada vez estaba más cerca de salir de la metrópolis o al menos eso quería pensar. Pero seguía sin estar totalmente convencido.
<< ¿Como acabamos tan lejos?-pensó al darse cuenta de todo lo que había recorrido>>, no sabía cuántas horas había caminado, ni cuantas horas le quedarían hasta salir de allí. De lo que si estaba seguro, era de que nunca podría haberlo hecho siendo un humano, y menos aun, teniendo que volver noche tras noche al gigantesco estadio de futbol, donde se había establecido el campamento.
-¡Por fin!-quiso gritar, pero de su boca emanó un estruendoso rugido. A lo lejos, casi en el horizonte, reconocía las ruinas de aquellos edificios, los cuales no tenían una altura superior a la de dos plantas. Eran los límites de la ciudad, lugar por donde meses atrás, tanto Fuente como sus compañeros de escuadrón, habían comenzado su misión. Pronto, comenzaría a ver los barracones habitados, en las cercanías de la base del Ejército del Pueblo Libre.
La euforia del momento, desapareció de un plumazo, al darse cuenta que con aquel aspecto, no podría regresar a la base. No era él, era un mutante que no podía articular ninguna palabra armado con una ametralladora.
<< ¡Me cago en mi mala suerte!-pensó-¡Tanto tiempo buscando salir y cuando lo consigo no sirve de nada!>>
Cruzar la zona habitada por civiles era tarea fácil. Fuente conocía hasta donde se extendía aquel sector, podría bordearlo y así evitar ser visto por nadie. Pero no podía dejar de preguntarse para que iba a querer hacer eso. Una vez a las puertas de la base, sería atacado y él no podría hacer nada para dar a entender a sus antiguos compañeros, que no era una amenaza para ellos.
-¡Mierda, mierda, mierda!-gruñía una y otra vez, dándose cabezazos contra los restos de una pared. Por el reloj, comprobó que no se había desviado tanto de la trayectoria inicial. Al menos si seguía la nueva ruta, podría ver de lejos la base y recordar viejos tiempos.
Caminó por los límites del territorio ocupado por los civiles, los primeros rayos de sol de la mañana, bañaban las sucias aguas del rio y Fuente volvía ver el paisaje a todo color. A lo lejos vislumbraba la base, aunque aun podía acercarse un poco más sin correr el peligro de ser visto y así lo hizo. Pero una vez alcanzó el límite de seguridad, percibió una amenaza, pero no para él, sino para sus compañeros de la base.
Un pequeño ejército de unos cincuenta soldados, se organizaban escondidos entre las ruinas, al parecer se preparaban para asaltar el fuerte. Vestían una extraña servoarmadura de un blanco impoluto. Iban muy bien armados y por cómo se movían, parecía que sabían bien por donde tenían que atacar.
Fuente se sentía con la obligación de hacer algo para alertar a la base, fueran cuales fueran las consecuencias. Corrió bordeando el río para no ser visto por los atacantes. Una vez accedió a la zona de seguridad de la base, armó la ametralladora y comenzó a disparar, fijando su objetivo en el lugar donde se escondían los asaltantes de servoarmadura blanca. Aquella acción pareció dar sus frutos de inmediato, puesto que la alarma de la base comenzó a sonar. Cuando era humano, odiaba aquel estridente sonido, pero ahora era como una melancólica melodía para sus oídos.
El ejército enemigo comenzó a salir de su escondrijo, tomando una posición estratégica en el campo de batalla. Fuente pronto se vio envuelto en medio de un fuego cruzado, con escasas posibilidades de ponerse a salvo. La mayoría de las balas acababan impactando en su cuerpo, haciendo saltar por los aires, pequeños trozos de carne amarillenta y salpicones sangre, pero él no sentía daño alguno. Lo que si comenzaba a percibir era la fatiga que acumulaba aquel cuerpo, conforme los proyectiles le alcanzaban.
Consiguió acabar con tres de los soldados, pero aquello le costó toda la munición que disponía para el Gatling. Con una rabia desmedida lanzó el arma a varios metros. Esta no llegó a alcanzar a ningún enemigo, acción que Fuente lamentó en su interior.
Con los puños de supermutante como único armamento, Fuente caminó con paso firme en dirección opuesta a la base, allá donde había mayor número de soldados enemigos. Sentía que cada vez sus movimientos eran más lentos. Todas las armas enemigas y parte de las amigas, tenían puesto el punto de mira sobre su cuerpo, disparando sin miramientos. Pero por mucho que dispararan, no conseguían que él se detuviera.
Cuando ya casi había alcanzado al pelotón enemigo, sus piernas dejaron de responder. Se dio cuenta de que estaba con las rodillas clavadas en el suelo, a pocos metros de sus presas y no podía hacer nada por levantarse. En ese momento, uno de los soldados enemigos, aprovechó para armar un Toro.
<< ¡Mierda!-pensó al ver el arma-¡Si consigue disparar esa bestia saltaremos todos por los aires!>>
El soldado tuvo toda la tranquilidad del mundo para cargar el arma, o al menos eso le pareció a Fuente. Una vez equipado y con la ayuda de un compañero, apuntó hacia la base del Ejército del Pueblo Libre y disparó el proyectil.
Fuente estaba en medio de la trayectoria del misil, al parecer el soldado quería matar dos pájaros de un tiro. Con la poca fuerza que aún le quedaba en los brazos, consiguió interceptar el misil abalanzándose sobre él. Este lo arrastró varios metros, hasta que finalmente se detuvo amarrado entre sus brazos y en ese preciso instante, un zumbido ensordecedor inundó sus oídos. El zumbido paró de inmediato y todo cuanto le rodeaba volvió a la más absoluta oscuridad.

domingo, 16 de noviembre de 2014

CAPÍTULO XLI- ESPECTÁCULO



ACERO



Dentro de aquella oscura jaula se sentía como una perra abandonada. Los días pasaban y la única persona que la visitaba dos veces al día, era el carcelero para traerle más mierda incomible. Nunca pensó que llegaría a echar de menos los platos de lamprea asada que servían en los bares de los casinos de Odín, aunque estos no se caracterizaran por ser los mejores, pero si los más asequibles. Tantos días comiendo aquel repugnante vómito, servido sobre un cuenco que parecía la parte superior de un cráneo humano, hacia que recordara la comida del casino como un exquisito manjar.
Dormía cuando la espalda se lo permitía, la celda solo era un agujero sin ningún tipo de comodidad. Su cama era cualquier rincón del suelo, que cada día parecía más frio y duro. Hacía sus necesidades en cualquier sitio, pero ya estaba todo tan manchado que las últimas veces ni se molestó en bajarse los pantalones para orinar.
Acero tenía la certeza de que aquello la estaba matando, pero ya no le importaba, el infierno no podía ser muy distinto a lo que estaba viviendo. A comienzos de estar allí, tenía la esperanza de que Llote Copa vendría a por ella con motivo de prepararla para el siguiente combate, al fin y al cabo era de su propiedad, o al menos eso decía, pero el tiempo le quitó la idea de la cabeza, perdiendo toda esperanza de salir con vida de aquel agujero. Cada vez estaba más segura de que su periplo por aquella esclavizada ciudad, había sido fruto de alguna apuesta entre la gentuza que estaba al mando y que el supuesto torneo, era una sucia artimaña para hacerlo todo mas creíble.
<< ¿Por qué no acaban conmigo de una vez?-pensó-¿Qué sentido tiene mantenerme con vida? ¿Serán tan sádicos que prefieren torturarme hasta morir?>>
Procedentes del exterior de la celda, se escuchaban unos pasos, seguramente el carcelero le traía la dosis de comida vomitiva habitual. A juzgar por cómo sonaban, muy constantes y a ritmo de pelotón, Acero notó como esta vez eran varias las personas que se acercaban a ella.
<< ¿Sera el verdugo que vendrá a poner fin a mi existencia?>>
El primero en aparecer fue el carcelero, con su típico olor nauseabundo. Aunque la celda apestara a sus propias heces, estas no llegaban a camuflar el aroma a alcohol que desprendía aquel desgraciado. Sujetaba con las manos la ración de basura que le servía cada día. Se arrodilló delante de la celda y tiró con bastante mala gana el cuenco de comida hacia donde estaba Acero. En el trayecto un poco de aquel asqueroso potaje cayó al suelo, acto que no le importó lo más mínimo, ya que ella llevaba bastantes días sin las fuerzas necesarias como para acabarse toda la comida. No había bocado que no le produjese arcadas.
-¡Esta bastante mejor que cuando la dejaste!-dijo en tono jocoso el carcelero-¡Esta más delgada y huele mejor!
Al ver a Llote Copa, Acero sintió como si hubiera venido a visitarla su propio padre. Era tal el grado de desesperación que había alcanzado en aquel agujero, que veía en el señor Copa como un aliado, como su única esperanza de salir de allí. Este al verla, susurró algo al oído del carcelero.
-¿No ves que si?-el carcelero la señaló. Fuera lo que fuera lo que Llote Copa le había dicho, quedaba claro que estaban hablando de ella-¡Observa con que carita de niña buena te mira!
-¿Te han tratado bien estos energúmenos?-su dueño le había hecho una pregunta, pero Acero no sabía muy bien cómo responder a ello.
-Pu...pu...pues-hacia días que no hablaba con nadie, al abrir la boca noto como toda la fuerza se le escaba en cada silaba que pronunciaba.
-¡No respondas!-ordenó Llote-¡Ya veo que no!
Aquellas palabras la sorprendieron gratamente, parecía que después de todo había alguien en aquel infierno al que le importaba su vida.
-¡Cógela Peste!-el carcelero, sacó de una bolsa de tela de color negro, un arma y la lanzó a sus manos.
-¡Fueyo déjanos solos!- ordenó Llote al carcelero, el cual desapareció inmediatamente sin decir palabra-¡Te voy a ser franco!-dijo una vez se cercioró de que Fueyo se había marchado-El torneo ha sido suspendido. En su lugar se va a celebrar un combate contra una de las bestias del Doctor Ju-Acero miraba horrorizada a su dueño ¿Participaría ella en aquel combate o continuaría allí encerrada?-Ayer nos hicimos con el control de Salatiga, un pueblo rico en comercio que nos permitirá nutrir de recursos a nuestros soldados cuando asaltemos el Odín y la decadente ciudad que lo rodea. En fin-Llote se encogió de hombros-Nuestro amado rey y señor de la Pena del Alba, quiere celebrar por todo lo grande nuestra triunfal marcha y ahí es donde entras tú.
Acero miraba el arma prestando atención a las palabras de su dueño, comprobó que se trataba de un rifle de energía, pero no tenía ni una sola bala en la recámara.
-¿Y tengo que luchar con un arma sin balas?-preguntó con mucha dificultad para articular las palabras.
-Atiende-Llote parecía tener la sonrisa tatuada en su rostro, porque daba igual de lo que estuviera hablando que siempre mostraba la misma mueca en la boca-Tú y el resto de presos aquí en el coliseo, luchareis contra el experimento del Doctor Ju. Todos llevarán armas a excepción de la bestia, que por otra parte no creo que le sea necesario. La escasa munición que dispondréis, estará repartida por toda la plaza. Cuando muera la bestia, todos los presos que sigan en pié conservarán su vida y podrán servir a sus dueños dignamente. No me falles Peste, el arma que tienes entre manos, es la misma que utilicé yo para dejar de ser un esclavo y conseguir mi liberación.
Después de esas palabras, Llote Copa se marchó sin ni siquiera despedirse. Acero no daba crédito a lo que su dueño había dicho. No se tragaba que él antes de ser un negrero, hubiera sido esclavo. Pero la bestia del tal Doctor Ju era otro cantar. Seguramente los otros presos estarían en las mismas condiciones que ella. Incluso dudaba que pudiera sujetar aquel pesado rifle de energía que le había entregado el carcelero y mucho menos, disparar con la suficiente puntería como para alcanzar al engendro. En cualquier caso esta vez, no se reducía todo a un solo superviviente como en las anteriores ocasiones, aunque las posibilidades de que todos murieran también eran altas por lo que Llote le había contado.
Momentos después a la marcha de su dueño, otro carcelero vino a por ella. Este olía bastante mejor que Fueyo, era enorme, de piel oscura y con un cuerpo exageradamente musculado.
-¡Andando!-dijo con un tono muy serio al mismo tiempo que abría la celda. Al levantarse Acero sintió un leve mareo, aquella basura que le servían por comida la había debilitado demasiado. Caminando con lentitud salió de la celda siguiendo al nuevo carcelero, el cual le daba la espalda muy confiado en que ella no intentaría atacarle.
<< ¡Tienes suerte de que este tan débil!-pensó al ver la chulería con la que le trataba el carcelero-¡En estos momentos ya estarías muerto!>>
El arma parecía pesar un quintal, era como si alguien estuviera tirando de ella hacia abajo. El carcelero no caminaba precisamente rápido, más bien todo lo contrario, pero Acero se sentía tan débil que no podía evitar quedarse rezagada.
Después de un buen paseo por los estrechos pasillos de la plaza, llegaron a lo que debía ser la puerta de acceso principal a la arena, donde esperaban el resto de presos vigilados por soldados equipados con servoarmadura blanca.
Acero vio como no era la única en hacerse sus necesidades encima. No era la única que lo había pasado mal, juzgar por el rostro de la mayoría de ellos. Incluso muchos aparentaban estar en peores condiciones que ella, algo que en otra situación hubiera sido un alivio, pero que en esos momentos la inquietaba.
-¡Dicen que el monstruo antes era un hombre!-dijo uno de los presos con voz temblorosa. Un hombre tan delgado que parecía un esqueleto con piel.
-Cuentan que asesinó a varios hombres de los señores del Alba y que por eso lo condenaron-explicó otro preso, este parecía haberse comido todo lo que no había comido el anterior.
-¡Menos cháchara montones de mierda!-protestó uno de los guardias e inmediatamente todos los allí presentes callaron.
Desde su posición Acero veía parte del graderío de la plaza, estaba a rebosar de gente expectante a lo que iba a suceder. El murmullo entre los espectadores era constante, hasta que finalmente sonó aquella condenada trompeta. Turuuuu... turuuuu...
-En conmemoración por la gran conquista de nuestro rey Penalba, hoy tendrá lugar un combate sin precedentes. El mal se enfrentará a sí mismo. Pecadores, impuros por naturaleza, contra la bestia que asesinó a nuestros hermanos. Que comience la fiesta- después del anuncio la condenada trompeta volvió a sonar. Acero odiaba ese sonido, la enfurecía.
Lentamente la puerta metálica que daba acceso a la arena comenzó a subir. Los guardias empujaban sin miramiento a todos los presos hacia el exterior. Al salir a la arena comenzó el alboroto entre los espectadores. La puerta rápidamente quedó cerrada y una especie de campo magnético de color azul claro rodeó la arena, impidiendo cualquier escapatoria posible, pero de la bestia ni rastro.
Acero encontró una carga de energía medio enterrada en el suelo, pero cuál fue su sorpresa, que al intentar cargar el rifle comprobó que no era válida. Mirando detenidamente observó que cada preso tenía un arma diferente, a saber donde encontraría otra carga. Con rabia la tiró de nuevo al suelo.
El campo magnético desapareció, al otro lado, otra puerta idéntica a la anterior, comenzó a elevarse. El alboroto del público tomaba más fuerza, sabían de sobra que al otro lado aguardaba la bestia, el espectáculo que realmente habían venido a ver.
Una vez Acero vio a la bestia salir, comprobó que era mucho peor de lo que había imaginado. Un ser antinatural, sin ojos en su rostro, de piel pálida y arrugada, por manos tenía dos garras con uñas negras bien afiladas, que al posarlas sobre el rostro con las palmas mirando hacia el exterior, descubrieron algo mucho más horrendo que el propio ser. Tenía los ojos incrustados en las palmas de la mano, unos ojos grandes que se movían sin parar en busca de su primera presa. Cuando la bestia decidió salir al exterior de la arena, la puerta se cerró de inmediato y el campo magnético volvió a ser activado.
Los ataques de la bestia habrían sido cuanto menos torpes si sus presas estuvieran en plenas facultades, pero ahí estaba la gracia del juego o al menos Acero así lo pensaba. Un engendro inútil contra unos esclavos marchitos.
Debía ser algo de lo más horripilante ver lo que los ojos de aquel desgraciado deforme, estarían viendo en esos momentos mientras desgarraba la piel a zarpazos de su primera víctima. Al acabar con él, la bestia volvió a poner las manos sobre su cara para buscar el siguiente objetivo. El público enloqueció al ver como los ojos del ser estaban completamente cubiertos de sangre. Estaba completamente cegado y no paraba de intentar limpiarse con su propia piel, restregando las garras por todo el cuerpo.
<< Cuanto sufrimiento gratuito-lamentó Acero en su interior, mientras buscaba desesperadamente una carga adecuada para su arma, sin dejar de mirar al engendro >>
-¡Joder no hay ninguna carga buena!-protestó el esclavo flacucho.
-¡Pásamela a ver si a mí me vale!-gritó Acero al verlo. El hombre de rostro demacrado, lanzó la munición, pero el hombre estaba tan débil que esta se quedó a medio camino-¡Mierda!
La bestia recuperó la vista, esta vez parecía haber fijado su objetivo en Acero. La miraba con ojos desafiantes, aquella mirada perturbadora la atemorizaba. El ser cogió carrerilla y velozmente se dirigió en busca de ella, pero el ataque fue en vano y terminó golpeándose contra el campo magnético que rodeaba la arena. Montones de pequeños rayos azules emergieron a causa del impacto.
Acero se acercaba lentamente hacia la carga de energía mirándolo de reojo a la bestia. Pero cuando ya estaba prácticamente tocándola con la punta de sus dedos, descuidó la vista un momento, acto que aprovechó el engendro para embestirla. Ambos cayeron al suelo forcejeando.
Acero estaba tan cansada y débil que no podía hacer nada por repeler los ataques de aquel ser inmundo. Este lanzaba zarpazos, la mayoría de ellos inútiles, como si de un borracho se tratara. Finalmente una de las garras de la bestia, quedó clavada en el costado izquierdo de su tripa.
Acero había sufrido mucho dolor en sus carnes los días anteriores, pero nada comparable con lo que le estaba produciendo la criatura. Veía pequeños destellos delante de sus ojos y solo escuchaba el grito ensordecedor que emitía la bestia. Esta hurgaba en la herida que le había producido, buscando causar más y más dolor.
Aun tenía a su alcance la carga, Acero miraba a su alrededor, todos los esclavos aun con vida miraban horrorizados la carnicería, pero ninguno se acercaba a ayudarla. Solo se digno a darle una patada a la munición, el hombre flacucho que le había lanzado anteriormente la misma, dejándola suficientemente cerca de Acero como para cogerla y cargar su arma.
El dolor continuaba estando presente y parecía que la criatura disfrutara con ello. Acero se armó de valor y aprovechando que la bestia tenía puestos los ojos en otros menesteres, cargó conforme pudo el rifle. Esta vez hubo suerte y la munición era la adecuada.
-¡Lo siento por ti!-dijo con un tono de voz tan débil que no escuchó ni ella misma-¡Serás el único hombre que verá volar su propia cabeza!-Acero apoyó el rifle en la arena, encañonando a la criatura. Con todas sus fuerzas apretó el gatillo y la plaza entera enmudeció.
La cabeza de la bestia había reventado, los sesos de la misma habían quedado esparcidos por los alrededores. El ser levantó las manos girando las palmas hacia donde debía estar su cabeza, girando velozmente los ojos a izquierda y derecha. La garra derecha estaba completamente cubierta de sangre, sangre procedente del cuerpo de Acero. Instantes después la bestia se desplomó sobre la arena.
El público enloqueció, todos coreaban el nombre de Acero, pero ella los escuchaba cada vez más y más lejos. Su vista comenzó a nublarse y una fuerte arcada le dejó un sabor amargo a sangre en el paladar.

sábado, 18 de enero de 2014

CAPÍTULO III - REBELDES





GRAN JOHN


El eco de los disparos no cesaba ante la lenta avalancha de necrófagos salvajes que recorría las calles adyacentes al edificio donde se encontraba Gran John. Situado en la azotea de lo que era la estructura de un edificio de cuatro plantas, sentado en una silla metálica.
Debajo una plaza llena de escombros, siete necrófagos abatidos por su rifle de Plasma de A3-21 y su compañero supermutante Potito.
-¡Déjame alguno!-gritó. Los Supermutantes o meta-humanos eran humanos mutados, producto de la infección con el Virus de Evolución Forzada o V.E.F. Mucho más altos y musculosos que los humanos normales, tenían generalmente una piel verdosa, gris o amarillenta, inmunes a las enfermedades y a la radiación y con una fuerza y resistencia sobrehumanas. Aunque eran estériles, la rápida regeneración de sus células causada por el V.E.F. los hacia biológicamente inmortales, pero no inmunes a la muerte por heridas. Potito a diferencia de sus hermanos era de los pocos que aun no había perdido la razón.
-¡Ja...ja...ja...!- sentado en su silla Gran John tenia una vista perfecta de la plaza. Liándose un porro enorme y bebiendo cerveza veía acercase cualquier amenaza con la tranquilidad de estar bien protegido. Al fondo había un montón de escombros de la misma altura que el edificio. << ¡Lastima ese edificio daría mejor vista!>> lamentaba en su interior. La plaza estaba comunicada por cuatro calles. Era la vista de una ciudad en ruinas, arrasada por numerosas batallas. Lo que pareció ser una ciudad superpoblada y llena de vida, era ahora un montón de escombros inhóspitos.
Muy poca gente había visto en aquel lugar. Y cuanto más se adentraban en la ciudad mas desierta estaba. Por el tamaño de los edificios en ruinas deducía que estaban en el centro o casi en el centro de aquella ciudad fantasma.
-¿Donde esta Glanius?- dijo dándole una calada al porro. Su compañero alzo los hombros, musculados y verdes en señal de no saber nada -Estará echándose la siesta.
En ese momento algo sonó, como un derrumbamiento de escombros. Miró pero no vio nada.
-¿Que cojones es eso?- Potito estaba alterado, no le gustaban los sonidos fuertes. Esta vez fue mas cercano, algo se acercaba pero Gran John no veía nada desde la azotea. Por lo que decidió coger su cañón Gauss y mirar por la mira telescópica de alta definición.
Inspeccionó cada palmo de la plaza con la mira del rifle pero no encontró nada, mientras el sonido era cada vez más fuerte.
-¡Mierda!- escuchó maldecir a Potito. Quitó la mirada del cañón y observó a su izquierda como su compañero luchaba por no ser aplastado por una de las botas del gigantesco mutante que le atacaba.
-¡Es un Behemoth!- El Behemoth era la especie de supermutantes mas difícil de liquidar con diferencia. Doblaba en estatura a Potito, tenía una joroba muy pronunciada y en una de las manos llevaba cogido por los pies el cadáver de un hombre.
-Espera tío ya voy- si algo tenia Gran John era paciencia, no se alteraba por nada. Dió una gran calada al porro y se lo dejo apoyado en sus labios. Apuntó con la mira del cañón al pie que intentaba aplastar a su compañero y disparó.
Impactó de lleno en el pie de la monstruosidad e hizo que cayera de espaldas. Una vez en el suelo Potito fue a golpearlo con su mazo pero la criatura se levantó rápido y le golpeó con el cadáver que tenia en la mano, lanzándolo contra la pared de uno de los edificios de la plaza.
-¡Glaniuuuss! ¿Donde estas?- gritó Gran John, pero su grito se quedó sin respuesta -¡Cago en la hostia!- estaba seguro en la azotea pero su compañero corría serio peligro si no acababa pronto con la criatura.
La criatura dio un salto y intentó trepar hasta la azotea -¡Sube y veras Madrid campeón!- gritó desafiando al behemoth. Gran John tenía tres granadas de plasma colgadas de una cinta alrededor del pecho, cogió una y esperó. Una vez el gigantesco mutante asomo la cabeza por la azotea, le lanzó la granada que impactó de lleno en el rostro, haciéndolo caer los cuatro pisos de altura. Una gran nube de polvo y escombros volando inundó la plaza. El grito de dolor de la bestia retumbaba en las paredes adyacentes, pero no cesaba en su intento por acabar con ellos.
Gran John volvió a cargar el cañón y disparó dos veces mas a la cabeza de la gigantesca mole, esta se quedó aturdida sangrándole la frente y las encías, arrodillada, con las grandes manos apoyadas en una montaña de escombros. En ese momento sonó el filo de una espada y el crujir de la carne. El behemoth cayó muerto al suelo.
-¡Y con una estocada Glanius mata al toro de la tarde!- había aparecido de la nada y con un golpe certero de su catana atravesó la cabeza del mutante. Era fan de las espadas prueba de ello es que siempre llevaba una encima, bien afilada y cuando tenia ocasión no dudaba en ponerla a prueba.
-¿Potito estas bien?- grito Gran John con un tono tranquilo pero potente.
-Tengo dolor de cabeza- respondió su compañero el mutante - ¡Pásate el porro anda a ver si se me pasa!
-¿Donde te habías metido Glanius?- preguntó echándole el porro al mutante.
-Mira esto- llevaba colgando de la espalda un saco viejo de tela color verde pálido. Lo dejo caer en el suelo, el golpe hizo sonar el interior. Era un sonido metálico.
-¡Ostras!- el saco estaba lleno de dinero de antes de la guerra. El dinero de antes de la guerra escaseaba, la mayoría había sido quemado, desgarrado o perdido entre los escombros. Pero era de gran valor y con unos cuantos miles se podía vivir con todo lujo durante unos cuantos años.
-¡Habrá como doscientos pavos en monedas!- exclamó Gran John sorprendido al ver el montón de monedas que dejaba entrever los pliegues del saco.
-¡Doscientas trece para ser exactos!-replico Glanius moviendo las monedas con la punta de la espada-¿Lo declaramos?
-Si lo declaramos al comisionado de economía del ejército nos va a quedar una puta mierda a cada uno.
El comisionado de economía era el órgano encargado de gestionar los presupuestos del Ejército del Pueblo Libre. Presupuestos que obtenían con el pago de impuestos por parte de los ciudadanos, botines de guerra y objetos de valor que encontraban los soldados en misiones aisladas.
El Ejército del Pueblo Libre fue fundado sesenta años atrás. El fundador, el señor Ignacio Delfín, un hombre que dedicó hasta el último suspiro de su vida a la protección de los más débiles. Su idea reunir ciudadanos voluntarios e instruirlos en las artes de la guerra, con el fin de acabar con la injusticia, el vandalismo y restaurar la paz en todo el territorio. El ejército se financiaba a base de donaciones voluntarias por parte de la ciudadanía como comida, agua, munición y dinero en muchos casos.
Este fue el funcionamiento hasta la muerte del fundador. El ejército era idolatrado por todos. Los soldados los héroes de los niños. Niños que al tener suficiente edad se alistaban motivados por sus héroes.
A la muerte del señor Delfín todo cambió. Capitaneado por el hijo del fundador Junior Delfín y un sequito de ciudadanos interesados, cambiaron la política del ejército. Los impuestos se volvieron elevados y obligatorios. Aquel ser humano que no pagara los tributos al organismo económico del ejército no disfrutaría de protección alguna. Eran incontables las veces que se había visto morir a un civil a manos de otro o un insecto mutado, vándalos asaltando bares y tiendas de comercio ante la mirada pasiva de los soldados por no haber pagado los tributos. Soldados castigados por salvar la vida de civiles sin autorización porque estos no estaban al día en el pago de sus cuotas.
-¡Estoy hasta los cojones!- maldecía Gran John -Cuando me aliste Papa Delfín estaba al mando del ejercito- era el mote que le habían puesto los soldados al fundador del ejercito
-Luchábamos por un bien común, pero ahora... lo hacemos para que el cabrón de Junior y sus amigos se llenen los bolsillos a nuestra costa.- Gran John llevaba cerca de una década a los servicios del ejercito. Era un hombre de unos treinta años y desde los diecisiete había servido a la causa. Alto, robusto, pelo largo ondulado y una sonrisa falta de dientes fruto tantos golpes recibidos al servicio del pueblo - ¡Pero ya no más esto se acabo! ¡Cuando lleguemos le diré al pececito que dimito!- concluyó. Pececito era el mote de Delfín Junior. Casi todos en el ejército tenían un mote, este casi siempre lo asignaba un compañero de mayor rango, aunque la mayoría eran soldados por lo que los motes solían cambiar con el paso del tiempo.
-¿Y que vas a hacer? ¿Montar tu propio ejercito?- bromeo Potito dando las ultimas caladas al porro.
-Ya veremos. ¡Vámonos que se hace tarde!
Recogió sus armas en la azotea. Estaba anocheciendo, los últimos rayos de sol rebotaban entre las partículas del polvo que inundaba aquel sitio fruto de la reciente batalla.
Registraron el cuerpo inerte del Behemoth y del pobre hombre que llevaba por arma el engendro. No encontraron más que polvo, restos humanos y un paquete de tabaco manchado de sangre sin estrenar.
Caminaron hacia el sur, en busca del río que cruzaba la antigua ciudad donde se situaba uno de los puestos de vigilancia del ejército. Allí les esperaba comida caliente, Whisky y una cama donde dormir no sin antes realizar la ultima patrulla por los alrededores del complejo para evitar posibles amenazas nocturnas.
La comida y la cama corrían a cargo del presupuesto anual del ejército, pero la munición y el equipamiento tenia un coste por alquiler para los soldados. Gran John lo sabia y también sus compañeros Glanius y Potito. Tenían las monedas para realizar el pago, en ese caso no les quedaba mas remedio que declararlas como botín de guerra para no correr el riesgo de ser descubiertos y ser castigados por ello.
Potito era el único que utilizaba armas propias, sus fuertes puños y una maza que fabricó con un tubo rígido y un bloque de hierro macizo unidos por muchos alambres.
Glanius tenía su fiel katana en propiedad pero el resto de armas eran de alquiler.
Gran John disfrutaba del mejor equipamiento del ejercito excepto de la servoarmadura. Vestía una armadura convencional de antes de la guerra, que recientemente le había quitado al cuerpo sin vida y en plena descomposición de un hombre que encontró sepultado entre los escombros de una gasolinera en ruinas hacia unas semanas. Pese a los múltiples lavados la armadura aun apestaba a podredumbre, y semanas de poca limpieza corporal tampoco ayudaban mucho. Aunque un campamento de veinte o treinta hombres y un supermutante con una higiene similar ayudaba bastante a disimular olores.
-Nos tienen cogidos por los huevos, deberemos declarar y pagar los alquileres sino queremos salir a patrullar en gayumbos- dijo Glanius, mientras fumaba un cigarro camino de regreso.
-Pagaremos, pero estoy arto de alimentar a esta arpía que llamamos Ejercito del Pueblo Libre y que en realidad lucha por ella misma- añadió Gran John.
-Estoy contigo colega y espero que Potito también-Potito asintió la cabeza-Ojalá el pueblo se sublevara como antaño contra estos matones a sueldo, si Papa Delfín levantara la cabeza...
-¿Acaso la humanidad no ha derramado suficiente sangre? Esto hay que iniciarlo desde dentro, como un virus que poco a poco vaya devorando este sistema corrupto que ha creado Pececito y sus secuaces- Gran John era muy fan de las teorías conspiradoras, había leído casi todos los libros de grandes conspiraciones que aun se conservaban de antes de la guerra.
El camino de regreso fue tranquilo, salvo cuatro necrófagos salvajes que Potito se encargo de machacar con sus propios puños. Cuanto más cerca del campamento mas casas en ruinas habitadas había. El centro de la ciudad era lo más castigado por la guerra, sin embargo las periferias se mantenían en bastante mejor estado y actualmente eran los sitios donde más población se podría encontrar. Bares nocturnos, casas de empeño, prostíbulos, armerías, tiendas de alimentación, todo iluminado con luces de todas formas y colores posibles, como si de una feria ambulante se tratara.
Lo mas frecuente a esas horas era ver gente ebria vagando por las calles de bar en bar, tanto civiles como soldados en horas de permiso. Otros durmiendo en el suelo tapados en cartones por no tener casa donde cobijarse, dinero para pagarse una pensión o simplemente estar demasiado borracho para volver a casa por su propio pie.
El alcohol se había convertido en la única vía de escape de mucha gente en aquel mundo de depresión continua.
De entre la multitud Gran John observó sentada en el suelo una niña, no tendría más de ocho o nueve años. Estaba bastante flaca, muy sucia, con la cara llena de barro seco. Vestía ropa vieja y desgarrada. Por el trapo sucio con munición de fuego de poco calibre que tenia en el suelo debía comerciar para ganarse la vida. << ¿A esto hemos llegado?>> pensó Gran John, se dirigió a donde estaba y de cuclillas le pregunto:
-¿Quien eres?-
-¡No soy nadie!- respondió la niña con voz bajita.
-¿Y tus padres?-
-¡Soy huérfana!- para ser una niña tan joven respondía muy segura y sin titubear. Gran John extrañado seguía preguntando.
-¿No tienes casa? ¿Donde vas a pasar la noche?-
-¡Las calles son mi casa!- la ultima respuesta de la niña caló en lo mas hondo del corazón de Gran John.
-Trae eso Glanius- señaló al saco que llevaba su compañero con las monedas, metió la mano dentro y sacó un puñado de monedas -Toma búscate un lugar donde dormir y comer caliente las calles no son la casa de nadie- la niña cogió las monedas y salió corriendo en dirección contraria a donde iban Gran John y sus compañeros, dejándose el trapo con la munición -¡Al menos esas monedas servirán para una buena causa!