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martes, 17 de noviembre de 2015

CAPÍTULO L – MATA GIGANTES



CRISTINE


En aquel sitio no parecía pasar el tiempo. Todas las mañanas el mismo ritual. Era algo extraño, desde que llegó a aquel lugar todos los días la bañaban, siempre la misma mujer vestida con harapos, al amanecer entraba en la habitación con una especie de esponja y un cubo metálico con agua limpia, la frotaba a conciencia y cuando ya le había repasado cada rincón de su cuerpo, la vestía con ropa del antiguo mundo, la cual daba una sensación de desnudez que poco dejaba trabajar a la imaginación, para luego desaparecer sin decir una sola palabra. Cristine a pesar de su timidez, intentaba hablar con ella, pero sus esfuerzos eran en vano. Esta, una mujer adulta, la cual las adversidades de la región parecían haberle pasado factura a su marchita piel, muestra de ello eran las múltiples heridas en su pálido rostro o que decir de las enormes cicatrices en los brazos, miraba hacia otro lado en cuanto Cristine abría la boca. Y por lo visto aquella mañana no iba a ser diferente.
-¿Por qué haces esto?-preguntó Cristine, pero como de costumbre no obtuvo respuesta-¡Te prometo que no diré nada a nadie!-nada, la misma respuesta, como si le hubieran cortado la lengua a la pobre mujer.
Era el único contacto humano que tenía al día, después del baño matutino pasaba las horas muertas en la habitación sin hacer nada más que lamentarse. El cuarto estaba decorado con cortinas de colores colgadas de la pared. La luz natural, brillaba por su ausencia, la poca luz de aquella sala procedía de una bombilla que apenas alumbraba las moscas de su alrededor. Cuando entraba en la habitación la mujer no solía cerrar completamente la puerta y los rayos del sol se colaban tímidamente a través de las grietas de esta. En ocasiones encendía un pequeño fuego, en un recipiente de cerámica con los bordes bastante rotos que había situado en el centro de la habitación. Este más que alumbrar daba calor, y junto con el bochorno que entraba del exterior hacia que sudara como un mutajabalí. Quizás esa fuera la razón por la que la limpiaban tan a fondo, porque seguramente apestaría a sudor rancio aunque ella no se lo notara.
La mujer acabó su tarea y como de costumbre salió de la sala tal y como había entrado, con la boca cerrada. Esa mañana Cristine se había levantado con el cuerpo revuelto, tenia nauseas y cada vez que pensaba en comer las arcadas hacían acto de presencia. Seguramente la basura que la mano enguantada le servía por la trampilla que había situada debajo de la puerta para comer, le había sentado mal. Jamás había probado una comida tan asquerosa y eso que en el Notocar había comido toda clase de porquerías. <<¡Dios lo que daría por un buen trozo de hombrepez!-pensó>>, y el vómito no se hizo esperar. No fue nada, solo un poco de moco blanco, aun no había comido nada desde que despertó, pero tampoco tenía apetito.
-¿La putilla del rey esta lista?-escuchó en el exterior, una voz masculina bastante grave que al parecer, se refería a ella.
-¡No es una puta!-rechistó una voz femenina, esta sonaba como la de una mujer adulta y cansada, ¿Seria la voz de su limpiadora? -Tiene sentimientos como todas nosotras, no es ningún pedazo de carne.
-Seguro que si...-vaciló el hombre-Ninguna de vosotras ha sido capaz de darle al rey lo que el rey necesita, si yo fuera él-sonaron unas fuertes risotadas-hacía un buen guiso con vosotras mientras aun os quedara carne en brazos y piernas. No tiene sentido malgastar recursos en algo tan inútil.
-¡Algún día te tragaras tus palabras maldito cretino machista!
-¿Y quién se encargara de eso?¿Tu?-por un momento hubo silencio-¡Aparta zorra! ¡Déjame que la vea!-el hombre abrió ligeramente la puerta y asomó la cabeza por la apertura. Un rostro bastante desfigurado, de piel morena y sucia a más no poder, con una sonrisa desdentada que desprendía un hedor tan fuerte, que a punto estuvo hacer vomitar de nuevo a Cristine-¡Menudo pastelito va a comerse el rey!-dijo nada más verla, ella se asustó y se refugió en la esquina de la habitación mas apartada de la puerta-No hace falta que te escondas bonita, de aquí no vas a salir. El te encontrará de todos modos, más vale que te portes bien si no quieres acabar como las demás.
Aquel desgraciado cerró la puerta dejándola sola de nuevo. ¿A que se referiría con lo del pastelito del rey? ¿Quién coño era el rey?
-¿Lo has hecho como te ordené?- escuchó a las afueras al poco de marcharse el energúmeno desdentado, esta vez debía ser un robot por como sonaba la voz.
-¡Limpia cada mañana como ordenaste!-respondió la misma voz femenina que momentos antes había plantado cara al energúmeno, sin duda se trataba de la mujer que la limpiaba y vestía día sí y día también.
-¡Así me gusta! ¡Limpitas y que huelan bien!-parecía como si el robot se ahogara al articular cada palabra-¡Al anochecer límpiala de nuevo!-cogió aire con tanta ansia que Cristine lo escuchó como si estuviera allí dentro con ella-¡Hoy es el día!
No entendía nada de lo que estaban tramando delante de la puerta, pero no le gustaba nada lo que había oído. Algo iba a pasar con ella al anochecer, y lo único que podía hacer era esperar allí sola, sin armas, indefensa. <<¡Si Jacq estuviera vivo seguro que ya habría venido en mi busca!-pensó-¡Pero ese mal nacido de Mosarreta lo mató!>>. Habían pasado como siete días desde que aquel desgraciado incidente tuvo lugar en la casucha de Pervert, aunque no estaba segura del todo, pero el recuerdo del puño de Mosarreta explotando en el torso de Jacq, lo tenía grabado a fuego en su cabeza y cuando intentaba dormir, aquella pesadilla la atormentaba noche tras noche. Cristine aun agachada en aquella esquina, rompió a llorar como un bebé.
El día pasó rápido, la mujer que la limpiaba entró de nuevo tal y como le había ordenado el robot. Tenía cara de asustada, reflejo de que quizás sentía el miedo que ella debiera tener, pero a Cristine ya nada le importaba. Fuera lo que fuera lo que iba a tener lugar con ella de protagonista, mejor que pasara cuanto antes. Si su vida aquella noche encontraba el final de su camino aun mejor, ya no había nadie con vida que la quisiera en aquel condenado mundo, no tenía sentido alargar más la agonía.
-¡Rápido!-dijo la mujer en voz bajita, mostrándole un cuchillo de dimensiones considerables que llevaba escondido entre los trapos de limpiar-¡Guárdalo entre las sabanas!
-¿Y esto?-preguntó Cristine extrañada-¿Primero no me hablas y ahora me das un arma?
-Todas hemos pasado por esto y no es plato de buen gusto-comentó la mujer-solo me conoces a mí, pero somos muchas a las que el rey ha intentado dejar en cinta, pero no quiere darse cuenta de que él es estéril debido a sus dolencias-suspiró-Y como para variar contigo tampoco lo conseguirá, solo dios sabe que será capaz de hacer esa bestia en cuanto vea que eres su enésimo fracaso.
-¿Y que se supone que tengo que hacer con esto?-preguntó Cristine mirando el gran cuchillo.
-¿Acaso ya olvidaste como usar esto?-vaciló la mujer-Según uno de los esclavos que te vio al entrar en la base, tu eres la famosa Cristine de Notocar, la que degolló a su jefe cuando este intentó violarla... ¿A caso me equivoco?
Un intenso escalofrío recorrió de arriba a abajo su cuerpo. ¿Cómo coño sabían quien era ella? No sabía dónde estaba, pero incluso en aquel recóndito lugar, sabían lo que había hecho con Arnazi.
-Entiendo...-Cristine se encogió de hombros- ¿Y que gano yo con esto?
-No será fácil, de hecho otras más fuertes que tú lo han intentado sin éxito. Es más, quizás sospeche algo y venga preparado, pero si consigues dar muerte a ese desgraciado, harás un bien para toda la humanidad. Nosotras te ayudaremos a escapar, serás libre como lo eras antes de llegar aquí. Ahora déjame que te limpie, no querrás que el rey te vea sucia y sospeche.
En cuanto la mujer cogió como de costumbre la esponja para lavarla, sintió como si nada hubiera pasado, como si fuera una de tantas mañanas, otra vez el ritual de siempre.
Al acabar, la mujer la vistió con un camisón de color blanco bastante fino y le echó por encima un líquido que hacía que toda ella oliera bien. <<¡Ojalá Jacq estuviera aquí!-pensó al notar la fragancia subiendo por su nariz-Debe ser mágico amar a alguien oliendo tan bien>> Imaginaba que las flores olerían así, pero eso era algo que ella nunca había podido comprobar de primera persona. Para variar, su limpiadora salió sin mediar palabra de la habitación, aunque esta vez le lanzo una mirada de complicidad antes de salir.
Sola, asustada, sabedora del peligro que aquello entrañaba. No sabía si hacerle caso a la mujer o por el contrario dejarse llevar y pensar en cosas bonitas para así, sufrir lo menos posible. Por momentos sentía que ya nada valía la pena, las fuerzas por luchar y seguir adelante la abandonaban.

El famoso rey, hizo su aparición por la puerta. Era mucho
Cristine atemorizada
peor de lo que había imaginado, ni siquiera parecía humano. Con la piel pálida y sonrosada, cubierto por una asquerosa mascara. Se quedó mirándola durante unos momentos sin decir nada. Cristine reconocía el sonido que hacia al respirar aquella cosa. Sin duda lo que escuchó por la mañana no era un robot, era el engendro que tenía delante suyo. Tenía el ceño fruncido como si se lo hubieran clavado a martillazos, no paraba de mirarla como si fuera a devorarla con los ojos. Cristine arrodillada encima de la cama, no dejaba de palpar disimuladamente el cuchillo para no perderlo de vista. Si iba a abandonar aquel horroroso mundo, no sería recordando que el último hombre que la tocó fuera aquella abominación, no después de lo bien que la había tratado Jacq, y mucho menos en contra de su voluntad.
Poco a poco y sin dejar de mirarla el rey comenzó a quitarse la coraza que cubría su pecho. Esta al caer al suelo dejo ver el torso del hombre, lleno de manchas, como si su piel fuera la de una patata. Cristine había visto infinidad de mutantes, pero ninguno con aquellos rasgos. Parecían cicatrices con mucho relieve, ella intentaba no hacer cara de asco, pero cada vez que veía las manchas no podía dejar de sentir arcadas. Pero aquello no parecía importar al rey, el cual se acercaba a ella sin dejar de mirarla. Escuchó el sonido de los pantalones del hombre al caer al suelo.
Para cuando quiso percatarse ya lo tenía encima, apestaba más que ninguno de los cabrones que se aprovecharon de ella en el Notocar. Al recordar la antigua prisión, sentimientos enterrados florecieron en su interior. No era la cara de aquella cosa la que veía delante de ella, era la cara del hombre que le había hecho la vida imposible desde que le conoció en la banda de los Trajes Grises, vio a Mosarreta.
-¡Hijo de putaaa!-Cristine echo mano del cuchillo, pero el rey fue mas rápido que ella y le aprisiono el brazo contra el colchón.
-¡Muy previsible bonita!-dijo con la enlatada voz de robot que emanaba de la horrible mascara. Sin casi esfuerzo, le quitó el cuchillo de la mano y lo tiró al centro de la habitación, cerca del recipiente donde la mujer poco antes había encendido el fuego. Acto seguido golpeó violentamente la cara de Cristine con la mano abierta e intentó penetrarla. Ella cruzaba las piernas con fuerza para que aquella cosa no le metiera lo que fuera que tuviera entre las piernas y al notar como el miembro de este la rozaba en busca de su objetivo, le asesto un rodillazo en sus reales partes, pudiéndose liberar de las manazas de este.
Cristine se levantó a toda velocidad de la cama con la intención de recuperar el cuchillo, pero antes de que pudiera alcanzarlo, aquella cosa la cogió de su pierna izquierda haciéndola caerse al suelo. Ella intentaba arrastrase hacia el centro de la habitación, donde el rey había lanzado el arma, pero este a pesar de su aspecto era bastante fuerte y no le soltaba la pierna aunque Cristine le diera patadas con la otra.
-¡Ven aquí!-repetía el rey una y otra vez-¡No eres más que una furcia!
-¡Déjame cabrón!-gritaba Cristine sin consuelo, intentando escapar de las garras del monstruo que la acosaba. El cuchillo estaba demasiado lejos como para alcanzarlo, pero el recipiente donde estaba encendido el fuego no. Ella lo cogió con tanta rabia que apenas notó como le abrasaba las palmas de sus manos. El hombre sin soltarla, se levantó del suelo, alzándola a ella como si un trofeo de caza se tratase. Cristine, boca abajo y colgando de su pierna izquierda, lanzó con todas sus fuerzas el cuenco, este impactó de lleno en la máscara del rey provocando una pequeña explosión.
Su acosador, el rey, la soltó en un intento por apagar su máscara con las manos. Cristine empujada por este cayó de espaldas al suelo, el golpe no le dolió, pero tenía las palmas de sus manos abrasadas y aquello era el mayor dolor que jamás había sentido.
-¡Cabrón!-gritó al rey que se retozaba de dolor encima de la cama, arañando la máscara chamuscada como si quisiera arrancársela-¿A qué jode que te jodan?-dijo vacilante entre sollozos. El hombre parecía ahogarse, de la máscara no salían gritos de dolor, sino pequeños soplos de aire, muy seguidos, como un globo al deshincharse. Rápidamente recogió como pudo del suelo el cuchillo que la mujer le había dado-¡Esta será la última vez que hagas daño a nadie!-lo miró con sus ojos inyectados en ira y sin pestañear le atravesó el cuello de un navajazo.
Todo se tornó de color rojo, el cuello del rey parecía una fuente que poco a poco perdía fuerza ante la atónita mirada de Cristine. De repente escuchó abrirse la puerta a sus espaldas, al girarse comprobó aliviada que se trataba de su limpiadora, al verla Cristine se derrumbó en el suelo entre lágrimas.
-¡No hay tiempo que perder criatura!-dijo la mujer en voz bajita-Debes escapar de aquí enseguida. Oh dios mío-gritó la mujer asustada nada más verle las manos. Parecían dos chuletas a la brasa carbonizadas, le dolía horrores, tanto que no podía ni siquiera cerrar las manos. No sabía cómo había sido capaz de empuñar el arma, pero ver el cuerpo desangrado del rey yacer sobre la cama con el cuchillo aun metido en el cuello indicaba todo lo contrario-¡Menos mal que vine preparada!-la mujer sacó una aguja como las que contiene líquido estimulante y le inyectó el contenido en ambas manos-dudo que las cicatrices desaparezcan, pero al menos en unos momentos podrás mover las manos como siempre.
-Gracias-fue lo único que Cristine pudo balbucear.
-Ten vístete con esto-ordenó la mujer mostrándole una coraza blanca-es una armadura como las que utilizan los soldados del rey, ponte el casco y sigue al soldado que te está esperando en la puerta.
-¿Y qué pasará contigo?-preguntó asustada.
-¡Lo que pase conmigo no es asunto tuyo criatura!-respondió con una tímida sonrisa en la boca. Era la primera vez que aquella mujer mostraba sentimiento alguno y ahora tenía que abandonarla allí, después de salvarle la vida sin Cristine poder devolverle el favor, aunque sospechaba que matar aquel monstruo sería el mayor favor que jamás podría haberle hecho.
Sintió un gran alivio en sus manos y pudo moverlas de nuevo, lo suficiente como para ponerse el casco. Allí dentro, embotada en aquella coraza, apestaba a rancio, pero tampoco estaba para exigir mucho.
Rápidamente y sin casi despedirse de la mujer, Cristine salió de la habitación que la había tenido recluida durante tantos días. Era una noche especialmente cálida y oscura. Sin mediar palabra, comenzó a seguir al soldado conforme le había indicado su limpiadora. Pequeñas explosiones se escuchaban a lo lejos, había un buen revuelo montado allí fuera.
-¡Los esclavos del rey están explotando!-escuchó como gritaban una y otra vez los soldados, algo muy gordo estaba pasando y todo parecía tener relación con la muerte del rey.
Cristine tenía mucho miedo, le temblaban las piernas al andar, pero debía ser valiente y mantener la calma si quería salir de allí con vida. Las explosiones sonaban cada vez más cerca, aquel sonido la martilleaba cada vez con más fuerza en el interior del casco hasta tal extremo, que a punto estuvo de quitárselo y mandarlo todo a paseo, pero finalmente cuando ya tenía sus manos posadas sobre el armazón desenganchándolo para quitarse la parte superior y liberarse el casco, las explosiones se silenciaron como si alguien hubiera pulsado el botón de apagado.
No les costó mucho llegar hasta una de las murallas que protegían el exterior de aquel horrible lugar o al menos así lo entendía Cristine, estaba vigilada por dos soldados vestidos como ella y el misterioso hombre que la había acompañado hasta allí. Patrullaban por la parte superior de esta y de vez en cuando apuntaban con sus armas hacia el exterior, estas parecían hacerles de linterna. Esperaron allí agazapados junto a uno de los barracones próximos a la muralla, en silencio, esperando a que los soldados se alejaran de aquel lugar.
-Cuando estemos arriba te empujaré al exterior como si fuera un accidente-le explicó el soldado que la acompañaba, este tenía una voz suave y agradable como la de un adolescente.
-Pero…
-No rechistes y hazme caso. No te preocupes al otro lado hay un pequeño barrizal que amortiguará tu caída. Está todo controlado- vaciló el muchacho-Subamos, les diremos que venimos a hacerles el relevo en su guardia. Cuando estés al otro lado corre y no mires atrás, no creo que tarden mucho en darse cuenta del pastel, y sobre todo no abras la boca en ningún momento.
Con toda la tranquilidad del mundo, su compañero en aquella huida subió por la destartalada escalera metálica que daba acceso a la zona superior de la muralla, Cristine en silencio y con el corazón a cien le siguió. Antes de que hubieran culminado el ascenso los guardias que vigilaban el cercado se percataron de su presencia y se dirigieron hacia ellos.
-¿A dónde coño vais?-preguntó uno de ellos.
-¡Venimos a daros relevo!-dijo el soldado adolescente terminando de subir la escalera, luego una vez arriba ayudó a Cristine a hacer lo propio.
-¡Debe ser un error!-espetó el guardia-Acabamos de dar el relevo nosotros.
-¡Mierda!-gritó el soldado que acompañaba a Cristine-¡El capullo de Ríos nos la ha liado de nuevo! –Se dirigió hacia Cristine-¡Aparta gilipollas!-el empujón fue tan fuerte que ella no tuvo que hacer nada para precipitarse al exterior. La caída fue desde una altura similar a la del Notocar, tenía la sensación de estar reviviendo la misma historia. Al darse contra el barrizal, el casco que protegía su identidad salió disparado, perdiéndose entre el barrizal y la oscuridad de la noche.
-¿Qué has hecho imbécil?-le reprochó el soldado a su compañero-¡Lo has tirado de la muralla! ¿Compañero estas bien?-de repente le enfocaron con la luz procedente de las armas-¡Es la golfa!-gritó nada más verla-¡Disparar!
Cristine corrió hacia la oscuridad con todas sus fueras, aunque a decir verdad la coraza la ralentizaba. Escuchaba el percutor de las armas de los guardias y las balas impactando cerca de ella, en el suelo, arboles, piedras, pero la noche estaba de su parte y ninguna lograba alcanzarla como para hacerle daño, la armadura estaba haciendo el resto.
Una piedra enorme se interpuso en su camino, el choche fue tal que ella salió despedida por encima de esta dando varias vueltas sobre sí misma en el aire, finalmente aterrizó dándose de bruces en el pedregoso suelo. Para su sorpresa los disparos habían cesado, al levantarse giró la cabeza y ya no vio nada más que oscuridad. Sin tiempo para lamentarse siguió corriendo sin mirar atrás tal y como le había dicho el soldado adolescente que la había ayudado a escapar, seguramente los guardias de la muralla habrían dado la alarma y ahora toda la base debía estar en su busca.

miércoles, 28 de octubre de 2015

CAPÍTULO IL – EL TABERNERO SIGUE BORRACHO





HUETER




No sonó otro disparo, en aquel lugar solo se escuchaba la tímida brisa meciendo los secos matorrales que había por doquier. Hueter sin pensarlo dos veces, cogió una de las armas que sujetaba uno de los fiambres del suelo. Una metralleta bastante peculiar y al parecer con una potencia de fuego considerable. Buscó por los alrededores algún lugar donde ponerse a cubierto, pero viendo la suerte que habían corrido los soldados que yacían abatidos delante de él, no parecía que aquello fuese tarea fácil.
El miedo se apoderó de su cuerpo, decidió esperar allí, agazapado, cubriéndose con el cuerpo de uno de los soldados caídos. De repente, la puerta de la torre más cercana se abrió.
-¡Tú cadáver con patas!-gritó un hombre asomándose a la puerta-¡Ven, no queremos hacerte daño!
Por experiencia, Hueter sabía que cuando alguien pronunciaba esas mismas palabras, quería decir justamente todo lo contrario, así que rápidamente soltó el cadáver y salió corriendo a toda velocidad para huir de aquel lugar. Su carrera, pronto se vio interrumpida por una bala que impactó en el suelo, entre sus pies;
-¡Si quieres vivir será mejor que obedezcas saco de huesos!-dijo otro hombre, Hueter se dio la vuelta lentamente con los brazos en alto, pero sin soltar el arma. Una vez de frente a la torre, observó que desde una pasarela situada a en la zona media de esta, un hombre alto y corpulento no dejaba de apuntarle con un rifle francotirador. Si era buen tirador, que al parecer lo era, solo había que ver la masacre de soldados al otro lado, no fallaría desde aquella distancia.
-¿Quieres dejar de hacer el gilipollas y venir?-rogó el hombre de la puerta. Hueter reconoció la voz de aquel hombre, era el zumbado que todos los días se dedicaba a poner música rock en la radio, a menudo se preguntaba desde donde emitiría los programas y parece ser que ahora lo acababa de descubrir. En ese momento, el miedo desapareció, bajó la guardia y obedeció al locutor de radio-¡Que tozudo eres amigo!
-¡Gracias!-Hueter recordaba cuantas solitarias y deprimentes noches en vela, había superado gracias a los programas de música de aquel hombre acompañados de una botella de Whisky-¡Tu música me salvo la vida!
-¡Y hoy te he salvado de la bala que el cazurro de arriba tenía intención de meterte entre tus ausentes cejas!-bromeó el locutor-Soy Hestengberg, aunque creo que ya me conoces y el locuaz de arriba es Gran John.
-¿Qué coño ha pasado aquí?-preguntó Hueter con timidez-¿Quiénes eran esos de ahí atrás?
-Soldados del ejército de la Pena del Alba.
-¿El ejército de la Penque?-aquello le sonaba raro, nunca había escuchado el nombre de dicho grupo.
-Maleantes, bien organizados y numerosos. Negreros que han venido desde el sur, con no muy buenas intenciones-respondió Hestengberg encogiéndose de hombros.
-¡Mal asunto!-lamentó Hueter-Si no teníamos suficiente con los Trajes Grises ahora esto...
-¿Los Trajes Grises?-interrumpió el locutor-Esos ya son historia. Los otros acabaron con ellos de un plumazo. Ven-hizo un gesto de aproximación con su mano izquierda-subamos con Gran John, tenemos asuntos que tratar.
De un portazo Hestengberg cerró aquel lugar a cal y canto, cruzó la puerta con una fuerte barra de metal dejando ésta prácticamente inaccesible desde el exterior. Tranquilamente y con la cabeza agachada, el locutor comenzó a ascender por las destartaladas escaleras que daban acceso a donde se encontraba el francotirador. Allí arriba, les esperaba Gran John, con un porro en la boca, soltando humo cual chimenea. Hueter conocía de sobra aquel hombre, lo había visto muchas veces en su taberna, siempre acompañado por el tipo de pelo largo y el supermutante al que apodaban Potito.
-¡Dichosos los ojos que te ven!-dijo Gran John nada más verle, al parecer el también le reconocía-¡No te había reconocido sin la botella en la mano!
-¿Os conocéis?-preguntó Hestengberg, al parecer un tanto confundido.
-Antaño regentaba una taberna al norte de aquí...
-Un cuchitril en toda regla-bromeó Gran John.
-Este capullo y sus secuaces, vinieron muchas veces a cobrar el impuesto de su jefazo, pero siempre volvían borrachos y con las manos vacías... je... je... je...-Hueter nunca aceptó hacer el pago por la protección del Ejército del Pueblo Libre, pero siempre la conseguía emborrachando a los soldados con su Whisky. Estos a cambio del festival de alcohol, hacían la vista gorda y muchas veces eran ellos mismos quienes pagaban la protección del bar. Hueter era un perro muy viejo y al trueque no había quien le ganara, casi todo el alcohol que vendía en su taberna era de fabricación propia y el coste de producción muy barato, negocio redondo aunque clientela escasa y mal pagadora-¿Qué haces aquí? ¿Donde están tus compañeros?
-Es una historia muy larga la verdad-lamentó Gran John-pero consideremos que ya no formo parte del ejército de Pececito-a Hueter le extrañó muchísimo la respuesta de Gran John. Era casi imposible dejar el Ejército del Pueblo Libre con vida, algo muy gordo debía haber pasado para que aquel grandullón lo consiguiera-¿Había alguien más contigo ahí fuera?
-¡Solo yo y el montón de fiambres!-explicó Hueter-Aunque un poco más atrás-recordó a Neil y sus compañeros clavados en aquellas horribles cruces-encontré a personas moribundas, crucificadas boca abajo. No tuve más remedio que aliviarles el sufrimiento.
-¡Las cruces invertidas!-interrumpió el locutor-Escuché hablar de ellas a los lugareños de otros poblados a través de las emisoras. Los crucifican boca abajo, y luego les atraviesan con un palo que les meten por el...
-¡Por dios cállate ya!-gritó John interrumpiendo las explicaciones de Hestengberg-¡No necesitamos tanto detalle!
-¡Perdón!-dijo el locutor dejando escapar una tímida sonrisa.
-Será mejor que nos encarguemos de recoger todas las armas y munición de entre los soldados de ahí fuera, aunque veo que nuestro amigo ya se ha servido bien.
-¿Esto?-preguntó Hueter en contestación a las explicaciones de Gran John-Solo cogí el arma visto el recibimiento que me disteis. Ni siquiera sé si funciona o tiene munición.
-Está bien, salgamos. Pronto anochecerá y será mejor que acabemos esto cuanto antes-no sabemos cuánto tardaran en volver esos mal nacidos-ordenó Hestengberg señalando la puerta de acceso a la torre en la parte inferior de esta.
Antes de emprender la excursión en busca de armas y munición, Gran John inspeccionó de nuevo en los alrededores de la torre desde la zona media de esta, para asegurarse que no había ninguna amenaza animal o humana que les pudiera poner en peligro. Una vez asegurada la zona, salieron de las instalaciones hacia el lugar donde yacían los cuerpos sin vida de los soldados.
-¡Con lo bien equipados que iban y lo rápido que cayeron estos capullos!-bromeó el locutor. A decir verdad las palabras de este iban cargadas de razón, los soldados llevaban consigo bastante munición y varias armas, pistolas, metralletas y un francotirador con mira telescópica digital. Muy buen tirador debía ser Gran John, como para haber acabado con semejante grupo viendo la mierda de rifle que llevaba colgando de sus anchas espaldas.
-¿En serio hiciste tu todo esto?-preguntó Hueter alucinando al ver la masacre.
-Tuve la inmensa ventaja de estar en la parte superior, donde la antena-respondió Gran John, señalando la torre de comunicaciones-el factor sorpresa y la altura hicieron el resto.
-Entiendo...
-¿Que paso después? Muchas veces nos has contado como viviste el principio de la guerra, pero jamás se supo que pasó después-comentó Gran John. Hueter contaba una y otra vez a los parroquianos de su taberna, como comenzó todo. Lo había contado tantas veces que lo repetía tal cual con las mismas palabras.
-¡Es una historia muy larga!-respondió. Desde que se convirtió en necrófago, Hueter pasó la mayor parte de su vida intentando olvidar lo que ocurrió los días posteriores a su huida del garaje, pero era algo difícilmente olvidable, mucho peor que el haberse convertido en el engendro que era ahora, y por mucho que quisiera enterrarlo siempre había algún curioso que se lo recordaba con las mismas palabras que lo había hecho Gran John.
-Tranquilo, tenemos toda la noche por delante. Te escucho-comentó el ex soldado del Ejército del Pueblo Libre, mientras cargaba armas en su brazo izquierdo.
-La verdad que si no lo he contado antes, es porque no me gusta hablar de ello-Hueter se encogió de hombros-Como veis me convertí en necrófago, pero ese no fue el peor de mis males.
-No soy psicólogo ni nada por el estilo-explicó el locutor-pero según dicen las malas lenguas, el exteriorizar tus males puede provocar que estos desaparezcan. Solo son chorradas que dicen los viejos del pueblo, pero visto está que llevártelo a la tumba no es la solución.
-¡Quizás esa sea la solución!-respondió tajantemente Hueter-Al fin y al cabo he vivido demasiado ¿Qué sentido tener una vida vacía y tan larga?
-Quizás tengas razón en eso, pero también quizás la historia no debe morir contigo y quizás, valga la redundancia, ese sea tu cometido en este mundo, escribir la historia para que generaciones futuras no cometan los errores del pasado-comentó Hestengberg. Dejaron los cadáveres prácticamente en cueros, cargaron con todo lo que llevaban encima los soldados y volvieron a la torre de comunicaciones.
-¡Eso decían cuando yo iba al colegio!-dijo Hueter con algo de dificultad, tenía tantas corazas cargadas en su espalda, que parecía un burro de carga de las caravanas comerciales-¡Pero visto está que los profesores se equivocaron!
-¿Pero que tu tenias de eso?-bromeó Gran John.
-¡Te propongo un trato!-expuso el locutor-cuéntanos que pasó y no te faltará alcohol en la noche de hoy.
Seguramente, el apestoso aliento a Whisky que emanaba de la boca de Hueter alcanzó a Hestengberg y por eso tan repentina proposición. Su ya de por si halitosis crónica que le produjo el convertirse en necrófago, se veía severamente agravada cada vez que probaba el alcohol, Hueter apenas podía oler cosas al carecer de fosas nasales, pero nunca le habían faltado personas a su alrededor poniendo caras raras cada vez que el abría la boca. Era como su sello personal, pero después de tanto tiempo aquello era algo insignificante para él, al fin y al cabo Hueter no tenía que sufrirse a sí mismo.
-¿Y quién te ha dicho a ti que vaya a quedarme aquí esta noche?-no entraban en sus planes el quedarse allí acompañando a aquellos tipejos, solo quería volver a su poblado y reabrir de nuevo la taberna, después de fracasar en su misión, aquella que le encomendó la zorra de la pensión, era lo único que le quedaba y quizás ya ni eso. Pero Hueter andaba un tanto desorientado por aquellos lares y aunque tenía la intuición de que este lo estaría situado al norte, tampoco sabía muy bien qué dirección tomar para llegar sano y salvo.
-¡Está claro que no tienes a donde ir!-comentó Hestengberg-Aprovecha y disfruta de la compañía que alguien te ofrece mientras puedas. No hay nada más triste que vivir solo, o morir solo.
El locutor de radio había dado de lleno en el clavo. Quedarse solo era algo que aterraba a Hueter, incluso antes de la guerra, quizás la propuesta de este no fuera tan mala, alcohol y compañía, dos viejos conocidos a los que Hueter apreciaba en exceso.
-¡Está bien!-suspiró-Ahógame en alcohol y quizás te presente a los fantasmas de mi pasado que tanto tiempo llevan atormentándome.
-¡Acepto el trato!-exclamó Hestengberg, mientras se calzaba una de las corazas. Gran John hacía lo propio con otra de las mismas, pero estas eran demasiado pequeñas para él, con lo que finalmente tuvo que desistir. En su lugar se apropió de tantas armas como pudo. Hueter no entendía muy bien que estaba pasando allí, pero siempre era mejor ir bien equipado a no llevar nada, por lo que decidió seguir el ejemplo del locutor y el soldado-No sé si volverán mas indeseables como los de ahí fuera. Pero debemos asegurar que el mensaje se repita el mayor tiempo posible para que llegue al mayor número de habitantes de la región. Ir subiendo, ahora os alcanzo.
-¡Sígueme!-ordenó Gran John, haciendo un pequeño gesto con su mano izquierda-¡Te lo contaré por el camino!
-¡Soy todo oídos!-dijo Hueter, mientras terminaba de ajustarse la coraza blanca.
-Aquí nuestro presentador de radio cree que van a venir más soldados como los de ahí fuera para hacerse con el control de las instalaciones-explicó Gran John. Hueter tenía la sensación que se perdió algo muy gordo el tiempo que pasó en el campamento de la Orden de San Juan. ¿Un ejército nuevo del que no había oído hablar? Estaba de sobra acostumbrado a tratar con malhechores, pero estos parecían ser algo mucho más serio.
Hestengberg quedó rezagado buscando algo en el interior de los armarios de la planta baja, Hueter seguía de cerca a Gran John, que subía por las escaleras apoyándose con su mano izquierda en la pared. Conforme avanzaba la tarde el sol perdía fuerza, y la oscuridad comenzaba a apoderarse de aquel lugar.
-¿Y quiénes son esos?-preguntó sin titubear.
-No tengo el gusto de conocerles, solo de dispararles-espetó el soldado entre leves jadeos-Hestengberg podrá contarte más de ellos. Por lo que sé no son trigo limpio y hay que andarse con mucho ojo, por eso, hemos enviado un mensaje por la radio para alertar a la gente y que puedan ponerse a salvo.
Pasaron unos cuantos tramos y escaleras improvisadas en bastantes malas condiciones, antes de llegar a la parte superior de la antena. Allí arriba Hueter se encontró con una azotea en forma de cuenco. Reconocía aquel lugar, era tecnología pre-guerra. En el antiguo mundo, cuando Hueter era joven, todo era inalámbrico, y los satélites eran los encargados de hacer aquella magia posible.
Gran John no tardó en dejar todas las armas que había cargado en el suelo, al lado de la trampilla por donde habían accedido. La altura de aquel sitio y los agujeros estratégicamente situados por la superficie de la antena, ofrecían una panorámica perfecta a la luz del día, pero por la noche la historia cambiaría mucho. Al rato, el locutor apareció por la trampilla de acceso, cargado con varias botellas llenas de lo que parecía ser licor.
-¡Seguramente no sea tan bueno como el tuyo!-bromeó el soldado-¡Pero algo es algo!
-¡Sírvase usted primero!-dijo el locutor ofreciéndole una de las botellas con una amplia sonrisa dibujada en su rostro. Hueter cogió la botella con fuerza, la abrió con recelo, como si fuera la última botella del mundo y acto seguido le dio un buen trago. Tenía un sabor fuerte y amargo, no era Whisky, era Sitrang y no precisamente del flojo-¿Rico el brebaje eh?
Todos sin excepción bebieron de la botella, Gran John liaba con sus gordos dedos un cigarro de gran tamaño, seguramente un canuto << ¡La noche se pone interesante!-pensó al ver como mezclaba el reseco tabaco con cánnabis aun mas reseco. >>
-Cuando salí del garaje, solo encontré muerte y destrucción-Hueter sin darse cuenta, se vio narrando la continuación de su historia, estaba a gusto, quizás fuera el brebaje quien le estaba ayudando a soltar la lengua, pero no le importaba, había pasado demasiado tiempo en una lucha que le era imposible ganar sin ayuda, era la hora de enterrar sus males-la ciudad donde vivía se había convertido en un montón de escombros. La humanidad brillaba por su ausencia. Sabía que quedaba gente con vida, ya que a lo lejos se escuchaban explosiones y muchos disparos. Todo pasó tan rápido, que no dio tiempo a asimilarlo, era como estar en una terrible pesadilla, pesadilla de la que ya jamás conseguiría despertar por desgracia-Hueter se sentía como en su taberna, botella en mano y narrando historias del antiguo mundo, mientras Hestengberg y Gran John le escuchaban en silencio-¿Habéis estado alguna vez en la gran Metrópoli?
Ruinas de guerra
-¿Ese montón de basura en el norte?-preguntó el locutor-He oído hablar de él, pero no se me ha perdido nada allí.
-¡Yo más veces de las que me hubieran gustado!-respondió el soldado-Es más, compañeros míos entraron y jamás regresaron.
-Pues imaginar que estas instalaciones son el lugar donde trabajáis, y que vuestra casa está al otro lado de la metrópoli-explicó Hueter-pues más o menos esa era la distancia que tenía que recorrer si quería llegar a mi casa. Toda mi vida estaba allí.
-¿Y cómo lo hiciste?-interrumpió Gran John-No sé antes, pero ahora está infestada de bestias mutantes.
-Pues antes estaba infestada de soldados, pero tanto los que se suponían que eran amigos como los enemigos me eran hostiles, siendo necrófago, hasta los civiles huían de mí.
-¡Que putada macho!
-¡Ni que lo digas colega!-Hueter a menudo recordaba al primer soldado que se cruzó en su camino siendo necrófago. Un joven imberbe, atemorizado, al que el traje le venía grande y que se cagó encima nada más verle-Pasé días y días vagando por los túneles del metro, comiendo toda clase de porquerías para subsistir. A menudo me veía reflejado en espejos o charcos de agua y pensaba que llevaba puesto un disfraz, pero al rato me daba cuenta que no era así. Finalmente llegué a mi casa, pero en donde antes había una gran torre de color marrón con grandes ventanales, ahora solo quedaba su estructura. Como era de esperar el ascensor no funcionaba-Hueter paró un momento para mojarse la garganta con otro sorbo de Sitrang-subí las escaleras a toda velocidad con la esperanza de que mi querida esposa hubiera sobrevivido como yo a aquella catástrofe. Aunque fuera necrófaga la amaría igual, pero cuando abrí la puerta solo encontré un esqueleto carbonizado tirado en el suelo. En su mano izquierda llevaba nuestro el anillo de casados y los huesos de la mano derecha agarraban fuertemente un test de embarazo.
-¡Lo siento amigo!-lamentó Hestengberg, que parecía empatizar con él.
-No tuve el valor de abrirle la mano para ver el resultado, ni siquiera de llevarme el anillo, simplemente me dirigí al hueco que quedaba del balcón y me dispuse a saltar para acabar con todo aquel sufrimiento, pero como veréis eso no pasó-el mismo soldado que días antes se había cagado nada más verle fue el que le salvó la vida-un soldado, una chaval vestido de militar me dio una segunda oportunidad. Cuando tuve el valor suficiente para saltar, este se abalanzó sobre mí apartándome del borde del balcón. ¿Qué haces? me dijo, yo le contesté ¡Déjame! ¿No ves que soy un monstruo que lo ha perdido todo?-Hueter jamás olvidaría el momento en que el chaval le dio su arma, en ese momento volvió a creer en la humanidad, si un hombre en pleno apocalipsis era capaz de cederle su arma y por consiguiente las pocas esperanzas que tenia de sobrevivir, significaba que el ser humano por muy pequeña que fuera aun aguardaba bondad en su interior-¡Venga la muerte de los tuyos! dijo nada más darme su arma. El muchacho desapareció por las escaleras y jamás volví a verle.
-¿Y llegaste a dar con el culpable?-preguntó Hestengberg, terminándose otra de las botellas de Sitrang.
-¿Sin saber ni siquiera quien fue el diablo que lanzó la bomba?-Hueter se encogió de hombros y frunció el ceño-No sabría decirte, he matado a tanta gente en esta vida que solo espero que ese mal nacido estuviera entre ellos, aunque ya que más da, eso-tragó saliva y continuó- no me devolvería la vida-por primera vez en mucho tiempo sintió la necesidad de llorar, pero hasta las lágrimas se habían secado en su cuerpo de necrófago.
La noche se había acomodado sobre sus cabezas, Hueter se alejó del grupo dirigiéndose a uno de los agujeros de vigilancia con el Zippo de Gran John en la mano, una vez allí se asomó al borde, estaba tan oscuro que no se veía el suelo. No dejaba de recordar su historia, pero después de mucho tiempo cargando con ella a sus espaldas se sintió liberado de la misma.
Sin dejar de mirar al oscuro vacio que dibujaba la noche en el horizonte, se arrodilló en el borde y sacó del bolsillo de su camisa la vieja foto que siempre enseñaba a sus parroquianos para mostrarles como era él antes de la guerra. Lo que nadie sabía es que desde que se convirtió en necrófago jamás fue capaz de verla, en el reverso llevaba pegada una foto de su mujer que era la que observaba cuando enseñaba la otra foto a los demás.
-¡Lo siento churra!-dijo en voz bajita mirando la foto-Te fallé y esta es la penitencia que me tocó pagar por ello. Es hora de descansar-prendió el Zippo y con él la foto, esta se consumió rápidamente en la palma de su huesuda mano-¡Hasta mas ver mi amor!-la brisa meció los restos del retrato que lentamente desaparecieron de la mano del tabernero borracho.