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viernes, 16 de octubre de 2015

CAPÍTULO XLVIII-LA CARA DEL PADRE



MOSARRETA



Su nuevo y postizo padre no dijo una palabra respecto a que pasaría con él, una vez Cristine engendrara un hijo. Aunque tampoco hizo falta. La oferta de su padre, el rey Penalba era demasiado suculenta como para rechazarla. A fin de cuentas, se rumoreaba por la base que el rey, había tenido muchas esposas y que ninguna de ellas había sido capaz de proporcionarle un vástago, como mucho engendros que ni los supermutantes los querrían como hijos y de muy corto periodo de vida. Algunos de ellos simplemente, nacieron muertos. Motivos no le faltaban para suponer que su queridísima amiga Cristine, tampoco sería capaz de tal propósito, pero no estaba del todo convencido, visto lo especialista que era ella en amargarle la vida.
Mosarreta durmió aquella noche en un barracón contiguo al del rey, como lo habría hecho el propio hijo de Penalba. Todo lujo de detalles lo habían rodeado durante la noche. Sirvientas, agua limpia, comida abundante, incluso un esclavo que hacía correr el aire con un cartón cuando Mosarreta así lo pedía.
<< ¡Nunca había dormido tan a gusto!-pensó nada mas despertar-¡Esto de tener tus propios esclavos está cojonudo!>> No quería despertar de aquel sueño, la cama le atrapaba como si volviera a carecer de movilidad en las piernas. <<Si el viejo quiere tirársela-refiriendose a Cristine-no deberá andar muy lejos de aquí. Mejor será que me la quite de en medio cuanto antes. Aunque pensándolo bien, Penalba buscara otra moza para sus propósitos, quizás deba dejar a un lado mis planes con esa puta, y encargarme de mi postizo padre>>
Con la hoja de ruta marcada, Mosarreta se levantó cuidadosamente de la cama. El exoesqueleto que le había proporcionado Neil para mover las piernas, se desconectaba automáticamente al dormirse y por las mañanas tardaba unos minutos en estar a pleno rendimiento.
Encima de una mesa de metal oxidado, al lado de la puerta de salida del barracón, tenía preparado el desayuno. << ¡Está claro!-pensó nada más ver la comida-¡Tengo que cargarme a los dos!>>
Sació el hambre matutino devorando el desayuno a toda velocidad. Recién levantado era cuando mas apetito tenia, muestra de ello era su forma de devorar todo lo que le habían servido. Con la panza llena y los cuencos vacios salió del barracón, sin dejar de pensar en cómo acabaría con sus dos problemas sin ser descubierto. <<Matarlos es fácil-pensó mirando su puño robótico-¿Pero cómo lo hago?>>
Al salir se vio sorprendido por unos soldados, al parecer de la guardia de su padre.
-¡Buenos días príncipe!-gritó uno de ellos cortándole el paso. Escuchar la palabra príncipe refiriéndose a él, le hacía mucha gracia-¡Tu padre te reclama!
Mosarreta asintió con la cabeza y siguió en silencio a los guardias. Estos vestían servoarmaduras blancas al igual que el resto del ejército, pero mucho más robustas, como si hubieran sido modificadas por la mano de algún armero. Viéndolas de cerca, se notaba que el blanco no era el color original de las armaduras, estas habían sido pintadas con alguna pintura con un tono brillante.
El paseo duró poco, el barracón de su padre estaba a escasos metros del suyo. Al llegar, los guardias se detuvieron en la puerta.
-¡Soldados en posición!-gritó de nuevo el mismo soldado que momentos antes había reclamado su atención. Parecía el líder del grupo, pero tenía la misma cara de mala hostia que los cinco restantes. Todos llevaban la misma cicatriz en la mejilla izquierda, una raja que iba desde el lagrimal del ojo hasta la oreja. Mosarreta quiso preguntar el porqué de esos cortes, pero antes de que pudiera articular palabra alguna, la puerta del barracón se abrió, y su padre hizo acto de presencia.
-¡Buenos días hijo!-dijo con su típica voz enlatada, levantando los brazos como si quisiera atrapar el viento. Vestía la misma ropa que el día anterior cuando le recibió en aquella tienda llena de cortinas-¡Hoy es un gran día!-hizo un gesto con la mano reclamando la compañía de Mosarreta-¡Ven! Tenemos muchos asuntos que tratar.
-¿Donde vamos?-a Mosarreta le picaba la curiosidad, quería saber con lujo de detalle cuales eran los asuntos a los que se refería su "padre".
-¡Hoy finaliza el torneo en la arena!-dijo el padre, al mismo tiempo que comenzaban a pasear por una pequeña senda hecha a base de ladrillos de color gris. Cuanto más caminaban, mas agitadas eran las respiraciones del rey, llegó un momento en el que eran tan rápidas y seguidas que parecía ya no poder coger más velocidad. El monarca no dijo palabra alguna durante la andanza, tampoco así los guardias, que les rodeaban por delante y por detrás, formando una figura de seis puntas-¡He aquí la grandiosidad de nuestro pueblo!-dijo nada mas divisar una estructura enorme, esta debía levantar varias decenas de metros, vista desde arriba debería ser redonda, al parecer un edificio construido en el antiguo mundo, y restaurado por los esclavos del rey a base de trozos de metal, madera y algunos ladrillos similares a los de la senda.
-¿Qué es esto?-preguntó Mosarreta nada más ver el tinglado que había allí montado.
-La arena, lugar de entretenimiento para nuestro pueblo-explicó el rey Penalba-Como hijo mío deberías saber que es, pero siempre has sido un inculto y un inmaduro, en fin...-su supuesto padre parecía tomarse muy enserio aquella farsa. Mosarreta en la vida había visto nada similar, ni siquiera en revistas o libros, aunque a decir verdad, había leído muy poco-Entremos a tomar asiento. El juego comenzará en breve.
El lugar por donde accedieron estaba custodiado por varios soldados que al pasar el rey por delante, lo obsequiaron con una reverencia. <<Cuanta chorrada hay que ver-pensó Mosarreta al ser testigo de aquella pantomima>> Enfrente suyo, había unas escaleras de piedra un tanto desgastadas por la erosión. Al comenzar el ascenso de estas, los soldados se quedaron abajo.
-¡Disfrute de los juegos señor!-dijo uno de ellos. Las escaleras daban acceso un balcón privado, desde donde se podía ver todo el interior de la arena. Una plaza redonda cubierta de arena, rodeada por decenas de gradas en donde toda la gente que vivía en aquella base se abarrotaba por conseguir un sitio para sentarse. Por su parte, el rey y sus invitados tenían un asiento privilegiado reservado, y entre ellos estaba Mosarreta.
<< ¿Qué coño hago yo aquí?>> Mosarreta nunca se había visto tan fuera de lugar, mas cuando vio los payasos con los que iba a compartir asiento en aquel circo. Su falso padre no era el único bicho raro, todos los allí presentes vestían raro, como si hubieran viajado a tiempos muy remotos.
-¡No te asustes hijo!-bromeó el rey-A esta gente le gusta disfrazarse para estas fiestas.
-¡Hombre si es el famoso hijo prodigo del rey!-gritó uno de los hombres disfrazados-Perdona no nos han presentado. Soy LLote Copa, de la familia Copa, mercader de esclavos y capitán de uno de los más poderosos ejércitos que apoya la causa de tu querido padre.
-Mosarreta, ya sabes quién soy-respondió con seriedad.
-Si no recuerdo mal tu hijo se llamaba...
-¡Bleda, ya sabemos todos como se llamaba!-interrumpió el rey con brusquedad-Cambió de nombre para no ser reconocido y ahora prefiere que le llamemos así. Basta de presentaciones, tomemos asiento, me duelen los pinreles.
-Como no, a ti siempre te duelen los pies-dijo entre risas el tal Bleda-Admite viejo, que cada vez estás más cascado.
-Pero aun tengo fuerzas para romperte los pocos dientes podridos que te quedan de un puñetazo-dijo el rey, respondiendo a las burlas del tal Bleda.
-¡Haya paz señores!-interrumpió LLote Copa-Siempre estáis igual ¿podemos tomar asiento y disfrutar del espectáculo para variar?
Todos los allí presentes, incluidos Mosarreta, obedecieron las palabras de LLote, tomando asiento. Mosarreta, no sabía donde sentarse, así que decidió esperar a que todo el mundo estuviera en su asiento para tomar el que quedara libre, pero antes de que aquello tuviera lugar, su padre le indicó con un gesto de su mano derecha, donde debía sentarse.
Las sillas no pasarían a la historia por ser las más cómodas del mundo. Estaban hechas de mimbre, palos de madera y algún que otro clavo oxidado. Mosarreta pensaba que antaño, mucho antes del antiguo mundo, las sillas debían ser de ese tipo y aunque ahora el mundo fuera una autentica basura, no tenía nada que envidiar a las personas que tuvieran que sufrir aquel tipo de asientos. << ¡Más cómodo sentado en el suelo!-dijo para sí mismo-¡Fijo!>>
De repente, unas mujeres bastante ligeras de ropa hicieron acto de aparición en el palco, con las manos cargadas de platos de comida y alcohol.
-¡Pronto empezamos!-bromeó LLote Copa, cogiendo una jarra de lo que debía ser Whisky.
-¡Hay que coger fuerzas amigo mío!-comentó Penalba-¡Mañana será un gran día!
Imagen de escorpión mutante
Los platos de comida que portaban las bellas mujeres eran de lo más variados, de entre los que destacaba el mutajabalí o los aguijones de escorpión gigante en salsa, pero lo que más le apetecía a Mosarreta era probar de nuevo la carne de hombre pez y de entre todos los platos que divisó ninguno contenía tal manjar, por lo que decidió hacer como LLote y coger una frasca de bebida alcohólica.
-¿Ya lo tienes decidido?-preguntó LLote al rey-Te recuerdo que Penélope pese a las apariencias, aguarda buenas defensas en su interior.
-¡Lo tengo todo planeado LLote!-el rey miraba la carne con deseo, pero parecía no estar dispuesto a quitarse aquella horrible mascara para poder saborearla, quizás tampoco podía permitirse el lujo de hacerlo quien sabe-Déjame que te cuente…-pero de nuevo el griterío de la grada hizo imposible escuchar nada.
Todos en el palco se levantaron nada más saltar a la arena los participantes del torneo. Había de todo, una mujer enorme y musculosa que más bien parecía un hombre, un hombre de pelo canoso y por su raquítico torso bastante desnutrido. Estos fueron los que más le llamaron la atención a Mosarreta, aunque había otros muchos hombres armados dispuestos a luchar.
-¿Qué les has contado para que participen LLote?-preguntó Bleda que estaba sentado al lado izquierdo de Mosarreta una vez el griterío pareció calmarse.
-¡Solo prometí libertad a los supervivientes del duelo!-respondió LLote esbozando una pequeña sonrisa.
-¡Tú y tus mentiras!-gritó Bleda-¡Que hijo de perra!
-Ya me conoces Bleda-LLote dio un buen trago de su frasca y se dirigió de nuevo al rey-¿Me contabas que…?-de nuevo solo se escuchó el griterío del público. Esta vez, un ser bastante amorfo apareció por otra de las puertas de acceso a la arena. Una bestia de piel pálida y arrugada, sin ojos en la cara y con garras negras bien afiladas. Esta posaba sus manos allá donde debía tener los ojos, con las palmas de sus manos mirando hacia fuera.
-¡Este doctor Ju nos sorprende cada día más!-dijo entre risas el rey-¡No me lo puedo creer! ¿Los ojos en las palmas de las manos? ¡Y seguro que habrá conseguido que vea!
Inmediatamente después de salir la bestia, un campo magnético de color azul rodeó la arena, quedando tanto el engendro como los participantes atrapados en su interior.
-¿Bueno vas a contarnos de una puta vez que tienes planeado o qué?-inquirió Bleda.  O aquel Whisky era muy fuerte o Mosarreta estaba bebiendo muy deprisa, puesto que comenzaba a ver al tal Bleda un poco difuminado.
-¡Otra insolencia mas y te corto la lengua puto Bleda!-respondió el rey Penalba-Bueno…-tomó un poco de aire, en aquel lugar hacia un calor horrible. El pequeño toldo improvisado con cortinas que cubría el palco, ayudaba un poco a soportar el calor, pero debía ser casi medio día y a esas horas, hacía calor hasta debajo de las piedras, aquello parecía estar acusándolo su padre más que el resto de los allí presentes-No vamos a entrar en una ciudad tan grande por la fuerza bruta ni mucho menos. Gracias al doctor Ju, podremos acceder sin levantar sospechas y sin temer bajas por parte de nuestros soldados.
-¡Explícate!-exigió Llote.
-Como sabréis, desde que comenzamos nuestra andadura en el sur, hemos ido acumulando grandes cantidades de esclavos y de ahí la dificultad de hoy por hoy alimentarlos en lo más mínimo para que sigan sirviéndonos sin llegar a desfallecer. Pues bien tengo la solución para acabar con los dos problemas de un plumazo-el rey miró fijamente a Mosarreta-Mi querido hijo conducirá a los esclavos más débiles en un éxodo a las puertas de Penélope.
-¡Estás loco a más no poder Penalba!-dijo Bleda-¡Pero me encanta tu plan!-Mosarreta estaba perdido dentro de aquella conversación, ¿Él liberando esclavos?
-Sabemos de sobra que en Penélope toda persona que no represente amenaza alguna es recibida sin ningún tipo de impedimento-de nuevo su padre tomó aire y la máscara hizo aquel característico sonido a pedorreta que tanta gracia le hacía a Mosarreta-¿Qué amenaza representarán un puñado de esclavos?
-¿Puñado?-preguntó Llote-Las jaulas se nos amontonan en el patio de la base, yo diría decenas, por no decir cientos.
-Por eso no hay problema, mi hijo los introducirá diariamente, en grupos de diez o veinte personas, en pocos días esos centenares de esclavos deberían estar dentro. Es más nuestros informadores indican que incluso hay negreros que estarían dispuestos a pagarnos un buen precio por ellos-su padre le miró fijamente a la cara, con ojos que inspiraban confianza-¡Fíjate tú que incluso nos ganaremos unas perras! ¿Quién iba a decirnos que mantener a estas ratas inmundas nos iba a dar beneficios algún día?
-¿Y cómo lograrás disimular los collarines?-preguntó Llote-¿Les pondremos bufandas en pleno verano?
-¡No habrá collarines!-respondió tajantemente el rey-Ahí es donde entra la magia de nuestro querido doctor Ju-Mosarreta desvió un momento la vista para mirar el combate que estaba teniendo lugar en la arena, al parecer el engendro estaba a punto de ser derrotado-El doctor consiguió extraer la célula explosiva que llevan incorporados los collarines de esclavos, esta ha sido modificada para aumentar bastante su potencia.  Sin el collarín de por medio, la célula parece una pastilla de gran tamaño la cual, nuestras mujeres cosieron a la ropa de los esclavos elegidos.
-¡Y cuando estén todos dentro “kaboom”!-gritó Bleda entre carcajadas-¡Eres el puto amo Penalba, el puto a-mo!
Por lo visto Mosarreta iba a ser artífice de la masacre de centenares de personas, en ese momento se debatió entre acatar las órdenes de su postizo padre o intentar escapar de aquel lugar. El miedo se apoderó de su cuerpo puesto que no sería nada fácil salir de allí con vida, comenzó a notar mas sudor de lo normal en la frente y las manos, y le dieron una tremendas ganas de vomitar, pero finalmente pudo controlar las arcadas.
-¡Parece que tu mujerona ha conseguido acabar con el experimento del doctor, Llote!-comentó el rey, desviando la vista hacia la arena, en donde el engendro y la mujer musculosa yacían muertos rodeados por el resto de participantes supervivientes.
-¡Dejémoslo en un empate técnico!-replicó Llote-¡Mi mujercita también cayó!
Lentamente el público fue abandonando el recinto ante la atenta mirada del rey, Llote y Bleda. Los supervivientes seguían en la arena, rodeados por el campo electromagnético, al parecer esperando a ser liberados.
Uno de los soldados que antes había acompañado a Mosarreta y su padre a la entrada del palco, entró en este y habló entre susurros con Llote. No se escuchaba casi lo que conversaban, pero muy tímidamente escuchó decir a Llote;-acabad con el resto.
 Inmediatamente el soldado hizo una señal desde lo alto de la escalera a sus compañeros que al parecer, aguardaban a las afueras. Poco a poco el recinto quedaba vacío de espectadores, pero ganaba en presencia de soldados, todos situándose en las gradas más cercanas a la arena, donde aun aguardaban los participantes, confundidos por aquella situación. Mosarreta imaginaba que iba a pasar con ellos, y no estaba por la labor de asistir a otra masacre. Cuando se disponía a abandonar el palco, su postizo padre le cogió del brazo derecho y tiró de él para acercarlo de nuevo a la silla.
El soldado al cual Llote había dado la orden, hizo un gesto con el brazo, el campo de fuerza desapareció y varias ráfagas de balas emergieron de las armas de los soldados, acabando con la vida de aquellos pobres desgraciados que momentos antes, habían ofrecido un espectáculo con la esperanza de conseguir tan ansiada libertad.
En medio del tiroteo, el rey Penalba se dirigió hacia él y con mirada desafiante le susurró:
-Si no quieres acabar como ellos, mejor será que obedezcas mis órdenes. De lo contrario te meteré una de las pastillas explosivas del doctor Ju por el culo y luego te lo coseré para que no puedas cagarla y reventarte el ano en mil pedazos cuando a mi me plazca ¿Me has entendido bien?

domingo, 20 de septiembre de 2015

CAPÍTULO XLVII – DESERTORES



JAMES BLACK


Varios días después del ataque en el pueblo de Gala Macarra y acompañado por Altramuz el mercader chiflado, y su burro de carga, James Black llegó por fin a la base del Ejército del Pueblo Libre, donde Gala, le había mandado en busca de ayuda y protección para el pueblo.
Consigo llevaba una cuantiosa suma de dinero del antiguo mundo. Un dinero que habían tomado prestado de la pensión de una tal Rose, que al parecer, ya no vivía allí o se había marchado recientemente sin dar explicación alguna.
Nada más llegar a la base, se vieron sorprendidos por el ataque de soldados enemigos al ejército del Pueblo Libre. Sin darse cuenta, se vieron en medio de un fuego cruzado, pero gracias a la inesperada colaboración de un supermutante, no tuvieron que lamentar males mayores. El cuerpo de este, acabó dándose de bruces contra el suelo, muerto, con parte del pecho y el brazo izquierdo mutilados, hechos pedazos, esparcidos por doquier a causa del impacto de un misil procedente del bando enemigo.
-¿Qué coño era eso?-gritó uno de los soldados desde lo alto de un torreón de vigilancia destartalado, hecho a base de restos de madera.
-¡Ese chiflado se ha puesto en medio y todos han saltado por los aires!-respondió otro de los soldados, un tipo con la cabeza rapada y una cicatriz bastante espantosa en la cara. Era el último obstáculo para que James Black pudiera acceder a la base.
-¿Es Potito?-preguntó el soldado de la torre, con cara de preocupación.
-¡Para nada!-vaciló el de la cicatriz-Este parece mucho mas grande, a saber donde andará ese granuja. Ambos comenzaron a divagar sobre el paradero del tal Potito.
-¡Perdonar!-interrumpió el mercader-Quizás a vuestro jefe, le interese la mercancía que aquí mi amigo y yo le traemos-dijo al mismo tiempo que enseñaba unas pistolas que llevaba el burro de carga, guardadas en uno de los sacos que colgaban de su lomo.
-¡Últimamente el jefe anda bastante rácano y no suministra armamento nuevo!-lamentó el de la cicatriz, observando la mercancía-Parecen de juguete en comparación con las del ejército, pero si queréis intentar negociar con nuestro maestro de armas deberéis abonar cien chapas, de lo contrario no podré dejaros pisar el suelo de la base.
A James aquello le recordó al Odín, pagar por entrar, al menos esta entrada era bastante barata si la comparaba con la que cobraban para acceder a la zona de casinos. Altramuz dejó caer sobre la mano del soldado, un saquito de tela con el pago acordado dentro.
-¿Quieres contarlos o te fías de nosotros?-protestó señalando el saquito.
-¡No tengo todo el día para contar moneditas!-espetó el soldado-pero si me has engañado te acordarás de mi.
Chapa insignia de acceso a la base del ejército del pueblo libre
Antes de pasar, el soldado de la cicatriz les dio tanto al mercader como a James un broche insignia. Este era de plástico, redondo y con una aguja detrás para colgárselo de la ropa. El broche de James, tenía dibujado una especie de necrófago con cara de mala hostia y un largo pelo blanco. Había escrito algo en letras rojas, siguiendo el borde redondo del broche, pero James apenas sabía leer y le daba vergüenza preguntar qué era lo que ponía. << ¡De todos modos no parece estar en mi lengua!-pensó al ver el dibujo-¡Seguro que ellos tampoco saben lo que pone!>>
-¡Abróchatelo!-ordenó el soldado-Si mis compañeros no ven el broche pensarán que eres un intruso y dispararán nada más verte. Son las órdenes…
Una vez puestas las marcas, el soldado dio una orden a través de un interfono que había instalado justo detrás de él y momentos después, como por arte de magia, la puerta se abrió.
-El maestro de armas se encuentra en el barracón situado al fondo a la derecha, no tiene pérdida. Si no está os esperáis. Y sobre todo no toquéis nada que no sea vuestro-explicó el soldado antes de dejarles pasar a la base.
-¿Habías estado aquí antes?-preguntó James Black al mercader con voz bajita.
-¡Alguna vez que otra!
-¿Y son siempre tan toca pelotas?
-Más o menos-respondió Altramuz dejando escapar una fuerte risotada.
Todos en aquel sitio vestían con una indumentaria similar a la del soldado de la entrada. El que menos, calzaba un arma de plasma, sin embargo, estas parecían más bien estar decorando el traje ya que se encontraban en bastante mal estado y le surgía la duda, de si aquellos chismes, dispararían al apretar el gatillo.
A su paso, todos los soldados actuaban de la misma forma, mirando tanto a él como al mercader, fijamente de arriba abajo con cara de pocos amigos, y cuando parecían ver el broche colgando del pecho, entonces hacían como que miraban a otro lado. James, tenía la sensación de que su presencia en aquel lugar les incomodaba. Pero no entendía por qué.
Sin desviarse ni un momento de la ruta indicada por el soldado de la cicatriz, llegaron al barracón del maestro de armas. Era similar a los que habían visto por el camino, solo que la entrada de este, estaba protegida por dos soldados, con cara de mala leche y una postura tan recta, que parecía como si les hubieran metido un palo largo por el culo.
No tenía puerta, un mostrador repleto de armas, ropa militar y demás trastos hacía de separación entre el interior del barracón y el patio de la base. Había armas de casi todas las clases y tamaños, amontonadas sin orden alguno y llenas de polvo en muchos casos. En el interior, un hombre adulto, de pelo canoso y perilla recortada, intentaba reparar una de las metralletas. James no entendía mucho más allá de las pistolas que solía llevar en Penélope para proteger a los ricachones, tampoco sabía el nombre original de ningún arma, solo disparar y matar, pero de lo que si estaba seguro, era de la pupa que podía hacer un arma de aquellas características en buen estado.
-¡Buenas forasteros!-dijo el maestro de armas nada más verles-¿Qué se les ofrece?
-Traemos un pequeño cargamento de armas de mano DC15S-Altramuz cuidadosamente abrió el saco donde guardaba las armas, y sacó una de ellas para mostrársela al maestro de armas de la base.
-¿Y para esto habéis entrado?-dijo mirando con desprecio la mercancía de Altramuz-¿No traéis nada mejor?
-¡Entrar para nada, siempre la misma historia!-maldijo el mercader encogiéndose de hombros-¡Con lo que cuesta conseguirlas! ¡Puta mierda!
-¡Tranquilo hombre yo te las comprarle!-gritó James interrumpiendo el asedio de palabrotas que emanaban de la boca de Altramuz. El maestro de armas dejó sus quehaceres y se levantó de la silla.
-Tú no pareces ser uno de esos chanchulleros como tu amigo, que vienen aquí, a vender mierda esperando que les paguemos un dineral por ella-el maestro, quedó mirándole fijamente, apoyado firmemente sobre el mostrador-por tu cara, hay algo de lo que yo tengo que te interesa.
-¡Protección!-respondió James sin casi dejar terminar al maestro.
-¿Para vuestra mierda de negocio?-preguntó en tono burlón.
-Para un pueblo situado al sureste de aquí.
-Esto te costaría un montón de chapas que o mucho me equivoco o no tienes-el maestro se dejo caer con desgana en la silla y cogió de nuevo la metralleta para seguir con las labores de reparación-el caso es que aunque las tuvieras, en este momento Pececito, ha declarado el nivel máximo de emergencia. Hace unas horas escuchamos un mensaje de ese loco que pone música en la radio, alertando de una amenaza, un ejército muy peligroso con servoarmaduras blancas, pero no le hicimos mucho caso. No sé si habéis sido testigos hace un momento, del ataque que han llevado a cabo esos mal nacidos, pero el jefazo, ha ordenado la retirada de todas las tropas del exterior y su regreso a la base para protegerla. Si estás interesado en alguna de mis armas con mucho gusto negociaré contigo, de lo contrario podéis iros por donde habéis venido.
Las palabras del maestro de armas fueron como una patada en las pelotas para James Black.
-Vámonos James, aquí ya nada podemos hacer-lamentó Altramuz, haciendo intención de largarse.
-¿Y no puedo hablar con ese tal Pececito?-era lo único que se le ocurría en aquel momento-Igual podría hacerle cambiar de opinión.
-¡Las ordenes del superior son tajantes y ningún civil puede visitar sus estancias!-gritó uno de los soldados que custodiaba el puesto.
-Ya has oído a uno de mis perros, si no quieres comprar nada largo de aquí-al maestro de armas también parecía incomodarle su presencia.
-¿Cuánto por la metralleta?-al menos no se iría con las manos vacías de aquel sitio. Después de una dura negociación con el maestro de armas, James Black consiguió hacerse con la metralleta y algo de munición. Pagó el precio acordado con parte del dinero que Gala le había dado. Si no había mercenarios que protegieran el pueblo, el sería el mercenario que se encargaría de tal tarea. Al fin y al cabo era lo único que sabía hacer, y se le daba muy bien.
Les separaban unos pocos barracones antes de regresar al puesto del soldado de la cicatriz, para devolverle las insignias y marcharse de aquel lugar, cuando un soldado bajito y calvo se cruzó en su camino, llamando su atención haciendo un tímido siseo con los dientes, invitándoles a seguirle con un pequeño gesto de su mano izquierda.
-¡Venid cojones!-dijo en voz bajita-¡Esto os va a interesar!
Tanto James como Altramuz, se sorprendieron al ver a aquel hombre.  El poco pelo que aun le brotaba de los laterales de la cabeza era casi todo blanco, al igual que la poblada barba que lucía. Tan bajito, que al rifle que llevaba colgado de la espalda, le quedaba apenas un palmo para ir arrastrándolo por el suelo. Vestía como el resto de los soldados de la base, así que sin duda se trataba de uno de ellos. Aunque la expresión de su rostro daba cierta confianza, factor que provocó que James y Altramuz, se desviaran del camino de salida para seguir a aquel peculiar personaje.
A pocos pasos de donde tuvieron el encuentro, había reunidos un grupo de unos cinco soldados. Todos ellos, incluido el hombre bajito, parecían ser viejas glorias del ejército, puesto que allí no parecía estar de moda el cabello de color oscuro, y ni que decir a juzgar del volumen las panzas de estos, de lo bien alimentados que parecían estar.
-¡Que no te engañen las primeras impresiones!-dijo el hombre bajito.
-Perdona… ¿Quiénes sois? Y… ¿Qué queréis de nosotros?-interrumpió James, que no sabía si dar media vuelta e irse para no meterse en ningún lio, o esperar para evitar otro posible problema por marcharse.
-Somos el escuadrón Solaris-respondió sin titubear el soldado-En otros tiempos fuimos la élite del ejército del Pueblo Libre, nuestras armas y nuestra destreza, servían para proteger a los más débiles.
-¿Y qué os ha pasado?-dijo Altramuz con bastante guasa-¿Os los comisteis?
<< ¿Te quieres callar bocazas?-en ese momento James habría matado a su compañero de viaje, sin embargo, optó por seguir callado y esperar a que el hombre terminara de contar su historia-¡Si salimos de aquí con vida yo mismo seré quien te quite la tuya mamón!>>
-¡Que chistoso tu!-espetó el soldado-No te hará tanta gracia cuando los soldados de coraza blanca, te empalen y te crucifiquen boca abajo. Y no creas que estarás muerto y no lo notaras no…
-¡Eh basta ya!-interrumpió otro soldado, un hombre grande, de voz bastante grave-¡Queremos que nos contraten no que huyan!
Las palabras de aquel tipo, sentaron como un buen chute de la droga más potente de Penélope en las venas de James Black.
-Es verdad-el tipo bajito se encogió de hombros. Estaba anocheciendo, y la luz de la luna se reflejaba en la calva de este, cosa que a James le hacía bastante gracia-Soy Faka, y estos personajes son Bástian…-uno a uno fue señalándolos con el dedo índice-…Hornillos, Devnull, Devian y el chaval de las gafas que tienes ahí mas apartado, fue el último en unirse al grupo, no sabemos cómo se llama, vino aquí haciéndose llamar “sombrero rojo” y así se quedó.
-Yo soy James Black, y este valiente imbécil es Altramuz, mercaderes ambulantes.
-Al mercader le conocemos, ha venido bastantes veces por estos lares pero a ti es la primera vez que te vemos.
-¡Dejaros de historias y decidnos que queréis!-James comenzaba a impacientarse con tanto protocolo-¡Se supone que ya debíamos estar fuera de la base!
-Servidor sabe escuchar conversaciones ajenas, no lo he podido evitar. Sabemos que has intentado negociar protección con el maestro de armas y que este os la ha denegado.
-¡Así es!-lamentó James Black.
-¡Estáis de suerte!-Faka, sacó del bolsillo de su camiseta una pipa y un paquete de plástico, con lo que parecía ser tabaco en su interior-Os vamos a prestar tan ansiada protección.
-¿Y las ordenes de vuestros superiores?
-¿Ese montón de mierda?-espetó mientras vertía un poco de tabaco en la pipa-¡Están acabados!-encendió la pipa y de su boca comenzó a salir humo al mismo tiempo que hablaba-Pececito cree que protegiendo esta base va a salvar su culo, y lo único que va a conseguir es morirse de hambre y quedarse sin munición.
-Íbamos a aprovechar que esta noche tenemos que patrullar por los exteriores de la base-interrumpió el tal Bástian-para marcharnos bien lejos de aquí.
-¿Huis como cobardes y ahora esperáis que os contratemos?-a James no le convencía el rumbo que estaba tomando aquella conversación.
-¡Moriremos de todos modos si nos enfrentamos al ejercito del que hablan las radios!-lamentó Faka-al menos, si os acompañamos moriremos haciendo aquello que se nos daba tan bien, protegiendo a los más débiles. Mejor así que no sucumbiendo a la locura, de un líder que se dejó llevar por la codicia y al que solo le importa él mismo-hizo una pausa para fumar de su pipa-no somos los únicos que vamos a desertar créeme.
James tomó un poco de tiempo para reflexionar, valoró entre tener que regresar al pueblo de Gala con el armamento que había adquirido como única protección, o presentarse allí con algo parecido a un escuadrón de mercenarios. Tampoco había nada que perder por intentarlo.
-¡Esta bien!-dijo sintiéndose victorioso-¡Acepto el trato!
-¡Es justo lo que queríamos oír!-respondió Faka con voz alegre-A media noche comienza nuestra ronda. Al otro lado del río hay un asentamiento de civiles. Esperarnos en el mercado.
-¡No sé si te habrás percatado pero ninguno de nosotros sabe la hora que es!-dijo James con bastante sarcasmo.
-¡Lo sé!-fumó los restos de la pipa-¡Confiad en nosotros!
Sellaron el trato con un buen apretón de manos, nada más, ni dinero ni ningún tipo de trueque, solo palabras.
Finalmente, salieron de la base, no sin antes dejar la insignia al soldado de la cicatriz. Este les miró con cara de enfadado, y les recriminó que se habían pasado del tiempo permitido. Altramuz soltó otras cincuenta chapas como multa por el tiempo excedido.
-¡Ahí te pudras con ellas!-espetó mientras las lanzaba al suelo.
-Serás…-el soldado agotó todo el repertorio de insultos hacia el mercader-¡Entérate, mientras yo esté aquí no volverás a entrar!
<< ¡Yo desde luego espero no volver aquí!-pensó mientras se alejaban de la base>>
Tan solo cruzar el río avistaron el asentamiento del que se refería Faka. Penélope estaba muy demacrada, pero en comparación con aquel lugar, parecía un paraíso.
Situado en una de las entradas a la gran metrópoli, centenares de personas hacían lo posible por sobrevivir en aquellas calles. Peleas callejeras por un trozo de carne podrido de a saber que abominación, mujeres llenas de heridas ofreciendo sus favores sexuales, personas que casi no podían tenerse en pié pidiendo por un chute más. Aquel lugar era el fiel reflejo, de cómo había quedado la humanidad después de tanta guerra.
-¡Esto es solo la entrada!-dijo Altramuz con voz temblorosa-No quieras saber que se esconde mas allá.
-¿Has estado alguna vez?
-No pero según hablan las malas lenguas, esto son las puertas del infierno y ahí dentro está el infierno.
Pasaron las horas entre gritos, ruidos extraños y algún disparo lejano, pero poco a poco todo aquel alboroto fue calmándose. Ya solo quedaban los zombis en pié, toxicómanos que al parecer nunca tenían suficiente y siempre buscaban una dosis más. James Black estaba cansado de verlos en Penélope, sentía pena por ellos y al mismo tiempo les metería una bala en la sesera para acabar con su sufrimiento.
Finalmente la espera tuvo su recompensa, a lo lejos, divisaron a Faka y sus secuaces. El escuadrón Solaris era difícil de confundir.
-¡Vámonos!-gritó el soldado bajito a lo lejos-¡No hay tiempo que perder!