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miércoles, 28 de octubre de 2015

CAPÍTULO IL – EL TABERNERO SIGUE BORRACHO





HUETER




No sonó otro disparo, en aquel lugar solo se escuchaba la tímida brisa meciendo los secos matorrales que había por doquier. Hueter sin pensarlo dos veces, cogió una de las armas que sujetaba uno de los fiambres del suelo. Una metralleta bastante peculiar y al parecer con una potencia de fuego considerable. Buscó por los alrededores algún lugar donde ponerse a cubierto, pero viendo la suerte que habían corrido los soldados que yacían abatidos delante de él, no parecía que aquello fuese tarea fácil.
El miedo se apoderó de su cuerpo, decidió esperar allí, agazapado, cubriéndose con el cuerpo de uno de los soldados caídos. De repente, la puerta de la torre más cercana se abrió.
-¡Tú cadáver con patas!-gritó un hombre asomándose a la puerta-¡Ven, no queremos hacerte daño!
Por experiencia, Hueter sabía que cuando alguien pronunciaba esas mismas palabras, quería decir justamente todo lo contrario, así que rápidamente soltó el cadáver y salió corriendo a toda velocidad para huir de aquel lugar. Su carrera, pronto se vio interrumpida por una bala que impactó en el suelo, entre sus pies;
-¡Si quieres vivir será mejor que obedezcas saco de huesos!-dijo otro hombre, Hueter se dio la vuelta lentamente con los brazos en alto, pero sin soltar el arma. Una vez de frente a la torre, observó que desde una pasarela situada a en la zona media de esta, un hombre alto y corpulento no dejaba de apuntarle con un rifle francotirador. Si era buen tirador, que al parecer lo era, solo había que ver la masacre de soldados al otro lado, no fallaría desde aquella distancia.
-¿Quieres dejar de hacer el gilipollas y venir?-rogó el hombre de la puerta. Hueter reconoció la voz de aquel hombre, era el zumbado que todos los días se dedicaba a poner música rock en la radio, a menudo se preguntaba desde donde emitiría los programas y parece ser que ahora lo acababa de descubrir. En ese momento, el miedo desapareció, bajó la guardia y obedeció al locutor de radio-¡Que tozudo eres amigo!
-¡Gracias!-Hueter recordaba cuantas solitarias y deprimentes noches en vela, había superado gracias a los programas de música de aquel hombre acompañados de una botella de Whisky-¡Tu música me salvo la vida!
-¡Y hoy te he salvado de la bala que el cazurro de arriba tenía intención de meterte entre tus ausentes cejas!-bromeó el locutor-Soy Hestengberg, aunque creo que ya me conoces y el locuaz de arriba es Gran John.
-¿Qué coño ha pasado aquí?-preguntó Hueter con timidez-¿Quiénes eran esos de ahí atrás?
-Soldados del ejército de la Pena del Alba.
-¿El ejército de la Penque?-aquello le sonaba raro, nunca había escuchado el nombre de dicho grupo.
-Maleantes, bien organizados y numerosos. Negreros que han venido desde el sur, con no muy buenas intenciones-respondió Hestengberg encogiéndose de hombros.
-¡Mal asunto!-lamentó Hueter-Si no teníamos suficiente con los Trajes Grises ahora esto...
-¿Los Trajes Grises?-interrumpió el locutor-Esos ya son historia. Los otros acabaron con ellos de un plumazo. Ven-hizo un gesto de aproximación con su mano izquierda-subamos con Gran John, tenemos asuntos que tratar.
De un portazo Hestengberg cerró aquel lugar a cal y canto, cruzó la puerta con una fuerte barra de metal dejando ésta prácticamente inaccesible desde el exterior. Tranquilamente y con la cabeza agachada, el locutor comenzó a ascender por las destartaladas escaleras que daban acceso a donde se encontraba el francotirador. Allí arriba, les esperaba Gran John, con un porro en la boca, soltando humo cual chimenea. Hueter conocía de sobra aquel hombre, lo había visto muchas veces en su taberna, siempre acompañado por el tipo de pelo largo y el supermutante al que apodaban Potito.
-¡Dichosos los ojos que te ven!-dijo Gran John nada más verle, al parecer el también le reconocía-¡No te había reconocido sin la botella en la mano!
-¿Os conocéis?-preguntó Hestengberg, al parecer un tanto confundido.
-Antaño regentaba una taberna al norte de aquí...
-Un cuchitril en toda regla-bromeó Gran John.
-Este capullo y sus secuaces, vinieron muchas veces a cobrar el impuesto de su jefazo, pero siempre volvían borrachos y con las manos vacías... je... je... je...-Hueter nunca aceptó hacer el pago por la protección del Ejército del Pueblo Libre, pero siempre la conseguía emborrachando a los soldados con su Whisky. Estos a cambio del festival de alcohol, hacían la vista gorda y muchas veces eran ellos mismos quienes pagaban la protección del bar. Hueter era un perro muy viejo y al trueque no había quien le ganara, casi todo el alcohol que vendía en su taberna era de fabricación propia y el coste de producción muy barato, negocio redondo aunque clientela escasa y mal pagadora-¿Qué haces aquí? ¿Donde están tus compañeros?
-Es una historia muy larga la verdad-lamentó Gran John-pero consideremos que ya no formo parte del ejército de Pececito-a Hueter le extrañó muchísimo la respuesta de Gran John. Era casi imposible dejar el Ejército del Pueblo Libre con vida, algo muy gordo debía haber pasado para que aquel grandullón lo consiguiera-¿Había alguien más contigo ahí fuera?
-¡Solo yo y el montón de fiambres!-explicó Hueter-Aunque un poco más atrás-recordó a Neil y sus compañeros clavados en aquellas horribles cruces-encontré a personas moribundas, crucificadas boca abajo. No tuve más remedio que aliviarles el sufrimiento.
-¡Las cruces invertidas!-interrumpió el locutor-Escuché hablar de ellas a los lugareños de otros poblados a través de las emisoras. Los crucifican boca abajo, y luego les atraviesan con un palo que les meten por el...
-¡Por dios cállate ya!-gritó John interrumpiendo las explicaciones de Hestengberg-¡No necesitamos tanto detalle!
-¡Perdón!-dijo el locutor dejando escapar una tímida sonrisa.
-Será mejor que nos encarguemos de recoger todas las armas y munición de entre los soldados de ahí fuera, aunque veo que nuestro amigo ya se ha servido bien.
-¿Esto?-preguntó Hueter en contestación a las explicaciones de Gran John-Solo cogí el arma visto el recibimiento que me disteis. Ni siquiera sé si funciona o tiene munición.
-Está bien, salgamos. Pronto anochecerá y será mejor que acabemos esto cuanto antes-no sabemos cuánto tardaran en volver esos mal nacidos-ordenó Hestengberg señalando la puerta de acceso a la torre en la parte inferior de esta.
Antes de emprender la excursión en busca de armas y munición, Gran John inspeccionó de nuevo en los alrededores de la torre desde la zona media de esta, para asegurarse que no había ninguna amenaza animal o humana que les pudiera poner en peligro. Una vez asegurada la zona, salieron de las instalaciones hacia el lugar donde yacían los cuerpos sin vida de los soldados.
-¡Con lo bien equipados que iban y lo rápido que cayeron estos capullos!-bromeó el locutor. A decir verdad las palabras de este iban cargadas de razón, los soldados llevaban consigo bastante munición y varias armas, pistolas, metralletas y un francotirador con mira telescópica digital. Muy buen tirador debía ser Gran John, como para haber acabado con semejante grupo viendo la mierda de rifle que llevaba colgando de sus anchas espaldas.
-¿En serio hiciste tu todo esto?-preguntó Hueter alucinando al ver la masacre.
-Tuve la inmensa ventaja de estar en la parte superior, donde la antena-respondió Gran John, señalando la torre de comunicaciones-el factor sorpresa y la altura hicieron el resto.
-Entiendo...
-¿Que paso después? Muchas veces nos has contado como viviste el principio de la guerra, pero jamás se supo que pasó después-comentó Gran John. Hueter contaba una y otra vez a los parroquianos de su taberna, como comenzó todo. Lo había contado tantas veces que lo repetía tal cual con las mismas palabras.
-¡Es una historia muy larga!-respondió. Desde que se convirtió en necrófago, Hueter pasó la mayor parte de su vida intentando olvidar lo que ocurrió los días posteriores a su huida del garaje, pero era algo difícilmente olvidable, mucho peor que el haberse convertido en el engendro que era ahora, y por mucho que quisiera enterrarlo siempre había algún curioso que se lo recordaba con las mismas palabras que lo había hecho Gran John.
-Tranquilo, tenemos toda la noche por delante. Te escucho-comentó el ex soldado del Ejército del Pueblo Libre, mientras cargaba armas en su brazo izquierdo.
-La verdad que si no lo he contado antes, es porque no me gusta hablar de ello-Hueter se encogió de hombros-Como veis me convertí en necrófago, pero ese no fue el peor de mis males.
-No soy psicólogo ni nada por el estilo-explicó el locutor-pero según dicen las malas lenguas, el exteriorizar tus males puede provocar que estos desaparezcan. Solo son chorradas que dicen los viejos del pueblo, pero visto está que llevártelo a la tumba no es la solución.
-¡Quizás esa sea la solución!-respondió tajantemente Hueter-Al fin y al cabo he vivido demasiado ¿Qué sentido tener una vida vacía y tan larga?
-Quizás tengas razón en eso, pero también quizás la historia no debe morir contigo y quizás, valga la redundancia, ese sea tu cometido en este mundo, escribir la historia para que generaciones futuras no cometan los errores del pasado-comentó Hestengberg. Dejaron los cadáveres prácticamente en cueros, cargaron con todo lo que llevaban encima los soldados y volvieron a la torre de comunicaciones.
-¡Eso decían cuando yo iba al colegio!-dijo Hueter con algo de dificultad, tenía tantas corazas cargadas en su espalda, que parecía un burro de carga de las caravanas comerciales-¡Pero visto está que los profesores se equivocaron!
-¿Pero que tu tenias de eso?-bromeó Gran John.
-¡Te propongo un trato!-expuso el locutor-cuéntanos que pasó y no te faltará alcohol en la noche de hoy.
Seguramente, el apestoso aliento a Whisky que emanaba de la boca de Hueter alcanzó a Hestengberg y por eso tan repentina proposición. Su ya de por si halitosis crónica que le produjo el convertirse en necrófago, se veía severamente agravada cada vez que probaba el alcohol, Hueter apenas podía oler cosas al carecer de fosas nasales, pero nunca le habían faltado personas a su alrededor poniendo caras raras cada vez que el abría la boca. Era como su sello personal, pero después de tanto tiempo aquello era algo insignificante para él, al fin y al cabo Hueter no tenía que sufrirse a sí mismo.
-¿Y quién te ha dicho a ti que vaya a quedarme aquí esta noche?-no entraban en sus planes el quedarse allí acompañando a aquellos tipejos, solo quería volver a su poblado y reabrir de nuevo la taberna, después de fracasar en su misión, aquella que le encomendó la zorra de la pensión, era lo único que le quedaba y quizás ya ni eso. Pero Hueter andaba un tanto desorientado por aquellos lares y aunque tenía la intuición de que este lo estaría situado al norte, tampoco sabía muy bien qué dirección tomar para llegar sano y salvo.
-¡Está claro que no tienes a donde ir!-comentó Hestengberg-Aprovecha y disfruta de la compañía que alguien te ofrece mientras puedas. No hay nada más triste que vivir solo, o morir solo.
El locutor de radio había dado de lleno en el clavo. Quedarse solo era algo que aterraba a Hueter, incluso antes de la guerra, quizás la propuesta de este no fuera tan mala, alcohol y compañía, dos viejos conocidos a los que Hueter apreciaba en exceso.
-¡Está bien!-suspiró-Ahógame en alcohol y quizás te presente a los fantasmas de mi pasado que tanto tiempo llevan atormentándome.
-¡Acepto el trato!-exclamó Hestengberg, mientras se calzaba una de las corazas. Gran John hacía lo propio con otra de las mismas, pero estas eran demasiado pequeñas para él, con lo que finalmente tuvo que desistir. En su lugar se apropió de tantas armas como pudo. Hueter no entendía muy bien que estaba pasando allí, pero siempre era mejor ir bien equipado a no llevar nada, por lo que decidió seguir el ejemplo del locutor y el soldado-No sé si volverán mas indeseables como los de ahí fuera. Pero debemos asegurar que el mensaje se repita el mayor tiempo posible para que llegue al mayor número de habitantes de la región. Ir subiendo, ahora os alcanzo.
-¡Sígueme!-ordenó Gran John, haciendo un pequeño gesto con su mano izquierda-¡Te lo contaré por el camino!
-¡Soy todo oídos!-dijo Hueter, mientras terminaba de ajustarse la coraza blanca.
-Aquí nuestro presentador de radio cree que van a venir más soldados como los de ahí fuera para hacerse con el control de las instalaciones-explicó Gran John. Hueter tenía la sensación que se perdió algo muy gordo el tiempo que pasó en el campamento de la Orden de San Juan. ¿Un ejército nuevo del que no había oído hablar? Estaba de sobra acostumbrado a tratar con malhechores, pero estos parecían ser algo mucho más serio.
Hestengberg quedó rezagado buscando algo en el interior de los armarios de la planta baja, Hueter seguía de cerca a Gran John, que subía por las escaleras apoyándose con su mano izquierda en la pared. Conforme avanzaba la tarde el sol perdía fuerza, y la oscuridad comenzaba a apoderarse de aquel lugar.
-¿Y quiénes son esos?-preguntó sin titubear.
-No tengo el gusto de conocerles, solo de dispararles-espetó el soldado entre leves jadeos-Hestengberg podrá contarte más de ellos. Por lo que sé no son trigo limpio y hay que andarse con mucho ojo, por eso, hemos enviado un mensaje por la radio para alertar a la gente y que puedan ponerse a salvo.
Pasaron unos cuantos tramos y escaleras improvisadas en bastantes malas condiciones, antes de llegar a la parte superior de la antena. Allí arriba Hueter se encontró con una azotea en forma de cuenco. Reconocía aquel lugar, era tecnología pre-guerra. En el antiguo mundo, cuando Hueter era joven, todo era inalámbrico, y los satélites eran los encargados de hacer aquella magia posible.
Gran John no tardó en dejar todas las armas que había cargado en el suelo, al lado de la trampilla por donde habían accedido. La altura de aquel sitio y los agujeros estratégicamente situados por la superficie de la antena, ofrecían una panorámica perfecta a la luz del día, pero por la noche la historia cambiaría mucho. Al rato, el locutor apareció por la trampilla de acceso, cargado con varias botellas llenas de lo que parecía ser licor.
-¡Seguramente no sea tan bueno como el tuyo!-bromeó el soldado-¡Pero algo es algo!
-¡Sírvase usted primero!-dijo el locutor ofreciéndole una de las botellas con una amplia sonrisa dibujada en su rostro. Hueter cogió la botella con fuerza, la abrió con recelo, como si fuera la última botella del mundo y acto seguido le dio un buen trago. Tenía un sabor fuerte y amargo, no era Whisky, era Sitrang y no precisamente del flojo-¿Rico el brebaje eh?
Todos sin excepción bebieron de la botella, Gran John liaba con sus gordos dedos un cigarro de gran tamaño, seguramente un canuto << ¡La noche se pone interesante!-pensó al ver como mezclaba el reseco tabaco con cánnabis aun mas reseco. >>
-Cuando salí del garaje, solo encontré muerte y destrucción-Hueter sin darse cuenta, se vio narrando la continuación de su historia, estaba a gusto, quizás fuera el brebaje quien le estaba ayudando a soltar la lengua, pero no le importaba, había pasado demasiado tiempo en una lucha que le era imposible ganar sin ayuda, era la hora de enterrar sus males-la ciudad donde vivía se había convertido en un montón de escombros. La humanidad brillaba por su ausencia. Sabía que quedaba gente con vida, ya que a lo lejos se escuchaban explosiones y muchos disparos. Todo pasó tan rápido, que no dio tiempo a asimilarlo, era como estar en una terrible pesadilla, pesadilla de la que ya jamás conseguiría despertar por desgracia-Hueter se sentía como en su taberna, botella en mano y narrando historias del antiguo mundo, mientras Hestengberg y Gran John le escuchaban en silencio-¿Habéis estado alguna vez en la gran Metrópoli?
Ruinas de guerra
-¿Ese montón de basura en el norte?-preguntó el locutor-He oído hablar de él, pero no se me ha perdido nada allí.
-¡Yo más veces de las que me hubieran gustado!-respondió el soldado-Es más, compañeros míos entraron y jamás regresaron.
-Pues imaginar que estas instalaciones son el lugar donde trabajáis, y que vuestra casa está al otro lado de la metrópoli-explicó Hueter-pues más o menos esa era la distancia que tenía que recorrer si quería llegar a mi casa. Toda mi vida estaba allí.
-¿Y cómo lo hiciste?-interrumpió Gran John-No sé antes, pero ahora está infestada de bestias mutantes.
-Pues antes estaba infestada de soldados, pero tanto los que se suponían que eran amigos como los enemigos me eran hostiles, siendo necrófago, hasta los civiles huían de mí.
-¡Que putada macho!
-¡Ni que lo digas colega!-Hueter a menudo recordaba al primer soldado que se cruzó en su camino siendo necrófago. Un joven imberbe, atemorizado, al que el traje le venía grande y que se cagó encima nada más verle-Pasé días y días vagando por los túneles del metro, comiendo toda clase de porquerías para subsistir. A menudo me veía reflejado en espejos o charcos de agua y pensaba que llevaba puesto un disfraz, pero al rato me daba cuenta que no era así. Finalmente llegué a mi casa, pero en donde antes había una gran torre de color marrón con grandes ventanales, ahora solo quedaba su estructura. Como era de esperar el ascensor no funcionaba-Hueter paró un momento para mojarse la garganta con otro sorbo de Sitrang-subí las escaleras a toda velocidad con la esperanza de que mi querida esposa hubiera sobrevivido como yo a aquella catástrofe. Aunque fuera necrófaga la amaría igual, pero cuando abrí la puerta solo encontré un esqueleto carbonizado tirado en el suelo. En su mano izquierda llevaba nuestro el anillo de casados y los huesos de la mano derecha agarraban fuertemente un test de embarazo.
-¡Lo siento amigo!-lamentó Hestengberg, que parecía empatizar con él.
-No tuve el valor de abrirle la mano para ver el resultado, ni siquiera de llevarme el anillo, simplemente me dirigí al hueco que quedaba del balcón y me dispuse a saltar para acabar con todo aquel sufrimiento, pero como veréis eso no pasó-el mismo soldado que días antes se había cagado nada más verle fue el que le salvó la vida-un soldado, una chaval vestido de militar me dio una segunda oportunidad. Cuando tuve el valor suficiente para saltar, este se abalanzó sobre mí apartándome del borde del balcón. ¿Qué haces? me dijo, yo le contesté ¡Déjame! ¿No ves que soy un monstruo que lo ha perdido todo?-Hueter jamás olvidaría el momento en que el chaval le dio su arma, en ese momento volvió a creer en la humanidad, si un hombre en pleno apocalipsis era capaz de cederle su arma y por consiguiente las pocas esperanzas que tenia de sobrevivir, significaba que el ser humano por muy pequeña que fuera aun aguardaba bondad en su interior-¡Venga la muerte de los tuyos! dijo nada más darme su arma. El muchacho desapareció por las escaleras y jamás volví a verle.
-¿Y llegaste a dar con el culpable?-preguntó Hestengberg, terminándose otra de las botellas de Sitrang.
-¿Sin saber ni siquiera quien fue el diablo que lanzó la bomba?-Hueter se encogió de hombros y frunció el ceño-No sabría decirte, he matado a tanta gente en esta vida que solo espero que ese mal nacido estuviera entre ellos, aunque ya que más da, eso-tragó saliva y continuó- no me devolvería la vida-por primera vez en mucho tiempo sintió la necesidad de llorar, pero hasta las lágrimas se habían secado en su cuerpo de necrófago.
La noche se había acomodado sobre sus cabezas, Hueter se alejó del grupo dirigiéndose a uno de los agujeros de vigilancia con el Zippo de Gran John en la mano, una vez allí se asomó al borde, estaba tan oscuro que no se veía el suelo. No dejaba de recordar su historia, pero después de mucho tiempo cargando con ella a sus espaldas se sintió liberado de la misma.
Sin dejar de mirar al oscuro vacio que dibujaba la noche en el horizonte, se arrodilló en el borde y sacó del bolsillo de su camisa la vieja foto que siempre enseñaba a sus parroquianos para mostrarles como era él antes de la guerra. Lo que nadie sabía es que desde que se convirtió en necrófago jamás fue capaz de verla, en el reverso llevaba pegada una foto de su mujer que era la que observaba cuando enseñaba la otra foto a los demás.
-¡Lo siento churra!-dijo en voz bajita mirando la foto-Te fallé y esta es la penitencia que me tocó pagar por ello. Es hora de descansar-prendió el Zippo y con él la foto, esta se consumió rápidamente en la palma de su huesuda mano-¡Hasta mas ver mi amor!-la brisa meció los restos del retrato que lentamente desaparecieron de la mano del tabernero borracho.

sábado, 3 de mayo de 2014

CAPÍTULO XXII – SIN SALIDA



HUETER






No dejaba de darle vueltas. Estaba seguro de que había visto a aquella chica antes. ¿Pero dónde? podría tratarse de alguna coincidencia. Muchas eran las personas que había conocido Hueter en su larga vida, quizás se tratase de otra persona con un semblante similar, quizás un familiar.
-Cristine, recoge la máscara de necrófago y póntela de nuevo. James vamos a por el arma que nos han dejado, a ver qué podemos hacer. Jacq quédate aquí con nuestra invitada.- dando órdenes se sentía como el capitán de aquel peculiar pelotón
-¿Tienes tabaco?-le preguntó James Black, mientras se acercaban de nuevo al lugar donde habían dejado el Gatling XM-214 -¡Me muero por un cigarro!
-Jacq siempre suele llevar alguno encima.
El arma seguía en el mismo sitio donde la habían dejado. Hueter la inspeccionó detenidamente para comprobar cuál era el motivo por el que había dejado de funcionar. A siempre vista parecía estar en perfecto estado. No tardó en observar que una bala de diferente calibre a la reglamentaria del arma estaba colapsando el tambor giratorio impidiendo que este realizara su función de carga. << ¡Novatos! >>
-¡Esto es lo que pasa cuando compras munición a granel!
-¿Tiene arreglo?- preguntó James Black.
-Por supuesto. Los cabrones de los comerciantes tienen por costumbre mezclar munición antigua o de armas en desuso entre la munición que más se vende para así darle salida, ya que de otra manera no la venderían Mira esto- dijo comparando la bala extraída con la munición normal del Gatling XM-214 -¿Ves? son parecidas pero no son el mismo tipo de bala, esta es más grande- concluyó levantando la bala de mayor tamaño. Acto seguido la lanzó lejos como si de una piedra se tratase.
Una vez reparado el arma y la munición recogida Hueter se la cedió a James Black.
-¡Esto es un arma de verdad!- agradeció James- Haré lo propio y le prestare mi arma a Cristine para que no vaya desarmada
-¿Arma? querrás decir juguete- bromeó Hueter- Volvamos con el resto.
Jacq sentado en una piedra hablaba con la muchacha, esta llevaba puesta la máscara de necrófago.
-Cuídala bien- James puso en manos de Cristine su vieja escopeta.
-¡Gracias!- la voz de la muchacha sonaba distorsionada por culpa de la máscara.
-¿Tienes un cigarro Jacq?- James parecía tener mono de tabaco.
-¡Y un puro también!- bromeo Jacq, todos rieron a carcajadas a excepción de Cristine que sonreía tímidamente mostrando síntomas de vergüenza-¡Fumemos antes de pasar a la acción!
Jacq repartió un cigarro a cada uno, cuando llegó el turno de Cristine se lo negó con la mano.
-Cuéntanos niña ¿qué tipo de criaturas nos esperan ahí abajo?- Hueter tenía curiosidad, desde que la guerra se diera por finalizada había visto toda clase de abominaciones, sentía curiosidad por saber cual sería esa vez, aunque tenía una ligera idea de a que se iban a enfrentar- ¿Moradores de las Cloacas?
-¿Como lo sabes?- Cristine parecía sorprendida.
-¡Macho pareces una puta enciclopedia con patas!- interrumpió Jacq-Toma enciéndete el cigarro- Jacq le lanzó el Zippo y Hueter lo cogió al vuelo con una mano.
-También hay necrófagos- comentó Cristine.
-Los necrófagos son un mal menor, no sé si te habrás dado cuenta pero yo soy uno de ellos- no se sabía cuál era la causa para que humanos afectados por la "enfermedad" como lo llamaba Hueter, acabaran en aquel estado de locura y depresión que sufrían los necrófagos salvajes. Años y años de investigación en el Notocar sin llegar a descubrir la causa raíz
-¡Esto sabe a gloria!- dijo James Black mientras soltaba bocanadas de humo de tabaco.
-Pues disfrútalo porque ya no quedan más- protestó Jacq mostrando la pitillera vacía
La noche cayó, en el suelo, los cigarros consumidos por completo aun producían humo al consumirse la boquilla de esponja que hacía de filtro. Era un olor bastante desagradable para Hueter. Dejo caer su bota encima y los terminó de apagar.
-Caballeros, es la hora-masculló mientras movía el pie en círculos destrozando por completo las colillas.
La entrada a las alcantarillas estaba a unos metros de donde se encontraban, la tapa estaba medio abierta. Con un fuerte empujón de su mano derecha Jacq la tiró al suelo levantando una polvareda de tierra seca en el impacto, dejando abierta por completo la entrada.

-¡Las damas primero! ¡Mejor los necrófagos primero!- bromeó refiriéndose a Hueter y Cristine.
El primero en acceder fue Hueter, seguido por Cristine, Jacq y por ultimo James Black.
Estaba todo oscuro, por suerte el arma de Hueter disponía de una pequeña linterna para iluminar el camino, aunque debía ir con cuidado puesto que la luz era un buen reclamo para las amenazas que podrían encontrarse en los túneles de las alcantarillas.
El primer necrófago no tardó en aparecer, la luz era de muy poco alcance y cuando llego a iluminarse lo tenían delante de sus narices, acercándose con paso ligero con claras intenciones de atacar. Hueter apretó el gatillo de su rifle láser y la criatura desapareció en una explosión de polvo color purpura. El polvo al caer al suelo formó una pequeña montaña.
-Con la linterna encendida somos un blanco fácil-dijo Jacq de cuclillas mientras inspeccionaba la montaña de polvo.
-A oscuras será más fácil pasar desapercibidos, pero también corremos más peligro de perdernos- a Hueter no le convencía ninguna de las dos posibilidades-¿Tu qué opinas Cristine? ¿El camino es fácil?
-Yo siempre caminé hacia el norte.
-Pues caminemos hacia el sur. Jacq ponte delante conmigo.
Jacq y Hueter iban delante por aquel oscuro túnel, repleto de una sustancia resbaladiza, a unos pocos metros Cristine, James Black cerraba el pelotón, caminaba mirando hacia atrás cubriendo la retaguardia.
-¡No se ve una puta mierda!- protesto James Black.
-¡Cállate cojones! Si te escuchan los atraerás- la razón le vino a Jacq en forma de Moradores de las Cloacas. Un grupo se acercaba por la posición de James.
-¡Mierda!- gritó exaltado. James cargó el Gatling XM-214 y comenzó a disparar a discreción
-¡Aparta niña!- Hueter dio un pequeño empujón a Cristine y se puso a la altura de su compañero. Las pequeñas explosiones que producían las balas de veintidós milímetros del Gatling al ser disparadas, iluminaban intermitentemente la zona.
-¡Estos cabrones no quieren morir!- gritaba James Black mientras retrocedía poco a poco para evitar que los Moradores se acercaran demasiado.
-¡Dispárales a la cabeza!- gritó Cristine.
<<Como si fuera tan fácil>> los Moradores eran muy escurridizos, daban la sensación de estar en su hábitat natural aunque se trataran de criaturas mutantes. Pocos eran los disparos que llegaban a su objetivo, continuaron retrocediendo hasta que finalmente las criaturas perecieron.
-¡Dios mío!- gritó Jacq por detrás, parecía asustado. Al darse la vuelta
Hueter pudo comprender porque Jacq parecía asustado. Retrocediendo habían entrado sin darse cuenta en una sala llena de contenedores, el símbolo que tenían pintados en las paredes daba a entender que se trataba de residuos químicos, aunque el verdadero peligro procedía de una criatura enorme que se acercaba hacia ellos. Se arrastraba sobre sus brazos por encima de los contenedores, parecía un necrófago pero su tamaño era cinco veces mayor, su cabeza era desproporcionadamente grande y abultada. Carecía de piernas pero sus movimientos eran rápidos, en su lugar tenia montones de huevos, algunos estallaban dejando tras de sí pequeños ríos de un liquido verdoso.
-¿Y eso Hueter? ¿Has visto alguna vez alguno de estos?- gritaba Jacq al mismo tiempo que disparaba contra la criatura. La estela luminosa procedente del cañón Gauss impactó certeramente entre los ojos de la abominación. El ataque pareció enfurecer al ser que comenzó a lanzar violentos golpes con la mano abierta, uno de ellos alcanzó a Hueter que voló varios metros.
<< ¡Duele, duele mucho!>>
Se levantó aturdido por el trastazo, el ente estaba de espaldas. Tenía a tiro aquellos bultos en forma de huevo que finalizaban el cuerpo de la criatura como si alguien la hubiera cortado en dos.
-¡No me queda munición!- gritaba a lo lejos James Black. La enorme y fuerte mano de la abominación alcanzó al negro y luego a la muchacha que salieron despedidos como dos pelotas, quedando Jacq frente a frente. Hueter se sentía mareado, con esfuerzo levantó el rifle de plasma y disparó contra los huevos. El monstruo lanzó un rugido ensordecedor y se giró hacia donde estaba Hueter. De la boca le salía un mar de espuma y saliva. Se acercaba con intención de acabar con él, pero esta vez Hueter esquivó el envite tirándose al suelo.
-¡Dispárale a los huevos Jacq! ¡Por dios! ¡Dispárale a los huevos!- la abominación intentó aplastarle de un manotazo, pero Jacq tomó buena nota de las ordenes de Hueter y disparó sin contemplación. El monstruo se retorcía de dolor con el brazo levantado y la mano abierta con el propósito de acabar con Hueter que gateaba para escapar de la amenaza. Finalmente el ser dejó caer el brazo, el impacto contra el suelo hizo saltar una plancha metálica y unos  cuantos tornillos que la sujetaban.
Si no tenían ya suficientes problemas con aquel monstruo, los gritos de dolor  de este atrajeron a los necrófagos. En pocos momentos la sala se inundó, ninguno atacaba a Hueter, solo el ente de medio cuerpo y cabeza gigante que seguía lanzando ataques contra todo lo que tenia al alcance.
Había perdido de vista a Jacq, James y Cristine, solo veía necrófagos volando por los ataques que el engendro lanzaba contra él.
-Jacq ¿me oyes?-pareció escucharle a lo lejos, aunque con los gritos del ente no llegaba a entender nada con claridad-¡Poneos a cubierto! ¡Voy a utilizar uno de los explosivos magnéticos!- utilizar un explosivo de ese tipo en un sitio cerrado era como firmar su sentencia de muerte, aunque era la única posibilidad si quería salir con vida de aquel infierno. La plancha metálica estaba cerca y podría servirle como protección. No lo pensó dos veces, activó el explosivo, lanzándolo con fortuna dentro de la boca del monstruo, Hueter aprovechó la confusión del ser para coger la plancha y ponerse a cubierto. El dispositivo hizo explosión dentro del estomago de la abominación, esparciendo miles de pedazos de este por toda la sala. La cabeza intacta quedó apoyada contra uno de los contenedores. La fortuna le sonrió una vez más al colarse la bomba dentro del estomago de aquel ser, de lo contrario posiblemente ahora estuvieran todos muertos. Hueter comprobó que aun quedaban necrófagos con vida en la sala que caían abatidos por Jacq. El peligro había pasado.
-¿Que cojones era eso? ¿Que cojones era eso?- los necrófagos estaban todos abatidos, Jacq golpeaba con rabia una y otra vez la cabeza sin vida del monstruo con el cañón Gauss-¿Que cojones era eso?
James Black se levantaba tocándose la ceja, tenía una brecha que sangraba a borbotones, por el contrario Cristine seguía tendida en el suelo sin moverse.
-¿La muchacha está bien?- Hueter se interesó por su estado. Jacq dejó de golpear la enorme  cabeza y fue de inmediato donde Cristine.
-¡Respira!- dijo haciendo un movimiento de aprobación con el pulgar de su mano derecha.
Hueter se incorporó, tenía el cuerpo magullado, los músculos le dolían a cada movimiento.
-¡Habrá que cargar con ella!- Jacq cogió a la muchacha como si fuera un saco de patatas y se la cargó sobre el hombro derecho-¡Vámonos no vengan más!
Salieron de aquel sitio sin mirar la vista atrás.
-¿Alguien sabe donde está el sur ahora?- pregunto James Black que parecía aun aturdido y confuso. Llegaron a una intersección de túneles, estrechos, impregnados de sustancia resbaladiza, como la que encontraron al entrar en las alcantarillas. El túnel que daba a su izquierda estaba totalmente oscuro y el de la derecha parecía tener luz a lo lejos.
-Vayamos hacia la luz- ordeno Jacq.
-¿Seguro que puedes con ella tu solo?
-Tranquilo estoy acostumbrado a cargar con mi hermana- viendo a Cristine inconsciente a lomos de Jacq comprendió porque los dos hermanos hicieron lo que hicieron, afloró un sentimiento que él había perdido durante el paso de los años, la empatía.
Caminaron en silencio por aquel oscuro túnel que a cada paso recibía más luz procedente de lo que debía ser el final.
-¿Hola?- se escuchó a lo lejos-¡Se que estáis ahí! ¿Hola?- alguien llamaba a lo lejos-¡No deis un paso más sin decir quién sois o disparamos! ¡Estamos armados!
-¡Venimos en son de paz!-grito Hueter- ¿Sois los que escaparon del Notocar?
El silencio volvió a imperar en el túnel No obtuvo respuesta alguna.
-Son ellos, seguro- Jacq hablaba como si conociera aquella zona, puede ser que la muchacha le contara algo mientras reparaban el arma. Continuaron dirigiéndose hacia la parte iluminada, una vez llegaron se toparon con un cruce de túneles, uno de ellos bloqueado por escombros. No había ni rastro de la persona que les estaba gritando momentos antes, solo cuerpos sin vida de necrófagos tirados en el suelo y en el centro bidones de residuos radiactivos.
-¿Hay alguien aquí?- gritó Hueter esperando la respuesta de aquel desconocido.
-¡Ni se os ocurra mover un pelo!- sin darse cuenta quedaron rodeados por decenas de personas, iban armados con cualquier cosa, palos metálicos, trozos de madera, escombros, un hombre en silla de ruedas les apuntaba con un rifle viejo y oxidado, otro un hombre que parecía ser necrófago hacia lo suyo con una pistola de plasma.
-Hemos venido a...
-...es Cristine-Jacq fue interrumpido por el hombre de la silla de ruedas-¡Soltadla!
-Esta inconsciente, venimos para ayudaros a salir de aquí- las palabras de James parecían no convencer a nadie, pero el hecho de que conocieran a la muchacha confirmaba que se trataba de los fugitivos de la prisión
Varios tiros retumbaron y el caos inundó la sala, un tercer grupo se acercaba por el túnel contrario del que habían salido. Disparaban contra la gente allí presente.
-¡Es la banda de los Trajes Grises! ¡Corred nos han encontrado!- gritó un hombre adulto señalando en dirección al túnel por el cual habían llegado. La cabeza de aquel pobre desgraciado quedó atravesada por un balazo.
Hueter vio como Jacq armaba el cañón con una mano mientras sujetaba a Cristine con el hombro.
<<No hay elección>> los supervivientes a aquel tiroteo corrían en dirección al estrecho y oscuro túnel, a excepción del hombre en silla de ruedas y el necrófago desconocido, que se ponían a cubierto esperando su oportunidad para contraatacar.
Jacq disparaba sin acierto contra los atacantes que permanecían ocultos tras un montón de escombros dentro del enorme túnel
-¡No me seas chulo! ¡Pongámonos a cubierto!- antes de que pudieran salvaguardarse un misil brotó de entre los escombros en su dirección. El tiempo se ralentizó, aunque antes de que todo a su alrededor saltara por los aires, Hueter solo pudo ver como Jacq se precipitaba hacia el suelo rodeando fuertemente a la muchacha con sus brazos para protegerla.