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miércoles, 28 de octubre de 2015

CAPÍTULO IL – EL TABERNERO SIGUE BORRACHO





HUETER




No sonó otro disparo, en aquel lugar solo se escuchaba la tímida brisa meciendo los secos matorrales que había por doquier. Hueter sin pensarlo dos veces, cogió una de las armas que sujetaba uno de los fiambres del suelo. Una metralleta bastante peculiar y al parecer con una potencia de fuego considerable. Buscó por los alrededores algún lugar donde ponerse a cubierto, pero viendo la suerte que habían corrido los soldados que yacían abatidos delante de él, no parecía que aquello fuese tarea fácil.
El miedo se apoderó de su cuerpo, decidió esperar allí, agazapado, cubriéndose con el cuerpo de uno de los soldados caídos. De repente, la puerta de la torre más cercana se abrió.
-¡Tú cadáver con patas!-gritó un hombre asomándose a la puerta-¡Ven, no queremos hacerte daño!
Por experiencia, Hueter sabía que cuando alguien pronunciaba esas mismas palabras, quería decir justamente todo lo contrario, así que rápidamente soltó el cadáver y salió corriendo a toda velocidad para huir de aquel lugar. Su carrera, pronto se vio interrumpida por una bala que impactó en el suelo, entre sus pies;
-¡Si quieres vivir será mejor que obedezcas saco de huesos!-dijo otro hombre, Hueter se dio la vuelta lentamente con los brazos en alto, pero sin soltar el arma. Una vez de frente a la torre, observó que desde una pasarela situada a en la zona media de esta, un hombre alto y corpulento no dejaba de apuntarle con un rifle francotirador. Si era buen tirador, que al parecer lo era, solo había que ver la masacre de soldados al otro lado, no fallaría desde aquella distancia.
-¿Quieres dejar de hacer el gilipollas y venir?-rogó el hombre de la puerta. Hueter reconoció la voz de aquel hombre, era el zumbado que todos los días se dedicaba a poner música rock en la radio, a menudo se preguntaba desde donde emitiría los programas y parece ser que ahora lo acababa de descubrir. En ese momento, el miedo desapareció, bajó la guardia y obedeció al locutor de radio-¡Que tozudo eres amigo!
-¡Gracias!-Hueter recordaba cuantas solitarias y deprimentes noches en vela, había superado gracias a los programas de música de aquel hombre acompañados de una botella de Whisky-¡Tu música me salvo la vida!
-¡Y hoy te he salvado de la bala que el cazurro de arriba tenía intención de meterte entre tus ausentes cejas!-bromeó el locutor-Soy Hestengberg, aunque creo que ya me conoces y el locuaz de arriba es Gran John.
-¿Qué coño ha pasado aquí?-preguntó Hueter con timidez-¿Quiénes eran esos de ahí atrás?
-Soldados del ejército de la Pena del Alba.
-¿El ejército de la Penque?-aquello le sonaba raro, nunca había escuchado el nombre de dicho grupo.
-Maleantes, bien organizados y numerosos. Negreros que han venido desde el sur, con no muy buenas intenciones-respondió Hestengberg encogiéndose de hombros.
-¡Mal asunto!-lamentó Hueter-Si no teníamos suficiente con los Trajes Grises ahora esto...
-¿Los Trajes Grises?-interrumpió el locutor-Esos ya son historia. Los otros acabaron con ellos de un plumazo. Ven-hizo un gesto de aproximación con su mano izquierda-subamos con Gran John, tenemos asuntos que tratar.
De un portazo Hestengberg cerró aquel lugar a cal y canto, cruzó la puerta con una fuerte barra de metal dejando ésta prácticamente inaccesible desde el exterior. Tranquilamente y con la cabeza agachada, el locutor comenzó a ascender por las destartaladas escaleras que daban acceso a donde se encontraba el francotirador. Allí arriba, les esperaba Gran John, con un porro en la boca, soltando humo cual chimenea. Hueter conocía de sobra aquel hombre, lo había visto muchas veces en su taberna, siempre acompañado por el tipo de pelo largo y el supermutante al que apodaban Potito.
-¡Dichosos los ojos que te ven!-dijo Gran John nada más verle, al parecer el también le reconocía-¡No te había reconocido sin la botella en la mano!
-¿Os conocéis?-preguntó Hestengberg, al parecer un tanto confundido.
-Antaño regentaba una taberna al norte de aquí...
-Un cuchitril en toda regla-bromeó Gran John.
-Este capullo y sus secuaces, vinieron muchas veces a cobrar el impuesto de su jefazo, pero siempre volvían borrachos y con las manos vacías... je... je... je...-Hueter nunca aceptó hacer el pago por la protección del Ejército del Pueblo Libre, pero siempre la conseguía emborrachando a los soldados con su Whisky. Estos a cambio del festival de alcohol, hacían la vista gorda y muchas veces eran ellos mismos quienes pagaban la protección del bar. Hueter era un perro muy viejo y al trueque no había quien le ganara, casi todo el alcohol que vendía en su taberna era de fabricación propia y el coste de producción muy barato, negocio redondo aunque clientela escasa y mal pagadora-¿Qué haces aquí? ¿Donde están tus compañeros?
-Es una historia muy larga la verdad-lamentó Gran John-pero consideremos que ya no formo parte del ejército de Pececito-a Hueter le extrañó muchísimo la respuesta de Gran John. Era casi imposible dejar el Ejército del Pueblo Libre con vida, algo muy gordo debía haber pasado para que aquel grandullón lo consiguiera-¿Había alguien más contigo ahí fuera?
-¡Solo yo y el montón de fiambres!-explicó Hueter-Aunque un poco más atrás-recordó a Neil y sus compañeros clavados en aquellas horribles cruces-encontré a personas moribundas, crucificadas boca abajo. No tuve más remedio que aliviarles el sufrimiento.
-¡Las cruces invertidas!-interrumpió el locutor-Escuché hablar de ellas a los lugareños de otros poblados a través de las emisoras. Los crucifican boca abajo, y luego les atraviesan con un palo que les meten por el...
-¡Por dios cállate ya!-gritó John interrumpiendo las explicaciones de Hestengberg-¡No necesitamos tanto detalle!
-¡Perdón!-dijo el locutor dejando escapar una tímida sonrisa.
-Será mejor que nos encarguemos de recoger todas las armas y munición de entre los soldados de ahí fuera, aunque veo que nuestro amigo ya se ha servido bien.
-¿Esto?-preguntó Hueter en contestación a las explicaciones de Gran John-Solo cogí el arma visto el recibimiento que me disteis. Ni siquiera sé si funciona o tiene munición.
-Está bien, salgamos. Pronto anochecerá y será mejor que acabemos esto cuanto antes-no sabemos cuánto tardaran en volver esos mal nacidos-ordenó Hestengberg señalando la puerta de acceso a la torre en la parte inferior de esta.
Antes de emprender la excursión en busca de armas y munición, Gran John inspeccionó de nuevo en los alrededores de la torre desde la zona media de esta, para asegurarse que no había ninguna amenaza animal o humana que les pudiera poner en peligro. Una vez asegurada la zona, salieron de las instalaciones hacia el lugar donde yacían los cuerpos sin vida de los soldados.
-¡Con lo bien equipados que iban y lo rápido que cayeron estos capullos!-bromeó el locutor. A decir verdad las palabras de este iban cargadas de razón, los soldados llevaban consigo bastante munición y varias armas, pistolas, metralletas y un francotirador con mira telescópica digital. Muy buen tirador debía ser Gran John, como para haber acabado con semejante grupo viendo la mierda de rifle que llevaba colgando de sus anchas espaldas.
-¿En serio hiciste tu todo esto?-preguntó Hueter alucinando al ver la masacre.
-Tuve la inmensa ventaja de estar en la parte superior, donde la antena-respondió Gran John, señalando la torre de comunicaciones-el factor sorpresa y la altura hicieron el resto.
-Entiendo...
-¿Que paso después? Muchas veces nos has contado como viviste el principio de la guerra, pero jamás se supo que pasó después-comentó Gran John. Hueter contaba una y otra vez a los parroquianos de su taberna, como comenzó todo. Lo había contado tantas veces que lo repetía tal cual con las mismas palabras.
-¡Es una historia muy larga!-respondió. Desde que se convirtió en necrófago, Hueter pasó la mayor parte de su vida intentando olvidar lo que ocurrió los días posteriores a su huida del garaje, pero era algo difícilmente olvidable, mucho peor que el haberse convertido en el engendro que era ahora, y por mucho que quisiera enterrarlo siempre había algún curioso que se lo recordaba con las mismas palabras que lo había hecho Gran John.
-Tranquilo, tenemos toda la noche por delante. Te escucho-comentó el ex soldado del Ejército del Pueblo Libre, mientras cargaba armas en su brazo izquierdo.
-La verdad que si no lo he contado antes, es porque no me gusta hablar de ello-Hueter se encogió de hombros-Como veis me convertí en necrófago, pero ese no fue el peor de mis males.
-No soy psicólogo ni nada por el estilo-explicó el locutor-pero según dicen las malas lenguas, el exteriorizar tus males puede provocar que estos desaparezcan. Solo son chorradas que dicen los viejos del pueblo, pero visto está que llevártelo a la tumba no es la solución.
-¡Quizás esa sea la solución!-respondió tajantemente Hueter-Al fin y al cabo he vivido demasiado ¿Qué sentido tener una vida vacía y tan larga?
-Quizás tengas razón en eso, pero también quizás la historia no debe morir contigo y quizás, valga la redundancia, ese sea tu cometido en este mundo, escribir la historia para que generaciones futuras no cometan los errores del pasado-comentó Hestengberg. Dejaron los cadáveres prácticamente en cueros, cargaron con todo lo que llevaban encima los soldados y volvieron a la torre de comunicaciones.
-¡Eso decían cuando yo iba al colegio!-dijo Hueter con algo de dificultad, tenía tantas corazas cargadas en su espalda, que parecía un burro de carga de las caravanas comerciales-¡Pero visto está que los profesores se equivocaron!
-¿Pero que tu tenias de eso?-bromeó Gran John.
-¡Te propongo un trato!-expuso el locutor-cuéntanos que pasó y no te faltará alcohol en la noche de hoy.
Seguramente, el apestoso aliento a Whisky que emanaba de la boca de Hueter alcanzó a Hestengberg y por eso tan repentina proposición. Su ya de por si halitosis crónica que le produjo el convertirse en necrófago, se veía severamente agravada cada vez que probaba el alcohol, Hueter apenas podía oler cosas al carecer de fosas nasales, pero nunca le habían faltado personas a su alrededor poniendo caras raras cada vez que el abría la boca. Era como su sello personal, pero después de tanto tiempo aquello era algo insignificante para él, al fin y al cabo Hueter no tenía que sufrirse a sí mismo.
-¿Y quién te ha dicho a ti que vaya a quedarme aquí esta noche?-no entraban en sus planes el quedarse allí acompañando a aquellos tipejos, solo quería volver a su poblado y reabrir de nuevo la taberna, después de fracasar en su misión, aquella que le encomendó la zorra de la pensión, era lo único que le quedaba y quizás ya ni eso. Pero Hueter andaba un tanto desorientado por aquellos lares y aunque tenía la intuición de que este lo estaría situado al norte, tampoco sabía muy bien qué dirección tomar para llegar sano y salvo.
-¡Está claro que no tienes a donde ir!-comentó Hestengberg-Aprovecha y disfruta de la compañía que alguien te ofrece mientras puedas. No hay nada más triste que vivir solo, o morir solo.
El locutor de radio había dado de lleno en el clavo. Quedarse solo era algo que aterraba a Hueter, incluso antes de la guerra, quizás la propuesta de este no fuera tan mala, alcohol y compañía, dos viejos conocidos a los que Hueter apreciaba en exceso.
-¡Está bien!-suspiró-Ahógame en alcohol y quizás te presente a los fantasmas de mi pasado que tanto tiempo llevan atormentándome.
-¡Acepto el trato!-exclamó Hestengberg, mientras se calzaba una de las corazas. Gran John hacía lo propio con otra de las mismas, pero estas eran demasiado pequeñas para él, con lo que finalmente tuvo que desistir. En su lugar se apropió de tantas armas como pudo. Hueter no entendía muy bien que estaba pasando allí, pero siempre era mejor ir bien equipado a no llevar nada, por lo que decidió seguir el ejemplo del locutor y el soldado-No sé si volverán mas indeseables como los de ahí fuera. Pero debemos asegurar que el mensaje se repita el mayor tiempo posible para que llegue al mayor número de habitantes de la región. Ir subiendo, ahora os alcanzo.
-¡Sígueme!-ordenó Gran John, haciendo un pequeño gesto con su mano izquierda-¡Te lo contaré por el camino!
-¡Soy todo oídos!-dijo Hueter, mientras terminaba de ajustarse la coraza blanca.
-Aquí nuestro presentador de radio cree que van a venir más soldados como los de ahí fuera para hacerse con el control de las instalaciones-explicó Gran John. Hueter tenía la sensación que se perdió algo muy gordo el tiempo que pasó en el campamento de la Orden de San Juan. ¿Un ejército nuevo del que no había oído hablar? Estaba de sobra acostumbrado a tratar con malhechores, pero estos parecían ser algo mucho más serio.
Hestengberg quedó rezagado buscando algo en el interior de los armarios de la planta baja, Hueter seguía de cerca a Gran John, que subía por las escaleras apoyándose con su mano izquierda en la pared. Conforme avanzaba la tarde el sol perdía fuerza, y la oscuridad comenzaba a apoderarse de aquel lugar.
-¿Y quiénes son esos?-preguntó sin titubear.
-No tengo el gusto de conocerles, solo de dispararles-espetó el soldado entre leves jadeos-Hestengberg podrá contarte más de ellos. Por lo que sé no son trigo limpio y hay que andarse con mucho ojo, por eso, hemos enviado un mensaje por la radio para alertar a la gente y que puedan ponerse a salvo.
Pasaron unos cuantos tramos y escaleras improvisadas en bastantes malas condiciones, antes de llegar a la parte superior de la antena. Allí arriba Hueter se encontró con una azotea en forma de cuenco. Reconocía aquel lugar, era tecnología pre-guerra. En el antiguo mundo, cuando Hueter era joven, todo era inalámbrico, y los satélites eran los encargados de hacer aquella magia posible.
Gran John no tardó en dejar todas las armas que había cargado en el suelo, al lado de la trampilla por donde habían accedido. La altura de aquel sitio y los agujeros estratégicamente situados por la superficie de la antena, ofrecían una panorámica perfecta a la luz del día, pero por la noche la historia cambiaría mucho. Al rato, el locutor apareció por la trampilla de acceso, cargado con varias botellas llenas de lo que parecía ser licor.
-¡Seguramente no sea tan bueno como el tuyo!-bromeó el soldado-¡Pero algo es algo!
-¡Sírvase usted primero!-dijo el locutor ofreciéndole una de las botellas con una amplia sonrisa dibujada en su rostro. Hueter cogió la botella con fuerza, la abrió con recelo, como si fuera la última botella del mundo y acto seguido le dio un buen trago. Tenía un sabor fuerte y amargo, no era Whisky, era Sitrang y no precisamente del flojo-¿Rico el brebaje eh?
Todos sin excepción bebieron de la botella, Gran John liaba con sus gordos dedos un cigarro de gran tamaño, seguramente un canuto << ¡La noche se pone interesante!-pensó al ver como mezclaba el reseco tabaco con cánnabis aun mas reseco. >>
-Cuando salí del garaje, solo encontré muerte y destrucción-Hueter sin darse cuenta, se vio narrando la continuación de su historia, estaba a gusto, quizás fuera el brebaje quien le estaba ayudando a soltar la lengua, pero no le importaba, había pasado demasiado tiempo en una lucha que le era imposible ganar sin ayuda, era la hora de enterrar sus males-la ciudad donde vivía se había convertido en un montón de escombros. La humanidad brillaba por su ausencia. Sabía que quedaba gente con vida, ya que a lo lejos se escuchaban explosiones y muchos disparos. Todo pasó tan rápido, que no dio tiempo a asimilarlo, era como estar en una terrible pesadilla, pesadilla de la que ya jamás conseguiría despertar por desgracia-Hueter se sentía como en su taberna, botella en mano y narrando historias del antiguo mundo, mientras Hestengberg y Gran John le escuchaban en silencio-¿Habéis estado alguna vez en la gran Metrópoli?
Ruinas de guerra
-¿Ese montón de basura en el norte?-preguntó el locutor-He oído hablar de él, pero no se me ha perdido nada allí.
-¡Yo más veces de las que me hubieran gustado!-respondió el soldado-Es más, compañeros míos entraron y jamás regresaron.
-Pues imaginar que estas instalaciones son el lugar donde trabajáis, y que vuestra casa está al otro lado de la metrópoli-explicó Hueter-pues más o menos esa era la distancia que tenía que recorrer si quería llegar a mi casa. Toda mi vida estaba allí.
-¿Y cómo lo hiciste?-interrumpió Gran John-No sé antes, pero ahora está infestada de bestias mutantes.
-Pues antes estaba infestada de soldados, pero tanto los que se suponían que eran amigos como los enemigos me eran hostiles, siendo necrófago, hasta los civiles huían de mí.
-¡Que putada macho!
-¡Ni que lo digas colega!-Hueter a menudo recordaba al primer soldado que se cruzó en su camino siendo necrófago. Un joven imberbe, atemorizado, al que el traje le venía grande y que se cagó encima nada más verle-Pasé días y días vagando por los túneles del metro, comiendo toda clase de porquerías para subsistir. A menudo me veía reflejado en espejos o charcos de agua y pensaba que llevaba puesto un disfraz, pero al rato me daba cuenta que no era así. Finalmente llegué a mi casa, pero en donde antes había una gran torre de color marrón con grandes ventanales, ahora solo quedaba su estructura. Como era de esperar el ascensor no funcionaba-Hueter paró un momento para mojarse la garganta con otro sorbo de Sitrang-subí las escaleras a toda velocidad con la esperanza de que mi querida esposa hubiera sobrevivido como yo a aquella catástrofe. Aunque fuera necrófaga la amaría igual, pero cuando abrí la puerta solo encontré un esqueleto carbonizado tirado en el suelo. En su mano izquierda llevaba nuestro el anillo de casados y los huesos de la mano derecha agarraban fuertemente un test de embarazo.
-¡Lo siento amigo!-lamentó Hestengberg, que parecía empatizar con él.
-No tuve el valor de abrirle la mano para ver el resultado, ni siquiera de llevarme el anillo, simplemente me dirigí al hueco que quedaba del balcón y me dispuse a saltar para acabar con todo aquel sufrimiento, pero como veréis eso no pasó-el mismo soldado que días antes se había cagado nada más verle fue el que le salvó la vida-un soldado, una chaval vestido de militar me dio una segunda oportunidad. Cuando tuve el valor suficiente para saltar, este se abalanzó sobre mí apartándome del borde del balcón. ¿Qué haces? me dijo, yo le contesté ¡Déjame! ¿No ves que soy un monstruo que lo ha perdido todo?-Hueter jamás olvidaría el momento en que el chaval le dio su arma, en ese momento volvió a creer en la humanidad, si un hombre en pleno apocalipsis era capaz de cederle su arma y por consiguiente las pocas esperanzas que tenia de sobrevivir, significaba que el ser humano por muy pequeña que fuera aun aguardaba bondad en su interior-¡Venga la muerte de los tuyos! dijo nada más darme su arma. El muchacho desapareció por las escaleras y jamás volví a verle.
-¿Y llegaste a dar con el culpable?-preguntó Hestengberg, terminándose otra de las botellas de Sitrang.
-¿Sin saber ni siquiera quien fue el diablo que lanzó la bomba?-Hueter se encogió de hombros y frunció el ceño-No sabría decirte, he matado a tanta gente en esta vida que solo espero que ese mal nacido estuviera entre ellos, aunque ya que más da, eso-tragó saliva y continuó- no me devolvería la vida-por primera vez en mucho tiempo sintió la necesidad de llorar, pero hasta las lágrimas se habían secado en su cuerpo de necrófago.
La noche se había acomodado sobre sus cabezas, Hueter se alejó del grupo dirigiéndose a uno de los agujeros de vigilancia con el Zippo de Gran John en la mano, una vez allí se asomó al borde, estaba tan oscuro que no se veía el suelo. No dejaba de recordar su historia, pero después de mucho tiempo cargando con ella a sus espaldas se sintió liberado de la misma.
Sin dejar de mirar al oscuro vacio que dibujaba la noche en el horizonte, se arrodilló en el borde y sacó del bolsillo de su camisa la vieja foto que siempre enseñaba a sus parroquianos para mostrarles como era él antes de la guerra. Lo que nadie sabía es que desde que se convirtió en necrófago jamás fue capaz de verla, en el reverso llevaba pegada una foto de su mujer que era la que observaba cuando enseñaba la otra foto a los demás.
-¡Lo siento churra!-dijo en voz bajita mirando la foto-Te fallé y esta es la penitencia que me tocó pagar por ello. Es hora de descansar-prendió el Zippo y con él la foto, esta se consumió rápidamente en la palma de su huesuda mano-¡Hasta mas ver mi amor!-la brisa meció los restos del retrato que lentamente desaparecieron de la mano del tabernero borracho.

jueves, 13 de noviembre de 2014

CAPÍTULO XXXIX - EL ÚLTIMO ROCKERO



GRAN JOHN



Lugar nuevo de Átomo, Casas de la Cerda, Losa de Sapos, Torre Viciosa, La Cueva Negra, Granjas Largas, eran algunos de los poblados donde Gran John había buscado a Monique. El resto no los recordaba y tampoco intentaba hacerlo.
Días y días buscando aquella preciosa mujer del búnker Ghenova, aquella extraña mujer que la misma noche en que escaparon desapareció como por arte de magia sin dejar rastro alguno.
Estaba confundido, ya no sabía dónde buscar, había recorrido todos los poblados de la zona y ni rastro de ella. Era imposible que alguien que jamás había vivido en aquel mundo, pudiera desaparecer de aquella manera a no ser que un depredador la hubiera devorado.
Cada día que pasaba tenía menos esperanza en encontrarla, incluso había llegado a creer que todo era una paranoia fruto de los porros, pero al comprobar que el robot ya no le seguía y que tampoco tenía los collarines alrededor de sus tobillos, aquel pensamiento desapareció de su cabeza.
La tormenta de la tarde había obligado a Gran John a refugiarse en el bar de Chano. Durante su odisea por los pueblos cercanos descubrió que no había aldea sin bar. Un lugar de ocio para unos, negocio para otros y hogar de muchos. Aprendió que no eras nadie si no te conocían en los bares, así que lo tomó al pie de la letra y aunque frecuentaba mucho la mayoría de antros trataba de pasar desapercibido.
-¡Una cerveza!-pidió nada mas acercarse a la barra.
El dueño del local, un hombre con cara de cabreado al cual parecía no importarle lo más mínimo que las mesas estuvieran repletas de basura, negó con la cabeza señalándole los casquillos vacios que había esparcidos por todo el local.
Hacía días que no fumaba y el mono por encenderse un porro estaba irritando cada vez más su carácter. Para colmo en aquel antro parecía no haber ni gota de alcohol.
-¿María?
-Si quieres droga pregúntale al friky de la radio-espetó el camarero-lo encontrarás en el edificio lleno de antenas que hay a las afueras del pueblo.
Sin casi despedirse Gran John salió a toda velocidad de aquel antro, dirigiéndose a las afueras en busca de su dosis de María. El síndrome de abstinencia provocaba que no pudiera pensar con claridad, necesitaba fumar casi como el comer.
El edificio al que se refería el camarero fue fácil de encontrar. Aquella aldea no tendría más que una decena de casas, todas compitiendo por ver cuál era la más destartalada. Solo la pequeña torre con antenas se salvaba. Parecía una construcción anterior a la guerra, aunque las improvisadas antenas que cubrían la mayoría de la fachada habían sido claramente puestas después de la guerra.
En la puerta unos tipos raros vestidos con chaquetas de cuero y de pelo largo, bailaban al ritmo de una canción que le era familiar. En el suelo, un artilugio parecido a una emisora de radiofrecuencia emitía la música. Escuchando la melodía Gran John recordó que era la misma canción que sonaba por el altavoz del robot en aquella maldita gasolinera, aunque no recordaba el nombre.
-¿María?
-¡Tío pregúntale a Hestengberg!-respondió uno de los tipos de la entrada, señalando hacia el interior del edificio-Es el que pone las canciones. Sube, está arriba. Dile que vienes de Mis Partes.
Aquel tipejo parecía ir colocado hasta los huesos, el olor a porro delataba a todos los que estaban allí. Pero el buen ambiente que tenían entre ellos le confianza.
-¡Gracias tío!
En el interior solo había una escalera de hormigón en tal mal estado, que daba la sensación de poder derrumbarse en cualquier momento. Gran John se armó de valor y decidido por conseguir algo para fumar comenzó a ascender por la zona de los peldaños mas pegada a la pared, la cual parecía más segura que el resto.
Cuanto más se acercaba a la última planta, mas notaba el característico olor a María, similar al que desprendían los tipejos de la entrada.
Al final de la escalera, una puerta metálica abierta de par en par daba acceso a una pequeña sala.
-¡Tranquilo vaquero!-dijo quien parecía ser Hestengberg, levantando las manos nada mas percatarse de su presencia. Un hombre de pelo corto canoso y barba de pocos días. Vestía una camiseta blanca bastante sucia que marcaba su delgadez con unos pantalones vaqueros desgarrados.
La sala aparte de oler a porro, estaba repleta de emisoras de radio y ordenadores, si no fuera porque conocía muy bien los cuarteles del Ejército del Pueblo Libre, pensaría que estaba en uno de los puestos de mando.
-¿Que sitio es este?
-Esto chaval, es radio macuto. La radio del canuto. Única en toda la región-respondió alegremente el hombre. Reconocía aquella voz, era la misma que días atrás anunciaba la canción que escuchó en la gasolinera.
-¿Tu eres?
-El mismo que viste y calza-respondió sin dejar terminar la pregunta-Aunque todo el mundo me conoce como Hestengberg. Tú no eres de por la zona por lo que veo. ¿Qué haces por aquí forastero?
-¡La verdad que no lo sé!- Gran John se encogió de hombros-Ahora mismo buscaba alguien que tuviera algo para fumar y me dijeron que tu vendías.
-Compadre has venido al lugar ideal. Tengo la mejor mierda de toda la zona. Una calada de esta marihuana y pasaras todo el día colocado. Precisamente tenia uno por aquí a medio consumir- Hestengberg se giró hacia la mesa que tenia justo detrás suyo y buscando entre montones de discos viejos, encontró el nombrado porro al cual le quedaban unas cuantas caladas-¡Sírvase usted mismo!
Para Gran John la primera calada fue como quitarse a Potito de encima una de tantas veces cuando este sin previo aviso, saltaba encima de él aprovechando un momento de despiste. Aunque Gran John tenía fuerza suficiente para cargar con él, aquella bestia pesaba muchísimo, era como si le aplastaran la espalda con un mazo. Añoraba los tiempos pasados en los que salían los tres a patrullar juntos. ¿Dónde estarán? ¿Pececito habrá dado con ellos?
-Esto esta cojonudo- dijo mirando el porro, haciendo círculos con el humo, el mono casi había desaparecido por completo-¿Hace mucho que te dedicas a esto?
-¿A la radio?-preguntó Hestengberg refiriéndose a la pila de emisoras y ordenadores que tenía detrás de él Prácticamente desde que nací. Mi padre trabajaba en esta radio, el padre de mi padre también y según me conto mi padre, el padre de su padre fue el fundador de la radio.

-¿Y ganas mucho dinero con esto?-tanto padre lo había hecho un lio y ya no sabía quién era el fundador de la radio, pero quiso continuar escuchando su historia.
-Aquí dentro soy feliz y el rock hace felices a la gente que lo escucha. Lamentablemente...-el locutor de radio se encogió de hombros-...el paso de las guerras poco apoco han acabado con la mayoría de antenas y cada vez se escucha la radio en menos lugares.
-¿Y por eso vendes porros para sobrevivir?
-Esos son de mi cosecha propia, para el autoconsumo. Solo que siempre tengo excedentes para vendérselo a mis seguidores. Con esta mierda la música suena diferente.
-¡Pues tendré que hacerme seguidor tuyo!-sonrió. Hestengberg se quedó mirándolo con cara rara, acto que no le inspiró confianza alguna.
-¿Tu eres soldado del Ejercito del Pueblo Libre verdad?-pregunto el locutor señalando con el dedo.
<< ¡Mierda el uniforme me delata!-se dijo a sí mismo-¿Pero qué mierda le importa a este de donde sea yo? ¿Querrá hacerme una ficha de socio o qué?>>
-Pertenecía...-respondió en voz baja-Su política de actuación frente algunos casos, no coincidía con mi política. Así que decidí abandonar el ejército.
-¡Vamos que saliste por patas granuja!-dijo Hestengberg en medio de una amplia sonrisa-¡Ven quiero que veas algo!- el hombre echó mano de un montón de papeles que tenía situado en una de las mesas, donde al parecer había algo escrito. Gran John siempre había tenido dificultades para leer, solo esperaba que aquel tipo le contara lo que había escrito en los documentos.
-¿Qué es esto?- quiso mostrar interés, ya no quedaba porro, tanto hablar había hecho que se lo fumara entero sin darse cuenta, aunque parecía que a Hestengberg no le importaba. <<Igual con suerte se lía otro>>
-Esto son conversaciones que he podido escuchar con los aparatos de radiofrecuencia, transcritas a estos papeles-el semblante del locutor cambio por completo, estaba serio a más no poder. Aquello le pareció extraño- Últimamente la señal que recibimos es bastante débil, creo que el repetidor que utilizamos ha sido dañado por algún motivo. El caso es que antes de que esto ocurriera, recibimos una señal de socorro procedente de los pueblos situados más al sur de la región. Hablaba acerca de un nuevo ejército bien armado que saquea las casas y esclaviza a los supervivientes. Según la comunicación la mayoría de pueblos han sucumbido ante el poder de este grupo y pocos son los que aun resisten el azote de sus batallones. Tengo la sensación de que su próximo objetivo somos nosotros y todos los pueblos vecinos.
-¿Y qué se puede hacer al respecto?- interrumpió, aquello no le daba buena espina. ¿Un ejército peor que lo ya conocido? ¡Imposible!
-Hay que enviar un mensaje para pedir apoyo a tu antiguo ejército y a la Hermandad del Rayo. Quizás sea demasiado tarde para nosotros, pero que al menos el resto pueda salvarse.
-¿Que el ejercito de Pececito nos apoye sin pagar nada a cambio?-espetó Gran John-¡Tu flipas! Con suerte se salvaran ellos el culo, son demasiado arrogantes como para hacer algo por los demás.
-Al menos hay que intentarlo-sugirió Hestengberg.
-¿Y qué sugieres?
-Lo primero ir donde está el repetidor para comprobar que ha pasado y si se puede reparar. Acompáñame para protegerme frente a posibles amenazas y no te volverá a faltar un porro en tu vida. ¿Qué dices a eso?
<<Es una buena oferta-se detuvo unos momentos a pensar-No tengo nada mejor que hacer y este chalado necesita mi ayuda. No creo que los colgados de la entrada sepan disparar un arma. Si es verdad lo que dice este tipo, estamos ante un gran aprieto. La vida es una mierda, pero cualquier acción puede contribuir a mejorarla>>
-¡Esta bien!-fue la respuesta Gran John a la oferta del locutor-¡Acepto la oferta!
-No me esperaba menos de ti-Hestengberg respiró profundamente- Espera que ponga una sesión continua y nos ponemos manos a la obra. ¡No hay tiempo que perder!

CAPÍTULO XXXVIII - ÉXODO



PERVERT



Como de costumbre, la arrogancia del viejo Gaspar era el plato con el que recibía a todos sus clientes y ella no había sido una excepción. Pervert no comprendía como la gente aun acudía a él para reparar sus armas, tampoco comprendía como ella aun lo hacía. Nadie en el pueblo tenía una habilidad como Gaspar para hacer el trabajo, posiblemente esas fueran las razones por las cuales sus antiguos clientes seguían dándose trabajo.
Por fin, después de muchos días, la servoarmadura estaba reparada. Una buena cantidad de chapas había costado, pero valió la pena. Aquellas armaduras eran de lo mejor que Pervert había visto, tenían un espesor que podría parar cualquier disparo a media distancia y balas de pequeño calibre a quemarropa. La única pega era que aquello pesaba como un condenado.
La tormenta de nuevo había cogido fuerza, no le importaba empaparse, pero caminar entre el barrizal que se formaba cuando llovía en Salatiga y cargada con aquel muerto no era muy recomendable para la salud, así que Pervert se apresuró en regresar a su casucha.
Al llegar comprobó que la puerta estaba medio abierta. Imaginaba que los dos tortolitos estarían dentro y mejor no imaginar lo que pudieran estar haciendo. Era muy extraño, el único sonido que escuchaba era el de los relámpagos y el fuerte viento. Pervert golpeó tímidamente la puerta con los nudillos.
-¿Hola?- nadie respondió. Aquello le pareció aun más extraño, la puerta abierta, silencio absoluto << ¿Estarán durmiendo y el viento habrá abierto la puerta?>>-¿Jacq? ¿Cristine?
Mirando más detenidamente Pervert observó que el cerrojo de la puerta estaba roto. Aquello encendió sus alarmas. Sin pensarlo dos veces dejó caer al suelo la servoarmadura y desenfundó su Magnum. Con suavidad terminó de abrir la puerta con su mano izquierda sin dejar de apuntar con su arma. Troy parecía alterado, empujaba la puerta con sus patas delanteras, Pervert no pudo impedírselo y finalmente le dejó entrar primero. Cuando centró la vista en el interior de la casucha, observó a Jacq tirado encima del colchón, desnudo y lo más preocupante, una fuerte herida en el hombro izquierdo. Pervert inmediatamente se acercó para ver si aun estaba vivo. El colchón estaba lleno de sangre. Aunque sus respiraciones eran débiles aun estaba vivo y aquello calmó un poco su nerviosismo. De Cristine no había ni rastro.
-¡Aguanta!-gritó-¡Te pondrás bien!- ella no tenia los conocimientos ni el material necesario para curar aquella herida. Solo había una persona en todo Salatiga con habilidades suficientes para curar a Jacq, era su única esperanza, ya habría tiempo de hacer pagar al culpable o culpables de aquella atrocidad.
Sin mirar atrás Pervert salió corriendo de su casucha con Troy pisándole los talones, la lluvia era más intensa que cuando entró momentos antes. Cruzó los callejones de Salatiga esquivando la mayoría de charcos embarrados en busca de Yelou. El agua que resbalaba por sus ojos y la oscuridad de la tormenta, dificultaban su visibilidad, aunque Pervert conocía el pueblo como la palma de su mano y podría ir donde quisiera con los ojos cerrados, así que eso no era impedimento para seguir su camino.
No tuvo en cuenta los obstáculos que a traición podría haber dejado el agua a su paso y tropezó con un tablón de madera, cayéndose con las manos por delante en un barrizal. Al levantar la cabeza comprobó que tenía la cara manchada de barro, observó que tenía delante de sus narices la casa del sanitario.
-¡Yelou!-gritaba una y otra vez, mientras aporreaba la puerta con todas sus fueras-¡Abre!
-¿Qué pasa?-preguntó la mujer al abrir la puerta con cara de estar asustada. Yelou era la única persona en Salatiga que tenia conocimientos médicos. Hacía poco tiempo que se había instalado en el pueblo, pero todo el mundo la conocía. Ella evitaba hablar sobre su pasado aunque al final todo se sabe. Los viejos y viejas cotillas decían que perteneció a la Orden de San Juan de Dios y que aprendió allí a curar a la gente, aunque hasta la fecha nadie sabía porque dejó de salió de ella.
-¡Ven conmigo!-gritó Pervert-¡Necesitamos tu ayuda!
-¿De qué se trata?- Yelou parecía querer saber a qué se enfrentaba para poder disponer de lo necesario.
-¡Un herido!-notaba como cada vez estaba más nerviosa-¡No se con que lo han atacado, pero la herida es considerable y ha perdido mucha sangre! ¡Parece un impacto de un arma de energía!
Yelou se quedó pálida y eso que su piel era de un tono bastante oscuro. Sin perder tiempo echó mano de un botiquín y unas cuantas bolsas de plasma sanguíneo artificial.
Actualmente quedaban pocas bolsas de plasma sanguíneo artificial, puesto que se trataba de una tecnología del antiguo mundo y después de la guerra nadie había conseguido sintetizar tal sustancia, bien porque la mayoría de laboratorios habían sido destruidos o por carecer del conocimiento necesario. En cualquier caso el plasma sanguíneo, administrado adecuadamente tenía la propiedad de regenerar la sangre en el cuerpo humano entre otras muchas aplicaciones, aunque el paciente hubiera perdido una cantidad importante.

Una vez Yelou terminó de preparar el material necesario ambas salieron corriendo de regreso a la casucha de Pervert con Troy a la cabeza mostrando el camino. << ¡Que perro más listo!>> Yelou solo tardó unos pocos segundos en prepararlo todo, pero para ella aquel momento fue eterno.
Al llegar, Jacq se encontraba en la misma posición que cuando lo dejó, aunque su rostro estaba más pálido.
-¡Esto no tiene buena pinta!-dijo Yelou nada más ver a Jacq.
-¿Qué hago?-preguntó Pervert desesperada, las palabras de la sanitaria no habían hecho más que aumentar su nerviosismo.
-¡Dejarme sola!-gritó la mujer-¡Sin presión trabajo mejor!
-¡Sálvalo o tú iras detrás de él!- realmente no pensaba lo que decía, sabía de sobra que Yelou haría lo que estuviera en su mano para curar a Jacq. Tantas horas en el bar, tantos días cazando juntos, tanto compartido en tan poco tiempo. Había cogido cariñó a aquel hombre, por otro lado era difícil para ella no coger cariño a las personas. Pero ¿Que había pasado? ¿Dónde estaba Cristine? ¿Sería ella la culpable del ataque? Por mucho que se lo preguntara no encontraría respuesta, aunque dudaba mucho que la muchacha fuera capaz de algo similar.
Haciendo caso a Yelou, Pervert salió a las afueras de la casa con una botella de Whisky casi vacía y un cigarro. La servoarmadura aun estaba allí tirada donde la dejó, sin hacer mucho ruido la dejó dentro de su casucha a un lado de la puerta de entrada. Yelou al verla entrar, asintió con la cabeza y acto seguido con un movimiento de mano la hizo entender que esperara fuera. Necesitaba calma mientras esperaba, al menos la tormenta parecía haberse calmado definitivamente y aquello era de agradecer.
Abrió la botella y de un trago terminó su contenido. El sabor de aquel Whisky quemaba la garganta, ya ni recordaba de donde lo sacó. Tampoco importaba, al menos ahora se sentía más tranquila.
Con una cerilla encendió el cigarro, era el último que le quedaba. En el cielo las únicas nubes que quedaban eran las procedentes del humo de su boca. Había estado toda la tarde diluviando y ahora comenzaba a anochecer. Al final por un motivo u otro había sido un día bastante oscuro.
En medio de aquel paisaje donde las estrellas tímidamente comenzaban a dejarse ver, apareció surcando los cielos de Salatiga un misil para acabar explotando en una de las casas al otro extremo de poblado.
-¿Que cojones ha sido eso?-gritó Pervert. La tranquilidad entre los habitantes que había dejado la tormenta una vez finalizada, se vio alterada por aquella repentina explosión. Gritos y murmullos comenzaron a escucharse por doquier.
El proyectil debía proceder del exterior de las murallas, no había otra explicación. Pervert tiró el cigarro al suelo y se dirigió hacia las planchas metálicas que daban acceso a la parte superior de las murallas. Quería comprobar que todo iba bien y que aquello había sido un accidente, pero el sonido de proyectiles impactando en el metal que servía de protección al pueblo hizo pensar todo lo contrario.
Al comenzar el ascenso, Pervert vio caer de la torre de vigilancia a uno de los guardias de la puerta, abatido por un disparo desde el exterior. El cuerpo sin vida rebotó en el suelo como una pelota de trapo para terminar precipitándose por la rampa que daba acceso a la plaza central de Salatiga.
Un segundo misil impactó en la puerta principal quedando seriamente dañada. Como consecuencia, toda la estructura que componía la muralla recibió una fuerte sacudida que a punto estuvo de hacer caer a Pervert. Casi había llegado a la cima, pero aquel contratiempo la hizo descender unos centímetros.
Una vez en lo más alto de la muralla, Pervert levantó ligeramente la cabeza por encima de esta. Observó como un pequeño ejército vestido con servoarmaduras blancas, atacaba a los guardias y centinelas de Salatiga. Habría como un centenar de ellos, todos bien armados con rifles de largo alcance. Parecían bien entrenados en el campo de batalla, utilizaban pocos disparos para alcanzar al los hombres que defendían la entrada. Los guardias, iban cayendo abatidos uno a uno con suma facilidad. Era cuestión de tiempo que se hicieran con el control de la entrada.
Pervert divisó como uno de los soldados de servoarmadura blanca preparaba un nuevo misil dispuesto a derribar por completo la puerta principal de Salatiga que aun les mantenía a salvo. Desenfundó su Magnum sin pensárselo dos veces, con sumo cuidado apuntó al soldado que continuaba preparando el Toro.
Toro era el nombre que recibía el arma con el que disparaban aquellos proyectiles, un potente lanzamisiles que era utilizado en el antiguo mundo para destruir vehículos militares, aunque hoy en día se le daban unos usos bastante diferentes para los que fue diseñado. Su tamaño era tal que para poder dispararlo en condiciones había que sujetarlo entre dos personas.
No había tiempo que perder. El soldado terminaba de preparar el dispositivo mientras un compañero lo aguantaba en posición vertical. Pervert tenía a tiro al soldado, con su dedo índice apretó el gatillo.
-¡Joder!-El disparo no alcanzó a su objetivo. La oscuridad de la noche y el alcohol no eran muy buenos aliados a la hora de dar un tiro certero. << ¡Concéntrate cazurra!>>, de nuevo apuntó, los dos soldados se echaban al hombro el Toro, preparándose para dispararlo. Esta vez no falló, pero el disparo llegó tarde, el misil ya se dirigía ferozmente hacia la marchita puerta con intenciones de hacerla volar en mil pedazos.
El soldado que sujetaba la parte delantera del Toro cayó fulminado al suelo con la bala de Pervert alojada en el cuello. El proyectil finalmente hizo añicos la puerta principal de Salatiga. Fue todo cuestión de segundos pero ella lo vio todo a cámara lenta sin poder hacer nada por evitarlo.
Esta vez la sacudida fue lo suficientemente violenta como para hacer que Pervert perdiera el equilibro y cayera de espaldas al suelo desde lo alto de la muralla. El barro que se había creado a causa de la tormenta amortiguó bastante el golpe, pero no lo suficiente como para salir ilesa.
-¡Hijos de Perra!-gritó. La pierna le dolía horrores. Debía ser fuerte y superar el dolor, su pueblo estaba sucumbiendo ante aquellos mal nacidos y su nuevo amigo agonizaba en su casucha.
<< ¡Hay que salir de aquí como sea!-pensó al ver que ya no podía hacer nada por salvar Salatiga>>
Ya no quedaba nadie que defendiera la entrada y los primeros soldados comenzaban a entrar en el pueblo disparando a cualquier habitante que se cruzara en su camino. Pervert se levantó con dificultad y con la pierna entumecida se dirigió hacia su casucha para avisar a Yelou que tenían que abandonar el lugar.      
De un golpe abrió la puerta de su casucha, entonces un rayo de esperanza entre el caos que se estaba formando se levantó ante sus ojos. Yelou había conseguido reanimar a Jacq. El hombre llevaba puesta la servoarmadura, algo que a Pervert no le parecía muy normal, menos aun la luz brillante que emanaba del centro de la armadura, a la altura del pecho. Era un círculo redondo del tamaño de la palma de su mano, de color azul fluorescente. Parpadeaba como si del latido del corazón de Jacq se tratara.
-¡Tenemos que salir de aquí!-gritó Pervert nada más entrar.
-¡He conseguido estabilizarlo pero aun está muy débil!-replicó Yelou refiriéndose a Jacq. Razón no le faltaba, aun tenía bastante mala cara pero si se quedaban allí serían carne de cañón para los asaltantes.
-¡No hay tiempo que perder! ¿Crees que podrás caminar?-preguntó al hombre. Sea cual fuera la respuesta, le tocaba levantar el culo.
-¿Pero qué pasa?-preguntó Yelou exaltada.
-¡Estamos siendo asediados por un ejército de desconocidos! ¡Ayúdame!
Tanto ella como Yelou ayudaron a Jacq a levantarse. Con la servoarmadura puesta pesaba casi el doble que sin ella, pero parecía como si aquel artefacto le ayudara a mantenerse firme.
-¡Sus constantes vitales alimentan la servoarmadura y la servoarmadura suministra compuestos adicionales para curarlo!-Yelou se encogió de hombros-¡Sin reposo no se cuanto tiempo aguantara sin desfallecer, es un proceso un tanto delicado!
<< ¡Esperemos que el suficiente como para salir de aquí!>>
-Luego me explicas que has hecho, ahora vámonos-ordenó Pervert-Yo despejaré el camino, tú ayúdalo a caminar.
Elí estaba encima de la mesa del salón, en el último momento decidió llevársela, no tenía munición pero la sierra sería de gran ayuda. Quizás con ella podría abrir una vía de escape en la zona opuesta de la muralla por donde estaban entrando los asaltantes.
Fuera de la casucha los habitantes de Salatiga continuaban resistiendo los ataques de los soldados de armadura blanca, pero cada vez las fuerzas estaban más mermadas. Pervert observaba como algunos vecinos terminaban presos, otros con menos suerte acababan aniquilados a manos de los asaltantes. Sea como fuere aquello se había convertido en una carnicería humana. Al menos la resistencia de los habitantes de Salatiga servía para que tanto ella, como Yelou y Jacq que la seguían unos pasos más atrás, tuvieran el camino despejado mientras bordeaban la muralla en dirección opuesta a la salida del pueblo.
-¿Sabes utilizar esto?- preguntó a Yelou mostrándole su Mágnum.
-¡Es difícil sobrevivir en este mundo si no sabes utilizar un arma!-respondió la mujer confiada de sí misma.
-¡Toma!-Pervert lanzó el arma arrastrándola por el suelo-¡Vigila que nadie se acerque y no dudes en disparar!
Yelou asintió con la cabeza. Pervert confiaba en que Elí tuviera potencia suficiente como para atravesar la plancha metálica. Al apoyar la sierra contra la muralla las chispas comenzaron a saltar de manera exagerada. Era mucha la fuerza que tenía que ejercer para que el arma fuera rasgando el duro metal, pero poco a poco parecía que su plan daba resultado.
Comenzaba a sentir debilidad en sus brazos, solo esperaba que aquello acabara pronto porque no sabía cuánto tiempo mas podría resistir. << ¡Vamos hijo de perra ábrete!>> Finalmente sus suplicas se hicieron realidad y el muro cedió. Un pequeño boquete que daba camino a la libertad se abría ante sus pies.
Pervert por nada del mundo hubiera abandonado Salatiga en aquella situación, no lo hacía por gusto si no por obligación. Debía buscar ayuda para expulsar aquel grupo de malnacidos y entregar de nuevo el control del pueblo a sus habitantes como hasta ahora.
Ella fue la primera en salir por el agujero, luego Troy, Yelou y finalmente con algo más de dificultad Jacq. El perro comenzó a gruñir cuando ya estaban al otro lado de la muralla, señal de que el animal observó algo que no le gustaba. Cuando quiso levantar la vista para ponerse en pié, se vio sorprendida por un grupo de soldados de armadura blanca que la estaban esperando, agazapados, apuntando con las armas hacia su persona.   
-¿Que tenemos aquí?-pregunto uno de ellos. Parecía el cabecilla del grupo, puesto que el resto de soldados no llevaban casco y este sí. Uno muy feo, como el de una motocicleta, al parecer hecho a mano con un cráneo de vaca en la zona más alta.
-¿Quien cojones sois?- preguntó en tono amenazante, aunque imaginaba quien podría ser. Parecía que Troy en cualquier momento iba a saltar al cuello de aquel tipejo, Pervert le dio una palmada en el hocico. No sabía si eso lo calmaría porque no entendía demasiado de animales, pero en aquel momento es lo único que se le ocurrió. <<Si ataca lo matará, pero el resto nos matará a nosotros. Quieto ahí Troy. Hazme caso. >> Le dio la sensación de que el perro le había leído el pensamiento y aunque continuaba gruñendo, se escondió detrás de ella.
-¡Aquí las preguntas las hacemos nosotros!- eran seis contando al cabecilla y ninguno de los allí presentes dejaba de apuntarles con el arma. Llevaban unos rifles de alta tecnología, ella no los había visto jamás pero visto que todos llevaban el mismo modelo debían ser bastante comunes- Al moribundo terminar de rematarlo, a las zorras llevarlas con el resto de esclavos. El rey Penalba se pondrá muy contento con el género que le vamos a llevar.
<< ¡Es el fin!-lamentó en su interior. Con Jacq en perfectas condiciones y la ayuda del perro, quizás hubieran tenido alguna oportunidad, pero su amigo bastante tenía con mantenerse en pie-¡Son demasiados y no podemos ganar!-cada vez se sentía más impotente-¡Pero a mí no me cogerán con vida!>>
Pervert cerró los ojos y activó la sierra de Elí. Aquel día cuando despertó nunca habría imaginado que fuera a pasar algo así.
-¡Acabad con ella!- gritó el cabecilla. El sonido de los disparos con ritmo constante era como si fuera una última melodía antes de irse al otro mundo, una marcha fúnebre de esas que no había escuchado en su vida aunque imaginaba como debían sonar. Solo esperaba a que uno de ellos la alcanzase y todo acabara allí mismo.
De repente todo estaba en calma, no se escuchaba nada y tampoco le dolía ninguna parte de su cuerpo.
<< ¿Tanto miedo a morir y esto es lo que pasa?-pensó-¡Si lo llego a saber lo hago antes!>>
Cerró los ojos con tanta fuerza, que al abrirlos solo veía sombras a lo lejos. Parecía que aquellos hijos de perra estaban jugando con ellos y que solo querían acojonarlos. Poco a poco fue recuperando la vista. Las sombras tomaban forma, comprobó que tanto Yelou como Jacq, también continuaban vivos. Este último parecía no haberse dado cuenta de nada. Los que yacían muertos en el suelo eran sus enemigos, aquellos que momentos antes habían intentado quitarles la vida. Troy mordía el cuello del cabecilla, arrancándole un trozo de carne para terminar comiéndoselo.
-¡Benditos robots!- Yelou rompió a llorar.
-Que cojones...- al ver lo que tenía delante suyo Pervert no tuvo valor para terminar la frase. Una decena de robots de la serie Orión de Only Tec con las armas humeantes aun en posición de ataque, habían sido los causantes de su liberación. No entendía nada, por lo que ella sabía, los robots solo atendían las órdenes que llevaban integradas en el código con el cual habían sido programados. Tales como la defensa de algún lugar o alguna persona. Pero aquellos androides actuaban como si alguien los estuviera controlando.
A la otra parte de la muralla, aun se escuchaban los gritos de dolor, pero allí fuera no quedaba ninguna amenaza. Los robots rompieron la fila que formaban delante de ella y sus compañeros, situándose la mitad a un lado y la mitad al otro formando un pequeño pasillo.
-¡Vamos chicos!-dijo Pervert dirigiéndose al resto del grupo-¡Creo que quieren que les acompañemos!
Troy se adelantó a todos recorriendo el pequeño pasillo, los robots a su paso fueron rotando sobre sí mismos, al parecer, indicando hacia donde había que dirigirse.
Salatiga estaba cada vez más lejos y Pervert cada vez mas confundida, los robots les custodiaban sin romper las dos filas que conformaban el estrecho pasillo. Al menos tanto ella como sus compañeros seguían con vida. Lo que si tenía seguro, era que aquello no sería un adiós si no un hasta luego.