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sábado, 27 de septiembre de 2014

CAPÍTULO XXXVII - FANTASMAS DEL PASADO



CRISTINE



Los días pasaban volando en el pueblo de Salatiga, pero no le importaba. Por primera vez en su vida Cristine era feliz y aquel sitio se había convertido en su hogar. Tenía todo lo que una persona podía desear, comida, una casa y alguien que la amara.
Todos los días eran casi iguales, Jacq se levantaba temprano, nada más salir el sol, para irse de caza con Pervert. Ella a veces los acompañaba, pero la mayoría del tiempo lo pasaba realizando tareas que la mujer le pedía. Comerciar con los mercaderes ambulantes para conseguir munición o piezas para reparar armas, comprar comida en el mercadillo que instalaban todos los días por la mañana en la plaza central de Salatiga eran algunas de las tareas que solía realizar, cada vez se le daba mejor, sobre todo comerciar. Los mercaderes comenzaban a conocerla como la Dama de Hierro, ya que nunca cedía en sus pretensiones, siempre solía conseguir lo que quería al mejor precio.
La mañana había sido soleada y calurosa, pero conforme el día avanzó un nubarrón se instaló en el cielo de Salatiga. Pervert decidió no salir a cazar esa tarde, el negocio iba bien y podían permitirse el lujo de una tarde libre, aunque Jacq quiso oponerse porque quería conseguir rápidamente las suficientes chapas para ir en busca de su hermana. Finalmente se hizo lo que Pervert dijo, Jacq aceptó a regañadientes.
Cristine había estado buscando día tras día un momento en el que estar a solas con Jacq, pero cuando no era Pervert era Troy quien les acompañaba y aquello comenzaba a incomodarla. Esta vez la tropa entera se dirigía al bar para llenarse la panza y echar unos cuantos tragos para variar.
-¿Pervert?-llamó a la muchacha en voz bajita, dejando que Jacq se adelantase al grupo.
-¿Que quieres corazón?- por muy mal que le fueran las cosas Pervert siempre tenía una palabra amable. Nunca había conocido una persona tan cariñosa como ella. La gente por norma general era muy mal hablada y poco hospitalaria.
-Fui esta mañana donde el viejo Gaspar a por la armadura de Jacq, pero el hombre me dijo que hasta la tarde no lo tendría-se estaba poniendo nerviosa por momentos-¿Podrías ir tu a por ella? Quiero estar a solas con Jacq, ya me entiendes...
-Ja...ja...ja...-la risa de la muchacha hizo girarse a Jacq extrañado.
-¿Que os hace tanta gracia?-preguntó con el ceño fruncido.
-¡Cosas de mujeres!-respondió Pervert, haciendo un movimiento con la mano para que continuara caminando hacia el bar-¡Descuida tonta!-sonrió de nuevo, esta vez mas disimuladamente-Iré yo a por la armadura, total tenemos la tarde libre ¡Por fin!
Cada día conocía mejor Salatiga, cada día los pequeños laberintos que formaban las casas se hacían más fáciles de atravesar, ya no tenía que recorrerse diez veces el pueblo entero para llegar a un sitio u otro.
-Quieres estrenar el colchón que compraste ¿verdad?- aquella pregunta la incomodó. Días atrás uno de los mercaderes tenía a la venta un viejo colchón del antiguo mundo, Cristine estaba cansada de dormir en aquel destartalado sofá. Todas las mañanas se levantaba con dolor de cuello. Muchas noches se acurrucaba en el suelo junto Jacq y conseguía descansar, aunque el hombre no era de dormir mucho y echarse en el suelo sin el pecho de este para apoyar su cabeza era incluso más incomodo que el sofá. Una vez vio el colchón no lo pensó dos veces y fue a por él. El mercader debió notar su desesperación por conseguirlo, así que aprovechó para incrementar el precio. Aquello no fue motivo para no comprarlo y finalmente accedió. Como cortesía los ayudantes del mercader llevaron la compra hasta la casa de Pervert. A partir de ahí las noches comenzaron a ser mucho más plácidas.
-¡Ya lo estrené!-respondió Cristine con voz temblorosa.
-¡Tranquila a mi no tienes porqué mentirme!-la mujer quiso quitarle importancia al asunto al ver cómo le incomodaba la conversación.
Poco tiempo tardaron en llegar a la plaza central, los comerciantes locales comenzaban a recoger las tiendas a toda velocidad una vez los nubarrones dejaron caer las primeras gotas. El género se podría estropear y para muchos de ellos, era lo único que tenían para poder subsistir un día más.
Dentro del bar el panorama era el de siempre, humo de tabaco, alcohol y más humo. Solo quedaban dos mesas vacías, una cerca de la entrada y otra al fondo del local, más apartada y con un ambiente más tenue.
-¿Aquí o al fondo?- pregunto Pervert moviendo el dedo índice hacia las mesas vacías.
-¡Aquí mismo!-espetó Jacq que aun parecía cabreado por no salir de caza.
-¡No seas quejica!-bromeó la muchacha sentándose en uno de los taburetes de la mesa, justamente el más cercano a la puerta. El otro lado de la mesa daba a la pared, donde había instalado un banco alargado de madera para poder sentarse -¡Nos merecemos un día de descanso, en breve podrás regresar a Odín con tu querida hermana!
La idea de que Jacq abandonara Salatiga aterraba a Cristine, no hubo momento para hablar con él y preguntarle si podía acompañarlo, aunque tampoco estaba segura de querer hacerlo. Seguramente que la Banda de los Trajes Grises aun estaría detrás de ella y no estaba por la labor querer ser descubierta. Salatiga se había convertido en su nuevo hogar, pero tampoco sabía cuanto duraría la hospitalidad de Pervert. Estaba hecha un lio y al parecer nadie iba a darle una respuesta en aquel momento, así que decidió que lo mejor sería disfrutar del momento mientras pudiera.
Jacq se sentó en la esquina interior del taburete y ella pegada a su lado, aunque tuviera dudas respecto a que le depararía el futuro, la atracción hacia aquel hombre no había hecho más que aumentar a medida que pasaban los días.
Muy sutilmente deslizó su mano derecha dejándola caer sobre el muslo izquierdo de Jacq, este al notar su presencia la miró como si estuviera sorprendido de aquello, aunque no pareció importarle.
El posadero como de costumbre les atendió de inmediato, hacían tantas horas en aquel antro que ya les conocía de sobra y siempre les recibía con una sonrisa de oreja a oreja, aunque esta careciera de muchos dientes y fuera un poco desagradable a la vista, una sonrisa siempre era de agradecer.
-¡Hombre mis borrachos preferidos!- siempre los saludaba con aquellas palabras, se habían labrado una buena fama tantas horas allí metidos- ¡Hoy para comer tenemos hamburguesas de libélula!
-A mi tráeme un par de ellas y una...- Cristine deslizó suavemente su mano hacia la entrepierna de Jacq acariciando tímidamente la zona. Por fortuna días antes Jacq se compró ropa usada en bastante buen estado y ya no llevaba aquellos sucios pantalones, ni la mugrienta camiseta que encontró en casa de Pervert. Al notar su mano el muchacho se quedo callado durante unos momentos, mirando fijamente al camarero, el cual esperaba a que terminara de pedir-... una... una... cerveza.
-¡Para mí una hamburguesa y agua!-dijo Cristine.
-¡Yo lo mismo que Jacq!-fue la elección de Pervert.
Cada día había un menú diferente en función de la caza obtenida. Manolo, el posadero del bar Budo tenía sus propios cazadores, los cuales se encargaban de traer la materia prima para cocinar. Fuera lo que fuera aquello que cazaran, el cocinero tenía el don de hacer unos platos deliciosos.
La tormenta comenzó a ser intensa, tanto era así que los relámpagos del exterior se escuchaban como si hubieran tenido lugar dentro del local.
-¡Bueno cuando acabe la tormenta tengo que hacer un encargo personal!- dijo Pervert. Cristine sabía perfectamente a que se refería y no pudo dejar escapar una pequeña sonrisa.
Jacq por su parte daba un largo trago de cerveza, ajeno a todo, parecía que no le importaba que ella estuviera metiéndole mano, aunque Cristine notaba como otra parte de su cuerpo no opinaba lo mismo. La vergüenza la invadió por completo y rápidamente retiró la mano, apoyándola sobre la mesa.
-¿Te pasa algo?-preguntó Jacq en voz bajita, mirándola de reojo, con una pequeña sonrisa en la boca.
Al momento regresó Manolo el posadero, esta vez con las hamburguesas recién hechas.
Ya no tenía miedo a probar cualquier comida que le sirviera el dueño de aquel antro, los días anteriores habían comido casi todo lo comible, Tortilla de a saber que, estofado de rata gigante, glándulas de escorpión mutante con salsa picante, intestinos de mutajabalí en salazón y muchas otras comidas que ahora no le venían a la cabeza. Las hamburguesas de libélula eran lo más normal dentro de aquel estrambótico menú.
Según contaban los borrachos de las mesas adyacentes, en el antiguo mundo, las hamburguesas venían dentro de una cosa que se llamaba pan, pero hoy en día nadie había tenido la fortuna de ver algo similar.
-¡Que buena pinta!-dijo Pervert que parecía querer comerse la hamburguesa con los ojos. Nadie respondió, Jacq daba grandes bocados a la carne de libélula, mientras, Cristine entre mordisco y mordisco, arrancaba pequeños trocitos de hamburguesa tirándoselos a Troy por debajo de la mesa.
Tanto Jacq como Pervert acabaron rápidamente con sus platos, al parecer la caza les había abierto el apetito, mientras ella hacia verdaderos esfuerzos por terminarse el suyo. Finalmente desistió y terminó por darle el resto al perro.
-¿Un Whiskycito para hacer la digestión?-preguntó Jacq frotándose la tripa. Era siempre la misma rutina, comer y emborracharse, cenar y continuar emborrachándose. A Jacq no parecía afectarle lo más mínimo el alcohol, por el contrario Pervert parecía tener más dificultades a la hora de seguir el ritmo del hombre.
-¿Y un parchís borracho?-el parchís era un juego del antiguo mundo que consistía en meter las fichas en una casilla que se llamaba casa, se jugaba con un dado y cuatro fichas cada uno, pero en esta modalidad se habían substituido las fichas por vasos de chupito. Al entrar en casa el propietario del chupito tenía que bebérselo de un trago y cuando un chupito alcanzaba la posición que ocupaba otro chupito propiedad del rival, había que beberse los dos.
Jacq era el más tramposo de todos, movía los chupitos de posición sin que nadie se diera cuenta la mayoría de veces para beber más que nadie, Cristine por su lado hacía la vista gorda para no tener que beber tanto. Simplemente dedicaba sus esfuerzos en intentar excitar al hombre acariciándole la espalda o metiéndole mano por debajo de la mesa, pero las manos aun le olían a comida y el perro se las chupaba cuando Cristine intentaba posarlas sobre la pierna de Jacq. Aquello parecía ser una misión un tanto complicada, pero no iba a perder la esperanza por conseguirlo.
Las partidas solían alargarse, pero aquella tarde Pervert parecía menos tramposa que de costumbre, así que la partida terminó pronto resultando Jacq el ganador para variar.
-¡Que sueño me está entrando!-dijo Cristine apoyando la cabeza sobre el pecho de Jacq. El hombre se sentó de lado para dejarle una posición más cómoda. << ¡Bien parece que mis esfuerzos comienzan a dar resultado!-pensó>> Ella no dudó en aprovechar la invitación y se acomodó sobre el banco de madera. Jacq la rodeó con los brazos posando las manos en su tripita, ahora Cristine comenzaba a sentirse a gusto.
-¡Eres un tramposo!- Pervert recriminaba a Jacq una de las anteriores jugadas del parchís borracho. Al mirar a la muchacha Cristine observó como un tipo bastante extraño entraba por la puerta. Llevaba un hábito con capucha que le cubría la cara casi en su totalidad, pero lo poco que pudo ver le resultaba familiar y no sabía de qué. Rápidamente aquel tipo ocupó la única mesa que quedaba libre en el bar.
-¡Eres muy mala! ¡Siempre te gano!- bromeaba Jacq- ¡Y mejor no hablemos de la señorita!- esta vez era su turno.
-¡Si lo hago aposta!-replicó Cristine- Siempre te dejo ganar, porque se lo que te gusta beber- mirándolo de reojo observó la cara de tonto que se le había quedado a Jacq después de escuchar sus palabras. Pervert no podía disimular las burlas, intentaba taparse la boca con las manos pero sus ojos la delataban.
-¡Me da igual!- dijo Jacq terminándose lo poco que quedaba en la botella después de la partida-¡Gané yo!
Al poco la tormenta pareció calmarse, ya no se escuchaba el golpear de las gotas en las planchas de metal con las que estaba construido el local y los relámpagos habían mermado su actividad.
-¡Hora de hacer el recado!-Pervert se levantó del taburete y dejó caer un puñado de chapas sobre la mesa-¡El resto lo ponéis vosotros! ¡Nos vemos luego!
-¿Dónde vas tan deprisa?-preguntó Jacq parando la huida de la mujer.
-¡A recoger un traje!-señaló a Troy-¡Me llevo al perro para que pasee un poco, que tanto comer y no caminar no es bueno! ¡Vamos Troy!
Pervert salió a toda velocidad del local seguida por el perro. Al abrirse la puerta Cristine pudo comprobar cómo el cielo continuaba igual de oscuro, ya no llovía pero los relámpagos aun se escuchaban a lo lejos.
-¡Nos hemos quedado solos!- Jacq aun parecía tener ganas de beber, pero ella ya había tenido suficiente.
-¡Yo ya voy un poco borracha!- realmente estaba fingiendo su embriaguez, pero quería aprovechar ese momento para estar asolas con él y no pasarlo emborrachándose.
-¡Te entiendo!- Jacq pareció captar la indirecta- ¿Nos vamos a la casa?
-Si tu quieres...-<< ¡Pensaba que nunca me lo pedirías capullo!>>, Cristine se giró y le dio un beso en la boca.
-¡Me has convencido!-Jacq respondió con otro beso-¡Yo invito!
Poco duró la tregua que había dado momentos antes la tormenta y al salir del bar Budo dieron cuenta de ello.
Caminaban a paso ligero, cogidos de la mano en dirección a la casucha de Pervert cuando Jacq paró en seco.
-¿Qué te pasa?-pregunto Cristine extrañada.
-La verdad no se qué hago aquí, ni cuál es mi función en todo esto- respondió Jacq en voz queda.
-¡Yo tampoco lo sabía hasta que te conocí!
-¡No me vengas con tonterías si casi te vuelo la cabeza!-espetó el hombre.
-¡No me refiero a esa vez!- ella continuaba sintiéndose en deuda con él por haberla salvado la vida en el cruce de túneles-El día en que te conocí fue cuando desperté en medio de aquel cráter. Tú estabas tumbado encima de mí con la servoarmadura hecha añicos. Casi das tu vida por salvar la mía, desde ese momento comprendí que aún quedan buenas personas en este condenado mundo. Por diminuto que sea aun queda un rayo de esperanza para la humanidad.
-Que poco me conoces ¿Yo una buena persona?-Jacq no pudo contener la emoción, sus ojos brillaban, no sabía si era por la intensa lluvia o porque realmente estaba llorando, pero eso daba igual. El la abrazó contra su pecho, Cristine notaba el palpitar del corazón de Jacq y posiblemente el también notara el suyo. La tormenta cogía cada vez más fuerza, ambos estaban empapados de arriba abajo, pero no importaba, nada importaba a su alrededor. De nuevo sus labios se juntaron dando lugar al beso más apasionado que Cristine había sentido nunca.
-¡Creo que nos vamos a mojar!- Jacq la miraba con deseo, y ella le respondía con la sonrisa más pícara que sus labios podían crear.
<< ¡No quiero que esto acabe nunca!-pensaba mientras corrían en dirección a la casucha de Pervert>>
Nada más entrar en la casa se quitaron la ropa que ya no podía estar más mojada, tanto que parecía pesar el doble.
Jacq la acostó en el viejo colchón situado en el salón de la casa, donde antes estaba el destartalado sofá, la miró, le sonrió, y la volvió a besar. Lentamente bajó hacia sus partes íntimas. Cristine no sabía muy bien que era lo que el hombre estaba haciendo, pero era tan asombroso que no podía parar de retorcerse del placer. De pronto paró, dejó de acariciarla y comenzó a bajarse los empapados calzones al mismo tiempo que contemplaba su cuerpo semidesnudo, delicadamente entró en ella haciendo movimientos suaves y pausados que iban aumentando conforme cruzaban sus miradas. Cada vez más y más fuertes sus movimientos que Cristine quería gritar pero él no la dio tiempo y le silenció con un fuerte beso. Cristine arañaba la espalda de Jacq, era muy cálida por el calor que desprendía su cuerpo. Tiraba de sus cabellos, estrujaba su pequeño pero duro trasero contra ella, llegando al mismo tiempo a un intenso orgasmo que hizo que sus cuerpos quedasen exhaustos por aquel acto tan apasionado. Lo más hermoso de aquel momento fue cuando Jacq se tendió sobre ella y empezó a escuchar el latido de su corazón y su agitada respiración. Jugaba con los cabellos de Cristine, observaba muy de cerca su piel y la besaba dulcemente. Y ella, qué podía hacer, sentía satisfacción y felicidad por haber vivido aquel instante que jamás olvidaría. Nunca antes se había sentido tan amada, nunca antes ningún hombre la había hecho sentirse mujer.
Un estrepitoso golpe abrió la puerta de par en par rompiendo la cálida atmósfera que habían creado entre los dos. El frio viento tormentoso invadió el salón, al principio pensó que este era el causante, pero una sombra comenzó a tomar forma en el hueco de la puerta.
Aquella silueta le resultaba familiar, era muy similar a la del extraño hombre que Cristine había visto en el bar. Jacq que parecía haberse percatado de algún peligro se levantó a toda velocidad en busca de un arma, pero antes de que pudiera hacer nada, la sombra que entro a toda velocidad en la casa y lo alcanzó golpeándolo con un extraño puño en el hombro izquierdo. Sin duda se trataba del tipo raro de la túnica que había visto aquella tarde en el bar.
Un brillo cegador emergió del impacto y Jacq cayó fulminado al suelo.
-¡Jaaaaacq!-gritó Cristine que no podía contener las lágrimas. Intentó socorrerle, pero una fuerza se lo impidió. El hombre la tenía cogida por el brazo. En ese momento pudo ver su cara. Lo conocía, sabía perfectamente quien era aquel hombre. Aquello no podía estar pasando, lo que momentos antes era un cuento de hadas y príncipes azules se había convertido en un abrir y cerrar de ojos una pesadilla.
-¡Otra vez no por favor!- esta vez no era la lluvia, esta vez eran lágrimas de verdad corriendo por sus mejillas.
-¡Dichosos los ojos que te ven de nuevo zorra!

miércoles, 24 de septiembre de 2014

CAPÍTULO XXXVI - ENCAPUCHADO



MOSARRETA



Poder caminar otra vez era lo mejor que le había podido pasar en la vida. Desde entonces pasaba los días andando de un lado a otro del campamento de la Orden de San Juan de Dios. De vez en cuando se permitía el lujo de echar una pequeña carrera, pero el dolor que sentía en las articulaciones era tal, que aquello se convertía en un infierno. Conforme pasaban los días el mal era menor, sentía como si se le metieran un millar de astillas en cada articulación al moverse, pero el sufrimiento no era nada en comparación a la independencia que aquellos pobres desgraciados le habían otorgado sin motivo alguno.
-¡Ya no caminas como un robot!-bromeó Hueter, uno de los necrófagos que le ayudó a sobrevivir.
-¿Y tú? ¿Qué haces aun aquí?- días atrás Hueter comentó que iba a regresar a Mostonia, su pueblo, para poner de nuevo en marcha su negocio, el cual había dejado apartado por un motivo que no quiso contar. Escribía algo sobre un cuaderno con hojas sucias y amarillentas, pero Mosarreta no le dio mayor importancia. Tampoco tenía especial interés por los quehaceres de la gente en aquel deprimente sitio. La mayoría de los refugiados agonizaban en camas improvisadas a la intemperie. Los que más suerte habían tenido lo hacían dentro de unas tiendas de campaña, hechas con tela vieja y palos de madera y metal. Las personas que conseguían sobrevivir solían desaparecer de manera muy extraña, pero nada de eso le interesaba. Mosarreta solo tenía ojos para sus nuevas piernas y el extraño brazo robótico que Neil y el doctor le habían implantado.
-¡Me tome unas vacaciones!- en el campamento había poco alcohol, pero las reservas se las estaba terminado aquel necrófago borracho que no soltaba la botella ni para dormir- Aquí ya no me queda nada, en verdad no me queda nada en ningún sitio- se encogió de hombros- En fin hoy mismo marcho para Mostonia, espero que ningún malnacido halla perpetrado mi bar.
-¡Suerte amigo!- Mosarreta tendió la mano y Hueter se la estrechó, estaba en deuda con aquel necrófago.
-¡Por fin te encuentro!- Neil se acercaba a toda velocidad reclamando su atención- ¿Podrías hacerme un favor?
-¡Depende de lo que se trate!- espetó Mosarreta, parecía que Neil tenía trabajo para él y aquello no le gustaba un pelo, no estaba dispuesto a ser la putilla del necrófago.
-Necesitamos chapas para comprar medicamentos y solo disponemos de esta servoarmadura que tan gentilmente nos ha cedido nuestro compadre Hueter, pero ningún comprador- lamentó Neil- Cercano al campamento se encuentra Salatiga, una pequeña ciudad levantada de la nada, rica en comercio. Busca a Gaspar, un viejo borracho que se encarga de reparar armamento. Él pagará un buen montón de chapas por la coraza.
Salir de aquel deprimente lugar no era tan mala idea, aunque fueran unas horas, le vendría bien caminar y poner a prueba su nuevo brazo.
-¡Está bien!
-Dirígete hacia el sur por la carretera, no te resultará difícil encontrarlo, seguramente toparás con muchos comerciantes camino de Salatiga-dijo Neil alegremente mientras le entregaba una enorme mochila.
<< ¡Sera capullo!-maldijo en su interior al ver aquel bulto-¡Voy a parecer un puto burro de carga!>>
-¡Una última cosa!-intervino Neil de nuevo-Para que Gaspar sepa que vas de mi parte vístete con esta túnica de la orden. Yo en tu lugar no iría luciendo tu nuevo brazo, a los bandidos les suele gustar mucho este tipo de tecnologías y te puedes meter en problemas. La túnica te servirá para disimularlo.
Aquella sotana olía horrores, como si un perro mojado hubiera dormido envuelto en ella, aunque el color negro y la extraña cruz roja que llevaba bordada en el dorsal, le daba un toque un tanto siniestro que a Mosarreta le encantaba. Rápidamente se enfundó el hábito, cubrió su cabeza con la capucha y cargó la mochila a su espalda.
-¡Joder, pareces el puto diablo!-bromeó Hueter que no dejaba de reír a carcajadas.
-Si te digo a lo que te pareces tú...- aquello no pareció molestar al necrófago el cual, no paraba de reírse de él-¡Me voy!
La mañana había sido soleada como casi todos los días de aquel caluroso verano, pero pasado el mediodía un oscuro nubarrón comenzó a formarse en el cielo de la región con claras intenciones de dejar una buena tormenta a su paso.
Mosarreta comenzó su andadura en dirección sur por la carretera, conforme le había indicado Neil. La vía estaba destrozada en su mayor parte, solo quedaban restos del material que antiguamente habían utilizado para construirla. Algunos tramos estaban borrados por completo, decenas de vehículos abandonados se amontonaban en las cunetas, estos eran mejor guía para seguir el camino que la inexistente calzada.
Cargar con la servoarmadura a sus espaldas era como cargar con una roca, pesaban similar, o al menos eso le parecía a Mosarreta.
Llevaba un buen rato caminando cuando divisó a lo lejos un burro de carga, acompañado de cuatro hombres y una mujer. Al parecer la señora era la dueña y el resto por las pintas que llevaban mercenarios a sueldo, contratados para mantener a salvo las mercancías. Circulaban tan lentamente que Mosarreta no tardó en alcanzarles.
-¡Un seguidor de San Juan!-gritó la anciana al verle-Pasa hijo, pasa. Este burro es tan viejo que ya le cuesta mucho andar con el lomo cargado.
Los mercenarios miraban a Mosarreta con cara de pocos amigos, pero la amabilidad de la mujer era suficiente motivo como para que no se sintieran amenazados.
El cielo estaba cada vez mas encapotado, las primeras gotas comenzaban a caer, el olor a tierra mojada era cada vez más notable.
Por suerte Salatiga estaba cercano, Neil tenía razón cuando dijo que a la izquierda de la carretera lo divisaría y así fue. Varios grupos de comerciantes se amontonaban en la puerta haciendo sus negocios. Armas, comida, ropa vieja, intercambiaban cualquier cosa y discutían por el precio. La lluvia era cada vez más intensa pero aquello no parecía importar a los comerciantes ya que continuaban con sus trapicheos como si nada estuviera pasando a su alrededor.
A la entrada del pueblo Mosarreta preguntó a un lugareño por el tal Gaspar.
-¡Continua por esta senda, bordeando la muralla hasta que veas una choza que en la entrada pone "Conde de la torre", allí lo encontraras!-explicó muy amablemente el lugareño. Un joven canijo con una buena mata de pelo en la cabeza.
Las casas parecían amontonarse una encima de otra en aquel pueblo. Se hacia difícil ver donde acababa una y donde comenzaba la otra. Siguiendo la senda descrita llegó finalmente a la choza, donde un cartel hecho con un tablón de madera tenia pintado con bastante mala letra "Arreglos conde de la torre".
Al llegar a la puerta comprobó que estaba cerrada a cal y canto. Con los nudillos golpeó varias veces la madera.
<< ¡Fijo que de un puñetazo reviento esta mierda!-pensó al escuchar el sonido hueco que producía la puerta al golpearla-¡Mejor no levantar sospechas!>>
-¡Ya va cojones!-protestó enérgicamente alguien desde el interior de la vivienda-¡Ya va!
Un hombre de mediana edad, con mirada amenazadora y cuatro pelos colgando de su brillante calva abrió la puerta.
-¡Hombre a ti te esperaba yo!-dijo el hombre al verle. Mosarreta comprendió que lo había reconocido por la túnica de la orden porque no conocía de nada a aquel hombre y dudaba mucho que a él le conociera.

-¡Busco al viejo Gaspar!-un fuerte relámpago cogió desprevenido a Mosarreta que del susto dio un pequeño salto.
-¡Se avecina tormenta!-dijo el hombre mirando hacia el cielo-Gaspar soy yo. Y no soy mucho más viejo que tú. Así me llaman los vecinos de este puto pueblo. Bueno a ti no te importa esta historia. ¿Qué vienes a traerme la servoarmadura?
Mosarreta asintió con la cabeza, dejó la mochila que llevaba colgando de la espalda en el suelo y la abrió para que Gaspar pudiera ver la coraza.
-¡Así me gusta!-dijo Gaspar con una sonrisa en la boca al ver la servoarmadura-¡Rápido y limpio! ¡Aquí tienes lo acordado con quien te manda! ¡Ahora largo de aquí!
Gaspar tiró un saco lleno de chapas y sin darle tiempo a contarlas recogió la mochila y de un portazo cerró la casa.
Una anunciada lluvia cogió fuerza, el cielo había oscurecido, parecía de noche pero aun estaba atardeciendo. El agua penetraba en la tierra reseca formando barrizales y pequeños riachuelos que desembocaban en lo más hondo de Salatiga.
Mosarreta cogió el saco de chapas de Gaspar y buscó algún bar donde refugiarse hasta que pasara la tormenta. Comenzó a sentir miedo porque no sabía si los aparatos que le había instalado Neil y el doctor de la orden serian impermeables al agua, o por el contrario acabarían por electrocutarlo.
Finalmente, buscando entre aquel cumulo de casas en lo más bajo de Salatiga encontró lo que parecía ser un bar. "Bar Budo" era lo que ponía el cartel de la puerta, pintado de forma similar que la casa de Gaspar.
Al entrar en el local, el olor a humo que imperaba en aquel sitio le recordó mucho a las timbas de póker que jugaba cuando servía a la Banda de los Trajes Grises, pero allí no había nadie jugando a las cartas, solo borrachos batiéndose en duelo por ver quién era el mas alcohólico. << ¡Seguro que aquí Hueter se sentiría como en casa!-pensó nada más ver a los viejos beber como posesos>>
Solo había una mesa libre, esta se encontraba al fondo del local, en una de las esquinas. Mosarreta se apresuró a tomar sitio, como si tuviera miedo de que alguien le robara el sitio. Odiaba beber de pié.
El posadero tardó poco en acercarse, Mosarreta pidió una botella del mejor Whisky.
-¡Hijo si consigues bebértela entera y no morir en el intento es que no eres de este mundo!-bromeó el posadero. Poco le importaba el coste en chapas que tuviera aquel capricho, era el justo pago por el recado que le habían mandado.
Al momento, el camarero regresó con una botella llena de lo que parecía ser Whisky y un vaso que al observarlo más detenidamente, parecía que lo hubieran lavado con el agua embarrada que corría por las calles del pueblo.
Mosarreta se sirvió un vaso llenándolo hasta rebosar, primero dio un pequeño sorbo y el resto se lo acabó de un trago. Al probarlo la limpieza del vaso pasó a ser una mera anécdota. Aquel whisky no era el mejor que había probado pero a punto estuvo de serlo, estaba delicioso.
El hábito de la orden estaba empapado de arriba a abajo, en otras condiciones Mosarreta se habría desecho de él, pero allí solo había desconocidos y no sabía como reaccionarían si lo vieran con nueva apariencia.
De entre todo el murmullo de la gente, una tímida risa femenina le resultó familiar. Sin levantarse de la mesa, miró detenidamente a cada una de las personas buscando aquella familiar sonrisa.
<< ¿Que ven mis ojos?-pensó al divisar a la mujer de la sonrisa familiar-¡La zorra ha hecho amigos!>>
Allí estaba, en aquel antro, con la cabeza apoyada sobre pecho de un hombre, el cual la sujetaba firmemente posando las manos en su cintura, acompañada de un gran perro y una atractiva mujer de mechas rubias. Como tanto había deseado Mosarreta, Cristine sobrevivió a la explosión y ahora la tenía a la otra punta del bar, sin que ella se hubiera percatado de su presencia. Gracias a la túnica había pasado desapercibido por delante de aquella zorra, aquella malnacida que le dejó sin poder caminar durante muchos e interminables días de su vida.
Mosarreta tiró de la capucha, ajustándosela para que nadie pudiera ver sus ojos y le tapara la mayor parte posible de su rostro, pero que a la vez le permitiera seguir observando a Cristine.
Concentrado y bebiendo pequeños sorbos de Whisky, Mosarreta imaginaba cientos de modos de acabar con ella, cada uno con más sufrimiento que el anterior. Tanto pensar le estaba produciendo dolor de cabeza, o quizás fuera la media botella que ya se había bebido. Una idea aun más cruel le vino de pronto a la cabeza. Matarla no era suficiente dolor, era mejor hacerla sufrir en vida, quitarle lo que más le podría importar en esos momentos, y al parecer su objetivo, era aquel hombre que tanto la miraba con deseo y la besaba con ternura.
Allí dentro era un suicidio comenzar una pelea, así que decidió esperar a que abandonaran el local, mientras, en aquella larga espera dedicó su tiempo a terminar la botella de un Whisky que cada sorbo hacia aumentar la ira que sentía hacia Cristine.

sábado, 30 de agosto de 2014

CAPÍTULO XXXIV - CAZADOR CAZADO




JACQ



Los primeros rayos de sol de la mañana hicieron acto de presencia por la ventana de la casucha de Pervert, iluminando el salón donde Jacq había dormido casi toda la noche.
La resaca martilleaba con contundencia su cabeza y eso que no llegó a emborracharse, al parecer el Whisky que les habían servido era de todo menos Whisky.
<< ¡Otro chupito para desayunar y fuera resaca!>>, trató de incorporarse, pero al abrir los ojos observo como Cristine dormía plácidamente la mona encima de él.
<< ¿Y esto?-pensó al ver a la muchacha-¡De esto no me acuerdo yo!>>
Quiso quitársela de encima con mucho cuidado para no despertarla, pero antes de que pudiera moverse ella ya había abierto los ojos.
-¡Buenos días borrachuza!- vaciló Jacq.
-¡Joder que dolor de cabeza!-dijo Cristine incorporándose-¿Que paso anoche?
-¿No te acuerdas?
-¡No!-respondió tajantemente.
-¡Follamos como salvajes aquí en el suelo!- Jacq sabía perfectamente que había pasado la noche anterior, pero parecía que Cristine no se acordaba de nada. La muchacha quedó petrificada al oír sus palabras, el rostro tomaba cada vez un tono más rojizo por momentos. Jacq trataba de contener la risa, pero finalmente no pudo más y estalló en una gran risotada.
-¡Imbécil!-Cristine lo golpeó en un brazo-¡De verdad cuéntame que pasó!
-Te emborrachaste y tuvimos que llevarte a casa a rastras, solo eso-Jacq recordaba las palabras de la muchacha cuando la noche anterior cagaba con ella en brazos hacia la casa de Pervert, pero le restó importancia al ver su nivel de embriaguez-¡Tengo hambre!
-¡Y yo!
No parecía que en aquella pocilga hubiera rastro alguno de comida. En una de las esquinas había una vieja nevera, blanca, abollada, como si le hubieran propinado varios golpes en un momento de ira. Jacq se acercó para comprobar su interior, pero allí solo encontró telarañas y porquería.
-¿Pervert?-gritó Cristine repetidas veces desde la escalera, pero nadie respondió-¿Pervert?
-¡Déjalo!-protestó Jacq- ¡Vámonos al bar!- Le rugían las tripas, lo último que comió fue el mutajabalí que cazó en las cercanías del lago, así que debía matar dos pájaros de un tiro, por un lado la resaca y por el otro el hambre.
Tirados en una mesa metálica situada detrás del sofá, había entre otras cosas, unos pantalones y una camiseta tan sucios que Jacq no quiso imaginar a quien podrían haber pertenecido, pero era lo único con lo que podía vestirse, no iba a permitirse el lujo de salir de la casa en calzoncillos.
Una vez vestidos abandonaron la casa en dirección al bar. Debía ser muy temprano puesto que el sol incidía en posición casi horizontal al pueblo.
Cristine estaba más callada que de costumbre, durante el paseo hasta el bar no abrió la boca ni para bostezar. A decir verdad, hacía un par de días que Jacq la había conocido, aunque la mayor parte la había pasado encima de él. Quizás sin estar borracha fuera más tímida de lo que aparentaba a simple vista.
Al entrar al bar volvió a hacerse de noche, parecía como si no hubiera pasado el tiempo, la misma gente, aquel típico aroma a tabaco, el suelo igual de pegajoso por culpa del alcohol que derramaban los borrachos al mover sus copas al andar. Hasta Pervert se encontraba sentada en la misma mesa. Sujetaba entre sus manos una taza metálica que al parecer contenía café.
-¡Aquí están los tortolitos!-gritó Pervert cuando les vio entrar- ¡Estabais tan monos durmiendo abrazaditos que no he querido despertaros!
-¡Menos guasas!-dijo Jacq. A él no le molestaba en absoluto, pero no sabía si Cristine se sentiría incómoda con la situación.
-¡Menudo despertar!-Pervert no paraba de sonreír-Anda siéntate y desayuna que me traes un careto... y de las pintas mejor ni hablamos je...je...je...
-¡Pues el careto de todos los días llevo!-vaciló Jacq. Al tomar asiento el camarero se presentó de inmediato. Algo si había cambiado desde la noche anterior, la persona que estaba sirviendo los desayunos era un chaval joven con el pelo rizado y pelusilla en la barba.
-¡El menú de hoy es tortilla de huevos de a saber que!-el tono parecía serio, como si estuviera enfadado, pero la expresión de su rostro daba a entender todo lo contrario.
-¿No jodas que no sabes de que son los huevos?-Jacq alucinaba por momentos.
-Los encontramos ayer mientras cazábamos saltamontes, no sabemos de que son pero están de puta madre-respondió el camarero.
-¡Ponme un par de ellas y una cerveza!-tenía tanta hambre que comería lo que le echaran.
-¿Y usted señorita?-preguntó al camarero refiriéndose a Cristine que ponía cara de asco.
-¡Agua por favor!-respondió sin cambiar el gesto de su rostro.
-¡No seas tonta y come algo, está rico, rico!-dijo Pervert que parecía haber comido también aquellas tortillas.
-¡Esta bien!-Cristine se encogió de hombros-¡Agua y tortilla!
-¡Marchando!-se notaba que el chaval había estado durmiendo toda la noche o que iba puesto de alguna droga, tanta energía matutina no era muy normal.
-¡Anda que menudos dos fichajes hice!-Pervert no dejaba de reír, << ¿Habrá fumado algo?>>- ¡Tú!-refiriéndose a Jacq- Hiciste lo que nadie ha conseguido nunca. Tumbar al viejo Benjamín en una apuesta de beber. Y tú-esta vez era el turno de Cristine- ¡Parecías modosita, pero joder como traga la niña!
-¡Tu por lo que se ve te quedaste durmiendo en casa!-bromeó Jacq-¡Menuda energía llevas de buena mañana!
-¡Tomate uno de estos!-Pervert dio unos toquecitos con el dedo en la taza de café-¡Mano de santo!
-¡Creo que primero me esperaré a la famosa tortilla!
El camarero sirvió rápidamente la bebida. El primer trago de cerveza le supo amargo, pero estaba fresca y eso era de agradecer, Jacq odiaba la cerveza caliente. Momentos después llegó el camarero con dos platos rebosantes de comida.
-¡Las damas primero!-la primera en ser servida fue Cristine, luego Jacq. Mas que una tortilla parecía un huevo revuelto con algún condimento negro extraño mezclado por la masa. Parecía grasa de la sartén pero era mejor no pensarlo, total tampoco sabían de que eran esos huevos.
La percepción de la tortilla cambió cuando Jacq dio el primer bocado, no era precisamente un manjar, pero se dejaba comer. Cristine cogió un puñado con los dedos, pero antes de metérselo en la boca miró a Jacq, no parecía segura de querer comerse aquel plato, pero al ver como él disfrutaba comiendo terminó por meterse la comida en la boca.
El resto del desayuno lo pasaron entre risas y bromas, en el bar comenzaba a respirarse un ambiente diferente al de la noche anterior. Los borrachos fueron abandonando el antro poco a poco hasta que solo quedaron Jacq, el camarero y las dos chicas.
-¿Y donde dijiste que podía encontrar a ese tipo que podía arreglarme la servoarmadura?-preguntó Jacq mientras se limpiaba la boca con la camisa. Si no estaba lo suficientemente sucia ahora lo estaba aun más.
-¡Sera mejor que vaya yo a tratar con él!-contestó Pervert-Al viejo Gaspar no le gustan los forasteros y en el caso de que acepte repararla, intentará cobrar más de lo que cuesta.
-¿Y mientras que hacemos nosotros?
-A cambio hoy podríais ir de caza por mí.
-¿Con que armas?-a Jacq no le importaba ir de caza, fue lo único que hizo día si día también en su viaje con Poli desde el este, pero con un palo iba a ser complicado que pudiera cazar nada. Tampoco recordaba donde había metido el machete que siempre le acompañaba.
-¡De eso me encargo yo!-respondió Pervert-¡Volvamos a la casa!
Entre los dos pagaron la cuenta ya que Cristine no tenía ni una chapa encima ni nada con que comerciar. Salieron del bar y se dirigieron de nuevo a la casucha de Pervert. Al llegar subieron a la planta de arriba donde se suponía que estaba la habitación de la mujer. Jacq no estaba equivocado, si era su habitación, pero en ella guardaba un armario con un buen arsenal de armas.
-¡La hostia!- Jacq alucinaba, en aquel armario había varias decenas de armas, pistolas, metralletas, cuchillos...
-¡Esta es mi particular colección, elegid la que queráis!-alardeó Pervert. Jacq se fijó en una en particular, anteriormente nunca había visto semejante artilugio. Se trataba de una Láncelot de gran calibre, la cual llevaba incorporada una sierra mecánica. Imaginaba como seria desgarrar la carne del enemigo y saborear el sufrimiento de su víctima a manos de aquel artefacto.
-¡Me quedo con esa!-dijo Jacq señalando el arma con el dedo.
-¿La Elí?-preguntó Pervert-Este bicho lo modifiqué yo un día que no pude salir a cazar. Parecía que se iba a acabar el mundo, cayó una fuerte tromba de agua. Las casas más bajas del pueblo quedaron inundadas. En fin-suspiró-sería una buena arma, el caso es que no tenemos munición. Pero podrás utilizar la sierra, las células fotovoltaicas hacen que no sea necesario cargarla. Siempre está cargada.
Pervert desencajó la Láncelot de la base que la sujetaba, en los brazos de la chica parecía pesada, pero al dársela, Jacq comprobó que era más ligera de lo que a simple vista aparentaba.
-¡Mola!-sonrió Jacq.
-¿Y para la niña?-preguntó Pervert refiriéndose a Cristine. Esta parecía indecisa, miraba a un sitio y otro sin decidirse por un arma en concreto.
-¡No se disparar!-la muchacha se encogió de hombros-¡Creo que elegiré esta!-señaló un machete con mango de puño americano.
-¿Os vais de caza o de carnicería?-bromeó Pervert-¡Que sádicos!-sacó el machete y cerró las dos puertas del armario-En fin, conforme salgáis si vais hacia el este, o sea hacia la derecha del pueblo encontrareis un cementerio en la cima de una pequeña montaña, allí crecen una especie de libélulas tan grandes como mi pierna. Intentad no desgarrarlas mucho, la carne es deliciosa y muy bien pagada, se compra al peso. Jacq yo me encargare de llevarle tu traje al viejo Gaspar para que lo repare. Luego me reuniré con vosotros. Que os divirtáis, nos vemos luego.
De camino a las afueras de Salatiga Jacq no dejaba de pensar. A decir verdad estaba muy a gusto en aquel lugar, buena comida, bebida abundante, tranquilidad, era cuanto podía desear un ser humano, pero su hermana seguía lejos, sin poder saber nada de ella. Tenía unas ganas locas de salir de allí y dirigirse de nuevo a Odín, pero necesitaba chapas y ahora solo tenía las sobras del desayuno.
<<Si al menos supiera que mi hermana está bien todo sería mucho más fácil>>
-¿Sabes manejar bien eso que llevas ahí colgando?-pregunto mirando el machete que Pervert le había dejado a Cristine. Durante unos momentos la muchacha se quedó mirándole fijamente.
-¡Con uno parecido le rajé el cuello al mandamás del Notocar, así que ándate con cuidado!-respondió Cristine dejando escapar una pequeña sonrisa.
-¡No jodas!-Jacq no creía una sola palabra-¿En serio?
-¡Es broma!-la muchacha de pelo negro se sonrojó.
Al cruzar las puertas de las improvisadas murallas del pueblo fueron hacia el este, tal y conforme les había explicado Pervert momentos anteriores.
El trajín de comerciantes era constante, en ese momento llegaban a la entrada dos caravanas comerciales, Jacq pensó en hablar con los mercaderes para comprar munición, siempre y cuando dispusieran de ese tipo, pero al ver las pocas chapas que le quedaban cambió de idea, << ¡En otro momento!>>, pensó.
El cementerio de las famosas comenzaba a divisarse a lo alto de la montaña, aunque esta no era tan pequeña como había explicado Pervert. Había decenas de crucecitas hechas con palos, estaba cercano a Salatiga, por lo que supuso que se trataría del cementerio donde acababan enterrados los habitantes de aquel lugar. No hizo falta llegar hasta la cima para toparse con la primera presa.
-¡Mira eso!-dijo Cristine señalando en dirección a unos matorrales resecos. Un insecto enorme, del tamaño de Elí, buscaba restos comida entre los matojos. De alas trasparentes con dibujos de colores intensos, el torso era negro y peludo con un pelo frondoso bastante fino. La más tímida brisa movía cada pelo del bicho. Los ojos eran saltones de color azul turquesa, la luz sol se reflejaba en ellos como dos espejos. Se apoyaba sobre cuatro patas traseras y rebuscaba con las dos delanteras, estas sensiblemente más pequeñas. Las alas guardaban una enorme cola del mismo color que los ojos. A simple vista era una criatura hermosa como ninguna, pero si algo le había enseñado la vida a Jacq era a desconfiar de cualquier animal mutado.
-¡Son las famosas libélulas de las que habla Pervert!
-¡Es hermosa!
-¡Tu lo eres aun más!-Jacq no sabía porque había dicho eso, pero no le dio importancia, aunque Cristine si pareció darle, o al menos eso decía su enrojecida cara.
La criatura al darse cuenta de su presencia levantó el vuelo con claras intenciones de atacar. Una vez alcanzó suficiente altura comenzó un rápido descenso hacia su posición.  
A parte del gatillo para disparar, Elí disponía otro alargado como un botón, en la zona de sujeción que activaba la sierra eléctrica. Jacq apretó el mismo con ganas, levantó en posición vertical el arma y paró el vuelo del animal. Al impactar contra Elí la libélula se partió en dos, un líquido verde viscoso salpicó llegando a manchar tanto a Jacq como a la muchacha.
La abominación había perdido todo su encanto, no solo porque ahora se le vieran sus entrañas, lo peor era que el líquido viscoso que había salpicado apestaba a mugre.
-¡Brutal!-gritó Jacq emocionado-¡Me encanta esta arma!
-¿Y ahora como cargamos con el insecto?-a Cristine no parecía gustarle la idea de tener que tocar la libélula como ya había demostrado el día anterior al no querer tocar el Nasaba.
-Habrá que buscar algún sitio donde esconder los animales y recogerlos cuando volvamos al pueblo-explicó Jacq mientras recogía los dos pedazos en que había quedado el animal. Merodearon por la zona en busca de algún escondrijo donde dejar las presas, finalmente encontraron un viejo coche abandonado en medio de la montaña. El exterior estaba totalmente oxidado, aun conservaba la luna delantera pero el resto parecía que las hubieran desmontado. Las ruedas al igual que los cristales brillaban por su ausencia, pero tenía algo raro, daba la impresión de que aquel vehículo nunca había tenido ruedas.

El maletero estaba entreabierto, Jacq intentó abrirlo, pero el óxido y la suciedad acumulada durante años y años hacían de esta una tarea un tanto complicada. Con la ayuda de Cristine consiguió abrirlo, la puerta chirrió violentamente al moverse. Una vez abierto, Jacq depositó el cadáver de la libélula y de un portazo dejó cerrado de nuevo el maletero.
-¿Continuamos?-preguntó Jacq, pero la muchacha no respondía-¿Estás ahí?- al girar la vista observó la cara de temor de Cristine, señalaba con la mano temblorosa. Cercano a su posición un Nasaba lanzaba zarpazos contra lo que parecía ser un perro. El animal se defendía con dificultad, intentaba morder el cuello de la abominación pero sin resultado alguno. Inmediatamente Jacq corrió como un loco con la sierra eléctrica en marcha hacia la abominación. El primer impacto dio de lleno en el cuello del Nasaba. El perro al escuchar el desgarrador sonido del arma se alejó de la zona, quedando en posición defensiva gruñendo y mostrando los dientes.
Jacq sujetaba con contundencia el arma que sesgaba lentamente el cuello del Nasaba. Este, lanzaba violentos zarpazos a diestro y siniestro acompañados de un continuo grito ensordecedor. Uno de los golpes alcanzó el arma de Jacq lanzándola varios metros lejos de él. El impacto hizo que Jacq perdiera el equilibrio y cayera de espaldas al suelo.
-¡Cristine ayúdame!-pero la muchacha no respondía. Tirado en el suelo y sin armas Jacq observaba como la abominación se abalanzaba encima suyo con la cabeza colgando de un pequeño tendón aunque parecía que a esta no le importara lo más mínimo. La sangre corría por la apertura que la sierra mecánica había dejado en el cuello de la criatura. Grandes gotas de aquel líquido caían en la cara de Jacq, que veía como el Nasaba se disponía a darle el golpe de gracia.
Cuando parecía que todo iba a acabar, el perro se abalanzó sobre el Nasaba arrancándole de un bocado el único tendón que sujetaba la cabeza de la criatura. Jacq rápidamente cogió a Elí y la clavó sobre el pecho del Nasaba que se retorcía patas arriba en el suelo. Rápidamente Jacq accionó el gatillo y la sierra mecánica desgarro el torso del Nasaba.
-¡Gracias amiguito!-Jacq jadeaba a causa del esfuerzo realizado y por el miedo que había pasado momentos antes. El perro agachó las orejas, sacó la lengua y comenzó a mover el rabo de un lado a otro en señal de felicidad. Tenía el pelo marrón con una gran mancha negra en el lomo, como si de una capa se tratase. Las orejas eran grandes, puntiagudas, siempre en posición firme y vertical excepto cuando por voluntad propia las agachaba. El hocico alargado de color negro, dibujaba una sonrisa amigable, pero momentos antes frente al Nasaba esos mismos colmillos retrataban un animal feroz. Era gacho de patas traseras, aunque aquello parecía algo natural en esa clase de perros.
Jacq sabía que en el antiguo mundo los perros tenían asignadas unas razas en función de su aspecto, pero no tenía ni idea de cuales eran, para él todos eran iguales.
-¿Tienes dueño?-preguntó, aunque no esperaba a que el animal hablase. El perro se limitó a ladrar dos veces y a mover el rabo-¡Te voy a llamar Troy!- aquel nombre pareció gustarle al animal, que movía el rabo con más velocidad al oír su nuevo nombre- ¡Vamos Troy!
Jacq cogió por una pata el Nasaba sin cabeza y lo arrastró hacia el coche, donde Cristine lloraba sin consuelo aun atemorizada.
-¡Perdóname!-dijo entre llantos, acurrucada en el suelo, con las manos resguardadas entre las rodillas.
-¡No te preocupes, no ha sido para tanto!-Jacq intentaba que la muchacha se calmara, pero sus intentos no parecían dar el resultado deseado.
-¡Si no fuera por el perro ahora estarías muerto!-Cristine balbuceaba con la vista perdida en el suelo.
-¡Soy un hombre de recursos!-Jacq dejó escapar una leve sonrisa-¿Te crees que es tan fácil acabar conmigo?-al ver que la muchacha no respondía se sentó a su lado y la rodeó con sus brazos, dándole un fuerte y cálido abrazo. Aquel abrazo le recordó a Poli, en tantos fríos días de invierno cuando utilizaban sus cuerpos para darse calor mutuamente, pero esta vez era diferente-¡Seca esos ojitos, son más bonitos cuando están alegres!
La muchacha se sonrojó pero por fin pareció sonreír. Ella levantó la vista del suelo y miró fijamente a los ojos de Jacq que continuaba abrazándola. Lentamente y sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos, Cristine se acercó apoyando la cabeza en su hombro. Al tenerla tan cerca Jacq observó que los ojos de la muchacha eran preciosos, marrones oscuros, casi negros.
No sabía muy bien cómo actuar, las únicas mujeres con las que había estado eran fulanas que trabajaban en prostíbulos, pero ella era diferente y no podía evitar ser atraído por aquella mirada, aunque aquella situación lo incomodaba al ser sentimentalmente inexperto.
Finalmente se dejó llevar por la situación y la abrazó con más fuerza sin dejar de mirarla. Cristine cerró los ojos y le dio un beso en la boca. << ¿Y esto?-pensó desconcertado-¡Ahora no va borracha!>>, Jacq con mano temblorosa acarició suavemente el rostro de la muchacha que al notar el tacto de sus dedos volvió a cerrar los ojos y sonrió. Esta si era un sonrisa sincera.
El corazón le palpitaba con tanta energía que hasta el perro pareció darse cuenta de ello.
-¡Troy!-tumbado en el suelo el perro movió las orejas al escuchar su nombre-Tú no has visto nada ¿vale?  
Jacq cogió con fuerza a Cristine y la sentó sobre su regazo, sujetándola firmemente por la cintura. La muchacha no dejaba de sonreír y él se sentía cada vez mas cómodo, no podía dejar de mirarla y acariciarla, notaba como en cada caricia se le erizaba el vello. Suavemente puso la mano en su espalda para sujetarla mejor, Cristine no dejaba de sonreír tímidamente con los ojos cerrados. Esta vez fue Jacq quien con sus labios cubrió los de ella. Pasaron a ser una sola saliva y un solo sabor, el de la tortilla matutina, esta vez sí era deliciosa, el mejor manjar que jamás había probado. Jacq la sentía temblar contra su pecho como una luna en el agua.
-¡Auuuuuhhh!- Troy dejó escapar un aullido.