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domingo, 20 de septiembre de 2015

CAPÍTULO XLVII – DESERTORES



JAMES BLACK


Varios días después del ataque en el pueblo de Gala Macarra y acompañado por Altramuz el mercader chiflado, y su burro de carga, James Black llegó por fin a la base del Ejército del Pueblo Libre, donde Gala, le había mandado en busca de ayuda y protección para el pueblo.
Consigo llevaba una cuantiosa suma de dinero del antiguo mundo. Un dinero que habían tomado prestado de la pensión de una tal Rose, que al parecer, ya no vivía allí o se había marchado recientemente sin dar explicación alguna.
Nada más llegar a la base, se vieron sorprendidos por el ataque de soldados enemigos al ejército del Pueblo Libre. Sin darse cuenta, se vieron en medio de un fuego cruzado, pero gracias a la inesperada colaboración de un supermutante, no tuvieron que lamentar males mayores. El cuerpo de este, acabó dándose de bruces contra el suelo, muerto, con parte del pecho y el brazo izquierdo mutilados, hechos pedazos, esparcidos por doquier a causa del impacto de un misil procedente del bando enemigo.
-¿Qué coño era eso?-gritó uno de los soldados desde lo alto de un torreón de vigilancia destartalado, hecho a base de restos de madera.
-¡Ese chiflado se ha puesto en medio y todos han saltado por los aires!-respondió otro de los soldados, un tipo con la cabeza rapada y una cicatriz bastante espantosa en la cara. Era el último obstáculo para que James Black pudiera acceder a la base.
-¿Es Potito?-preguntó el soldado de la torre, con cara de preocupación.
-¡Para nada!-vaciló el de la cicatriz-Este parece mucho mas grande, a saber donde andará ese granuja. Ambos comenzaron a divagar sobre el paradero del tal Potito.
-¡Perdonar!-interrumpió el mercader-Quizás a vuestro jefe, le interese la mercancía que aquí mi amigo y yo le traemos-dijo al mismo tiempo que enseñaba unas pistolas que llevaba el burro de carga, guardadas en uno de los sacos que colgaban de su lomo.
-¡Últimamente el jefe anda bastante rácano y no suministra armamento nuevo!-lamentó el de la cicatriz, observando la mercancía-Parecen de juguete en comparación con las del ejército, pero si queréis intentar negociar con nuestro maestro de armas deberéis abonar cien chapas, de lo contrario no podré dejaros pisar el suelo de la base.
A James aquello le recordó al Odín, pagar por entrar, al menos esta entrada era bastante barata si la comparaba con la que cobraban para acceder a la zona de casinos. Altramuz dejó caer sobre la mano del soldado, un saquito de tela con el pago acordado dentro.
-¿Quieres contarlos o te fías de nosotros?-protestó señalando el saquito.
-¡No tengo todo el día para contar moneditas!-espetó el soldado-pero si me has engañado te acordarás de mi.
Chapa insignia de acceso a la base del ejército del pueblo libre
Antes de pasar, el soldado de la cicatriz les dio tanto al mercader como a James un broche insignia. Este era de plástico, redondo y con una aguja detrás para colgárselo de la ropa. El broche de James, tenía dibujado una especie de necrófago con cara de mala hostia y un largo pelo blanco. Había escrito algo en letras rojas, siguiendo el borde redondo del broche, pero James apenas sabía leer y le daba vergüenza preguntar qué era lo que ponía. << ¡De todos modos no parece estar en mi lengua!-pensó al ver el dibujo-¡Seguro que ellos tampoco saben lo que pone!>>
-¡Abróchatelo!-ordenó el soldado-Si mis compañeros no ven el broche pensarán que eres un intruso y dispararán nada más verte. Son las órdenes…
Una vez puestas las marcas, el soldado dio una orden a través de un interfono que había instalado justo detrás de él y momentos después, como por arte de magia, la puerta se abrió.
-El maestro de armas se encuentra en el barracón situado al fondo a la derecha, no tiene pérdida. Si no está os esperáis. Y sobre todo no toquéis nada que no sea vuestro-explicó el soldado antes de dejarles pasar a la base.
-¿Habías estado aquí antes?-preguntó James Black al mercader con voz bajita.
-¡Alguna vez que otra!
-¿Y son siempre tan toca pelotas?
-Más o menos-respondió Altramuz dejando escapar una fuerte risotada.
Todos en aquel sitio vestían con una indumentaria similar a la del soldado de la entrada. El que menos, calzaba un arma de plasma, sin embargo, estas parecían más bien estar decorando el traje ya que se encontraban en bastante mal estado y le surgía la duda, de si aquellos chismes, dispararían al apretar el gatillo.
A su paso, todos los soldados actuaban de la misma forma, mirando tanto a él como al mercader, fijamente de arriba abajo con cara de pocos amigos, y cuando parecían ver el broche colgando del pecho, entonces hacían como que miraban a otro lado. James, tenía la sensación de que su presencia en aquel lugar les incomodaba. Pero no entendía por qué.
Sin desviarse ni un momento de la ruta indicada por el soldado de la cicatriz, llegaron al barracón del maestro de armas. Era similar a los que habían visto por el camino, solo que la entrada de este, estaba protegida por dos soldados, con cara de mala leche y una postura tan recta, que parecía como si les hubieran metido un palo largo por el culo.
No tenía puerta, un mostrador repleto de armas, ropa militar y demás trastos hacía de separación entre el interior del barracón y el patio de la base. Había armas de casi todas las clases y tamaños, amontonadas sin orden alguno y llenas de polvo en muchos casos. En el interior, un hombre adulto, de pelo canoso y perilla recortada, intentaba reparar una de las metralletas. James no entendía mucho más allá de las pistolas que solía llevar en Penélope para proteger a los ricachones, tampoco sabía el nombre original de ningún arma, solo disparar y matar, pero de lo que si estaba seguro, era de la pupa que podía hacer un arma de aquellas características en buen estado.
-¡Buenas forasteros!-dijo el maestro de armas nada más verles-¿Qué se les ofrece?
-Traemos un pequeño cargamento de armas de mano DC15S-Altramuz cuidadosamente abrió el saco donde guardaba las armas, y sacó una de ellas para mostrársela al maestro de armas de la base.
-¿Y para esto habéis entrado?-dijo mirando con desprecio la mercancía de Altramuz-¿No traéis nada mejor?
-¡Entrar para nada, siempre la misma historia!-maldijo el mercader encogiéndose de hombros-¡Con lo que cuesta conseguirlas! ¡Puta mierda!
-¡Tranquilo hombre yo te las comprarle!-gritó James interrumpiendo el asedio de palabrotas que emanaban de la boca de Altramuz. El maestro de armas dejó sus quehaceres y se levantó de la silla.
-Tú no pareces ser uno de esos chanchulleros como tu amigo, que vienen aquí, a vender mierda esperando que les paguemos un dineral por ella-el maestro, quedó mirándole fijamente, apoyado firmemente sobre el mostrador-por tu cara, hay algo de lo que yo tengo que te interesa.
-¡Protección!-respondió James sin casi dejar terminar al maestro.
-¿Para vuestra mierda de negocio?-preguntó en tono burlón.
-Para un pueblo situado al sureste de aquí.
-Esto te costaría un montón de chapas que o mucho me equivoco o no tienes-el maestro se dejo caer con desgana en la silla y cogió de nuevo la metralleta para seguir con las labores de reparación-el caso es que aunque las tuvieras, en este momento Pececito, ha declarado el nivel máximo de emergencia. Hace unas horas escuchamos un mensaje de ese loco que pone música en la radio, alertando de una amenaza, un ejército muy peligroso con servoarmaduras blancas, pero no le hicimos mucho caso. No sé si habéis sido testigos hace un momento, del ataque que han llevado a cabo esos mal nacidos, pero el jefazo, ha ordenado la retirada de todas las tropas del exterior y su regreso a la base para protegerla. Si estás interesado en alguna de mis armas con mucho gusto negociaré contigo, de lo contrario podéis iros por donde habéis venido.
Las palabras del maestro de armas fueron como una patada en las pelotas para James Black.
-Vámonos James, aquí ya nada podemos hacer-lamentó Altramuz, haciendo intención de largarse.
-¿Y no puedo hablar con ese tal Pececito?-era lo único que se le ocurría en aquel momento-Igual podría hacerle cambiar de opinión.
-¡Las ordenes del superior son tajantes y ningún civil puede visitar sus estancias!-gritó uno de los soldados que custodiaba el puesto.
-Ya has oído a uno de mis perros, si no quieres comprar nada largo de aquí-al maestro de armas también parecía incomodarle su presencia.
-¿Cuánto por la metralleta?-al menos no se iría con las manos vacías de aquel sitio. Después de una dura negociación con el maestro de armas, James Black consiguió hacerse con la metralleta y algo de munición. Pagó el precio acordado con parte del dinero que Gala le había dado. Si no había mercenarios que protegieran el pueblo, el sería el mercenario que se encargaría de tal tarea. Al fin y al cabo era lo único que sabía hacer, y se le daba muy bien.
Les separaban unos pocos barracones antes de regresar al puesto del soldado de la cicatriz, para devolverle las insignias y marcharse de aquel lugar, cuando un soldado bajito y calvo se cruzó en su camino, llamando su atención haciendo un tímido siseo con los dientes, invitándoles a seguirle con un pequeño gesto de su mano izquierda.
-¡Venid cojones!-dijo en voz bajita-¡Esto os va a interesar!
Tanto James como Altramuz, se sorprendieron al ver a aquel hombre.  El poco pelo que aun le brotaba de los laterales de la cabeza era casi todo blanco, al igual que la poblada barba que lucía. Tan bajito, que al rifle que llevaba colgado de la espalda, le quedaba apenas un palmo para ir arrastrándolo por el suelo. Vestía como el resto de los soldados de la base, así que sin duda se trataba de uno de ellos. Aunque la expresión de su rostro daba cierta confianza, factor que provocó que James y Altramuz, se desviaran del camino de salida para seguir a aquel peculiar personaje.
A pocos pasos de donde tuvieron el encuentro, había reunidos un grupo de unos cinco soldados. Todos ellos, incluido el hombre bajito, parecían ser viejas glorias del ejército, puesto que allí no parecía estar de moda el cabello de color oscuro, y ni que decir a juzgar del volumen las panzas de estos, de lo bien alimentados que parecían estar.
-¡Que no te engañen las primeras impresiones!-dijo el hombre bajito.
-Perdona… ¿Quiénes sois? Y… ¿Qué queréis de nosotros?-interrumpió James, que no sabía si dar media vuelta e irse para no meterse en ningún lio, o esperar para evitar otro posible problema por marcharse.
-Somos el escuadrón Solaris-respondió sin titubear el soldado-En otros tiempos fuimos la élite del ejército del Pueblo Libre, nuestras armas y nuestra destreza, servían para proteger a los más débiles.
-¿Y qué os ha pasado?-dijo Altramuz con bastante guasa-¿Os los comisteis?
<< ¿Te quieres callar bocazas?-en ese momento James habría matado a su compañero de viaje, sin embargo, optó por seguir callado y esperar a que el hombre terminara de contar su historia-¡Si salimos de aquí con vida yo mismo seré quien te quite la tuya mamón!>>
-¡Que chistoso tu!-espetó el soldado-No te hará tanta gracia cuando los soldados de coraza blanca, te empalen y te crucifiquen boca abajo. Y no creas que estarás muerto y no lo notaras no…
-¡Eh basta ya!-interrumpió otro soldado, un hombre grande, de voz bastante grave-¡Queremos que nos contraten no que huyan!
Las palabras de aquel tipo, sentaron como un buen chute de la droga más potente de Penélope en las venas de James Black.
-Es verdad-el tipo bajito se encogió de hombros. Estaba anocheciendo, y la luz de la luna se reflejaba en la calva de este, cosa que a James le hacía bastante gracia-Soy Faka, y estos personajes son Bástian…-uno a uno fue señalándolos con el dedo índice-…Hornillos, Devnull, Devian y el chaval de las gafas que tienes ahí mas apartado, fue el último en unirse al grupo, no sabemos cómo se llama, vino aquí haciéndose llamar “sombrero rojo” y así se quedó.
-Yo soy James Black, y este valiente imbécil es Altramuz, mercaderes ambulantes.
-Al mercader le conocemos, ha venido bastantes veces por estos lares pero a ti es la primera vez que te vemos.
-¡Dejaros de historias y decidnos que queréis!-James comenzaba a impacientarse con tanto protocolo-¡Se supone que ya debíamos estar fuera de la base!
-Servidor sabe escuchar conversaciones ajenas, no lo he podido evitar. Sabemos que has intentado negociar protección con el maestro de armas y que este os la ha denegado.
-¡Así es!-lamentó James Black.
-¡Estáis de suerte!-Faka, sacó del bolsillo de su camiseta una pipa y un paquete de plástico, con lo que parecía ser tabaco en su interior-Os vamos a prestar tan ansiada protección.
-¿Y las ordenes de vuestros superiores?
-¿Ese montón de mierda?-espetó mientras vertía un poco de tabaco en la pipa-¡Están acabados!-encendió la pipa y de su boca comenzó a salir humo al mismo tiempo que hablaba-Pececito cree que protegiendo esta base va a salvar su culo, y lo único que va a conseguir es morirse de hambre y quedarse sin munición.
-Íbamos a aprovechar que esta noche tenemos que patrullar por los exteriores de la base-interrumpió el tal Bástian-para marcharnos bien lejos de aquí.
-¿Huis como cobardes y ahora esperáis que os contratemos?-a James no le convencía el rumbo que estaba tomando aquella conversación.
-¡Moriremos de todos modos si nos enfrentamos al ejercito del que hablan las radios!-lamentó Faka-al menos, si os acompañamos moriremos haciendo aquello que se nos daba tan bien, protegiendo a los más débiles. Mejor así que no sucumbiendo a la locura, de un líder que se dejó llevar por la codicia y al que solo le importa él mismo-hizo una pausa para fumar de su pipa-no somos los únicos que vamos a desertar créeme.
James tomó un poco de tiempo para reflexionar, valoró entre tener que regresar al pueblo de Gala con el armamento que había adquirido como única protección, o presentarse allí con algo parecido a un escuadrón de mercenarios. Tampoco había nada que perder por intentarlo.
-¡Esta bien!-dijo sintiéndose victorioso-¡Acepto el trato!
-¡Es justo lo que queríamos oír!-respondió Faka con voz alegre-A media noche comienza nuestra ronda. Al otro lado del río hay un asentamiento de civiles. Esperarnos en el mercado.
-¡No sé si te habrás percatado pero ninguno de nosotros sabe la hora que es!-dijo James con bastante sarcasmo.
-¡Lo sé!-fumó los restos de la pipa-¡Confiad en nosotros!
Sellaron el trato con un buen apretón de manos, nada más, ni dinero ni ningún tipo de trueque, solo palabras.
Finalmente, salieron de la base, no sin antes dejar la insignia al soldado de la cicatriz. Este les miró con cara de enfadado, y les recriminó que se habían pasado del tiempo permitido. Altramuz soltó otras cincuenta chapas como multa por el tiempo excedido.
-¡Ahí te pudras con ellas!-espetó mientras las lanzaba al suelo.
-Serás…-el soldado agotó todo el repertorio de insultos hacia el mercader-¡Entérate, mientras yo esté aquí no volverás a entrar!
<< ¡Yo desde luego espero no volver aquí!-pensó mientras se alejaban de la base>>
Tan solo cruzar el río avistaron el asentamiento del que se refería Faka. Penélope estaba muy demacrada, pero en comparación con aquel lugar, parecía un paraíso.
Situado en una de las entradas a la gran metrópoli, centenares de personas hacían lo posible por sobrevivir en aquellas calles. Peleas callejeras por un trozo de carne podrido de a saber que abominación, mujeres llenas de heridas ofreciendo sus favores sexuales, personas que casi no podían tenerse en pié pidiendo por un chute más. Aquel lugar era el fiel reflejo, de cómo había quedado la humanidad después de tanta guerra.
-¡Esto es solo la entrada!-dijo Altramuz con voz temblorosa-No quieras saber que se esconde mas allá.
-¿Has estado alguna vez?
-No pero según hablan las malas lenguas, esto son las puertas del infierno y ahí dentro está el infierno.
Pasaron las horas entre gritos, ruidos extraños y algún disparo lejano, pero poco a poco todo aquel alboroto fue calmándose. Ya solo quedaban los zombis en pié, toxicómanos que al parecer nunca tenían suficiente y siempre buscaban una dosis más. James Black estaba cansado de verlos en Penélope, sentía pena por ellos y al mismo tiempo les metería una bala en la sesera para acabar con su sufrimiento.
Finalmente la espera tuvo su recompensa, a lo lejos, divisaron a Faka y sus secuaces. El escuadrón Solaris era difícil de confundir.
-¡Vámonos!-gritó el soldado bajito a lo lejos-¡No hay tiempo que perder!

martes, 17 de febrero de 2015

CAPÍTULO XLIV – CABALLO DE TROYA



ROSE


-¡Menuda puta mierda!-gruñía una y otra vez Potito el supermutante-Llevamos la tira de días perdidos en medio de ninguna parte. Sin droga, sin agua, sin comida. Aquí no vienen ni los Nerheaders a soltar su mierda.
-¡Cállate plasta!-replicó Glanius-¡Así no ayudas en nada!-el hombre de ojos azules que tan loca volvía a Rose, estaba incluso más perdido que ella. Hacía varios días, que habían perdido la pista al grupo de soldados que custodiaba los presos en el Notocar. Pero aquello no era lo peor, ya ni siquiera sabían dónde estaban, y mucho menos el camino de regreso a casa. Rose por si las moscas, mantenía la boca cerrada ya que días atrás, el mutante la había amenazado con convertirla en casquería, para después llenarse el estomago con ella, si no mantenía la boca cerrada. Aunque no lo veía capaz de hacer algo similar, no quiso arriesgarse y decidió hablar solo cuando fuera justo y necesario.
-¡Arena y montañas de arena!-mascullaba Potito-¡Ni un insecto, ni un animal, ni un hombre!-el mutante tenía toda la razón, en aquella zona no había rastro de vida alguno, solo casas vacías, asoladas por el paso del tiempo. Rose comenzaba a estar cansada de la situación. Cuando no era uno era el otro el que protestaba, el único que no se quejaba era el pobre burro de carga. Aunque aquellas riñas, le recordaban mucho a las peleas que tenían sus hijos cuando jugaban juntos.
-¿No querías sur?-preguntó Glanius con algo de sarcasmo-¡Pues ya tienes sur!
-¿Y quién cojones te ha dicho a ti que esto es el sur?-replicó Potito-¡A saber donde coño estamos!
La noche estaba al caer, necesitaban un lugar donde salvaguardarse de los peligros nocturnos. Por calmada que pudiera parecer la región, nunca había que descartar la posibilidad de toparse con algún animal mutado, engendros o similares, por lo que era mejor no tentar a la suerte y al menos buscar cuatro paredes donde esconderse.
Hacía días que no cazaban nada. Glanius consiguió que Potito entrara en razón y calmara su voraz apetito, por ello los últimos días, habían podido subsistir a base de racionar las sobras. Rose solo deseaba que en su camino, se cruzara alguna criatura para alimentar al supermutante. Era cuestión de tiempo, que a este se le acabara la paciencia y comenzara a devorar al burro.
-¡Otra noche más al ras!-lamentó Glanius, mirando hacia el horizonte, donde los rayos del sol agotaban sus últimos minutos de vida en aquel largo día. Sin previo aviso, Potito salió corriendo en dirección contraria al sol. Las fuertes piernas del mutante, levantaban una gran y espesa polvareda a cada zancada.
-¡Me voy de caza!-gritó Potito levantando un brazo en señal de despedida.
-¡Menos mal que se ha ido!-Rose respiró aliviada al verlo desaparecer en la oscuridad.
-¡Esperemos que vuelva con la panza llena!-bromeó Glanius-Será mejor que acampemos y comamos algo, por aquí no encontraremos cobijo, así que lo mejor será no gastar energías inútilmente.
-Tienes razón, estoy hambrienta-sus tripas hacían sonar una melodía nada agradable. Rose tenía tanta hambre que era capaz de comer cualquier cosa. La pensión daba beneficios suficientes como para comprar comida en buen estado, y de vez en cuando permitirse algún capricho. Esa Rose jamás habría pensado en hacer algo similar, pero esa Rose ya no era ella, el hambre y la desesperación cambian a cualquiera, y ahora estaba dispuesta a comer cualquier cosa que cayera en sus manos.
-¡A ver que tenemos hoy para cenar!- Glanius cogió una bolsa gris de tela que llevaba cargada el burro en uno de sus laterales. Metió la mano y sacó un trozo bastante grande de carne, suficiente para comer los dos y no quedarse con hambre. A juzgar por su aspecto y la cara de asco que puso el hombre, esta parecía estar pudriéndose o podrida del todo, pero era lo único que había para comer, así que no podían permitirse el lujo de tirarla- ¡Si quieres te caliento el entrecot con el mechero!-bromeó Glanius. Rose no pudo evitar que una tímida sonrisilla se le escapara.
Él con un cuchillo afilado, cortó en dos el trozo de carne y quitó las partes que peor aspecto presentaban. Gracias a esta labor la cena tomó otro aspecto.
Ambos comieron sin decir ni una palabra, concentrados en su pedazo de carne, ajenos a cualquier cosa. El primer bocado le supo a rancio, pero una vez se acostumbró el paladar al sabor, el resto de ellos fueron gloria.
-¡Hay hambre!- afirmó Glanius dejando caer desde su boca pequeños trocitos de carne. Rose lo miró, aquel hombre le parecía atractivo incluso con virutas de carne podrida pegadas en los labios. Sentía el deseo de querer limpiársela a lametazos, pero finalmente pudo contenerse y seguir comiendo. Aunque cada vez que la idea se le venía a la cabeza, su corazón respondía con fuertes palpitaciones. << ¿Qué te pasa Rose?-preguntándose a sí misma-¡Es solo un mercenario, como todos los demás!>>
-¿Crees que saldremos de esta con vida?- preguntó Rose intentando evadirse de la situación.
-¿Por qué no? Si pudimos entrar, podremos salir-las palabras de Glanius no le dijeron nada en especial. No se caracterizaba por ser coherente con los discursos que pronunciaba, aunque el pobre no paraba de intentarlo-En fin, será mejor que descansemos un poco. No sé cuánto tardará la bestia en volver a dar por el saco.
-Quizás tengas razón en eso...- a Rose le preocupaba el hecho de dormir a la intemperie, en un lugar desconocido para ella. Tenía verdadero pavor de quedarse dormida y que alguna abominación la atacara por la espalda. Intentaba dormir, pero solo conseguía dar vueltas a uno y otro lado, buscando la una postura que le inspirara tranquilidad, pero aquello no parecía ser posible.
-¡Joder!-protestó con voz bajita.
-¿Qué te pasa?-preguntó Glanius al oírla refunfuñar.
-¡Tengo miedo!-respondió.
-¿Miedo de que?
-De que me ataque un monstruo o algo peor.
-¿Aquí en medio de la nada? ¡No me hagas reír!- espetó Glanius.
-¿Podrías abrazarme?-no sabía muy bien porque había dicho eso, pero a decir verdad, rodeada por los brazos de él se sentiría protegida y sería mucho más fácil dormirse.
-¿Y si lo hago callaras la boca?
-¡Lo juro!
-Está bien-dijo Glanius haciéndose el remolón-Ven aquí y calla de una vez. Dios lo que daría por tener una cerveza en estos momentos.
No tardó en acurrucarse junto a él. Los brazos del hombre daban un calorcito que a Rose le encantaba. Tenía tan pegada la espalda al pecho de Glanius, que podía notar el latir de su corazón. A decir verdad también notaba algo mas en otra parte de su cuerpo, algo duro y muy familiar le oprimía uno de sus muslos.
<< ¿Se la he puesto dura?-pensó al notar lo que parecía ser el miembro de él-¡No puede ser!>>
Extrañada, deslizó cuidadosamente la mano por su culo, haciendo como que se lo rascaba para disimular. Glanius parecía dormido, pero su cosita estaba bien despierta. Rose decidió acariciarla suavemente para ver como respondía.
-¿No ibas a callarte si te abrazaba?-quiso protestar Glanius, pero su voz parecía indicar todo lo contrario.
-¿Acaso estoy hablando?
Sin mediar una sola palabra más, Glanius le bajó enérgicamente los pantalones y en la misma posición que estaba comenzó a penetrarla. Todos sus males desaparecieron al notar el miembro calentito del hombre rozando entre sus piernas. Hacía tiempo que no estaba con ningún hombre y aunque aquella no era la mejor situación para un momento así no quiso desaprovechar la oportunidad. Quizás si se lo follaba bien follado lo tendría babeando detrás de ella cual perrito faldero.
Cuando quiso darse cuenta, ambos estaban desnudos, aquel hombre parecía tener un don para quitar la ropa. Inmediatamente se puso encima de Glanius dejándolo tumbado de espaldas al suelo y comenzó a cabalgar encima del pene de este. Era más pequeño que el de la mayoría de hombres con los que había estado, pero estaba duro como ninguno y aquello le encantaba. La cara del mercenario reflejaba verdadero placer, Rose sabía muy bien como tenía que moverse para hacer disfrutar a un hombre.  Notaba los espasmos del mercenario en clara señal de que en cualquier momento sacaría su semen a pasear, por lo que decidió dejar de cabalgar encima de él y pasar al sexo oral.
-¿Que tenemos aquí?-escuchó una voz cerca de ella que no era ni la de Glanius ni la de Potito-¡Una pareja de fornicadores profesionales!-al levantar la vista, Rose vio a un hombre de mediana edad, apuntando con una extraña escopeta hacia ella. Delgado, de pelo largo y enmarañado, con pronunciadas ojeras negras y un sombrero de vaquero roto en el cual, no podía caber mas mugre. La apariencia de aquel hombre inspiraba de todo menos confianza-Una zorra culona y un espadachín en pelotas. Tu-dijo refiriéndose a Glanius, que intentaba hacerse con la espada-deja eso no vayas a cortarte. Anda poneros algo no vayáis a coger un resfriado.
-¿Vakero?-preguntó Glanius mirando fijamente al hombre que no dejaba de apuntarles con el arma-¡Que hijo puta eres! ¿No me reconoces?
El supuesto Vakero bajó ligeramente el arma para poder ver mejor a Glanius. Durante un breve periodo de tiempo, solo se escuchó el susurrar del viento, un viento que brillaba por su ausencia aquella noche.
-¿Que cojones? ¿Te ha cagado un pájaro en la cabeza o qué?- el hombre se echó a reír, parecía haber reconocido a su fiero amante, el mercenario llamado Glanius, cosa que a Rose le produjo una inmensa sensación de tranquilidad.
-Eso fue tu madre, que no encontró nada con que limpiarse las corridas que le eché en la boca- Glanius bromeaba y reía carcajadas. Rose no encontraba gracia alguna a las burradas que salían por las sucias bocas de aquellos dos brutos, aprovechó el jocoso momento para buscar sus prendas y vestirse. No estaba por la labor de que aquel tiparraco, continuara viéndola como su madre la había traído al mundo.
-¡Llevaba un buen rato escondido, mirando como follabais pero no te había reconocido!-el hombre hizo una pausa y señaló a Rose-¡Solo miraba el enorme trasero de la moza!- << ¡El culo gordo lo tendrá tu madre!>>
-¡Y seguro que estabas machacándotela mientras mirabas!
-¡Como lo sabes amigo Glanius, como lo sabes!
-¿Pero quién coño eres tú?-preguntó Rose, dirigiéndose bruscamente al tal Vakero, interrumpiendo aquel jolgorio de sandeces y palabras malsonantes.
-Vakero-espetó el hombre, dando la sensación de que le importaba una mierda la su presencia-Es lo único que debes saber.
-¡Tranquilo tío, es de confianza!-dijo Glanius, que por la cara que había puesto, parecía preocuparle la situación.
-¡El que le hayas metido la poya entre las piernas y te hayas restregado con ella no quiere decir que sea de fiar!-protestó Vakero- Pregúntaselo a las ladillas que me pegó la última fulana con la que estuve, porque a ella creo que no se lo podrás preguntar en mucho tiempo.
-Te estás yendo por las ramas- Glanius había cambiado el semblante por completo, de las risas había pasado a la más estricta seriedad-Enserio, confía en mí.
-Si tu lo dices...-el hombre de sombrero roto giró la cabeza y mirando al suelo lanzó un escupitajo de color marrón bastante denso y asqueroso-Y aparte de follar ¿Que cojones hacéis aquí?
-El ejército nos desterró por hacer lo correcto-Glanius se encogió de hombros, Rose no entendía a que se refería con "lo correcto" -Mientras viajábamos hacia el sur, topamos con esta moza que nos ofreció un trabajo a cambio de una cuantiosa suma de pasta, pero somos tan zoquetes que nos perdimos, acabando en este lugar de mala muerte. ¿Y tú? Pensaba que estabas muerto.
-¡Mucha gente piensa que lo estoy!-respondió Vakero rascándose el pescuezo. Las manos de este contenían unas uñas tan negras, que rascarse con ellas bien podrían causar más picores en vez de quitarlos- Y mejor que sigan pensándolo. Todo fue una farsa para que tu querido ejército, dejara de buscarme a mí y a mi compañía.
-¿Y dónde está el resto?-preguntó Glanius que parecía extrañado de ver solo a aquel tipo.
-Escondidos-respondió Vakero con voz queda-Escapábamos hacia el sur, pensando que allí podríamos poner en marcha de nuevo el negocio. Pero fuimos presa de una emboscada. Unos tipos raros equipados con servoarmaduras y armados con rifles de plasma, nos asaltaron a nuestro paso por el cementerio nuclear. Al principio pensábamos que se trataba del Ejército del Pueblo Libre, pero poco tardamos en notar que estos eran profesionales de verdad.
-¿Como que profesionales de verdad?-aquello pareció molestar a Glanius.
-No es por nada amigo, pero la mayoría de los soldados de tu ejército dejan mucho que desear en el campo de batalla. Solo les salva el abultado número de pringaos que día a día se suman a tal Kafkiana causa-Rose no entendía nada de lo que estaban hablando, pero parecía ser algo importante. Tenía la impresión de que los soldados a los que se refería Vakero eran los mismos que habían destruido el Notocar-Estos estaban bien entrenados-prosiguió-adiestrados en el arte de matar. Nada que hayas visto anteriormente, te lo aseguro-Vakero hizo una pausa y miró a ambos lados-Venid conmigo, no suele haber gente por estos lares, pero desde que pasó lo que pasó no me fio de nada, por muy calmado que parezca.
-Espera, Potito esta cazando-advirtió Glanius.
-Tranquilo-respondió el hombre con tono pausado-el mutante no es tonto, sabrá seguir el rastro que dejan las pisadas del burro. Además no vamos muy lejos-Glanius con rostro serio, asintió con la cabeza. Rápidamente recogieron el improvisado campamento ante la atenta mirada del hombre, que no bajó el arma en ningún momento. Parecía que seguía sin fiarse de ella o que quizás pese a las apariencias, tampoco tuviera la suficiente confianza con Glanius.
Sin perder tiempo, comenzaron la andadura a través de la oscura noche. A la cabeza, mostrando el camino, iba el hombre del sombrero roto, cada vez que Rose lo miraba parecía estar más sucio. De cerca, unos pasos más atrás Glanius y detrás de Prestigio, un poco rezagada y muerta de sueño, Rose. Prestigio era el nombre que ella le había puesto al burro de carga, le gustaba mucho ponerle nombres chistosos a las cosas, y el animalillo después de tanto tiempo aguantando sus lamentos día y noche, se había ganado ese honor.
Poco tiempo después, llegaron a un lugar similar a donde habían tenido el encontronazo con Vakero. Allí no parecía haber nada como solía ser habitual en aquella región. Sin embargo, el hombre de sombrero roto dio unos golpes en el suelo al parecer, marcando una contraseña. Estos sonaron de manera bien distinta a como habrían sonado si hubieran chocado directamente con la arena. Pero algo había debajo de sus pies y no parecía ser solo arena precisamente.
Lentamente el suelo comenzó a moverse y una pequeña trampilla se abrió unos pasos más adelante. La apertura era del tamaño justo para que pudiera pasar un hombre adulto, pero demasiado pequeño para Prestigio o Potito el supermutante.
-¿No hay mas accesos?-preguntó Rose con la esperanza de que su querido burro pudiera acceder allá donde fueran.
-¡No!-respondió Vakero de forma tajante-Y tampoco son necesarios. El burro se queda fuera, así Potito tendrá algo con que entretenerse una vez nos encuentre. Y tranquila, no les haremos esperar mucho, tenemos muchas tareas que hacer.
Al acceder, Rose notó como una brisa fresca emanaba del interior de aquel sitio. Parecía ser una especie de almacén subterráneo de armas, ella nunca había estado en un lugar similar, pero cuadraba con las descripciones que hacían la mayoría de los huéspedes a su paso por la pensión. Decenas de estanterías se alzaban por cualquier rincón, la mitad vacías y la otra mitad con misiles que por su sola presencia, causaban pavor en Rose. Armas preparadas para la guerra, que por algún motivo parecían no haber sido utilizadas. La iluminación era escasa, pero suficiente para ver a los cuatro desgraciados que se supone acompañaban a Vakero, fumar y beber cerca de una de las cabezas nucleares aun por detonar.
-¿Que cojones es este sitio?- Glanius parecía impresionado por la cantidad de cabezas nucleares que allí abajo había.

-Esos mal nacidos humillaron a nuestros hermanos-respondió Vakero en tono serio-A los que no consiguieron escapar, les empalaron y crucificaron boca abajo, dejándolos morir allí clavados ante nuestros ojos, sin que nosotros pudiésemos hacer nada por ayudarles.
-¿Y qué piensas hacer con todo esto?-preguntó Glanius, refiriéndose a todo el arsenal que había allí guardado-Si estás pensando en utilizar estas bombas para llevar a cabo tu venganza, guárdame alguna para echarla sobre la cabeza de Pececito. Pero si mal no recuerdo-hizo una breve pausa para rascarse la barbilla-todas las lanzaderas quedaron destruidas durante la guerra.
Las palabras del mercenario calmaron a Rose, si era verdad lo que decía Glanius, aquel tarado pretendía lanzar los cohetes contra el ejército, que supuestamente se había hecho con el control de la libertad de sus hijos, y aquello no podía permitirlo, no mientras no supiera el paradero de sus pequeños.
-Tienes razón-lamentó Vakero-Ojalá fuera así de fácil. Pero hay algo que quiero que veas. Algo que no esperarías ver en tu miserable vida y que nos puede ayudar mucho en nuestra tarea-cada vez soportaba menos a aquel tipejo, su pedante forma de hablar y su pestazo a tabaco eran algunos de los muchos defectos que Rose observaba en aquel tipo, aunque a decir verdad la mayoría de hombres de la región estaban hechos de la misma pasta-¡Sígueme!-ordenó Vakero al mercenario con un leve movimiento de su dedo índice. Todos los allí presentes le siguieron, incluidos Rose que quería ver en primera persona lo que escondía aquel hombre. A pocos metros, un enorme bulto se levantaba ante sus narices. Estaba todo cubierto por una enorme lona de plástico, pero esta no era lo suficientemente extensa como para cubrir aquello en su totalidad. A sus faldas, dejaba entrever el borde de unas ruedas. Sin duda se trataba de alguna especie de vehículo, pero Rose no había visto ninguno en su vida, así que para no parecer tonta se limitó a estar callada y esperar a ver que decía el resto.
-¿Me estas vacilando?-preguntó Glanius con cara de asombro-¿Eso es lo que yo pienso que es?
-¡Efectivamente amigo!-respondió Vakero con efusividad, mientras sacaba lo que parecía ser un porro de una pitillera plateada oxidada, lo sujetó con los dedos índice y corazón y se dispuso a encenderlo con una cerilla, pero en ese preciso instante se detuvo para decir algo-Desgraciadamente...-encendió el palito verde y al momento el almacén ya apestaba a aquello-…no funciona-con la ayuda de sus secuaces, Vakero retiró la lona que cubría aquel trasto. Detrás de una pequeña nube de polvo que dejó a su paso la lona de plástico, se vislumbraba una especie de tanque amarillo, o al menos eso le pareció a ella. De una altura similar a dos veces la de Potito, el supermutante, con pequeñas ruedecitas metálicas a los laterales, todas ellas unidas por lo que parecía ser una correa ondulada, estas a su vez mantenían en alto una enorme cúpula, de rojo fuego que visto desde su posición, tenía un semblante similar al del ala de un pájaro. Intuía que desde allí se manejaría aquel trasto, y en lo más alto, tres pequeños cañones que por su aspecto Rose, no sabía si dispararían algo o simplemente estaban como de adorno.
- ¡Que preciosidad!-gritó Glanius, al que parecía que se le iban a salir los ojos de sus cuencas mirando aquel trasto-Pero si no funciona ¿Para qué queremos esta mierda?
-¿Has oído hablar alguna vez de la historia del caballo de Troya?-preguntó Vakero.
-Ni puta idea macho-espetó Glanius.
-Eran unos tipos que vivieron hace mucho tiempo-la mierda que estaba fumando aquel tipo indirectamente comenzaba a afectarle a ella, pero él no dejaba de fumar y fumar y seguía contando aquella absurda historia-…y entonces como veían que no podían entrar en el castillo decidieron construir un gigantesco caballo y ofrecérselo a sus enemigos como regalo. Lo que no sabían los enemigos era que…-y el tío continuaba fumando, ya casi parecía que se lo había terminado, parecía que la tormenta había pasado, cuando para su desagradable sorpresa Rose, vio como Glanius, encendía otro procedente de manos de uno de los secuaces de Vakero-<<¿De dónde sacará la gente esa mierda?-pensó-¡Está por todas partes!>>, cada vez se sentía más mareada, ya casi no llegaba a entender lo que estaban hablando a su alrededor-…entonces haremos como los espartanos y todo saltará por los aires, ¿Qué te parece?
-Arriesgado y peligroso, pero puede funcionar-la voz de Glanius retumbaba en su cabeza como si de bombas que explotaran a su lado se tratasen-¿Y cómo tienes pensado llevarlo hasta allí?
Una fuerte y cegadora luz de color rojizo la hizo despertar, era el reflejo del sol que al rebotar en la cúpula del tanque, hacia que los rayos incidieran directamente en su cara. No sabía cuánto tiempo llevaba así, tirada lomos de Prestigio como si de un saco se tratara. Aquella mierda debió dejarla inconsciente. Sorprendentemente seguían el trasto a paso ligero, y aunque Potito empujara de vez en cuando, parecía que aquella cosa podía funcionar por sí sola. No entendía como la habían sacado de aquel almacén, porque se suponía que no había más entradas y salidas que aquella pequeña trampilla. Como no, el malnacido de Vakero por algún motivo les había mentido, pero aquello parecía no importarle a nadie.
-¿Dónde nos dirigimos?-le preguntó a Glanius, el cual caminaba a su lado con semblante serio. Notaba como tenía la boca seca, dolor de cabeza, nauseas, eran los mismos síntomas que la anterior vez. Odiaba sentirse así, y mucho más aun sin ella haber hecho nada para estar con semejante resaca.
-¡Esto es cosa de hombres muñeca!-respondió el hombre-¡Tu mantente calladita a lomos del burro y no hagas nada!
No le gustaron un pelo las palabras del mercenario, y de un pequeño empujón bajó de los lomos de Prestigio. Al ponerse en pié volvió a sentir el mareo, no sabía si por que aun estaba bajo los efectos del porro, si era por la resaca o por el calor que hacía o una suma de todos.
-¿De qué coño vais?-gritó enfurecida una vez recuperó sus fuerzas-¡Yo te pago! ¡Merezco saber que pasa!
-¡Yo cobro en dinero!-espetó Glanius-¡Y aun no he visto ningún billete!
-¡Cállate zorra o te dejaremos aquí en medio de ningún sitio!-gritó Vakero a lo lejos.
-¡A mí nadie me grita!-hizo una pequeña pausa para tragar saliva-¡Gilipollas!-Rose estaba cada vez mas enfurecida, quería saber que tramaban, pero parecía que nadie estaba por la labor de contarle nada. Tenía la sensación de que fuera lo que fuera lo que aquella banda tenía en mente, sus hijos corrían peligro, si no ¿A qué venía tanto secretismo? ¿Qué más les daba?-¡Exijo saberlo!
En ese momento se hizo el silencio y el convoy se detuvo en seco. Vakero se giró hacía ella con el ceño fruncido y mirada amenazante. Desenfundó el arma y se dirigió hasta su posición sin dejar de apuntarla.
-¡Largo!-dijo el hombre de pelo enmarañado con tono intimidatorio-¡Lejos de aquí! ¡No quiero volver a verte!
Nadie dijo nada, nadie la defendió, ni siquiera su mercenario de ojos bonitos. En aquel momento, Rose comprendió que se había quedado sola. Sin decir ni una palabra más, Vakero le propinó un fuerte empujón haciéndola caer de espaldas al suelo. Con el impacto sintió un fuerte dolor en los codos.
-¡Lo siento Rose!-dijo Glanius a lo lejos mirándola de reojo-¡Hay cosas en las cuales hay que priorizar, y en este momento tú no eres una de ellas!
Poco a poco todos se fueron alejando mientras ella continuaba tendida en el suelo con los brazos doloridos. Un sentimiento de rabia comenzó a invadirle el cuerpo. Comprendió que si no quería quedarse allí sola y perdida tenía que seguir el convoy a lo lejos. Rápidamente se levantó y comenzó a seguirlos.
A lo lejos observaba el tanque, con lo que podía seguirles el rastro a una distancia considerable sin mucha dificultad, pero poco a poco las fuerzas fueron abandonándola. No había comido ni bebido desde la noche anterior y la resaca junto al fuerte empujón de Vakero no hacía sino que empeorar más las cosas, sobretodo esta primera.
Cada vez estaba más lejos del grupo y ya casi no veía el trasto, solo las huellas de las ruedas y las pisadas de los mercenarios.
<< ¡Por favor no!-se repetía una y otra vez-¿Por qué todo lo malo me tiene que pasar a mi?>> Cuando parecía que había perdido definitivamente el rastro del convoy, lo que a lo lejos parecía ser una población le devolvió las fuerzas.
Corrió hacia las murallas que rodeaban la misma, por el camino cuando ya casi había llegado al exterior de estas, tropezó con una piedra, dando con la frente en el suelo.
-¡Ayuda!-gritó con todas sus fuerzas, arrastrándose por la tierra con sus manos. Pero los que parecían ser los vigilantes no le hacían ni puto caso. Estos vestían las mismas armaduras que los soldados que vio alejarse del Notocar. Por fin los había encontrado, sus hijos debían estar dentro de aquella base militar, o en caso contrario alguien de allí debía saber donde habían ido a parar los rehenes de la banda de los Trajes Grises.
-¿Qué coño es eso?-preguntaba uno de ellos, señalando con el dedo.
Rose miró hacia donde señalaba el guardia. Allí, parado, sin nadie a su alrededor, se encontraba el tanque. Entonces lo comprendió todo. El tanque era el caballo de Troya, recordó como Vakero dijo que todo saltaría por los aires.
-¡Es una trampa!-gritó en repetidas veces-¡Es una trampa! ¡Va a estallar!