Menu
Mostrando entradas con la etiqueta insignia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta insignia. Mostrar todas las entradas

domingo, 20 de septiembre de 2015

CAPÍTULO XLVII – DESERTORES



JAMES BLACK


Varios días después del ataque en el pueblo de Gala Macarra y acompañado por Altramuz el mercader chiflado, y su burro de carga, James Black llegó por fin a la base del Ejército del Pueblo Libre, donde Gala, le había mandado en busca de ayuda y protección para el pueblo.
Consigo llevaba una cuantiosa suma de dinero del antiguo mundo. Un dinero que habían tomado prestado de la pensión de una tal Rose, que al parecer, ya no vivía allí o se había marchado recientemente sin dar explicación alguna.
Nada más llegar a la base, se vieron sorprendidos por el ataque de soldados enemigos al ejército del Pueblo Libre. Sin darse cuenta, se vieron en medio de un fuego cruzado, pero gracias a la inesperada colaboración de un supermutante, no tuvieron que lamentar males mayores. El cuerpo de este, acabó dándose de bruces contra el suelo, muerto, con parte del pecho y el brazo izquierdo mutilados, hechos pedazos, esparcidos por doquier a causa del impacto de un misil procedente del bando enemigo.
-¿Qué coño era eso?-gritó uno de los soldados desde lo alto de un torreón de vigilancia destartalado, hecho a base de restos de madera.
-¡Ese chiflado se ha puesto en medio y todos han saltado por los aires!-respondió otro de los soldados, un tipo con la cabeza rapada y una cicatriz bastante espantosa en la cara. Era el último obstáculo para que James Black pudiera acceder a la base.
-¿Es Potito?-preguntó el soldado de la torre, con cara de preocupación.
-¡Para nada!-vaciló el de la cicatriz-Este parece mucho mas grande, a saber donde andará ese granuja. Ambos comenzaron a divagar sobre el paradero del tal Potito.
-¡Perdonar!-interrumpió el mercader-Quizás a vuestro jefe, le interese la mercancía que aquí mi amigo y yo le traemos-dijo al mismo tiempo que enseñaba unas pistolas que llevaba el burro de carga, guardadas en uno de los sacos que colgaban de su lomo.
-¡Últimamente el jefe anda bastante rácano y no suministra armamento nuevo!-lamentó el de la cicatriz, observando la mercancía-Parecen de juguete en comparación con las del ejército, pero si queréis intentar negociar con nuestro maestro de armas deberéis abonar cien chapas, de lo contrario no podré dejaros pisar el suelo de la base.
A James aquello le recordó al Odín, pagar por entrar, al menos esta entrada era bastante barata si la comparaba con la que cobraban para acceder a la zona de casinos. Altramuz dejó caer sobre la mano del soldado, un saquito de tela con el pago acordado dentro.
-¿Quieres contarlos o te fías de nosotros?-protestó señalando el saquito.
-¡No tengo todo el día para contar moneditas!-espetó el soldado-pero si me has engañado te acordarás de mi.
Chapa insignia de acceso a la base del ejército del pueblo libre
Antes de pasar, el soldado de la cicatriz les dio tanto al mercader como a James un broche insignia. Este era de plástico, redondo y con una aguja detrás para colgárselo de la ropa. El broche de James, tenía dibujado una especie de necrófago con cara de mala hostia y un largo pelo blanco. Había escrito algo en letras rojas, siguiendo el borde redondo del broche, pero James apenas sabía leer y le daba vergüenza preguntar qué era lo que ponía. << ¡De todos modos no parece estar en mi lengua!-pensó al ver el dibujo-¡Seguro que ellos tampoco saben lo que pone!>>
-¡Abróchatelo!-ordenó el soldado-Si mis compañeros no ven el broche pensarán que eres un intruso y dispararán nada más verte. Son las órdenes…
Una vez puestas las marcas, el soldado dio una orden a través de un interfono que había instalado justo detrás de él y momentos después, como por arte de magia, la puerta se abrió.
-El maestro de armas se encuentra en el barracón situado al fondo a la derecha, no tiene pérdida. Si no está os esperáis. Y sobre todo no toquéis nada que no sea vuestro-explicó el soldado antes de dejarles pasar a la base.
-¿Habías estado aquí antes?-preguntó James Black al mercader con voz bajita.
-¡Alguna vez que otra!
-¿Y son siempre tan toca pelotas?
-Más o menos-respondió Altramuz dejando escapar una fuerte risotada.
Todos en aquel sitio vestían con una indumentaria similar a la del soldado de la entrada. El que menos, calzaba un arma de plasma, sin embargo, estas parecían más bien estar decorando el traje ya que se encontraban en bastante mal estado y le surgía la duda, de si aquellos chismes, dispararían al apretar el gatillo.
A su paso, todos los soldados actuaban de la misma forma, mirando tanto a él como al mercader, fijamente de arriba abajo con cara de pocos amigos, y cuando parecían ver el broche colgando del pecho, entonces hacían como que miraban a otro lado. James, tenía la sensación de que su presencia en aquel lugar les incomodaba. Pero no entendía por qué.
Sin desviarse ni un momento de la ruta indicada por el soldado de la cicatriz, llegaron al barracón del maestro de armas. Era similar a los que habían visto por el camino, solo que la entrada de este, estaba protegida por dos soldados, con cara de mala leche y una postura tan recta, que parecía como si les hubieran metido un palo largo por el culo.
No tenía puerta, un mostrador repleto de armas, ropa militar y demás trastos hacía de separación entre el interior del barracón y el patio de la base. Había armas de casi todas las clases y tamaños, amontonadas sin orden alguno y llenas de polvo en muchos casos. En el interior, un hombre adulto, de pelo canoso y perilla recortada, intentaba reparar una de las metralletas. James no entendía mucho más allá de las pistolas que solía llevar en Penélope para proteger a los ricachones, tampoco sabía el nombre original de ningún arma, solo disparar y matar, pero de lo que si estaba seguro, era de la pupa que podía hacer un arma de aquellas características en buen estado.
-¡Buenas forasteros!-dijo el maestro de armas nada más verles-¿Qué se les ofrece?
-Traemos un pequeño cargamento de armas de mano DC15S-Altramuz cuidadosamente abrió el saco donde guardaba las armas, y sacó una de ellas para mostrársela al maestro de armas de la base.
-¿Y para esto habéis entrado?-dijo mirando con desprecio la mercancía de Altramuz-¿No traéis nada mejor?
-¡Entrar para nada, siempre la misma historia!-maldijo el mercader encogiéndose de hombros-¡Con lo que cuesta conseguirlas! ¡Puta mierda!
-¡Tranquilo hombre yo te las comprarle!-gritó James interrumpiendo el asedio de palabrotas que emanaban de la boca de Altramuz. El maestro de armas dejó sus quehaceres y se levantó de la silla.
-Tú no pareces ser uno de esos chanchulleros como tu amigo, que vienen aquí, a vender mierda esperando que les paguemos un dineral por ella-el maestro, quedó mirándole fijamente, apoyado firmemente sobre el mostrador-por tu cara, hay algo de lo que yo tengo que te interesa.
-¡Protección!-respondió James sin casi dejar terminar al maestro.
-¿Para vuestra mierda de negocio?-preguntó en tono burlón.
-Para un pueblo situado al sureste de aquí.
-Esto te costaría un montón de chapas que o mucho me equivoco o no tienes-el maestro se dejo caer con desgana en la silla y cogió de nuevo la metralleta para seguir con las labores de reparación-el caso es que aunque las tuvieras, en este momento Pececito, ha declarado el nivel máximo de emergencia. Hace unas horas escuchamos un mensaje de ese loco que pone música en la radio, alertando de una amenaza, un ejército muy peligroso con servoarmaduras blancas, pero no le hicimos mucho caso. No sé si habéis sido testigos hace un momento, del ataque que han llevado a cabo esos mal nacidos, pero el jefazo, ha ordenado la retirada de todas las tropas del exterior y su regreso a la base para protegerla. Si estás interesado en alguna de mis armas con mucho gusto negociaré contigo, de lo contrario podéis iros por donde habéis venido.
Las palabras del maestro de armas fueron como una patada en las pelotas para James Black.
-Vámonos James, aquí ya nada podemos hacer-lamentó Altramuz, haciendo intención de largarse.
-¿Y no puedo hablar con ese tal Pececito?-era lo único que se le ocurría en aquel momento-Igual podría hacerle cambiar de opinión.
-¡Las ordenes del superior son tajantes y ningún civil puede visitar sus estancias!-gritó uno de los soldados que custodiaba el puesto.
-Ya has oído a uno de mis perros, si no quieres comprar nada largo de aquí-al maestro de armas también parecía incomodarle su presencia.
-¿Cuánto por la metralleta?-al menos no se iría con las manos vacías de aquel sitio. Después de una dura negociación con el maestro de armas, James Black consiguió hacerse con la metralleta y algo de munición. Pagó el precio acordado con parte del dinero que Gala le había dado. Si no había mercenarios que protegieran el pueblo, el sería el mercenario que se encargaría de tal tarea. Al fin y al cabo era lo único que sabía hacer, y se le daba muy bien.
Les separaban unos pocos barracones antes de regresar al puesto del soldado de la cicatriz, para devolverle las insignias y marcharse de aquel lugar, cuando un soldado bajito y calvo se cruzó en su camino, llamando su atención haciendo un tímido siseo con los dientes, invitándoles a seguirle con un pequeño gesto de su mano izquierda.
-¡Venid cojones!-dijo en voz bajita-¡Esto os va a interesar!
Tanto James como Altramuz, se sorprendieron al ver a aquel hombre.  El poco pelo que aun le brotaba de los laterales de la cabeza era casi todo blanco, al igual que la poblada barba que lucía. Tan bajito, que al rifle que llevaba colgado de la espalda, le quedaba apenas un palmo para ir arrastrándolo por el suelo. Vestía como el resto de los soldados de la base, así que sin duda se trataba de uno de ellos. Aunque la expresión de su rostro daba cierta confianza, factor que provocó que James y Altramuz, se desviaran del camino de salida para seguir a aquel peculiar personaje.
A pocos pasos de donde tuvieron el encuentro, había reunidos un grupo de unos cinco soldados. Todos ellos, incluido el hombre bajito, parecían ser viejas glorias del ejército, puesto que allí no parecía estar de moda el cabello de color oscuro, y ni que decir a juzgar del volumen las panzas de estos, de lo bien alimentados que parecían estar.
-¡Que no te engañen las primeras impresiones!-dijo el hombre bajito.
-Perdona… ¿Quiénes sois? Y… ¿Qué queréis de nosotros?-interrumpió James, que no sabía si dar media vuelta e irse para no meterse en ningún lio, o esperar para evitar otro posible problema por marcharse.
-Somos el escuadrón Solaris-respondió sin titubear el soldado-En otros tiempos fuimos la élite del ejército del Pueblo Libre, nuestras armas y nuestra destreza, servían para proteger a los más débiles.
-¿Y qué os ha pasado?-dijo Altramuz con bastante guasa-¿Os los comisteis?
<< ¿Te quieres callar bocazas?-en ese momento James habría matado a su compañero de viaje, sin embargo, optó por seguir callado y esperar a que el hombre terminara de contar su historia-¡Si salimos de aquí con vida yo mismo seré quien te quite la tuya mamón!>>
-¡Que chistoso tu!-espetó el soldado-No te hará tanta gracia cuando los soldados de coraza blanca, te empalen y te crucifiquen boca abajo. Y no creas que estarás muerto y no lo notaras no…
-¡Eh basta ya!-interrumpió otro soldado, un hombre grande, de voz bastante grave-¡Queremos que nos contraten no que huyan!
Las palabras de aquel tipo, sentaron como un buen chute de la droga más potente de Penélope en las venas de James Black.
-Es verdad-el tipo bajito se encogió de hombros. Estaba anocheciendo, y la luz de la luna se reflejaba en la calva de este, cosa que a James le hacía bastante gracia-Soy Faka, y estos personajes son Bástian…-uno a uno fue señalándolos con el dedo índice-…Hornillos, Devnull, Devian y el chaval de las gafas que tienes ahí mas apartado, fue el último en unirse al grupo, no sabemos cómo se llama, vino aquí haciéndose llamar “sombrero rojo” y así se quedó.
-Yo soy James Black, y este valiente imbécil es Altramuz, mercaderes ambulantes.
-Al mercader le conocemos, ha venido bastantes veces por estos lares pero a ti es la primera vez que te vemos.
-¡Dejaros de historias y decidnos que queréis!-James comenzaba a impacientarse con tanto protocolo-¡Se supone que ya debíamos estar fuera de la base!
-Servidor sabe escuchar conversaciones ajenas, no lo he podido evitar. Sabemos que has intentado negociar protección con el maestro de armas y que este os la ha denegado.
-¡Así es!-lamentó James Black.
-¡Estáis de suerte!-Faka, sacó del bolsillo de su camiseta una pipa y un paquete de plástico, con lo que parecía ser tabaco en su interior-Os vamos a prestar tan ansiada protección.
-¿Y las ordenes de vuestros superiores?
-¿Ese montón de mierda?-espetó mientras vertía un poco de tabaco en la pipa-¡Están acabados!-encendió la pipa y de su boca comenzó a salir humo al mismo tiempo que hablaba-Pececito cree que protegiendo esta base va a salvar su culo, y lo único que va a conseguir es morirse de hambre y quedarse sin munición.
-Íbamos a aprovechar que esta noche tenemos que patrullar por los exteriores de la base-interrumpió el tal Bástian-para marcharnos bien lejos de aquí.
-¿Huis como cobardes y ahora esperáis que os contratemos?-a James no le convencía el rumbo que estaba tomando aquella conversación.
-¡Moriremos de todos modos si nos enfrentamos al ejercito del que hablan las radios!-lamentó Faka-al menos, si os acompañamos moriremos haciendo aquello que se nos daba tan bien, protegiendo a los más débiles. Mejor así que no sucumbiendo a la locura, de un líder que se dejó llevar por la codicia y al que solo le importa él mismo-hizo una pausa para fumar de su pipa-no somos los únicos que vamos a desertar créeme.
James tomó un poco de tiempo para reflexionar, valoró entre tener que regresar al pueblo de Gala con el armamento que había adquirido como única protección, o presentarse allí con algo parecido a un escuadrón de mercenarios. Tampoco había nada que perder por intentarlo.
-¡Esta bien!-dijo sintiéndose victorioso-¡Acepto el trato!
-¡Es justo lo que queríamos oír!-respondió Faka con voz alegre-A media noche comienza nuestra ronda. Al otro lado del río hay un asentamiento de civiles. Esperarnos en el mercado.
-¡No sé si te habrás percatado pero ninguno de nosotros sabe la hora que es!-dijo James con bastante sarcasmo.
-¡Lo sé!-fumó los restos de la pipa-¡Confiad en nosotros!
Sellaron el trato con un buen apretón de manos, nada más, ni dinero ni ningún tipo de trueque, solo palabras.
Finalmente, salieron de la base, no sin antes dejar la insignia al soldado de la cicatriz. Este les miró con cara de enfadado, y les recriminó que se habían pasado del tiempo permitido. Altramuz soltó otras cincuenta chapas como multa por el tiempo excedido.
-¡Ahí te pudras con ellas!-espetó mientras las lanzaba al suelo.
-Serás…-el soldado agotó todo el repertorio de insultos hacia el mercader-¡Entérate, mientras yo esté aquí no volverás a entrar!
<< ¡Yo desde luego espero no volver aquí!-pensó mientras se alejaban de la base>>
Tan solo cruzar el río avistaron el asentamiento del que se refería Faka. Penélope estaba muy demacrada, pero en comparación con aquel lugar, parecía un paraíso.
Situado en una de las entradas a la gran metrópoli, centenares de personas hacían lo posible por sobrevivir en aquellas calles. Peleas callejeras por un trozo de carne podrido de a saber que abominación, mujeres llenas de heridas ofreciendo sus favores sexuales, personas que casi no podían tenerse en pié pidiendo por un chute más. Aquel lugar era el fiel reflejo, de cómo había quedado la humanidad después de tanta guerra.
-¡Esto es solo la entrada!-dijo Altramuz con voz temblorosa-No quieras saber que se esconde mas allá.
-¿Has estado alguna vez?
-No pero según hablan las malas lenguas, esto son las puertas del infierno y ahí dentro está el infierno.
Pasaron las horas entre gritos, ruidos extraños y algún disparo lejano, pero poco a poco todo aquel alboroto fue calmándose. Ya solo quedaban los zombis en pié, toxicómanos que al parecer nunca tenían suficiente y siempre buscaban una dosis más. James Black estaba cansado de verlos en Penélope, sentía pena por ellos y al mismo tiempo les metería una bala en la sesera para acabar con su sufrimiento.
Finalmente la espera tuvo su recompensa, a lo lejos, divisaron a Faka y sus secuaces. El escuadrón Solaris era difícil de confundir.
-¡Vámonos!-gritó el soldado bajito a lo lejos-¡No hay tiempo que perder!