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miércoles, 29 de enero de 2014

CAPÍTULO X - EN MARCHA



JACQ




<< ¡Menuda mierda! >> era el único pensamiento de Jacq mientras bajaba las escaleras a la planta baja de la pensión Rose. << A ver si nos deshacemos pronto de esos mequetrefes y podemos irnos de putas con la recompensa a que nos dejen el sable bien limpio... >>

Sin duda no había sido su mejor experiencia sexual, aunque había llegado al orgasmo.

Andes de salir del local recogió todo el equipamiento y munición que pudo, tanto para él como para sus compañeros que le aguardaban fuera.

Salió de la pensión tan cargado que parecía un burro de carga. Hueter y Poli le esperaban sentados en un banco de metal oxidado a unos metros, hablando entre ellos en voz baja.

-¡El hijo pródigo ha vuelto! ¿Que tal esa limpieza de bajos?- pregunto Hueter entre risas.

-Tampoco ha sido para tanto. Mucho ruido y pocas nueces. En fin al menos ahora está limpio- suspiró - Aquí traigo todo el equipamiento que he podido cargar - había armaduras básicas, pistolas de plasma y munición varia, cargas de plasma, balas de rifle, munición de ametralladora y balas de once milímetros para la pistola convencional.

- Con esto y un poco de arte en el intercambio comercial, podremos conseguir algo decente en Luxury Odín la zona de casinos de lujo al este del pueblo. Allí opera la Hermandad del Rayo que es especialista en tecnología, sobretodo tecnología militar- dijo Hueter al ver la mercancía.

-¿Como sabes tú todo eso?- pregunto Poli.

-Niña tengo ya más de dos siglos de experiencia, vagando por todos los rincones de la región. No siempre he estado en el bar sirviendo copas a gente alcohólica.

Empezaron la andadura después de vestirse con las armaduras. Poli aun conservaba la suya, así que tenían excedentes con los que poder maniobrar a la hora de comerciar. Hueter encabezaba el grupo. Al parecer era como un mapa andante, se le veía muy seguro de saber a dónde se dirigía.

Caminaban por una vieja autopista, a lo lejos el sol del atardecer cada vez más perpendicular a sus caras. Jacq llevaba gafas solares, Hueter se hacía sombra con la mano para no deslumbrarse y Poli sencillamente intentaba no mirar hacia el sol.

No daban ni dos pasos sin encontrarse algún coche abandonado. Vehículos que dejaron de funcionar a causa de la tormenta de misiles, a causa de la guerra que cambió el mundo. En alguno de ellos aun se veía el reflejo del dolor, esqueletos de personas adultas abrazadas, otros murieron solos, cada coche tenía su propia historia, historias que cayeron en el olvido, historias con un mismo final. Muchas eran las ocasiones en las que Jacq había visto similares escenas, pero no podía dejar de estremecerse cada vez que se topaba con alguna.

-Si la vista no me engaña debemos de estar cerca, se supone que el camino debe estar limpio, pero como ya sabréis no es una ciencia cierta- explicó Hueter. Al horizonte los últimos rayos de sol dejaban paso a la luz artificial de unos edificios inmensos. Un espectáculo de luces de colores jamás visto por Jacq y su hermana.

-¿Es eso el Luxury Odín?-

-¡Efectivamente amigo! ¡Nunca te toparas sitio tan bien conservado, ni con tanto vicio!- respondió Hueter como si estuviera haciendo un anuncio de los casinos para la radio.

La llegada a las puertas de la ciudad que rodeaba los casinos fue de noche. Conforme había advertido Hueter el camino transcurrió sin ningún sobresalto. Solo una cucaracha mutada se cruzó se cruzo en su camino, insecto que acabó sirviendo de aperitivo para el necrófago después de que este acabara con el de un pisotón en la cabeza.

La ciudad llamada Penélope había sido construida a las afueras del complejo de casinos. Cimentada y restaurada por gente pobre la cual se le había denegado la entrada al Luxury Odín por carecer de autorización o por no tener suficiente caché. La seguridad era máxima en el complejo. No todo el mundo tenía la libertad de acceder a los casinos, robots de vigilancia comprobaban si los sujetos que solicitaban el acceso, disponían de autorización, en caso contrario se solicitaba una cantidad mínima de cinco mil chapas. Las chapas de las botellas fueron puestas en circulación como moneda de pago después de la guerra, el valor de estas residía en el limitado número de las mismas, ya que la tecnología para fabricar chapas de botellas se perdió en la Gran Guerra, por lo que las que quedaron mantuvieron su valor hasta cierto punto...

Penélope había desarrollado su propia sociedad, ajena a la política del Odín. Cualquier persona solía ser bien recibida, aunque dentro de esta sociedad imperaban varios clanes, los cuales eran reacios a mantener cualquier tipo de relación con gente del exterior de la ciudad.

Penélope al igual que la mayoría de las ciudades de la región, estaba rodeada de murallas construidas con vehículos abandonados, restos de metal entre otros tipos de materiales para prevenir posibles amenazas exteriores, tanto humanas como animales. Disponía de cuatro accesos, Jacq, Hueter y Poli estaban en la puerta de la zona este. Una caravana comercial formada por dos mercenarios, el vendedor y un burro de carga de dos cabezas intentaba hacer negocios con un comerciante local.

-¡Buenas noches!- se presento Hueter.

-¡Buenas noches forasteros!- respondió el vendedor, un tipo alto, con barba larga, semblante serio y con el rostro lleno de pequeños agujeritos fruto de una pubertad llena de granos.

-¿Saben ustedes si el "Transtorno" sigue abierto?- Jacq estaba sorprendido, su compañero necrófago parecía conocer todos los rincones de la región.

-¡Por favor tuteame! Efectivamente sigue abierto pero ¿para qué queréis ir a ese antro alejado de la mano de dios?- el comerciante local respondió con otra pregunta.

-Servidor conoce al dueño, solo estamos de paso- el tono de Hueter era de respeto y trato cordial.

-En ese caso no tengo nada que objetar. Pasar, seáis bien recibidos. Si queréis probar el mejor licor de todo Penélope os espero en la "Taberna Taurina".

Jacq fue el primero en entrar, las puertas estaban hechas con dos planchas enormes de metal, a lo alto un pequeño pasillo que unía los dos lados, donde dos hombres armados permanecían inmóviles vigilando la entrada y alrededores. Dentro una calle muy ancha daba lugar a un mercadillo entre los habitantes. Comida, alcohol, agua, ropa, armas... había todo tipo de puestos, se comerciaba con cualquier cosa. Había niños jugando a tirarse piedras, otros gritaban las maravillas de los bares y tiendas de la zona a modo de reclamo.

-¡Jamás había visto un lugar con tanta gente!- exclamo Jacq, su hermana hizo lo mismo con un gesto de su mano.

-Seguidme, el "Transtorno" está cerca- sugirió Hueter.

Jacq se quedó rezagado del grupo, en uno de los puestos había lo que parecían ser mercenarios -¿Sois mercenarios a sueldo?- preguntó dirigiéndose hacia un hombre alto y delgado, de piel oscura, pelo negro rizado y canoso, lucía una barba canosa arreglada con forma de pico.

-James Black para servirle a un módico precio- respondió-Somos guardaespaldas, para que su estancia en Penélope sea tranquila y sin percance alguno.

-¿Y no hacéis servicio fuera de esta ciudad?

-¡No!

-Pues vaya castaña- Jacq bromeó haciendo un saludo militar-Si lo piensas mejor estaré hospedado en el "Transtorno" pregunta por Jacq.

No obtuvo respuesta. James el guardaespaldas se quedó inmóvil.

Con paso firme intentaba alcanzar al grupo, la charla con el guardaespaldas le había dejado atrás, pero no estaba lejos. Para hacer el camino más llevadero se encendió un cigarrillo. Sus compañeros estaban a unos pocos pasos, el mercadillo había quedado atrás, al girar la esquina por la calle donde se encontraba situado el "Transtorno", comprendió al comerciante de la entrada. Lo poco que quedaba de las aceras estaba lleno de personas drogadas hasta los ojos. Adictos a sustancias estupefacientes, muchos de ellos se debatían entre la vida y la muerte otros tenían la vista fijada en el infinito. Jacq no se fiaba de la situación, con un movimiento sutil puso los dedos sobre la empuñadura de su pistola de plasma.

pueblo abandonado-Tranquilo, los pobres no se dan cuenta de nada, están en otra dimensión, son inofensivos- le dijo Poli- entremos al garito a ver que se cuece.

Dentro el "Transtorno" estaba abarrotado de gente. El murmullo de los clientes se vio alterado por el fuerte grito del dueño -¡Hombre calavera! ¡Cuanto tiempo sin tener noticias tuyas! ¡Ven y tomate una con tu amigo Delasno!- al parecer el dueño del local conocía a Hueter. Delasno era un hombre bajito y gordo, con entradas prominentes señal de una calvicie muy próxima y bastante imberbe para su edad.

-Pensaba que ya no te acordarías de mí. Ha pasado mucho tiempo- Hueter cogió asiento delante de la barra. Mientras el necrófago y el tabernero se ponían al día con sus asuntos, Jacq se sentó en una de las mesas que recientemente había quedado vacía con su hermana Poli. Enfrente había un pequeño escenario donde un hombre canijo hacia de humorista, era el espectáculo de la noche. El local estaba bastante oscuro, los pocos focos que había iluminaban en esos momentos el escenario y la barra del bar. El pequeño humorista contaba chistes de antes de la guerra, los espectadores parecían no cogerles la gracia:

-¿Que tienen en común una mujer y un tornado?- comenzó-¡Que al principio chupa con mucha fuerza y luego se lleva tu casa!- poca sonaron unas tímidas carcajadas. Jacq aprovechó el paréntesis para pedir dos cervezas-¡A mi mujer la llamaban Twister!- el humorista se esforzaba pero pocas risas conseguía.

-¡Bueno hermana por fin estamos en Penélope!- comentó Jacq mientras ambos brindaban con su cerveza recién abierta.

-¿Crees que lo conseguiremos?- pregunto Poli con cierta incertidumbre.

-No lo sé hermana, tenemos que actuar con suma cautela como hasta ahora, esto no va a ser fácil- respondió entre susurros.

-¿Jacq?- escuchó su nombre detrás de él. Esa voz le era familiar-¡Jacq he venido a hablar de negocios contigo!

CAPÍTULO IX - TODO POR LA PATRIA



ROSE




Echó el cerrojo a la puerta principal de la pensión nada más salir los nuevos mercenarios que había contratado. Solo quedaba por hacer una parte del trato para cerrar definitivamente el acuerdo. Rose estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para recuperar a sus hijos.

Muchos eran los mercenarios que se habían ofrecido para la misma tarea en los últimos dos años, pero o acababan muertos o simplemente se fugaban con las armas prestadas. Por esta razón el potencial armamentístico que guardaba Rose era menor que antaño. Debía de confiar en el buen hacer de las personas, pero hasta la fecha no había obtenido resultado. Esta vez tenia sensaciones distintas, aunque sabía de sobra que era una misión muy arriesgada y que muy probablemente sus hijos ya estuvieran lejos del Notocar o quizás muertos. No quería pensar en ello, pero la idea siempre le rondaba por la cabeza.

-Sígueme- dijo a Jacq que esperaba apoyado en el escritorio. Sin mediar palabra subieron a la primera planta, donde se ubicaban las habitaciones del hostal.

Toda la planta estaba restaurada con tablones de madera y trozos metálicos, planchas, trozos de uralitas, cualquier material con unas dimensiones considerables era aprovechado para construir y restaurar. Se notaba que la pensión de Rose había sido restaurada a conciencia.

Había cuatro puertas a la izquierda del pasillo, tres a la derecha y una al fondo. Rose recorrió el pasillo entero, su habitación era la del fondo, Jacq la seguía sin mediar palabra.

La puerta estaba abierta.

-Pasa y ponte cómodo.

La habitación era grande, en el centro una cama con forma de corazón, las sabanas que la cubrían eran color rojo carmesí aterciopeladas. A los pies de la cama un arcón metálico donde Rose guardaba toda su ropa. Al fondo un mueble bar antiguo, con puertas de cristal agrietado, lleno de licor, whisky, ginebras, ron y cervezas. La habitación estaba mucho más limpia que el resto de la posada.

Los rayos de sol de mediodía se colaban por pequeñas ranuras en las paredes exteriores, iluminando la habitación en un ambiente intimo.

-¿Puedo servirme una copa?- fue la pregunta de Jacq al ver las botellas de licor.

-¡Por supuesto sírvete tu mismo!- respondió Rose irónicamente. Jacq no debió entender la ironía puesto que se sirvió una copa de whisky -¿Se encuentra bien el señor?

-¡Por supuesto y mejor que voy a estar!-respondió efusivamente. Jacq se sentó en la cama.

-Acabemos con esto cuanto antes- suspiró Rose. Le desabrochó los pantalones. Notaba como ya tenía el miembro duro. Lo acarició suavemente, una y otra vez. Sentía mucha excitación. Las caricias pasaron de las manos a la boca. No dejaba de succionar a la vez que acariciaba la zona de los testículos con su mano.

Jacq se retorcía de placer. Beber el whisky pero lo único que conseguía era derramar su contenido entre las sabanas.

<< Me encanta - pensaba Rose - pero no se me debe notar >> Recorría una y otra vez el pene con la lengua, sabía que más pronto que tarde acabaría por hacerle llegar al orgasmo.

Pasaron unos minutos cuando Rose notó como Jacq había llegado, los fluidos procedentes del miembro de aquel hombre corrían ahora por sus labios. No le importaba, le encantaba.

- ¿Ya está? - Jacq interrumpió su momento de máximo placer - Hay trato entonces. Espera a nuestro regreso.

Fueron las últimas palabras que Rose escuchó antes de ver desaparecer por la puerta al último mercenario que había estado en sus aposentos. Se quedó extrañada, normalmente todos los hombres pedían repetir, pero él se dedicó a vestirse de nuevo, acabarse la copa y marchase. Algo había cambiado, sentía la esperanza de que esta vez no fuera como las anteriores.

lunes, 27 de enero de 2014

CAPÍTULO VIII - NO, POR FAVOR



CRISTINE




No sabía cuántas horas habían pasado desde su entrada en las alcantarillas. Le dolía la cabeza, sentía frio, los ojos rojos como la sangre de tanto llorar y el brazo inmóvil.

No tenia a donde ir, tampoco conocía el camino para salir. Estaba desorientada las alcantarillas eran un laberinto. Desde estas se podía ir a cualquier sitio, algunas incluso conectaban con estaciones de metro abandonadas en su mayoría. Las guerra y el paso del tiempo habían provocado derrumbes en algunas zonas que bloqueaban los caminos y accesos.

<< Si me quedo aquí moriré de hambre >> Temblorosa Cristine se puso de pie. Apunto estuvo de volver a caer, pero finalmente pudo mantener el equilibrio. Tenia sed y el único agua lo tenía situado a sus pies. Delante de ella pasaba un riachuelo por el cauce de la alcantarilla. El agua era marrón y no sabía de su procedencia, pero tampoco podía permitirse el lujo de buscar agua embotellada por aquellos lares.

Con dificultad consiguió agacharse, sentía todo el cuerpo magullado. Se acercó un poco de agua a la nariz, el olor era nauseabundo, debía de proceder de algún desagüe. Tomó el primer sorbo, no sabia tan mal como olía.

Antes de poder tomar el segundo observó como una sombra se acercaba hacia ella a gran velocidad. Pasó por debajo de uno de los focos que iluminaba la alcantarilla y pudo comprobar que no se trataba de una persona. Era un humanoide de unos dos metros de altura, complexión fuerte, manos grandes con los dedos unidos por ancas, ojos de reptil y ausencia de nariz, piel húmeda y escamada color azul marino, muy parecido a un pez pero con silueta humana.

Se acercaba a Cristine a gran velocidad emitiendo constantes chasquidos que hacia al golpear la lengua con la parte superior del paladar.

- ¿Que quieres de mi? - grito Cristine al humanoide. La respuesta que obtuvo fue un fuerte golpe con la mano aleteada que la dejó aturdida y la mando a unos metros de distancia.

No había tregua, ella estaba tirada en el suelo, inmóvil, el humanoide emitía el chasquido cada vez con más intensidad. Le puso un pié en la garganta y empezó a estrangularla. Notaba la angustia, la presión que el enorme pie ejercía sobre su pequeño cuello. Le faltaba muy poco para perder el conocimiento, la vista se le nublaba cada vez más, sentía como el fin de sus días estaba cerca. Finalmente lo único que alcanzaba a ver era una nube blanca delante de sus ojos. No sentía nada.
Hombre pez


Estaba todo oscuro, sentía pequeños golpecitos en el pecho, estos eran cada vez más intensos, hasta que empezaron a producir dolor. Despertó de un sobresalto, estaba tirada en el suelo y lo único que podía hacer era toser, pero los golpes habían cesado.

- ¡Dichosos los ojos que te ven!- escuchó. Tenia la vista nublada, la voz era de varón, le resultaba familiar pero no recordaba quien podría ser. << Genial, me han pillado>> fue lo primero que se le pasó por la cabeza.

-¿No me recuerdas?- decía una y otra vez el hombre desconocido. Cristine pronto recuperó la vista y pudo ver a la persona que tenia enfrente.

-¿Tu? ¡No por dios! ¡Esto debe ser el infierno!- gritó. Aquel hombre no era un desconocido.

-¡Tranquila no voy a hacerte daño! ¡Esta vez no! Mira- señaló a su derecha. Allí yacía el cuerpo inerte del humanoide que había intentado acabar con la vida de Cristine. Tenia un agujero enorme en el pecho, sin duda un balazo había acabado con la vida de aquel ser.

-¿Que haces tu aquí? ¿Porque me has salvado?- aquella misterioso personaje era Mosarreta, el hombre que antaño intentó violar a Cristine y que ella le dejo parapléjico de cintura hacia abajo de un cuchillazo en la columna. Sentado en silla de ruedas, tenía un rifle viejo apoyado en sus piernas. Nunca olvidaría aquel rostro, calvo, cejas pobladas, ojos marrones, aunque llevaba una barba bastante poblada, la vez que intentó violarla iba bien afeitado. Vestía un jersey antiguo de rayas coloreadas con pantalones vaqueros desgarrados y sucios.

-Eso mismo me preguntaba yo - fue la primera respuesta de Mosarreta - Eres la última persona a la que me gustaría ver, pero me vales mas viva que muerta. Vamos que la cena se enfría, la tienes ahí en el suelo- señaló el cadáver del humanoide.

- ¿Quieres que me coma eso?-

- ¡Nooo! Primero hay que cocinarlo, lo que quiero es que lo cojas y me sigas.

El humanoide debía pesar más de cien kilos, aunque hubiera estado en plenitud de sus fuerzas Cristine no podría levantarlo, menos aun con un hombro dislocado.

-¿Y como voy a levantar eso?- preguntó Cristine.

- Si no puedes lo arrastras - una risa burlesca se le escapó. No se fiaba un pelo de aquel hombre aunque estuviera en silla de ruedas, aunque era mejor opción intentar arrastras aquel peso muerto y seguirlo que quedarse allí sola, así que cogió con su mano sana por uno de los brazos del cuerpo y empezó a arrastrar como pudo.

- Tranquila esta zona esta asegurada, tengo marcados todos los pasillos que he recorrido y estamos cerca del ultimo campamento donde estuve - aquellas palabras la tranquilizaron, aunque seguía sin fiarse. No pasaron ni diez minutos cuando llegaron a lo que debía ser el campamento antes mencionado. Parecía un antiguo trastero para guardar herramientas de mantenimiento del alcantarillado, un rincón cerrado con verjas metálicas al cual se accedía por una puerta central del mismo material. Había sillas de metal oxidado por la humedad, una hoguera apagada, escobas, conos de plástico, aspiradores llenos de polvo y telarañas, estanterías metálicas vacías, cajas contenedoras de munición, una esterilla acolchada de playa que parecía ser la cama, cajones de metal y unos cuantos tablones de madera.

Estaba todo bastante ordenado.

-¡Bienvenida a una de mis humildes moradas!- le hizo un gesto a Cristine con la mano para que entrara. Todo aquello le resultaba extraño ¿Como había acabado un hombre en silla de ruedas en aquel lugar? La ultima vez que tuvo noticias suyas estaba encerrado en uno de los calabozos del Notocar ¿Habría conseguido escapar?

Cristine entró primero, arrastrando el cadáver con sus últimas energías, acto seguido el hombre en silla de ruedas. Una vez dentro cerró la puerta y con dificultad puso dos tablones de madera cruzados a modo de barrera en la puerta.

-Así estaremos a salvo- explicó, acto seguido se dejo caer en el suelo y se sentó al lado del cadáver - Vamos a hacer la cena, coge el Zippo y enciende la hoguera.

Estaba tan cansada que tenía dificultad para encender el mechero, la hoguera estaba empapada así que cogió un papel de periódico antiguo que había por el suelo y le prendió fuego. No quitaba la vista de encima a aquel hombre, mientras ella encendía la hoguera Mosarreta destripaba el humanoide con suma facilidad.

- Ahí van dos solomillos, pínchalos con esos palos y apóyalos en la hoguera - le tiró dos pedazos enormes de carne de humanoide, y las puso conforme las instrucciones que había recibido. A simple vista tenían un aspecto horrible, pero conforme se cocinaban al fuego desprendían un aroma agradable cada vez más fuerte.

Pasaron unos momentos sin mediar palabra, Mosarreta no le prestaba atención, solo se dedicaba a masajearse las piernas sentado en el suelo - Cuando quieras puedes servirte - dijo señalando los trozos de carne.

Cristine cogió uno de ellos, estaba cansada y muerta de hambre. El primer bocado le supo a gloria, era la mejor carne que había probado en mucho tiempo, tierna, jugosa y con un toque agridulce.

- ¿A que esta cojonudo? - Mosarreta interrumpió el silenció con aquella pregunta, pero ella solo asintió con la cabeza - Seguramente te preguntaras como acabe aquí ¿verdad? - Cristine volvió a asentir con la cabeza, estaba demasiado ocupada devorando aquel jugoso trozo de carne y le era difícil responder con la boca llena - Con la ayuda de mi compañero de celda conseguimos escapar una noche aprovechando el cambio de guardia. Entramos aquí por el mismo agujero que tu supongo. El murió a manos de una de las abominaciones que intentó acabar con tu vida. Ya no se ni el tiempo que llevo atrapado aquí en este puto agujero. Si es de noche o de día, y todo por tu culpa, gracias a ti soy un puto tullido atrapado en una silla de ruedas metido en un puto agujero sin salida.

-¡Tu intentaste violarme dos veces! ¿Que esperabas que me quedara de brazos cruzados?- la carne le había hecho recuperar las fuerzas casi por completo.

-¿Que te pasa en el brazo?- fue la respuesta que recibió.

- Me di un golpe y creo que lo tengo dislocado.

- Ven y te lo pondré en su sitio, ya no puedo hacerte nada este ya no funciona - señaló sus partes intimas - Visto lo visto nos necesitamos el uno al otro si queremos salir de aquí.

Cristine se acercó con cuidado, sin dejar de mirarle, seguía sin confiar en aquel hombre.

- Esto te va a doler - esas palabras le generaban aun mas desconfianza, pero no le faltaba razón, sabia que dolía mucho porque no era la primera vez que se dislocaba un hombro. Con un tirón seco colocó el hueso en su sitio. Cristine dejo escapar un pequeño gemido fruto del dolor que sentía en ese momento - Ya está.

-¡Gracias!- dijo agradecida, era un alivio volver a poder mover el brazo, aunque lo tenia un poco entumecido.

-¡Me debes tres favores!- fue la respuesta de Mosarreta con tono serio– El primero será ayudarme a salir de aquí, y no intentes escapar, aunque puedas correr la bala es más rápida que las piernas. Ahora a dormir, mañana será otro día.