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martes, 1 de abril de 2014

CAPÍTULO XX - ADIOS CADENAS



 

JAMES BLACK






Desde que la noche anterior Jacq le ayudara a acabar con su opresor Cosmi Turbas y liberarse del collarín que tantos años le había privado de libertad, James Black había pasado la noche en vela. Recorriendo Penélope de arriba a abajo, de norte a sur, de este a oeste.

Por primera vez pudo estar con una mujer, los prostíbulos estaban fuera del radio de alcance y le era imposible acercarse sin que su collarín explotara. No era como el imaginaba que seria su primera vez, pero a su edad ya no tenia cuerpo para cuentos de príncipes y princesas.

Sentado en el suelo, limpiando su vieja escopeta con un trozo de tela amarillento, esperaba nuevos clientes que acompañar a las puertas del Luxury Odín.

Los siguientes en llegar no eran clientes, Jacq y su compañero necrófago se acercaban discutiendo el uno con el otro. Por las voces que daban se iba a enterar todo Penélope del motivo de su discusión.

-¿Queréis dejar de dar voces?- fue el recibimiento de James Black a la llegada de sus futuros compañeros de viaje-¿Que es esa chatarra que lleváis puesta encima?

Vestían sendas servoarmaduras gris claro, parecían las armaduras que los caballeros de la edad medieval utilizaban en el campo de batalla, aunque estas eran mas sofisticadas. El material con que estaban echas parecía acero, pero este era flexible, aunque no tanto puesto que las articulaciones estaban formadas por otro material de color negro que permitía el movimiento.

-¿Estas listo?- le preguntó Jacq. Debía pasar calor con aquel traje puesto que sudaba como un cerdo.

-Por supuesto, estoy como loco por salir de este agujero- había llegado la hora, James Black no recordaba haber salido nunca de Penélope

Las puertas se abrieron, los rayos del sol del atardecer bañaban las montañas cercanas, creando un paisaje de paz y tranquilidad. Sabia de sobra que allí fuera encontaría de todo menos paz y tranquilidad pero el echo de ser libre para salir le causaba sensación de bienestar.

Cuando James Black se dispuso a dar el paso definitivo y cruzar el limite que tenia establecido cuando llevaba el collarín se quedo quieto. Las piernas le temblaban, estaba nervioso, notaba como si aun llevara aquel maldito trasto colgando en su delgado cuello. Tocaba y tocaba pero no encontraba nada <<Me lo quité-pensaba una y otra vez-¿Porque no puedo seguir?>>

Había quedado rezagado respecto a sus compañeros, sin que estos se dieran cuenta de nada.

-¡Quita de ahí!- un hombre vestido con trapos viejos le propinó un empujón cuando este se disponía a salir de Penélope, James Black estaba bloqueando la salida sin querer. A causa del empujón se tambaleo unos metros y cuando pudo recuperar el equilibrio de nuevo James se dio cuenta que estaba mas lejos de lo que nunca había estado.

Un sudor frio le subió desde los pies a la frente, el corazón le latía a ritmo frenético <<¡Soy libre!>>.

-¡Soy libre!- gritó a los cuatro vientos.

-Yo también, libre para morir viejo y pobre- replicó el desconocido causante del empujón

El grito debió llegar a los oídos de Jacq y el necrófago puesto que ambos se giraron.

-¿Que cojones haces?¡Vamos corre!- gritó el necrófago desde la lejanía

James Black corrió para alcanzar a sus compañeros. El viento cálido del atardecer golpeaba su rostro. Nunca había tenido una sensación igual. Correr hacia donde el quisiera, era el mayor privilegio que recordara jamas.

Su carrera se vio truncada a pocos metros de Jacq y el necrófago. Un extraño animal le embistió a su paso. Del tamaño de un perro grande, con la piel grasienta como un cerdo, los ojos pequeños como dos canicas negras, del hocico le salían dos dientes superiores y dos inferiores mas pequeños, destartalados y amarillentos, nunca había visto un ser así.

-¡Un mutajabalí!- grito el necrófago

-¿Que cojones es eso Hueter?- preguntó Jacq.

-La muerte de este pobre desgraciado como no se lo quitemos de encima.

<< Daros prisa cojones >> forcejeaba con aquel animal mientras este intentaba morderle. Los mordiscos del mutajabalí eran violentos aunque no lograban el objetivo de alcanzar la piel de James Black, a cada intento fallido las babas del animal caían sobre su rostro.

Como si de un placaje se tratara Jacq se abalanzó sobre el mutajabalí lanzándolo a unos pocos metros. El animal se quedo tumbado con las patas mirando al cielo, no podía darse la vuelta de lo plano y ancho que tenia el lomo, chillaba como una rata.

James se acercó al animal y le clavó el cuchillo en el arrugado pecho, el mutajabalí siguió pataleando durante un breve periodo de tiempo, la sangre que le emanaba de la herida era de un color verdoso oscuro, finalmente dejó de moverse.

-¿Que cojones ha pasado? ¿Que era ese bicho?- preguntó entre jadeos.

-¿Estas bien?- Hueter se intereso por su salud.

-Si tranquilo solo son rasguños, espero que no sea contagioso lo que sea que tenga esa cosa.

-Tranquilo, yo tampoco contagio- bromeó- Era un mutajabalí, la radiación hizo que los jabalís acabaran extinguiéndose, los pocos que sobrevivieron quedaron con este aspecto- explicó mientras le daba pequeñas patadas al animal muerto.

-¿Que cojones es un jabalí?- James Black había visto pocos animales en su vida, la mayoría alterados genéticamente.

-Eran como cerdos salvajes que vivían por la sierra antes de la guerra.

-Como si supiera lo que era un cerdo- interrumpió Jacq- en fin no vamos a ponernos ahora a dar clases de ciencias de la naturaleza ¿Nos vamos?

El tono bromista de Jacq arrancó una sonrisa en todos.

-Que cachondo- dijo James entre risas- Un cerdo es un hombre que no se lava. ¿Enserio había hombres que corrían salvajes por el campo?

De las carcajadas pasaron al silencio mas absoluto << ¿Que he dicho? >>, las risas volvieron a sonar esta vez con mas fuerza, aunque James esta vez estaba callado, expectante, no entendía que había pasado.

-Un cerdo es un hombre que no se lava- dijo Jacq bromeando- Entonces todos somos cerdos ¿no?

-Vamos James tenemos camino por delante ya te explicare que es un cerdo.

<<He quedado como un ignorante>>

El paisaje era mucho peor de lo que había imaginado. Caminaban sin seguir camino o carretera alguna por un paraje escaso de vegetación. Los pocos arboles que aun se mantenían en pie estaban secos y sin hojas. Kilómetros de tierra arenosa que levantaba polvo a cada paso. Cadáveres en descomposición de todo tipo de animales, de algunos solo quedaban los huesos. Bloques mas bloques de edificios en ruinas, solo quedaba la estructura de aquellos que mejor se conservaban.
edificio en ruinas



edificio en ruinas-¿Entonces no sabes lo que eran los cerdos?- preguntó Hueter mientras caminaban a la luz del atardecer, James Black negó con la cabeza.

-He pasado casi toda mi vida encerrado en Penélope, por no saber no se ni escribir.

-Yo tampoco- interrumpió Jacq - y a leer aprendí con cómics rotos, en los que la historia no tenia ni principio ni fin.

-Yo aprendí antes de la Gran Guerra- bufó Hueter- a leer y a escribir, existían las escuelas.

-¿Escuelas?- a James Black aquella palabra le era extraña.

-Si, un lugar donde la gente aprendía a leer y escribir ademas de otras muchas cosas.

-Nunca he visto un sitio así- replicó Jacq.

-Ahora que yo sepa ya no existen, la gente con suerte aprende a leer y escribir por algún familiar o amigo.

Los momentos posteriores a aquella charla pasaron con el mas absoluto silencio. Solo se escuchaba la suave brisa al rozar con los resecos hierbajos.

-¿Falta mucho?- preguntó Jacq, parecía cansado.

-Si no hubieras estado toda la noche de parranda ahora estarías descansado- fue la respuesta de Hueter.

-Yo creo que nos hemos perdido- dijo James Black entre bostezos.

-Callad- parecía que Jacq había visto algo fuera de lo común-¿Alguien mas lo ha oído?

-¡Al suelo!- gritó Hueter.

Un artefacto hizo explosión delante de sus narices. James Black se apartó justo a tiempo para evitar el impacto. <<¿Que cojones ha sido eso?>>

-¡Que no quede nadie con vida!- se escuchaba a lo lejos. Alguien les estaba disparando, James se arrastro por el suelo en medio de una neblina de arena provocada por la explosión, hasta ponerse a cubierto en una roca grande cercana. Una vez a cubierto detrás de la roca, comprobó que Hueter también se había puesto a cubierto, este estaba apoyado sobre una de sus rodillas disparando contra sus agresores, no había rastro alguno de Jacq.

James Black cargó su arma y se dispuso a disparar, pero cuando quiso asomar la cabeza para localizar sus objetivos una bala impactó contra la piedra y le hizo esconder la cabeza de nuevo <<Por que poco>>.

-¡Mierda se ha atascado el arma!- los disparos cesaron, los agresores tenían problemas con sus armas o bien se habían quedado sin munición. Hueter salió corriendo en la misma dirección de donde venían los tiros, James decidió hacer lo mismo. Metros mas adelante cogieron por sorpresa a tres hombres y una mujer vestidos de atuendos bastante estrambóticos, solo uno de ellos estaba armado.

-¿Que tenemos aquí?- preguntó Hueter con voz seria. El agresor que momentos antes estaba disparándoles intentaba arreglar a golpes su arma una Ametralladora Gatling XM-214 de infantería - Esa cosa nos va a venir muy bien. Aparta de ahí.- Hueter hizo un gesto con su rifle de plasma incitando a los agresores a apartarse de la ametralladora.

-¡Somos la banda del Risketo!¡Nadie nos da ordenes!- respondió la única mujer del grupo. Aparentaba ser de avanzada edad, pero su pelo en forma de cresta puntiaguda teñido de color rojo daba a entender todo lo contrario. Todos vestían una coraza que al parecer se la habían fabricado con ruedas de algún vehículo de gran tamaño.

-¡Tu lo has querido!- el tono de Hueter era amenazante -¡Negro ya sabes lo que hay que hacer!

-¡Espera espera!¡No disparéis!- gritó otro de los agresores. Un hombre calvo con la barba teñida del mismo color rojo que la mujer.

-Demasiado tarde- James Black apretó el gatillo de su vieja escopeta y la bala penetró entre los ojos del hombre de la barba roja. Este cayo inmediatamente sin vida al suelo. Hueter por su parte seguía inmóvil apuntando al resto del grupo.

-¡Esta bien!-grito la mujer- Quedaos con el arma pero dejarnos marchar.

-El arma y toda la munición que llevéis encima- respondió James.

-¡Me parece bien James!

-Esta bien- dijo la mujer de la cresta roja-Os daremos la munición, pero dejadnos marchar.

-Si quisiéramos mataros ya estaríais muertos, aquí mi compañero es de gatillo fácil como habréis podido comprobar- Hueter no dejaba de apuntar con el rifle de plasma. La mujer debía ser el cabecilla del grupo, esta ordenó a los otros dos hombres que depositaran la munición en el suelo. Obedecieron como corderitos y se deshicieron de toda la munición que llevaban encima. Había un centenar de balas de veintidós milímetros Gatling XM-214 tiradas en el suelo a los pies del grupo.

-¿Y esta mierda? Cachéalos James- ordenó Hueter.

<< ¿Porque tengo que hacer yo siempre el trabajo sucio? >> James Black comenzó a registrar a los hombres. No llevaban casi ropa encima, los pantalones eran de una tela sucia llena de barro seco, carecían de bolsillos.

<< Lo mejor para el final >> era el turno de la mujer, esta no era ninguna belleza, su piel seca y arrugada y sobretodo el corte de peinado rojo en forma de cresta, causaban repulsión en la persona de James Black, aunque era mucho mejor plato que los malolientes hombres que había sobado anteriormente.

<< ¡Tiene tetas! >> metió la mano dentro de aquella primitiva coraza por la parte del pecho, enseguida notó como no llevaba nada puesto debajo. Sentía al tacto unos enormes y duros pezones como piedras. ¿Era porque le excitaba que la tocara? ¿O fruto de la tensión que vivía en aquel momento?

-¡Toca bien no se te vaya a escapar ningún detalle!- protestó la mujer.

-¡Perdón!- respondió con vergüenza. Después de aquellas palabras el cacheo fue rápido y superficial, mas incluso que los anteriores.

-No llevan nada más.

-Andando, desapareced de aquí y que no os volvamos a ver. La próxima vez no seremos tan clementes- los tres vándalos salieron corriendo a gran velocidad en la misma dirección sin dar tiempo a Hueter a terminar de hablar-¿Y eso? ¿Tienes un arma escondida en los pantalones? Je...je...je...

James Black bajó la vista hacia sus pantalones, tenia la polla dura como un bate de béisbol Los pantalones eran flexibles, por lo que parecía que tuviera una tienda de campaña a la altura del paquete.

-¡Ya se donde podremos acampar esta noche!- bromeó el necrófago.

-¡Aaaaahhhh!- un agudo grito interrumpió aquella incomoda situación, era la voz de una mujer, sonaba como una niña asustada, venia en dirección contraria a la tomada por los vándalos en su huida.

-¿Que cojones...?¿Quien eres tu?- Jacq parecía haber encontrado a alguien. Inmediatamente James Black y su compañero necrófago corrieron hacia donde sonaba la voz de Jacq. Una vez pudieron localizarle vieron que estaba apuntando con el cañón Gauss a una mujer joven, delgada, el pelo negro y liso le cubría los hombros, vestía una vieja camiseta llena de manchas de lo que parecía ser sangre seca y pantalones vaqueros desgarrados. Lo mas llamativo de ella era la mascara que sujetaba en una de sus manos, una mascara hecha de piel humana, como si hubieran vaciado la cabeza de un necrófago.

<< ¡Esta si es guapa! >>

-¿Quien es esta muchacha?- James Black se dirigió a Jacq, no sabia donde se había metido después de que el artefacto de los vándalos explotara delante de sus narices.

-¡No lo se, pero casi me mata de un susto!- gritó Jacq- No me dió tiempo a esquivar aquella granada y me cogió de lleno, menos mal que llevo puesta la mierda esta sinó ahora mismo seria cadáver- refiriéndose a la servoarmadura

-¿Y la muchacha?¿De donde ha salido?- Hueter se rascaba la cabeza con el rifle de plasma mientras lanzaba la pregunta.

-¡Tampoco lo se!

<< ¿Sabrá algo? >>

-Quedé inconsciente por el impacto y cuando desperté la tenía delante de mis narices husmeando con esa apestosa mascara puesta. Un poco mas y muero del susto- señaló a la muchacha de pelo negro. Esta continuaba con los brazos levantados, en silencio, sin pestañear, solo se escuchaban sus constantes y fuertes respiraciones. James se acercó a Jacq y con un suave movimiento de mano hizo que su compañero dejara de apuntar con el cañón a aquella mujer.

-¡Dinos quien eres!- las palabras de James Black hicieron que la muchacha se asustara y dejara caer la mascara al suelo-¡Tranquila no te vamos a hacer nada! Haz el favor, baja los brazos.

La mujer hizo caso y lentamente bajó los brazos hasta su posición natural, aunque no parecía muy dispuesta a revelar su nombre. James y sus compañeros la miraban fijamente con el ceño fruncido.

-No seas tímida mujer que no mordemos- bromeo Hueter.

-Tu igual no pero tu compañero casi me vuela la cabeza- fueron las primeras palabras que salieron de su boca.

-¡Te voy a despertar yo con esa mascara a ver si te gusta!- gruño Jacq.

-Tranquilo hombre tampoco es para tanto. Tendrías que estar acostumbrado que llevas todo el día viéndole la jeta a Hueter.

-¡Oye tu negro!¡No te pases o te rajo!- las palabras del necrófago sonaban a indignación. En medio de aquella pequeña discusión la muchacha dejo escapara una pequeña pero tímida sonrisa.

-Disculpad que os interrumpa-dijo la mujer desconocida con tono suave-Me llamo Cristine.

viernes, 21 de marzo de 2014

CAPÍTULO XIX - TRAICIÓN



ACERO




Había perdido la cuenta. Acero no recordaba cuantos días llevaba encerrada en aquella pequeña habitación, lejos de sus compañeros de escuadrón. El cuchitril donde se encontraba cerrada no parecía formar parte del cuartel general, paredes con manchas de humedades, suelo de metal oxidado, solo disponía de una cama con un colchón de muelles que debía tener mas años que el polvo que cubría la mayor parte de la habitación. Carecía de ventanas, la única iluminación que tenía era una lámpara fluorescente haciendo equilibrios por no descolgarse del techo. La ausencia de ventanas le hizo suponer que en verdad si estaba en el cuartel, aunque no recordaba haber pasado por una zona así <<Puede ser la tercera planta>>, un lugar inhabitado dentro del cuartel de la Hermandad del Rayo, de todos modos la puerta que cerraba aquel habitáculo no dejaba ver más allá de la pared de enfrente. El resto estaba todo oscuro.

Tenia serias dudas de que sus compañeros la quisieran tanto como ellos decían, puesto que ninguno se había dignado a visitarla para ver que tal estaba. ¿No les dejaran venir? ¿Pasan de mi? se preguntaba una y otra vez, pero ninguna respuesta le convencía.


El silencio que imperaba en aquella habitación y los alrededores se vio interrumpido por el sonido de unos pasos. <<Si fuera alguno de mis compañeros estarían gritando mi nombre>>. El sonido de los pasos era cada vez más cercano, hasta que cuando parecía estar detrás de la puerta cesaron. Acero observó como por la rejilla que había encima de la puerta asomaba una cabeza, solo se le veía un trozo de frente y el pelo. Un pelo rizado y enmarañado inconfundible para ella. Sabia quien le estaba esperando en silencio detrás de la puerta.

-No te quedes ahí callada como si no hubiera nadie, te veo. ¿Que quieres?- bufó al mismo tiempo que se levantaba de la cama. Los viejos muelles de aquella cama destartalada sonaron como si una pareja estuviera practicando sexo en ese momento.

-Si haces lo que te digo te dejaran salir de aquí- fue la respuesta que obtuvo.

-No tendría que estar aquí y lo sabes, yo no hice nada solo me defendí.

-¿Te parece poco romperle el cuello a dos personas?

-Traisa ya estaban muertos cuando les rompí el cuello, yo solo los estrangulé. Ya sabes que me cuesta controlar mi fuerza.

Noches atrás Acero aprovecho su día libre, para asistir a uno de los espectáculos de variedades que ofrecían en el casino Adagio, cerca del cuartel de la Hermandad del Rayo. Le encantaban los absurdos monólogos relacionados con la vida en el antiguo mundo y los cuentachistes como Eugenio, un imitador de un narrador de chistes que siempre empezaba los mismos con la misma frase <<Saben aquel que diu...>>, este siempre actuaba con un cigarro en una mano y el cubalibre en la otra, sentado en un taburete con el micro perfectamente enfocado a su boca.

La velada fue agradable, Acero se permitió el lujo de tomar dos licores mientras duraba la actuación, risas aplausos, aquel humorista tenía gracia de verdad en la sangre. El problema surgió a la finalización de la actuación. Saliendo del casino para volver al cuartel Acero observó como dos compañeros de su escuadrón que también disfrutaban de un día libre, estaban envueltos en una pelea a pocos metros del casino con dos desconocidos, ella se interpuso en medio de la trifulca para poner paz con tan mala fortuna que uno de los desconocidos le rompió una botella vacía de Whisky en la cabeza. El desconocido pidió perdón, pero Acero no soportaba ver sangre suya y esta corría como un río caudaloso por su frente. En un acto de extrema rabia cogió a su agresor por el cuello con su mano izquierda levantándolo dos palmos del suelo, este se tornaba cada vez más morado signo del estrangulamiento que provocaban las poderosas manos de Acero en su cuello. El otro desconocido quiso ayudar a su amigo a librarse de Acero, pero fue en vano, este corrió la misma suerte que su compadre.

Acero tenia a los dos desconocidos cogidos por el cuello, uno en cada mano, sus compañeros gritaban para que los soltase antes de que acabaran asfixiados, ella hizo caso omiso y continuó apretando con sus manos los cuellos de aquellos pobres desgraciados, mientras intentaban liberarse pataleando. Poco a poco los movimientos de aquellos hombres fueron mas lentos, mas intermitentes, Acero no cesaba, cada vez oprimía con mas fuerza, finalmente dejaron de moverse. Parecían dos peces colgados poca arriba, morados, con la boca abierta y la mirada perdida en el infinito.

Momentos después robots centinela llegaron al lugar de la pelea dando la orden de arresto a Acero.

-¡Libere a esas personas o abriremos fuego!- las grandes manos de los Robots dejaron paso dos potentes cañones láser que apuntaban directamente a Acero.

Al darse cuenta del espectáculo que estaba armando, lanzó fuertemente los cuerpos inertes de aquellos desconocidos a los pies de los Robots centinela. El sonido de los huesos de aquellos hombres golpeando contra el suelo, fue como el que produce el partir una rama seca de un árbol en varios trozos.

-¡Queda usted detenida!- los robots no dejaban de apuntar.

-Es propiedad de la Hermandad del Rayo- se escuchó una voz a lo lejos. Era el comandante Miguelañez, un hombre adulto, bajito, rechoncho con el pelo negro espeso, que se encargaba las veces de los asuntos de justicia internos. Los compañeros de Acero habían puesto en alerta a la Hermandad de lo que estaba ocurriendo -¡Los crímenes de los soldados de la Hermandad deben ser juzgados por el consejo de justicia de la Hermandad!

-¡Yo no he cometido ningún crimen!-protestó. La sangre aun le emanaba de la frente, tenia el rostro lleno de sangre seca. Los Robots centinela se dispersaban en silencio, guardando los cañones, reemplazándolos por sus grandes y blancas manos-¡Fueron ellos quienes atacaron primero! ¡No pienso entregarme!

-No estas arrestada, solo acompáñanos- las palabras de Miguelañez eran tranquilizadoras. Acero accedió y todo volvió a la normalidad. La gente abandonó el lugar, aunque los cuerpos sin vida de los dos desconocidos quedaron tirados en el suelo allí donde Acero los había soltado, sin que nadie se preocupara por retirarlos.

Lo primero que hizo al volver al cuartel fue visitar la enfermería para que le curaran la herida de la frente. Esta seguía sangrando sin cesar. Allí le esperaba Traisa junto al Robot Doctor, estaba preparando una jeringuilla con lo que se supone era líquido estimulante para cortar la hemorragia.

-¿Que haces tú con esa jeringa?- le extrañaba que Traisa preparara nada, todas las tareas de medicina las realizaba el Robot Doctor.

-El robot tiene el sistema de inyección averiado, tengo que ponerte yo el estimulante para que la herida se cierre cuanto antes- las palabras de Traisa le sonaron a cuento chino, el Doctor Robot siempre realizaba las inyecciones, pero no tenia mas remedio que acceder si quería dejar de ver sangre suya por todos lados, de lo contrario en aquel estado podría liarse a mamporros de nuevo contra cualquier persona o cosa.

Lo único que Acero recordaba después de aquel pinchazo fue el despertar en aquella habitación donde se encontraba presa, con la boca seca y un intenso dolor de cabeza, como si se hubiera bebido todo el Whisky del Luxury Odín la noche anterior.

-¡Solo obedecía órdenes!- gritó Traisa.

-Pensaba que eras mi amiga...- Acero se sentía engañada, nunca pensó que su amiga de la infancia le mintiera para inyectarle un somnífero en vez del medicamento que necesitaba en aquel momento.

-Y lo soy, por eso vengo a devolverte la libertad- Acero seguía sin fiarse de Traisa dijera lo que dijera, pero optó por seguir escuchándola, cualquier cosa sería mejor que quedarse allí encerrada-Escúchame con atención. Tienes que ir en busca de un hombre que va acompañado por un necrófago camino del Notocar, los distinguirás fácilmente porque van equipados con servoarmaduras. El hombre lleva pelo largo y barba, el necrófago tiene un mechón rubio bastante distintivo.

-¿Para que?- gruñó. Conocía de sobra los peligros que encerraba el Notocar y el hecho de tener que ir en dirección a aquella prisión no le causaba tranquilidad alguna.

-Toma ponte esto- Traisa deslizó por una de las aberturas de las rejillas en la parte superior de la puerta, un pequeño reloj- Ya sabes de sobra como funciona esto. Tienes guardadas las coordenadas de un posible búnker que aun no ha sido abierto. Tendrás que llevar a ese hombre hasta allí y juntos buscar la forma de acceder, necesitamos un corazón artificial para su hermana que está aquí recibiendo tratamiento y creemos en la posibilidad de encontrar lo que necesitamos en aquel lugar.

-¿Y que saco yo a cambio?- preguntó extrañada Acero mientras miraba fijamente el reloj.

-Tu libertad. Serás una proscrita de la Hermandad mientras dure la misión, pero si todo sale bien no tendrán mas remedio que readmitirte de nuevo- Las palabras de Traisa estaban cargadas de lógica, si conseguía tecnología para la Hermandad del Rayo estaría cumpliendo una de las condiciones para ser miembro de la misma, aunque no tenia tan claro que aquello fuera así en su caso.

-Esta bien lo haré- estaba obligada a aceptar si no quería pasar en aquel agujero el resto de sus días, siempre podría huir lejos, donde la Hermandad no tuviera representación alguna y empezar una vida nueva.

-Te voy a dejar salir, pero por seguridad no podrás llevarte tus armas. En el arcón de la entrada al cuartel te he dejado un viejo rifle, munición y una coraza metálica. Intenta que no te vean- inmediatamente la puerta se abrió, el rozamiento con el suelo produjo un chirrido bastante molesto.

Traisa esperaba al otro lado, luciendo su típica sonrisa de niña buena.

-¡Gracias por aceptar! veras como todo se...- antes de que Traisa pudiera terminar de decir la frase, Acero la cogió por la cabeza y con un movimiento brusco, dejo esta a la altura de su culo tirándose literalmente un pedo en su cara.
Pasillo oscuro


-¡De nada traidora! ¡Volveré!- soltó una sonora carcajada mientras se alejaba por aquel oscuro pasillo, dejando a Traisa vomitando en la puerta de la habitación a causa del hedor de su ventosidad. Buscaría a aquel hombre únicamente para ayudar a su enferma hermana, luego se marcharía lejos. Si algo le habían enseñado aquellos días encarcelada era que allí no tenia a nadie que le importara. Era hora de cambiar de vida. De empezar de nuevo.