ACERO
Había perdido la cuenta. Acero no recordaba cuantos días
llevaba encerrada en aquella pequeña habitación, lejos de sus compañeros de escuadrón.
El cuchitril donde se encontraba cerrada no parecía formar parte del cuartel
general, paredes con manchas de humedades, suelo de metal oxidado, solo disponía
de una cama con un colchón de muelles que debía tener mas años que el polvo que
cubría la mayor parte de la habitación. Carecía de ventanas, la única
iluminación que tenía era una lámpara fluorescente haciendo equilibrios por no
descolgarse del techo. La ausencia de ventanas le hizo suponer que en verdad si
estaba en el cuartel, aunque no recordaba haber pasado por una zona así
<<Puede ser la tercera planta>>, un lugar inhabitado dentro del
cuartel de la Hermandad del Rayo, de todos modos la puerta que cerraba aquel
habitáculo no dejaba ver más allá de la pared de enfrente. El resto estaba todo
oscuro.
Tenia serias dudas de que sus compañeros la quisieran
tanto como ellos decían, puesto que ninguno se había dignado a visitarla para
ver que tal estaba. ¿No les dejaran venir? ¿Pasan de mi? se preguntaba una y
otra vez, pero ninguna respuesta le convencía.
El silencio que imperaba en aquella habitación y los alrededores
se vio interrumpido por el sonido de unos pasos. <<Si fuera alguno de mis
compañeros estarían gritando mi nombre>>. El sonido de los pasos era cada
vez más cercano, hasta que cuando parecía estar detrás de la puerta cesaron.
Acero observó como por la rejilla que había encima de la puerta asomaba una
cabeza, solo se le veía un trozo de frente y el pelo. Un pelo rizado y
enmarañado inconfundible para ella. Sabia quien le estaba esperando en silencio
detrás de la puerta.
-No te quedes ahí callada como si no hubiera nadie, te
veo. ¿Que quieres?- bufó al mismo tiempo que se levantaba de la cama. Los
viejos muelles de aquella cama destartalada sonaron como si una pareja
estuviera practicando sexo en ese momento.
-Si haces lo que te digo te dejaran salir de aquí- fue
la respuesta que obtuvo.
-No tendría que estar aquí y lo sabes, yo no hice nada
solo me defendí.
-¿Te parece poco romperle el cuello a dos personas?
-Traisa ya estaban muertos cuando les rompí el cuello,
yo solo los estrangulé. Ya sabes que me cuesta controlar mi fuerza.
Noches atrás Acero aprovecho su día libre, para
asistir a uno de los espectáculos de variedades que ofrecían en el casino
Adagio, cerca del cuartel de la Hermandad del Rayo. Le encantaban los absurdos
monólogos relacionados con la vida en el antiguo mundo y los cuentachistes como
Eugenio, un imitador de un narrador de chistes que siempre empezaba los mismos
con la misma frase <<Saben aquel que diu...>>, este siempre actuaba
con un cigarro en una mano y el cubalibre en la otra, sentado en un taburete
con el micro perfectamente enfocado a su boca.
La velada fue agradable, Acero se permitió el lujo de
tomar dos licores mientras duraba la actuación, risas aplausos, aquel humorista
tenía gracia de verdad en la sangre. El problema surgió a la finalización de la
actuación. Saliendo del casino para volver al cuartel Acero observó como dos
compañeros de su escuadrón que también disfrutaban de un día libre, estaban
envueltos en una pelea a pocos metros del casino con dos desconocidos, ella se
interpuso en medio de la trifulca para poner paz con tan mala fortuna que uno
de los desconocidos le rompió una botella vacía de Whisky en la cabeza. El
desconocido pidió perdón, pero Acero no soportaba ver sangre suya y esta corría
como un río caudaloso por su frente. En un acto de extrema rabia cogió a su
agresor por el cuello con su mano izquierda levantándolo dos palmos del suelo,
este se tornaba cada vez más morado signo del estrangulamiento que provocaban
las poderosas manos de Acero en su cuello. El otro desconocido quiso ayudar a
su amigo a librarse de Acero, pero fue en vano, este corrió la misma suerte que
su compadre.
Acero tenia a los dos desconocidos cogidos por el
cuello, uno en cada mano, sus compañeros gritaban para que los soltase antes de
que acabaran asfixiados, ella hizo caso omiso y continuó apretando con sus
manos los cuellos de aquellos pobres desgraciados, mientras intentaban
liberarse pataleando. Poco a poco los movimientos de aquellos hombres fueron
mas lentos, mas intermitentes, Acero no cesaba, cada vez oprimía con mas
fuerza, finalmente dejaron de moverse. Parecían dos peces colgados poca arriba,
morados, con la boca abierta y la mirada perdida en el infinito.
Momentos después robots centinela llegaron al lugar de
la pelea dando la orden de arresto a Acero.
-¡Libere a esas personas o abriremos fuego!- las
grandes manos de los Robots dejaron paso dos potentes cañones láser que
apuntaban directamente a Acero.
Al darse cuenta del espectáculo que estaba armando,
lanzó fuertemente los cuerpos inertes de aquellos desconocidos a los pies de
los Robots centinela. El sonido de los huesos de aquellos hombres golpeando
contra el suelo, fue como el que produce el partir una rama seca de un árbol en
varios trozos.
-¡Queda usted detenida!- los robots no dejaban de
apuntar.
-Es propiedad de la Hermandad del Rayo- se escuchó una
voz a lo lejos. Era el comandante Miguelañez, un hombre adulto, bajito,
rechoncho con el pelo negro espeso, que se encargaba las veces de los asuntos
de justicia internos. Los compañeros de Acero habían puesto en alerta a la
Hermandad de lo que estaba ocurriendo -¡Los crímenes de los soldados de la
Hermandad deben ser juzgados por el consejo de justicia de la Hermandad!
-¡Yo no he cometido ningún crimen!-protestó. La sangre
aun le emanaba de la frente, tenia el rostro lleno de sangre seca. Los Robots
centinela se dispersaban en silencio, guardando los cañones, reemplazándolos
por sus grandes y blancas manos-¡Fueron ellos quienes atacaron primero! ¡No
pienso entregarme!
-No estas arrestada, solo acompáñanos- las palabras de
Miguelañez eran tranquilizadoras. Acero accedió y todo volvió a la normalidad.
La gente abandonó el lugar, aunque los cuerpos sin vida de los dos desconocidos
quedaron tirados en el suelo allí donde Acero los había soltado, sin que nadie
se preocupara por retirarlos.
Lo primero que hizo al volver al cuartel fue visitar
la enfermería para que le curaran la herida de la frente. Esta seguía sangrando
sin cesar. Allí le esperaba Traisa junto al Robot Doctor, estaba preparando una
jeringuilla con lo que se supone era líquido estimulante para cortar la
hemorragia.
-¿Que haces tú con esa jeringa?- le extrañaba que
Traisa preparara nada, todas las tareas de medicina las realizaba el Robot
Doctor.
-El robot tiene el sistema de inyección averiado,
tengo que ponerte yo el estimulante para que la herida se cierre cuanto antes-
las palabras de Traisa le sonaron a cuento chino, el Doctor Robot siempre
realizaba las inyecciones, pero no tenia mas remedio que acceder si quería
dejar de ver sangre suya por todos lados, de lo contrario en aquel estado podría
liarse a mamporros de nuevo contra cualquier persona o cosa.
Lo único que Acero recordaba después de aquel pinchazo
fue el despertar en aquella habitación donde se encontraba presa, con la boca
seca y un intenso dolor de cabeza, como si se hubiera bebido todo el Whisky del
Luxury Odín la noche anterior.
-¡Solo obedecía órdenes!- gritó Traisa.
-Pensaba que eras mi amiga...- Acero se sentía
engañada, nunca pensó que su amiga de la infancia le mintiera para inyectarle
un somnífero en vez del medicamento que necesitaba en aquel momento.
-Y lo soy, por eso vengo a devolverte la libertad-
Acero seguía sin fiarse de Traisa dijera lo que dijera, pero optó por seguir escuchándola,
cualquier cosa sería mejor que quedarse allí encerrada-Escúchame con atención.
Tienes que ir en busca de un hombre que va acompañado por un necrófago camino
del Notocar, los distinguirás fácilmente porque van equipados con
servoarmaduras. El hombre lleva pelo largo y barba, el necrófago tiene un mechón
rubio bastante distintivo.
-¿Para que?- gruñó. Conocía de sobra los peligros que
encerraba el Notocar y el hecho de tener que ir en dirección a aquella prisión
no le causaba tranquilidad alguna.
-Toma ponte esto- Traisa deslizó por una de las
aberturas de las rejillas en la parte superior de la puerta, un pequeño reloj-
Ya sabes de sobra como funciona esto. Tienes guardadas las coordenadas de un
posible búnker que aun no ha sido abierto. Tendrás que llevar a ese hombre
hasta allí y juntos buscar la forma de acceder, necesitamos un corazón
artificial para su hermana que está aquí recibiendo tratamiento y creemos en la
posibilidad de encontrar lo que necesitamos en aquel lugar.
-¿Y que saco yo a cambio?- preguntó extrañada Acero
mientras miraba fijamente el reloj.
-Tu libertad. Serás una proscrita de la Hermandad
mientras dure la misión, pero si todo sale bien no tendrán mas remedio que
readmitirte de nuevo- Las palabras de Traisa estaban cargadas de lógica, si
conseguía tecnología para la Hermandad del Rayo estaría cumpliendo una de las
condiciones para ser miembro de la misma, aunque no tenia tan claro que aquello
fuera así en su caso.
-Esta bien lo haré- estaba obligada a aceptar si no quería
pasar en aquel agujero el resto de sus días, siempre podría huir lejos, donde
la Hermandad no tuviera representación alguna y empezar una vida nueva.
-Te voy a dejar salir, pero por seguridad no podrás
llevarte tus armas. En el arcón de la entrada al cuartel te he dejado un viejo
rifle, munición y una coraza metálica. Intenta que no te vean- inmediatamente
la puerta se abrió, el rozamiento con el suelo produjo un chirrido bastante
molesto.
Traisa esperaba al otro lado, luciendo su típica
sonrisa de niña buena.
-¡Gracias por aceptar! veras como todo se...- antes de
que Traisa pudiera terminar de decir la frase, Acero la cogió por la cabeza y
con un movimiento brusco, dejo esta a la altura de su culo tirándose
literalmente un pedo en su cara.
-¡De nada traidora! ¡Volveré!- soltó una sonora
carcajada mientras se alejaba por aquel oscuro pasillo, dejando a Traisa
vomitando en la puerta de la habitación a causa del hedor de su ventosidad. Buscaría
a aquel hombre únicamente para ayudar a su enferma hermana, luego se marcharía
lejos. Si algo le habían enseñado aquellos días encarcelada era que allí no
tenia a nadie que le importara. Era hora de cambiar de vida. De empezar de
nuevo.
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