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martes, 21 de enero de 2014

CAPÍTULO V - NO ME TOQUES



CRISTINE




En el recinto solo se escuchaban lamentos y maldiciones. Hacia unas dos horas que había anochecido. Un grupo bastante numeroso de hombres armados, había salido al atardecer para saquear un pueblo cercano. La misión fue un fracaso. Solo unos pocos regresaron y la mayoría de los supervivientes estaban heridos.

-¿Como han conseguido todas esas armas?-la frase mas repetida por todos entre insultos y palabras mal sonantes.

Era una noche oscura, aunque el recinto donde Cristine había pasado la mayor parte de su vida, recibía mucha luz fruto del reflejo que procedía del complejo de casinos que había cercano. Antes de la guerra, este recinto era una prisión de alta seguridad. Ahora lo llamaban el Notocar y era la base principal de la Banda del Traje Gris.

El Notocar en su mayor parte estaba desabitado. Tres edificios eran los que formaban la prisión, dos de ellos en ruinas a causa de la guerra y el paso del tiempo. Una alta muralla encerraba todos los edificios del complejo para evitar posibles fugas. La muralla había sido restaurada con escombros y planchas de metal oxidadas.

El edificio principal era el único habitado. En su interior los largos pasillos no disponían más luz que la poca que entraba por las ventanas procedente de los casinos cercanos.

Cristine sentía mucho miedo cuando caminaba sola por aquellos pasillos, muchas veces la habían intentado violar. Solo la primera vez lo consiguieron. Nunca olvidaría la cara de aquel señor calvo, bajito, con cejas espesas y mirada penetrante. Tampoco olvidaría como la segunda vez que ese hombre intento aprovecharse de ella acabó con un cuchillo metido en su espina dorsal dejándolo parapléjico de cintura para abajo. Fue la primera vez que Cristine utilizó un arma contra una persona.

Todos los hombres le parecían iguales. Vestidos con esos trajes grises de antes de la guerra. Solo los esclavos y las mujeres vestían de forma diferente, aunque estas formaran parte de la banda.

Cristine se dirigía a la oficina principal por aquellos oscuros pasillos donde le esperaba el cabecilla de los Trajes Grises, un hombre mayor sin escrúpulos.

Había menos gente que de costumbre vagando por los pasillos y estancias.

Después de un pequeño paseo llegó a las estancias del cabecilla. Al llegar Cristine suspiró.

-¡Pasa el jefe te está esperando y no de muy buen humor precisamente!- comentó entre escupitajos uno de los guardias de la puerta, un hombre alto, calvo con perilla que sujetaba entre sus dos grandes manos una metralleta AK-47. Con un pequeño empujón y un leve chirrido la puerta se abrió, Cristine entro en la sala silenciosamente.

-¡Hombre contigo quería yo hablar!- el jefe un hombre mayor de pelo completamente blanco y ojos azules saltones, estaba sentado en su escritorio al fondo de la sala. Estaba solo, revisando montones de papeles que tenia desorganizados por toda la habitación -¡Cuarenta hombres y doce heridos ni mas ni menos!- gritaba Arnazi, así era como llamaban todos al jefe de la banda de los Trajes Grises pero en realidad nadie sabia su verdadero nombre -¿Donde cojones habrán conseguido todas esas armas?¿Que sabes tu de eso Cristine?

-Visité el bar que hay a las afueras del pueblo. En el tiempo que estuve allí las únicas personas que había eran los mismos borrachos y el tabernero necrófago, que para variar me contó la historia de siempre - Cristine se quedó un momento pensando - Recuerdo que al día siguiente vi una mujer pelirroja entrando en la pensión Rose, no era de allí de eso estoy segura.

-¡No es nada fuera de lo normal!- interrumpió Arnazi-¡Una persona sola no pudo haber traído semejante arsenal! ¿Viste si había más gente o tuviera algún burro de carga? - Cristine lo negó con la cabeza -¡Lo que me imaginaba! no sirves para nada, te pago con tu libertad para que investigues y para lo único que sirves es para recibir pollazos -empezó a desabrocharse los pantalones-¡Ven que te voy a dar tu merecido!

Arnazi cogió de un brazo a Cristine, esta se resistió pero el jefe era más fuerte que ella y la tiro al suelo. Los papeles volaron por la habitación a causa del golpe. El jefe había enloquecido, tenia una mirada penetrante que le recordaba al hombre calvo de las cejas pobladas. Entre forcejeos Arnazi intentaba quitarle los pantalones a Cristine pero ella no se dejaba. La muchacha desde el suelo cogió del cuello con sus piernas a su agresor lleno de ira, desenfundó el cuchillo que llevaba colgando de la cintura y sin que el jefe pudiera reaccionar le asestó un corte alrededor de la garganta.

Arnazi cayó muerto en un charco inmenso de sangre. Toda la habitación estaba salpicada, Cristine aun mas. Nerviosa, con el cuchillo ensangrentado en la mano <<Si salgo por la puerta estoy muerta>> pensó. Había matado al jefe de los Trajes Grises, pese al ruido en el forcejeo nadie había entrado, pero era cuestión de minutos que alguien entrara, así que Cristine no tenia mucho tiempo para escapar. Buscó entre la ropa del cadáver y cogió el arma que siempre llevaba Arnazi colgada del brazo.

Solo había una salida, la ventana del despacho. Esta daba al patio exterior, y aunque estaba lleno de guardias patrullando la oscuridad de la noche estaba de su parte.

Cristine abrió la ventana con sumo cuidado para hacer el mas mínimo ruido, la ventana daba a una cornisa estrecha, resbaló y apunto estuvo de caer cuando apoyó el primer pie en la cornisa, pero pudo aferrarse a tiempo a la ventana. El miedo y el nerviosismo le producían un temblor incontrolable en todas sus extremidades.

<< ¡Cálmate Cris!>> pensaba una y otra vez. Pasito a pasito avanzaba lentamente por la estrecha cornisa, jadeaba como si de un perro cansado se tratase.

-¡Se lo ha cargado! ¡La puta le ha rebanado el gaznate!- su tiempo se había acabado, los guardias habían descubierto el cadáver ensangrentado de Arnazi -¡Esta aquí! ¡Esta aquí!- Cristine observó como el guardia que antes le había permitido pasar estaba asomado a la ventana a pocos metros de ella, avisando a los otros guardias señalando hacia su posición.

Una ráfaga de disparos impacto a pocos centímetros de su cabeza, ninguno la alcanzó.

<<Si me quedo aquí estoy muerta>> Cristine miró al suelo, solo veía oscuridad y desesperación, pero concia el lugar y sabia  estaba una altura de dos plantas aproximadamente. Sin pensarlo dos veces saltó. Aterrizó en un contenedor lleno de basura y escombros. Un dolor inmenso empezó a subirle por el hombro.

Había caído sobre su brazo derecho, el impacto hizo que se le dislocara el hombro.

-¡Ha saltado! ¡La muy zorra ha saltado!- todo el mundo debía saber lo acontecido por los gritos que se escuchaban. No tenia a donde ir, no sabía por donde escapar. El único modo de salir sin ser vista por los guardias de las murallas, era a través del alcantarillado. Aunque no los conocía, y seguramente las criaturas que pudiera encontrar por aquel laberinto le proporcionarían una muerte mas que segura. En cualquier caso era mejor que quedarse allí y esperar a que los guardias la apresaran. Si no escapaba una muerte lenta y dolorosa le esperaba, acompañada de cientos de humillaciones y violaciones.

<<Abría sido mejor dejarme violar por aquel viejo verde>> pensaba, pero ya era demasiado tarde y no había tiempo para lamentarse. La entrada al alcantarillado estaba en la zona iluminada de la prisión. Debía ser rápida y tener mucha suerte para que no la alcanzara ninguna bala o algún guardia que merodeara por la zona.

<< ¡Puedo hacerlo! ¡Solo son unos metros!>> Cristine respiró hondo, necesitaba calmarse si quería alcanzar la trampilla que daba acceso a las alcantarillas.

Agachó la cabeza y empezó a correr, ráfagas y ráfagas de disparos sonaban, como si fuera un castillo de fuegos artificiales. Una bala atravesó limpiamente su hombro dislocado y la hizo caer al suelo.

Casi lo había conseguido, quedaban pocos centímetros, no podía abandonar ahora, la trapilla estaba abierta -¡Cerrar la trampilla!-gritaron los guardias. Cristine se levanto con dificultad sobre su mano izquierda. No podía mover el brazo derecho aunque tampoco sentía dolor alguno, no tenia tiempo de pensar en el dolor de las heridas.

Con un poco de impulso saltó dentro del orificio. El golpe contra el suelo de la alcantarilla la dejó aturdida.

Tenía la vista nublada, las gafas rotas por las múltiples caídas. Una vez pudo recuperar el sentido se vió caminando sin rumbo por el alcantarillado. Los disparos habían cesado, solo se escuchaba el sonido del gotear de las tuberías.

Alcantarilla infestadaCristine buscó un lugar seco a su alrededor. Busco en sus bolsillos, entre las anillas encontró una jeringuilla con líquido estimulante para curar heridas. Su hombro sangraba por la herida de bala.

Clavó la aguja sin pestañear, esta vez ya sentía el dolor. El liquido helado y traslucido empezó a correr por sus venas, observó como la herida dejó de sangrar. Aunque seguía sin poder mover el brazo, necesitaba alguien que la ayudara a colocarle el brazo en su sitio.

Se acurrucó contra la pared, estaba cansada y magullada. No pudo contener las lágrimas, lloró y lloró como un niño recién nacido.

CAPÍTULO IV - TRAJES SÚCIOS



ROSE




Sentada encima de una mesa sucia y llena de papeles desordenados que hacia de mostrador, desnuda de cintura hacia bajo, Rose notaba una y otra vez las embestidas de aquel hombre que había conocido unas horas antes. Sentía el frescor de la mesa metálica en su culo desnudo y el calor que desprendía el desconocido. << ¡La tiene enorme!>> pensaba.

-¡No pares!- decía una y otra vez. En ese momento se escuchó en la sala el abrir de la puerta principal.

-¿Hola?- preguntó una mujer de pelo rojizo -¡Ostras!

<<Mierda pensaba que había cerrado la puerta con llave>> maldijo Rose en sus adentros. El desconocido un hombre alto, moreno con pelo corto se escondió rápidamente debajo de la mesa.

-¡Eh tu!- gritó Rose dirigiéndose al desconocido -¡Venga fuera, así ya no me sirves!- el hombre escondido aun debajo de la mesa se subió los pantalones y salió con la cabeza gacha por la misma puerta que había entrado la mujer de pelo rojizo. Rose aun desnuda de cintura hacia abajo se dirigió a la mujer.

-¿En que puedo ayudarle?- preguntó con toda normalidad, sin dejar que la situación la sonrojase.

-Un tabernero necrotizado de un bar de las afueras, me comentó que aquí teníais habitaciones disponibles-

-¡Efectivamente! ¡Bienvenida a la pensión Rose! ¡Soy Rose Tinmar!- se presentó al mismo tiempo que se volvía a poner la falda. Una falda vieja y lisa de color rojo desgastado.

-¡Encantada! ¿Menudo corte te habré dado no? ¡Lo siento! ¡Soy Poli!-

-Tranquila, los hombres siempre tienen la polla ardiendo. Seguro que vuelve, si no otro vendrá...je...je...je. ¿Solo Poli? ¿No tienes apellidos?- pocos eran los habitantes que aún conservaban sus apellidos, bien porque los padres los desconocían o porque habían sido criados en orfandad. En cualquier caso muchos se inventaban un apellido propio, los afortunados que conservaban un apellido de antes de la guerra solían ser gente adinerada aunque siempre había excepciones.

-No tengo ningún apellido, solo soy Poli.

-Bien Poli en ese caso ¿Cuantas noches quieres?

-Solo una y que sean dos habitaciones debo ir a recoger a mi hermano que se encuentra el bar que te he nombrado. No le dejaran salir si no pagamos la comida.

-¡Mira que le he dicho de veces que siempre el dinero por delante! ¡Pero nada el siempre haciendo amigos!- dió una patada en la mesa metálica que resonó en toda la sala. Una sala oscura, iluminada por dos tubos fluorescentes, uno de ellos parpadeaba señal de que ya le quedaba poca vida. En la entrada había sillas de coche a modo de recibidor y al fondo la mesa con papeles donde se encontraba Rose. Detrás suyo un armario archivador metálico con cajones cuadrados, los cuales no parecían contener nada-¡Son veinte por habitación y noche!

Poli sacó el dinero de una riñonera vieja que llevaba abrochada a la cintura.

-aquí tienes.

Rose recogió el dinero y le entregó dos llaves correspondientes a las habitaciones que había alquilado.

-Bueno un placer, luego nos vemos me voy a buscar a mi hermano. Veremos si aun sigue vivo- suspiro la mujer pelirroja mientras se dirigía hacia la puerta de salida ante la mirada fija de Rose.

Antes de que pudiera abrir la puerta se escucho el tintinear de unas campanas pequeñas.

-¡No abras!- Rose se dirigió rápidamente hacia la puerta y la cerro con llave sin dejar salir a nadie -¿Que pasa?

-Ven conmigo arriba a la terraza y sabrás lo que pasa.

Subieron por unas escaleras de madera que crujían a cada paso. Pasaron el primer piso donde estaban las habitaciones y siguieron subiendo. Rose estaba tensa, sabia de sobra porque habían sonado las campanas. Era un sonido que la ponía enferma.

Una vez en la terraza observaron que en la plaza había dos hombres, vestidos con trajes grises de antes de la guerra. Parecía que no fueran armados, pero se notaba que algo escondían debajo de la americana.

La gente que en esos momentos se encontraba en la plaza del pueblo estaba callada, atendiendo al discurso de uno de los hombres del traje gris.

-¡Si os entregáis y prometéis servir a la banda del traje gris no sufriréis daño alguno! ¡Sino aceptáis estas condiciones volveremos y lo haréis por la fuerza! ¿Ha quedado claro?- gritaba una y otra vez.


Pensión Rose
-¿Poli sabes utilizar esto?- Rose señalaba un viejo rifle que tenia apoyado en una de las esquinas de la terraza. Poli asintió con la cabeza -¡Pues mándale un recadito de mi parte que yo tengo muy mala puntería!-

-¿Que dices? ¡Si nunca he matado a ningún humano!- la muchacha del pelo rojizo estaba alterada al oír esas palabras.

-¡O disparas o nos pasaremos la vida siendo esclavos!- Poli muy nerviosa cogió el rifle -¡Esta cargado no te preocupes! ¡Que no quede ninguno de los dos en pie!- apoyó el rifle en su hombro y apuntó. El primer disparo dió en la pierna derecha del trajeado que exponía sus condiciones al resto de ciudadanos. El pánico se apodero de la plaza y el segundo hombre escapó entre la multitud alborotada.

-¡Bajemos rápido no tenemos mucho tiempo!- Poli dejo caer el rifle y corriendo bajaron a la plaza donde aun yacía el hombre del traje gris herido en la pierna. La bala había impactado de lleno en el muslo de la pierna derecha, sangraba mucho y si no recibía asistencia medica, en cuestión de minutos moriría desangrado.

-¡Habla! ¿Cuando van a venir?- gritaba Rose al mismo tiempo que sacudía con sus manos el cuerpo del hombre contra el suelo. No obtuvo respuesta.

El cuerpo inerte del hombre yacía en el centro de la plaza, Rose se dirigió a los habitantes del pueblo cual alcalde:

-¡Escuchad!- quiso recibir la atención de todos - ¡No se cuanto tiempo tardaran en venir a por nosotros, igual si están preparados en menos de una hora estarán aquí! Nadie va a venir a defendernos,  somos nosotros contra ellos. ¡Si queréis seguir siendo libres y morir libres preparémonos para la batalla, de lo contrario moriremos como esclavos!- al oír esas palabras la plaza estalló en un grito de motivación, no serian mas de veinte personas pero gritaban como cincuenta.

-¡Ven te necesitamos!- apresuró Rose cogiendo a Poli por el brazo.

-¿Y mi hermano? ¡Seguro que puede ayudarnos!-

-¡No hay tiempo vamos!- volvieron a entrar en la pensión.

No pasaron ni tres minutos y la plaza estaba desierta. Todo el mundo había tomado posiciones para luchar contra la amenaza de los Trajes Grises.

-¿Quienes son esos? ¿Que pasa?- Poli no sabia que pasaba. Todo había transcurrido muy deprisa.

-Cada vez que suenan las campanillas, significa que alguna amenaza se acerca al pueblo, últimamente nuestra mayor amenaza son los traficantes de esclavos. Cada vez que vienen se llevan a dos o tres de los nuestros, para luego venderlos como putas, criados o vete tú a saber que. Hoy han ido demasiado lejos y quieren que el pueblo entero sea suyo.

-¿Y con que vamos a defendernos? Las únicas armas que he visto son el rifle de la terraza y mis dos pistolas.

-¡Tranquila esta todo controlado!- respondió Rose en tono confiado, al mismo tiempo que abría uno de los cajones del archivador metálico que había detrás del mostrador de su pensión.

Cada cajón contenía diferentes equipaciones como granadas electromagnéticas, pistolas de plasma, munición de plasma y armaduras convencionales.

La cara de Poli era el reflejo de la incredulidad al ver tal arsenal.

-¡Coge lo que necesites!- dijo Rose, al mismo tiempo que se desnudaba para ponerse una de las armaduras.

Habían pasado unas dos horas desde la reunión en la plaza. La noche estaba al caer y el nerviosismo de la población aumentaba.

Habían dispuesto unas pocas minas antipersona por toda la ciudad.

-¡Atacarán por la noche! ¡Lo se!- los habitantes de aquel pequeño pueblo, levantado sobre los escombros de una ciudad en ruinas esperaban ansiosos. Situados estratégicamente en las alturas mas protegidas de cada edificio. Rose y su huésped pelirroja esperaban en la terraza de su posaba donde tenían una perfecta visión de todo el pueblo y de los exteriores de este.

La noche se cernía sobre un pueblo silencioso. Nadie decía nada. A lo lejos se divisaban las primeras sombras. La noche era oscura, iluminada por las estrellas con la ausencia de la luna, lo que hacia difícil distinguir cualquier cosa a lo lejos.

-Deben ser ellos- dijo Rose en voz baja. Las sombras cada vez eran mas claras. Una de las minas estalló sin previo aviso, un cuerpo mutilado sin pierna vestido de traje gris voló a varios metros de altura. El pueblo estaba rodeado, había hombres de la banda del Traje Gris por todos los frentes del pueblo.

-¡Es vuestra ultima oportunidad! ¡Rendiros o morid!- se escucho a lo lejos. Nadie respondió. El silencio era amo y señor del pueblo. Momentos mas tarde la primera pistola de plasma sonó y acto seguido toda una sinfonía de disparos, granadas y gritos de dolor. En un abrir y cerrar de ojos el pueblo se había convertido en el escenario de una batalla por la supervivencia a la luz de las estrellas. Los rayos de plasma y las explosiones iluminaban intermitentemente las calles. Rose seguía expectante, a cubierto en la terraza, mientras Poli había matado por primera vez una persona con un tiro certero en la cabeza.

-¡Vamos que son pocos y cobardes!- se escuchaba gritar en el edificio de enfrente. Rose observaba como Poli había cogido el gusto por la masacre humana. Disparaba sin contemplación hacia los hombres del traje gris. <<Ya no hay vuelta atrás>> pensó. Apoyada sobre su rodilla izquierda desenfundo su pistola de plasma y abrió fuego hacia la plaza. Había hombres del pueblo atacando a los pocos del Traje Gris que aun quedaban en pie. Poco a poco la banda fue retrocediendo y cuando menos lo esperaban ya habían desaparecido. La banda del Traje Gris había sido derrotada. La alegría momentánea del pueblo se vio truncada rápidamente por la muerte de algunos habitantes.

-¿Que te ha pasado?- pregunto Poli al ver la tardanza de Rose en atacar y apoyar a sus vecinos.

-¡Mis hijos!- respondió con tono triste -Hace un año estos mal nacidos vinieron y se llevaron a mis hijos.

-¿Tienes idea de donde pueden estar?

-Claro, pero yo no puedo ir. No valgo para la guerra-las lagrimas empezaron a correr por sus mejillas- Necesito alguien que me haga ese favor. Un grupo de personas quizá. Estoy dispuesta a pagar una generosa recompensa porque me los devuelvan. A ser posible vivos.

-Eso puede ser muy peligroso...

-Lo sé. ¿Me has dicho que tienes un hermano verdad? Habla con el, y si decidís ayudarme venid a hablar conmigo.

sábado, 18 de enero de 2014

CAPÍTULO III - REBELDES





GRAN JOHN


El eco de los disparos no cesaba ante la lenta avalancha de necrófagos salvajes que recorría las calles adyacentes al edificio donde se encontraba Gran John. Situado en la azotea de lo que era la estructura de un edificio de cuatro plantas, sentado en una silla metálica.
Debajo una plaza llena de escombros, siete necrófagos abatidos por su rifle de Plasma de A3-21 y su compañero supermutante Potito.
-¡Déjame alguno!-gritó. Los Supermutantes o meta-humanos eran humanos mutados, producto de la infección con el Virus de Evolución Forzada o V.E.F. Mucho más altos y musculosos que los humanos normales, tenían generalmente una piel verdosa, gris o amarillenta, inmunes a las enfermedades y a la radiación y con una fuerza y resistencia sobrehumanas. Aunque eran estériles, la rápida regeneración de sus células causada por el V.E.F. los hacia biológicamente inmortales, pero no inmunes a la muerte por heridas. Potito a diferencia de sus hermanos era de los pocos que aun no había perdido la razón.
-¡Ja...ja...ja...!- sentado en su silla Gran John tenia una vista perfecta de la plaza. Liándose un porro enorme y bebiendo cerveza veía acercase cualquier amenaza con la tranquilidad de estar bien protegido. Al fondo había un montón de escombros de la misma altura que el edificio. << ¡Lastima ese edificio daría mejor vista!>> lamentaba en su interior. La plaza estaba comunicada por cuatro calles. Era la vista de una ciudad en ruinas, arrasada por numerosas batallas. Lo que pareció ser una ciudad superpoblada y llena de vida, era ahora un montón de escombros inhóspitos.
Muy poca gente había visto en aquel lugar. Y cuanto más se adentraban en la ciudad mas desierta estaba. Por el tamaño de los edificios en ruinas deducía que estaban en el centro o casi en el centro de aquella ciudad fantasma.
-¿Donde esta Glanius?- dijo dándole una calada al porro. Su compañero alzo los hombros, musculados y verdes en señal de no saber nada -Estará echándose la siesta.
En ese momento algo sonó, como un derrumbamiento de escombros. Miró pero no vio nada.
-¿Que cojones es eso?- Potito estaba alterado, no le gustaban los sonidos fuertes. Esta vez fue mas cercano, algo se acercaba pero Gran John no veía nada desde la azotea. Por lo que decidió coger su cañón Gauss y mirar por la mira telescópica de alta definición.
Inspeccionó cada palmo de la plaza con la mira del rifle pero no encontró nada, mientras el sonido era cada vez más fuerte.
-¡Mierda!- escuchó maldecir a Potito. Quitó la mirada del cañón y observó a su izquierda como su compañero luchaba por no ser aplastado por una de las botas del gigantesco mutante que le atacaba.
-¡Es un Behemoth!- El Behemoth era la especie de supermutantes mas difícil de liquidar con diferencia. Doblaba en estatura a Potito, tenía una joroba muy pronunciada y en una de las manos llevaba cogido por los pies el cadáver de un hombre.
-Espera tío ya voy- si algo tenia Gran John era paciencia, no se alteraba por nada. Dió una gran calada al porro y se lo dejo apoyado en sus labios. Apuntó con la mira del cañón al pie que intentaba aplastar a su compañero y disparó.
Impactó de lleno en el pie de la monstruosidad e hizo que cayera de espaldas. Una vez en el suelo Potito fue a golpearlo con su mazo pero la criatura se levantó rápido y le golpeó con el cadáver que tenia en la mano, lanzándolo contra la pared de uno de los edificios de la plaza.
-¡Glaniuuuss! ¿Donde estas?- gritó Gran John, pero su grito se quedó sin respuesta -¡Cago en la hostia!- estaba seguro en la azotea pero su compañero corría serio peligro si no acababa pronto con la criatura.
La criatura dio un salto y intentó trepar hasta la azotea -¡Sube y veras Madrid campeón!- gritó desafiando al behemoth. Gran John tenía tres granadas de plasma colgadas de una cinta alrededor del pecho, cogió una y esperó. Una vez el gigantesco mutante asomo la cabeza por la azotea, le lanzó la granada que impactó de lleno en el rostro, haciéndolo caer los cuatro pisos de altura. Una gran nube de polvo y escombros volando inundó la plaza. El grito de dolor de la bestia retumbaba en las paredes adyacentes, pero no cesaba en su intento por acabar con ellos.
Gran John volvió a cargar el cañón y disparó dos veces mas a la cabeza de la gigantesca mole, esta se quedó aturdida sangrándole la frente y las encías, arrodillada, con las grandes manos apoyadas en una montaña de escombros. En ese momento sonó el filo de una espada y el crujir de la carne. El behemoth cayó muerto al suelo.
-¡Y con una estocada Glanius mata al toro de la tarde!- había aparecido de la nada y con un golpe certero de su catana atravesó la cabeza del mutante. Era fan de las espadas prueba de ello es que siempre llevaba una encima, bien afilada y cuando tenia ocasión no dudaba en ponerla a prueba.
-¿Potito estas bien?- grito Gran John con un tono tranquilo pero potente.
-Tengo dolor de cabeza- respondió su compañero el mutante - ¡Pásate el porro anda a ver si se me pasa!
-¿Donde te habías metido Glanius?- preguntó echándole el porro al mutante.
-Mira esto- llevaba colgando de la espalda un saco viejo de tela color verde pálido. Lo dejo caer en el suelo, el golpe hizo sonar el interior. Era un sonido metálico.
-¡Ostras!- el saco estaba lleno de dinero de antes de la guerra. El dinero de antes de la guerra escaseaba, la mayoría había sido quemado, desgarrado o perdido entre los escombros. Pero era de gran valor y con unos cuantos miles se podía vivir con todo lujo durante unos cuantos años.
-¡Habrá como doscientos pavos en monedas!- exclamó Gran John sorprendido al ver el montón de monedas que dejaba entrever los pliegues del saco.
-¡Doscientas trece para ser exactos!-replico Glanius moviendo las monedas con la punta de la espada-¿Lo declaramos?
-Si lo declaramos al comisionado de economía del ejército nos va a quedar una puta mierda a cada uno.
El comisionado de economía era el órgano encargado de gestionar los presupuestos del Ejército del Pueblo Libre. Presupuestos que obtenían con el pago de impuestos por parte de los ciudadanos, botines de guerra y objetos de valor que encontraban los soldados en misiones aisladas.
El Ejército del Pueblo Libre fue fundado sesenta años atrás. El fundador, el señor Ignacio Delfín, un hombre que dedicó hasta el último suspiro de su vida a la protección de los más débiles. Su idea reunir ciudadanos voluntarios e instruirlos en las artes de la guerra, con el fin de acabar con la injusticia, el vandalismo y restaurar la paz en todo el territorio. El ejército se financiaba a base de donaciones voluntarias por parte de la ciudadanía como comida, agua, munición y dinero en muchos casos.
Este fue el funcionamiento hasta la muerte del fundador. El ejército era idolatrado por todos. Los soldados los héroes de los niños. Niños que al tener suficiente edad se alistaban motivados por sus héroes.
A la muerte del señor Delfín todo cambió. Capitaneado por el hijo del fundador Junior Delfín y un sequito de ciudadanos interesados, cambiaron la política del ejército. Los impuestos se volvieron elevados y obligatorios. Aquel ser humano que no pagara los tributos al organismo económico del ejército no disfrutaría de protección alguna. Eran incontables las veces que se había visto morir a un civil a manos de otro o un insecto mutado, vándalos asaltando bares y tiendas de comercio ante la mirada pasiva de los soldados por no haber pagado los tributos. Soldados castigados por salvar la vida de civiles sin autorización porque estos no estaban al día en el pago de sus cuotas.
-¡Estoy hasta los cojones!- maldecía Gran John -Cuando me aliste Papa Delfín estaba al mando del ejercito- era el mote que le habían puesto los soldados al fundador del ejercito
-Luchábamos por un bien común, pero ahora... lo hacemos para que el cabrón de Junior y sus amigos se llenen los bolsillos a nuestra costa.- Gran John llevaba cerca de una década a los servicios del ejercito. Era un hombre de unos treinta años y desde los diecisiete había servido a la causa. Alto, robusto, pelo largo ondulado y una sonrisa falta de dientes fruto tantos golpes recibidos al servicio del pueblo - ¡Pero ya no más esto se acabo! ¡Cuando lleguemos le diré al pececito que dimito!- concluyó. Pececito era el mote de Delfín Junior. Casi todos en el ejército tenían un mote, este casi siempre lo asignaba un compañero de mayor rango, aunque la mayoría eran soldados por lo que los motes solían cambiar con el paso del tiempo.
-¿Y que vas a hacer? ¿Montar tu propio ejercito?- bromeo Potito dando las ultimas caladas al porro.
-Ya veremos. ¡Vámonos que se hace tarde!
Recogió sus armas en la azotea. Estaba anocheciendo, los últimos rayos de sol rebotaban entre las partículas del polvo que inundaba aquel sitio fruto de la reciente batalla.
Registraron el cuerpo inerte del Behemoth y del pobre hombre que llevaba por arma el engendro. No encontraron más que polvo, restos humanos y un paquete de tabaco manchado de sangre sin estrenar.
Caminaron hacia el sur, en busca del río que cruzaba la antigua ciudad donde se situaba uno de los puestos de vigilancia del ejército. Allí les esperaba comida caliente, Whisky y una cama donde dormir no sin antes realizar la ultima patrulla por los alrededores del complejo para evitar posibles amenazas nocturnas.
La comida y la cama corrían a cargo del presupuesto anual del ejército, pero la munición y el equipamiento tenia un coste por alquiler para los soldados. Gran John lo sabia y también sus compañeros Glanius y Potito. Tenían las monedas para realizar el pago, en ese caso no les quedaba mas remedio que declararlas como botín de guerra para no correr el riesgo de ser descubiertos y ser castigados por ello.
Potito era el único que utilizaba armas propias, sus fuertes puños y una maza que fabricó con un tubo rígido y un bloque de hierro macizo unidos por muchos alambres.
Glanius tenía su fiel katana en propiedad pero el resto de armas eran de alquiler.
Gran John disfrutaba del mejor equipamiento del ejercito excepto de la servoarmadura. Vestía una armadura convencional de antes de la guerra, que recientemente le había quitado al cuerpo sin vida y en plena descomposición de un hombre que encontró sepultado entre los escombros de una gasolinera en ruinas hacia unas semanas. Pese a los múltiples lavados la armadura aun apestaba a podredumbre, y semanas de poca limpieza corporal tampoco ayudaban mucho. Aunque un campamento de veinte o treinta hombres y un supermutante con una higiene similar ayudaba bastante a disimular olores.
-Nos tienen cogidos por los huevos, deberemos declarar y pagar los alquileres sino queremos salir a patrullar en gayumbos- dijo Glanius, mientras fumaba un cigarro camino de regreso.
-Pagaremos, pero estoy arto de alimentar a esta arpía que llamamos Ejercito del Pueblo Libre y que en realidad lucha por ella misma- añadió Gran John.
-Estoy contigo colega y espero que Potito también-Potito asintió la cabeza-Ojalá el pueblo se sublevara como antaño contra estos matones a sueldo, si Papa Delfín levantara la cabeza...
-¿Acaso la humanidad no ha derramado suficiente sangre? Esto hay que iniciarlo desde dentro, como un virus que poco a poco vaya devorando este sistema corrupto que ha creado Pececito y sus secuaces- Gran John era muy fan de las teorías conspiradoras, había leído casi todos los libros de grandes conspiraciones que aun se conservaban de antes de la guerra.
El camino de regreso fue tranquilo, salvo cuatro necrófagos salvajes que Potito se encargo de machacar con sus propios puños. Cuanto más cerca del campamento mas casas en ruinas habitadas había. El centro de la ciudad era lo más castigado por la guerra, sin embargo las periferias se mantenían en bastante mejor estado y actualmente eran los sitios donde más población se podría encontrar. Bares nocturnos, casas de empeño, prostíbulos, armerías, tiendas de alimentación, todo iluminado con luces de todas formas y colores posibles, como si de una feria ambulante se tratara.
Lo mas frecuente a esas horas era ver gente ebria vagando por las calles de bar en bar, tanto civiles como soldados en horas de permiso. Otros durmiendo en el suelo tapados en cartones por no tener casa donde cobijarse, dinero para pagarse una pensión o simplemente estar demasiado borracho para volver a casa por su propio pie.
El alcohol se había convertido en la única vía de escape de mucha gente en aquel mundo de depresión continua.
De entre la multitud Gran John observó sentada en el suelo una niña, no tendría más de ocho o nueve años. Estaba bastante flaca, muy sucia, con la cara llena de barro seco. Vestía ropa vieja y desgarrada. Por el trapo sucio con munición de fuego de poco calibre que tenia en el suelo debía comerciar para ganarse la vida. << ¿A esto hemos llegado?>> pensó Gran John, se dirigió a donde estaba y de cuclillas le pregunto:
-¿Quien eres?-
-¡No soy nadie!- respondió la niña con voz bajita.
-¿Y tus padres?-
-¡Soy huérfana!- para ser una niña tan joven respondía muy segura y sin titubear. Gran John extrañado seguía preguntando.
-¿No tienes casa? ¿Donde vas a pasar la noche?-
-¡Las calles son mi casa!- la ultima respuesta de la niña caló en lo mas hondo del corazón de Gran John.
-Trae eso Glanius- señaló al saco que llevaba su compañero con las monedas, metió la mano dentro y sacó un puñado de monedas -Toma búscate un lugar donde dormir y comer caliente las calles no son la casa de nadie- la niña cogió las monedas y salió corriendo en dirección contraria a donde iban Gran John y sus compañeros, dejándose el trapo con la munición -¡Al menos esas monedas servirán para una buena causa!