CRISTINE
En el recinto solo se escuchaban lamentos y
maldiciones. Hacia unas dos horas que había anochecido. Un grupo bastante
numeroso de hombres armados, había salido al atardecer para saquear un pueblo
cercano. La misión fue un fracaso. Solo unos pocos regresaron y la mayoría de
los supervivientes estaban heridos.
-¿Como han conseguido todas esas armas?-la frase mas repetida
por todos entre insultos y palabras mal sonantes.
Era una noche oscura, aunque el recinto donde Cristine
había pasado la mayor parte de su vida, recibía mucha luz fruto del reflejo que
procedía del complejo de casinos que había cercano. Antes de la guerra, este
recinto era una prisión de alta seguridad. Ahora lo llamaban el Notocar y era
la base principal de la Banda
del Traje Gris.
El Notocar en su mayor parte estaba desabitado. Tres
edificios eran los que formaban la prisión, dos de ellos en ruinas a causa de
la guerra y el paso del tiempo. Una alta muralla encerraba todos los edificios
del complejo para evitar posibles fugas. La muralla había sido restaurada con
escombros y planchas de metal oxidadas.
El edificio principal era el único habitado. En su
interior los largos pasillos no disponían más luz que la poca que entraba por
las ventanas procedente de los casinos cercanos.
Cristine sentía mucho miedo cuando caminaba sola por
aquellos pasillos, muchas veces la habían intentado violar. Solo la primera vez
lo consiguieron. Nunca olvidaría la cara de aquel señor calvo, bajito, con
cejas espesas y mirada penetrante. Tampoco olvidaría como la segunda vez que
ese hombre intento aprovecharse de ella acabó con un cuchillo metido en su
espina dorsal dejándolo parapléjico de cintura para abajo. Fue la primera vez
que Cristine utilizó un arma contra una persona.
Todos los hombres le parecían iguales. Vestidos con
esos trajes grises de antes de la guerra. Solo los esclavos y las mujeres vestían
de forma diferente, aunque estas formaran parte de la banda.
Cristine se dirigía a la oficina principal por
aquellos oscuros pasillos donde le esperaba el cabecilla de los Trajes Grises,
un hombre mayor sin escrúpulos.
Había menos gente que de costumbre vagando por los
pasillos y estancias.
Después de un pequeño paseo llegó a las estancias del
cabecilla. Al llegar Cristine suspiró.
-¡Pasa el jefe te está esperando y no de muy buen
humor precisamente!- comentó entre escupitajos uno de los guardias de la
puerta, un hombre alto, calvo con perilla que sujetaba entre sus dos grandes
manos una metralleta AK-47. Con un pequeño empujón y un leve chirrido la puerta
se abrió, Cristine entro en la sala silenciosamente.
-¡Hombre contigo quería yo hablar!- el jefe un hombre
mayor de pelo completamente blanco y ojos azules saltones, estaba sentado en su
escritorio al fondo de la sala. Estaba solo, revisando montones de papeles que
tenia desorganizados por toda la habitación -¡Cuarenta hombres y doce heridos
ni mas ni menos!- gritaba Arnazi, así era como llamaban todos al jefe de la
banda de los Trajes Grises pero en realidad nadie sabia su verdadero nombre
-¿Donde cojones habrán conseguido todas esas armas?¿Que sabes tu de eso
Cristine?
-Visité el bar que hay a las afueras del pueblo. En el
tiempo que estuve allí las únicas personas que había eran los mismos borrachos
y el tabernero necrófago, que para variar me contó la historia de siempre -
Cristine se quedó un momento pensando - Recuerdo que al día siguiente vi una
mujer pelirroja entrando en la pensión Rose, no era de allí de eso estoy
segura.
-¡No es nada fuera de lo normal!- interrumpió Arnazi-¡Una
persona sola no pudo haber traído semejante arsenal! ¿Viste si había más gente
o tuviera algún burro de carga? - Cristine lo negó con la cabeza -¡Lo que me imaginaba!
no sirves para nada, te pago con tu libertad para que investigues y para lo
único que sirves es para recibir pollazos -empezó a desabrocharse los
pantalones-¡Ven que te voy a dar tu merecido!
Arnazi cogió de un brazo a Cristine, esta se resistió
pero el jefe era más fuerte que ella y la tiro al suelo. Los papeles volaron
por la habitación a causa del golpe. El jefe había enloquecido, tenia una
mirada penetrante que le recordaba al hombre calvo de las cejas pobladas. Entre
forcejeos Arnazi intentaba quitarle los pantalones a Cristine pero ella no se
dejaba. La muchacha desde el suelo cogió del cuello con sus piernas a su
agresor lleno de ira, desenfundó el cuchillo que llevaba colgando de la cintura
y sin que el jefe pudiera reaccionar le asestó un corte alrededor de la
garganta.
Arnazi cayó muerto en un charco inmenso de sangre.
Toda la habitación estaba salpicada, Cristine aun mas. Nerviosa, con el
cuchillo ensangrentado en la mano <<Si salgo por la puerta estoy
muerta>> pensó. Había matado al jefe de los Trajes Grises, pese al ruido
en el forcejeo nadie había entrado, pero era cuestión de minutos que alguien
entrara, así que Cristine no tenia mucho tiempo para escapar. Buscó entre la
ropa del cadáver y cogió el arma que siempre llevaba Arnazi colgada del brazo.
Solo había una salida, la ventana del despacho. Esta
daba al patio exterior, y aunque estaba lleno de guardias patrullando la
oscuridad de la noche estaba de su parte.
Cristine abrió la ventana con sumo cuidado para hacer
el mas mínimo ruido, la ventana daba a una cornisa estrecha, resbaló y apunto
estuvo de caer cuando apoyó el primer pie en la cornisa, pero pudo aferrarse a
tiempo a la ventana. El miedo y el nerviosismo le producían un temblor
incontrolable en todas sus extremidades.
<< ¡Cálmate Cris!>> pensaba una y otra
vez. Pasito a pasito avanzaba lentamente por la estrecha cornisa, jadeaba como
si de un perro cansado se tratase.
-¡Se lo ha cargado! ¡La puta le ha rebanado el
gaznate!- su tiempo se había acabado, los guardias habían descubierto el
cadáver ensangrentado de Arnazi -¡Esta aquí! ¡Esta aquí!- Cristine observó como
el guardia que antes le había permitido pasar estaba asomado a la ventana a
pocos metros de ella, avisando a los otros guardias señalando hacia su posición.
Una ráfaga de disparos impacto a pocos centímetros de
su cabeza, ninguno la alcanzó.
<<Si me quedo aquí estoy muerta>> Cristine
miró al suelo, solo veía oscuridad y desesperación, pero concia el lugar y
sabia estaba una altura de dos plantas
aproximadamente. Sin pensarlo dos veces saltó. Aterrizó en un contenedor lleno
de basura y escombros. Un dolor inmenso empezó a subirle por el hombro.
Había caído sobre su brazo derecho, el impacto hizo
que se le dislocara el hombro.
-¡Ha saltado! ¡La muy zorra ha saltado!- todo el mundo
debía saber lo acontecido por los gritos que se escuchaban. No tenia a donde
ir, no sabía por donde escapar. El único modo de salir sin ser vista por los
guardias de las murallas, era a través del alcantarillado. Aunque no los conocía,
y seguramente las criaturas que pudiera encontrar por aquel laberinto le proporcionarían
una muerte mas que segura. En cualquier caso era mejor que quedarse allí y
esperar a que los guardias la apresaran. Si no escapaba una muerte lenta y
dolorosa le esperaba, acompañada de cientos de humillaciones y violaciones.
<<Abría sido mejor dejarme violar por aquel
viejo verde>> pensaba, pero ya era demasiado tarde y no había tiempo para
lamentarse. La entrada al alcantarillado estaba en la zona iluminada de la
prisión. Debía ser rápida y tener mucha suerte para que no la alcanzara ninguna
bala o algún guardia que merodeara por la zona.
<< ¡Puedo hacerlo! ¡Solo son unos
metros!>> Cristine respiró hondo, necesitaba calmarse si quería alcanzar
la trampilla que daba acceso a las alcantarillas.
Agachó la cabeza y empezó a correr, ráfagas y ráfagas
de disparos sonaban, como si fuera un castillo de fuegos artificiales. Una bala
atravesó limpiamente su hombro dislocado y la hizo caer al suelo.
Casi lo había conseguido, quedaban pocos centímetros,
no podía abandonar ahora, la trapilla estaba abierta -¡Cerrar la trampilla!-gritaron
los guardias. Cristine se levanto con dificultad sobre su mano izquierda. No
podía mover el brazo derecho aunque tampoco sentía dolor alguno, no tenia
tiempo de pensar en el dolor de las heridas.
Con un poco de impulso saltó dentro del orificio. El
golpe contra el suelo de la alcantarilla la dejó aturdida.
Tenía la vista nublada, las gafas rotas por las múltiples
caídas. Una vez pudo recuperar el sentido se vió caminando sin rumbo por el
alcantarillado. Los disparos habían cesado, solo se escuchaba el sonido del
gotear de las tuberías.

Clavó la aguja sin pestañear, esta vez ya sentía el
dolor. El liquido helado y traslucido empezó a correr por sus venas, observó
como la herida dejó de sangrar. Aunque seguía sin poder mover el brazo,
necesitaba alguien que la ayudara a colocarle el brazo en su sitio.
Se acurrucó contra la pared, estaba cansada y
magullada. No pudo contener las lágrimas, lloró y lloró como un niño recién
nacido.
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