Menu

lunes, 27 de enero de 2014

CAPÍTULO VIII - NO, POR FAVOR



CRISTINE




No sabía cuántas horas habían pasado desde su entrada en las alcantarillas. Le dolía la cabeza, sentía frio, los ojos rojos como la sangre de tanto llorar y el brazo inmóvil.

No tenia a donde ir, tampoco conocía el camino para salir. Estaba desorientada las alcantarillas eran un laberinto. Desde estas se podía ir a cualquier sitio, algunas incluso conectaban con estaciones de metro abandonadas en su mayoría. Las guerra y el paso del tiempo habían provocado derrumbes en algunas zonas que bloqueaban los caminos y accesos.

<< Si me quedo aquí moriré de hambre >> Temblorosa Cristine se puso de pie. Apunto estuvo de volver a caer, pero finalmente pudo mantener el equilibrio. Tenia sed y el único agua lo tenía situado a sus pies. Delante de ella pasaba un riachuelo por el cauce de la alcantarilla. El agua era marrón y no sabía de su procedencia, pero tampoco podía permitirse el lujo de buscar agua embotellada por aquellos lares.

Con dificultad consiguió agacharse, sentía todo el cuerpo magullado. Se acercó un poco de agua a la nariz, el olor era nauseabundo, debía de proceder de algún desagüe. Tomó el primer sorbo, no sabia tan mal como olía.

Antes de poder tomar el segundo observó como una sombra se acercaba hacia ella a gran velocidad. Pasó por debajo de uno de los focos que iluminaba la alcantarilla y pudo comprobar que no se trataba de una persona. Era un humanoide de unos dos metros de altura, complexión fuerte, manos grandes con los dedos unidos por ancas, ojos de reptil y ausencia de nariz, piel húmeda y escamada color azul marino, muy parecido a un pez pero con silueta humana.

Se acercaba a Cristine a gran velocidad emitiendo constantes chasquidos que hacia al golpear la lengua con la parte superior del paladar.

- ¿Que quieres de mi? - grito Cristine al humanoide. La respuesta que obtuvo fue un fuerte golpe con la mano aleteada que la dejó aturdida y la mando a unos metros de distancia.

No había tregua, ella estaba tirada en el suelo, inmóvil, el humanoide emitía el chasquido cada vez con más intensidad. Le puso un pié en la garganta y empezó a estrangularla. Notaba la angustia, la presión que el enorme pie ejercía sobre su pequeño cuello. Le faltaba muy poco para perder el conocimiento, la vista se le nublaba cada vez más, sentía como el fin de sus días estaba cerca. Finalmente lo único que alcanzaba a ver era una nube blanca delante de sus ojos. No sentía nada.
Hombre pez


Estaba todo oscuro, sentía pequeños golpecitos en el pecho, estos eran cada vez más intensos, hasta que empezaron a producir dolor. Despertó de un sobresalto, estaba tirada en el suelo y lo único que podía hacer era toser, pero los golpes habían cesado.

- ¡Dichosos los ojos que te ven!- escuchó. Tenia la vista nublada, la voz era de varón, le resultaba familiar pero no recordaba quien podría ser. << Genial, me han pillado>> fue lo primero que se le pasó por la cabeza.

-¿No me recuerdas?- decía una y otra vez el hombre desconocido. Cristine pronto recuperó la vista y pudo ver a la persona que tenia enfrente.

-¿Tu? ¡No por dios! ¡Esto debe ser el infierno!- gritó. Aquel hombre no era un desconocido.

-¡Tranquila no voy a hacerte daño! ¡Esta vez no! Mira- señaló a su derecha. Allí yacía el cuerpo inerte del humanoide que había intentado acabar con la vida de Cristine. Tenia un agujero enorme en el pecho, sin duda un balazo había acabado con la vida de aquel ser.

-¿Que haces tu aquí? ¿Porque me has salvado?- aquella misterioso personaje era Mosarreta, el hombre que antaño intentó violar a Cristine y que ella le dejo parapléjico de cintura hacia abajo de un cuchillazo en la columna. Sentado en silla de ruedas, tenía un rifle viejo apoyado en sus piernas. Nunca olvidaría aquel rostro, calvo, cejas pobladas, ojos marrones, aunque llevaba una barba bastante poblada, la vez que intentó violarla iba bien afeitado. Vestía un jersey antiguo de rayas coloreadas con pantalones vaqueros desgarrados y sucios.

-Eso mismo me preguntaba yo - fue la primera respuesta de Mosarreta - Eres la última persona a la que me gustaría ver, pero me vales mas viva que muerta. Vamos que la cena se enfría, la tienes ahí en el suelo- señaló el cadáver del humanoide.

- ¿Quieres que me coma eso?-

- ¡Nooo! Primero hay que cocinarlo, lo que quiero es que lo cojas y me sigas.

El humanoide debía pesar más de cien kilos, aunque hubiera estado en plenitud de sus fuerzas Cristine no podría levantarlo, menos aun con un hombro dislocado.

-¿Y como voy a levantar eso?- preguntó Cristine.

- Si no puedes lo arrastras - una risa burlesca se le escapó. No se fiaba un pelo de aquel hombre aunque estuviera en silla de ruedas, aunque era mejor opción intentar arrastras aquel peso muerto y seguirlo que quedarse allí sola, así que cogió con su mano sana por uno de los brazos del cuerpo y empezó a arrastrar como pudo.

- Tranquila esta zona esta asegurada, tengo marcados todos los pasillos que he recorrido y estamos cerca del ultimo campamento donde estuve - aquellas palabras la tranquilizaron, aunque seguía sin fiarse. No pasaron ni diez minutos cuando llegaron a lo que debía ser el campamento antes mencionado. Parecía un antiguo trastero para guardar herramientas de mantenimiento del alcantarillado, un rincón cerrado con verjas metálicas al cual se accedía por una puerta central del mismo material. Había sillas de metal oxidado por la humedad, una hoguera apagada, escobas, conos de plástico, aspiradores llenos de polvo y telarañas, estanterías metálicas vacías, cajas contenedoras de munición, una esterilla acolchada de playa que parecía ser la cama, cajones de metal y unos cuantos tablones de madera.

Estaba todo bastante ordenado.

-¡Bienvenida a una de mis humildes moradas!- le hizo un gesto a Cristine con la mano para que entrara. Todo aquello le resultaba extraño ¿Como había acabado un hombre en silla de ruedas en aquel lugar? La ultima vez que tuvo noticias suyas estaba encerrado en uno de los calabozos del Notocar ¿Habría conseguido escapar?

Cristine entró primero, arrastrando el cadáver con sus últimas energías, acto seguido el hombre en silla de ruedas. Una vez dentro cerró la puerta y con dificultad puso dos tablones de madera cruzados a modo de barrera en la puerta.

-Así estaremos a salvo- explicó, acto seguido se dejo caer en el suelo y se sentó al lado del cadáver - Vamos a hacer la cena, coge el Zippo y enciende la hoguera.

Estaba tan cansada que tenía dificultad para encender el mechero, la hoguera estaba empapada así que cogió un papel de periódico antiguo que había por el suelo y le prendió fuego. No quitaba la vista de encima a aquel hombre, mientras ella encendía la hoguera Mosarreta destripaba el humanoide con suma facilidad.

- Ahí van dos solomillos, pínchalos con esos palos y apóyalos en la hoguera - le tiró dos pedazos enormes de carne de humanoide, y las puso conforme las instrucciones que había recibido. A simple vista tenían un aspecto horrible, pero conforme se cocinaban al fuego desprendían un aroma agradable cada vez más fuerte.

Pasaron unos momentos sin mediar palabra, Mosarreta no le prestaba atención, solo se dedicaba a masajearse las piernas sentado en el suelo - Cuando quieras puedes servirte - dijo señalando los trozos de carne.

Cristine cogió uno de ellos, estaba cansada y muerta de hambre. El primer bocado le supo a gloria, era la mejor carne que había probado en mucho tiempo, tierna, jugosa y con un toque agridulce.

- ¿A que esta cojonudo? - Mosarreta interrumpió el silenció con aquella pregunta, pero ella solo asintió con la cabeza - Seguramente te preguntaras como acabe aquí ¿verdad? - Cristine volvió a asentir con la cabeza, estaba demasiado ocupada devorando aquel jugoso trozo de carne y le era difícil responder con la boca llena - Con la ayuda de mi compañero de celda conseguimos escapar una noche aprovechando el cambio de guardia. Entramos aquí por el mismo agujero que tu supongo. El murió a manos de una de las abominaciones que intentó acabar con tu vida. Ya no se ni el tiempo que llevo atrapado aquí en este puto agujero. Si es de noche o de día, y todo por tu culpa, gracias a ti soy un puto tullido atrapado en una silla de ruedas metido en un puto agujero sin salida.

-¡Tu intentaste violarme dos veces! ¿Que esperabas que me quedara de brazos cruzados?- la carne le había hecho recuperar las fuerzas casi por completo.

-¿Que te pasa en el brazo?- fue la respuesta que recibió.

- Me di un golpe y creo que lo tengo dislocado.

- Ven y te lo pondré en su sitio, ya no puedo hacerte nada este ya no funciona - señaló sus partes intimas - Visto lo visto nos necesitamos el uno al otro si queremos salir de aquí.

Cristine se acercó con cuidado, sin dejar de mirarle, seguía sin confiar en aquel hombre.

- Esto te va a doler - esas palabras le generaban aun mas desconfianza, pero no le faltaba razón, sabia que dolía mucho porque no era la primera vez que se dislocaba un hombro. Con un tirón seco colocó el hueso en su sitio. Cristine dejo escapar un pequeño gemido fruto del dolor que sentía en ese momento - Ya está.

-¡Gracias!- dijo agradecida, era un alivio volver a poder mover el brazo, aunque lo tenia un poco entumecido.

-¡Me debes tres favores!- fue la respuesta de Mosarreta con tono serio– El primero será ayudarme a salir de aquí, y no intentes escapar, aunque puedas correr la bala es más rápida que las piernas. Ahora a dormir, mañana será otro día.

CAPÍTULO VII - HÉROE ANÓNIMO



GRAN JOHN




Bien entrada la noche, la mayoría de los soldados dormían plácidamente en los barracones del campamento, a excepción del personal que hacia la guardia esa noche. Gran John desde lo alto de una de las torres de vigilancia contemplaba las estrellas, sentado en una vieja silla de metal oxidada.

La torre era de madera, construida por soldados muchos años atrás cuando el "ejército del pueblo libre" decidió levantar un campamento para asegurar la zona del sur de la gran ciudad en ruinas. Había varias construidas por todo el campamento, todas de estructura y altura similar. Esa noche a Gran John, Glanius y Potito les habían asignado la zona de los barracones. Una tarea tranquila, interrumpida en ocasiones por algún sonoro ronquido de algún compañero suyo en descanso.

-Me encantan las noches- susurró Gran John mientras recorría con la mira telescópica en alta definición de su fiel arma las proximidades del campamento.

Con la mira telescópica podía distinguir claramente el rostro de una persona cualquiera a una distancia de quinientos metros aproximadamente.

Alcanzaba el otro lado del rio que había entre el campamento y la parte poblada de la ciudad en ruinas. Observaba a lo lejos lo que podrían ser niños jugando a perseguir una rata que parecía un toro en proporción a los niños. Como la mayoría de niños iban sucios, con ropajes rotos. La camiseta de alguno de ellos era tan grande que perfectamente podrían caber dos. Muchos de los borrachos intentaban dormir la mona en cualquier rincón, pero los gritos y el jaleo de los pequeños no les dejaba pegar ojo. Las palabras no llegaban a oídos de Gran John pero por las gesticulaciones de los hombres podía intuir que les estaban llamando de todo menos bonitos. La escena le provocó una pequeña sonrisa.

Continuó la vigilancia con la mira para asegurarse que no había ninguna amenaza nocturna en su zona. Sin querer encontró la ventana que daba al despacho de Pececito, el jefe del "ejercito del pueblo libre". La luz estaba encendida, Gran John acercó la mira todo lo que pudo. La cabeza del jefe ocupaba toda la mira, nunca había disfrutado de un blanco tan fácil, quieto, tan quieto que parecía dormido, podría acertarle de lleno con los ojos cerrados.

<< Que gustazo me daría desintegrándote la cabeza en estos momentos >> pensó. Tenia la secuencia en la cabeza, el tiempo se ralentizaba, la carga de plasma salía disparada de su cañón Gauss dejando una pequeña estela a su camino y a los pocos segundos impactaba directamente en la cabeza de Pececito después de romper la ventana en mil pedazos, una explosión tan blanca que cegaba dejaba un cuerpo sin cabeza, con el cuello humeante apoyado en la silla.

- ¡Gran John, Gran John! - alguien le estaba llamando en susurros, conocía esa voz de sobra, era su fiel compañero Glanius desde la base de la torre -¡Deja de apuntar al jefe o nos buscaras un buen lio!

<<Algún día...>> Gran John no soportaba las injusticias, menos aun la política que había adoptado el ejercito después de la muerte del fundador.

Glanius subió a la torre. Era un chico alto, de complexión normal, aunque no sabía exactamente su edad, debía estar más cerca de los treinta años que de los cuarenta. Lo más característico era su larga cabellera atada con una cuerdecita, que le daba forma de cola de caballo, negra adornada con un mechón de color blanco. Llevaba debajo del brazo dos botellas grandes de cerveza. Estarían recién sacadas del frigorífico puesto que aun conservaban una fina capa de escarcha.

-¿Sabes que es lo que le paso al ultimo flipado que apuntó con un arma al Pececito?- preguntó Glanius entre balbuceos. Intentaba abrir las botellas de cerveza con los dientes, con un poco de esfuerzo consiguió abrirlas-¿Sabes lo que es un bukake? Pues eso le hicieron entre todos los compañeros del campamento. Y luego fue expulsado de la compañía con una mano delante y otra detrás- Las chapas que cerraban las cervezas le dejaron una pequeña herida en el labio inferior a causa del forcejeo.

-¡Ehhhh...es Glanius que bien se lo monta! ¡Noche tranquila, cervecita fresquita y ahora porrito!

La tranquilidad de la noche se vio interrumpida por gritos de horror procedentes de la ciudad. De un salto Gran John se levantó. Observó a través de la mira telescópica del cañón como una manada de lo que ellos denominaban centauros, se acercaba a la zona civil ante la pasividad de los guardias que vigilaban los aledaños del campamento.

Los centauros eran criaturas que se guiaban por su único instinto, la comida, les gustaba la carne fresca. Eran moles de carne con rostro humano que el mayor de ellos superaría por poco el metro de altura. Carecían de extremidades superiores. Se arrastraban con cuatro pequeñas piernas deformes, lo que los hacia lentos. El mayor peligro emanaba de su boca, formada por una especie de tres tentáculos que segregaban un líquido ácido verdoso capaz de corroer el metal. Eran capaces de lanzar grandes bocanadas de líquido ácido a una distancia considerable.  

- ¡Esos bichos acabaran con la población del exterior del campamento! ¿Nadie va a hacer nada? - la pregunta de Gran John no tuvo respuesta alguna -¡Glanius despierta a Potito! ¡Me da igual lo que pase no pienso dejar que la gente muera a mis ojos!

Glanius asintió con la cabeza y bajo corriendo al cobertizo donde dormía su compañero supermutante.
Monstruo del rio


Gran John observaba como los civiles que disponían de armas las utilizaban contra las abominaciones, aunque estas no eran lo suficientemente potentes para repelerlas y seguían ganando terreno, ya habían cruzado la zona del rio.

Un espectáculo de luces intermitentes procedentes de su caños Gauss empezó a abatir centuriones. Gran John observó como sus dos amigos saltaban la muralla del campamento en socorro de los ciudadanos. Pronto llegaron a la zona conflictiva.

Los supermutantes eran el arma perfecta contra aquellas abominaciones, por su condición los centuriones no se veían amenazados. Potito se dio un festín de golpes y cuellos rotos de centurión. Glanius por su parte partía en dos con su catana los pocos que dejaba con vida su compañero.

Gran John vio interrumpido su espectáculo de luces por un compañero del campamento que le intentaba placar, pero con un fuerte empujón de su brazo derecho lo tiró escaleras abajo. Una vez quiso volver a la acción observo como estaban todos los centuriones abatidos. Los civiles gritaban de alegría, no sabían el nombre de los héroes que les habían salvado la vida, pero todos aclamaban a aquellos desconocidos.

El júbilo de Gran John se vio interrumpido. Estaba rodeado por soldados armados del campamento. Todos los rifles apuntaban hacia su persona, soldado gritó:

-¡Gran John! ¡Baja! ¡No te resistas o morirás!

CAPÍTULO VI - RESACA



HUETER




La boca le sabía a madera, sentía como si la cabeza le fuera a estallar. Estaba tirado en el suelo boca abajo, Hueter no sabia cuantas horas había estado durmiendo en esa posición. Recordaba haber tenido antes esas sensaciones, recuerdos borrosos de la noche anterior, dolor de cabeza, acidez de estomago, leves mareos, debilidad corporal. En ese momento lo recordó todo.

La tarde anterior Jacq le había desafiado a beber, la apuesta doble o nada del pago pendiente por la comida del mediodía.

<< ¿Tengo resaca? >> No recordaba la última vez que había tenido esos síntomas, seguramente antes de la guerra, en alguna de sus muchas visitas a los bares del barrio donde vivía.

- ¿Mucha resaca? - Jacq estaba fuera, sentado en unas escaleras destartaladas de madera que daban acceso al porche. En su mano derecha sujetaba una taza de metal con café recién hecho y en la otra un cigarro casi consumido.

- ¿Que cojones paso anoche? - estaba desconcertado. Parecía ser tarde, a esas horas el bar solía estar lleno, pero ese día la gente había desaparecido.

- La apuesta se alargó y al final nos quedamos solos, te caíste yendo a por otra botella y ya no te volviste a levantar. Así que gané la apuesta.

-¡Imposible!- nadie había ganado nunca a Hueter en las competiciones de beber, su condición de necrófago lo hacia invulnerable al alcohol, poca gente lo sabia, por eso siempre ganaba - ¡Hiciste trampa seguro!

-Al igual que tu yo tampoco me puedo emborrachar. Miento si puedo, pero hacen falta cantidades industriales para que eso pase. Tu pensabas que yo soy como el resto y que acabarías emborrachándome, pero mi hígado es como el tuyo- Hueter se extrañó al oír esas palabras, Jacq no era ningún necrófago, de eso estaba bien seguro - Trabajé de pequeño en unas minas con mucha radiación, extrayendo restos de cabezas nucleares utilizadas en la guerra, sin mas protección que unos guantes agujereados y ropa vieja y sucia. La radiación no era muy elevada, la gente mayor murió contaminada, pero la mayoría de los jóvenes desarrollamos una cualidad. Nuestro hígado había sufrido un proceso como el que sufren los necrófagos, ahora son capaces de absorber y eliminar por completo la radiación del cuerpo sin dejar secuelas a parte de otras muchas propiedades como ser mucho mas resistentes a los efectos del alcohol que el resto de humanos.

- O sea un hombre con hígado de necrófago. Todo ventajas- añadió Hueter.

- Exacto, pero todo tiene un limite. Y efectivamente un necrófago se puede emborrachar, eso es lo que te pasó anoche.

Esas palabras hicieron recapacitar a Hueter, después de todo no era tan diferente a los hombres, quizás el también envejecía. Después de mucho tiempo volvía a encontrarle sentido a la vida.

-¡Podemos sacarle tajada a tu virtud!- comentó -La gente me conoce demasiado y ya no quiere jugar conmigo a doble o nada porque siempre pierden pero contigo es diferente, pueden jugar contigo y les cobraremos el doble, luego tu te llevas tu parte del pastel y bebidas gratis.

-Tío, no quiero pudrirme en un antro emborrachando a la gente. Ya se que el mundo esta echo una mierda pero creo que hay mejores cosas que hacer.

-Bueno, no sé si conoces los casinos que hay al oeste, muy bonitos y con mucho vicio.

-La verdad que no- respondió Jacq. El cigarrillo se había consumido y casi se quemó el bigote, así que tuvo que desecharlo, acto seguido sacó otro del paquete que llevaba en uno de los bolsillos de su chaqueta y se lo encendió- ¿Quieres? - ofreciéndole uno. Hueter se encendió otro, el humo le salía por el cuello al tener poca piel.

-En estos casinos se hacen todo tipo de competiciones, beber, follar, drogarse... cualquier vicio es suficiente para apostar. A los necrófagos no nos dejan participar, pero tu si puedes, podemos ganar mucha pasta- los ojos de Hueter parecían dos platos blancos a la luz del sol.

- Esa idea me gusta mas ¿Viste si volvió mi compañera?

- Hablando del rey de Roma que por la puerta asoma... - señaló hacia el camino que llevaba al pueblo. Poli volvía al bar después de pasar media tarde y toda la noche en el pueblo.

- ¿Donde cojones te habías metido? - pregunto Jacq a su hermana, dándole una calada al cigarro.

-Si te lo cuento no te lo creerás- Poli se sentó con ellos. No llevaba la misma ropa que el día anterior. Vestía una armadura convencional gris metalizada, salpicada de sangre seca. Durante los siguientes minutos solo hablo ella, narró al detalle lo sucedido la noche anterior ante el desconcierto de Hueter y Jacq.

<<Hoy parece ser que no tendré clientela>> intuía Hueter al escuchar lo acontecido la noche anterior. Suponía una perdida importante de dinero, perder una apuesta y tener el bar vacio durante un día.

-Hay un trabajo que quizás nos interese hermano- concluyó Poli.

-¿De que se trata hermana?

-Es un poco arriesgado, me han pedido rescatar tres niños que tienen retenidos en la prisión de la banda de los Trajes Grises...

-...estas chalada- interrumpió Hueter - ¿Vosotros dos solos pretendéis entrar a pistoletazo limpio y sacarlos de allí sin mas? ¡Suerte entonces!-

-Parece que sabes de lo que hablas colega- respondió Jacq -Suena arriesgado pero puede ser divertido. Hoy parece que vas a tener el día libre ¿Te vienes con nosotros? Eh... ¿como decías que te llamabas?

-Hueter, me llamo Hueter. No esperes ir allí tan pronto - Hueter conocía de sobra la prisión. Tiempo atrás estuvo preso, cuando esta aun no era propiedad de la banda de los Trajes Grises. Antaño la prisión había servido como centro para estudiar los necrófagos. Cada vez que recordaba las torturas sufridas se le erizaban los pocos pelos que le quedaban. Le daba muy mala espina la idea de acompañarles en el rescate, pero había algo que le empujaba a acabar de una vez por todas con aquel lugar de sufrimiento - Esta bien, os acompañare - suspiró - Aunque si queremos salir de allí con vida tendremos que ir muy bien equipados y trazar un plan.

- ¿De cuanta pasta estamos hablando? - preguntó Jacq a su hermana.

- Aun no lo sé, Rose la dueña de la pensión fue quien me lo pidió, me dijo que si estábamos dispuestos que volviéramos a hablar con ella.

-Entonces no hay tiempo que perder cuando de pasta se trata- Hueter se puso en pie - ¡Vamos que hace tiempo que no doy un paseo por el pueblo!

Hacia mucho tiempo que las puertas del bar no permanecían todo el día cerradas de cara al público, era su casa y su negocio a la vez.

Poco tardaron en llegar al pueblo, no había rastro alguno de los muertos en el enfrentamiento de la noche anterior. Solo dos hombres de la banda de los Trajes Grises, atados de pies y manos a un palo en el medio de la plaza principal del pueblo, agonizando. Aunque seguían vestidos con sus trajes grises, tenían el rostro quemado por los rayos del sol. Los cuervos que merodeaban por la zona se habían dado un festín con sus ojos. << Menuda lección - pensaba Hueter al contemplar aquella escena- tendrían que haberles cortado las pelotas también>>.

Llegaron a la entrada de la pensión Rose, la puerta estaba abierta. La fachada era de cemento reparada con tablones de madera por doquier. Se podía diferenciar claramente los agujeros y quemaduras producidas por el impacto de los proyectiles.

La primera en entrar en la pensión fue Poli - Deja de follar...- dijo entre risas burlescas.

- ¡Pasa y cierra petarda! - bufó Rose sentada al fondo en su escritorio - ¿Que ya lo habéis pensado?

- ¡Un momento!- interrumpió Jacq - ¿Estamos hablando de sexo? ¿Follas bien?- dejo escapar una sonora carcajada

- ¡Mejor de lo que tu te crees! ¡Y la chupo de vicio! Pero eso no viene a cuento ahora. ¿Vais a ayudarme o no?- volvió a preguntar Rose

- Lo haremos - respondió Poli - pero primero debemos de hablar de los detalles y la recompensa.

Rose cogió una caja de metal que tenia escondida debajo de una de las viejas baldosas de la sala. La puso encima de la mesa y dejo ver su interior. Estaba llena de billetes de antes de la guerra. << Es mucha pasta - pensó Hueter babeando al ver tal cantidad de dinero - matémosla y huyamos con el dinero. >> Lo pensó pero se mantuvo callado en todo momento.

- Hay dieciocho mil de los antiguos euros, seis mil por cada hijo mío que vuelva con vida. Os puedo proporcionar armas y equipamiento que hemos ido guardando todos estos años con cautela para ocasiones como estas- Rose señaló el mueble de cajones cuadrados metálicos que tenia detrás de su escritorio.

Hueter sabia de sobra que el pueblo no era un buen sitio para buscar armas de gran calibre y mucho menos de energía. Tampoco eran fáciles de encontrar los trajes militares como corazas y armaduras. Viendo el arsenal del cual disponía Rose en secreto lo comprendió todo.

Los comerciantes solo ponían a la venta las armas de pequeño calibre, mas aptas para la caza de pequeños animales que para defenderse de un asalto. Guardaban con recelo todas y cada una de las armas de asalto, calibre pesado y de energía que conseguían con mucho sacrificio a través de comerciantes ambulantes.

Por su pasado militar en la guerra, Hueter sabia de lo que era capaz cada arma. Las armas y corazas que les ofrecía Rose no eran precisamente de la elite militar, pero era mucho mejor que el equipo del cual disponía. De todos modos podrían conseguir un buen precio con otros comerciantes para después obtener armas más acordes para la misión en cuestión.

-¿Tu que opinas hermano?- pregunto Poli, la chica pelirroja a su hermano postizo.

- Seis mil por cada hijo y una mamada por adelantado de la dueña de la pensión - respondió Jacq sin titubear.

- ¿Como? - respondió Rose con asombro. Hueter nunca había visto una negociación similar. << Una mamada de recompensa por adelantado - pensó - ¡Quien tuviera polla en estos momentos! >> Le parecía chistoso y excitante a la vez. Por fuera parecía serio pero internamente sus carcajadas resonaban en su cabeza al ritmo de tambores. Tuvo que contenerse mucho para no explotar en una sonora risa.

-¡Bien la tendrás!- dijo Rose, rompiendo el silencio que se había producido en la sala después de la contra oferta de Jacq -¡Pero mas os vale traerme con vida a mis hijos! ¡De lo contrario os perseguiré para cortaros las pelotas hasta en el mismísimo infierno! ¡Tú conmigo!- señalo a Jacq -¡Vosotros fuera! ¡Nos vemos en un rato! ¡La pensión momentáneamente esta cerrada!

Hueter salió en primer lugar, Poli le seguía con cara de incredulidad.

-Chica roja- comenzó mientras se sentaban en un banco viejo que había enfrente de los dos pilones que servían de tortura a los agonizantes miembros de la banda de los Trajes Grises - Esto va a ser muy complicado. Créeme he estado en esa prisión mucho tiempo y se de lo que estoy hablando. Debemos conseguir más personal, mercenarios quizás y mejor equipamiento. Con el que nos ha proporcionado no saldríamos con vida de allí. Se donde conseguirlo. A ver si acaban pronto y podemos ponernos manos a la obra.