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miércoles, 5 de marzo de 2014

CAPÍTULO XV - CAJA DE PANDORA



HUETER






<<La guerra, la guerra nunca acabó>> recapacitó Hueter mientras despertaba con los primeros rayos de sol del día. Recordaba los viejos tiempos, cuando era uno de los mas famosos comerciantes de armas. Su antiguo negocio recibía el nombre de "El Necrófago Errante". Lo tenia todo, munición, armas, comida, bebida, armaduras... caravanas de burros de carga recorrían la región de norte a sur, de este a oeste, tenia contratos con la Hermandad del Rayo y con el Ejercito del Pueblo Libre entre otros. Pero las deudas de juego acabaron de la noche a la mañana con todo.

Le aterrorizaba el hecho de volver a cruzar aquellas puertas y que la caja de Pandora se volviera abrir.

Podrían pasar años y años que las habitaciones del Transtorno seguirían estando igual de sucias. Solían servir como picaderos para que las prostitutas de la calle hicieran sus servicios o que los jóvenes enamorados tuvieran algo de intimidad. Eran de todo menos románticas, corridas secas, colchones con manchas de sangre o agujeros producidos por quemaduras de cigarro, cristales rotos, muebles viejos y todo tipo de basuras, latas, botellas de vidrio, ropa usada... décadas habían pasado sin que el dueño del local Delasno, subiera a limpiar o reparar algún mueble.

A Hueter no le importaba, había dormido en sitios mucho peores. Sin más demora cogió sus pertenencias y bajó al bar. Las escaleras de madera carcomida sonaban a cada paso <<Prefería el sonido de la horrible música que sonaba anoche en el bar>>, las mañanas eran tranquilas en el Transtorno.

Delasno seguía detrás de la barra, tal y como lo dejó la noche anterior antes de subir a la habitación que había alquilado. El alboroto y el continuo desfile de gente bebiendo litros y litros de alcohol había dejado paso a cuatro hombres de avanzada edad, tomando un café y jugando al Texas Hold'em Póker en una de las mesas con sus cigarrillos casi consumidos en un cenicero.

-¡Menuda fiesta tienes montada!-se dirigió a Delasno mientras se sentaba en uno de los taburetes, este limpiaba la barra del bar con un trapo viejo.

-¡La fiesta la tuve yo anoche!- Jacq entraba por la puerta, los rayos de sol procedentes de la calle hacían que fuera difícil distinguirle.

-¿Y estas que horas son de llegar?

-¡Venga no me jodas, pareces mi padre!- vaciló Jacq.

-Por mi edad podría ser tu taratara... abuelo por lo menos- replicó Hueter-¡Tu deja de hacer como si limpiaras y sírvete dos cafés bien cargados de Whisky y algo para comer!- refiriéndose a Delasno que seguía con su empeño por dejar la barra limpia.

Los cafés llegaron cargados de Whisky tal y como había exigido, más bien era una gota de café en un mar de Whisky servido en un vaso de cristal medio agrietado. Para comer dos hamburguesas de carne de vaca transgénica.

Debido a la escasez de animales supervivientes después de la guerra, la mayoría de ellos fueron puestos en cautividad en granjas, mutados con virus transgénicos para conseguir un mayor volumen y acortar el tiempo de cría. Por esta razón era muy difícil ver animales tal y como eran antes de la guerra.

-¿Y mi hermana?- preguntó Jacq mientras probaba la hamburguesa.

-Se la habrán comido las cucarachas- bromeó, el dueño del Transtorno cogió la indirecta y también dejo escapar una carcajada.

Jacq terminó rápidamente su desayuno y subió en busca de Poli. Hueter por el contrario se quedó saboreando el Whisky manchado de café <<No es como el mío pero también vale>>.

-aquí tienes, espero que vuelvas bien cargado de chapas y pagues tus deudas, de lo contrario ya sabes lo que te espera- susurro Delasno deslizando sobre la mesa las identificaciones para acceder al Luxury Odín. Eran rectangulares como una especie de tarjeta, pero más gruesas, en la parte trasera unos apliques para colgarlas en servoarmaduras o armaduras metálicas. Hueter se las guardo rápidamente en uno de los bolsillos, era mejor no ir mostrándolas por las calles de Penélope.

Poco después bajó Jacq con su hermana apoyada en el, susurraban algo pero Hueter no llegaba a comprender que decían, Poli tenia un aspecto pálido.

-¿Que le ha pasado? ¿Viste una cucaracha mutante o que?- quiso averiguar.

-Algo no le ha sentado bien, solo eso- respondió Jacq con rostro serio- Tabernero ponle una de esas hamburguesas.

Hueter observaba a Poli mientras esta comía lentamente la hamburguesa, algo no iba bien, lo notaba pero nadie decía nada al respecto, así que decidió actuar como si nada pasara.

La hamburguesa al parecer le sentó bien, observaba como después de desayunar Poli había recuperado su color natural.

-¿Jacq?- llamó a su compañero, este hurgaba con sus dedos un trozo de carne de hamburguesa que se le había quedado enganchado entre los dientes mientras que con la otra mano sujetaba el cigarrillo a medio consumir- Hay que trazar el plan- Jacq asintió con la cabeza- Coge estos dos pases, vosotros dos entrareis primero. Actuar como si fuerais pareja, tu hazte el borracho y ella que te aguante como tu la aguantabas cuando bajasteis, a ser posible pon la misma cara. Entrar en el casino la Teta de la Suerte, no te costará encontrarlo, en su fachada tiene un cartel luminoso con un pecho dibujado. Una vez estéis dentro busca el bar, creo que esta en la segunda planta, de todos modos hay carteles que lo indican. Ya en el bar espera a verme por allí, una vez me veas reta al hombre mas gordo que veas. Los gordos son los que mas chapas tienen o ¿como iban a estar así de bien alimentados?- hizo una pausa para reírse de su propio chiste- Sigue estas instrucciones al pie de la letra y muy importante no dejes de hacerte el borracho. El resto déjamelo a mi.

-Entendido hacerse el borracho y beber. Vámonos al paraíso hermana- Poli y Jacq salieron por la puerta, ella parecía haberse recuperado por completo pero Hueter seguía con la mosca detrás de la oreja, algo escondían.

Momentos después se despidió de todos los presentes en el Transtorno y enfiló el camino rumbo al Luxury Odín. Las calles de Penélope camino a los casinos seguían llenas de gente, el mercadillo volvía a estar abierto. Los comerciantes negociaban con los compradores y viceversa. Era como lo recordaba. Después de tantos años no había cambiado nada, a excepción de la gente. Cuando el negociaba por la zona conocía a todos los comerciantes, no había puesto en el que no le saludaran al pasar. Ahora Hueter era un desconocido y la mayoría de habitantes de aquella ciudad también lo eran para el.

Fumando un gran puro mientras paseaba llegó a las puertas del Luxury Odín <<aquí me tienes>> se dijo mientras miraba con rabia los altos casinos que sobresalían por encima de aquellas puertas. Custodiándolas había seis robots. Cuatro de ellos haciendo un estrecho pasillo al quinto, que era el encargado de comprobar la autorización o las chapas disponibles. El sexto estaba situado en la parte superior de la puerta.

-¡Buenas tardes forastero!- dijo el robot del centro del pasillo. Todos eran iguales, con aspecto de humano, robusto, color blanco brillante, las articulaciones eran de goma negra, tenia tres dedos en cada mano, los brazos mas cortos que un hombre finalizaban en unos grandes y redondos hombros, el torso pequeño y abombado, piernas delgadas con pies en forma de grandes botas, la cabeza era una seta blanca con dos ojos azules sobre un fondo vertical negro. A simple vista no iban armados, pero Hueter sabia de sobra que debajo de aquellas grandes manos de tres dedos guardaban un autentico arsenal-¿Autorización? ¿Declaración de fondos?- fueron las opciones que dijo el robot centinela. Su voz sonaba a altavoz metálico.

-Autorización- respondió con toda seguridad Hueter. Acto seguido sacó la gruesa tarjeta que le había dado anteriormente Delasno, el robot se acercó a su posición, con un pequeño rayo de luz azul fluorescente escaneó la autorización.

-Sugo Zaccaro autorización 027692XP64 puede pasar. ¡Que se divierta!- gritó el robot apartándose a un lado.

<<Divertirme... serás hijo de puta>> Las puertas se abrieron automáticamente, una vez dentro de las murallas que separaban el Luxury Odín de Penélope estas inmediatamente se cerraron.

Era como antaño, habían pasado muchos años desde su última visita. Parecía que el tiempo no pasaba en aquel lugar. Putas borrachas bailando medio desnudas por las calles, traficantes de droga haciendo su agosto con gordos ricachones ludópatas, jóvenes vestidos de traje a la entrada de cada casino gritando a los cuatro vientos las maravillas del juego, carteles y mas carteles luminosos con el símbolo del euro, acompañados todos de la palabra "suerte" o "fortuna". Lo que mas había llamado la atención a Hueter era lo limpias que estaban siempre las calles, la basura era el mayor enemigo del Luxury Odín.

No dió ni dos pasos cuando un robot centinela se acercó a toda velocidad, llevando en brazos a un hombre adulto. El robot paso de largo, el hombre pataleaba como un niño pequeño maldiciendo aquel lugar <<Otro arruinado>>. Como si de un saco de basura se tratase el robot lo echo fuera del Luxury Odín.

Allí estaba, aquella infernal edificio con la teta de neón en la fachada <<Que poca imaginación tuvo el propietario de este casino>>. Los casinos conservaban en su mayoría los nombres originales, la Teta de la Suerte había sido reconstruido después de la guerra y el nombre no se correspondía con el original.

-¡Pase caballero! ¡En la Teta de la Suerte tenemos el mejor topless, los cócteles mas exquisitos y un sinfín de...!-

-...deja de contarme gilipolleces y déjame pasar- interrumpió Hueter con arrogancia al chico que anunciaba el casino.

-¡Por supuesto señor! ¡Que tenga buena suerte!- respondió el chico con toda educación sin perder nunca la sonrisa en su rostro.

El sonido de las maquinas tragaperras, el golpeo con un taco de madrera a las bolas de billar, el chocar de la bolita metálica contra la ruleta, el sonido de las cartas al barajarse, aquel ambiente le aceleraba el corazón y lo llenaba de rabia, aunque antaño le producía cierta excitación. <<Si tuviera una bomba volaría este tugurio sin pestañear>>.

Era una sala enorme, sin pilares. El suelo de mármol marrón estaba tan reluciente que parecía un espejo. Las paredes revestidas de un verde pistacho tenían cuadros pintados a modo de cenefa, cuadros de motivos religiosos con relieves dorados, algunos de los cuadros habían sido seriamente dañados estos se sustituyeron por pinturas de mujeres desnudas jugando a juegos de casino. Las ventanas cubiertas por cortinas de terciopelo amarillas con figuras hechas en hilo dorado. El techo estaba a gran altura, tenía pintado un cielo un tanto singular. Los Ángeles eran mujeres castañas con alas blancas y pechos enormes totalmente desnudas. Del techo colgaban cinco grandes lámparas doradas de cristal con forma de araña iluminadas por centeranes de bombillas en forma de vela. 
ruleta vieja




Al fondo de la sala estaban situadas las mesas de Póker, Black Jack y el Mus, a la derecha dos filas paralelas de maquinas tragaperras en el centro de la sala mesas de ruleta y un poco mas apartadas mesas de billar. Finalmente a la izquierda un poco escondidas, las taquillas para poder realizar el cambio de monedas o chapas a fichas propias del casino, sin fichas del casino no se podía jugar ni apostar a nada, cada casino disponía de las suyas propias.

Hueter cambió todas las chapas que disponía por fichas. El cajero un hombre joven con barba de pocos días y rostro serio muy amablemente le dió el cambio, un total de dos mil fichas, equivalentes a cuatro mil chapas que era la suma del dinero que disponían Jacq, Poli y Hueter.

Al dado de las taquillas, a la derecha de Hueter estaban situados los ascensores, funcionando en perfecto estado. Pocos lugares tenían el privilegio de disponer tal maquinaria en funcionamiento. <<Mejor no cansarse>> aunque solo fuera una planta decidió darse un corto viaje en ascensor.

Lleno de espejos, una pantalla táctil que indicaba que contenían las diferentes plantas. La primera el salón de juego, la segunda el bar, de la tercera a la décima el hotel, la undécima el restaurante y las siguientes nueve plantas estaban encriptadas con lo cual no se podía acceder sin el código de seguridad.

Ninguno de los presentes subió con Hueter, todos se quedaron esperando al próximo ascensor. <<Capullos, ni que vosotros fuerais una obra de arte>>, las puertas se abrieron en la segunda planta. El decorado era idéntico al salón de juego, a excepción de la barra del bar que ocupaba la zona central. Las ventanas al carecer de cortinas dejaban entrar los rayos del sol y en un día como aquel se agradecía ver una sala tan iluminada. Los rayos del sol reflejaban en las botellas del bar, el licor que mas abundaba era el whisky, la ginebra, el ron y la cerveza, los colores de las botellas junto al reflejo de los rayos del sol producían un efecto multicolor que incitaba a beber.

Las mesas de guerra de bebidas estaban situadas junto a las ventanas, Hueter pidió un whisky con hielo y acto seguido se dirigió hacia las mesas para apostar según su plan.

Poli se encontraba sola, sentada en una mesa simulando estar hasta las narices de su marido borracho << ¡El plan funciona, que buenos actores!>>.

Hueter comprobó como Jacq le había visto acercarse sin dejar de hacerse el borracho, diciendo tonterías;

-¡Veeengaaa, te reto a b... b... beber!- enfrente Jacq tenia un hombre gordo, bastante alto para estar sentado, por su apariencia parecía que la silla era la de un niño pequeño. El hombre reía a carcajadas dejando ver las múltiples caries que habían invadido su boca.

-¡Tu lo has querido!- respondió el hombre gordo en tono burlesco -¡Sitraaannnggg!

<<Menudo suicidio>> pensó Hueter al oír las palabras de aquel pobre iluso. El Sitrang era una bebida creada después de la guerra a base de pólvora de cartucho de escopeta, absenta de noventa grados, orujo y un toque de Hacencola Titanium, un refresco de antes de la guerra con un color verde fosforescente que con los años se descubrió que era radiactivo y se dejo de comercializar debido a sus efectos nocivos.

-¡Hagan sus apuestas señores!- voceó uno de los camareros. Como había previsto todo el mundo apostaba en contra de Jacq.

-¡Estas fichas a favor del pequeño!- Hueter dejó las fichas sobre la barra donde se encontraba situado el camarero. Este una vez contadas las fichas le devolvió un papel arrugado, en el cual escribió con un bolígrafo "pequeño cuatro mil", sellado con el logotipo del casino.

-¡Se acabaron las apuestas!- el camarero salió de la barra, puso dos vasos y una botella de Sitrang en medio de la mesa donde estaba sentado Jacq enfrente el hombre gordo- ¡Hay un bote de cincuenta mil doscientas treinta y cuatro fichas!¡El diez porciento queda para el local en concepto de comisión y pago por la bebida servida, otro veinte porciento se lo quedara el ganador en concepto de premio por la victoria, el resto se dividirá en partes proporcionales al dinero apostado por los acertantes de la apuesta!- hizo una pausa para beber un trago de agua-¡Las reglas son las siguientes!¡Los participantes tienen que beber a la vez!¡El primero que vomite o desfallezca pierde!¡Cuando se acabe una botella se permitirá a los participantes ir al baño acompañados por el juez!¡A mi derecha Jacq y a mi izquierda Brutoczki!¡Que empiece la competición!

El camarero que hacia de juez sirvió los dos vasos, al primer trago Jacq hizo una mueca << ¿Esta fuerte colega?>>, por el contrario Brutoczki ni se inmutó <<No te hagas el fuerte que por dentro estas ardiendo>>. La gente animaba sin cesar a ritmo de traga, traga, traga. Aquello parecía un circo romano más que una competición por ver quien era el más borracho.

La primera botella acabó, tanto Jacq como su contrincante se quedaron en el asiento. Hueter notaba como el grandullón sudaba sin parar. La segunda botella también cayó en el gaznate de los dos borrachos, Jacq bebía mas despacio, su contrincante empezaba a mostrar síntomas de embriaguez, las manos le temblaban y aunque bebía de un trago le costaba tragar. Siguieron sin levantarse de la silla.

Brutoczki tenía sus gordas piernas cruzadas, síntoma de que le costaba aguantarse las ganas de ir al baño, pero la tercera botella ya estaba servida.

A la mitad de la tercera botella Brutoczki estaba con los brazos apoyados en la mesa, haciendo verdaderos sacrificios para no caer, tenia la mirada perdida, empapado en un mar de sudor.

Jacq dejó escapar un fuerte eructo <<No potes mariquita>> pensó Hueter al oír como retumbaba en la sala. Pero solo fue eso. El siguiente vaso Brutoczki volvió a beberlo, se quedó inmóvil con la mirada perdida, con el rostro pálido y sudoroso. Desfalleció encima de la mesa, rompiéndola y tirando todo lo que había encima al suelo ante la mirada pasiva de Jacq que terminaba su vaso victorioso. El grandullón tenía los pantalones empapados y el vómito le salía sin cesar de su boca.

Poli fue en busca de su amado falso, este mostraba también síntomas de embriaguez pero ni mucho menos como los de su contrincante.

-¡Y el ganador es Jacq!- grito el camarero que hacia las veces de juez. Todos los apostantes abucheaban y maldecían la perdida de sus fichas, todos menos Hueter.

Contento con una sonrisa que le dejaba ver hasta las muelas del juicio fue hasta la barra a cobrar su apuesta.

-¡Que suerte caballero! Es el único que apostó a favor de aquel pequeñajo. ¡Aquí están sus fichas!

<<Cuanta pasta>> babeaba mientras recibía el montón de fichas por parte del camarero.

Se sentía poderoso de nuevo, bajó rápidamente al salón de juego intentando no ser visto por el resto de apostantes, esta vez cogió las escaleras para no tener que esperar el ascensor.

En el salón de juego todos los sentimientos del pasado le volvieron a la cabeza. Tenia casi cuarenta mil fichas en los bolsillos y nadie para controlarle <<Solo el pico para redondear y ya esta>>. El corazón le palpitaba a gran velocidad, la poca piel que le quedaba sudaba como el gordo mientras bebía. Las manos le temblaban, inconscientemente estaba acercándose cada vez mas a las mesas de ruleta.

-¡Basta!- gritó. Todo el mundo se quedó mirándole y al momento la normalidad volvió a inundar la sala. << ¡Vencí!>>, esta vez el corazón le palpitaba de emoción. Había conseguido vencer al casino, por una vez salió de este con las chapas cobradas y lo mas importante con mas dinero que cuando entró.

martes, 18 de febrero de 2014

CAPÍTULO XII - LIBERTAD



JAMES BLACK






El Luxury Odín era un lugar al cual solo tenían acceso ciertos privilegiados que disponían de autorización o personas con un buen saco de chapas debajo del brazo dispuestos a fundírselas en los casinos.

El caso de Penélope era bien diferente. El hambre y la pobreza gobernaban la ciudad.

James Black trabajaba como mercenario en la compañía "Los Viajes Al Paraíso" o como sus compañeros decían "Los VAP". Su trabajo consistía en proteger y llevar con vida a los futuros pobres a las puertas del Luxury Odín. Futuros pobres porque la mayoría iba con los bolsillos llenos de chapas y volvía por el mismo camino pero con telarañas. Muchas eran las veces que había estado en las puertas de acceso pero nunca las llegó a cruzar.

El camino era peligroso puesto que podían ser asaltados en cualquier momento por ciudadanos de Penélope, si creían que los VAP llevaban encima objetos valiosos o chapas. Muchas eran las vidas que James Black llevaba a sus espaldas. Todo a cambio de un sueldo que le daba para comer una vez al día y dormir en una cama.

La tarde fue tranquila, solo cuatro clientes sin ninguna muerte. Momentos antes un tipo el cual no conocía, de estatura media baja, bastante fornido con pintas de militar salvo por su pelo largo, llamado Jacq, le había propuesto un trabajo fuera de las murallas de Penélope. Pero en su condición no podía permitirse el lujo de abandonar la ciudad.
Mercenario negro


Al finalizar el turno en vez de irse a la pensión de siempre James Black decidió buscar a Jacq. Quizás pudiera ayudarle a salir de la ciudad.

La dirección que había tomado aquel hombre solo tenía un destino posible

El "Transtorno" tal y conforme le comento Jacq antes de seguir su camino.

No fue difícil encontrar aquel antro. Por suerte o por desgracia James Black se conocía Penélope como la palma de su mano.

Una vez dentro observó como Jacq el hombre del pelo largo bebía una cerveza acompañado por una mujer de pelo rojizo. Ambos disfrutaban del pésimo espectáculo que estaba ofreciendo el conocido humorista Bjarme Risa. El apellido no le hacia justicia puesto que generaba pocas risas entre los espectadores.

Entre pisotones y disculpas James Black consiguió llegar a la mesa donde estaban sentados Jacq y la mujer pelirroja, comentaban algo que no tenia nada que ver con el show de Bjarme.

-No lo se hermana, tenemos que actuar con suma cautela como hasta ahora, esto no va a ser fácil- susurraba el hombre de pelo largo.

-¿Jacq?- interrumpió James Black -¡Jacq he venido a hablar de negocios contigo!

-¡Hombre a ti te conozco! ¡El mercenario negro que no sale de la ciudad!- respondió Jacq girándose sobre la silla para ver quien le estaba llamando- Toma asiento hombre y bébete una a nuestra salud.

James Black se sentó a la izquierda de Jacq dejando libre el otro asiento para no tapar el espectáculo de Bjarme con su presencia. No pidió nada para beber, fue directamente al grano, no tenia tiempo que perder.

-¿De que se trata el trabajo que me ofrecías esta tarde en el puesto de los mercenarios?- comenzó James Black.

-Antes de contarte nada tenemos que saber que contamos con tu colaboración- el hombre de pelo largo no le quitaba ojo, por otra parte su compañera no hacia el menor caso, se dedicaba a beber de su cerveza y a entretenerse con los chistes de mal gusto del humorista.

-No es que no quiera salir de esta maldita ciudad. Pero hay un pequeño problema que me retiene aquí- se hizo un pequeño silencio. James Black llevaba un pañuelo de color azul marino bordado con tribales, con el dedo índice lo bajó unos pocos centímetros dejando al descubierto un collarín MK65. Llevaba al cuello un collarín de preso del antiguo mundo.

-¿Y eso?

-Es el motivo por el cual no puedo salir de esta apestosa ciudad- James Black llevaba viviendo en Penélope desde que era un niño de unos pocos años -Cosmi Turbas es el dueño de la compañía "Los Viajes al Paraíso"...

-¿Y que tiene que ver eso con el collar que llevas al cuello? ¿Eres su perro?- interrumpió Jacq.

-Mas o menos- aquello le incomodaba, perros es como llamaba Cosmi Turbas a sus trabajadores- No trabajamos allí por gusto. Nos paga una mísera y nos tiene encadenados como perros. Este collar explotaría si intentara adentrarme en el Luxury Odín o salir de la ciudad.

-¿Y no puedes quitártelo?- por sus preguntas James Black sabia que Jacq no tenia ni idea del funcionamiento de los collarines.

-Si me lo quito soy hombre muerto igual. El único modo es que uno de vosotros me ayude esta noche a apagar el emisor de frecuencia que controla los collarines. Yo no puedo puesto que si me acerco mucho al emisor el collarín explota. Ya sabéis medidas de seguridad para presos.

-Te encargas tu hermano- por primera vez la mujer de pelo rojizo abrió la boca, aunque fuera para dirigirse a su hermano.

-¿Donde se supone que esta ese trasto?- aporto Jacq, parecía dispuesto a ayudarle.

-¿Recuerdas el puesto donde me has hablado esta tarde? Es el edificio trasero. Tengo que volver echando leches para no levantar sospechas. Ven cuando finalice la ultima función del Transtorno, yo estaré esperándote fuera, donde el puesto de contratación, haz como si me contrataras, tranquilo no te cobrare nada. Si me liberas os acompañare gustosa y gratuitamente allá donde os dirigís, al fin y al cabo me estarás dando la libertad.

Jacq asintió con la cabeza. James Black había conseguido alguien que le ayudara a liberarse de aquel collarín, que durante tantos años había llevado al cuello. Acto seguido salio con paso firme y rápido en dirección al puesto de contratación para seguir con su labor.




domingo, 29 de diciembre de 2013

CAPÍTULO I - EL TABERNERO BORRACHO



HUETER


-¡Pfff...! ¡Era una tarde de mierda, en un día de mierda, en mi trabajo de mierda!- Eran siempre las palabras con las que Hueter empezaba a narrar el día en el que empezó todo. -¡Lo recuerdo como si fuera ayer! ¡Y eso que ha llovido desde entonces! Bueno, no tanto... ¡Tú ya me entiendes!
Hueter era un hombre bonachón, algo loco pero sin maldad, aunque su vocabulario incitara a pensar todo lo contrario. Tenía la cara desfigurada, con poca piel debido a la "enfermedad", como él lo llamaba. En la cabeza solo tenía un largo mechón de pelo rubio, que era el reflejo de la cabellera que lucía antes de que la "enfermedad" fuera desfigurándole el cuerpo con el paso de los años. Estaba de pie detrás de la barra frotando un vaso con un trapo que, más que limpiarlo, lo ensuciaba, pero él no desistía en su empeño de dejarlo reluciente.
-Ese día hice horas extras. ¡A qué mala hora se me ocurrió decir que sí a la zorra de mi jefa! ¡Si lo llego a saber me quedo en casa durmiendo la mona!- Hace muchos años, cuando Hueter era joven, le gustaba mucho frecuentar los bares. Se tomaba su botellín de cerveza con su respectiva tapa en cada bar de su barrio. Después de todo lo pasado decidió hacer de su afición su vocación. Un día de tantos de su vida vagando por las ruinas de lo que debía de ser Móstoles encontró un local abandonado. Carecía de un buen techo para poder cobijarse, pero la noche estaba al caer e ir por aquella zona era peligroso a esas horas. No tenía puerta que cerrara, pero los hostales estaban muy lejos y no tenía mucha mercancía con la que comerciar para poder conseguir una habitación, así que decidió pernoctar allí. Cuando entró vio que en realidad era un bar abandonado, con la típica barra, taburetes, un billar y muchas mesas circulares rodeadas de sofás en forma de media luna. Todo estaba cubierto de telarañas y una buena capa de polvo. Desde el momento en que vio ese escenario no se movió de allí, y durante los días siguientes buscó material para hacer un techo y se encargó de quitar el polvo y demás suciedad para montar allí su bar.
-Las comunicaciones se cortaron, no funcionaban los teléfonos- decía con voz pausada -. ¡Y en pocos momentos la luz se fue y se escuchó una explosión muy fuerte que por poco nos dejó sordos!- A Hueter le gustaba mucho contar su historia del día en que cambió el mundo tal y como lo conocemos ahora.
-¡Oye, tú, marica sin cola, deja de contar batallas de la abuela y ponte otra ronda, que esa historia me la sé de memoria!- le dijo uno de sus habituales parroquianos en tono burlón. Hueter cogió la botella verde, que contenía un whisky que solo él sabía de donde procedía. Nunca le había dicho a nadie dónde lo conseguía, pero tenía fama de ser el mejor -o uno de los mejores- de la zona.
-¡Boca chancla!- gritó Hueter -. Sabes que esto es radiactivo, y al paso que vas llegarás a cuatro patas a casa. ¡Eso si llegas!- dijo en mitad de una carcajada. A Hueter, cuando reía, se le veía mucho más la dentadura que a cualquiera, debido a su "enfermedad". Sirvió otro trago en el mismo vaso del que había bebido su parroquiano la anterior ronda y siguió contándole la historia a la chica que estaba sentada en la barra; bebía un vaso de agua embotellada y escuchaba sin decir palabra. - ¡Inmediatamente bajamos a la última planta del garaje! ¡Teníamos miedo!- narraba moviendo los brazos aireadamente una y otra vez - Fue lo primero que pensamos en ese momento pero creo que fue un error, aunque posiblemente otra opción diferente hubiera sido peor. El caso es que al poco de estar abajo todos los compañeros, otra vez se escuchó una explosión, ¡boom!, y el techo se derribó dejándonos encerrados allí.
La muchacha, una mujer joven de cabello oscuro, con unas gafas antiguas unidas por el centro con un trozo de esparadrapo, se quedó atónita e invitó a Hueter con un gesto de su mano a seguir narrando su historia.
-¡Esos días fueron los peores de mi vida!- dijo Hueter con un tono esta vez más serio-. Pasaron muchos días hasta que pudimos salir, no teníamos casi comida, la poca que había era de las máquinas expendedoras escondidas entre los escombros. La gente moría de hambre o deshidratación, pero eso no era lo peor. ¿Tú ves mi rostro ahora? Pues empecé a quedarme así desde aquel día. ¡Mira!- Hueter sacó de un bolsillo del lado izquierdo de su camiseta una foto anterior a las explosiones. -¡Este era yo!
La chica se quedó con los ojos abiertos como platos.
-¡Venga ya! ¡Ese no puedes ser tú! ¡Si esa foto debe de tener como doscientos años! ¡Ese tío debe de estar ya más muerto que...!
-¡Nada! ¡Créetelo! Es de las pocas cosas que este desfigurado podrá contarte sin que sea mentira- interrumpió el parroquiano que anteriormente le había pedido otra ronda.
-¿Tú qué te crees? ¿Que me quedé así por arte de magia?- continuó Hueter; la chica no volvió a mediar palabra-. Uno de los beneficios de mi enfermedad -dijo haciendo un movimiento con los dedos que simulaban unas comillas- es la longevidad. Aún no conozco a nadie con mi mismo problema que haya muerto de viejo. Sí con un balazo en la cabeza, o reventado por alguna mina, y otros se han vuelto locos y depravados, pero de viejo ninguno.
Dejó de hablar un momento para servirse otro chupito que se bebió de un trago. Le cayó un poco por la comisura de lo que antes eran sus labios y continuó.
-¡Tranquila, que yo no me puedo emborrachar! ¡Otro beneficio!- Soltó una carcajada un tanto siniestra-. Los días pasaron, y los que no morimos empezamos a sentir cambios en nuestro cuerpo: el pelo se nos caía poco a poco, la piel la teníamos como si hubiéramos pasado un día entero en la playa sin ponernos protección solar, cada día que pasaba teníamos menos apetito… y eso solo fue el principio. Semanas después, cuando otra explosión cercana abrió un boquete entre los escombros, pequeño pero suficiente para que pudiéramos pasar, conseguimos salir a la superficie. La mayoría de las personas murieron, y los pocos que sobrevivimos vimos cómo la piel empezaba a caérsenos como si de escamas de peces se tratara... -Hueter suspiró-. ¡En fin, si quieres saber cómo sigue esta historia pásate otro día y te invito a la primera, que si te la cuento entera ya no volverás! Je...je...je...
La muchacha asintió y mostró su sonrisa. ¡Qué diferencia había con la de él, aunque tuviera los dientes un poco amarillentos!
La tarde transcurrió tranquila. Poco a poco el bar se fue quedando vacío hasta que solo quedaron él y su fiel parroquiano, que había pasado toda la tarde bebiendo y jugando a las cartas, aunque parecía que aún no había tenido bastante.
-Peiton, tío, vienes poco pero cuando vienes dejas una buena caja y una colección de botellas vacías- dijo Hueter riendo.
-Pu...pu...pues a ver ahora quién me lleva a casa...-respondió el parroquiano con claros síntomas de embriaguez. Peiton era un hombre de mediana edad de pelo largo, barba canosa y poco arreglada. Iba un par de veces por semana al bar, pero cuando iba siempre salía el último y con serias dificultades para caminar. Hueter se sentó con él en una parte del sofá pegado a la mesa, abrió otra botella en la que solo quedaban dos vasos justos de whisky y sirvió uno para cada uno.
-¡Venga!- dijo con voz alta mientras servía-. Este es el último y te acompaño a casa, que a estas horas y con el pedo que llevas seguro que no llegas. ¡Mira!- dijo señalando la ventana-. Ya es de noche, y ya sabes lo que eso significa.
-¡Sssíii!- respondió Peiton.
Terminaron de un trago su último whisky y se dispusieron a salir.
-¡Espera!- dijo Hueter frenando en seco-. Voy a coger la play, no vayamos a encontrarnos alguna sorpresa por el camino.
Hueter pasó un momento detrás de la barra del bar y se agachó. Sujetada por dos alcayatas estaba su vieja escopeta, una Stonecoat con culata de madera y doble cañón de acero, que siempre lo acompañaba cuando no estaba en el bar.
-¡Hale! ¡Ya podemos irnos!- gritó, y Peiton asintió con la cabeza-. ¿Tú tienes tu pipa o la has perdido?
Hueter vio cómo Peiton se levantaba la camisa y señalaba hacia su cinturón, donde tenía su pistola, una Beretta M92FS del calibre cuatro guardada en la funda.
Salieron del bar y Hueter cerró con un portazo. Fueron por un camino de piedras que había justo delante del local. Hueter iba fumándose un cigarro mientras su parroquiano caminaba mirando al suelo, concentrado en no caer. Era una noche cálida, el verano estaba a la vuelta de la esquina, había pocas nubes y se veían muchas estrellas en el cielo aunque no había luna.
En la oscura noche no se veía a nadie, solo ellos dos caminando en silencio.
-¡Espera!- dijo Hueter poniéndole una mano en el pecho a su parroquiano para que se detuviera-. ¿Has oído eso?
-¿El qué?- respondió Peiton con dificultad.
-¡Viene de ahí!- Hueter señaló a unos arbustos que se movían a su derecha. Peiton sacó su pistola y apuntó hacia ellos tambaleándose.
-¡No dispares!
Aunque sus palabras no sirvieron de nada: Peiton empezó a disparar. Una de tantas balas dio en la cosa que estaba haciendo que se movieran los arbustos y se escuchó un gemido.
-¡Bravo! Te has cargado una rata. Ja...ja...ja...- dijo Hueter entre carcajadas-. Te dije que no dispararas para saber primero lo que era y has vaciado un cargador para matar una triste rata. Me vendrá bien para uno de mis estofados. ¡Mañana menú del día!- No podía parar de reír-. ¡Anda, ve! Tu casa está ahí delante, pásate mañana por el bar y te pagaré por salvarme la vida ante tal abominación.
El alcohol había afectado demasiado a Peiton, el cual intentaba reír aunque no podía, y mediante grandes esfuerzos llegó a su casa. Hueter esperó a lo lejos para ver si entraba o no. Y cuando Peiton estuvo dentro dio media vuelta, cogió la rata muerta y emprendió el camino de regreso al bar.
Puto borracho, pensó. Al menos tenemos una presa fresca para mañana.
Cualquier animal era bueno para poder llenar la panza. Y para comerciar, si era fresco, mejor aún. Hueter sabía cocinar cualquier presa, siempre con la misma salsa y con un sabor muy parecido. Igual cocinaba un día una rata y al otro un trozo de cabra que sabían prácticamente igual.
La noche era más oscura a cada momento. Iba mirando el ejemplar cazado por su parroquiano: era grande, aunque estaba sucio y lleno de sangre.
¡Una rata!, pensaba. Cómo se nota que se acerca el verano: estos bichos solo salen al exterior cuando hace calor.
Solo habían transcurrido unos minutos desde que habían salido del bar hacia casa de Peiton, pero a Hueter le pareció que hubiera estado toda la noche paseando. Abrió la puerta de su bar: estaba todo tranquilo. Había pasado de la alegría del día a la soledad de la noche y eso lo deprimía. Ser longevo y no envejecer tenía sus ventajas, pero le había dejado graves secuelas físicas. Hacía mucho tiempo que no sabía lo que era ser amado, ni tener relaciones sexuales aunque pagara, ya que carecía de órganos genitales. La gente que le importaba moría y el mundo en el que vivía era de todo menos alegre. Pobreza, guerras, asesinatos, violaciones... Había visto demasiado de todo y muy poco cambio desde que aquella guerra casi aniquilara a la humanidad.
Se sentó en el porche de su bar. Aquella noche no tenía sueño. Como casi ninguna noche. Sacó un puro de su colección, se lo encendió con el Zippo y le dio una buena bocanada. Entre el humo y la oscuridad de la noche casi no veía el camino que cruzaba por delante de su bar.
-¡Mierda de vida!- dijo en voz baja; al fin y al cabo nadie le iba a oír. Tenía una pistola amarrada debajo de su silla por si surgía alguna emergencia; la despegó y apuntó a una lata que había encima de una piedra, a unos veinte metros de distancia. Disparó y dio de pleno. Cada vez tengo mejor puntería, pensó.
Se quedó mirando fijamente la pistola durante un momento. La puso apuntando a su cabeza.
En esos momentos le pasaron por la mente muchas imágenes de su longeva vida: su primer amor, su prometida a la que perdió en el momento en que cayeron las bombas; el repentino cambio en su físico, las batallas de las fronteras, las torturas en el norte del valle atomizado, los amigos que dejó atrás. Le entraron muchas ganas de apretar el gatillo y acabar con todo, pero en el último momento se arrepintió.
-¡Mejor otro día!- dijo, y empezó a reír con mucha fuerza. Dio otra bocanada al puro y siguió-. ¡Aún tengo que acabar de contarle la historia a la muchachita de la sonrisa bonita!