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sábado, 30 de agosto de 2014

CAPÍTULO XXXIII - NIÑERA





JAMES BLACK



-¡Ponme otra!-gritó al camarero, un hombre mayor que intentaba ligar a la otra punta de la barra con una de las prostitutas del local. James Black buscaba consuelo en el fondo de un vaso de Whisky vacío. Cada vez estaba más convencido de que no encontraría lo que buscaba en ese antro, y mucho menos emborrachándose hasta perder la conciencia. Pero el olor a mujer y el alcohol, ayudaban bastante a olvidar el mal trago que supuso ver como todas aquellas personas desaparecían engullidos por la nube que generó la explosión del cohete. El cohete que aquel malnacido soldado del Notocar disparó contra el grupo.
<< ¡Espero que ese hijo de puta muriera también en la explosión!>>, se repetía una y otra vez refiriéndose al soldado.
Un grupo de personas incluyéndole a él y tres niños que a la postre, serían los niños que tanto interés tenían en encontrar Jacq y el necrófago quedaron aislados en aquel oscuro túnel. La explosión hizo que un aluvión de escombros bloqueara el acceso, por lo que les fue imposible buscar más supervivientes. Solo les quedó cruzar los dedos para no tener que vérselas con ninguna criatura e intentar salir por el otro lado del túnel.
James Black lideró la expedición de regreso a la superficie, pero la suerte no estaba de su lado ese día. Dos moradores de las cloacas les atacaron por sorpresa, la escasa munición y los palos que muchos de los supervivientes llevaban por armas no fueron suficientes para repeler la amenaza. Las abominaciones hicieron presa a un pobre desgraciado que por mucho que el resto de humanos intentaran ayudarle golpeando a las bestias, no pudo escapar de sus garras. James Black nunca olvidaría el sonido de la piel desgarrándose y los gritos de aquel hombre a manos de los moradores mientras el resto de supervivientes corrían sin mirar atrás.
-¿Aun no has bebido suficiente forastero?-preguntó el camarero con el ceño fruncido.
-¡Tengo mucho que olvidar!
Una vez en la superficie y gracias a la buena orientación de Perfecto, uno de tantos habitantes de Mostonia que había sido víctima de las capturas de la banda de los Trajes Grises, encontraron una senda segura evitando cualquier posible amenaza. Aquel hombre, un mercader en decadencia a causa de las drogas, conocía la zona como si fuera la palma de su mano.
Por las historias que contaban los supervivientes, aquel pueblo había sufrido el azote de la codicia de la banda de los Trajes Grises. Todos ellos eran habitantes de este pueblo levantado de la nada, que por desgracia estaba demasiado cercano a la prisión donde los malnacidos integrantes de la banda habían decidido asentar su base.
-¡Mientras pagues no tengo nada que objetar!-dijo el camarero mientras rellenaba el vaso. James había perdido la cuenta, ya no sabía cuántos vasos había tomado aquella solitaria noche, en aquel antro de mala muerte. Tampoco sabía cuántas meretrices habían intentado seducirle para cobrarle por echar un polvo, aunque ninguna lo había conseguido. Aquella noche no se sentía atraído por ninguna mujer.
-¡Menos mal que te encuentro!-dijo Gala Macarra a sus espaldas, al principio pensaba que era otra de las prostitutas, pero rápidamente reconoció su voz-¡Pensé que te habías marchado del pueblo!
-¿Y a donde voy a ir?-dijo con tristeza-¡No tengo dinero, no tengo amigos, no tengo casa donde cobijarme!-dio un largo trago al Whisky-¡Que cojones hago yo en este puto mundo!
-¡Todos tenemos alguna función en este mundo!-Gala lo miró con cara de sentir lástima-¡Gracias a ti los pequeños volvieron sanos y salvos!
-¡Pero murió mucha gente en aquella encrucijada!
-No te tortures de esa manera. No fuiste tú quien apretó el gatillo, no tuviste nada que ver con la muerte de aquellas personas, y tampoco fuiste quien los hizo presos- las palabras de Gala aliviaron su pesar.
Al llegar a Mostonia la alegría inundó las calles de aquel decadente poblado, abrazos, besos, lágrimas de felicidad para los que volvieron a su hogar y para sus familiares, excepto para los tres niños. Después de tanto tiempo alejados de los brazos de su madre, estaban como locos por volver a ver a Rose, pero los cálidos abrazos como solo una madre sabe darlos nunca llegaron. Se quedaron horas y horas delante de la pensión, acompañados por James esperando a una madre que nunca llegó. Gala se enteró tarde de la noticia al estar en su puesto del mercado, en cuanto se hizo sabedora cerró la tienda de inmediato y fue en busca de los pequeños. A partir de ese momento Gala se hizo cargo de ellos, con la esperanza de que Rose volviera pronto, pero habían pasado varios días y nadie parecía saber nada de su desaparición.
-¿Cómo te han dejado entrar aquí?-preguntó James extrañado. En la puerta había un cartel en el cual se especificaba que solo estaba permitido el acceso a mujeres que trabajaran en aquel local, las palabras exactas eran "Solo pueden entrar las putas". Que el supiera Gala no trabajaba como prostituta por lo que su presencia en aquel antro no le cuadraba.
-No lo sabe casi nadie, pero el dueño es mi hermano-respondió Gala con voz bajita-Aunque no sea una furcia yo si puedo entrar.
-¿Y porque me buscabas?
-Los mercaderes ambulantes andan diciendo que el Notocar ha sido reducido a cenizas, pensé que te alegraría saberlo.
La noche mejoraba por momentos, las palabras de Gala le hicieron ver que aun existía la justicia en el mundo y avivaba esperanzas de que sus compañeros Jacq y Hueter, después de todo sobrevivieran y fueran los causantes de impartir tal correccional.
-¿No se ha sabido quien fue?-preguntó con intriga.
-¡No!-Gala se encogió de hombros-¡Tampoco de las personas que estaban presas!
-¡Ya entiendo!-James sabía que Gala no le buscaba solo para darle la buena noticia-¡Lo que queréis es que vaya allí en busca de Rose! ¿No es así?
Gala asintió con la cabeza. Levantó la mano y pidió otras dos copas de Whisky a su hermano. James Black sin darse cuenta, había agotado hasta el último sorbo de su copa.
-¡La última y os dais el piro que me espantáis a la clientela!-protestó el camarero mientras servía las copas en dos vasos limpios.
-¡Descuida, que ya nos vamos!-dijo Gala dejando caer un montón de chapas sobre la barra, suficientes para pagar el gasto en Whisky de James-Nuestro pueblo necesita guerreros como tú, echa un vistazo y corrobora la información de los mercaderes. A cambio, construiremos una bonita choza para que puedas formar parte de nuestra pequeña comunidad. 
Una casa, aquello era el regalo más bonito que le podrían haber hecho después de que Jacq le regalara la libertad.
-¡Trato hecho!-era la primera vez en toda la noche que James Black sonreía.
De repente un ensordecedor grito seguido de múltiples disparos interrumpió aquel agradable momento.
-¿Que cojones ha sido eso?-protestó el camarero.
-¡Ha venido de fuera!-gritó Gala. Aquello alertó a todos los presentes en el prostíbulo, sacaron sus respectivas armas y salieron a las afueras para ver que había pasado.

Solo las prostitutas quedaron adentro, James miraba con preocupación cuanto le rodeaba, al ir desarmado se sentía como si fuera desnudo. Todo estaba demasiado tranquilo, hasta que un hombre vestido con una extraña servoarmadura blanca, apareció en una esquina de la calle principal del pueblo.
-¡Rendíos en nombre de la Pena del Alba!-gritó el extraño a lo lejos.
-¿Y si no lo hacemos que pasara?-preguntó uno de los parroquianos del burdel.
-¡Lo haréis a la fuerza!
No debió pensarlo detenidamente aquel desgraciado, la muchedumbre procedente del prostíbulo abrió fuego sin darle tiempo a reaccionar.
-¡Valiente imbécil!-espetó otro de los parroquianos.
-¡James ahí tienes un arma!-dijo Gala señalando hacia el hombre muerto.
La esquina estaba lo suficientemente cerca como para no separarse mucho del grupo. James seguía sin fiarse de la situación, seguramente habría más locos como aquel hombre, sueltos por el pueblo. Cuidadosamente se acercó hacia la posición del extraño acribillado a balazos. Al coger el arma, un rifle táctico SVU, James Black comprobó que estaba fría, no había sido disparada recientemente por lo que aquel desgraciado no era el causante de los disparos que escucharon en el bar.
De la nada amaneció otra bala pasando a escasos centímetros del brazo con el que sujetaba el arma e impactando en uno de los tablones de madera, que constituían la pared de una de las casas cercanas.
Asustado y con claros síntomas de embriaguez corrió dando tumbos sin saber hacia dónde se dirigía, para ponerse a cubierto. En su carrera tropezó con un viejo coche abandonado, empotrándose contra el asiento del copiloto.
Pataleó durante un breve periodo de tiempo hasta que pudo quedar sentado. Desde el interior del coche observó detenidamente por la mira telescópica del rifle que le había sustraído al cadáver momentos antes. Comprobó como dos hombres, vestidos de igual forma que el anterior, disparaban desde el tejado de una de las casas colindantes a la calle del burdel. Tenía un buen ángulo y si no fuera por la borrachera que llevaba encima lo más seguro es que ahora mismo ya estuvieran los dos muertos.
Tranquilamente dejó caer el rifle en el salpicadero del coche, apoyado sería más fácil que centrara el disparo. James Black volvió a observar por la mira telescópica y centró el disparo en la cabeza de uno de los atacantes del tejado. Apretó el gatillo, la explosión sonó con contundencia en el cañón del rifle y el hombre se precipitó desde lo alto de la casa. James no pudo ver como se estrellaba en el suelo porque la fachada le tapaba la vista, en cualquier caso el alcohol no había mermado tanto su puntería.
El otro individuo inmediatamente se puso a cubierto. Desde su posición se hacía imposible que James Black pudiera alcanzarlo.
<< ¡Porque te escondes capullo!>> Sigilosamente salió del coche, la tensión del momento estaba haciendo que la borrachera pasase más rápido de lo que lo habría hecho en condiciones normales. Pegó su espalda contra la pared de una casa en ruinas al lado del coche abandonado. Sin separarse un milímetro de la pared se deslizó poco a poco hacia la casa donde se encontraba el segundo individuo. Conforme se acercaba a la zona James Black escuchaba cada vez más fuerte los disparos, seguramente Gala y el resto de parroquianos del prostíbulo estarían en un fuego cruzado con aquellos indeseables desconocidos.
Al asomar la cabeza por la esquina de la casa, donde supuestamente estaba el compañero de su víctima, James vio que estaba en lo cierto. Algunos parroquianos yacían muertos en el suelo, otros, entre los cuales se hallaba Gala se atrincheraban en las inmediaciones del burdel y resistían como podían los ataques de cinco hombres vestidos con aquella extraña armadura blanca.
Parecían iguales, todos calvos, vestidos igual y con las mismas armas. Lo único que los diferenciaba era el tono de su piel, algunos eran más oscuros que otros aunque se hacia difícil distinguir con la oscuridad de la noche. Los extraños estaban en inferioridad numérica, pero su potencia armamentística era diez veces la de Gala y el resto del grupo. Lanzaban granadas aunque con poca puntería, ninguna llegaba a alcanzar la posición del grupo de Gala, que esperaba agazapado la oportunidad contraatacar.
<< ¡Solo no voy a poder con los cinco!-James tenia buen ángulo de tiro, aunque en su posición actual era un blanco fácil, podría matar a uno, quizás dos, pero acabaría acribillado por el resto-¡Si consigo acceder al tejado y acabar con el otro ganaré una posición muy ventajosa respecto a los enemigos!>>
El acceso a la casa estaba en la misma calle donde tenía lugar el tiroteo, los hombres de servoarmadura blanca habían avanzado su posición dejando la puerta sin cubrir. Aquella circunstancia la aprovechó James Black, que sin llamar la atención entró a gatas en la casa.
Allí vivían personas, había restos de comida sobre una mesa de plástico en medio del salón. La escalera en uno de los laterales de la casa daba acceso a la planta superior, con sumo cuidado James comenzó a subir, intentando no pisar demasiado fuerte para no hacer el más mínimo ruido.
En el siguiente piso contempló con horrores los cuerpos sin vida de un matrimonio sobre una vieja cama grande. Habían muerto abrazados, de un balazo el hombre y de otro, la mujer. La sangre aun era fresca, seguramente aquellos malnacidos fueran los causantes de tal asesinato.
<< ¿Hasta cuándo voy a tener que ver tanta maldad?-se repetía una y otra vez-¡Seguramente hasta el fin de mi existencia!>>
Desde el tejado se escucharon varios tiros, el otro individuo seguía allí arriba. No podía arriesgarse a asomar la cabeza, seguramente el asesino estaría agazapado vigilando la salida. Al comprobar que el techo era de madera le vino una idea a la cabeza.
<< ¡Te vas a enterar!>>, armó el rifle y apuntó hacia el techo, James esperó a que el asesino disparara de nuevo o hiciera algún ruido para poder localizar su posición. El disparo no se hizo esperar, inmediatamente James apretó el gatillo varias veces hacia el origen del sonoro disparo. El asesino gritó de dolor y la parte del tejado donde estaba situado cedió a causa de los grandes agujeros creados por el arma de James.
El cuerpo sin vida del individuo yacía entre los escombros, con varios impactos en las piernas y otro certero en la cabeza a la altura de la nariz, el único lugar donde carecía de protección, << ¡Ni hecho aposta!>>, vaciló. Registró a conciencia el cadáver en busca de más munición u otras armas. James no tuvo que esmerarse mucho, aquel tipo tenía munición de sobra como para acabar con todo el pueblo, granadas y un machete bien afilado.
Al ver la coraza con la que vestía aquel hombre una idea le vino a la cabeza. Todos vestían con la misma servoarmadura, era como un uniforme, podría vestirse con la misma para así confundir al enemigo.
Cuando intentó desprender al cadáver del uniforme, James Black se dio cuenta de que no tenía ni la más remota idea de cómo funcionaba aquel artefacto. No parecía tan sencillo como bajar una cremallera o desabrochar unos botones. Nada indicaba como desenfundar aquel traje. Cansado de darle vueltas al cadáver James Black desistió, limitándose a meterse en los bolsillos tanta munición y granadas como pudiera.
Cargó las dos armas y con los bolsillos repletos de balas y unas cuantas granadas subió al tejado de la casa. Rápidamente se asomó a una barandilla la cual daba a la calle donde estaba teniendo lugar el tiroteo. Los atacantes habían adelantado aun mas su posición, uno de ellos había sido abatido, yacía muerto en medio de la calle con un disparo en la cabeza. Por el bando de Gala, parecía que solo quedaban con vida su hermano, un parroquiano de barba y pelo canoso y la misma Gala. James desde su posición divisaba varios cuerpos sin vida pertenecientes a hombres del prostíbulo, pero faltaban algunos.
El tiempo apremiaba y no era momento de contar cuantos faltaban, inmediatamente apoyó las dos armas en la barandilla. No tenía suficiente fuerza para sujetar ambos rifles cada uno con una mano y mucho menos para disparar, aquella era la mejor manera de utilizarlos a la vez. Apuntó como mejor pudo hacia el grupo de bandidos que acechaba el pueblo, sin pensarlo dos veces, apretó los gatillos de ambos rifles. El retroceso del primer disparo a punto estuvo de desmontarle el tinglado y tirar la barandilla abajo, pero pudo sacar fuerzas y mantener la posición.
Todas las balas impactaban en el suelo, al darse cuenta, los asaltantes intentaron esconderse, pero al desplazarse se cruzaron con la línea de tiro de James. Uno a uno fueron cayendo, los trajes protegían casi la totalidad de los impactos, aunque no eran de acero. James disparaba sin contemplaciones, una bala alcanzó la yugular de uno de los atacantes que murió desangrado en el acto. Después de varias decenas de balas la servoarmadura de otro terminó por ceder y este acabó acribillado. El hermano de Gala alcanzó a otro con su Mágnum de un disparo certero en la cabeza.
Finalmente el último individuo que quedaba en pie consiguió esconderse detrás de un contenedor de basura. El rastro de sangre que dejó a su paso revelaba que estaba herido. Era mucha sangre por lo que no duraría mucho con vida.
James Black soltó uno de los rifles y bajó a toda velocidad a la calle para buscar al individuo y acabar con él de una vez. Gala y su hermano se acercaban caminando, mientras el tercero se había quedado agazapado detrás de unos bancos metálicos con su pistola en la mano.
Al llegar al contenedor James Black lo apartó de una patada, el hombre quedó tendido en el suelo. Tenía una bala en una de las axilas y varios impactos en la servoarmadura.
-¡No me matéis!-gritó con voz temblorosa-¡No por favor noooo!
James puso el rifle en la frente del hombre, en medio de sus ojos, sin dejar de mirarlo a la cara apretó el gatillo. El impacto hizo saltar por los aires los sesos de aquel desgraciado.
-¡Que has hecho!- grito Gala corriendo hacia él.
-¿Tu qué crees?-pregunto con voz vacilante-¡Acabar el trabajo!
-¡Podríamos haberle hecho cantar y que nos dijera quien le envía!
-¿Y que mas da eso?-protesto el hermano de Gala-¿Vas a ir a matarlos con tus propias manos Gala?
-¡No Yoyo pero...!
-¡No hay peros!-interrumpió el hermano que al parecer se llamaba Yoyo-Este maldito pueblo está acabado, cuando parecía que nos habíamos librado de unos aparecen otros y así desde que existe. Creo que la mejor opción sería mudarse a otro sitio.
-¿Estás loco?-preguntó Gala con los ojos llenos de ira.
-¡Calmaos por favor!-James intentó quitarle hierro al asunto-¿Habéis pensado en buscar ayuda?-antes del ataque Gala le había dicho que en este pueblo hacia falta más gente como él y no se refería a esclavos precisamente. Lo que Gala buscaba eran soldados, mercenarios quizás.
-¡Ayuda dice!-bufó Yoyo.
-¡James tiene razón!-el rostro de Gala se iluminó de repente-¡Seguro que si pagamos debidamente al Ejército del Pueblo Libre nos mandaran soldados para protegernos!
-¿Y vas a poner tu el dinero para pagarlos?-Yoyo parecía no querer entrar en razón-¡No estoy dispuesto a gastar mis chapas por proteger esta mierda!-escupió al suelo-¡Mis putas pueden follar donde sea, por ahí no paso!
-¡Tranquilo, tengo la solución!-dijo Gala, James se había convertido en un mero espectador en aquella conversación-¡Hay alguien que se molestara por eso, siempre y cuando vuelva!-recapacitó durante unos momentos-¡Que cojones! ¡Si ya no lo necesita! ¡James acompáñame!

jueves, 14 de agosto de 2014

CAPÍTULO XXXII - MATAR O MORIR







ACERO



Un calor insoportable que crecía por momentos imperaba en aquella jaula hecha con restos de troncos de madera y piedras.
A simple vista la estructura de la celda parecía endeble, pero después de intentar destruir sin éxito alguno de los barrotes Acero desistió.
Había perdido la noción del tiempo, ya no sabía cuantos días llevaba encerrada en aquel cuchitril.
La comida era escasa y asquerosa. Por la mañana un hombre viejo y calvo, vestido con harapos que apestaba carne de mutajabalí podrida, le llevó un cuenco de comida. << ¡Comida porque lo digan ellos!>>, protestó Acero en su interior al ver la pasta viscosa que contenía el cuenco. Era la misma mierda que le servían todos los días.
Tenía tanta hambre que comería cualquier cosa, pero estuvo a punto de vomitar la poca comida que aún le quedaba en el estómago al acercarse la comida a la nariz y olerla.
-¡Esa basura no se la comen ni los perros!-dijo el hombre en tono burlón al ver la reacción de Acero, los pocos dientes que le quedaban eran de un color amarillo intenso-¡Aunque después de varios días sin comer acabas comiéndote hasta la mierda que cagan los jefes!
Acero le dio una patada al cuenco, la comida acabó desparramada en el exterior de la jaula y el recipiente hecho en mil pedazos.
-¡Eso no les va a gustar a los jefes!-<< ¿Y a mí que me importa lo que le guste o no a tus jefes viejo chiflado?>>
El viejo abandonó la zona maldiciéndose a sí mismo y a todo lo que le rodeaba.
Hasta la fecha siempre se había encargado de traer la comida el carcelero, un hombre alto corpulento de pelo enmarañado y que apestaba bastante a sudor. Siembre mostraba claros síntomas de embriaguez, Acero suponía que ese día la resaca estaría golpeándole con contundencia la cabeza con lo cual, el carcelero habría enviado a aquel pobre desgraciado para hacer sus menesteres, de todos modos independientemente de quien trajera la comida esta continuaba siendo un asco.
<< ¿Como pude dejar que me metieran en este agujero?>>, lamentó mientras apoyaba los brazos sobre los barrotes de madera de su jaula. No era la única prisionera, mirara hacia donde mirara solo veía celdas como la suya, ninguna de ellas vacía. Hombres, mujeres, niños, sin duda sus captores eran negreros, comerciaban con esclavos a cambio de chapas supuestamente para financiarse la tecnología con la que se equipaban la mayoría de ellos. La Hermandad del Rayo o el Ejercito del Pueblo Libre tenían el control de casi toda la tecnología de la región que había sobrevivido a la guerra, a Acero le resultaba muy extraño que estos individuos dispusieran de tal equipamiento.
<< ¡Quizás vengan de alguna otra región!-recapacitó-¡Pero que mas da de donde vengan!>>
Tenía tanta sed que por momentos sintió un leve mareo, cada vez tenía más claro que no saldría de aquel infierno con vida, la idea de ser vendida como esclava la atemorizaba, antes prefería podrirse en aquella jaula.
-¡Levántate!-el carcelero borracho estaba situado enfrente suyo al exterior de la jaula acompañado por un hombre vestido con un traje negro del antiguo mundo. Su pesadilla se levantaba ante sus ojos. Aquel extraño hombre no llevaba ninguna coraza que le cubriera, escondía sus ojos detrás de unas gafas de sol reparadas a mano, iba muy bien peinado, con la piel tan pálida y tan limpia que no parecía ser de este mundo-¡Esta zorra tiene bastante mala leche!-las axilas no eran lo único que le apestaba al carcelero, su aliento a carne podrida mezclada con el alcohol olía incluso peor que la bazofia que le servían para comer.
<< ¡Como siga hablando este tío me acostumbrare rápidamente a la comida!>>
-¿De dónde la habéis sacado?-pregunto el extraño hombre dirigiéndose al carcelero con rostro serio.
-¡Guyomard y sus hombres se la encontraron merodeando a las afueras del Notocar!
-¿Un mercenario?-el hombre sonrió levemente-¿Cuánto vale su cabeza?
Aceró bajó la vista atemorizada, aquella pregunta la hizo estremecerse, no se fiaba un pelo de nadie. Ninguna persona en su sano juicio saldría al desierto con semejante traje de tela si no fuera con un ejército de hombres a su espalda. Este hombre tenía el poder que solo otorgan las chapas, quien sabe de lo que sería capaz de hacerle sin que ella pudiera poner resistencia.
-Es guerrera, o al menos eso parece. El rey Penalba cifró en dos mil chapas su cabeza-la presentación ante el rey como dijo Guyomard cuando él y sus secuaces la tomaron presa, fue en la jaula donde Acero se encontraba encerrada. Penalba se acercó a la celda y le puso precio como esclava. No le permitieron levantar la vista, Acero pasó aquel breve instante con la vista fija en el suelo. Solo alcanzó a ver las botas que el rey vestía, unas botas blancas, relucientes sin una pizca de suciedad.
-¡Me parece justo!-el tono del hombre misterioso cambió por completo, parecía contento con la compra que había realizado-¡Ya tengo campeona!
<< ¿Campeona?-aquellas palabras la desconcertaron>>
El carcelero echó mano de unas llaves que llevaba colgando de un cinturón hecho con una ancha cuerda, con un sencillo movimiento de muñeca abrió el cerrojo de la celda.
Acero vio su oportunidad de escapar. Comenzó a correr embistiendo duramente al carcelero, este cayó al suelo dándose un violento golpe en la cabeza contra una roca que sobresalía del suelo. No había dado ni dos pasos más cuando una fuerte descarga eléctrica la derribó. Desde el suelo Acero observó como su nuevo propietario sujetaba con la mano derecha una porra eléctrica, un arma que no llegaba a ser letal de primeras, pero que varias descargas consecutivas podrían freírle el cerebro a cualquiera.
-¡Levanta esclavo!-gritó su dueño guardando el arma en la pernera derecha del pantalón-¡Me has costado demasiado cara como para freírte la cabeza tan pronto!
De espaldas al suelo Acero dudó entre hacerle caso o arrebatar contra el aunque fuera su vida en ello. Finalmente esa idea desapareció de su cabeza, mirando fijamente a su dueño Acero tímidamente, se puso en pié.
-¡Vamos no me hagas perder más el tiempo!
Su nuevo dueño comenzó a andar a paso ligero, Acero le seguía de cerca. Este caminaba por los caminos de piedra improvisados que los esclavos propiedad del ejército de la Pena del Alba habían construido.
Era un lugar gigantesco, una base construida allí donde antes no había nada. Durante los interminables días que había pasado encerrada en la celda, Acero comprobó como centenares de esclavos trabajaban sin descanso construyendo nuevos edificios. Cuando los que estaban trabajando desfallecían los sustituían por los esclavos recluidos en las jaulas, dejando a los anteriores encerrados en las mismas para volver a ser utilizados una vez recuperaran fuerzas. Acero vio como muchos de ellos acababan muriendo fruto del agotamiento y la mala alimentación. No le extrañaba en absoluto, pues la comida que les daban era la misma bazofia que le servían a ella un día tras otro.
El material utilizado eran piedras enormes talladas en forma rectangular, como los ladrillos que antiguamente usaban los hombres para sus construcciones. Material así solo podría proceder de algún almacén abandonado, era imposible que hubiera alguna cantera funcionando y produciendo dichos ladrillos, aunque eran muchos los bloques que se habían utilizado para construir todo el complejo y sin embargo los recursos parecían no agotarse.
El dueño de Acero se detuvo delante de una tienda de campaña militar, parecía que fuera la habitación privada de este. La puerta era custodiada por un hombre con cara de pocos amigos.
-¿Ves a ese hombre?-señaló al guardia de la puerta-¡Ese será tu puesto!
<< ¿Me ha comprado para ser su guardia personal?>>, pensó extrañada al escuchar las palabras del hombre que era su dueño.
-Soy Llote Copa, primogénito y heredero del imperio de la Familia Copa en las tierras del sur, las cuales nunca has oído hablar, a partir de ahora me llamaras señor Copa-por fin sabía el nombre del hombre que había comprado su cabeza.
-Señor Copa ¿Que se supone que debo hacer?- << ¡La copa me la beberé llena de sangre en cuanto tenga ocasión!>> -¿Voy a ser vuestro guardia personal?
-A los esclavos no se os permite optar al puesto de soldado o similares, solo existe una opción. Aquellos que demuestren su lealtad y valía ganando el torneo del Puño de Sangre, podrán servir con dignidad al ejército de la Pena del Alba. Tú serás mi campeón, ganarás para poder servirme y ser mi guardia personal.
-¿Y si no quiero participar?-la pregunta de Acero quedó sin respuesta, en su lugar Llote levantó el puño con el dedo pulgar señalando hacia arriba, lentamente fue girando la muñeca hasta que el pulgar señaló hacia el suelo.
-¡Ahora lo que tienes que hacer es comer bien y recuperarte!-Llote palmeó sus manos-¡Mañana comienza el torneo!
Se sentaron juntos uno en frente del otro en una mesa instalada al lado de tienda de campaña, bajo una pérgola de tela blanca. El guardia salió de la tienda con dos platos bien cargados de comida. Una vez puestos en la mesa Acero comprobó que era comida de verdad, un estofado de carne de pinza de escorpión gigante.
Con solo olerlo las babas comenzaron a chorrearle por las comisuras de sus labios. Acero estaba hambrienta, le sonaban las tripas, pero decidió esperar a que Llote diera el primer bocado.
-¿Que pasa no se bebe aquí o qué?-protestó Llote al ver que no habían servido nada de beber, el guardia volvió con dos jarras llenas de cerveza fría-¡Maldito inútil!
Una vez servida la bebida Llote dio un trago de cerveza y comenzó a comer. Acero esperó a que este diera dos o tres cucharadas más y se puso manos a la obra con su plato. Aunque comenzó a comer más tarde terminaron casi a la par. Era la comida más sabrosa que Acero había probado en mucho tiempo. Llote al terminar su plato echó mano de una vieja pitillera plateada y se encendió un cigarro.
-¿Quieres?-pregunto ofreciéndole uno. Acero había dejado el hábito del tabaco hacía mucho tiempo, pero aun seguía nerviosa así que decidió aprovechar el ofrecimiento de su dueño y encenderse uno también.
-¿Porque a mí?-preguntó soltando humo al mismo tiempo.
-¿A qué te refieres?
-¿Porque me elegiste a mí para ser tu guardia?-reformuló la pregunta al ver que no le había entendido-Soy una mujer, había hombres más fuertes que yo en las jaulas.
-Tengo tendencia a enamorarme de mis guardias varones-Llote se encogió de hombros-El ejército de la Pena del Alba no permite relaciones entre dos personas del mismo sexo. Si los altos mandos se enteraran de mis prácticas me expropiarían todos mis bienes así que tengo que irme con cuidado. Contigo no voy a tener ese problema.
Acero no sabía si sentirse molesta por las palabras de su dueño o aliviada al no tener que preocuparse de que no intentaría nada raro con ella.
-¡Te entiendo, te entiendo perfectamente!
Esa noche Acero durmió plácidamente en un colchón que pusieron en el lugar de la mesa debajo de la pérgola. Antes de poder dormirse escuchó los gritos de placer tanto de su dueño Llote como el guardia que les había servido la comida, pero aquello no fue razón para que no quedara dormida en pocos minutos, más bien sonaba como una canción de buenas noches.
La mañana siguiente llegó más pronto de lo esperado. El guardia despertó a Acero echándole un cubo de agua fría por encima.
-¡Come!-le dijo en un tono seco aparentemente hostil. El guardia le ofreció un trozo del muslo de un mutajabalí hecho al fuego. Acero aun no tenia apetito, pero como tampoco sabía que le depararía el día no rechazo la carne.
En medio del banquete matutino Llote salió de su tienda, vestía un traje azul marino similar al del día anterior. Lo que más llamaba la atención era que nunca se quitaba las gafas de sol, Acero aun no sabía cómo eran sus ojos.
-¡Andando, hoy es tu gran día!-dijo con una tímida sonrisa que dejaba ver levemente los dientes.
-¿Podrías explicarme al menos en qué consiste dicho torneo?- Acero no tenía ni la más remota idea de cuál sería su cometido, pero el nombre Puño de Sangre no le daba buena espina.
-¡Sígueme te lo contaré por el camino!-respondió Llote haciendo un pequeño movimiento con la mano izquierda para indicarle el camino a seguir-Es sencillo. Consta de cuatro rondas eliminatorias, siendo la cuarta la final. Tendrás que pelear a vida o muerte contra tu contrincante. Si vives ganas, si mueres pierdes. Solo están permitidas las armas cuerpo a cuerpo, puños americanos, guantes o similares, no se pueden usar corazas ni armaduras de ningún tipo. Las armas y el atuendo te lo proporcionará el utillero cuando lleguemos a la arena de combate.
El resto del camino hasta llegar a la arena pasó con el más absoluto silencio. Las palabras de Llote habían sido suficiente conversación para Acero. Estaba conmocionada, matar o morir ese era el macabro juego con el que se divertían allí, al parecer habían construido un lugar donde practicar tan sádico espectáculo. En cualquier caso ella estaba metida en aquel circulo y solo podría salir cobrándose cuatro vidas, cuatro personas inocentes, esclavas como ella en estos momentos.
-¡Ahí está, tu puerta hacia la libertad!-dijo Llote al ver la arena. Una construcción del antiguo mundo se levantaba ante sus ojos. Acero había visto alguna similar en páginas de revistas o carteles de publicidad a medio caer. Sin duda era una plaza de toros, hecha de ladrillo y reconstruida con aquellos característicos bloques con que construían el resto de edificios. Al parecer el ejército de la Pena del Alba lo había restaurado, estaba en muy buen estado de conservación.
Acompañada por Llote Acero llegó a la puerta que daba acceso a los luchadores. Dos hombres vestidos con servoarmadura blanca custodiaban el acceso y al mismo tiempo tomaban nota del nombre y la propiedad del esclavo.
-¿Nombre?-pregunto uno de los guardias, un hombre con un gran lunar en la mejilla derecha.
-¡Acero de Notocar!- gritó Llote a los cuatro vientos, parecía entusiasmado.
-¿Propiedad?
-¿Chico acaso no sabes quién soy?-aquella pregunta parecía no haberle gustado en absoluto al jefe. El soldado quedó perplejo, sin saber que responder.
-¡Es el señor Llote gilipollas!-grito el otro guardia.
-¡Muy bien Acompaña a Acero de Notocar propiedad del señor Llote a la celda cuatro!-exclamó el guardia del lunar.
-¡Suerte mi campeona!-gritó Llote con aquella característica sonrisa suya, mientras Acero se adentraba en la plaza acompañada por uno de los guardias de la entrada.
Era un pasillo oscuro, estrecho y frio, lleno de telarañas por doquier. El material con el que estaban hechas las paredes parecía haber sufrido en exceso el paso del tiempo, con el más mínimo rozamiento una columna de arena se desprendía de ellas.
<< ¡A ver si se derrumba esta mierda y mueren todos!>>
Al llegar a la celda Acero comprobó que aun podía estar más oscuro. Era casi tan pequeña como la jaula donde la habían tenido prisionera días atrás. La poca luz que entraba, procedía de unos pequeños agujeritos, al parecer originados por el impacto de las balas en alguna batalla pasada.
El guardia cerró la puerta de la celda dejándola sola en aquel agujero, al poco tiempo volvió con un pequeño trapo que al desenvolverlo dejó al descubierto unos puños americanos y unos guantes de hierro.

-¡Solo queda esto!-el guardia echó un escupitajo al suelo-¡Elige lo que quieras!
Los guantes protegerían más sus manos, pero eran rígidos y no permitían movilidad alguna, Acero finalmente decidió hacerse con los puños americanos.
-¡Toma!-el guardia lanzó unos trapos en medio de la celda-¡Este es tu atuendo de gladiador, supongo que será de tu talla, si no es así te aguantas y te lo pones igual!
Por imposible que pareciera el guardia tenía razón, le estaba un poco prieto pero le servía. Una camiseta y unos pantalones blancos, llenos de restos de sangre entre otras porquerías y medio agujereados. La camiseta llevaba pintado en la espalda el número cuatro.
Después de darle los puños y el atuendo el guardia se marcho por donde habían venido, esta vez para no volver más.
Al principio todo estaba en la más absoluta calma, conforme pasaba la mañana un pequeño murmuro iba cobrando vida en la parte superior de las celdas, hasta que finalmente el murmuro se convirtió en un constante griterío popular.
Acero no alcanzaba a ver nada por los agujeritos de la celda, pero por el jaleo que se escuchaba la plaza debía estar abarrotada de gente. Gritos, gente caminando de un sitio a otro, aquello se había convertido en el mismo infierno y los demonios estaban esperando fuera con sed de sangre.
<<Turuuuu, turuuuu>>, el sonido de una trompeta hizo callar el griterío de la gente.
-¡Bienvenidos a los juegos del Puño de Sangre!- proclamó una voz joven a través de lo que parecía ser un megáfono, el eco retumbaba en todas las paredes de las celdas-¡En la jaula número uno Gabriel de Virginia propiedad de Madre!-parecía que a todos les ponían un apellido en función del lugar donde habían sido capturados, por ello Acero era Acero de Notocar-¡En la jaula número dos Enrique de Mostonia propiedad de Alexey!-<<Turuuu, turuuu>>, sonó de nuevo la trompeta-¡Que comiencen los juegos!
Acto seguido el griterío de la gente renació con más intensidad.
<< ¿Jaulas uno y dos?-pensó-¡Yo soy la siguiente!>>
El miedo se apodero de su cuerpo, no sabía que estaba pasando, pero el furor de la gente se hacía cada vez más notable.
-¡Mátalo, mátalo, mátalo!-gritaban una y otra vez al unísono. De repente se hizo el silencio más absoluto y al momento otra vez el griterío inundó la arena.
<< ¡Ha muerto!-se dijo a sí misma-¡Que dios nos pille confesados!>>
<<Turuuu, turuuu>>, la trompeta sonó de nuevo, Acero cada vez odiaba mas aquel sonido chillón, tenía ganas de estrangular a alguien y no era precisamente a su oponente.
-¡En la jaula numero tres Siro de Penélope propiedad de Baeza!-<<¿Siro de Penélope?>>, solo esperaba que ese Penélope fuera otro pueblo llamado igual y que ese tal Siro no fuera su amigo de la infancia, el cual desapareció hace años y finalmente se le dio por muerto.
-¡En la jaula número cuatro Acero de Notocar propiedad del señor Llote!-una vez el megáfono terminó de nombrarla, una de las paredes de la celda comenzó a ceder apartándose a un lado, se trataba de una pared de madera.
Un sol cegador comenzó a entrar en la celda conforme la pared se movía, Acero comenzó a caminar a ciegas, cuando quiso darse cuenta estaba dentro de la arena.
El graderío estaba lleno de gente, con razón había tanto griterío. La plaza era circular con el suelo de tierra reseca. Los guardias armados y vestidos con servoarmaduras rodeaban la plaza estableciendo una barrera de seguridad entre los luchadores y el público.
Enfrente de ella se encontraba su oponente con la mirada perdida, observando el graderío. Era un hombre alto y fornido, de piel oscura, su cara le resultaba familiar aunque de todos modos la mayoría de hombres solían ir sin afeitar, podría ser cualquiera. Al parecer no llevaba armas, solo sus dos enormes puños con los que podría acabar fácilmente con ella si la alcanzaba.
-¡Que comience el combate!-anunció el megáfono.
Siro el oponente de Acero permanecía inmóvil como si no estuviera en el combate, mientras ella corría velozmente para pillarle por sorpresa. Cuando Acero estuvo suficientemente cerca de su oponente, saltó encima de el haciéndole perder el equilibrio. Siro cayó de espaldas al suelo, Acero levanto el puño para golpearlo con toda su rabia pero cuando pudo verle bien el rostro todos sus miedos se hicieron realidad. Siro tenía la cara un poco desfigurada por varias cicatrices que antes de desaparecer no tenía.
-¿Siro?- preguntó atemorizada.
-¡Golpéame imbécil, o nos mataran a los dos!-respondió su oponente. Acero lo golpeó pero no con la misma contundencia con la que lo habría hecho momentos antes.
-¡Lucha, sabes que si no lo haces morirás!-Acero comenzaba a tener sentimientos opuestos. Por un lado quería acabar con él para salvar la vida, al fin y al cabo para ella había estado muerto durante muchos años, pero por otro lado no concebía la idea de que un amigo muriera en sus manos.
-¡Estoy cansado de vivir!-se le hacia difícil escuchar a Siro con el griterío de la gente-¡No voy a pelear contigo, haz lo que quieras!
La ira invadió los puños de Acero que comenzó a golpear a su contrincante con todas sus fuerzas.
-¡Pelea!-el golpe del puño americano abrió una brecha en la ceja izquierda de Siro. La sangre emanó tiñendo de rojo su puño y parte del rostro de su amigo.
-¡No permitas que se salgan con la suya!-Siro comenzaba a tener dificultad para articular palabras-¡Quieren arrasarlo todo y esclavizar a la gente! ¡No dejes que lo hagan!
Acero golpeó una y otra vez la cabeza de su amigo, su ira aumentaba a cada golpe que le asestaba, la sangre salpicaba su rostro a cada impacto. Cuando quiso darse cuenta, la cara de Siro estaba completamente destrozada, aplastada, como si le hubiera estallado una granada delante de sus narices. Ya no decía palabra alguna, ya no se movía, había acabado con la vida de su amigo de la infancia. Tenía las manos manchadas de sangre.
El graderío enmudeció y la trompeta volvió a sonar. <<Turuuu, turuuu>> 
-¡Ganadora Acero de Notocar, propiedad del señor Llote!