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domingo, 20 de septiembre de 2015

CAPÍTULO XLVII – DESERTORES



JAMES BLACK


Varios días después del ataque en el pueblo de Gala Macarra y acompañado por Altramuz el mercader chiflado, y su burro de carga, James Black llegó por fin a la base del Ejército del Pueblo Libre, donde Gala, le había mandado en busca de ayuda y protección para el pueblo.
Consigo llevaba una cuantiosa suma de dinero del antiguo mundo. Un dinero que habían tomado prestado de la pensión de una tal Rose, que al parecer, ya no vivía allí o se había marchado recientemente sin dar explicación alguna.
Nada más llegar a la base, se vieron sorprendidos por el ataque de soldados enemigos al ejército del Pueblo Libre. Sin darse cuenta, se vieron en medio de un fuego cruzado, pero gracias a la inesperada colaboración de un supermutante, no tuvieron que lamentar males mayores. El cuerpo de este, acabó dándose de bruces contra el suelo, muerto, con parte del pecho y el brazo izquierdo mutilados, hechos pedazos, esparcidos por doquier a causa del impacto de un misil procedente del bando enemigo.
-¿Qué coño era eso?-gritó uno de los soldados desde lo alto de un torreón de vigilancia destartalado, hecho a base de restos de madera.
-¡Ese chiflado se ha puesto en medio y todos han saltado por los aires!-respondió otro de los soldados, un tipo con la cabeza rapada y una cicatriz bastante espantosa en la cara. Era el último obstáculo para que James Black pudiera acceder a la base.
-¿Es Potito?-preguntó el soldado de la torre, con cara de preocupación.
-¡Para nada!-vaciló el de la cicatriz-Este parece mucho mas grande, a saber donde andará ese granuja. Ambos comenzaron a divagar sobre el paradero del tal Potito.
-¡Perdonar!-interrumpió el mercader-Quizás a vuestro jefe, le interese la mercancía que aquí mi amigo y yo le traemos-dijo al mismo tiempo que enseñaba unas pistolas que llevaba el burro de carga, guardadas en uno de los sacos que colgaban de su lomo.
-¡Últimamente el jefe anda bastante rácano y no suministra armamento nuevo!-lamentó el de la cicatriz, observando la mercancía-Parecen de juguete en comparación con las del ejército, pero si queréis intentar negociar con nuestro maestro de armas deberéis abonar cien chapas, de lo contrario no podré dejaros pisar el suelo de la base.
A James aquello le recordó al Odín, pagar por entrar, al menos esta entrada era bastante barata si la comparaba con la que cobraban para acceder a la zona de casinos. Altramuz dejó caer sobre la mano del soldado, un saquito de tela con el pago acordado dentro.
-¿Quieres contarlos o te fías de nosotros?-protestó señalando el saquito.
-¡No tengo todo el día para contar moneditas!-espetó el soldado-pero si me has engañado te acordarás de mi.
Chapa insignia de acceso a la base del ejército del pueblo libre
Antes de pasar, el soldado de la cicatriz les dio tanto al mercader como a James un broche insignia. Este era de plástico, redondo y con una aguja detrás para colgárselo de la ropa. El broche de James, tenía dibujado una especie de necrófago con cara de mala hostia y un largo pelo blanco. Había escrito algo en letras rojas, siguiendo el borde redondo del broche, pero James apenas sabía leer y le daba vergüenza preguntar qué era lo que ponía. << ¡De todos modos no parece estar en mi lengua!-pensó al ver el dibujo-¡Seguro que ellos tampoco saben lo que pone!>>
-¡Abróchatelo!-ordenó el soldado-Si mis compañeros no ven el broche pensarán que eres un intruso y dispararán nada más verte. Son las órdenes…
Una vez puestas las marcas, el soldado dio una orden a través de un interfono que había instalado justo detrás de él y momentos después, como por arte de magia, la puerta se abrió.
-El maestro de armas se encuentra en el barracón situado al fondo a la derecha, no tiene pérdida. Si no está os esperáis. Y sobre todo no toquéis nada que no sea vuestro-explicó el soldado antes de dejarles pasar a la base.
-¿Habías estado aquí antes?-preguntó James Black al mercader con voz bajita.
-¡Alguna vez que otra!
-¿Y son siempre tan toca pelotas?
-Más o menos-respondió Altramuz dejando escapar una fuerte risotada.
Todos en aquel sitio vestían con una indumentaria similar a la del soldado de la entrada. El que menos, calzaba un arma de plasma, sin embargo, estas parecían más bien estar decorando el traje ya que se encontraban en bastante mal estado y le surgía la duda, de si aquellos chismes, dispararían al apretar el gatillo.
A su paso, todos los soldados actuaban de la misma forma, mirando tanto a él como al mercader, fijamente de arriba abajo con cara de pocos amigos, y cuando parecían ver el broche colgando del pecho, entonces hacían como que miraban a otro lado. James, tenía la sensación de que su presencia en aquel lugar les incomodaba. Pero no entendía por qué.
Sin desviarse ni un momento de la ruta indicada por el soldado de la cicatriz, llegaron al barracón del maestro de armas. Era similar a los que habían visto por el camino, solo que la entrada de este, estaba protegida por dos soldados, con cara de mala leche y una postura tan recta, que parecía como si les hubieran metido un palo largo por el culo.
No tenía puerta, un mostrador repleto de armas, ropa militar y demás trastos hacía de separación entre el interior del barracón y el patio de la base. Había armas de casi todas las clases y tamaños, amontonadas sin orden alguno y llenas de polvo en muchos casos. En el interior, un hombre adulto, de pelo canoso y perilla recortada, intentaba reparar una de las metralletas. James no entendía mucho más allá de las pistolas que solía llevar en Penélope para proteger a los ricachones, tampoco sabía el nombre original de ningún arma, solo disparar y matar, pero de lo que si estaba seguro, era de la pupa que podía hacer un arma de aquellas características en buen estado.
-¡Buenas forasteros!-dijo el maestro de armas nada más verles-¿Qué se les ofrece?
-Traemos un pequeño cargamento de armas de mano DC15S-Altramuz cuidadosamente abrió el saco donde guardaba las armas, y sacó una de ellas para mostrársela al maestro de armas de la base.
-¿Y para esto habéis entrado?-dijo mirando con desprecio la mercancía de Altramuz-¿No traéis nada mejor?
-¡Entrar para nada, siempre la misma historia!-maldijo el mercader encogiéndose de hombros-¡Con lo que cuesta conseguirlas! ¡Puta mierda!
-¡Tranquilo hombre yo te las comprarle!-gritó James interrumpiendo el asedio de palabrotas que emanaban de la boca de Altramuz. El maestro de armas dejó sus quehaceres y se levantó de la silla.
-Tú no pareces ser uno de esos chanchulleros como tu amigo, que vienen aquí, a vender mierda esperando que les paguemos un dineral por ella-el maestro, quedó mirándole fijamente, apoyado firmemente sobre el mostrador-por tu cara, hay algo de lo que yo tengo que te interesa.
-¡Protección!-respondió James sin casi dejar terminar al maestro.
-¿Para vuestra mierda de negocio?-preguntó en tono burlón.
-Para un pueblo situado al sureste de aquí.
-Esto te costaría un montón de chapas que o mucho me equivoco o no tienes-el maestro se dejo caer con desgana en la silla y cogió de nuevo la metralleta para seguir con las labores de reparación-el caso es que aunque las tuvieras, en este momento Pececito, ha declarado el nivel máximo de emergencia. Hace unas horas escuchamos un mensaje de ese loco que pone música en la radio, alertando de una amenaza, un ejército muy peligroso con servoarmaduras blancas, pero no le hicimos mucho caso. No sé si habéis sido testigos hace un momento, del ataque que han llevado a cabo esos mal nacidos, pero el jefazo, ha ordenado la retirada de todas las tropas del exterior y su regreso a la base para protegerla. Si estás interesado en alguna de mis armas con mucho gusto negociaré contigo, de lo contrario podéis iros por donde habéis venido.
Las palabras del maestro de armas fueron como una patada en las pelotas para James Black.
-Vámonos James, aquí ya nada podemos hacer-lamentó Altramuz, haciendo intención de largarse.
-¿Y no puedo hablar con ese tal Pececito?-era lo único que se le ocurría en aquel momento-Igual podría hacerle cambiar de opinión.
-¡Las ordenes del superior son tajantes y ningún civil puede visitar sus estancias!-gritó uno de los soldados que custodiaba el puesto.
-Ya has oído a uno de mis perros, si no quieres comprar nada largo de aquí-al maestro de armas también parecía incomodarle su presencia.
-¿Cuánto por la metralleta?-al menos no se iría con las manos vacías de aquel sitio. Después de una dura negociación con el maestro de armas, James Black consiguió hacerse con la metralleta y algo de munición. Pagó el precio acordado con parte del dinero que Gala le había dado. Si no había mercenarios que protegieran el pueblo, el sería el mercenario que se encargaría de tal tarea. Al fin y al cabo era lo único que sabía hacer, y se le daba muy bien.
Les separaban unos pocos barracones antes de regresar al puesto del soldado de la cicatriz, para devolverle las insignias y marcharse de aquel lugar, cuando un soldado bajito y calvo se cruzó en su camino, llamando su atención haciendo un tímido siseo con los dientes, invitándoles a seguirle con un pequeño gesto de su mano izquierda.
-¡Venid cojones!-dijo en voz bajita-¡Esto os va a interesar!
Tanto James como Altramuz, se sorprendieron al ver a aquel hombre.  El poco pelo que aun le brotaba de los laterales de la cabeza era casi todo blanco, al igual que la poblada barba que lucía. Tan bajito, que al rifle que llevaba colgado de la espalda, le quedaba apenas un palmo para ir arrastrándolo por el suelo. Vestía como el resto de los soldados de la base, así que sin duda se trataba de uno de ellos. Aunque la expresión de su rostro daba cierta confianza, factor que provocó que James y Altramuz, se desviaran del camino de salida para seguir a aquel peculiar personaje.
A pocos pasos de donde tuvieron el encuentro, había reunidos un grupo de unos cinco soldados. Todos ellos, incluido el hombre bajito, parecían ser viejas glorias del ejército, puesto que allí no parecía estar de moda el cabello de color oscuro, y ni que decir a juzgar del volumen las panzas de estos, de lo bien alimentados que parecían estar.
-¡Que no te engañen las primeras impresiones!-dijo el hombre bajito.
-Perdona… ¿Quiénes sois? Y… ¿Qué queréis de nosotros?-interrumpió James, que no sabía si dar media vuelta e irse para no meterse en ningún lio, o esperar para evitar otro posible problema por marcharse.
-Somos el escuadrón Solaris-respondió sin titubear el soldado-En otros tiempos fuimos la élite del ejército del Pueblo Libre, nuestras armas y nuestra destreza, servían para proteger a los más débiles.
-¿Y qué os ha pasado?-dijo Altramuz con bastante guasa-¿Os los comisteis?
<< ¿Te quieres callar bocazas?-en ese momento James habría matado a su compañero de viaje, sin embargo, optó por seguir callado y esperar a que el hombre terminara de contar su historia-¡Si salimos de aquí con vida yo mismo seré quien te quite la tuya mamón!>>
-¡Que chistoso tu!-espetó el soldado-No te hará tanta gracia cuando los soldados de coraza blanca, te empalen y te crucifiquen boca abajo. Y no creas que estarás muerto y no lo notaras no…
-¡Eh basta ya!-interrumpió otro soldado, un hombre grande, de voz bastante grave-¡Queremos que nos contraten no que huyan!
Las palabras de aquel tipo, sentaron como un buen chute de la droga más potente de Penélope en las venas de James Black.
-Es verdad-el tipo bajito se encogió de hombros. Estaba anocheciendo, y la luz de la luna se reflejaba en la calva de este, cosa que a James le hacía bastante gracia-Soy Faka, y estos personajes son Bástian…-uno a uno fue señalándolos con el dedo índice-…Hornillos, Devnull, Devian y el chaval de las gafas que tienes ahí mas apartado, fue el último en unirse al grupo, no sabemos cómo se llama, vino aquí haciéndose llamar “sombrero rojo” y así se quedó.
-Yo soy James Black, y este valiente imbécil es Altramuz, mercaderes ambulantes.
-Al mercader le conocemos, ha venido bastantes veces por estos lares pero a ti es la primera vez que te vemos.
-¡Dejaros de historias y decidnos que queréis!-James comenzaba a impacientarse con tanto protocolo-¡Se supone que ya debíamos estar fuera de la base!
-Servidor sabe escuchar conversaciones ajenas, no lo he podido evitar. Sabemos que has intentado negociar protección con el maestro de armas y que este os la ha denegado.
-¡Así es!-lamentó James Black.
-¡Estáis de suerte!-Faka, sacó del bolsillo de su camiseta una pipa y un paquete de plástico, con lo que parecía ser tabaco en su interior-Os vamos a prestar tan ansiada protección.
-¿Y las ordenes de vuestros superiores?
-¿Ese montón de mierda?-espetó mientras vertía un poco de tabaco en la pipa-¡Están acabados!-encendió la pipa y de su boca comenzó a salir humo al mismo tiempo que hablaba-Pececito cree que protegiendo esta base va a salvar su culo, y lo único que va a conseguir es morirse de hambre y quedarse sin munición.
-Íbamos a aprovechar que esta noche tenemos que patrullar por los exteriores de la base-interrumpió el tal Bástian-para marcharnos bien lejos de aquí.
-¿Huis como cobardes y ahora esperáis que os contratemos?-a James no le convencía el rumbo que estaba tomando aquella conversación.
-¡Moriremos de todos modos si nos enfrentamos al ejercito del que hablan las radios!-lamentó Faka-al menos, si os acompañamos moriremos haciendo aquello que se nos daba tan bien, protegiendo a los más débiles. Mejor así que no sucumbiendo a la locura, de un líder que se dejó llevar por la codicia y al que solo le importa él mismo-hizo una pausa para fumar de su pipa-no somos los únicos que vamos a desertar créeme.
James tomó un poco de tiempo para reflexionar, valoró entre tener que regresar al pueblo de Gala con el armamento que había adquirido como única protección, o presentarse allí con algo parecido a un escuadrón de mercenarios. Tampoco había nada que perder por intentarlo.
-¡Esta bien!-dijo sintiéndose victorioso-¡Acepto el trato!
-¡Es justo lo que queríamos oír!-respondió Faka con voz alegre-A media noche comienza nuestra ronda. Al otro lado del río hay un asentamiento de civiles. Esperarnos en el mercado.
-¡No sé si te habrás percatado pero ninguno de nosotros sabe la hora que es!-dijo James con bastante sarcasmo.
-¡Lo sé!-fumó los restos de la pipa-¡Confiad en nosotros!
Sellaron el trato con un buen apretón de manos, nada más, ni dinero ni ningún tipo de trueque, solo palabras.
Finalmente, salieron de la base, no sin antes dejar la insignia al soldado de la cicatriz. Este les miró con cara de enfadado, y les recriminó que se habían pasado del tiempo permitido. Altramuz soltó otras cincuenta chapas como multa por el tiempo excedido.
-¡Ahí te pudras con ellas!-espetó mientras las lanzaba al suelo.
-Serás…-el soldado agotó todo el repertorio de insultos hacia el mercader-¡Entérate, mientras yo esté aquí no volverás a entrar!
<< ¡Yo desde luego espero no volver aquí!-pensó mientras se alejaban de la base>>
Tan solo cruzar el río avistaron el asentamiento del que se refería Faka. Penélope estaba muy demacrada, pero en comparación con aquel lugar, parecía un paraíso.
Situado en una de las entradas a la gran metrópoli, centenares de personas hacían lo posible por sobrevivir en aquellas calles. Peleas callejeras por un trozo de carne podrido de a saber que abominación, mujeres llenas de heridas ofreciendo sus favores sexuales, personas que casi no podían tenerse en pié pidiendo por un chute más. Aquel lugar era el fiel reflejo, de cómo había quedado la humanidad después de tanta guerra.
-¡Esto es solo la entrada!-dijo Altramuz con voz temblorosa-No quieras saber que se esconde mas allá.
-¿Has estado alguna vez?
-No pero según hablan las malas lenguas, esto son las puertas del infierno y ahí dentro está el infierno.
Pasaron las horas entre gritos, ruidos extraños y algún disparo lejano, pero poco a poco todo aquel alboroto fue calmándose. Ya solo quedaban los zombis en pié, toxicómanos que al parecer nunca tenían suficiente y siempre buscaban una dosis más. James Black estaba cansado de verlos en Penélope, sentía pena por ellos y al mismo tiempo les metería una bala en la sesera para acabar con su sufrimiento.
Finalmente la espera tuvo su recompensa, a lo lejos, divisaron a Faka y sus secuaces. El escuadrón Solaris era difícil de confundir.
-¡Vámonos!-gritó el soldado bajito a lo lejos-¡No hay tiempo que perder!

martes, 28 de julio de 2015

CAPÍTULO XLVI – CAMBIO DE ROSTRO



MOSARRETA


-¿Qué coño ha pasado?-se preguntó al mismo tiempo que abría los ojos. La cabeza le dolía horrores, como si tuviera la peor de las resacas. Recordaba una fuerte explosión y a Cristine volando a su lado. Seguramente esa era la causa del molesto zumbido que no paraba de machacarle los oídos. Mosarreta miraba a uno y otro lado buscando respuesta a sus preguntas, pero solo alcanzaba ver un par de ruedas antiguas de madera y el seco y pedregoso suelo desplazándose a gran velocidad, a ritmo de lo que parecía ser un burro de carga. Intentó mover los brazos y las piernas para darse la vuelta, pero sus esfuerzos fueron en vano. Algo lo estaba reteniendo contra aquella estructura-¡Ayuda!-gritó-¡Soltadme!-repitió una y otra vez-¡Soy de los buenos!
-¿Has escuchado eso?-gritó una voz desconocida para él en un tono un tanto irónico- ¡Mira lo que dice el robot putero!- aquellos extraños no paraban de hacerle burlas una y otra vez.
Cánticos, carcajadas, el cristal de las copas chocando entre sí, eructos, pestazo a alcohol, desde luego tenían una buena fiesta montada. Ni los negreros, la peor escoria de toda la región, eran tan osados como para emborracharse durante una travesía y por lo que escuchaba, más de uno parecía tener claros síntomas de embriaguez.
Mosarreta notó como el carro poco a poco, se detenía, y cuando este estuvo totalmente parado, el jolgorio dio paso al más absoluto de todos los silencios.
-¡Los conquistadores!-escuchó gritar a lo lejos-¡Han llegado los conquistadores!- el carro volvió a ponerse en marcha, al mismo tiempo que el griterío y el sonido de múltiples disparos inundaba el ambiente. Parecía como si estuvieran dándoles la bienvenida a sus captores en forma de fuegos artificiales. El carro avanzaba lentamente, sonaban tambores a su alrededor interpretando una melodía un tanto pegadiza, “tan tan”, “tan tan”. «¿Dónde cojones estoy?-pensaba-¿Quién es esta gente tan extraña?»
Un fuerte golpe sonó en la parte posterior de su cabeza y antes de que pudiera notar dolor alguno, la calma más absoluta invadió su ser.
Despertó con la agradable sensación que solo podía proporcionar un buen cubo lleno de agua fría, corriendo por su rostro.
-¡Joder!-gritó nada más notar el agua. Tenía la sensación de estar aun anclado a la estructura que le retenía momentos antes de perder la conciencia. Aunque esta vez estaba en posición vertical y podía ver cuánto tenía delante de sus ojos. Una habitación oscura, iluminada solo por la luz que entraba a las espaldas de Mosarreta. Seguramente detrás de él estaba la puerta de acceso a aquella sala. Repleta de cortinas decoradas con bordados hechos a mano, bordados que representaban escenas de animales mutantes enfrentándose a un hombre cubierto por una extraña armadura, o al menos eso le parecía a él, ya que no estaban muy bien definidos, más bien parecían los dibujos que haría una persona que no sabe coger un lápiz.
-¡Montón de mierda!-gritó enfrente de él, un soldado vestido con servoarmadura blanca. Al parecer era el que le había tirado el cubo de agua fría y no tenía cara de querer hacer nuevos amigos-El rey solicita tener una reunión privada contigo. Estaremos fuera, así que no intentes nada raro o serás carnaza para los perros-paró un momento mientras miraba fijamente su cuerpo-Veo que llevas incorporado un exoesqueleto prototipo Bilk III-paró un momento el discurso para encender un cigarro liado a mano-Se que arrancarlo del cuerpo humano sin anestesia alguna hace mucha putita. Intenta algo raro y yo mismo me encargare de que lo notes en tus apestosas carnes montón de mierda-el soldado apoyó el cigarro entre sus labios y ya con las manos libres, liberó a Mosarreta de la estructura que le tenía retenido-¡No te muevas de aquí montón de mierda!
El soldado salió de la habitación sin hacer demasiado ruido. Al rato otro hombre entró en la sala, este caminó en silencio hasta el medio de aquella estancia, allí había un butacón cubierto con mas cortinas decoradas. El extraño llevaba una capucha que no dejaba ver su rostro, vestía una extraña armadura muy parecida a la de los bordados de las cortinas. Seguramente aquella persona era el tan famoso rey. Este al llegar al butacón se sentó dejando caer lentamente sus reales posaderas sobre el asiento. Una vez acomodado levantó la capucha dejando ver su rostro. De larga melena blanca y piel rojiza, como si hubiera pasado largos periodos de tiempo al sol sin protección, un ceño tan fruncido como si se lo hubieran colocado a martillazos y ojos inyectados en sangre, era lo único que la espantosa mascara no cubría de la cara del rey. Una máscara decorada con dientes humanos, amarillentos, con alguna caries que otra. De esa monstruosa boca emergían dos tubos de color gris que conectaban directamente con la parte posterior de la servoarmadura. Una servoarmadura blanca, pero no porque ese fuera su color, la tonalidad semitransparente de esta dejaba entrever el torso de aquel ser, lleno de llagas, rojizo como su rostro y bastante musculoso.
-Deja de mirarme el careto-dijo con voz enlatada el supuesto rey-¿O es que acaso nunca has visto un monstruo?
-No era mí…
-¡A callar!-interrumpió-¡Nadie te ha dado permiso para que abras tu apestosa boca-«No quiero ni saber a lo que apestará la tuya-pensó Mosarreta al imaginarse que escondería detrás de la máscara»-Los sabios del consejo dijeron que te parecías mucho a mi hijo y quise verlo con mis propios ojos.
-¿Tu qué?- «¿Esto tiene hijos?»
-¿Cuántas veces tengo que decirte que no interrumpas?-el rey se detuvo un momento para coger aire. Al inspirar la máscara hizo el mismo sonido que un aspirador industrial-Ambos sabemos que no lo eres, porque él hace décadas que murió. Aunque por lo que me han dicho eres un putero igual que lo era él, pero con mejor gusto por lo que se ve. La zorrita joven medio desnuda que te acompañaba, es de lo más hermoso que he podido ver por esta región.
-¿Cristine?-espetó-No era mi zorra ni mucho menos, era mi rehén.
-¡Muchacho si quieres ser mi hijo tendrás que cuidar tus modales!-respondió el rey.
Imagen del rey penalba

-¿Tu qué?
-¡Que te calles o haré que te empalen!-gritó el hombre-Necesito un heredero, un varón que capitanee mis ejércitos cuando yo ya no esté. Mis mujeres solo me han proporcionado mutantes-«Igual el mutante eres tu-pensó Mosarreta mientras el rey no dejaba de hablar»- así que ahora tu zorrita, esa tal Cristine, es una de mis esposas.-se señaló a sí mismo, dando unos toquecitos con el dedo índice sobre la coraza-Hasta que ella pueda concebirme un heredero, tú serás el encargado de llevar a mis solados hacia la victoria.
-¿Y si me niego a tal propósito?-aquello era lo más absurdo que le habían ofrecido hacer en su vida.
-¡Veo que sigues sin tener modales muchachote!-respiró de nuevo-Tú eliges, o gloria o muerte. Mis científicos han conseguido adaptar un collarín de esclavos a tu exoesqueleto. Si te niegas o intentas huir, este como bien sabes explotara y tu torso se hará añicos-el rey intentó reírse o al menos eso quiso pensar Mosarreta, pero lo que parecían ser carcajadas sonaban como cortos y agudos pedos-¿Y bien has tomado ya una decisión?
-¿Y qué pasará conmigo cuando nazca tu heredero?-respondió Mosarreta.

lunes, 20 de abril de 2015

CAPÍTULO XLV – MENSAJE


 

GRAN JOHN


El camino hasta llegar a aquel montón de chatarra fue corto y al contrario de lo que había pronosticado Hestengberg, sin sobresalto alguno.
-¿No te parece lo más hermoso que hallas visto jamás?-repetía una y otra vez mirando embobado la enorme torre metálica que se levantaba ante sus narices.
-¡Discrepo amigo!-espetó. Seguramente, en el antiguo mundo aquel lugar fue una mina de tecnología y comunicaciones, pero en el actual estado Gran John, tenía sus dudas acerca del funcionamiento de esta. Gran parte de la base octogonal del edificio estaba cubierta por enormes planchas de metal oxidadas, las cuales habían sido puestas a posteriori. En lo más alto de la base, sobresalía una gigantesca estructura. Por su aspecto parecía una especie de articulación, algún mecanismo que él no entendía por más que lo mirara, pero que con toda certeza debía ser utilizado para orientar el satélite que se apoyaba sobre ella. Un armatoste casi más grande que el resto del edificio, del cual colgaban atados a cuerdas y alambres, varios cadáveres humanos y otros restos de casquería difícilmente reconocibles-¿Y eso?-preguntó extrañado, señalando los cuerpos con su dedo índice.
-¡Necrófagos muertos!-respondió Hestengberg con una sonrisa un tanto nerviosa-Los utilizamos para asustar a los negreros y el resto de chusma que pueda merodear por la zona. Aunque no lo creas, aquí dentro hay mucho valor tecnológico. Después de la gran guerra, tanto este como el resto de satélites-señaló otros dos que había un poco más alejados-fueron víctimas de múltiples saqueos y batallas. Una vez no quedó en ellos nada más que saquear, cayeron en el olvido, siendo presas del tiempo y las abominaciones-suspiró-hubo un tiempo en el que los habitantes del pueblo trabajaron para limpiar este sitio y restaurarlo. Un día de tantos un grupo de saqueadores, atacó a los obreros, acabando con todos ellos, incluidos los vigilantes dejándolo todo de nuevo hecho una pena. Se llevaron cuanto pudieron cargar en sus espaldas. A partir de aquel fatídico día, los habitantes del pueblo decidieron abandonar el proyecto. Solo mi padre, junto con su hermano y mi abuelo, trabajaban esporádicamente intentando acabar lo que un día el pueblo comenzó-se encogió de hombros-la vida…-suspiró-la vida solo les dio para reparar este… por eso ahora es mi deber defenderlo de cualquier invasor. Es la única familia que me queda, el último recuerdo que me queda de mis padres.
-¿Y tus secuaces?-preguntó extrañado-¿No te ayudan en tu misión?
-¿Esos fuma yerbas que encontraste a la puerta de mi local?-sonrió de nuevo-Su adicción paga mis gastos, nada más. En fin…-el silencio se hizo por unos segundos en aquel lugar-será mejor que entremos a ver qué cojones le pasa al pequeñín-Hestengberg se dirigió hacia la puerta de entrada, Gran John le seguía de cerca, mirando cuanto había a su alrededor-¡Mierda!-gritó el locutor de radio.
-¿Qué pasa?-preguntó extrañado.
-Parece que alguien ha forzado la puerta-respondió Hestengberg entre maldiciones-Prepara las armas, creo que tenemos compañía y no de la buena precisamente-el hombre hizo un gesto con su boca para tragar saliva, mientras Gran John desenfundaba el Mágnum de Plasma que le había prestado Hestengberg antes de partir. Aquel arma parecía más bien de juguete << ¡Esperemos que esto dispare cuando sea necesario!-pensó al verla por primera vez, y en aquel momento, el mismo pensamiento volvió a su mente>> El locutor de radio abrió lentamente la puerta metálica de la torre, inmediatamente algo, un animal volador quizás, salió disparado del interior como si estuviera huyendo de algo. Del susto, Hestengberg soltó la puerta, pero sea lo que fuere aquello, golpeó con rabia la puerta, dejándola abierta de par en par.
-¿Qué cojones era eso?-gritó Gran John, al que la velocidad del animal no le dejó reaccionar, cuando quiso percatarse, este ya estaba demasiado lejos.
-Un acosador nocturno-dijo el locutor un tanto dubitativo-creo, porque no me ha dado tiempo a verlo bien. Nada de lo que debas preocuparte, estos bichos son ciegos.
-¡Ciegos pero no tontos!-a Gran John le vino a la mente, las decenas de bocados que recibió en la vieja fábrica de embotellado de refrescos abandonada, donde en una de tantas misiones, lo que debía ser una tarea sencilla, se convirtió en una tortura por culpa de aquellos malditos bichos.
-¡Tranquilo!-el hombre quiso quitarle leña al fuego-Esas ratas no suelen merodear por aquí.
-¡Acabemos con esto cuanto antes!-espetó Gran John. Entraron en la estación sin hacer mucho ruido. No parecía haber nadie dentro del edificio, aunque también era difícil ver unos metros más allá de sus narices, ya que allí había de todo menos luz. Lentamente, ascendieron por unas escaleras que recorrían las paredes de la base, dando vueltas en forma de espiral.
A simple vista, no parecía haber tecnología alguna, nada de ordenadores, puntos de emisión, solo cables y más cables que ascendían en línea recta. Algunos clavados en la pared, otros que parecían haberse soltado y ahora colgaban por doquier.
-¡Ahí arriba!-dijo Hestengberg en voz bajita. Al levantar la vista, Gran John comprobó que lo que aquel hombre señalaba, eran varios necrófagos que correteaban de un lado a otro por la zona superior de la base, persiguiendo a lo que parecía ser otro Acosador Nocturno.
-¡No dispares!-susurró, haciendo bajar a Hestengberg el arma. Por la forma que tenían de actuar, debían ser necrófagos locos-No malgastes balas con esa escoria, ya nos encargaremos de ellos allí arriba. El locutor asintió con la cabeza y le dejó pasar a él delante. Siguieron subiendo sin dejar de mirar hacia el lugar donde estaban las criaturas. Una de ellas consiguió atrapar al Acosador. Durante unos instantes se vio una pequeña pero sangrienta batalla a mordiscos. Mientras el necrófago intentaba arrancarle un ala al Acosador Nocturno tirando fuerte con los dientes clavados en ella, este se defendía hincando los colmillos en el cuello del necrófago y perforándole la yugular. Inmediatamente comenzó a salir sangre de los dos agujeros que habían dejado tras de sí, los colmillos del Acosador. A los pocos segundos, el necrófago yacía muerto en el suelo, y el animal hacia esfuerzos en vano por volar, ya que el ala le había quedado inutilizada a causa del forcejeo-¿Con que eran inofensivos eh?-bromeó Gran John al ver la escena.
-No era exactamente lo que yo quería decir…
-Eso será… ja… ja… ja…
Al llegar a la zona superior, la que daba acceso al siguiente sector de la estación de comunicaciones, los otros necrófagos se quedaron mirándoles con rostro amenazante. Eran tres, y uno de ellos intentaba comerse lo que quedaba del Acosador Nocturno.
-¿Seguro que no hay que disparar?-preguntó Hestengberg con voz temblorosa.
-¡Espérame ahí atrás!-gritó Gran John. Los necrófagos al oír el grito se dieron por amenazados y comenzaron a correr hacia su posición. Eran feroces, si, pero también muy torpes. Uno de ellos voló por el hueco de la escalera, quedando sus sesos esparcidos por la planta baja al impactar el cuerpo de este contra el suelo. El otro, acabó con la cabeza del revés y el cuello roto. Gran John se había enfrentado en multitud de ocasiones a este tipo de abominaciones, sabía de sobra como acabar con ellos. El último que quedaba en pié seguía torturando al Acosador, parecía no haberse percatado aun de su presencia. Cuando quiso reaccionar, el enorme zapado de John lo impactó en la mandíbula. El cuello de la criatura sonó como un tronco de leña al hacerse astillas-¡Te dije que no hacía falta disparar, que estaba todo controlado!-vaciló una vez pasó el peligro.
-¡Estas como una puta cabra!-gritó Hestengberg-Pero me gusta tu manera de actuar, se nota que estas bien adiestrado en el arte de matar bichos.
-No creas, esto solo lo enseña la escuela de la vida-nadie le había enseñado nada, en el Ejército del Pueblo Libre, apenas había entrenamiento para los soldados y los pocos que había, eran para unos cuantos elegidos para ser guardias de Pececito.
-Déjame pasar por favor, tengo que ver el cuadro de mandos que hay ahí delante-el locutor, señaló unos paneles raros que había al otro lado del pasillo donde momentos antes, los necrófagos campaban a sus anchas. Hestengberg miró detenidamente los paneles-¡Hijos de perra!-maldijo-Los putos necrófagos han debido golpear los mandos y han cortado el sistema de suministro eléctrico… ¡Toma!- echó mano del bolsillo y sacó algo envuelto en un plástico-Te lo has ganado. Esto me llevará un rato ponerlo en marcha. Sube por aquí- el locutor señaló unos peldaños hechos con trozos de metal clavados en la pared-estas escaleras dan a la zona media de la estación, vigila que no se acerque ningún indeseable.
Gran John acató las órdenes del locutor de radio, la sensación de que aquello iba a venirse abajo, aumentaba a cada paso que daba en aquella improvisada escalera. Al acceder a la zona media, sus miedos desaparecieron. Desde allí había una vista maravillosa. A juzgar por la verticalidad de los rayos de sol debía ser mediodía. Gran John buscó un sitio con sombra, se sentó y abrió la pelota envuelta en plástico que le había regalado su compañero. Efectivamente era lo que él pensaba y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro sin casi el querer hacerlo.
En un abrir y cerrar de ojos tenía el porro apoyado en sus labios, saboreando el dulce fuego que entraba en sus pulmones y dejándose llevar por los efectos de bien estar que le producían aquella droga en el organismo.
Aquel placentero momento acabó en el mismo momento que Hestengberg hizo acto de aparición.
-¡Funciona!-dijo el locutor entusiasmado-Vamos, ya que estamos aquí enviare la señal de socorro desde el terminal que tenemos ahí arriba. No hay tiempo que perder.
-¿Y no puedes mandarla tú solo mientras yo me acabo esto?-protestó Gran John, señalando el pequeño canutillo que colgaba de entre sus dedos.
-¡No amigo mío!-sonrió-Vista tu destreza con los bichos, mejor vente conmigo por si las moscas.
Accedieron al terminal de comunicaciones por un pequeño tramo de escaleras que comenzaba justo donde John, había aposentado sus nalgas para tener su momento de gloria. En el interior, una sala similar a la del locutor de radio se levantaba ante sus ojos. Aunque esta, a diferencia de la otra, estaba mucho más ordenada y limpia. Y qué decir del olor, el cuchitril de Hestengberg olía a una mezcla de pies sucios y maría, sin embargo esta, tenía el típico olor a ordenador.
-¡Estaba equivocado colega!-exclamó Gran John-Nunca había visto nada tan bien conservado-mentía. Le vino al recuerdo el búnker Ghenova, este le daba mil vueltas, pero seguía pensando en que todo aquello había sido un mal sueño. Igual que Monique.
-¡Les habla Facundo Poderoso emitiendo desde Rock Radio!-
Hestengberg comenzó su discurso como tantas veces hacia en los programas de radio que a Gran John, tanto le gustaban. Aquella voz le había acompañado en infinidad de guardias. Resultaba extraño, pero el cálido tono grave de la voz de aquel loco, era mucho más agradable a los oídos desde el transistor que al escucharle en vivo-Mientras la música fluya por nuestros corazones, la esperanza en la humanidad no estará perdida. Hoy fieles oyentes, no os hablo para soltaros uno de mis sermones, sino para avisaros de una terrible amenaza que está azotando los pueblos del sur. Se hacen llamar “La Pena del Alba”, militares bien adiestrados en el arte de matar vestidos con servoarmadura blanca. Si tú, soldado de la Hermandad del Rayo o tú, soldado del Ejército de Pueblo Libre escuchas este mensaje, por favor hazlo llegar a tus superiores, el pueblo necesita vuestra ayuda ahora más que nunca-Hestengberg grabó aquel mensaje en un archivo de sonido y lo introdujo en el aparato emisor para que se enviara infinitas veces por la señal de radio.
-¿Crees que servirá de algo?-preguntó. Gran John tenía la sensación de que era demasiado tarde, y aunque no fuera así, dudaba mucho que la Hermandad y el ejército de Pececito se unieran por un bien común.
-¡No lo sé amigo!-el locutor se encogió de hombros-¡Acompáñame quiero que veas algo!-<< ¿Esta torre no tiene fin?-se preguntó a sí mismo al ver como Hestengberg tocaba unos botones y una escalera, procedente de la zona alta de la sala, hacia acto de aparición delante suyo. Esta daba acceso a la parte interior de la parabólica, la zona más alta del satélite. Desde aquella altura, gracias a unos agujeros estratégicamente colocados, se podía ver casi toda la región. En el centro, apoyado sobre una caja de municiones, un viejo rifle francotirador. Gran John tenía pequeños orgasmos cada vez que veía un arma similar-¡Mira a tu alrededor!-dijo el locutor con voz tenue-¿Qué ves?
-¡La posibilidad de reventar cabezas con el rifle!-Gran John dejo escapar una gran risotada.
-¡A parte de eso amigo!
-¡Lo que llevo viendo desde que nací!-lamentó-¡Un paisaje hostil donde nada merece ser salvado!
-Amigo, en ese paisaje vive la amistad, vive el amor de una madre hacia sus hijos, vive el amor de un hombre hacia una mujer, o viceversa, o dos… bueno tú ya me entiendes. Hay gente buena ahí fuera que merece ser salvada y tener la esperanza de un futuro mejor.
-¡Para mí eso acabó hace mucho tiempo!-espetó John cabizbajo.
-¡Te equivocas una vez más!-Hestengberg, le dio la espada, agachándose para buscar algo en la caja de municiones-¡Toma!-gritó lanzándole una botella de cristal de color anaranjado-A ti te tocó ser el tipo duro-Gran John cogió la botella al vuelo. No podía creer lo que estaban viendo sus ojos. Tenía una botella de cerveza en sus manos, allí arriba en el quito coño del mundo-Un día recibirás una grata recompensa por todos tus esfuerzos. Ahora esto es lo que hay-él no estaba tan convencido como el locutor, pero ver el mundo con los ojos de su compañero, hacía que un ápice de esperanza creciera en su interior-¡Veamos qué tal te manejas con esta preciosidad!
-¿A qué quieres que le dispare?-preguntó mientras habría la cerveza con los dientes.
-No sé qué cojones es pero ahí abajo se mueve algo-Hestengberg señaló con un leve movimiento de cabeza. Gran John sin pensárselo dos veces, cogió el rifle y apuntó donde momentos antes había señalado el locutor. Al enfocar con la mira telescópica vio un grupo de hombres, soldados al parecer, parecidos a los descritos por Hestengberg en su mensaje radiofónico. Avanzaban lentamente intentando esconderse por los pequeños montículos de tierra y rocas. Desde lo alto del satélite podía verles perfectamente sin temor a ser descubierto, ya que los rayos del sol a aquellas horas del día incidían de tal manera sobre la superficie reflectante de la parabólica, que era prácticamente imposible que nadie les viera desde abajo.
-¿Son estos?-preguntó señalando la mira telescópica con el fin de que el locutor, se lo confirmara.
-¡Déjame ver!-dijo con algo de nerviosismo-¡Joder! ¡Sí! ¡Son ellos!
Gran John cogió de nuevo el rifle, al enfocar de nuevo, contó hasta cinco soldados. En ese momento le vino el recuerdo de la última vez que vio a sus amigos con vida, Potito aplastando abominaciones con sus poderosos puños y Glanius cortándolos en pedazos con su catana afilada, mientras él acababa con el resto desde la base con su cañón en la noche de la lluvia de luces. Una pequeña lágrima escapo de sus ojos, y con esta corriendo lentamente por su mejilla apretó el gatillo. El disparo sonó como si en aquel momento el mundo se hubiera quedado mudo << ¡Hasta cuando!-pensó>> momentos después, uno de los soldados yacía muerto en el suelo con la cabeza atravesada por la bala de su rifle. El resto del grupo buscó refugio entre la maleza del lugar. Gran John observaba como los soldados intentaban averiguar su posición, pero sabía de sobra que desde allí no le podían ver. Se tomó toda la paciencia del mundo en preparar el segundo disparo, y al igual que el primero tampoco falló. Detrás solo escuchaba la agitada respiración de Hestengberg, parecía asustado. Apoyó el rifle y tomó un gran trago de cerveza. Estaba caliente y el gas le haría soltar un eructo de competición de un momento a otro, pero por dios como echaba de menos aquel sabor.
Volvió a enfocar con la mira telescópica, solo quedaban tres. Uno de ellos disparaba sin mirar, escondido detrás de una roca. Gran John esperó y cuando tuvo la mano del soldado a la vista disparó y esta voló en mil pedazos. Los gritos de dolor eran tan fuertes, que tenía la sensación de que era el locutor quien le gritaba al oído. Aquello desconcertó a los otros dos soldados, acto que aprovechó para disparar dos veces más y acabar atravesando la armadura uno de ellos, aunque no fue suficiente para acabar con él.
-¡Necesito munición!-le susurró a su compañero. Hestengberg asintió con la cabeza y se dirigió rápidamente a la caja, mientras él tomaba otro largo trago de cerveza. Esta vez no pudo retener el eructo. Sonó como si estuviera hablándole su amigo Potito. El locutor de radio no pudo dejar escapar una tímida sonrisa, mientras corría de nuevo para surtirle de balas.
Con dos heridos desangrándose, era el momento de centrarse en el tercero y rematar la faena. Este había avanzado su posición respecto al resto, parecía haber descubierto su posición, pero a juzgar por la forma que tenía de cubrir los rayos del sol con la mano, continuaba sin poder verles. Cargó el rifle, apuntó y disparó de nuevo. La bala no alcanzó su objetivo, pero pasó tan cerca de la cara del soldado que le rasgo la mejilla derecha. Los gritos del soldado con la mano mutilada eran cada vez más débiles y dejaron paso a los del compañero de la mejilla rasgada. Gran John comenzaba a estar cansado de escuchar tanto gritó, así que disparó varias veces más y acabó con el sufrimiento de todos ellos.
-¡Creo que ya pasó todo!-dijo orgulloso de su cacería, sin dejar de vigilar con el rifle.
-¡Esperemos que sí!-respiró Hestengberg.
-¡Un momento!-gritó Gran John-¡Veo otro!-estaba muy lejos, demasiado para poder distinguir si era otro soldado. Era un hombre, de eso estaba completamente seguro, al fondo detrás del extraño parecía haber unas cruces un tanto raras << ¡Serán árboles secos!-pensó>>. Esperó unos minutos a que aquel tipo se acercara-¡Es un puto necrófago!-advirtió una vez tuvo al ser lo suficientemente cerca como para verle el rostro-A ver de qué pié cojea…-esta vez disparó a fallar. La bala impactó en el suelo, cerca del necrófago.
-¡No disparéis!-gritó el necrófago a pleno pulmón, mientras aguantaba en alto el cadáver de uno de los soldados, al parecer para protegerse-¡Vengo en son de paz!
-¿Acabo con él?-preguntó Gran John, mirando de reojo al locutor.
-¡No!-respondió bruscamente. Durante unos momentos el silencio los invadió, el necrófago avanzaba lentamente y Gran John daba el último sorbo a la cerveza-¡No vamos a matar a todo ser viviente que campe por aquí!
-¡Está bien!-suspiró-Tú hablaras con él, yo no le quitaré el ojo de encima. Y esto…-dijo dando unos toquecitos al cañón del francotirador-…me lo llevo. Si tenemos que protegernos de esos indeseables, cualquier arma será agradecida-colgó el rifle de su espalda y cargó con toda la munición que pudo-¡Bajemos a ver que nos ofrece tu amigo!