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viernes, 13 de junio de 2014

CAPÍTULO XXVII - VEN A MÍ



MOSARRETA



Notaba como las puntiagudas piedras se le clavaban en los músculos de la espalda, tenia frio y le temblaba todo el cuerpo. Lo último que recordaba era como algunos de los refugiados de las alcantarillas escapaban por aquel oscuro túnel. Un fuerte zumbido no le dejaba escuchar con claridad, sentía todo el cuerpo magullado y tenia dificultad abrir los ojos. La boca le sabía a sangre.
Un pequeño insecto se posó sobre su nariz. Las patitas le hacían cosquillas al caminar por la superficie como si quisiera estornudar. Las cosquillas comenzaron a ser molestas, Mosarreta intentó quitárselo con su mano derecha. Movía el brazo a un lado y a otro repetidas veces, pero el bicho no parecía sentirse amenazado por lo que continuaba paseándose por su cara.
Cuando por fin reunió fuerzas suficientes para levantarse, no encontró apoyo en su brazo derecho y volvió a quedar tendido de espaldas al suelo. El insecto voló de nuevo.
-¡Ahhhhhhh!-gritó. Un fuerte dolor comenzó a recorrerle el brazo, intentaba mover los dedos de la mano pero no los notaba, solo un dolor horrible como si le hubieran aplastado el brazo con una piedra pesada. Abrió los ojos con dificultad y levanto levemente la cabeza para ver qué pasaba. Observo que le faltaba gran parte de su brazo derecho. No había nada desde el codo hacia abajo, le faltaba la mitad de su brazo. Allí donde acababa su extremidad tenía un torniquete fuertemente apretado que evitaba que se desangrase.
La cabeza le daba vueltas, no tenía fuerzas ni para volver a gritar, le costaba respirar.
-¡Aguanta amigo!-le dijo alguien, la voz sonaba distorsionada, casi no le entendía. Las fuerzas le abandonaron por completo.
Cuando volvió a abrir los ojos Llejova estaba con él. Sentada en una silla de mimbre peinándose su larga y brillante cabellera negra. Vestía un camisón blanco de seda que le trasparentaba los pechos, los pezones duros hacían que parecieran dos tiendas de campaña verticales sobre su delicado torso. Olía a flores, a primavera.
-¿Donde estoy?-pregunto Mosarreta extrañado.
-Estas en casa mi amor- no recordaba su casa así. Desde la cama donde se encontraba tumbado moviendo los dedos de los pies observaba un balcón. Este tenía vistas a un gran bosque verde, el espesor de los arboles cubría por completo la superficie de la tierra. El cantar de los pájaros era una melodía armoniosa para sus oídos. Los rayos del sol que entraban por el balcón, incidían directamente sobre el pelo de Llejova dándole aun más brillo.
La habitación era muy amplia, con cortinas blancas en las ventanas, muebles de madera buena en perfecto estado y en el techo una lámpara de araña de cristal con velas apagadas.
-¿Estoy muerto?-preguntó.
-¡No mi amor, estas en casa!
Su mujer nunca le había hablado con tanto cariño, pero aquella sensación de bienestar le encantaba.
-¡Levántate! ¡Hazme tuya mi amor!-dijo Llejova con voz suave.
-¡No puedo andar!
-¡Puedes hacer lo que quieras mi amor!- Mosarreta bajó la vista, tenía el pene erecto, hacía años que no podía poner en marcha su miembro, pero lo que le realmente le sorprendió es que estaba moviendo las piernas desplazando las sabanas blancas hacia el fondo de la cama.
Se puso en pié y fue dispuesto a tomarla cono nunca antes lo había hecho. Se sentía muy excitado.
Cuando la tuvo delante cara con cara, la sujetó con las dos manos, pero antes de que llegara a rozar sus labios sintió un fuerte golpe en la cabeza.
De nuevo abrió los ojos, volvía a estar débil, tirado en el suelo sobre una camilla improvisada con troncos de madera y una sábana mohosa. Observaba manchas negras que se acercaban a otras rosadas con forma de persona cerca de su posición.
Parecía una pelea, pero tenía la vista nublada y solo veía como las manchas chocaban entre sí cual pelotas de goma.
<< ¡Ayudadme!>> quiso decir, pero no tenía fuerzas para abrir la boca.
Al momento notó como todo su cuerpo se elevaba.
-Vamos Hueter-escuchó de nuevo aquella voz distorsionada-No tenemos mucho tiempo.
Inmediatamente se encontró de pie en una sala oscura, tan grande que no alcanzaba a ver pared alguna. Una vieja lámpara colgada del techo iluminaba un pequeño círculo a su alrededor. De repente las piernas le fallaron, cayó al suelo dándose un fuerte golpe en la frente haciéndose una brecha que comenzó a sangrar, la boca de nuevo le sabía a sangre. Mosarreta intentaba taparse la herida con las manos pero la sangre las atravesaba. Notó un cuchillo clavado en la espalda. Una fuerte risa burlona comenzó a sonar retumbando eco en toda la sala. Conocía aquella voz, era la de Cristine.
-¡Zorra!-gritaba-¿Porque lo has vuelto a hacer?-pero su pregunta no obtuvo respuesta.
La bombilla incandescente de la lámpara que alumbraba aquella sala reventó sumiéndola en la más absoluta oscuridad. Mosarreta se arrastraba por el suelo, completamente desorientado sin un rumbo claro. Por más que avanzara nunca llegaba a ningún sitio. Tenía la sensación de no moverse de aquel lugar.
La luz volvió a encenderse como por arte de magia. El brazo derecho se le descomponía como una mecha al consumirse por el fuego hasta llegar a la parte del codo.
<< ¿Que está pasando? >>
Comenzó a notar ligeros pinchazos allá donde acababa su brazo derecho, estos cada vez eran más intensos. Llegó a un punto en el cual fue más doloroso que el cuchillo que le clavó Cristine en la espalda.
-¡Se está despertando! ¡Duérmelo o no sobrevivirá!- gritaba a lo lejos una voz desconocida. Inmediatamente dejó de sentir los pinchazos. La sala oscura comenzó a temblar. El suelo donde reposaba su cuerpo se partía en dos. Las paredes se derrumbaban como un castillo de arena y una cegadora luz inundaba aquella sala.
No pudo hacer nada para evitar caer al vacío, la grieta era demasiado grande y le faltaba un brazo con que sujetarse.
<<Es el fin>> pensaba mientras se precipitaba sin control, dando vueltas sobre sí mismo en el aire.
Antes de estamparse contra el suelo de aquel improvisado abismo abrió los ojos de nuevo, estaba tumbado sobre una camilla con una sábana blanca llena de manchas enormes de sangre aún húmeda. La misma lámpara que había visto en la sala anterior, colgaba del techo alumbrando aquella pequeña habitación. Una mosca revoloteaba buscando la forma de acceder a la bombilla incandescente de la lámpara.
-¡Ha faltado poco amigo!- dijo Neil Tarzard  mirándole fijamente. Con su cabeza tapaba parte de aquella molesta luz, cosa que era de agradecer, era tan intensa que le quemaba las pestañas.
-¿Dónde estoy?- pregunto Mosarreta extrañado. Estaba desorientado, quizás se tratara de otra pesadilla. Ya no sabía que era verdad y que era mentira.
-¡Estas en el taller de chapa y pintura Agua Amarga!- dijo con voz ronca un viejo hombre que por su apariencia parecía un mecánico de armas.
-¿Agua Amarga?- nunca había oído hablar de aquel sitio.
-¿Recuerdas el ataque que sufrimos en las alcantarillas?-pregunto Neil Tarzard con voz triste. Aquellas palabras le hicieron saber que ya no estaba soñando. Recordaba a sus excompañeros disparando a los refugiados.
-Sí, pero no recuerdo como acabó, ¿qué demonios pasó?
-Un descerebrado disparó un cohete con un antiaéreo-respondió el necrófago con el ceño fruncido- Yo pude ponerme a salvo antes de que todo saltara por los aires y el techo se viniera abajo. Una vez pasó el peligro busqué supervivientes entre las ruinas, encontré al otro necrófago, aquel que iba vestido con servoarmadura-Mosarreta comenzaba a recordar más detalles. Era aquel grupo de tres hombres que apareció por sorpresa, uno de ellos llevaba a lomos a Cristine-Al poco te encontramos a ti. Estabas inconsciente, tirado en el suelo con el brazo derecho mutilado, sangrando como un pollo sin cabeza. Te apliqué un torniquete con un trozo de camisa que encontré entre los escombros y rápidamente te llevamos aquí, al campamento de la Orden de San Juan de Dios. Mi colega aquí presente, el doctor Achucarro, con las herramientas adecuadas pudo hacerte algunos apaños-dejó escapar una pequeña sonrisa-¡Mira tu brazo derecho!
Haciendo caso al necrófago Mosarreta giró levemente la cabeza hacia la derecha, aun se sentía débil, parecía como si tuviera una profunda resaca. Posiblemente por la pérdida de sangre que le había comentado Neil Tarzard o quizás por los fármacos que le hubieran subministrado. Observó su brazo, por encima del codo allá donde acababa la carne comenzaba un brazo robótico. Negro metalizado, con muchos mecanismos que no llegaba a comprender.
-¿Puedo moverlo?-pregunto incrédulo al ver semejante artefacto.
-Prueba a ver-respondió Achucarro, parecía muy seguro del trabajo realizado.
Mosarreta movió los dedos del brazo robótico, era una sensación extraña, no tenia tacto pero si notaba el movimiento. Cerró el puño, giró la muñeca, torció el codo, no daba crédito, aquel aparato respondía a cada orden como si fuera su brazo verdadero.
-¡Levántate coño!-grito Achucarro.
-¿Acaso no sabes que soy parapléjico?-protestó Mosarreta.
-¿Seguro?
<< ¡No me jodas que este chalado me ha reparado las piernas!>>
Hizo una profunda respiración y acto seguido trato de incorporarse.
<<No me lo puedo creer>>, sus piernas se movían, aunque el movimiento le dolía horrores. Mirando más detenidamente comprobó que le habían instalado unos mecanismos que cubrían gran parte de sus piernas. Los raquíticos palos que se le habían quedado por piernas después de quedarse parapléjico aun estaban en su lugar, estos al parecer solo servían de apoyo. Con todos aquellos cachivaches se sentía más un robot que una persona, pero le encantaba poder volver a caminar.
Se levantó y dio un paseo por aquella pequeña habitación ante la atenta mirada del necrófago y el doctor. Caminaba con movimientos torpes, en gran parte por el dolor que sentía en sus huesos al moverse.
-El cuchillazo en la espalda te dejó las piernas inservibles. Aunque por lo que pude comprobar no perdiste toda la sensibilidad-dijo Achucarro. << ¡Ni que lo digas!>> eran muchas las noches que despertaba a causa de los pinchazos que sentía en sus piernas. Pasaba noches y noches en vela masajeándoselas cuidadosamente para calmar el dolor.-Te hemos instalado un chip en la parte trasera de tu cabeza que analiza las transmisiones sensoriales de tu cerebro y manda la información vía bluetooth al dispositivo indicado. Yo de tu intentaría no darme muchos cabezazos porque si se rompe el chip te quedaras tieso como un palo-bromeó- También tu brazo nuevo tiene un arma, esta se activa al golpear algo con el puño cerrado y se alimenta de células de energía. Utilízala con cuidado, este botón sirve para activarla y desactivarla.-señaló la parte exterior del brazo robótico. Tenía un pequeño botón negro, difícilmente distinguible a simple vista. Al activarse el arma los bordes del botón se iluminaban con un color azul fluorescente.
Mosarreta alucinaba cada vez más con sus nuevos juguetes.
-Debes mantener reposo unos cuantos días-comentó el necrófago-tendrás tiempo de sobra para practicar y caminar bien.
-Pero... no tengo dinero para pagar todo esto- Mosarreta se encogió de hombros.
-La orden de San Juan de Dios es una institución sin ánimo de lucro. Solo intentamos ayudar a las personas. Con este gesto esperamos que tú a partir de ahora, ayudes a la gente en nuestro nombre como nosotros te ayudamos a ti- explicó Achucarro con los dedos entrecruzados y las manos apoyadas sobre su enorme tripa.
<< ¡Mamones, con la de chapas que le podríais haber sacado a esto y lo malgastáis con el primero que pasa!>>
-¡Muchas gracias! ¡Así lo haré!- agradeció Mosarreta asintiendo con la cabeza.
<<Se que sobreviviste zorra, reza para que no te encuentre con vida>>

jueves, 22 de mayo de 2014

CAPÍTULO XXVI - UN NUEVO AMANECER



ACERO






Caminó durante todo el día sin descansar un momento en dirección a la ubicación que le había marcado Traisa en aquel particular reloj. Tenía el tamaño de la palma de su mano, con una pantalla táctil que Acero no llegaba a entender. Dibujaba un mapa sencillo en dos colores, emulando la superficie de la zona donde se encontraba. Su posición se encontraba en el centro exacto del mapa, a un lado la ubicación donde se dirigía. La dirección cambiaba como una brújula señala el norte dependiendo del camino que Acero siguiera.

Gracias a ese artilugio le fue fácil encontrar el Notocar. No había rastro del chico de pelo largo llamado Jacq ni de su acompañante el necrófago.

Para ser una noche de verano soplaba una tímida brisa fresca de aire que mecía los matojos desde donde Acero vigilaba aquel edificio.

Estaba muy poco iluminado y se hacía difícil distinguir el personal, a lo lejos en el horizonte se posaban los grandes edificios del Odín resplandecientes como estrellas.

<<No puedo entrar yo sola ahí, seré carne de cañón en un suspiro-nunca había estado en aquel lugar, pero el sargento Terrilla, ultimo sargento que dirigió su escuadrón, hablaba muchas veces de las barbaridades que se hacían en aquel lugar. El recuerdo de Terrilla muriendo a manos de aquella manada de escorpiones gigantes le produjo tristeza-pobre hombre no se merecía morir así>>

Al atardecer se cruzó en su camino con un grupo de tres personas dos hombres y una mujer que maldecían a otros dos hombres por haberles dejado sin su arma, en ese momento Acero no le dio la menor importancia pero ahora sabia que se trataba de sus objetivos.

Dos hombres bien armados, uno de ellos con una cara rara decían. Sin duda eran ellos.

<< ¿Donde se han metido?- se preguntaba una y otra vez-¿Habrán entrado en el Notocar?-no lo parecía pues aquel edificio parecía demasiado tranquilo, no se escuchaban disparos ni nada similar-¿Los habrán apresado?>>

-¿Que tenemos aquí?-Acero notó que alguien le estaba encañonando el pescuezo con un arma. Rápidamente se giró y con un golpe mandó el arma de su agresor a varios metros de distancia, sin darle tiempo a reaccionar lo cogió del cuello. El rostro de aquel hombre no se correspondía con ninguno de sus objetivos. Inmediatamente Acero se vio rodeada de rifles de alta tecnología apuntándole fijamente. La oscuridad de la noche le hacía difícil distinguir cuantos eran, pero a simple vista contaba una decena de hombres equipados con unas servoarmaduras similares a las de la Hermandad pero más ligeras.


-¡Suéltalo o te freímos a balazos!- gritó uno de ellos. << ¡Mierda!, son demasiados-maldijo en su interior-puedo acabar con unos cuantos de ellos, pero no servirá de nada si el resto me cose a balazos>>. Con resignación soltó el cuello de su presa, este tosió repetidas veces antes de recuperar el aliento.

-¿Quienes sois?-preguntó.

-¡aquí las preguntas las hacemos nosotros!- aquel hombre que parecía el cabecilla del grupo bajó el arma y dio unos pasos adelante para ponerse cerca de Acero. Tenía un rostro imberbe marcado por cicatrices, señal de que había participado en muchas batallas. Era alto y esbelto, llevaba un casco de motocicleta que en la parte superior tenia pegado el esqueleto de la cabeza de una vaca. La armadura que vestía era de un color claro, la noche no dejaba distinguir bien el color de la misma, Acero nunca había visto una armadura de ese tipo- ¿Quién eres tú?

-¡La que te va arrancar esa lengua como no me dejéis en paz!- bufó. Su amenaza no tuvo el efecto deseado y una gran risotada se dibujó en el rostro de todos los presentes.

-¡Nos ha salido guerrera la vieja!-dijo el hombre en tono burlesco. << ¡Vieja será tu madre!-quiso haberle dicho, pero no se mordió la lengua. >> Era una voz grave y joven como la de los cantantes que actuaban en los casinos del Odín, pero esta no la había escuchado en ninguna actuación- Ya me he cansado de tanta tontería. Armando espósala y ponle un collar de esclavo se viene con nosotros.

Armando un hombre corpulento con la cabeza rapada y un solo ojo enfundó el arma mientras el cabecilla daba la espalda al resto para obtener una buena vista del Notocar. Mientras Armando acataba las órdenes y le ponía las esposas Acero no opuso resistencia alguna. En otra situación le habría arrancado los ojos, pero estaba rodeada de armas que no paraban de apuntarle.

-¿Es necesario ponerme eso?- dijo al tiempo que observaba como se acercaba el collar de esclavo hacia su cuello. No obtuvo respuesta a su pregunta, había sido presa de aquellos extraños.

<<Cuando escape eres hombre muerto-pensó mientras Armando acababa de ajustar el collarín a su cuello>>

-Ahora eres propiedad de la Pena del Alba. Rendirás pleitesía y mostraras tu lealtad a nuestro rey Penalba cuando te presentemos ante el- dijo el hombre sin dejar de mirar hacia el Notocar.

<< ¿Un rey?-no daba crédito a las palabras que había escuchado-¿De dónde han salido estos chiflados?>>

-¡Es la hora, liberemos a los esclavos del Notocar, por nuestro rey! 

-¡Por nuestro rey!- gritó el resto del grupo.

Inmediatamente cada integrante de la Pena del Alba tomó una posición estratégica, escondiéndose entre los matorrales de la zona, lo suficientemente cerca para tener buen ángulo de tiro y lo suficientemente lejos para no ser vistos a la luz de la noche. Todos a excepción del cabecilla que aguardaba junto a Acero unos metros atrás, expectante a lo que hacia el resto, sin dejar de apuntarla con una pistola láser.

Los cañones de los rifles francotiradores asomaban entre los matorrales, Acero divisaba unos once, todos con las mismas armas. El primer disparo fue certero, después de la explosión del percutor del rifle a lo lejos el cuerpo abatido de uno de los vigilantes del Notocar se desmoronaba en el suelo.

-¡Al que mas hombres mate le dejare pasar una noche romántica con esta zorra!- gritó el cabecilla; << ¡Zorra será tu madre!-volvió a morderse la lengua. Quería arrancarles la cabeza con sus propias manos>>

Pequeñas carcajadas se escucharon por la zona.

Tenían una puntería asombrosa, para cualquier persona que no hubiera recibido entrenamiento militar sería casi imposible acertar a un objetivo en movimiento a esa distancia y en esas condiciones, pocos eran los disparos que se perdían en el vacío.

La mayoría de guardias yacían muertos, unos en el tejado, otros habían quedado enganchados a las fachadas antes de precipitarse al suelo. Los pocos supervivientes parecían haberse escondido.

-Botella, Armando, quedaos aquí y vigilad que no salga nadie más al exterior del edificio. El resto venid conmigo-los integrantes de aquel grupo parecían títeres a manos del cabecilla. Este dio un empujón a Acero para que caminara, al parecer iba a acompañarles dentro del Notocar.

Caminaron sigilosamente sin mediar palabra por las zonas más oscuras, hasta llegar a la puerta de entrada a través del muro que servía de protección al recinto. Allí esperaban dos guardias del Notocar que fueron acribillados a balazos sin tener tiempo a reaccionar.

-Volar las puertas venga, venga, venga...

A excepción de Armando y el cabecilla el resto de hombres de la Pena del Alba parecían clones, con el mismo traje, similar altura y mismo corte de pelo. La única diferencia eran sus rostros, que dibujaban la misma expresión de seriedad y concentración.

Uno de los soldados sacó de una pequeña mochila del mismo color que el traje, un pequeño artilugio redondo con un botón en el medio. Colocó un par de ellos en cada puerta mientras el resto esperaba a una distancia prudencial, pulsó el botón echando a correr inmediatamente hacia uno de los laterales de la muralla. La explosión de los artilugios causó un gran boquete en el lugar de las puertas de acceso, lanzando estas a varios metros de distancia al interior del complejo.

En la lejanía parecía un edificio más grande, pero visto de cerca no debía tener más de tres pisos de altura. Había dos edificios mas aunque estaban en peor estado, uno de ellos casi derrumbado, del otro solo quedaba un montón de escombros.

En los alrededores del edificio solo había soldados muertos del Notocar, ni rastro de supervivientes.

La puerta al interior del edificio estaba abierta. Esta daba acceso a una sala enorme llena de basura. Por lo que Acero había oído en más de una ocasión, el Notocar era una prisión antes de la guerra. Imaginaba que aquella sala sería la recepción, donde los familiares de los reclusos esperaban su turno de visita. Ahora era un montón de escombros lúgubre, sillas y mesas amontonadas en las esquinas, los focos fundidos dejaban una iluminación más que deficiente, latas, botellas de vidrio vacías, restos de comida podrida... todo tipo de basura habitaba en aquella estancia. El techo estaba caído casi en su totalidad. El polvo se acumulaba en los muebles que aun quedaban y también se respiraba en el ambiente.

Una rata del tamaño de un perro salió corriendo de entre el montón de sillas, pasó ante la atenta mirada de los soldados dando pequeños saltos sobre sus patas. Uno de ellos acabó con su vida clavándole un puñal en la espalda cuando esta se disponía a esconderse de nuevo. El animal emitió un sonido estridente a su muerte.

-Menuda porquería-masculló otro de los soldados, un hombre con el rostro plagado de arrugas, debía tener bastantes años a sus espaldas.

-¡Cállate Ender!-dijo en voz baja el cabecilla. Ender, ahora ya sabía el nombre de otro de los individuos, su cara tenía una cicatriz en forma de cruz en la mejilla derecha. Parecía como si hubiera sido el mismo quien se la hubiera hecho con un cuchillo. Las arrugas de su cara distorsionaban un poco la forma, pero era fácilmente diferenciable.

Cruzaron por el medio de la sala sin hacer el más mínimo ruido, vigilaban en todo momento los muebles amontonados por si algún soldado del Notocar estuviera escondido. Acero sentía como las esposas le estaban comenzando a incomodar, tenía las manos completamente pegadas a la espalda y le estaban haciendo heridas por el roce en sus muñecas, casi no sentía el tacto de sus dedos.

Al fondo de la recepción había una puerta doble, de madera gruesa carcomida por el paso del tiempo, esta daba acceso a un pasillo largo, igual de mal iluminado que la sala anterior. Acero fue la última en pasar. Los soldados de la Pena del Alba accedían de uno en uno inspeccionando habitaciones cercanas, todos hacían el mismo movimiento con la mano dando la señal de que todo estaba en orden, a excepción de uno de ellos que tuvo que utilizar su arma en repetidas ocasiones para acabar con la vida de un soldado del Notocar, que se encontraba en una de las habitaciones colindantes dispuesto a irse a dormir.

Al pasar por delante de aquella habitación Acero vio como aquel desgraciado yacía muerto apoyado contra la pared dejando tras de sí una huella enorme de sangre por toda la pared, las balas estaban incrustadas en el tabique señal de la potencia que tenían las armas que usaban los soldados de la Pena del Alba o quizás de la mala puntería del asaltante.

Daba la sensación de que tenían estudiado al completo aquel edificio, sabían dónde estaban los soldados del Notocar, aunque había un número muy reducido de estos, las diferentes estancias, donde llevaba cada pasillo...

Finalmente después de subir varias plantas por unas escaleras en las cuales la única iluminación que había era el reflejo de las luces del Odín, llegaron a lo que debía ser la sala de operaciones del Notocar, pero al abrir la puerta solo encontraron a uno de los soldados acuclillado en una de las esquinas, en el centro de la sala estaba el cuerpo sin vida de un hombre. En el centro una pila de papeles viejos se amontonaba sobre una mesa alargada, pero no eran los únicos, el suelo estaba repleto de los mismos, unos manchados de sangre, otros desgarrados, significado de que allí había tenido lugar una pelea. El cadáver debía llevar varios días en descomposición, en el cuello, tenía un corte bastante profundo, a su alrededor un gran charco de sangre seca. El hedor desprendía casi hizo vomitar a Acero, pero en última instancia pudo aguantar las arcadas.

-¡Dios que peste!-dijo uno de los soldados de la Pena del Alba.

-¡No me hagáis daño por favor!-lloraba una y otra vez el soldado del Notocar.

-¿Que ha pasado aquí?-pregunto el cabecilla.

-¡No me hagáis daño por favor!-eran las únicas palabras del tembloroso soldado.

-Está bien ya me he cansado de ti-protesto el cabecilla <<Que poca paciencia hijo-pensó Acero al ver de nuevo la misma reacción que antes el cabecilla había tenido con ella>> -Héctor busca alcohol y una cuerda este va a cantar si o si.

Héctor era otro de los soldados de la Pena del Alba, tenía un rostro serio y pocos hombres iban tan bien afeitados como él. Salió de la sala en busca de los materiales que el cabecilla le ordeno traer, al poco regresó con una botella entera de Whisky y una brida negra.

-¿Esto servirá jefe?-pregunto mostrando lo que había encontrado.

-Con bridas como a mí me gusta. Ender ya sabes lo que tienes que hacer.

<< ¡Por dios que van a hacerle a este pobre desgraciado!>>

Entre dos soldados sujetaron por los brazos a aquel hombre que no oponía resistencia alguna, lloraba atemorizado. Ender le bajó los pantalones dejando al soldado del Notocar desnudo de cintura hacia abajo y le ató fuertemente la brida alrededor del pene.

-¡Bebe!-ordeno el cabecilla mientras le empinaba la botella de Whisky en su boca sin casi dejarlo respirar. Al quitarle la botella el soldado del Notocar comenzó a toser, dejando correr el liquido por su torso-¿Donde está el que manda en este tugurio?-el soldado no respondió a causa de la tos-¡Bebe!-ordeno de nuevo. Esta vez el soldado respondió;

-¡El jefe es ese que está ahí muerto por dios!

-¡No te creo! ¡Bebe!-gritaba el cabecilla empinándole la botella en la boca, con tres tragos casi terminó la botella, aunque la mayoría acabó desparramada por el torso del soldado y el suelo. El cabecilla ordenó a Héctor que buscara mas bebida mientras seguía torturando a aquel desgraciado que no paraba de repetir una y otra vez lo mismo.

-¡Por dios basta ya! ¿No ves que siempre repite lo mismo?- grito Acero que no daba crédito a lo que estaban viendo sus ojos.

-¡Tu cállate si no quieres correr la misma suerte que él!- bufó el cabecilla.

Los minutos posteriores fueron eternos, el cabecilla no paraba de repetir la misma acción una y otra vez. El soldado del Notocar tenía cada vez la tripa mas hinchada a causa de las ingentes cantidades de alcohol que le estaban haciendo tragar. El miembro lo tenía morado y debía tener unas ganas incontrolables por orinar, pero la brida hacia que esto no fuera posible. <<Nunca había visto una tortura similar>>

-¡Una zorra!- dijo el soldado del Notocar con el poco aliento que aún le quedaba -Una zorra mató al jefe hace dos noches. Le rajó la garganta y escapó. ¡Lo juro! cof...cof...-no paraba de toser mientras contaba lo sucedido con el cadáver de la sala.

-Abra que encargarse también de esa zorra-el cabecilla hablaba con tono burlesco-¡Descríbela!

-¡Por favor dejadme mear! ¡Me duele mucho la tripa!- suplicó el soldado.

-¡Y mas que te va a doler como no respondas!-la amenaza del cabecilla se transformo en un golpe seco con la culata de la pistola en la tripa del soldado. Este soltó un grito desgarrador que bien podría haberse escuchado en todo el edificio-¡Habla!

El soldado estaba más blanco que la servoarmadura del cabecilla, cogió un sorbo de aire y articuló las palabras con dificultad;

-Se llama Cristine- paró un momento para volver a coger aire-Morena, de estatura media, delgada y con gafas-volvió a coger aire, su voz cada vez sonaba más débil y apagada-escapó por las alcantarillas.

-¡La muerte se paga con la muerte!-dijo el cabecilla-¡Cristine donde quiera que estés pagaras por tus pecados!-el resto de los soldados de la Pena del Alba repitieron las mismas palabras al unísono.

<<Lo llevas claro-pensó al escuchar las palabras del cabecilla>>Con esa descripción sería casi imposible encontrarla, aunque visto de que pasta estaban hechos seguramente matarían o algo peor a cualquier mujer que se le pareciera. No conocía a la tal Cristine, pero la sola idea de que alguien pagara por su asesinato le producía un sentimiento de odio, no solo hacia la chica llamada Cristine también hacia aquellos bárbaros que la tenían presa.

 -¡Este ya ha aprendido la lección!-bromeó el cabecilla, inmediatamente sacó un machete de una funda que llevaba colgando de su cintura, de un corte limpio le amputó de cuajo sus partes. El alto grado de alcoholemia del soldado no fue suficiente para no sentir dolor, soltó un espantoso grito que incluso le dolió a Acero. La orina comenzó a brotar de la herida producida como si de una fuente se tratara, el hedor del cadáver en descomposición se vio superado por el olor a orín del soldado del Notocar.

Esta vez Acero no pudo soportar el olor nauseabundo que había en la sala y vomitó la poca comida que aún le quedaba en el estomago.

-Liberad a los prisioneros y destruid este nido de ratas- ordenó el cabecilla.

Acero salió del Notocar acompañando al cabecilla de la Pena del Alba, aun con el mal trago pasado por el horroroso espectáculo al cual había asistido sin querer. El resto del grupo se quedó dentro del edificio, al parecer iban a liberar a los esclavos, aunque aquello le confundía.

-¿Por qué hiciste eso con aquel pobre desgraciado?- quiso saber, aunque no estaba muy segura si debía abrir la boca o si se la cerrarían de un guantazo.

-Para que aprendas la verdadera justicia de la Pena del Alba-respondió el cabecilla con un tono firme, parecía sentirse orgulloso de lo que acababa de hacer-Los criminales como esta gentuza deben ser y serán castigados.

<<Tú también eres un criminal, acabas de matar y torturar a un hombre con tus propias manos, responderás a tu verdadera justicia no lo dudes-Acero se juró a si misma que no moriría sin antes ver la cabeza arrancada de aquel cabrón chorreando sangre en sus manos. Nadie se merecía un castigo como el que le había propinado al soldado del Notocar por muchos crímenes que hubiera cometido, y hacerle presenciar aquella escena encendió una ira incontrolable hacia aquel torturador, para más inri le había hecho fracasar en la misión que Traisa le encomendó. >>

Los primeros rayos de sol hicieron su aparición en el horizonte, las luces que se veían a lo lejos procedentes del Odín se apagaban paulatinamente conforme el sol adquiría más presencia en el cielo.

Personas que al parecer estaban recluidas en el Notocar comenzaron a salir por la puerta principal del edificio. Hombre con largas barbas, escuálidos por una alimentación deficiente y ropas harapientas. Mujeres con el pelo enmarañado que parecían esqueletos con patas, los niños sin embargo eran los únicos que parecían estar bien cuidados, aunque de estos había pocos. En total contó unas cincuenta personas más o menos contando mujeres y niños. Todos los esclavos liberados iban escoltados por los soldados de la Pena del Alba. A Acero aquella imagen le pareció la de un rebaño de ovejas custodiado por el pastor y sus perros, aunque nunca había visto un rebaño de ovejas en vida y menos a un pastor, solo imágenes en revistas rotas.

<<Pobres desgraciados>>

La euforia se había apoderado de ellos que llegaban a cuenta gotas a lo alto de una colina donde esperaban Armando, Botella, Acero y el cabecilla. Gritaban una y otra vez << ¡Viva la Pena del Alba! >> Al mismo tiempo que levantaban el puño en señal de victoria.

Cuando parecía que ya no quedaba nadie más dentro de la antigua prisión del Notocar, una serie de fuertes explosiones derrumbaron por completo la antigua prisión reduciéndola a cenizas. El bonito amanecer que habían brindado los primeros rayos de sol se vio ensuciado por la cortina de polvo que dejó tras de sí el Notocar al explotar.