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sábado, 15 de febrero de 2014

CAPÍTULO XI - MÚSICO



GRAN JOHN




Habían pasado muchas horas desde el incidente en la torre, Gran John estaba encarcelado en las celdas del campamento. Era un habitáculo pequeño, casi claustrofóbico, con paredes grises. Los barrotes estaban formados por campos magnéticos, emitían una luz de color azul brillante, en el suelo un colchón viejo sin sabanas y un cubo sucio para hacer sus necesidades. Apestaba a heces, puesto que momentos antes le había dado un apretón y como no sabía cuanto tiempo mas pasaría en aquel agujero, decidió desahogarse en el cubo.

Tampoco había noticias de sus compañeros Potito y Glanius. Desde que los soldados lo arrestaron y desarmaron, Gran John había perdido contacto con el exterior. Nadie le acompañaba en las celdas colindantes, todas estaban vacías.

Horas de soledad, sin comer ni beber, lo único que sabía era porque estaba metido en aquel calabozo. No llegaba a entender como eran capaces de dejar morir a gente inocente. El "ejercito del pueblo libre" ya no era como antaño, había perdido todos los valores de su fundador.

La ira se apodero de su ser y en un arrebato de locura cogió el cubo y lo lanzó contra los barrotes en un gesto de rabia. El cubo se quedó pegado al campo magnético, pero la mierda y la orina rebosaron acabando esparcidas por el pequeño calabozo, siendo Gran John el mas perjudicado.

<< Genial ahora apestare a mierda quemada >> pensó.

-¿A que huele aquí?- unos soldados se acercaban a los calabozos bromeando acerca del olor procedente de estos-¿Eso es mierda quemada?

-¡algún héroe loco se abra peleado con los barrotes a base de pedos!- los soldados se burlaban, desde luego no eran sus compañeros.

-¡Tú!- uno de los soldados estaba enfrente de su celda. Era alto, rubio, cara pecosa, debía ser joven. Se dirigía a Gran John en tono amenazador -Vamos Pececito quiere hablar contigo, la has liado parda. Pórtate bien o te pudrirás en este cuchitril.

El soldado desactivo el campo magnético, los rayos azules desaparecieron y el cubo cayó al suelo echando humo. Antes de salir Gran John se limpió un poco la mierda que tenia esparcida por cara y manos con el colchón.

Como un corderito siguió a los soldados escaleras arriba, en dirección al despacho del jefe. Otros dos soldados iban detrás de el, sin quitarle ojo de encima con sus armas listas para disparar a la más minima señal de resistencia.

El cuartel era pequeño, solo dos plantas y un sótano donde estaban los calabozos. Todas las habitaciones parecían iguales, a izquierda y derecha literas por doquier, en todos los pasillos la misma peste a sudor concentrado. Las únicas estancias diferentes del resto eran la armería, la enfermería y el despacho de Pececito.

Finalmente entraron, los soldados se quedaron atrás, tapando la salida. Gran John estaba enfrente del escritorio de Pececito, el jefe le estaba observando con mirada seria, sin pestañear, sentado en su sillón viejo de piel.

Era un hombre alto, de avanzada edad, hacia mucho tiempo que por el centro de la cabeza no le crecía un solo pelo, los que conservaba a los lados eran canosos, su mirada perdida la escondía de tras de unas gafas de pasta sin cristal, todo el mundo decía que era para parecer mas interesante pero a Gran John le parecían ridículas. El puro siempre acompañaba a pececito, le gustaba mucho fumar, tanto que los soldados bromeaban con la extinción de los puros de antes de la guerra y las nuevas cosechas.

-¡El héroe anónimo del pueblo!-comenzó dándole una calada al puro, llenando la sala de humo -¿Sabes porque estas aquí verdad?

-Me hago una idea. ¿Donde están mis compañeros?- preguntó Gran John.

-¿Estas siendo juzgado y lo único que te importa es saber donde están tus amigos?- hizo una pausa para darle una calada al puro y prosiguió -No fueron tan buenos chicos como tú. Mis soldados intentaron arrestarles, pero lo único que consiguieron fue que tu compañero el bicho verde mandara a diez de ellos a la enfermería- Gran John dejó escapar una sonora carcajada- Yo en tu lugar no reiría tanto. Están en busca y captura. Tú serás el encargado de traerlos de vuelta para que sean juzgados.

-¡Lo llevas claro!- fue la respuesta Gran John.

-Quien lo lleva claro eres tu- añadió Pececito-¡Trucha, Yate, ponerle los collarines!

Dos de los soldados que vigilaban la puerta de salida, cogieron unas pulseras metálicas con un Led rojo apagado. Gran John sabia de que pulseras se trataba. Eran collarines MK65. Se utilizaban antes de la guerra en las prisiones. Los presos dependiendo del grado de seguridad, llevaban dichos collarines para evitar fugas, bien en las muñecas, bien en los tobillos, en cuello o en el peor de los casos el conjunto de todos. El intentar quitárselos o alejarse demasiado del trasmisor de frecuencia que los controlaba provocaba la explosión inminente de estos collarines.

<<Estoy perdido- pensó Gran John- me tienen cogido de pies y manos nunca mejor dicho. No mostró resistencia alguna. Los guardias le pusieron collarines en pies y manos.

-¡Tu ganas! ¡Pero creo que con esto puesto no voy a llegar muy lejos de aquí!

-¿Crees que no lo tengo todo pensado?- ahora era Pececito quien dejaba escapar carcajadas-Mira detrás tuyo.

Gran John se giró ligeramente la cabeza, un robot gris metalizado, esférico del tamaño de un balón de futbol se había posado a sus espaldas sin el darse cuenta. Estaba suspendido en el aire, totalmente silencioso. En la parte frontal tenia una pantalla táctil rota, a los laterales antenas receptoras y pequeños alerones.

-¿Y este balón? ¿Vamos a echar un partidillo o que?- ironizó Gran John.
Robot Balon

-El balón como tu le llamas es tu vida ahora mismo, si el muere tu te quedas sin manos y pies a merced de los depredadores, si te alejas demasiado o intentas escapar de el, correrás la misma suerte. Cuídalo bien, pues de el depende tu vida. Ahora fuera de mi vista.

Antes de abandonar la base, Gran John recogió sus cosas, le permitieron llevarse el cañón Gauss que tenia en régimen de alquiler con el ejército.

Caminaba hacia el sur, los guardias antes de marcharse le informaron en que dirección huyeron sus amigos. Aunque después de tantas horas podrían estar en cualquier sitio. Iba a ser tarea difícil encontrarles. Una cosa tenía clara, debía deshacerse de aquel robot y de los collarines lo antes posible. Seguramente el robot servia de baliza para rastrear su posición en cualquier momento.

Habían pasado varias horas desde su salida del campamento, Gran John estaba un poco desorientado, de noche se hacia difícil seguir una dirección en concreto, durante el trayecto el robot no había dejado de seguirle, sin hacer sonido alguno, totalmente sigiloso aunque notaba su presencia en todo momento.

No veía población o ciudad cercana entre tanta oscuridad. Solo una gasolinera abandonada.

Tenia las persianas echadas y al parecer oxidadas <<Posiblemente este cerrada desde antes de la guerra pero me extraña>> pensó Gran John. Todos los lugares absolutamente todos habían sido saqueados. Bien durante la guerra o después, en busca de comida, ropa munición o simplemente un refugio. Solo algunos Bunkers seguían cerrados a cal y canto.

Gran John dio un pequeño empujón a la persiana que cerraba la puerta, con un sonido chirriante esta se abrió dejando tras de si una nube de polvo.

-Me lo imaginaba, vacío y saqueado, pero servirá de refugio para pasar la noche. ¿Tu que opinas robot?- no obtuvo respuesta, el robot seguía sin emitir sonido alguno -¡Tío que antipático! He visto muchos robots y al menos te dicen "hola" cuando les hablas.

-¡Hola!- el robot respondió, la voz sonaba a grabación de audio.

-Bueno al menos dices hola...

-¡Hola!- interrumpió el robot. Gran John empezó a comprender, el robot respondía con un saludo al escuchar la palabra "hola".

<<No hay comida, solo un poco de agua y un robot que solo sabe decir "hola", vamos bien. A ver cuanto material me queda>>pensó al inspeccionar la gasolinera. Polvo, escombros, latas de conserva vacías y oxidadas, una caja registradora abierta y un colchón viejo y mugriento tirado en el suelo.

Gran John se sentó encima del colchón <<al menos esta blandito>> miró en su saquito, un saquito de reloj de bolsillo que utilizaba para guardar la Marihuana. Aun le quedaba droga suficiente para unas cuantas noches y eso le alegró mucho. Las drogas estaban muy bien pagadas y podía utilizarlas para comerciar por comida u otros objetos, aunque prefería no tener que llegar a eso.

-¡Genial!- esbozó una sonrisa- ¡Oye ponte algo de musiquita! ¿No?-esta vez tampoco tuvo respuesta -¡Radio!- gritó, acto seguido empezó a sonar una emisora de radio. El robot también respondía a la orden "radio", buscaba emisoras de radio dentro del alcance. Después de la guerra no quedó radio ni televisión alguna, con el paso del tiempo gente fascinada por la música anterior a la guerra había conseguido restaurar algunas de las zonas de emisión, y realizaban sus propios programas de música de forma altruista. Se agradecía tener melodías sonando en el ambiente, sobretodo en los muchos días grises de invierno.

Gran John conocía la voz del locutor, había escuchado muchas veces esa sintonía en las largas guardias del campamento.

-¡Y ahora otro viaje al pasado!- la voz del locutor procedía del robot. Facundo Poderoso era el encargado de la Rock Radio. Gran John no le conocía pero su voz era inconfundible -¡En primicia con todos ustedes, venido de la época del televisor en dos dimensiones... Highway to Hell de AC/DC!- la voz del locutor dio paso a la canción.

<<Autopista al infiero- pensó, mientras se liaba un porro- que grande>>.

miércoles, 29 de enero de 2014

CAPÍTULO X - EN MARCHA



JACQ




<< ¡Menuda mierda! >> era el único pensamiento de Jacq mientras bajaba las escaleras a la planta baja de la pensión Rose. << A ver si nos deshacemos pronto de esos mequetrefes y podemos irnos de putas con la recompensa a que nos dejen el sable bien limpio... >>

Sin duda no había sido su mejor experiencia sexual, aunque había llegado al orgasmo.

Andes de salir del local recogió todo el equipamiento y munición que pudo, tanto para él como para sus compañeros que le aguardaban fuera.

Salió de la pensión tan cargado que parecía un burro de carga. Hueter y Poli le esperaban sentados en un banco de metal oxidado a unos metros, hablando entre ellos en voz baja.

-¡El hijo pródigo ha vuelto! ¿Que tal esa limpieza de bajos?- pregunto Hueter entre risas.

-Tampoco ha sido para tanto. Mucho ruido y pocas nueces. En fin al menos ahora está limpio- suspiró - Aquí traigo todo el equipamiento que he podido cargar - había armaduras básicas, pistolas de plasma y munición varia, cargas de plasma, balas de rifle, munición de ametralladora y balas de once milímetros para la pistola convencional.

- Con esto y un poco de arte en el intercambio comercial, podremos conseguir algo decente en Luxury Odín la zona de casinos de lujo al este del pueblo. Allí opera la Hermandad del Rayo que es especialista en tecnología, sobretodo tecnología militar- dijo Hueter al ver la mercancía.

-¿Como sabes tú todo eso?- pregunto Poli.

-Niña tengo ya más de dos siglos de experiencia, vagando por todos los rincones de la región. No siempre he estado en el bar sirviendo copas a gente alcohólica.

Empezaron la andadura después de vestirse con las armaduras. Poli aun conservaba la suya, así que tenían excedentes con los que poder maniobrar a la hora de comerciar. Hueter encabezaba el grupo. Al parecer era como un mapa andante, se le veía muy seguro de saber a dónde se dirigía.

Caminaban por una vieja autopista, a lo lejos el sol del atardecer cada vez más perpendicular a sus caras. Jacq llevaba gafas solares, Hueter se hacía sombra con la mano para no deslumbrarse y Poli sencillamente intentaba no mirar hacia el sol.

No daban ni dos pasos sin encontrarse algún coche abandonado. Vehículos que dejaron de funcionar a causa de la tormenta de misiles, a causa de la guerra que cambió el mundo. En alguno de ellos aun se veía el reflejo del dolor, esqueletos de personas adultas abrazadas, otros murieron solos, cada coche tenía su propia historia, historias que cayeron en el olvido, historias con un mismo final. Muchas eran las ocasiones en las que Jacq había visto similares escenas, pero no podía dejar de estremecerse cada vez que se topaba con alguna.

-Si la vista no me engaña debemos de estar cerca, se supone que el camino debe estar limpio, pero como ya sabréis no es una ciencia cierta- explicó Hueter. Al horizonte los últimos rayos de sol dejaban paso a la luz artificial de unos edificios inmensos. Un espectáculo de luces de colores jamás visto por Jacq y su hermana.

-¿Es eso el Luxury Odín?-

-¡Efectivamente amigo! ¡Nunca te toparas sitio tan bien conservado, ni con tanto vicio!- respondió Hueter como si estuviera haciendo un anuncio de los casinos para la radio.

La llegada a las puertas de la ciudad que rodeaba los casinos fue de noche. Conforme había advertido Hueter el camino transcurrió sin ningún sobresalto. Solo una cucaracha mutada se cruzó se cruzo en su camino, insecto que acabó sirviendo de aperitivo para el necrófago después de que este acabara con el de un pisotón en la cabeza.

La ciudad llamada Penélope había sido construida a las afueras del complejo de casinos. Cimentada y restaurada por gente pobre la cual se le había denegado la entrada al Luxury Odín por carecer de autorización o por no tener suficiente caché. La seguridad era máxima en el complejo. No todo el mundo tenía la libertad de acceder a los casinos, robots de vigilancia comprobaban si los sujetos que solicitaban el acceso, disponían de autorización, en caso contrario se solicitaba una cantidad mínima de cinco mil chapas. Las chapas de las botellas fueron puestas en circulación como moneda de pago después de la guerra, el valor de estas residía en el limitado número de las mismas, ya que la tecnología para fabricar chapas de botellas se perdió en la Gran Guerra, por lo que las que quedaron mantuvieron su valor hasta cierto punto...

Penélope había desarrollado su propia sociedad, ajena a la política del Odín. Cualquier persona solía ser bien recibida, aunque dentro de esta sociedad imperaban varios clanes, los cuales eran reacios a mantener cualquier tipo de relación con gente del exterior de la ciudad.

Penélope al igual que la mayoría de las ciudades de la región, estaba rodeada de murallas construidas con vehículos abandonados, restos de metal entre otros tipos de materiales para prevenir posibles amenazas exteriores, tanto humanas como animales. Disponía de cuatro accesos, Jacq, Hueter y Poli estaban en la puerta de la zona este. Una caravana comercial formada por dos mercenarios, el vendedor y un burro de carga de dos cabezas intentaba hacer negocios con un comerciante local.

-¡Buenas noches!- se presento Hueter.

-¡Buenas noches forasteros!- respondió el vendedor, un tipo alto, con barba larga, semblante serio y con el rostro lleno de pequeños agujeritos fruto de una pubertad llena de granos.

-¿Saben ustedes si el "Transtorno" sigue abierto?- Jacq estaba sorprendido, su compañero necrófago parecía conocer todos los rincones de la región.

-¡Por favor tuteame! Efectivamente sigue abierto pero ¿para qué queréis ir a ese antro alejado de la mano de dios?- el comerciante local respondió con otra pregunta.

-Servidor conoce al dueño, solo estamos de paso- el tono de Hueter era de respeto y trato cordial.

-En ese caso no tengo nada que objetar. Pasar, seáis bien recibidos. Si queréis probar el mejor licor de todo Penélope os espero en la "Taberna Taurina".

Jacq fue el primero en entrar, las puertas estaban hechas con dos planchas enormes de metal, a lo alto un pequeño pasillo que unía los dos lados, donde dos hombres armados permanecían inmóviles vigilando la entrada y alrededores. Dentro una calle muy ancha daba lugar a un mercadillo entre los habitantes. Comida, alcohol, agua, ropa, armas... había todo tipo de puestos, se comerciaba con cualquier cosa. Había niños jugando a tirarse piedras, otros gritaban las maravillas de los bares y tiendas de la zona a modo de reclamo.

-¡Jamás había visto un lugar con tanta gente!- exclamo Jacq, su hermana hizo lo mismo con un gesto de su mano.

-Seguidme, el "Transtorno" está cerca- sugirió Hueter.

Jacq se quedó rezagado del grupo, en uno de los puestos había lo que parecían ser mercenarios -¿Sois mercenarios a sueldo?- preguntó dirigiéndose hacia un hombre alto y delgado, de piel oscura, pelo negro rizado y canoso, lucía una barba canosa arreglada con forma de pico.

-James Black para servirle a un módico precio- respondió-Somos guardaespaldas, para que su estancia en Penélope sea tranquila y sin percance alguno.

-¿Y no hacéis servicio fuera de esta ciudad?

-¡No!

-Pues vaya castaña- Jacq bromeó haciendo un saludo militar-Si lo piensas mejor estaré hospedado en el "Transtorno" pregunta por Jacq.

No obtuvo respuesta. James el guardaespaldas se quedó inmóvil.

Con paso firme intentaba alcanzar al grupo, la charla con el guardaespaldas le había dejado atrás, pero no estaba lejos. Para hacer el camino más llevadero se encendió un cigarrillo. Sus compañeros estaban a unos pocos pasos, el mercadillo había quedado atrás, al girar la esquina por la calle donde se encontraba situado el "Transtorno", comprendió al comerciante de la entrada. Lo poco que quedaba de las aceras estaba lleno de personas drogadas hasta los ojos. Adictos a sustancias estupefacientes, muchos de ellos se debatían entre la vida y la muerte otros tenían la vista fijada en el infinito. Jacq no se fiaba de la situación, con un movimiento sutil puso los dedos sobre la empuñadura de su pistola de plasma.

pueblo abandonado-Tranquilo, los pobres no se dan cuenta de nada, están en otra dimensión, son inofensivos- le dijo Poli- entremos al garito a ver que se cuece.

Dentro el "Transtorno" estaba abarrotado de gente. El murmullo de los clientes se vio alterado por el fuerte grito del dueño -¡Hombre calavera! ¡Cuanto tiempo sin tener noticias tuyas! ¡Ven y tomate una con tu amigo Delasno!- al parecer el dueño del local conocía a Hueter. Delasno era un hombre bajito y gordo, con entradas prominentes señal de una calvicie muy próxima y bastante imberbe para su edad.

-Pensaba que ya no te acordarías de mí. Ha pasado mucho tiempo- Hueter cogió asiento delante de la barra. Mientras el necrófago y el tabernero se ponían al día con sus asuntos, Jacq se sentó en una de las mesas que recientemente había quedado vacía con su hermana Poli. Enfrente había un pequeño escenario donde un hombre canijo hacia de humorista, era el espectáculo de la noche. El local estaba bastante oscuro, los pocos focos que había iluminaban en esos momentos el escenario y la barra del bar. El pequeño humorista contaba chistes de antes de la guerra, los espectadores parecían no cogerles la gracia:

-¿Que tienen en común una mujer y un tornado?- comenzó-¡Que al principio chupa con mucha fuerza y luego se lleva tu casa!- poca sonaron unas tímidas carcajadas. Jacq aprovechó el paréntesis para pedir dos cervezas-¡A mi mujer la llamaban Twister!- el humorista se esforzaba pero pocas risas conseguía.

-¡Bueno hermana por fin estamos en Penélope!- comentó Jacq mientras ambos brindaban con su cerveza recién abierta.

-¿Crees que lo conseguiremos?- pregunto Poli con cierta incertidumbre.

-No lo sé hermana, tenemos que actuar con suma cautela como hasta ahora, esto no va a ser fácil- respondió entre susurros.

-¿Jacq?- escuchó su nombre detrás de él. Esa voz le era familiar-¡Jacq he venido a hablar de negocios contigo!

CAPÍTULO IX - TODO POR LA PATRIA



ROSE




Echó el cerrojo a la puerta principal de la pensión nada más salir los nuevos mercenarios que había contratado. Solo quedaba por hacer una parte del trato para cerrar definitivamente el acuerdo. Rose estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para recuperar a sus hijos.

Muchos eran los mercenarios que se habían ofrecido para la misma tarea en los últimos dos años, pero o acababan muertos o simplemente se fugaban con las armas prestadas. Por esta razón el potencial armamentístico que guardaba Rose era menor que antaño. Debía de confiar en el buen hacer de las personas, pero hasta la fecha no había obtenido resultado. Esta vez tenia sensaciones distintas, aunque sabía de sobra que era una misión muy arriesgada y que muy probablemente sus hijos ya estuvieran lejos del Notocar o quizás muertos. No quería pensar en ello, pero la idea siempre le rondaba por la cabeza.

-Sígueme- dijo a Jacq que esperaba apoyado en el escritorio. Sin mediar palabra subieron a la primera planta, donde se ubicaban las habitaciones del hostal.

Toda la planta estaba restaurada con tablones de madera y trozos metálicos, planchas, trozos de uralitas, cualquier material con unas dimensiones considerables era aprovechado para construir y restaurar. Se notaba que la pensión de Rose había sido restaurada a conciencia.

Había cuatro puertas a la izquierda del pasillo, tres a la derecha y una al fondo. Rose recorrió el pasillo entero, su habitación era la del fondo, Jacq la seguía sin mediar palabra.

La puerta estaba abierta.

-Pasa y ponte cómodo.

La habitación era grande, en el centro una cama con forma de corazón, las sabanas que la cubrían eran color rojo carmesí aterciopeladas. A los pies de la cama un arcón metálico donde Rose guardaba toda su ropa. Al fondo un mueble bar antiguo, con puertas de cristal agrietado, lleno de licor, whisky, ginebras, ron y cervezas. La habitación estaba mucho más limpia que el resto de la posada.

Los rayos de sol de mediodía se colaban por pequeñas ranuras en las paredes exteriores, iluminando la habitación en un ambiente intimo.

-¿Puedo servirme una copa?- fue la pregunta de Jacq al ver las botellas de licor.

-¡Por supuesto sírvete tu mismo!- respondió Rose irónicamente. Jacq no debió entender la ironía puesto que se sirvió una copa de whisky -¿Se encuentra bien el señor?

-¡Por supuesto y mejor que voy a estar!-respondió efusivamente. Jacq se sentó en la cama.

-Acabemos con esto cuanto antes- suspiró Rose. Le desabrochó los pantalones. Notaba como ya tenía el miembro duro. Lo acarició suavemente, una y otra vez. Sentía mucha excitación. Las caricias pasaron de las manos a la boca. No dejaba de succionar a la vez que acariciaba la zona de los testículos con su mano.

Jacq se retorcía de placer. Beber el whisky pero lo único que conseguía era derramar su contenido entre las sabanas.

<< Me encanta - pensaba Rose - pero no se me debe notar >> Recorría una y otra vez el pene con la lengua, sabía que más pronto que tarde acabaría por hacerle llegar al orgasmo.

Pasaron unos minutos cuando Rose notó como Jacq había llegado, los fluidos procedentes del miembro de aquel hombre corrían ahora por sus labios. No le importaba, le encantaba.

- ¿Ya está? - Jacq interrumpió su momento de máximo placer - Hay trato entonces. Espera a nuestro regreso.

Fueron las últimas palabras que Rose escuchó antes de ver desaparecer por la puerta al último mercenario que había estado en sus aposentos. Se quedó extrañada, normalmente todos los hombres pedían repetir, pero él se dedicó a vestirse de nuevo, acabarse la copa y marchase. Algo había cambiado, sentía la esperanza de que esta vez no fuera como las anteriores.