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lunes, 27 de enero de 2014

CAPÍTULO VII - HÉROE ANÓNIMO



GRAN JOHN




Bien entrada la noche, la mayoría de los soldados dormían plácidamente en los barracones del campamento, a excepción del personal que hacia la guardia esa noche. Gran John desde lo alto de una de las torres de vigilancia contemplaba las estrellas, sentado en una vieja silla de metal oxidada.

La torre era de madera, construida por soldados muchos años atrás cuando el "ejército del pueblo libre" decidió levantar un campamento para asegurar la zona del sur de la gran ciudad en ruinas. Había varias construidas por todo el campamento, todas de estructura y altura similar. Esa noche a Gran John, Glanius y Potito les habían asignado la zona de los barracones. Una tarea tranquila, interrumpida en ocasiones por algún sonoro ronquido de algún compañero suyo en descanso.

-Me encantan las noches- susurró Gran John mientras recorría con la mira telescópica en alta definición de su fiel arma las proximidades del campamento.

Con la mira telescópica podía distinguir claramente el rostro de una persona cualquiera a una distancia de quinientos metros aproximadamente.

Alcanzaba el otro lado del rio que había entre el campamento y la parte poblada de la ciudad en ruinas. Observaba a lo lejos lo que podrían ser niños jugando a perseguir una rata que parecía un toro en proporción a los niños. Como la mayoría de niños iban sucios, con ropajes rotos. La camiseta de alguno de ellos era tan grande que perfectamente podrían caber dos. Muchos de los borrachos intentaban dormir la mona en cualquier rincón, pero los gritos y el jaleo de los pequeños no les dejaba pegar ojo. Las palabras no llegaban a oídos de Gran John pero por las gesticulaciones de los hombres podía intuir que les estaban llamando de todo menos bonitos. La escena le provocó una pequeña sonrisa.

Continuó la vigilancia con la mira para asegurarse que no había ninguna amenaza nocturna en su zona. Sin querer encontró la ventana que daba al despacho de Pececito, el jefe del "ejercito del pueblo libre". La luz estaba encendida, Gran John acercó la mira todo lo que pudo. La cabeza del jefe ocupaba toda la mira, nunca había disfrutado de un blanco tan fácil, quieto, tan quieto que parecía dormido, podría acertarle de lleno con los ojos cerrados.

<< Que gustazo me daría desintegrándote la cabeza en estos momentos >> pensó. Tenia la secuencia en la cabeza, el tiempo se ralentizaba, la carga de plasma salía disparada de su cañón Gauss dejando una pequeña estela a su camino y a los pocos segundos impactaba directamente en la cabeza de Pececito después de romper la ventana en mil pedazos, una explosión tan blanca que cegaba dejaba un cuerpo sin cabeza, con el cuello humeante apoyado en la silla.

- ¡Gran John, Gran John! - alguien le estaba llamando en susurros, conocía esa voz de sobra, era su fiel compañero Glanius desde la base de la torre -¡Deja de apuntar al jefe o nos buscaras un buen lio!

<<Algún día...>> Gran John no soportaba las injusticias, menos aun la política que había adoptado el ejercito después de la muerte del fundador.

Glanius subió a la torre. Era un chico alto, de complexión normal, aunque no sabía exactamente su edad, debía estar más cerca de los treinta años que de los cuarenta. Lo más característico era su larga cabellera atada con una cuerdecita, que le daba forma de cola de caballo, negra adornada con un mechón de color blanco. Llevaba debajo del brazo dos botellas grandes de cerveza. Estarían recién sacadas del frigorífico puesto que aun conservaban una fina capa de escarcha.

-¿Sabes que es lo que le paso al ultimo flipado que apuntó con un arma al Pececito?- preguntó Glanius entre balbuceos. Intentaba abrir las botellas de cerveza con los dientes, con un poco de esfuerzo consiguió abrirlas-¿Sabes lo que es un bukake? Pues eso le hicieron entre todos los compañeros del campamento. Y luego fue expulsado de la compañía con una mano delante y otra detrás- Las chapas que cerraban las cervezas le dejaron una pequeña herida en el labio inferior a causa del forcejeo.

-¡Ehhhh...es Glanius que bien se lo monta! ¡Noche tranquila, cervecita fresquita y ahora porrito!

La tranquilidad de la noche se vio interrumpida por gritos de horror procedentes de la ciudad. De un salto Gran John se levantó. Observó a través de la mira telescópica del cañón como una manada de lo que ellos denominaban centauros, se acercaba a la zona civil ante la pasividad de los guardias que vigilaban los aledaños del campamento.

Los centauros eran criaturas que se guiaban por su único instinto, la comida, les gustaba la carne fresca. Eran moles de carne con rostro humano que el mayor de ellos superaría por poco el metro de altura. Carecían de extremidades superiores. Se arrastraban con cuatro pequeñas piernas deformes, lo que los hacia lentos. El mayor peligro emanaba de su boca, formada por una especie de tres tentáculos que segregaban un líquido ácido verdoso capaz de corroer el metal. Eran capaces de lanzar grandes bocanadas de líquido ácido a una distancia considerable.  

- ¡Esos bichos acabaran con la población del exterior del campamento! ¿Nadie va a hacer nada? - la pregunta de Gran John no tuvo respuesta alguna -¡Glanius despierta a Potito! ¡Me da igual lo que pase no pienso dejar que la gente muera a mis ojos!

Glanius asintió con la cabeza y bajo corriendo al cobertizo donde dormía su compañero supermutante.
Monstruo del rio


Gran John observaba como los civiles que disponían de armas las utilizaban contra las abominaciones, aunque estas no eran lo suficientemente potentes para repelerlas y seguían ganando terreno, ya habían cruzado la zona del rio.

Un espectáculo de luces intermitentes procedentes de su caños Gauss empezó a abatir centuriones. Gran John observó como sus dos amigos saltaban la muralla del campamento en socorro de los ciudadanos. Pronto llegaron a la zona conflictiva.

Los supermutantes eran el arma perfecta contra aquellas abominaciones, por su condición los centuriones no se veían amenazados. Potito se dio un festín de golpes y cuellos rotos de centurión. Glanius por su parte partía en dos con su catana los pocos que dejaba con vida su compañero.

Gran John vio interrumpido su espectáculo de luces por un compañero del campamento que le intentaba placar, pero con un fuerte empujón de su brazo derecho lo tiró escaleras abajo. Una vez quiso volver a la acción observo como estaban todos los centuriones abatidos. Los civiles gritaban de alegría, no sabían el nombre de los héroes que les habían salvado la vida, pero todos aclamaban a aquellos desconocidos.

El júbilo de Gran John se vio interrumpido. Estaba rodeado por soldados armados del campamento. Todos los rifles apuntaban hacia su persona, soldado gritó:

-¡Gran John! ¡Baja! ¡No te resistas o morirás!

CAPÍTULO VI - RESACA



HUETER




La boca le sabía a madera, sentía como si la cabeza le fuera a estallar. Estaba tirado en el suelo boca abajo, Hueter no sabia cuantas horas había estado durmiendo en esa posición. Recordaba haber tenido antes esas sensaciones, recuerdos borrosos de la noche anterior, dolor de cabeza, acidez de estomago, leves mareos, debilidad corporal. En ese momento lo recordó todo.

La tarde anterior Jacq le había desafiado a beber, la apuesta doble o nada del pago pendiente por la comida del mediodía.

<< ¿Tengo resaca? >> No recordaba la última vez que había tenido esos síntomas, seguramente antes de la guerra, en alguna de sus muchas visitas a los bares del barrio donde vivía.

- ¿Mucha resaca? - Jacq estaba fuera, sentado en unas escaleras destartaladas de madera que daban acceso al porche. En su mano derecha sujetaba una taza de metal con café recién hecho y en la otra un cigarro casi consumido.

- ¿Que cojones paso anoche? - estaba desconcertado. Parecía ser tarde, a esas horas el bar solía estar lleno, pero ese día la gente había desaparecido.

- La apuesta se alargó y al final nos quedamos solos, te caíste yendo a por otra botella y ya no te volviste a levantar. Así que gané la apuesta.

-¡Imposible!- nadie había ganado nunca a Hueter en las competiciones de beber, su condición de necrófago lo hacia invulnerable al alcohol, poca gente lo sabia, por eso siempre ganaba - ¡Hiciste trampa seguro!

-Al igual que tu yo tampoco me puedo emborrachar. Miento si puedo, pero hacen falta cantidades industriales para que eso pase. Tu pensabas que yo soy como el resto y que acabarías emborrachándome, pero mi hígado es como el tuyo- Hueter se extrañó al oír esas palabras, Jacq no era ningún necrófago, de eso estaba bien seguro - Trabajé de pequeño en unas minas con mucha radiación, extrayendo restos de cabezas nucleares utilizadas en la guerra, sin mas protección que unos guantes agujereados y ropa vieja y sucia. La radiación no era muy elevada, la gente mayor murió contaminada, pero la mayoría de los jóvenes desarrollamos una cualidad. Nuestro hígado había sufrido un proceso como el que sufren los necrófagos, ahora son capaces de absorber y eliminar por completo la radiación del cuerpo sin dejar secuelas a parte de otras muchas propiedades como ser mucho mas resistentes a los efectos del alcohol que el resto de humanos.

- O sea un hombre con hígado de necrófago. Todo ventajas- añadió Hueter.

- Exacto, pero todo tiene un limite. Y efectivamente un necrófago se puede emborrachar, eso es lo que te pasó anoche.

Esas palabras hicieron recapacitar a Hueter, después de todo no era tan diferente a los hombres, quizás el también envejecía. Después de mucho tiempo volvía a encontrarle sentido a la vida.

-¡Podemos sacarle tajada a tu virtud!- comentó -La gente me conoce demasiado y ya no quiere jugar conmigo a doble o nada porque siempre pierden pero contigo es diferente, pueden jugar contigo y les cobraremos el doble, luego tu te llevas tu parte del pastel y bebidas gratis.

-Tío, no quiero pudrirme en un antro emborrachando a la gente. Ya se que el mundo esta echo una mierda pero creo que hay mejores cosas que hacer.

-Bueno, no sé si conoces los casinos que hay al oeste, muy bonitos y con mucho vicio.

-La verdad que no- respondió Jacq. El cigarrillo se había consumido y casi se quemó el bigote, así que tuvo que desecharlo, acto seguido sacó otro del paquete que llevaba en uno de los bolsillos de su chaqueta y se lo encendió- ¿Quieres? - ofreciéndole uno. Hueter se encendió otro, el humo le salía por el cuello al tener poca piel.

-En estos casinos se hacen todo tipo de competiciones, beber, follar, drogarse... cualquier vicio es suficiente para apostar. A los necrófagos no nos dejan participar, pero tu si puedes, podemos ganar mucha pasta- los ojos de Hueter parecían dos platos blancos a la luz del sol.

- Esa idea me gusta mas ¿Viste si volvió mi compañera?

- Hablando del rey de Roma que por la puerta asoma... - señaló hacia el camino que llevaba al pueblo. Poli volvía al bar después de pasar media tarde y toda la noche en el pueblo.

- ¿Donde cojones te habías metido? - pregunto Jacq a su hermana, dándole una calada al cigarro.

-Si te lo cuento no te lo creerás- Poli se sentó con ellos. No llevaba la misma ropa que el día anterior. Vestía una armadura convencional gris metalizada, salpicada de sangre seca. Durante los siguientes minutos solo hablo ella, narró al detalle lo sucedido la noche anterior ante el desconcierto de Hueter y Jacq.

<<Hoy parece ser que no tendré clientela>> intuía Hueter al escuchar lo acontecido la noche anterior. Suponía una perdida importante de dinero, perder una apuesta y tener el bar vacio durante un día.

-Hay un trabajo que quizás nos interese hermano- concluyó Poli.

-¿De que se trata hermana?

-Es un poco arriesgado, me han pedido rescatar tres niños que tienen retenidos en la prisión de la banda de los Trajes Grises...

-...estas chalada- interrumpió Hueter - ¿Vosotros dos solos pretendéis entrar a pistoletazo limpio y sacarlos de allí sin mas? ¡Suerte entonces!-

-Parece que sabes de lo que hablas colega- respondió Jacq -Suena arriesgado pero puede ser divertido. Hoy parece que vas a tener el día libre ¿Te vienes con nosotros? Eh... ¿como decías que te llamabas?

-Hueter, me llamo Hueter. No esperes ir allí tan pronto - Hueter conocía de sobra la prisión. Tiempo atrás estuvo preso, cuando esta aun no era propiedad de la banda de los Trajes Grises. Antaño la prisión había servido como centro para estudiar los necrófagos. Cada vez que recordaba las torturas sufridas se le erizaban los pocos pelos que le quedaban. Le daba muy mala espina la idea de acompañarles en el rescate, pero había algo que le empujaba a acabar de una vez por todas con aquel lugar de sufrimiento - Esta bien, os acompañare - suspiró - Aunque si queremos salir de allí con vida tendremos que ir muy bien equipados y trazar un plan.

- ¿De cuanta pasta estamos hablando? - preguntó Jacq a su hermana.

- Aun no lo sé, Rose la dueña de la pensión fue quien me lo pidió, me dijo que si estábamos dispuestos que volviéramos a hablar con ella.

-Entonces no hay tiempo que perder cuando de pasta se trata- Hueter se puso en pie - ¡Vamos que hace tiempo que no doy un paseo por el pueblo!

Hacia mucho tiempo que las puertas del bar no permanecían todo el día cerradas de cara al público, era su casa y su negocio a la vez.

Poco tardaron en llegar al pueblo, no había rastro alguno de los muertos en el enfrentamiento de la noche anterior. Solo dos hombres de la banda de los Trajes Grises, atados de pies y manos a un palo en el medio de la plaza principal del pueblo, agonizando. Aunque seguían vestidos con sus trajes grises, tenían el rostro quemado por los rayos del sol. Los cuervos que merodeaban por la zona se habían dado un festín con sus ojos. << Menuda lección - pensaba Hueter al contemplar aquella escena- tendrían que haberles cortado las pelotas también>>.

Llegaron a la entrada de la pensión Rose, la puerta estaba abierta. La fachada era de cemento reparada con tablones de madera por doquier. Se podía diferenciar claramente los agujeros y quemaduras producidas por el impacto de los proyectiles.

La primera en entrar en la pensión fue Poli - Deja de follar...- dijo entre risas burlescas.

- ¡Pasa y cierra petarda! - bufó Rose sentada al fondo en su escritorio - ¿Que ya lo habéis pensado?

- ¡Un momento!- interrumpió Jacq - ¿Estamos hablando de sexo? ¿Follas bien?- dejo escapar una sonora carcajada

- ¡Mejor de lo que tu te crees! ¡Y la chupo de vicio! Pero eso no viene a cuento ahora. ¿Vais a ayudarme o no?- volvió a preguntar Rose

- Lo haremos - respondió Poli - pero primero debemos de hablar de los detalles y la recompensa.

Rose cogió una caja de metal que tenia escondida debajo de una de las viejas baldosas de la sala. La puso encima de la mesa y dejo ver su interior. Estaba llena de billetes de antes de la guerra. << Es mucha pasta - pensó Hueter babeando al ver tal cantidad de dinero - matémosla y huyamos con el dinero. >> Lo pensó pero se mantuvo callado en todo momento.

- Hay dieciocho mil de los antiguos euros, seis mil por cada hijo mío que vuelva con vida. Os puedo proporcionar armas y equipamiento que hemos ido guardando todos estos años con cautela para ocasiones como estas- Rose señaló el mueble de cajones cuadrados metálicos que tenia detrás de su escritorio.

Hueter sabia de sobra que el pueblo no era un buen sitio para buscar armas de gran calibre y mucho menos de energía. Tampoco eran fáciles de encontrar los trajes militares como corazas y armaduras. Viendo el arsenal del cual disponía Rose en secreto lo comprendió todo.

Los comerciantes solo ponían a la venta las armas de pequeño calibre, mas aptas para la caza de pequeños animales que para defenderse de un asalto. Guardaban con recelo todas y cada una de las armas de asalto, calibre pesado y de energía que conseguían con mucho sacrificio a través de comerciantes ambulantes.

Por su pasado militar en la guerra, Hueter sabia de lo que era capaz cada arma. Las armas y corazas que les ofrecía Rose no eran precisamente de la elite militar, pero era mucho mejor que el equipo del cual disponía. De todos modos podrían conseguir un buen precio con otros comerciantes para después obtener armas más acordes para la misión en cuestión.

-¿Tu que opinas hermano?- pregunto Poli, la chica pelirroja a su hermano postizo.

- Seis mil por cada hijo y una mamada por adelantado de la dueña de la pensión - respondió Jacq sin titubear.

- ¿Como? - respondió Rose con asombro. Hueter nunca había visto una negociación similar. << Una mamada de recompensa por adelantado - pensó - ¡Quien tuviera polla en estos momentos! >> Le parecía chistoso y excitante a la vez. Por fuera parecía serio pero internamente sus carcajadas resonaban en su cabeza al ritmo de tambores. Tuvo que contenerse mucho para no explotar en una sonora risa.

-¡Bien la tendrás!- dijo Rose, rompiendo el silencio que se había producido en la sala después de la contra oferta de Jacq -¡Pero mas os vale traerme con vida a mis hijos! ¡De lo contrario os perseguiré para cortaros las pelotas hasta en el mismísimo infierno! ¡Tú conmigo!- señalo a Jacq -¡Vosotros fuera! ¡Nos vemos en un rato! ¡La pensión momentáneamente esta cerrada!

Hueter salió en primer lugar, Poli le seguía con cara de incredulidad.

-Chica roja- comenzó mientras se sentaban en un banco viejo que había enfrente de los dos pilones que servían de tortura a los agonizantes miembros de la banda de los Trajes Grises - Esto va a ser muy complicado. Créeme he estado en esa prisión mucho tiempo y se de lo que estoy hablando. Debemos conseguir más personal, mercenarios quizás y mejor equipamiento. Con el que nos ha proporcionado no saldríamos con vida de allí. Se donde conseguirlo. A ver si acaban pronto y podemos ponernos manos a la obra.  

martes, 21 de enero de 2014

CAPÍTULO V - NO ME TOQUES



CRISTINE




En el recinto solo se escuchaban lamentos y maldiciones. Hacia unas dos horas que había anochecido. Un grupo bastante numeroso de hombres armados, había salido al atardecer para saquear un pueblo cercano. La misión fue un fracaso. Solo unos pocos regresaron y la mayoría de los supervivientes estaban heridos.

-¿Como han conseguido todas esas armas?-la frase mas repetida por todos entre insultos y palabras mal sonantes.

Era una noche oscura, aunque el recinto donde Cristine había pasado la mayor parte de su vida, recibía mucha luz fruto del reflejo que procedía del complejo de casinos que había cercano. Antes de la guerra, este recinto era una prisión de alta seguridad. Ahora lo llamaban el Notocar y era la base principal de la Banda del Traje Gris.

El Notocar en su mayor parte estaba desabitado. Tres edificios eran los que formaban la prisión, dos de ellos en ruinas a causa de la guerra y el paso del tiempo. Una alta muralla encerraba todos los edificios del complejo para evitar posibles fugas. La muralla había sido restaurada con escombros y planchas de metal oxidadas.

El edificio principal era el único habitado. En su interior los largos pasillos no disponían más luz que la poca que entraba por las ventanas procedente de los casinos cercanos.

Cristine sentía mucho miedo cuando caminaba sola por aquellos pasillos, muchas veces la habían intentado violar. Solo la primera vez lo consiguieron. Nunca olvidaría la cara de aquel señor calvo, bajito, con cejas espesas y mirada penetrante. Tampoco olvidaría como la segunda vez que ese hombre intento aprovecharse de ella acabó con un cuchillo metido en su espina dorsal dejándolo parapléjico de cintura para abajo. Fue la primera vez que Cristine utilizó un arma contra una persona.

Todos los hombres le parecían iguales. Vestidos con esos trajes grises de antes de la guerra. Solo los esclavos y las mujeres vestían de forma diferente, aunque estas formaran parte de la banda.

Cristine se dirigía a la oficina principal por aquellos oscuros pasillos donde le esperaba el cabecilla de los Trajes Grises, un hombre mayor sin escrúpulos.

Había menos gente que de costumbre vagando por los pasillos y estancias.

Después de un pequeño paseo llegó a las estancias del cabecilla. Al llegar Cristine suspiró.

-¡Pasa el jefe te está esperando y no de muy buen humor precisamente!- comentó entre escupitajos uno de los guardias de la puerta, un hombre alto, calvo con perilla que sujetaba entre sus dos grandes manos una metralleta AK-47. Con un pequeño empujón y un leve chirrido la puerta se abrió, Cristine entro en la sala silenciosamente.

-¡Hombre contigo quería yo hablar!- el jefe un hombre mayor de pelo completamente blanco y ojos azules saltones, estaba sentado en su escritorio al fondo de la sala. Estaba solo, revisando montones de papeles que tenia desorganizados por toda la habitación -¡Cuarenta hombres y doce heridos ni mas ni menos!- gritaba Arnazi, así era como llamaban todos al jefe de la banda de los Trajes Grises pero en realidad nadie sabia su verdadero nombre -¿Donde cojones habrán conseguido todas esas armas?¿Que sabes tu de eso Cristine?

-Visité el bar que hay a las afueras del pueblo. En el tiempo que estuve allí las únicas personas que había eran los mismos borrachos y el tabernero necrófago, que para variar me contó la historia de siempre - Cristine se quedó un momento pensando - Recuerdo que al día siguiente vi una mujer pelirroja entrando en la pensión Rose, no era de allí de eso estoy segura.

-¡No es nada fuera de lo normal!- interrumpió Arnazi-¡Una persona sola no pudo haber traído semejante arsenal! ¿Viste si había más gente o tuviera algún burro de carga? - Cristine lo negó con la cabeza -¡Lo que me imaginaba! no sirves para nada, te pago con tu libertad para que investigues y para lo único que sirves es para recibir pollazos -empezó a desabrocharse los pantalones-¡Ven que te voy a dar tu merecido!

Arnazi cogió de un brazo a Cristine, esta se resistió pero el jefe era más fuerte que ella y la tiro al suelo. Los papeles volaron por la habitación a causa del golpe. El jefe había enloquecido, tenia una mirada penetrante que le recordaba al hombre calvo de las cejas pobladas. Entre forcejeos Arnazi intentaba quitarle los pantalones a Cristine pero ella no se dejaba. La muchacha desde el suelo cogió del cuello con sus piernas a su agresor lleno de ira, desenfundó el cuchillo que llevaba colgando de la cintura y sin que el jefe pudiera reaccionar le asestó un corte alrededor de la garganta.

Arnazi cayó muerto en un charco inmenso de sangre. Toda la habitación estaba salpicada, Cristine aun mas. Nerviosa, con el cuchillo ensangrentado en la mano <<Si salgo por la puerta estoy muerta>> pensó. Había matado al jefe de los Trajes Grises, pese al ruido en el forcejeo nadie había entrado, pero era cuestión de minutos que alguien entrara, así que Cristine no tenia mucho tiempo para escapar. Buscó entre la ropa del cadáver y cogió el arma que siempre llevaba Arnazi colgada del brazo.

Solo había una salida, la ventana del despacho. Esta daba al patio exterior, y aunque estaba lleno de guardias patrullando la oscuridad de la noche estaba de su parte.

Cristine abrió la ventana con sumo cuidado para hacer el mas mínimo ruido, la ventana daba a una cornisa estrecha, resbaló y apunto estuvo de caer cuando apoyó el primer pie en la cornisa, pero pudo aferrarse a tiempo a la ventana. El miedo y el nerviosismo le producían un temblor incontrolable en todas sus extremidades.

<< ¡Cálmate Cris!>> pensaba una y otra vez. Pasito a pasito avanzaba lentamente por la estrecha cornisa, jadeaba como si de un perro cansado se tratase.

-¡Se lo ha cargado! ¡La puta le ha rebanado el gaznate!- su tiempo se había acabado, los guardias habían descubierto el cadáver ensangrentado de Arnazi -¡Esta aquí! ¡Esta aquí!- Cristine observó como el guardia que antes le había permitido pasar estaba asomado a la ventana a pocos metros de ella, avisando a los otros guardias señalando hacia su posición.

Una ráfaga de disparos impacto a pocos centímetros de su cabeza, ninguno la alcanzó.

<<Si me quedo aquí estoy muerta>> Cristine miró al suelo, solo veía oscuridad y desesperación, pero concia el lugar y sabia  estaba una altura de dos plantas aproximadamente. Sin pensarlo dos veces saltó. Aterrizó en un contenedor lleno de basura y escombros. Un dolor inmenso empezó a subirle por el hombro.

Había caído sobre su brazo derecho, el impacto hizo que se le dislocara el hombro.

-¡Ha saltado! ¡La muy zorra ha saltado!- todo el mundo debía saber lo acontecido por los gritos que se escuchaban. No tenia a donde ir, no sabía por donde escapar. El único modo de salir sin ser vista por los guardias de las murallas, era a través del alcantarillado. Aunque no los conocía, y seguramente las criaturas que pudiera encontrar por aquel laberinto le proporcionarían una muerte mas que segura. En cualquier caso era mejor que quedarse allí y esperar a que los guardias la apresaran. Si no escapaba una muerte lenta y dolorosa le esperaba, acompañada de cientos de humillaciones y violaciones.

<<Abría sido mejor dejarme violar por aquel viejo verde>> pensaba, pero ya era demasiado tarde y no había tiempo para lamentarse. La entrada al alcantarillado estaba en la zona iluminada de la prisión. Debía ser rápida y tener mucha suerte para que no la alcanzara ninguna bala o algún guardia que merodeara por la zona.

<< ¡Puedo hacerlo! ¡Solo son unos metros!>> Cristine respiró hondo, necesitaba calmarse si quería alcanzar la trampilla que daba acceso a las alcantarillas.

Agachó la cabeza y empezó a correr, ráfagas y ráfagas de disparos sonaban, como si fuera un castillo de fuegos artificiales. Una bala atravesó limpiamente su hombro dislocado y la hizo caer al suelo.

Casi lo había conseguido, quedaban pocos centímetros, no podía abandonar ahora, la trapilla estaba abierta -¡Cerrar la trampilla!-gritaron los guardias. Cristine se levanto con dificultad sobre su mano izquierda. No podía mover el brazo derecho aunque tampoco sentía dolor alguno, no tenia tiempo de pensar en el dolor de las heridas.

Con un poco de impulso saltó dentro del orificio. El golpe contra el suelo de la alcantarilla la dejó aturdida.

Tenía la vista nublada, las gafas rotas por las múltiples caídas. Una vez pudo recuperar el sentido se vió caminando sin rumbo por el alcantarillado. Los disparos habían cesado, solo se escuchaba el sonido del gotear de las tuberías.

Alcantarilla infestadaCristine buscó un lugar seco a su alrededor. Busco en sus bolsillos, entre las anillas encontró una jeringuilla con líquido estimulante para curar heridas. Su hombro sangraba por la herida de bala.

Clavó la aguja sin pestañear, esta vez ya sentía el dolor. El liquido helado y traslucido empezó a correr por sus venas, observó como la herida dejó de sangrar. Aunque seguía sin poder mover el brazo, necesitaba alguien que la ayudara a colocarle el brazo en su sitio.

Se acurrucó contra la pared, estaba cansada y magullada. No pudo contener las lágrimas, lloró y lloró como un niño recién nacido.