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miércoles, 17 de diciembre de 2014

CAPÍTULO XLIII - ADIOS MI HOGAR



FUENTE



Tenía la sensación de estar más drogado que de costumbre. La sangre de la abominación, no le dejó ver nada mas allá de su mano aferrada al cuchillo, mientras ambos se precipitaban al vacío. De pronto despertó en aquel extraño lugar. Un sitio oscuro, lleno de aparatitos por doquier, con varios robots diminutos. Volaban alrededor de su cabeza, haciendo a saber que con ella, pero a él no le importaba lo más mínimo. Al fin y al cabo no notaba nada en ninguna parte de su cuerpo.
Miraba a uno y otro lado en busca de alguna referencia que le indicara donde podía estar, pero no podía ver con claridad más allá de su nariz, y la potente luz blanca, que alumbraba la mayor parte de su cuerpo, más que ayudar, entorpecía.
Solo podía mover los ojos, el resto de su organismo no respondía a ningún estímulo.
De repente, los diminutos robots dejaron paso a un tercero de dimensiones grotescas, si lo comparaba con aquellas moscas cojoneras.
Cada vez lo veía con más claridad, tenía un parecido similar al de la extraña nave que posó sobre el edificio, a la bestia que acabó con su amigo, pero aunque allí dentro parecía gigantesca, esta era mucho más pequeña que la que vio en aquel fatídico instante.
-¿Que tenemos aquí?-la voz que emitía aquel extraño robot parecía real, como si tuviera cuerdas vocales humanas, nada que ver con los sonidos enlatados que proyectaban los robots normales-Ah sí. Es el protector de la metrópolis. El matagigantes-Fuente intentaba responderle, pero su boca no conseguía articular sílaba alguna-No te esfuerces, no podrás moverte hasta que yo lo ordene. Mírate y dime si te gusta tu nuevo aspecto.
Fuente bajó la vista haciendo caso a las órdenes del robot. Comprobó que no era su cuerpo, parecía más bien el de un supermutante. De un color amarillento, con venas prominentes y una musculatura digna de las revistas de culturismo del antiguo mundo.
-¿Que mierda es esta?-preguntó desconcertado por su nueva imagen.
-Tu cuerpo no es este, está en otro lugar, un lugar cuya ubicación no te será revelada por seguridad. Mataste a mi Goliat, así que ahora me perteneces. Tienes que saldar tus deudas- <<Sea lo que sea esto, se droga mucho más que yo-pensó al escuchar las palabras del robot>> - Tienes la ubicación de un lugar el cual debes destruir. Mas te vale seguir mis instrucciones, de lo contrario pasarás la eternidad siendo un vegetal.
Inmediatamente después de escuchar aquellas palabras, todo lo que le rodeaba comenzó a sumirse en la oscuridad más absoluta. Momentos después, despertó de nuevo. Esta vez, estaba situado en lo más alto de los restos del edificio, en el que se enfrentó a la bestia.
<< ¡Que rallada por dios! >>
Fuente miró sus manos, continuaba siendo un supermutante. No entendía el porqué, pero los supermutantes no se atacaban entre si, al menos ser un monstruo podría ayudarle a salir de la gran metrópolis, no todo iban a ser malas noticias.
Miraba y miraba sus manos, como si de un niño con un juguete nuevo se tratara. Eran enormes y poderosas, comprobó que en su muñeca izquierda, portaba una especie de reloj con una pantalla llena de pequeñas grietas. Esta mostraba un punto específico en el mapa. Fuente imaginó que era el lugar que debía destruir según las órdenes del chiflado robot, pero ¿Como se supone que iba a hacer tal tarea?
Conforme caminaba en una dirección u otra, variaba la posición que marcaba el reloj. Fuente decidió seguir la trayectoria que marcaba aquel artilugio, quizás fuera la tan ansiada ruta de salida de la maldita metrópolis.
Como de costumbre, todos los edificios parecían iguales. La sombra que proyectaban era cada vez más pronunciada. Esta vez, no se detendría por nada, aunque ello implicara caminar a oscuras por la noche. Siendo un supermutante, no tenia porque tener miedo de posibles amenazas por parte de otros mutantes. De todos modos, si algún descerebrado intentaba atacarle, sería una buena opción para probar la fuerza de sus enormes puños.
La ciudad era deprimente, y cuanto más tiempo pasaba en ella más deprimente se volvía. A menudo, cuando Fuente llegaba a lo más alto de los edificios y contemplaba el paisaje, imaginaba como sería la metrópolis antes de la guerra. Llena de vida, gente paseando por cualquier lugar, coches volando, millones de lucecitas que iluminaban las calles y los edificios por las noches, creando un espectáculo de colores inimaginable. Pero ahora, lo único que veía eran montones y más montones de escombros.
El sol casi había desaparecido por completo, los últimos rayos aun bañaban la parte superior de los edificios más altos, pero a ras de suelo, parecía ya de noche. Solo la tímida luz que emanaba de la pantalla del reloj, mostraba a duras penas el camino que se supone, debía seguir.
Tan concentrado estaba en no perderse entre la oscuridad, que no pudo evitar chocar con otro supermutante de dimensiones similares a las suyas. Este giró levemente la cabeza mirándole de reojo, a duras penas se le veía el rostro. De mirada penetrante, y con esa característica sonrisa agresiva, de dientes grandes, que todos los supermutantes tenían grabada a fuego en la cara. Fuente no tenía medio alguno para ver su nueva jeta, pero estaba convencido de que la suya sería igual. Al verle, el supermutante pareció no tomarle como una amenaza gracias a su nuevo cuerpo, y se limitó a seguir comiendo casquería, que sacaba de un viejo saco empapado de sangre.
<< ¡Qué asco por dios!-pensó al verlo meterse restos de sesos en la boca>>
Era una sensación bastante extraña estar delante de un monstruo de esos, y que este no quisiera matarle, aunque por otro lado, nunca se había sentido tan seguro dentro de aquella maldita ciudad.
<< ¡Aun tendré que darle las gracias y todo al chiflado del robot!>>
Cada vez se adentraba más en la penumbra absoluta que imperaba en las calles. Las bestias raras comenzaban a tener más presencia en el lugar. Aquel era el sitio más inhóspito que podría haber en toda la región. Cada vez, era más notable la sensación de que aquella ruta, no le permitiría salir de la metrópolis.
Poco a poco comenzaba a ver los edificios, los escombros, las ruinas y los engendros con más claridad. Parecía como si el color de las cosas se hubiera disuelto en tonalidades grises. Por lo visto, los ojos de aquella bestia tenían la gran virtud de adaptarse a situaciones con escasez de luz. Un paisaje en blanco y negro se levantaba ante sus narices.
Se escuchaban disparos a lo lejos, seguramente hombres batallando contra alguna abominación, caza tesoros quizás, nadie en su sano juicio se adentraría tanto en la ciudad, si no fuera para conseguir un buen botín, repleto de riquezas o tecnología del antiguo mundo. Era muy difícil ver un mutante armado con metralleta, aunque en aquel lugar era más fácil que se diera el primer caso.
Rastreando el sonido de los disparos, Fuente se dirigió al origen de estos. Cada vez los escuchaba con más intensidad, incluso voces de alarma y gritos de dolor.
-¡No dejéis de disparar!
-¿De dónde ha salido esa cosa?
-¡Mierdaaaa!- Fuente se apresuró por llegar a la zona de acción, pero una vez allí, solo encontró los cuerpos descuartizados de cuatro hombres. Al parecer, habían topado con algún Behemoth. Tenían las extremidades desgarradas como hojas de papel, algo que solo una abominación de un tamaño similar a los Behemoth era capaz de hacer.
-¡Joder nunca conseguiré salir de aquí!-quiso decir, pero de su boca solo salieron gruñidos. Aquellos desgraciados iban muy bien armados, pero ello, no fue motivo suficiente para evitar acabar como la mayoría de sus compañeros. De entre todas las armas que dejaron esparcidas por el suelo, Fuente fijó la mirada en una Gatling pesada, una ametralladora plasma de gran calibre. Los mutantes no le atacarían, pero los hombres si lo harían, motivo por el que era mejor estar lo mejor protegido posible. Así que sin pensarlo dos veces, cargó con el arma y siguió el camino que marcaba el reloj.
Conforme avanzaba, los edificios parecían más pequeños. Era un buen indicador, de que cada vez estaba más cerca de salir de la metrópolis o al menos eso quería pensar. Pero seguía sin estar totalmente convencido.
<< ¿Como acabamos tan lejos?-pensó al darse cuenta de todo lo que había recorrido>>, no sabía cuántas horas había caminado, ni cuantas horas le quedarían hasta salir de allí. De lo que si estaba seguro, era de que nunca podría haberlo hecho siendo un humano, y menos aun, teniendo que volver noche tras noche al gigantesco estadio de futbol, donde se había establecido el campamento.
-¡Por fin!-quiso gritar, pero de su boca emanó un estruendoso rugido. A lo lejos, casi en el horizonte, reconocía las ruinas de aquellos edificios, los cuales no tenían una altura superior a la de dos plantas. Eran los límites de la ciudad, lugar por donde meses atrás, tanto Fuente como sus compañeros de escuadrón, habían comenzado su misión. Pronto, comenzaría a ver los barracones habitados, en las cercanías de la base del Ejército del Pueblo Libre.
La euforia del momento, desapareció de un plumazo, al darse cuenta que con aquel aspecto, no podría regresar a la base. No era él, era un mutante que no podía articular ninguna palabra armado con una ametralladora.
<< ¡Me cago en mi mala suerte!-pensó-¡Tanto tiempo buscando salir y cuando lo consigo no sirve de nada!>>
Cruzar la zona habitada por civiles era tarea fácil. Fuente conocía hasta donde se extendía aquel sector, podría bordearlo y así evitar ser visto por nadie. Pero no podía dejar de preguntarse para que iba a querer hacer eso. Una vez a las puertas de la base, sería atacado y él no podría hacer nada para dar a entender a sus antiguos compañeros, que no era una amenaza para ellos.
-¡Mierda, mierda, mierda!-gruñía una y otra vez, dándose cabezazos contra los restos de una pared. Por el reloj, comprobó que no se había desviado tanto de la trayectoria inicial. Al menos si seguía la nueva ruta, podría ver de lejos la base y recordar viejos tiempos.
Caminó por los límites del territorio ocupado por los civiles, los primeros rayos de sol de la mañana, bañaban las sucias aguas del rio y Fuente volvía ver el paisaje a todo color. A lo lejos vislumbraba la base, aunque aun podía acercarse un poco más sin correr el peligro de ser visto y así lo hizo. Pero una vez alcanzó el límite de seguridad, percibió una amenaza, pero no para él, sino para sus compañeros de la base.
Un pequeño ejército de unos cincuenta soldados, se organizaban escondidos entre las ruinas, al parecer se preparaban para asaltar el fuerte. Vestían una extraña servoarmadura de un blanco impoluto. Iban muy bien armados y por cómo se movían, parecía que sabían bien por donde tenían que atacar.
Fuente se sentía con la obligación de hacer algo para alertar a la base, fueran cuales fueran las consecuencias. Corrió bordeando el río para no ser visto por los atacantes. Una vez accedió a la zona de seguridad de la base, armó la ametralladora y comenzó a disparar, fijando su objetivo en el lugar donde se escondían los asaltantes de servoarmadura blanca. Aquella acción pareció dar sus frutos de inmediato, puesto que la alarma de la base comenzó a sonar. Cuando era humano, odiaba aquel estridente sonido, pero ahora era como una melancólica melodía para sus oídos.
El ejército enemigo comenzó a salir de su escondrijo, tomando una posición estratégica en el campo de batalla. Fuente pronto se vio envuelto en medio de un fuego cruzado, con escasas posibilidades de ponerse a salvo. La mayoría de las balas acababan impactando en su cuerpo, haciendo saltar por los aires, pequeños trozos de carne amarillenta y salpicones sangre, pero él no sentía daño alguno. Lo que si comenzaba a percibir era la fatiga que acumulaba aquel cuerpo, conforme los proyectiles le alcanzaban.
Consiguió acabar con tres de los soldados, pero aquello le costó toda la munición que disponía para el Gatling. Con una rabia desmedida lanzó el arma a varios metros. Esta no llegó a alcanzar a ningún enemigo, acción que Fuente lamentó en su interior.
Con los puños de supermutante como único armamento, Fuente caminó con paso firme en dirección opuesta a la base, allá donde había mayor número de soldados enemigos. Sentía que cada vez sus movimientos eran más lentos. Todas las armas enemigas y parte de las amigas, tenían puesto el punto de mira sobre su cuerpo, disparando sin miramientos. Pero por mucho que dispararan, no conseguían que él se detuviera.
Cuando ya casi había alcanzado al pelotón enemigo, sus piernas dejaron de responder. Se dio cuenta de que estaba con las rodillas clavadas en el suelo, a pocos metros de sus presas y no podía hacer nada por levantarse. En ese momento, uno de los soldados enemigos, aprovechó para armar un Toro.
<< ¡Mierda!-pensó al ver el arma-¡Si consigue disparar esa bestia saltaremos todos por los aires!>>
El soldado tuvo toda la tranquilidad del mundo para cargar el arma, o al menos eso le pareció a Fuente. Una vez equipado y con la ayuda de un compañero, apuntó hacia la base del Ejército del Pueblo Libre y disparó el proyectil.
Fuente estaba en medio de la trayectoria del misil, al parecer el soldado quería matar dos pájaros de un tiro. Con la poca fuerza que aún le quedaba en los brazos, consiguió interceptar el misil abalanzándose sobre él. Este lo arrastró varios metros, hasta que finalmente se detuvo amarrado entre sus brazos y en ese preciso instante, un zumbido ensordecedor inundó sus oídos. El zumbido paró de inmediato y todo cuanto le rodeaba volvió a la más absoluta oscuridad.

domingo, 16 de noviembre de 2014

CAPÍTULO XL - EL JUICIO



 TRAISA



La celda olía a meado de perro resacoso. Llevaba varios días encerrada en aquel horroroso agujero y no acababa de acostumbrarse a aquel nauseabundo olor, era algo imposible de aguantar.
Días antes había visitado a Acero, pero esta vez la persona que estaba entre rejas era ella. A menudo se preguntaba que habría sido de la fuerte mujer. Tenía la certeza absoluta de que Acero, aunque estuviera cabreada con ella, jamás habría desaparecido sin llevar a cabo la tarea que le había encomendado. Por otro lado Jacq no había regresado, no al menos que ella supiera. Aquello le creaba bastantes dudas en su cabeza ¿Y si había enviado a Acero a una muerte segura? puede que el muerto fuera Jacq, ¿O quizás Acero había cumplido con su tarea y Jacq al llegar a la entrada del bunker descubriera que su hermana estaba muerta? En el caso de que aquel hombre se presentara allí, no sabría cómo explicarle lo acontecido con Poli, y lo único que no quería en esos momentos era tener más problemas de los que ya tenía.
Que ella recordara nadie había pasado tanto tiempo en aquellos calabozos como ella. La mayoría de las veces eran utilizados como escarmiento para los soldados que en horas de permiso libres, bebían más de la cuenta. Aquello no gustaba nada al General Sejo por lo que si descubría a alguno de sus soldados en estado de embriaguez, este pasaba un par de días encerrado en prisión para dormir bien la mona. Eso explicaría porque la celda olía tan mal, seguramente antes de que ella fuera encarcelada, algún borrachuzo se había encargado de perfumarla con sus fluidos corporales.
Sentía tal mareo a causa del pestazo que Traisa solo podía quedarse tumbada encima de la sucia cama y taparse la nariz con la manga de su camisa para disimular un poco el olor. Restos de comida en forma de vómito en una de las esquinas de la celda eran los causantes de aquel aroma.
-¡Joder como huele aquí!-escuchó al otro lado de la puerta, seguramente sería el soldado que le llevaba la comida todos los días, aunque la voz sonaba diferente-¡El soldado Guasón se la cogió de campeonato por lo que veo!
-¡Pero si hace como siete días que estuvo aquí!-al parecer esta vez iba acompañado-¡Tu montón de mierda levanta de la puta cama!
Traisa levantó la vista, por la rendija que había en la puerta, divisaba el típico casco de los soldados de la Hermandad del Rayo, alguien la reclamaba desde el otro lado.
-¡Tranquilitos!-espetó incorporándose con suma tranquilidad.
-¡De tranquilitos nada zorra!-protestó uno de los soldados-El general Sejo esta esperándote en la sala de los consejos ¡Hoy es tu juicio!
<< ¿Juicio?-se preguntó a si misma asustada>>
Los juicios con el general como parte del jurado tenían fama de ser una pantomima. Todos los acusados terminaban con la misma sentencia, condenados a muerte de un balazo en la sien.
-¿Y porque no me matáis aquí mismo y terminamos con esta farsa?-Traisa sabía de sobra lo que iba a pasar. Prefería morir en aquel apestado agujero antes que hacer el ridículo intentando defenderse ante Sejo y sus amigotes.
-¡Las leyes de la Hermandad dictan que todo soldado tiene derecho a un juicio justo!-respondió el soldado-Andando zorra, no esperes a que entre y te ponga maquillaje extra.
Traisa salió de la celda a regañadientes, custodiada por los dos soldados. Al menos habían tenido la amabilidad de no llevarla esposada, acto que con el resto de presos nunca tenían.
Dejar la peste atrás era lo mejor que le había podido pasar en los últimos días, pero conforme avanzaban por aquel lúgubre pasillo hacia la sala de consejos, un temblor en sus rodillas se hacía cada vez más presente.
Una vez dentro de la sala donde se iba a celebrar el juicio, Traisa comprobó como el General y sus secuaces estaban ya esperándola, sentados en sus sillas ejecutivas de cuero del antiguo mundo y, a juzgar por sus miradas, deseosos de ver como el verdugo apretaba el gatillo para acabar con ella.
-Nunca habría imaginado que me vería sentado aquí juzgando a dos de mis mejores hombres-comenzó el General Sejo, su cara quería expresar tristeza, pero aquella mirada parecía lanzar rayos de odio hacia ella.
<< ¿Que dos hombres?>> Estaba tan centrada en el jurado, que no se percato de que a su lado estaba sentado el Sargento Campos. A diferencia de ella, el si llevaba puestas las esposas magnéticas, tanto en las muñecas como en los tobillos.
El jurado estaba compuesto por el General Sejo, su gran amigo y putero, el general del ejército Andrian Bastao y el teniente general Natan Mano. El resto de la sala estaba vacío, la puerta cerrada a cal y canto, custodiada por dos robots centinela con los brazos armados en posición de ataque.
-¡Traisa en pie!-ordenó Natan Mano, ella no tuvo más remedio que obedecer y de inmediato se levantó de su silla- Se le acusa de alta traición, apropiación indebida de tecnología de la Hermandad del Rayo y del asesinato de Benito y el paciente llamado Poli ¿Cómo se declara el acusado?
-¿Y a ti que más te da?-espetó Traisa-¡Total acabareis matándome de todos modos!
-¡Con tu actitud solo conseguirás ser sentenciada a pena de muerte!-recriminó el general Andrian, aunque a ella eso le daba igual, cuanto antes acabara la pantomima mejor seria para todos desde su punto de vista.
-¡Déjate de protocolos de mierda!-gritó el General Sejo-Estos no son civiles y sabemos de sobra lo que han hecho. Ahora bien, quiero escuchar los motivos por los que cometieron tan deleznable acto.
-La culpa fue mía, Campos cogió el pájaro solo porque yo le obligué- Traisa intentaba cargar con todas las culpas. Campos era un hombre que la mayoría de veces pecaba de ingenuo en cuanto a mujeres se trataba y aquella noche no fue una excepción, ella se aprovechó de la debilidad que el sargento sentía por sus carnes para conseguir su fin. Motivo más que suficiente para no permitir que el pobre desgraciado, cargara con parte de culpa.
-¡No me jodas niña!-rechistó el teniente Mano, sentado a la izquierda de Sejo- ¿El Sargento del mejor escuadrón de la Hermandad obligado a punta de pistola por una simple curandera? Cuéntale ese cuento a otro porque este tribunal no va a tragarse esas mentiras.
-¡Fui yo!-Campos rompió el silencio que había mantenido hasta el momento-Yo cogí el pájaro, aprovechando el cambio de guardia, para dar un paseo nocturno con Traisa.
-Y estando al mando de la nave fue cuando Traisa te apuntó con la pistola-afirmó Natan Mano. Campos asintió con la cabeza. En ese momento le dio la impresión de que el Teniente, quería exculpar al Sargento y hacerla cargar con el muerto.
-Da igual quien apuntara-dijo el general con voz queda-Campos acaba de confesar que cogió el pájaro por su propia voluntad-se hizo el silencio durante unos instantes, Sejo con sus palabras había demostrado la culpabilidad de Campos, al menos la parte que le tocaba- Lo que sigo sin entender es-hizo una pausa para tragar saliva- ¿En qué pensabas Traisa cuando decidiste secuestrar el pájaro? ¿Por qué mataste a Benito y al paciente?
Traisa giró bruscamente la cabeza mirando hacia Campos, lanzándole una mirada de odio y desprecio. << ¡Mentiroso hijo de puta!>> El Sargento que tanto la amaba acababa de traicionarla. Sabía de sobra lo acontecido y por salvar su culo la vendió ante el general Sejo y sus secuaces. A ella no le importaba que la culparan por engañar a Campos, no le importaba que la culparan de secuestrar el pájaro o de llevarse a un paciente sin permiso y hacer a Benito cómplice ello. La dignidad estaba por encima de todo y por nada en el mundo, iba a cargar con los dos muertos. Ya lloró la pérdida durante los días en que estuvo presa en aquel maloliente agujero. No podía evitar sentirse responsable de lo que le pasara al muchacho y a la mujer. Si se hubiera quedado de brazos cruzados solo habría que lamentar una muerta y nada de esto estaría pasando, pero ahora el mal ya estaba hecho.
-¿Serás hijo de puta?-gritó sin dejar de mirar al Sargento. Deseaba tener en ese momento, un arma en sus manos para meterle un balazo entre ceja y ceja.
-Traisa por favor-dijo Sejo con tono serio-Responde a mi pregunta
-Yo no maté a nadie-fue su respuesta-Alguien disparó cuando bajamos Benito y yo del pájaro. Vi pasar un destello de luz parecido al de una célula de fusión por delante de mis ojos, rozando mi cabeza, y cuando miré hacia atrás, vi para mi pesar, que la bala había alcanzado el rostro de Benito, desintegrándole completamente la cabeza. Luego alguien me golpeó en la cabeza y quedé inconsciente. No recuerdo nada más hasta que desperté en la celda con un ojo morado.
-¡No hay humano, necrófago, mutante o animal que se crea esas patrañas!- protestó Natan Mano. Parecía indignado, como si la culpa de todos sus males fuera de ella.
-Yo solo quería salvar al paciente-explicó Traisa-Aquí hubiera muerto. Los medicamentos no hacían el efecto deseado, y la tecnología la cual disponemos, tampoco permitía realizar ningún avance. Todo fue un impulso, tenía la corazonada de que en el último punto donde recibimos señal del bot, se encontraba uno de los búnkeres del antiguo mundo. Sabemos de sobra que la tecnología pre-guerra, permite la curación de la mayoría de enfermedades que conocemos hoy en día. Tenía la esperanza de encontrar allí, el remedio para Poli.
-Actuaste a nuestras espaldas Traisa-el General se encogió de hombros- Y aunque tu voluntad de salvar una vida es muy loable, no podemos olvidar que violaste uno de los códigos más importantes de la hermandad. No es porque hayan muerto personas, no es porque secuestraras el pájaro. La tecnología del antiguo mundo es nuestro dios y tú pretendiste apoderarte de una parte de ella, sin contar con el resto de tus hermanos. Sea cual fuere el fin, eso es traición y este jurado no puede perdonártelo-<<O sea que ahora me sale con los salmos de los creadores de la Hermandad del Rayo. Esto no puede ir peor-pensó al escuchar las palabras de Sejo>>- ¡Yo, Sejo de la Palmera, Capitán General de la Hermandad del Rayo, te condeno a ti Traisa de la Sabo, a morir por traición!
Nadie dijo nada, pero el rostro de todos los integrantes del jurado, delataban la alegría que les había ocasionado su condena. No entendía el porqué de aquella reacción, pero tampoco era el momento de pensar en cosas negativas. Incluso cuando ya parecía que todo había acabado Traisa seguía intentando ser positiva.
No pudo evitar recordar el momento de la muerte de Benito, Traisa levantó la vista y vio en Sejo, la imagen sin cabeza del chaval. Parecía tan real que incluso la sangre del general manchó la mesa de madera antigua. El cuerpo mutilado quedó apoyado en el respaldo de la silla. La expresión que aquello dibujó en el rostro de cada uno de los integrantes de la sala, hizo comprender a Traisa que no se trataba de una alucinación suya.
-¡El maldito robot ha disparado al general Sejo!-gritó el general del ejército Andrian Bastao.
-Joder por fin consigo hacer hablar a esta mierda-una voz enlatada emanó del interior del robot centinela que supuestamente, había acabado con la vida de Sejo. Nadie de los allí presentes llevaba un arma encima. No estaba permitido acceder a la sala donde iba a tener lugar el juicio. Solo los robots que custodiaban la entrada estaban debidamente armados, y ahora aquello se había convertido en un problema para todos los allí presentes-Putos fanáticos obsesionados con la tecnología. Si alguien se le ocurre tocarle un pelo a Traisa, acabará con el mismo look que vuestro queridísimo general.
-¿Quien cojones te crees que eres?-preguntó el general Bastao con tono amenazante.
-La que puede volarte la cabeza en este momento si no mantienes la puta boca cerrada-fue la respuesta del robot. No tenía ni idea de que un droide, supiera hablar diciendo tantas palabrotas. Parecía como si alguien hubiera tomado el control del centinela.
-¡Vaya, un listillo que ha conseguido colarse en nuestro sistema de seguridad!- exclamó el teniente Mano-Hagas lo que hagas, ten por seguro que te encontraremos. Y cuando eso ocurra créeme, querrás estar muerto.
-No sé ni yo donde estoy, lo sabrás tu-las palabras del robot sonaban todas igual, sin entonación alguna, pero no hacía falta imaginar mucho para saber que estaba vacilándole al teniente. Podía palparse con los dedos, la tensión que había en esos momentos en la sala-Solo Traisa sabe donde estoy, por eso he venido aquí, para que me encuentre.
-¿Poli?- no podía creer que aquella voz enlatada, fuera la chica moribunda que dejó a las puertas del búnker.
-La misma-respondió el droide-A partir de ahora, yo asumo el control de este ejército. Mi hermano está de camino, dejareis que Traisa le ayude a encontrarme y cuando eso ocurra, os cederé de nuevo el control de la Hermandad y podréis hacer con ella lo que os venga en gana.
-¿Y si la hacemos cantar?-preguntó Andrian Bastao-¿Nos dejarías que la matáramos cuando nos dijera donde estas?
-Te crees que soy gilipollas-Poli no se tragaba la sucia artimaña que quería llevar a cabo el general Bastao. Traisa sabia de sobra que si les revelaba donde vio por última vez a la mujer que controlaba al robot centinela, acabarían con su vida, para luego concentrar todos sus esfuerzos en hacer lo mismo con Poli y quedarse con lo que fuera aquello que permitía controlar cualquier robot desde la distancia. Con una tecnología de esas características, cobrarían una importante ventaja en su particular guerra contra el Ejército del Pueblo Libre-Valientes imbéciles, os creéis que lo sabéis todo pero en realidad no sabéis nada. Como medida de seguridad, las empresas encargadas de fabricar los robots, dotaron a estos de un dispositivo de autodestrucción, que sería activado en caso de fuerza mayor. La explosión que originaria el droide es similar a la de una mini bomba nuclear. No es que haya muchos en Penélope o el Odín, pero si los suficientes como para hacer saltar todo por los aires. Tocarle un pelo a Traisa y en vuestra cutre y decadente ciudad solo quedará un inmenso agujero.
La sala enmudeció, Traisa no sabía si reír o llorar. Estaba horrorizada, sin quererlo, la vida de todos los habitantes tanto de Penélope como de Odín dependían de ella. La cosa empeoraba por momentos, habría sido mejor cargar con dos muertes que con centenares.
Con el general Sejo decapitado, la revolución dentro de la Hermandad del Rayo estaba asegurada. Aquel amañado juicio como los anteriores se había saldado con una vida.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

CAPÍTULO XXXVI - ENCAPUCHADO



MOSARRETA



Poder caminar otra vez era lo mejor que le había podido pasar en la vida. Desde entonces pasaba los días andando de un lado a otro del campamento de la Orden de San Juan de Dios. De vez en cuando se permitía el lujo de echar una pequeña carrera, pero el dolor que sentía en las articulaciones era tal, que aquello se convertía en un infierno. Conforme pasaban los días el mal era menor, sentía como si se le metieran un millar de astillas en cada articulación al moverse, pero el sufrimiento no era nada en comparación a la independencia que aquellos pobres desgraciados le habían otorgado sin motivo alguno.
-¡Ya no caminas como un robot!-bromeó Hueter, uno de los necrófagos que le ayudó a sobrevivir.
-¿Y tú? ¿Qué haces aun aquí?- días atrás Hueter comentó que iba a regresar a Mostonia, su pueblo, para poner de nuevo en marcha su negocio, el cual había dejado apartado por un motivo que no quiso contar. Escribía algo sobre un cuaderno con hojas sucias y amarillentas, pero Mosarreta no le dio mayor importancia. Tampoco tenía especial interés por los quehaceres de la gente en aquel deprimente sitio. La mayoría de los refugiados agonizaban en camas improvisadas a la intemperie. Los que más suerte habían tenido lo hacían dentro de unas tiendas de campaña, hechas con tela vieja y palos de madera y metal. Las personas que conseguían sobrevivir solían desaparecer de manera muy extraña, pero nada de eso le interesaba. Mosarreta solo tenía ojos para sus nuevas piernas y el extraño brazo robótico que Neil y el doctor le habían implantado.
-¡Me tome unas vacaciones!- en el campamento había poco alcohol, pero las reservas se las estaba terminado aquel necrófago borracho que no soltaba la botella ni para dormir- Aquí ya no me queda nada, en verdad no me queda nada en ningún sitio- se encogió de hombros- En fin hoy mismo marcho para Mostonia, espero que ningún malnacido halla perpetrado mi bar.
-¡Suerte amigo!- Mosarreta tendió la mano y Hueter se la estrechó, estaba en deuda con aquel necrófago.
-¡Por fin te encuentro!- Neil se acercaba a toda velocidad reclamando su atención- ¿Podrías hacerme un favor?
-¡Depende de lo que se trate!- espetó Mosarreta, parecía que Neil tenía trabajo para él y aquello no le gustaba un pelo, no estaba dispuesto a ser la putilla del necrófago.
-Necesitamos chapas para comprar medicamentos y solo disponemos de esta servoarmadura que tan gentilmente nos ha cedido nuestro compadre Hueter, pero ningún comprador- lamentó Neil- Cercano al campamento se encuentra Salatiga, una pequeña ciudad levantada de la nada, rica en comercio. Busca a Gaspar, un viejo borracho que se encarga de reparar armamento. Él pagará un buen montón de chapas por la coraza.
Salir de aquel deprimente lugar no era tan mala idea, aunque fueran unas horas, le vendría bien caminar y poner a prueba su nuevo brazo.
-¡Está bien!
-Dirígete hacia el sur por la carretera, no te resultará difícil encontrarlo, seguramente toparás con muchos comerciantes camino de Salatiga-dijo Neil alegremente mientras le entregaba una enorme mochila.
<< ¡Sera capullo!-maldijo en su interior al ver aquel bulto-¡Voy a parecer un puto burro de carga!>>
-¡Una última cosa!-intervino Neil de nuevo-Para que Gaspar sepa que vas de mi parte vístete con esta túnica de la orden. Yo en tu lugar no iría luciendo tu nuevo brazo, a los bandidos les suele gustar mucho este tipo de tecnologías y te puedes meter en problemas. La túnica te servirá para disimularlo.
Aquella sotana olía horrores, como si un perro mojado hubiera dormido envuelto en ella, aunque el color negro y la extraña cruz roja que llevaba bordada en el dorsal, le daba un toque un tanto siniestro que a Mosarreta le encantaba. Rápidamente se enfundó el hábito, cubrió su cabeza con la capucha y cargó la mochila a su espalda.
-¡Joder, pareces el puto diablo!-bromeó Hueter que no dejaba de reír a carcajadas.
-Si te digo a lo que te pareces tú...- aquello no pareció molestar al necrófago el cual, no paraba de reírse de él-¡Me voy!
La mañana había sido soleada como casi todos los días de aquel caluroso verano, pero pasado el mediodía un oscuro nubarrón comenzó a formarse en el cielo de la región con claras intenciones de dejar una buena tormenta a su paso.
Mosarreta comenzó su andadura en dirección sur por la carretera, conforme le había indicado Neil. La vía estaba destrozada en su mayor parte, solo quedaban restos del material que antiguamente habían utilizado para construirla. Algunos tramos estaban borrados por completo, decenas de vehículos abandonados se amontonaban en las cunetas, estos eran mejor guía para seguir el camino que la inexistente calzada.
Cargar con la servoarmadura a sus espaldas era como cargar con una roca, pesaban similar, o al menos eso le parecía a Mosarreta.
Llevaba un buen rato caminando cuando divisó a lo lejos un burro de carga, acompañado de cuatro hombres y una mujer. Al parecer la señora era la dueña y el resto por las pintas que llevaban mercenarios a sueldo, contratados para mantener a salvo las mercancías. Circulaban tan lentamente que Mosarreta no tardó en alcanzarles.
-¡Un seguidor de San Juan!-gritó la anciana al verle-Pasa hijo, pasa. Este burro es tan viejo que ya le cuesta mucho andar con el lomo cargado.
Los mercenarios miraban a Mosarreta con cara de pocos amigos, pero la amabilidad de la mujer era suficiente motivo como para que no se sintieran amenazados.
El cielo estaba cada vez mas encapotado, las primeras gotas comenzaban a caer, el olor a tierra mojada era cada vez más notable.
Por suerte Salatiga estaba cercano, Neil tenía razón cuando dijo que a la izquierda de la carretera lo divisaría y así fue. Varios grupos de comerciantes se amontonaban en la puerta haciendo sus negocios. Armas, comida, ropa vieja, intercambiaban cualquier cosa y discutían por el precio. La lluvia era cada vez más intensa pero aquello no parecía importar a los comerciantes ya que continuaban con sus trapicheos como si nada estuviera pasando a su alrededor.
A la entrada del pueblo Mosarreta preguntó a un lugareño por el tal Gaspar.
-¡Continua por esta senda, bordeando la muralla hasta que veas una choza que en la entrada pone "Conde de la torre", allí lo encontraras!-explicó muy amablemente el lugareño. Un joven canijo con una buena mata de pelo en la cabeza.
Las casas parecían amontonarse una encima de otra en aquel pueblo. Se hacia difícil ver donde acababa una y donde comenzaba la otra. Siguiendo la senda descrita llegó finalmente a la choza, donde un cartel hecho con un tablón de madera tenia pintado con bastante mala letra "Arreglos conde de la torre".
Al llegar a la puerta comprobó que estaba cerrada a cal y canto. Con los nudillos golpeó varias veces la madera.
<< ¡Fijo que de un puñetazo reviento esta mierda!-pensó al escuchar el sonido hueco que producía la puerta al golpearla-¡Mejor no levantar sospechas!>>
-¡Ya va cojones!-protestó enérgicamente alguien desde el interior de la vivienda-¡Ya va!
Un hombre de mediana edad, con mirada amenazadora y cuatro pelos colgando de su brillante calva abrió la puerta.
-¡Hombre a ti te esperaba yo!-dijo el hombre al verle. Mosarreta comprendió que lo había reconocido por la túnica de la orden porque no conocía de nada a aquel hombre y dudaba mucho que a él le conociera.

-¡Busco al viejo Gaspar!-un fuerte relámpago cogió desprevenido a Mosarreta que del susto dio un pequeño salto.
-¡Se avecina tormenta!-dijo el hombre mirando hacia el cielo-Gaspar soy yo. Y no soy mucho más viejo que tú. Así me llaman los vecinos de este puto pueblo. Bueno a ti no te importa esta historia. ¿Qué vienes a traerme la servoarmadura?
Mosarreta asintió con la cabeza, dejó la mochila que llevaba colgando de la espalda en el suelo y la abrió para que Gaspar pudiera ver la coraza.
-¡Así me gusta!-dijo Gaspar con una sonrisa en la boca al ver la servoarmadura-¡Rápido y limpio! ¡Aquí tienes lo acordado con quien te manda! ¡Ahora largo de aquí!
Gaspar tiró un saco lleno de chapas y sin darle tiempo a contarlas recogió la mochila y de un portazo cerró la casa.
Una anunciada lluvia cogió fuerza, el cielo había oscurecido, parecía de noche pero aun estaba atardeciendo. El agua penetraba en la tierra reseca formando barrizales y pequeños riachuelos que desembocaban en lo más hondo de Salatiga.
Mosarreta cogió el saco de chapas de Gaspar y buscó algún bar donde refugiarse hasta que pasara la tormenta. Comenzó a sentir miedo porque no sabía si los aparatos que le había instalado Neil y el doctor de la orden serian impermeables al agua, o por el contrario acabarían por electrocutarlo.
Finalmente, buscando entre aquel cumulo de casas en lo más bajo de Salatiga encontró lo que parecía ser un bar. "Bar Budo" era lo que ponía el cartel de la puerta, pintado de forma similar que la casa de Gaspar.
Al entrar en el local, el olor a humo que imperaba en aquel sitio le recordó mucho a las timbas de póker que jugaba cuando servía a la Banda de los Trajes Grises, pero allí no había nadie jugando a las cartas, solo borrachos batiéndose en duelo por ver quién era el mas alcohólico. << ¡Seguro que aquí Hueter se sentiría como en casa!-pensó nada más ver a los viejos beber como posesos>>
Solo había una mesa libre, esta se encontraba al fondo del local, en una de las esquinas. Mosarreta se apresuró a tomar sitio, como si tuviera miedo de que alguien le robara el sitio. Odiaba beber de pié.
El posadero tardó poco en acercarse, Mosarreta pidió una botella del mejor Whisky.
-¡Hijo si consigues bebértela entera y no morir en el intento es que no eres de este mundo!-bromeó el posadero. Poco le importaba el coste en chapas que tuviera aquel capricho, era el justo pago por el recado que le habían mandado.
Al momento, el camarero regresó con una botella llena de lo que parecía ser Whisky y un vaso que al observarlo más detenidamente, parecía que lo hubieran lavado con el agua embarrada que corría por las calles del pueblo.
Mosarreta se sirvió un vaso llenándolo hasta rebosar, primero dio un pequeño sorbo y el resto se lo acabó de un trago. Al probarlo la limpieza del vaso pasó a ser una mera anécdota. Aquel whisky no era el mejor que había probado pero a punto estuvo de serlo, estaba delicioso.
El hábito de la orden estaba empapado de arriba a abajo, en otras condiciones Mosarreta se habría desecho de él, pero allí solo había desconocidos y no sabía como reaccionarían si lo vieran con nueva apariencia.
De entre todo el murmullo de la gente, una tímida risa femenina le resultó familiar. Sin levantarse de la mesa, miró detenidamente a cada una de las personas buscando aquella familiar sonrisa.
<< ¿Que ven mis ojos?-pensó al divisar a la mujer de la sonrisa familiar-¡La zorra ha hecho amigos!>>
Allí estaba, en aquel antro, con la cabeza apoyada sobre pecho de un hombre, el cual la sujetaba firmemente posando las manos en su cintura, acompañada de un gran perro y una atractiva mujer de mechas rubias. Como tanto había deseado Mosarreta, Cristine sobrevivió a la explosión y ahora la tenía a la otra punta del bar, sin que ella se hubiera percatado de su presencia. Gracias a la túnica había pasado desapercibido por delante de aquella zorra, aquella malnacida que le dejó sin poder caminar durante muchos e interminables días de su vida.
Mosarreta tiró de la capucha, ajustándosela para que nadie pudiera ver sus ojos y le tapara la mayor parte posible de su rostro, pero que a la vez le permitiera seguir observando a Cristine.
Concentrado y bebiendo pequeños sorbos de Whisky, Mosarreta imaginaba cientos de modos de acabar con ella, cada uno con más sufrimiento que el anterior. Tanto pensar le estaba produciendo dolor de cabeza, o quizás fuera la media botella que ya se había bebido. Una idea aun más cruel le vino de pronto a la cabeza. Matarla no era suficiente dolor, era mejor hacerla sufrir en vida, quitarle lo que más le podría importar en esos momentos, y al parecer su objetivo, era aquel hombre que tanto la miraba con deseo y la besaba con ternura.
Allí dentro era un suicidio comenzar una pelea, así que decidió esperar a que abandonaran el local, mientras, en aquella larga espera dedicó su tiempo a terminar la botella de un Whisky que cada sorbo hacia aumentar la ira que sentía hacia Cristine.