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domingo, 16 de noviembre de 2014

CAPÍTULO XLI- ESPECTÁCULO



ACERO



Dentro de aquella oscura jaula se sentía como una perra abandonada. Los días pasaban y la única persona que la visitaba dos veces al día, era el carcelero para traerle más mierda incomible. Nunca pensó que llegaría a echar de menos los platos de lamprea asada que servían en los bares de los casinos de Odín, aunque estos no se caracterizaran por ser los mejores, pero si los más asequibles. Tantos días comiendo aquel repugnante vómito, servido sobre un cuenco que parecía la parte superior de un cráneo humano, hacia que recordara la comida del casino como un exquisito manjar.
Dormía cuando la espalda se lo permitía, la celda solo era un agujero sin ningún tipo de comodidad. Su cama era cualquier rincón del suelo, que cada día parecía más frio y duro. Hacía sus necesidades en cualquier sitio, pero ya estaba todo tan manchado que las últimas veces ni se molestó en bajarse los pantalones para orinar.
Acero tenía la certeza de que aquello la estaba matando, pero ya no le importaba, el infierno no podía ser muy distinto a lo que estaba viviendo. A comienzos de estar allí, tenía la esperanza de que Llote Copa vendría a por ella con motivo de prepararla para el siguiente combate, al fin y al cabo era de su propiedad, o al menos eso decía, pero el tiempo le quitó la idea de la cabeza, perdiendo toda esperanza de salir con vida de aquel agujero. Cada vez estaba más segura de que su periplo por aquella esclavizada ciudad, había sido fruto de alguna apuesta entre la gentuza que estaba al mando y que el supuesto torneo, era una sucia artimaña para hacerlo todo mas creíble.
<< ¿Por qué no acaban conmigo de una vez?-pensó-¿Qué sentido tiene mantenerme con vida? ¿Serán tan sádicos que prefieren torturarme hasta morir?>>
Procedentes del exterior de la celda, se escuchaban unos pasos, seguramente el carcelero le traía la dosis de comida vomitiva habitual. A juzgar por cómo sonaban, muy constantes y a ritmo de pelotón, Acero notó como esta vez eran varias las personas que se acercaban a ella.
<< ¿Sera el verdugo que vendrá a poner fin a mi existencia?>>
El primero en aparecer fue el carcelero, con su típico olor nauseabundo. Aunque la celda apestara a sus propias heces, estas no llegaban a camuflar el aroma a alcohol que desprendía aquel desgraciado. Sujetaba con las manos la ración de basura que le servía cada día. Se arrodilló delante de la celda y tiró con bastante mala gana el cuenco de comida hacia donde estaba Acero. En el trayecto un poco de aquel asqueroso potaje cayó al suelo, acto que no le importó lo más mínimo, ya que ella llevaba bastantes días sin las fuerzas necesarias como para acabarse toda la comida. No había bocado que no le produjese arcadas.
-¡Esta bastante mejor que cuando la dejaste!-dijo en tono jocoso el carcelero-¡Esta más delgada y huele mejor!
Al ver a Llote Copa, Acero sintió como si hubiera venido a visitarla su propio padre. Era tal el grado de desesperación que había alcanzado en aquel agujero, que veía en el señor Copa como un aliado, como su única esperanza de salir de allí. Este al verla, susurró algo al oído del carcelero.
-¿No ves que si?-el carcelero la señaló. Fuera lo que fuera lo que Llote Copa le había dicho, quedaba claro que estaban hablando de ella-¡Observa con que carita de niña buena te mira!
-¿Te han tratado bien estos energúmenos?-su dueño le había hecho una pregunta, pero Acero no sabía muy bien cómo responder a ello.
-Pu...pu...pues-hacia días que no hablaba con nadie, al abrir la boca noto como toda la fuerza se le escaba en cada silaba que pronunciaba.
-¡No respondas!-ordenó Llote-¡Ya veo que no!
Aquellas palabras la sorprendieron gratamente, parecía que después de todo había alguien en aquel infierno al que le importaba su vida.
-¡Cógela Peste!-el carcelero, sacó de una bolsa de tela de color negro, un arma y la lanzó a sus manos.
-¡Fueyo déjanos solos!- ordenó Llote al carcelero, el cual desapareció inmediatamente sin decir palabra-¡Te voy a ser franco!-dijo una vez se cercioró de que Fueyo se había marchado-El torneo ha sido suspendido. En su lugar se va a celebrar un combate contra una de las bestias del Doctor Ju-Acero miraba horrorizada a su dueño ¿Participaría ella en aquel combate o continuaría allí encerrada?-Ayer nos hicimos con el control de Salatiga, un pueblo rico en comercio que nos permitirá nutrir de recursos a nuestros soldados cuando asaltemos el Odín y la decadente ciudad que lo rodea. En fin-Llote se encogió de hombros-Nuestro amado rey y señor de la Pena del Alba, quiere celebrar por todo lo grande nuestra triunfal marcha y ahí es donde entras tú.
Acero miraba el arma prestando atención a las palabras de su dueño, comprobó que se trataba de un rifle de energía, pero no tenía ni una sola bala en la recámara.
-¿Y tengo que luchar con un arma sin balas?-preguntó con mucha dificultad para articular las palabras.
-Atiende-Llote parecía tener la sonrisa tatuada en su rostro, porque daba igual de lo que estuviera hablando que siempre mostraba la misma mueca en la boca-Tú y el resto de presos aquí en el coliseo, luchareis contra el experimento del Doctor Ju. Todos llevarán armas a excepción de la bestia, que por otra parte no creo que le sea necesario. La escasa munición que dispondréis, estará repartida por toda la plaza. Cuando muera la bestia, todos los presos que sigan en pié conservarán su vida y podrán servir a sus dueños dignamente. No me falles Peste, el arma que tienes entre manos, es la misma que utilicé yo para dejar de ser un esclavo y conseguir mi liberación.
Después de esas palabras, Llote Copa se marchó sin ni siquiera despedirse. Acero no daba crédito a lo que su dueño había dicho. No se tragaba que él antes de ser un negrero, hubiera sido esclavo. Pero la bestia del tal Doctor Ju era otro cantar. Seguramente los otros presos estarían en las mismas condiciones que ella. Incluso dudaba que pudiera sujetar aquel pesado rifle de energía que le había entregado el carcelero y mucho menos, disparar con la suficiente puntería como para alcanzar al engendro. En cualquier caso esta vez, no se reducía todo a un solo superviviente como en las anteriores ocasiones, aunque las posibilidades de que todos murieran también eran altas por lo que Llote le había contado.
Momentos después a la marcha de su dueño, otro carcelero vino a por ella. Este olía bastante mejor que Fueyo, era enorme, de piel oscura y con un cuerpo exageradamente musculado.
-¡Andando!-dijo con un tono muy serio al mismo tiempo que abría la celda. Al levantarse Acero sintió un leve mareo, aquella basura que le servían por comida la había debilitado demasiado. Caminando con lentitud salió de la celda siguiendo al nuevo carcelero, el cual le daba la espalda muy confiado en que ella no intentaría atacarle.
<< ¡Tienes suerte de que este tan débil!-pensó al ver la chulería con la que le trataba el carcelero-¡En estos momentos ya estarías muerto!>>
El arma parecía pesar un quintal, era como si alguien estuviera tirando de ella hacia abajo. El carcelero no caminaba precisamente rápido, más bien todo lo contrario, pero Acero se sentía tan débil que no podía evitar quedarse rezagada.
Después de un buen paseo por los estrechos pasillos de la plaza, llegaron a lo que debía ser la puerta de acceso principal a la arena, donde esperaban el resto de presos vigilados por soldados equipados con servoarmadura blanca.
Acero vio como no era la única en hacerse sus necesidades encima. No era la única que lo había pasado mal, juzgar por el rostro de la mayoría de ellos. Incluso muchos aparentaban estar en peores condiciones que ella, algo que en otra situación hubiera sido un alivio, pero que en esos momentos la inquietaba.
-¡Dicen que el monstruo antes era un hombre!-dijo uno de los presos con voz temblorosa. Un hombre tan delgado que parecía un esqueleto con piel.
-Cuentan que asesinó a varios hombres de los señores del Alba y que por eso lo condenaron-explicó otro preso, este parecía haberse comido todo lo que no había comido el anterior.
-¡Menos cháchara montones de mierda!-protestó uno de los guardias e inmediatamente todos los allí presentes callaron.
Desde su posición Acero veía parte del graderío de la plaza, estaba a rebosar de gente expectante a lo que iba a suceder. El murmullo entre los espectadores era constante, hasta que finalmente sonó aquella condenada trompeta. Turuuuu... turuuuu...
-En conmemoración por la gran conquista de nuestro rey Penalba, hoy tendrá lugar un combate sin precedentes. El mal se enfrentará a sí mismo. Pecadores, impuros por naturaleza, contra la bestia que asesinó a nuestros hermanos. Que comience la fiesta- después del anuncio la condenada trompeta volvió a sonar. Acero odiaba ese sonido, la enfurecía.
Lentamente la puerta metálica que daba acceso a la arena comenzó a subir. Los guardias empujaban sin miramiento a todos los presos hacia el exterior. Al salir a la arena comenzó el alboroto entre los espectadores. La puerta rápidamente quedó cerrada y una especie de campo magnético de color azul claro rodeó la arena, impidiendo cualquier escapatoria posible, pero de la bestia ni rastro.
Acero encontró una carga de energía medio enterrada en el suelo, pero cuál fue su sorpresa, que al intentar cargar el rifle comprobó que no era válida. Mirando detenidamente observó que cada preso tenía un arma diferente, a saber donde encontraría otra carga. Con rabia la tiró de nuevo al suelo.
El campo magnético desapareció, al otro lado, otra puerta idéntica a la anterior, comenzó a elevarse. El alboroto del público tomaba más fuerza, sabían de sobra que al otro lado aguardaba la bestia, el espectáculo que realmente habían venido a ver.
Una vez Acero vio a la bestia salir, comprobó que era mucho peor de lo que había imaginado. Un ser antinatural, sin ojos en su rostro, de piel pálida y arrugada, por manos tenía dos garras con uñas negras bien afiladas, que al posarlas sobre el rostro con las palmas mirando hacia el exterior, descubrieron algo mucho más horrendo que el propio ser. Tenía los ojos incrustados en las palmas de la mano, unos ojos grandes que se movían sin parar en busca de su primera presa. Cuando la bestia decidió salir al exterior de la arena, la puerta se cerró de inmediato y el campo magnético volvió a ser activado.
Los ataques de la bestia habrían sido cuanto menos torpes si sus presas estuvieran en plenas facultades, pero ahí estaba la gracia del juego o al menos Acero así lo pensaba. Un engendro inútil contra unos esclavos marchitos.
Debía ser algo de lo más horripilante ver lo que los ojos de aquel desgraciado deforme, estarían viendo en esos momentos mientras desgarraba la piel a zarpazos de su primera víctima. Al acabar con él, la bestia volvió a poner las manos sobre su cara para buscar el siguiente objetivo. El público enloqueció al ver como los ojos del ser estaban completamente cubiertos de sangre. Estaba completamente cegado y no paraba de intentar limpiarse con su propia piel, restregando las garras por todo el cuerpo.
<< Cuanto sufrimiento gratuito-lamentó Acero en su interior, mientras buscaba desesperadamente una carga adecuada para su arma, sin dejar de mirar al engendro >>
-¡Joder no hay ninguna carga buena!-protestó el esclavo flacucho.
-¡Pásamela a ver si a mí me vale!-gritó Acero al verlo. El hombre de rostro demacrado, lanzó la munición, pero el hombre estaba tan débil que esta se quedó a medio camino-¡Mierda!
La bestia recuperó la vista, esta vez parecía haber fijado su objetivo en Acero. La miraba con ojos desafiantes, aquella mirada perturbadora la atemorizaba. El ser cogió carrerilla y velozmente se dirigió en busca de ella, pero el ataque fue en vano y terminó golpeándose contra el campo magnético que rodeaba la arena. Montones de pequeños rayos azules emergieron a causa del impacto.
Acero se acercaba lentamente hacia la carga de energía mirándolo de reojo a la bestia. Pero cuando ya estaba prácticamente tocándola con la punta de sus dedos, descuidó la vista un momento, acto que aprovechó el engendro para embestirla. Ambos cayeron al suelo forcejeando.
Acero estaba tan cansada y débil que no podía hacer nada por repeler los ataques de aquel ser inmundo. Este lanzaba zarpazos, la mayoría de ellos inútiles, como si de un borracho se tratara. Finalmente una de las garras de la bestia, quedó clavada en el costado izquierdo de su tripa.
Acero había sufrido mucho dolor en sus carnes los días anteriores, pero nada comparable con lo que le estaba produciendo la criatura. Veía pequeños destellos delante de sus ojos y solo escuchaba el grito ensordecedor que emitía la bestia. Esta hurgaba en la herida que le había producido, buscando causar más y más dolor.
Aun tenía a su alcance la carga, Acero miraba a su alrededor, todos los esclavos aun con vida miraban horrorizados la carnicería, pero ninguno se acercaba a ayudarla. Solo se digno a darle una patada a la munición, el hombre flacucho que le había lanzado anteriormente la misma, dejándola suficientemente cerca de Acero como para cogerla y cargar su arma.
El dolor continuaba estando presente y parecía que la criatura disfrutara con ello. Acero se armó de valor y aprovechando que la bestia tenía puestos los ojos en otros menesteres, cargó conforme pudo el rifle. Esta vez hubo suerte y la munición era la adecuada.
-¡Lo siento por ti!-dijo con un tono de voz tan débil que no escuchó ni ella misma-¡Serás el único hombre que verá volar su propia cabeza!-Acero apoyó el rifle en la arena, encañonando a la criatura. Con todas sus fuerzas apretó el gatillo y la plaza entera enmudeció.
La cabeza de la bestia había reventado, los sesos de la misma habían quedado esparcidos por los alrededores. El ser levantó las manos girando las palmas hacia donde debía estar su cabeza, girando velozmente los ojos a izquierda y derecha. La garra derecha estaba completamente cubierta de sangre, sangre procedente del cuerpo de Acero. Instantes después la bestia se desplomó sobre la arena.
El público enloqueció, todos coreaban el nombre de Acero, pero ella los escuchaba cada vez más y más lejos. Su vista comenzó a nublarse y una fuerte arcada le dejó un sabor amargo a sangre en el paladar.

sábado, 30 de agosto de 2014

CAPÍTULO XXXIV - CAZADOR CAZADO




JACQ



Los primeros rayos de sol de la mañana hicieron acto de presencia por la ventana de la casucha de Pervert, iluminando el salón donde Jacq había dormido casi toda la noche.
La resaca martilleaba con contundencia su cabeza y eso que no llegó a emborracharse, al parecer el Whisky que les habían servido era de todo menos Whisky.
<< ¡Otro chupito para desayunar y fuera resaca!>>, trató de incorporarse, pero al abrir los ojos observo como Cristine dormía plácidamente la mona encima de él.
<< ¿Y esto?-pensó al ver a la muchacha-¡De esto no me acuerdo yo!>>
Quiso quitársela de encima con mucho cuidado para no despertarla, pero antes de que pudiera moverse ella ya había abierto los ojos.
-¡Buenos días borrachuza!- vaciló Jacq.
-¡Joder que dolor de cabeza!-dijo Cristine incorporándose-¿Que paso anoche?
-¿No te acuerdas?
-¡No!-respondió tajantemente.
-¡Follamos como salvajes aquí en el suelo!- Jacq sabía perfectamente que había pasado la noche anterior, pero parecía que Cristine no se acordaba de nada. La muchacha quedó petrificada al oír sus palabras, el rostro tomaba cada vez un tono más rojizo por momentos. Jacq trataba de contener la risa, pero finalmente no pudo más y estalló en una gran risotada.
-¡Imbécil!-Cristine lo golpeó en un brazo-¡De verdad cuéntame que pasó!
-Te emborrachaste y tuvimos que llevarte a casa a rastras, solo eso-Jacq recordaba las palabras de la muchacha cuando la noche anterior cagaba con ella en brazos hacia la casa de Pervert, pero le restó importancia al ver su nivel de embriaguez-¡Tengo hambre!
-¡Y yo!
No parecía que en aquella pocilga hubiera rastro alguno de comida. En una de las esquinas había una vieja nevera, blanca, abollada, como si le hubieran propinado varios golpes en un momento de ira. Jacq se acercó para comprobar su interior, pero allí solo encontró telarañas y porquería.
-¿Pervert?-gritó Cristine repetidas veces desde la escalera, pero nadie respondió-¿Pervert?
-¡Déjalo!-protestó Jacq- ¡Vámonos al bar!- Le rugían las tripas, lo último que comió fue el mutajabalí que cazó en las cercanías del lago, así que debía matar dos pájaros de un tiro, por un lado la resaca y por el otro el hambre.
Tirados en una mesa metálica situada detrás del sofá, había entre otras cosas, unos pantalones y una camiseta tan sucios que Jacq no quiso imaginar a quien podrían haber pertenecido, pero era lo único con lo que podía vestirse, no iba a permitirse el lujo de salir de la casa en calzoncillos.
Una vez vestidos abandonaron la casa en dirección al bar. Debía ser muy temprano puesto que el sol incidía en posición casi horizontal al pueblo.
Cristine estaba más callada que de costumbre, durante el paseo hasta el bar no abrió la boca ni para bostezar. A decir verdad, hacía un par de días que Jacq la había conocido, aunque la mayor parte la había pasado encima de él. Quizás sin estar borracha fuera más tímida de lo que aparentaba a simple vista.
Al entrar al bar volvió a hacerse de noche, parecía como si no hubiera pasado el tiempo, la misma gente, aquel típico aroma a tabaco, el suelo igual de pegajoso por culpa del alcohol que derramaban los borrachos al mover sus copas al andar. Hasta Pervert se encontraba sentada en la misma mesa. Sujetaba entre sus manos una taza metálica que al parecer contenía café.
-¡Aquí están los tortolitos!-gritó Pervert cuando les vio entrar- ¡Estabais tan monos durmiendo abrazaditos que no he querido despertaros!
-¡Menos guasas!-dijo Jacq. A él no le molestaba en absoluto, pero no sabía si Cristine se sentiría incómoda con la situación.
-¡Menudo despertar!-Pervert no paraba de sonreír-Anda siéntate y desayuna que me traes un careto... y de las pintas mejor ni hablamos je...je...je...
-¡Pues el careto de todos los días llevo!-vaciló Jacq. Al tomar asiento el camarero se presentó de inmediato. Algo si había cambiado desde la noche anterior, la persona que estaba sirviendo los desayunos era un chaval joven con el pelo rizado y pelusilla en la barba.
-¡El menú de hoy es tortilla de huevos de a saber que!-el tono parecía serio, como si estuviera enfadado, pero la expresión de su rostro daba a entender todo lo contrario.
-¿No jodas que no sabes de que son los huevos?-Jacq alucinaba por momentos.
-Los encontramos ayer mientras cazábamos saltamontes, no sabemos de que son pero están de puta madre-respondió el camarero.
-¡Ponme un par de ellas y una cerveza!-tenía tanta hambre que comería lo que le echaran.
-¿Y usted señorita?-preguntó al camarero refiriéndose a Cristine que ponía cara de asco.
-¡Agua por favor!-respondió sin cambiar el gesto de su rostro.
-¡No seas tonta y come algo, está rico, rico!-dijo Pervert que parecía haber comido también aquellas tortillas.
-¡Esta bien!-Cristine se encogió de hombros-¡Agua y tortilla!
-¡Marchando!-se notaba que el chaval había estado durmiendo toda la noche o que iba puesto de alguna droga, tanta energía matutina no era muy normal.
-¡Anda que menudos dos fichajes hice!-Pervert no dejaba de reír, << ¿Habrá fumado algo?>>- ¡Tú!-refiriéndose a Jacq- Hiciste lo que nadie ha conseguido nunca. Tumbar al viejo Benjamín en una apuesta de beber. Y tú-esta vez era el turno de Cristine- ¡Parecías modosita, pero joder como traga la niña!
-¡Tu por lo que se ve te quedaste durmiendo en casa!-bromeó Jacq-¡Menuda energía llevas de buena mañana!
-¡Tomate uno de estos!-Pervert dio unos toquecitos con el dedo en la taza de café-¡Mano de santo!
-¡Creo que primero me esperaré a la famosa tortilla!
El camarero sirvió rápidamente la bebida. El primer trago de cerveza le supo amargo, pero estaba fresca y eso era de agradecer, Jacq odiaba la cerveza caliente. Momentos después llegó el camarero con dos platos rebosantes de comida.
-¡Las damas primero!-la primera en ser servida fue Cristine, luego Jacq. Mas que una tortilla parecía un huevo revuelto con algún condimento negro extraño mezclado por la masa. Parecía grasa de la sartén pero era mejor no pensarlo, total tampoco sabían de que eran esos huevos.
La percepción de la tortilla cambió cuando Jacq dio el primer bocado, no era precisamente un manjar, pero se dejaba comer. Cristine cogió un puñado con los dedos, pero antes de metérselo en la boca miró a Jacq, no parecía segura de querer comerse aquel plato, pero al ver como él disfrutaba comiendo terminó por meterse la comida en la boca.
El resto del desayuno lo pasaron entre risas y bromas, en el bar comenzaba a respirarse un ambiente diferente al de la noche anterior. Los borrachos fueron abandonando el antro poco a poco hasta que solo quedaron Jacq, el camarero y las dos chicas.
-¿Y donde dijiste que podía encontrar a ese tipo que podía arreglarme la servoarmadura?-preguntó Jacq mientras se limpiaba la boca con la camisa. Si no estaba lo suficientemente sucia ahora lo estaba aun más.
-¡Sera mejor que vaya yo a tratar con él!-contestó Pervert-Al viejo Gaspar no le gustan los forasteros y en el caso de que acepte repararla, intentará cobrar más de lo que cuesta.
-¿Y mientras que hacemos nosotros?
-A cambio hoy podríais ir de caza por mí.
-¿Con que armas?-a Jacq no le importaba ir de caza, fue lo único que hizo día si día también en su viaje con Poli desde el este, pero con un palo iba a ser complicado que pudiera cazar nada. Tampoco recordaba donde había metido el machete que siempre le acompañaba.
-¡De eso me encargo yo!-respondió Pervert-¡Volvamos a la casa!
Entre los dos pagaron la cuenta ya que Cristine no tenía ni una chapa encima ni nada con que comerciar. Salieron del bar y se dirigieron de nuevo a la casucha de Pervert. Al llegar subieron a la planta de arriba donde se suponía que estaba la habitación de la mujer. Jacq no estaba equivocado, si era su habitación, pero en ella guardaba un armario con un buen arsenal de armas.
-¡La hostia!- Jacq alucinaba, en aquel armario había varias decenas de armas, pistolas, metralletas, cuchillos...
-¡Esta es mi particular colección, elegid la que queráis!-alardeó Pervert. Jacq se fijó en una en particular, anteriormente nunca había visto semejante artilugio. Se trataba de una Láncelot de gran calibre, la cual llevaba incorporada una sierra mecánica. Imaginaba como seria desgarrar la carne del enemigo y saborear el sufrimiento de su víctima a manos de aquel artefacto.
-¡Me quedo con esa!-dijo Jacq señalando el arma con el dedo.
-¿La Elí?-preguntó Pervert-Este bicho lo modifiqué yo un día que no pude salir a cazar. Parecía que se iba a acabar el mundo, cayó una fuerte tromba de agua. Las casas más bajas del pueblo quedaron inundadas. En fin-suspiró-sería una buena arma, el caso es que no tenemos munición. Pero podrás utilizar la sierra, las células fotovoltaicas hacen que no sea necesario cargarla. Siempre está cargada.
Pervert desencajó la Láncelot de la base que la sujetaba, en los brazos de la chica parecía pesada, pero al dársela, Jacq comprobó que era más ligera de lo que a simple vista aparentaba.
-¡Mola!-sonrió Jacq.
-¿Y para la niña?-preguntó Pervert refiriéndose a Cristine. Esta parecía indecisa, miraba a un sitio y otro sin decidirse por un arma en concreto.
-¡No se disparar!-la muchacha se encogió de hombros-¡Creo que elegiré esta!-señaló un machete con mango de puño americano.
-¿Os vais de caza o de carnicería?-bromeó Pervert-¡Que sádicos!-sacó el machete y cerró las dos puertas del armario-En fin, conforme salgáis si vais hacia el este, o sea hacia la derecha del pueblo encontrareis un cementerio en la cima de una pequeña montaña, allí crecen una especie de libélulas tan grandes como mi pierna. Intentad no desgarrarlas mucho, la carne es deliciosa y muy bien pagada, se compra al peso. Jacq yo me encargare de llevarle tu traje al viejo Gaspar para que lo repare. Luego me reuniré con vosotros. Que os divirtáis, nos vemos luego.
De camino a las afueras de Salatiga Jacq no dejaba de pensar. A decir verdad estaba muy a gusto en aquel lugar, buena comida, bebida abundante, tranquilidad, era cuanto podía desear un ser humano, pero su hermana seguía lejos, sin poder saber nada de ella. Tenía unas ganas locas de salir de allí y dirigirse de nuevo a Odín, pero necesitaba chapas y ahora solo tenía las sobras del desayuno.
<<Si al menos supiera que mi hermana está bien todo sería mucho más fácil>>
-¿Sabes manejar bien eso que llevas ahí colgando?-pregunto mirando el machete que Pervert le había dejado a Cristine. Durante unos momentos la muchacha se quedó mirándole fijamente.
-¡Con uno parecido le rajé el cuello al mandamás del Notocar, así que ándate con cuidado!-respondió Cristine dejando escapar una pequeña sonrisa.
-¡No jodas!-Jacq no creía una sola palabra-¿En serio?
-¡Es broma!-la muchacha de pelo negro se sonrojó.
Al cruzar las puertas de las improvisadas murallas del pueblo fueron hacia el este, tal y conforme les había explicado Pervert momentos anteriores.
El trajín de comerciantes era constante, en ese momento llegaban a la entrada dos caravanas comerciales, Jacq pensó en hablar con los mercaderes para comprar munición, siempre y cuando dispusieran de ese tipo, pero al ver las pocas chapas que le quedaban cambió de idea, << ¡En otro momento!>>, pensó.
El cementerio de las famosas comenzaba a divisarse a lo alto de la montaña, aunque esta no era tan pequeña como había explicado Pervert. Había decenas de crucecitas hechas con palos, estaba cercano a Salatiga, por lo que supuso que se trataría del cementerio donde acababan enterrados los habitantes de aquel lugar. No hizo falta llegar hasta la cima para toparse con la primera presa.
-¡Mira eso!-dijo Cristine señalando en dirección a unos matorrales resecos. Un insecto enorme, del tamaño de Elí, buscaba restos comida entre los matojos. De alas trasparentes con dibujos de colores intensos, el torso era negro y peludo con un pelo frondoso bastante fino. La más tímida brisa movía cada pelo del bicho. Los ojos eran saltones de color azul turquesa, la luz sol se reflejaba en ellos como dos espejos. Se apoyaba sobre cuatro patas traseras y rebuscaba con las dos delanteras, estas sensiblemente más pequeñas. Las alas guardaban una enorme cola del mismo color que los ojos. A simple vista era una criatura hermosa como ninguna, pero si algo le había enseñado la vida a Jacq era a desconfiar de cualquier animal mutado.
-¡Son las famosas libélulas de las que habla Pervert!
-¡Es hermosa!
-¡Tu lo eres aun más!-Jacq no sabía porque había dicho eso, pero no le dio importancia, aunque Cristine si pareció darle, o al menos eso decía su enrojecida cara.
La criatura al darse cuenta de su presencia levantó el vuelo con claras intenciones de atacar. Una vez alcanzó suficiente altura comenzó un rápido descenso hacia su posición.  
A parte del gatillo para disparar, Elí disponía otro alargado como un botón, en la zona de sujeción que activaba la sierra eléctrica. Jacq apretó el mismo con ganas, levantó en posición vertical el arma y paró el vuelo del animal. Al impactar contra Elí la libélula se partió en dos, un líquido verde viscoso salpicó llegando a manchar tanto a Jacq como a la muchacha.
La abominación había perdido todo su encanto, no solo porque ahora se le vieran sus entrañas, lo peor era que el líquido viscoso que había salpicado apestaba a mugre.
-¡Brutal!-gritó Jacq emocionado-¡Me encanta esta arma!
-¿Y ahora como cargamos con el insecto?-a Cristine no parecía gustarle la idea de tener que tocar la libélula como ya había demostrado el día anterior al no querer tocar el Nasaba.
-Habrá que buscar algún sitio donde esconder los animales y recogerlos cuando volvamos al pueblo-explicó Jacq mientras recogía los dos pedazos en que había quedado el animal. Merodearon por la zona en busca de algún escondrijo donde dejar las presas, finalmente encontraron un viejo coche abandonado en medio de la montaña. El exterior estaba totalmente oxidado, aun conservaba la luna delantera pero el resto parecía que las hubieran desmontado. Las ruedas al igual que los cristales brillaban por su ausencia, pero tenía algo raro, daba la impresión de que aquel vehículo nunca había tenido ruedas.

El maletero estaba entreabierto, Jacq intentó abrirlo, pero el óxido y la suciedad acumulada durante años y años hacían de esta una tarea un tanto complicada. Con la ayuda de Cristine consiguió abrirlo, la puerta chirrió violentamente al moverse. Una vez abierto, Jacq depositó el cadáver de la libélula y de un portazo dejó cerrado de nuevo el maletero.
-¿Continuamos?-preguntó Jacq, pero la muchacha no respondía-¿Estás ahí?- al girar la vista observó la cara de temor de Cristine, señalaba con la mano temblorosa. Cercano a su posición un Nasaba lanzaba zarpazos contra lo que parecía ser un perro. El animal se defendía con dificultad, intentaba morder el cuello de la abominación pero sin resultado alguno. Inmediatamente Jacq corrió como un loco con la sierra eléctrica en marcha hacia la abominación. El primer impacto dio de lleno en el cuello del Nasaba. El perro al escuchar el desgarrador sonido del arma se alejó de la zona, quedando en posición defensiva gruñendo y mostrando los dientes.
Jacq sujetaba con contundencia el arma que sesgaba lentamente el cuello del Nasaba. Este, lanzaba violentos zarpazos a diestro y siniestro acompañados de un continuo grito ensordecedor. Uno de los golpes alcanzó el arma de Jacq lanzándola varios metros lejos de él. El impacto hizo que Jacq perdiera el equilibrio y cayera de espaldas al suelo.
-¡Cristine ayúdame!-pero la muchacha no respondía. Tirado en el suelo y sin armas Jacq observaba como la abominación se abalanzaba encima suyo con la cabeza colgando de un pequeño tendón aunque parecía que a esta no le importara lo más mínimo. La sangre corría por la apertura que la sierra mecánica había dejado en el cuello de la criatura. Grandes gotas de aquel líquido caían en la cara de Jacq, que veía como el Nasaba se disponía a darle el golpe de gracia.
Cuando parecía que todo iba a acabar, el perro se abalanzó sobre el Nasaba arrancándole de un bocado el único tendón que sujetaba la cabeza de la criatura. Jacq rápidamente cogió a Elí y la clavó sobre el pecho del Nasaba que se retorcía patas arriba en el suelo. Rápidamente Jacq accionó el gatillo y la sierra mecánica desgarro el torso del Nasaba.
-¡Gracias amiguito!-Jacq jadeaba a causa del esfuerzo realizado y por el miedo que había pasado momentos antes. El perro agachó las orejas, sacó la lengua y comenzó a mover el rabo de un lado a otro en señal de felicidad. Tenía el pelo marrón con una gran mancha negra en el lomo, como si de una capa se tratase. Las orejas eran grandes, puntiagudas, siempre en posición firme y vertical excepto cuando por voluntad propia las agachaba. El hocico alargado de color negro, dibujaba una sonrisa amigable, pero momentos antes frente al Nasaba esos mismos colmillos retrataban un animal feroz. Era gacho de patas traseras, aunque aquello parecía algo natural en esa clase de perros.
Jacq sabía que en el antiguo mundo los perros tenían asignadas unas razas en función de su aspecto, pero no tenía ni idea de cuales eran, para él todos eran iguales.
-¿Tienes dueño?-preguntó, aunque no esperaba a que el animal hablase. El perro se limitó a ladrar dos veces y a mover el rabo-¡Te voy a llamar Troy!- aquel nombre pareció gustarle al animal, que movía el rabo con más velocidad al oír su nuevo nombre- ¡Vamos Troy!
Jacq cogió por una pata el Nasaba sin cabeza y lo arrastró hacia el coche, donde Cristine lloraba sin consuelo aun atemorizada.
-¡Perdóname!-dijo entre llantos, acurrucada en el suelo, con las manos resguardadas entre las rodillas.
-¡No te preocupes, no ha sido para tanto!-Jacq intentaba que la muchacha se calmara, pero sus intentos no parecían dar el resultado deseado.
-¡Si no fuera por el perro ahora estarías muerto!-Cristine balbuceaba con la vista perdida en el suelo.
-¡Soy un hombre de recursos!-Jacq dejó escapar una leve sonrisa-¿Te crees que es tan fácil acabar conmigo?-al ver que la muchacha no respondía se sentó a su lado y la rodeó con sus brazos, dándole un fuerte y cálido abrazo. Aquel abrazo le recordó a Poli, en tantos fríos días de invierno cuando utilizaban sus cuerpos para darse calor mutuamente, pero esta vez era diferente-¡Seca esos ojitos, son más bonitos cuando están alegres!
La muchacha se sonrojó pero por fin pareció sonreír. Ella levantó la vista del suelo y miró fijamente a los ojos de Jacq que continuaba abrazándola. Lentamente y sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos, Cristine se acercó apoyando la cabeza en su hombro. Al tenerla tan cerca Jacq observó que los ojos de la muchacha eran preciosos, marrones oscuros, casi negros.
No sabía muy bien cómo actuar, las únicas mujeres con las que había estado eran fulanas que trabajaban en prostíbulos, pero ella era diferente y no podía evitar ser atraído por aquella mirada, aunque aquella situación lo incomodaba al ser sentimentalmente inexperto.
Finalmente se dejó llevar por la situación y la abrazó con más fuerza sin dejar de mirarla. Cristine cerró los ojos y le dio un beso en la boca. << ¿Y esto?-pensó desconcertado-¡Ahora no va borracha!>>, Jacq con mano temblorosa acarició suavemente el rostro de la muchacha que al notar el tacto de sus dedos volvió a cerrar los ojos y sonrió. Esta si era un sonrisa sincera.
El corazón le palpitaba con tanta energía que hasta el perro pareció darse cuenta de ello.
-¡Troy!-tumbado en el suelo el perro movió las orejas al escuchar su nombre-Tú no has visto nada ¿vale?  
Jacq cogió con fuerza a Cristine y la sentó sobre su regazo, sujetándola firmemente por la cintura. La muchacha no dejaba de sonreír y él se sentía cada vez mas cómodo, no podía dejar de mirarla y acariciarla, notaba como en cada caricia se le erizaba el vello. Suavemente puso la mano en su espalda para sujetarla mejor, Cristine no dejaba de sonreír tímidamente con los ojos cerrados. Esta vez fue Jacq quien con sus labios cubrió los de ella. Pasaron a ser una sola saliva y un solo sabor, el de la tortilla matutina, esta vez sí era deliciosa, el mejor manjar que jamás había probado. Jacq la sentía temblar contra su pecho como una luna en el agua.
-¡Auuuuuhhh!- Troy dejó escapar un aullido.