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martes, 9 de diciembre de 2014

CAPÍTULO XLII - CADÁVERES



HUETER



Era una mañana hermosa, como las de antaño, antes de que todo se fuera a la mierda por culpa de la puta guerra. Las tormentas del día anterior, habían limpiado la atmosfera de cualquier partícula y el sol abrazaba con más calor que cualquier día de todo el actual verano.
Hueter había amanecido tirado en el suelo, abrazado a una botella vacía de Whisky. La boca, le sabía a alcohol de todo lo que había bebido la noche anterior. Llevaba muchos días metido en aquel sitio, lleno de moribundos, sin esperanza alguna, agonizando en las últimas horas de sus miserables vidas. A parte del dantesco espectáculo, el resto había sido como unas largas vacaciones para él. Donar su servoarmadura a cambio del excedente en Whisky, le había permitido pasarse la mayoría del tiempo con el cuello de la botella metido en su boca, intentando emborracharse para olvidar sus penas.
Hueter sabía de sobra que la servoarmadura, valía mucho más que todo el alcohol que había bebido durante sus vacaciones, pero todo era por una buena causa. Los medicamentos en aquel improvisado campamento, brillaban por su ausencia, al menos las chapas que pudieran obtener por la venta de la servoarmadura, serían de gran ayuda para la orden. Al fin y al cabo él ya no la necesitaría.
Comenzaba a estar cansado de beber y no hacer nada, si para él, su longeva vida tenía poco sentido, en aquellas condiciones no tenia razón alguna para justificar su existencia. Era hora de hacer el petate y regresar de nuevo a Mostonia, donde seguramente le aguardaría la zorra de la pensión, deseosa de ver a sus cachorros. Hueter iba a volver con las manos vacías, pero aquel era un mal menor. Quizás con algo de suerte, otros mercenarios habrían conseguido el propósito, o quizás no, pero aquello le importaba una mierda. Conocía poco a Rose, pero lo poco que la conocía no le gustaba nada. Siempre follando con un mercenario u otro. Seguro que los billetes que les ofreció a cambio de recuperar a sus hijos, era el fruto del intercambio por sus favores sexuales. Era imposible, que en Mostonia nadie consiguiera tal cantidad de dinero con un negocio honrado. Pero ¿Qué más daba de donde hubiera salido la pasta? Quizás lo que él sentía eran celos por no poder disfrutar de su caliente entrepierna.
Sin armas, sin protección, iba a ser un tanto complicado volver a casa con vida. Así que la tarde anterior, Hueter decidió invertir las últimas chapas, en un cuchillo lo suficientemente grande y oxidado como para acabar con un mutante de un tajo.
-¿A dónde te diriges camarada?-preguntó Neil el doctor necrófago, al verle recoger las pocas pertenencias que aún le quedaban. Era muy extraño, desde que Hueter había despertado, solo vio a Neil merodeando por el campamento. El resto de integrantes parecía haber desaparecido.
-Vuelvo a casa, siento que terminó mi tiempo aquí-respondió Hueter con tono amable.
-¡Una lástima!-el doctor se encogió de hombros-con nuestra sabiduría, juntos podríamos haber hecho grandes cosas.
-No se tu, pero yo solo entiendo de armas y alcohol. Tanto tiempo he vivido, que lo aprendido antes de la gran guerra quedó para el olvido- odiaba admitirlo, pero era así. En el antiguo mundo Hueter tenía un trabajo de mierda, pero había estudiado dos carreras, era un hombre al que le gustaba aprender algo nuevo cada día. La guerra lo cambió todo por completo y se convirtió en un necrófago que solo buscaba sobrevivir. << ¡Quien te ha visto y quién te ve amigo!-pensó>>
-La guerra no ha hecho más que empezar-Neil parecía estar eufórico.
-¿A qué te refieres?
-¡El chaval parapléjico!-respondió el doctor-No es quien dice ser. Le reconocí nada más verlo en las alcantarillas, de lo contrario ya estaría muerto.
-No entiendo nada-Hueter retrocedió unos pasos con la intención de acercarse al cuchillo, aquella situación comenzaba a incomodarle. Sera lo que fuere aquello que le quería decir Neil, estaba seguro de que no le iba a gustar.
-¡Es el hijo del Rey!-gritó el doctor necrófago a pleno pulmón-¡El príncipe Penalba!
-¿Quien cojones es ese?-<< ¡Este tío está delirando!-pensó al escuchar las palabras de Neil-¿Sera el paso previo antes de volverse un necrófago loco?>>
-¡Únete a nuestra causa!-la voz del doctor comenzaba a tener un tono diferente. No parecía el mismo.
-¿A la orden te refieres? Sabes de sobra donde encontrarme, como te dije nunca me he unido a ningún grupo, ni en la guerra ni ahora. Aunque te prometo que ayudaré en lo que pueda.
-¿Estos?-Neil señalo una tienda de campaña improvisada que tenía detrás, donde en su interior agonizaban una decena de hombres y mujeres-¡Estos son basura!-no le gustaba nada el rumbo que estaba tomando la conversación-Basura inservible que no podrá contribuir en restaurar el mundo tal y como era antes.
-¡Sabes de sobra que eso es imposible!-Hueter siguió retrocediendo, con sus huesudos dedos podía palpar con disimulo la empuñadura del cuchillo.
-¡Bajo el mando del rey Penalba todo es posible!-cada vez parecía estar más loco-¡Únete a nosotros y el antiguo mundo resurgirá de sus cenizas!
-¡No me gustaba el antiguo mundo!-Hueter odiaba su vida en el antiguo mundo-No sé si lo recuerdas, pero luchamos por acabar con la esclavitud y la tiranía opresora de las grandes multinacionales-conforme iba pronunciando las palabras aumentaba su tono de voz, cada vez mas enrabietado-Por eso estalló la guerra. Ni loco volvería a vivir en un mundo así. Antes muerto que otra vez esclavo.
-¡Que así sea!-Neil desenfundó su pistola y sin pestañear disparó contra él, en ese mismo instante un bulto de color negro se cruzó en la trayectoria de la bala a toda velocidad. Hueter lanzó su cuchillo hacia el doctor Necrófago, el arma fue dando vueltas sobre sí misma hasta que finalmente atravesó la cabeza de Neil. Este cayó al suelo, quedando apoyado sobre la punta del cuchillo. Hueter se acercó, comprobando que aun estaba vivo. De un golpe seco extrajo el arma, dejando tras de sí un buen chorro de sangre. Neil intentaba decir algo pero de su boca solo salía más y más sangre.
-¡Maldito psicópata! ¡Como me has engañado!-Hueter cogió la pistola que Neil había dejado caer al ser atravesado-¡Ya me contaras que tal se vive en el puto infierno!-Hueter disparó en repetidas ocasiones la pistola, todas las balas impactaron en el rostro de Neil, dejándolo prácticamente irreconocible.
Al mirar el cadáver de cara desfigurada que había dejado en el suelo, comprobó que no era quien parecía ser. La barba de aquel necrófago era postiza, hecha de restos de pelos de animal. Días antes pudo comprobar cómo la espesa barba blanca que Neil lucía en su marchita cara, era autentica. Aprovechó que el doctor dormía plácidamente la siesta, para tirar de ella, puesto que Hueter no terminaba de creerse que aquello fuera real. Tiró con tanta fuerza, que por poco no le arrancó la poca piel que le quedaba a Neil en la cara, pero pudo comprobar que los pelos que colgaban de su huesuda barbilla eran auténticos.
<< ¿Que cojones ha pasado aquí?-pensó-¿Quien coño es este tipo?>>, Hueter miraba a uno y otro lado, pero allí solo veía las improvisadas tiendas, donde agonizaban los refugiados heridos. Ni rastro de los guardias, tampoco del resto de médicos que operaban en el campamento. Aquel lugar parecía haberse quedado desierto y Hueter no entendía que estaba pasando allí.
Inmediatamente accedió a una de las tiendas de campaña, en busca de algún rastro de vida. En el interior de esta le aguardaba una sorpresa bastante desagradable. Cuerpos putrefactos en plena descomposición se amontonaban, rodeados por un ejército de moscas del tamaño de un puño humano.
<< ¿Que cojones ha pasado aquí?>>, una arcada empujaba con vigor en su garganta, pero Hueter consiguió salir de la tienda a tiempo y controlar el impulso.
Aquello le repugnaba, pero al mismo tiempo tuvo una extraña sensación que jamás en su larga vida había sentido, aunque sabía de sobra de que se trataba y cuál era el origen.
<< ¡Mierda!-pensó-La "enfermedad", tengo que salir de aquí como sea. No quiero ser uno de ellos. ¡No por favor esto no!>>
-¡Ayuda!-escuchó un tímido grito en los adentros de otra tienda de campaña-¡Se que estas ahí fuera! ¡Ayuda por favor!
<<Si entro y encuentro otro montón de carne como el anterior, no sé si podre resistir la tentación>>
Según decían los charlatanes de su bar, lo que diferenciaba a los necrófagos locos del resto, era el hambre voraz, la obsesión por comer carne humana, como si de una adicción se tratase. Era bien sabido que a todos los necrófagos, les causaba cierto atractivo la carne procedente de los restos de cadáveres humanos. Hueter lo notaba cada vez que se topaba con un cuerpo en pleno estado de descomposición, aunque siempre reunía el valor suficiente para no caer en la tentación, pero aquella vez fue diferente, lo cual le aterrorizaba.
Sin parar a pensar en las consecuencias, Hueter abrió la tienda de donde procedían los gritos de socorro. Al separar las lonas que hacían de puerta, un hedor familiar a podredumbre penetró en lo poco que le quedaba de nariz. Allí dentro solo vio una decena de camas con los colchones manchados de sangre, todas vacías a excepción de una. Tumbado y con rostro pálido se encontraba un hombre de mediana edad que hacía grandes esfuerzos por respirar.
Al acercarse a la cama, Hueter comprobó que el pobre desgraciado había perdido mucha sangre.
-¡No soy médico!-lamentó, mientras cogía de la mano al hombre-¿Quién te ha hecho esto?
-¡Ya estaba así cuando vine aquí!-respondió con voz débil-¡Ellos!-el hombre con la mano temblorosa, señaló la extraña cruz roja que había colgada en uno de los laterales de la tienda-Dicen que nos van a currar, pero solo nos dejan morir para luego hacerse con nuestras pertenencias. Lo hicieron con mis amigos y lo están haciendo conmigo.
-¿La orden?-preguntó Hueter, asombrado por las palabras del moribundo, este asintió con la cabeza.
-¡Pero se fueron!-el hombre cogió aire con dificultad-¡Los de blanco acabaron con todos ellos! Coff...Coff... mátame, por favor, mátame. No quiero sufrir más.
No hacía falta ser médico para saber, que si dejaba a aquel pobre desgraciado con vida, moriría antes de que se pusiera el sol. Gastar una bala con alguien que ya estaba muerto sería una estupidez y un gasto inútil, pero rebanarle la cabeza con el cuchillo y terminar con el sufrimiento de este, era lo más ético que podía hacer en aquel preciso instante.
De un golpe certero, seccionó el cuello del moribundo en dos. Aun con la cabeza separada del cuerpo, aquel pobre desgraciado seguía con los ojos abiertos, mirándole fijamente.
<<Pobre hombre, mi careto es lo último que ha visto en vida-pensó-pero mejor así, ya dejó de sufrir>>
Hueter seguía sin entender que había pasado en aquel lugar, pero ya todo daba igual, allí en aquel improvisado cementerio no encontraría la respuesta escrita en un papel.
Registró uno a uno todos los cadáveres del campamento, en busca de munición, chapas o cualquier cosa que pudiera valerle para su viaje de regreso a casa. El apetito aumentaba por momentos, pero era algo que para su tranquilidad, podía controlar empinando el codo con una botella de Whisky que encontró en uno de los cadáveres. En ese instante comprendió que era un adicto al alcohol, pero gracias a aquella adicción, mientras tuviera una botella llena de licor cerca, jamás se convertiría en un Necrófago hambriento de carne humana.
No encontró gran cosa, solo unas cuantas balas y agua radiactiva. Al parecer, los famosos hombres de blanco habían registrado a conciencia antes de marcharse y allí solo habían dejado las sobras.
Hueter observó que cerca del lugar donde reposaban los restos del supuesto Neil, yacía sin vida el cuerpo un Acosador Nocturno, era aquel bulto negro que se interpuso en la trayectoria de la bala cuando el necrófago de la barba postiza intentó matarle.
<<Pobre animal, estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado>>, pero si los acosadores dormían de día y cazaban de noche en manada ¿Que cojones hacía uno solo a esas horas de la mañana y en aquel lugar?
Hueter comenzaba a tener miedo de la situación. Nada de lo que allí estaba pasando era normal. Así que decidió abandonar aquel lugar de inmediato.
Caminó sin mirar hacia atrás, el sol estaba en lo más alto, y se hacía difícil orientarse lo más mínimo. No había carreteras, solo coches abandonados, árboles secos, basura y un paisaje que parecía calcado al de una película de terror que estremeció el su cuerpo desde la cabeza a los pies. Allí a pocos metros a las afueras del campamento, se alzaba una veintena de cruces invertidas, con la mayoría integrantes de la orden, clavados boca abajo, algunos muertos, otros agonizando, deseando estarlo también. De entre ellos se encontraba el autentico Neil.
-¡Mátame!-repetía el doctor una y otra vez. Parecía no ver nada por culpa de la sangre que se le acumulaba en los ojos. Hueter se armó de valor y con el cuchillo seccionó la cabeza de Neil con un corte limpio. Esta cayó rodando al suelo como si de una pelota de trapo se tratara.
-¿Por qué me haces esto?-no sabía a quién le preguntaba, pero sentía como si alguien le estuviera poniendo a prueba. Quería despertar de aquella pesadilla, pero era todo demasiado real. Tuvo que hacer lo mismo con el resto de supervivientes, no iba a dejarlos agonizando, era una tortura demasiado cruel, una muerte que nadie merecía independientemente de cuáles fueran sus crímenes.
A lo lejos detrás de las cruces, divisó la silueta de lo que parecían ser tres torres de telecomunicaciones. Caminó a toda velocidad sin mirar atrás, con la esperanza de que su suerte cambiara. A medida que se acercaba, lo veía con mucha más claridad. Eran muy altas, con enormes antenas parabólicas en la parte superior. Estaban bastante bien conservadas, quizás alguien las estaba utilizando o quizás, viviendo en su interior.
Sin darse cuenta, Hueter tropezó con el cuerpo tirado en el suelo de un hombre, vestido con una extraña servoarmadura de un blanco radiante. Poco faltó para darse de bruces contra el suelo, pero finalmente pudo mantenerse en pie. Una vez recuperó el equilibrio, comprobó que había más, unos cinco, todos muertos. La mayoría con un balazo de fusión en la cabeza.
<< ¿Serán los famosos blancos?-pensó al ver el reluciente blanco de las armaduras>>
Sin previo aviso, una bala de fusión pasó rozándole el mechón de pelo rubio. Hueter miró a su alrededor en busca de algún lugar donde ponerse a salvo, pero no encontró nada. Solo uno de los cuerpos sin vida de los de blanco, que a la postre acabaría utilizando como escudo humano para evitar ser alcanzado. El disparo parecía proceder de lo más alto de las torres de comunicación.
-¡No disparéis!-gritó con todas sus fuerzas, mientras aguantaba en alto el cadáver de servoarmadura blanca-¡Vengo en son de paz!-nadie respondió, aunque tampoco hubo otro disparo.

domingo, 16 de noviembre de 2014

CAPÍTULO XLI- ESPECTÁCULO



ACERO



Dentro de aquella oscura jaula se sentía como una perra abandonada. Los días pasaban y la única persona que la visitaba dos veces al día, era el carcelero para traerle más mierda incomible. Nunca pensó que llegaría a echar de menos los platos de lamprea asada que servían en los bares de los casinos de Odín, aunque estos no se caracterizaran por ser los mejores, pero si los más asequibles. Tantos días comiendo aquel repugnante vómito, servido sobre un cuenco que parecía la parte superior de un cráneo humano, hacia que recordara la comida del casino como un exquisito manjar.
Dormía cuando la espalda se lo permitía, la celda solo era un agujero sin ningún tipo de comodidad. Su cama era cualquier rincón del suelo, que cada día parecía más frio y duro. Hacía sus necesidades en cualquier sitio, pero ya estaba todo tan manchado que las últimas veces ni se molestó en bajarse los pantalones para orinar.
Acero tenía la certeza de que aquello la estaba matando, pero ya no le importaba, el infierno no podía ser muy distinto a lo que estaba viviendo. A comienzos de estar allí, tenía la esperanza de que Llote Copa vendría a por ella con motivo de prepararla para el siguiente combate, al fin y al cabo era de su propiedad, o al menos eso decía, pero el tiempo le quitó la idea de la cabeza, perdiendo toda esperanza de salir con vida de aquel agujero. Cada vez estaba más segura de que su periplo por aquella esclavizada ciudad, había sido fruto de alguna apuesta entre la gentuza que estaba al mando y que el supuesto torneo, era una sucia artimaña para hacerlo todo mas creíble.
<< ¿Por qué no acaban conmigo de una vez?-pensó-¿Qué sentido tiene mantenerme con vida? ¿Serán tan sádicos que prefieren torturarme hasta morir?>>
Procedentes del exterior de la celda, se escuchaban unos pasos, seguramente el carcelero le traía la dosis de comida vomitiva habitual. A juzgar por cómo sonaban, muy constantes y a ritmo de pelotón, Acero notó como esta vez eran varias las personas que se acercaban a ella.
<< ¿Sera el verdugo que vendrá a poner fin a mi existencia?>>
El primero en aparecer fue el carcelero, con su típico olor nauseabundo. Aunque la celda apestara a sus propias heces, estas no llegaban a camuflar el aroma a alcohol que desprendía aquel desgraciado. Sujetaba con las manos la ración de basura que le servía cada día. Se arrodilló delante de la celda y tiró con bastante mala gana el cuenco de comida hacia donde estaba Acero. En el trayecto un poco de aquel asqueroso potaje cayó al suelo, acto que no le importó lo más mínimo, ya que ella llevaba bastantes días sin las fuerzas necesarias como para acabarse toda la comida. No había bocado que no le produjese arcadas.
-¡Esta bastante mejor que cuando la dejaste!-dijo en tono jocoso el carcelero-¡Esta más delgada y huele mejor!
Al ver a Llote Copa, Acero sintió como si hubiera venido a visitarla su propio padre. Era tal el grado de desesperación que había alcanzado en aquel agujero, que veía en el señor Copa como un aliado, como su única esperanza de salir de allí. Este al verla, susurró algo al oído del carcelero.
-¿No ves que si?-el carcelero la señaló. Fuera lo que fuera lo que Llote Copa le había dicho, quedaba claro que estaban hablando de ella-¡Observa con que carita de niña buena te mira!
-¿Te han tratado bien estos energúmenos?-su dueño le había hecho una pregunta, pero Acero no sabía muy bien cómo responder a ello.
-Pu...pu...pues-hacia días que no hablaba con nadie, al abrir la boca noto como toda la fuerza se le escaba en cada silaba que pronunciaba.
-¡No respondas!-ordenó Llote-¡Ya veo que no!
Aquellas palabras la sorprendieron gratamente, parecía que después de todo había alguien en aquel infierno al que le importaba su vida.
-¡Cógela Peste!-el carcelero, sacó de una bolsa de tela de color negro, un arma y la lanzó a sus manos.
-¡Fueyo déjanos solos!- ordenó Llote al carcelero, el cual desapareció inmediatamente sin decir palabra-¡Te voy a ser franco!-dijo una vez se cercioró de que Fueyo se había marchado-El torneo ha sido suspendido. En su lugar se va a celebrar un combate contra una de las bestias del Doctor Ju-Acero miraba horrorizada a su dueño ¿Participaría ella en aquel combate o continuaría allí encerrada?-Ayer nos hicimos con el control de Salatiga, un pueblo rico en comercio que nos permitirá nutrir de recursos a nuestros soldados cuando asaltemos el Odín y la decadente ciudad que lo rodea. En fin-Llote se encogió de hombros-Nuestro amado rey y señor de la Pena del Alba, quiere celebrar por todo lo grande nuestra triunfal marcha y ahí es donde entras tú.
Acero miraba el arma prestando atención a las palabras de su dueño, comprobó que se trataba de un rifle de energía, pero no tenía ni una sola bala en la recámara.
-¿Y tengo que luchar con un arma sin balas?-preguntó con mucha dificultad para articular las palabras.
-Atiende-Llote parecía tener la sonrisa tatuada en su rostro, porque daba igual de lo que estuviera hablando que siempre mostraba la misma mueca en la boca-Tú y el resto de presos aquí en el coliseo, luchareis contra el experimento del Doctor Ju. Todos llevarán armas a excepción de la bestia, que por otra parte no creo que le sea necesario. La escasa munición que dispondréis, estará repartida por toda la plaza. Cuando muera la bestia, todos los presos que sigan en pié conservarán su vida y podrán servir a sus dueños dignamente. No me falles Peste, el arma que tienes entre manos, es la misma que utilicé yo para dejar de ser un esclavo y conseguir mi liberación.
Después de esas palabras, Llote Copa se marchó sin ni siquiera despedirse. Acero no daba crédito a lo que su dueño había dicho. No se tragaba que él antes de ser un negrero, hubiera sido esclavo. Pero la bestia del tal Doctor Ju era otro cantar. Seguramente los otros presos estarían en las mismas condiciones que ella. Incluso dudaba que pudiera sujetar aquel pesado rifle de energía que le había entregado el carcelero y mucho menos, disparar con la suficiente puntería como para alcanzar al engendro. En cualquier caso esta vez, no se reducía todo a un solo superviviente como en las anteriores ocasiones, aunque las posibilidades de que todos murieran también eran altas por lo que Llote le había contado.
Momentos después a la marcha de su dueño, otro carcelero vino a por ella. Este olía bastante mejor que Fueyo, era enorme, de piel oscura y con un cuerpo exageradamente musculado.
-¡Andando!-dijo con un tono muy serio al mismo tiempo que abría la celda. Al levantarse Acero sintió un leve mareo, aquella basura que le servían por comida la había debilitado demasiado. Caminando con lentitud salió de la celda siguiendo al nuevo carcelero, el cual le daba la espalda muy confiado en que ella no intentaría atacarle.
<< ¡Tienes suerte de que este tan débil!-pensó al ver la chulería con la que le trataba el carcelero-¡En estos momentos ya estarías muerto!>>
El arma parecía pesar un quintal, era como si alguien estuviera tirando de ella hacia abajo. El carcelero no caminaba precisamente rápido, más bien todo lo contrario, pero Acero se sentía tan débil que no podía evitar quedarse rezagada.
Después de un buen paseo por los estrechos pasillos de la plaza, llegaron a lo que debía ser la puerta de acceso principal a la arena, donde esperaban el resto de presos vigilados por soldados equipados con servoarmadura blanca.
Acero vio como no era la única en hacerse sus necesidades encima. No era la única que lo había pasado mal, juzgar por el rostro de la mayoría de ellos. Incluso muchos aparentaban estar en peores condiciones que ella, algo que en otra situación hubiera sido un alivio, pero que en esos momentos la inquietaba.
-¡Dicen que el monstruo antes era un hombre!-dijo uno de los presos con voz temblorosa. Un hombre tan delgado que parecía un esqueleto con piel.
-Cuentan que asesinó a varios hombres de los señores del Alba y que por eso lo condenaron-explicó otro preso, este parecía haberse comido todo lo que no había comido el anterior.
-¡Menos cháchara montones de mierda!-protestó uno de los guardias e inmediatamente todos los allí presentes callaron.
Desde su posición Acero veía parte del graderío de la plaza, estaba a rebosar de gente expectante a lo que iba a suceder. El murmullo entre los espectadores era constante, hasta que finalmente sonó aquella condenada trompeta. Turuuuu... turuuuu...
-En conmemoración por la gran conquista de nuestro rey Penalba, hoy tendrá lugar un combate sin precedentes. El mal se enfrentará a sí mismo. Pecadores, impuros por naturaleza, contra la bestia que asesinó a nuestros hermanos. Que comience la fiesta- después del anuncio la condenada trompeta volvió a sonar. Acero odiaba ese sonido, la enfurecía.
Lentamente la puerta metálica que daba acceso a la arena comenzó a subir. Los guardias empujaban sin miramiento a todos los presos hacia el exterior. Al salir a la arena comenzó el alboroto entre los espectadores. La puerta rápidamente quedó cerrada y una especie de campo magnético de color azul claro rodeó la arena, impidiendo cualquier escapatoria posible, pero de la bestia ni rastro.
Acero encontró una carga de energía medio enterrada en el suelo, pero cuál fue su sorpresa, que al intentar cargar el rifle comprobó que no era válida. Mirando detenidamente observó que cada preso tenía un arma diferente, a saber donde encontraría otra carga. Con rabia la tiró de nuevo al suelo.
El campo magnético desapareció, al otro lado, otra puerta idéntica a la anterior, comenzó a elevarse. El alboroto del público tomaba más fuerza, sabían de sobra que al otro lado aguardaba la bestia, el espectáculo que realmente habían venido a ver.
Una vez Acero vio a la bestia salir, comprobó que era mucho peor de lo que había imaginado. Un ser antinatural, sin ojos en su rostro, de piel pálida y arrugada, por manos tenía dos garras con uñas negras bien afiladas, que al posarlas sobre el rostro con las palmas mirando hacia el exterior, descubrieron algo mucho más horrendo que el propio ser. Tenía los ojos incrustados en las palmas de la mano, unos ojos grandes que se movían sin parar en busca de su primera presa. Cuando la bestia decidió salir al exterior de la arena, la puerta se cerró de inmediato y el campo magnético volvió a ser activado.
Los ataques de la bestia habrían sido cuanto menos torpes si sus presas estuvieran en plenas facultades, pero ahí estaba la gracia del juego o al menos Acero así lo pensaba. Un engendro inútil contra unos esclavos marchitos.
Debía ser algo de lo más horripilante ver lo que los ojos de aquel desgraciado deforme, estarían viendo en esos momentos mientras desgarraba la piel a zarpazos de su primera víctima. Al acabar con él, la bestia volvió a poner las manos sobre su cara para buscar el siguiente objetivo. El público enloqueció al ver como los ojos del ser estaban completamente cubiertos de sangre. Estaba completamente cegado y no paraba de intentar limpiarse con su propia piel, restregando las garras por todo el cuerpo.
<< Cuanto sufrimiento gratuito-lamentó Acero en su interior, mientras buscaba desesperadamente una carga adecuada para su arma, sin dejar de mirar al engendro >>
-¡Joder no hay ninguna carga buena!-protestó el esclavo flacucho.
-¡Pásamela a ver si a mí me vale!-gritó Acero al verlo. El hombre de rostro demacrado, lanzó la munición, pero el hombre estaba tan débil que esta se quedó a medio camino-¡Mierda!
La bestia recuperó la vista, esta vez parecía haber fijado su objetivo en Acero. La miraba con ojos desafiantes, aquella mirada perturbadora la atemorizaba. El ser cogió carrerilla y velozmente se dirigió en busca de ella, pero el ataque fue en vano y terminó golpeándose contra el campo magnético que rodeaba la arena. Montones de pequeños rayos azules emergieron a causa del impacto.
Acero se acercaba lentamente hacia la carga de energía mirándolo de reojo a la bestia. Pero cuando ya estaba prácticamente tocándola con la punta de sus dedos, descuidó la vista un momento, acto que aprovechó el engendro para embestirla. Ambos cayeron al suelo forcejeando.
Acero estaba tan cansada y débil que no podía hacer nada por repeler los ataques de aquel ser inmundo. Este lanzaba zarpazos, la mayoría de ellos inútiles, como si de un borracho se tratara. Finalmente una de las garras de la bestia, quedó clavada en el costado izquierdo de su tripa.
Acero había sufrido mucho dolor en sus carnes los días anteriores, pero nada comparable con lo que le estaba produciendo la criatura. Veía pequeños destellos delante de sus ojos y solo escuchaba el grito ensordecedor que emitía la bestia. Esta hurgaba en la herida que le había producido, buscando causar más y más dolor.
Aun tenía a su alcance la carga, Acero miraba a su alrededor, todos los esclavos aun con vida miraban horrorizados la carnicería, pero ninguno se acercaba a ayudarla. Solo se digno a darle una patada a la munición, el hombre flacucho que le había lanzado anteriormente la misma, dejándola suficientemente cerca de Acero como para cogerla y cargar su arma.
El dolor continuaba estando presente y parecía que la criatura disfrutara con ello. Acero se armó de valor y aprovechando que la bestia tenía puestos los ojos en otros menesteres, cargó conforme pudo el rifle. Esta vez hubo suerte y la munición era la adecuada.
-¡Lo siento por ti!-dijo con un tono de voz tan débil que no escuchó ni ella misma-¡Serás el único hombre que verá volar su propia cabeza!-Acero apoyó el rifle en la arena, encañonando a la criatura. Con todas sus fuerzas apretó el gatillo y la plaza entera enmudeció.
La cabeza de la bestia había reventado, los sesos de la misma habían quedado esparcidos por los alrededores. El ser levantó las manos girando las palmas hacia donde debía estar su cabeza, girando velozmente los ojos a izquierda y derecha. La garra derecha estaba completamente cubierta de sangre, sangre procedente del cuerpo de Acero. Instantes después la bestia se desplomó sobre la arena.
El público enloqueció, todos coreaban el nombre de Acero, pero ella los escuchaba cada vez más y más lejos. Su vista comenzó a nublarse y una fuerte arcada le dejó un sabor amargo a sangre en el paladar.

CAPÍTULO XL - EL JUICIO



 TRAISA



La celda olía a meado de perro resacoso. Llevaba varios días encerrada en aquel horroroso agujero y no acababa de acostumbrarse a aquel nauseabundo olor, era algo imposible de aguantar.
Días antes había visitado a Acero, pero esta vez la persona que estaba entre rejas era ella. A menudo se preguntaba que habría sido de la fuerte mujer. Tenía la certeza absoluta de que Acero, aunque estuviera cabreada con ella, jamás habría desaparecido sin llevar a cabo la tarea que le había encomendado. Por otro lado Jacq no había regresado, no al menos que ella supiera. Aquello le creaba bastantes dudas en su cabeza ¿Y si había enviado a Acero a una muerte segura? puede que el muerto fuera Jacq, ¿O quizás Acero había cumplido con su tarea y Jacq al llegar a la entrada del bunker descubriera que su hermana estaba muerta? En el caso de que aquel hombre se presentara allí, no sabría cómo explicarle lo acontecido con Poli, y lo único que no quería en esos momentos era tener más problemas de los que ya tenía.
Que ella recordara nadie había pasado tanto tiempo en aquellos calabozos como ella. La mayoría de las veces eran utilizados como escarmiento para los soldados que en horas de permiso libres, bebían más de la cuenta. Aquello no gustaba nada al General Sejo por lo que si descubría a alguno de sus soldados en estado de embriaguez, este pasaba un par de días encerrado en prisión para dormir bien la mona. Eso explicaría porque la celda olía tan mal, seguramente antes de que ella fuera encarcelada, algún borrachuzo se había encargado de perfumarla con sus fluidos corporales.
Sentía tal mareo a causa del pestazo que Traisa solo podía quedarse tumbada encima de la sucia cama y taparse la nariz con la manga de su camisa para disimular un poco el olor. Restos de comida en forma de vómito en una de las esquinas de la celda eran los causantes de aquel aroma.
-¡Joder como huele aquí!-escuchó al otro lado de la puerta, seguramente sería el soldado que le llevaba la comida todos los días, aunque la voz sonaba diferente-¡El soldado Guasón se la cogió de campeonato por lo que veo!
-¡Pero si hace como siete días que estuvo aquí!-al parecer esta vez iba acompañado-¡Tu montón de mierda levanta de la puta cama!
Traisa levantó la vista, por la rendija que había en la puerta, divisaba el típico casco de los soldados de la Hermandad del Rayo, alguien la reclamaba desde el otro lado.
-¡Tranquilitos!-espetó incorporándose con suma tranquilidad.
-¡De tranquilitos nada zorra!-protestó uno de los soldados-El general Sejo esta esperándote en la sala de los consejos ¡Hoy es tu juicio!
<< ¿Juicio?-se preguntó a si misma asustada>>
Los juicios con el general como parte del jurado tenían fama de ser una pantomima. Todos los acusados terminaban con la misma sentencia, condenados a muerte de un balazo en la sien.
-¿Y porque no me matáis aquí mismo y terminamos con esta farsa?-Traisa sabía de sobra lo que iba a pasar. Prefería morir en aquel apestado agujero antes que hacer el ridículo intentando defenderse ante Sejo y sus amigotes.
-¡Las leyes de la Hermandad dictan que todo soldado tiene derecho a un juicio justo!-respondió el soldado-Andando zorra, no esperes a que entre y te ponga maquillaje extra.
Traisa salió de la celda a regañadientes, custodiada por los dos soldados. Al menos habían tenido la amabilidad de no llevarla esposada, acto que con el resto de presos nunca tenían.
Dejar la peste atrás era lo mejor que le había podido pasar en los últimos días, pero conforme avanzaban por aquel lúgubre pasillo hacia la sala de consejos, un temblor en sus rodillas se hacía cada vez más presente.
Una vez dentro de la sala donde se iba a celebrar el juicio, Traisa comprobó como el General y sus secuaces estaban ya esperándola, sentados en sus sillas ejecutivas de cuero del antiguo mundo y, a juzgar por sus miradas, deseosos de ver como el verdugo apretaba el gatillo para acabar con ella.
-Nunca habría imaginado que me vería sentado aquí juzgando a dos de mis mejores hombres-comenzó el General Sejo, su cara quería expresar tristeza, pero aquella mirada parecía lanzar rayos de odio hacia ella.
<< ¿Que dos hombres?>> Estaba tan centrada en el jurado, que no se percato de que a su lado estaba sentado el Sargento Campos. A diferencia de ella, el si llevaba puestas las esposas magnéticas, tanto en las muñecas como en los tobillos.
El jurado estaba compuesto por el General Sejo, su gran amigo y putero, el general del ejército Andrian Bastao y el teniente general Natan Mano. El resto de la sala estaba vacío, la puerta cerrada a cal y canto, custodiada por dos robots centinela con los brazos armados en posición de ataque.
-¡Traisa en pie!-ordenó Natan Mano, ella no tuvo más remedio que obedecer y de inmediato se levantó de su silla- Se le acusa de alta traición, apropiación indebida de tecnología de la Hermandad del Rayo y del asesinato de Benito y el paciente llamado Poli ¿Cómo se declara el acusado?
-¿Y a ti que más te da?-espetó Traisa-¡Total acabareis matándome de todos modos!
-¡Con tu actitud solo conseguirás ser sentenciada a pena de muerte!-recriminó el general Andrian, aunque a ella eso le daba igual, cuanto antes acabara la pantomima mejor seria para todos desde su punto de vista.
-¡Déjate de protocolos de mierda!-gritó el General Sejo-Estos no son civiles y sabemos de sobra lo que han hecho. Ahora bien, quiero escuchar los motivos por los que cometieron tan deleznable acto.
-La culpa fue mía, Campos cogió el pájaro solo porque yo le obligué- Traisa intentaba cargar con todas las culpas. Campos era un hombre que la mayoría de veces pecaba de ingenuo en cuanto a mujeres se trataba y aquella noche no fue una excepción, ella se aprovechó de la debilidad que el sargento sentía por sus carnes para conseguir su fin. Motivo más que suficiente para no permitir que el pobre desgraciado, cargara con parte de culpa.
-¡No me jodas niña!-rechistó el teniente Mano, sentado a la izquierda de Sejo- ¿El Sargento del mejor escuadrón de la Hermandad obligado a punta de pistola por una simple curandera? Cuéntale ese cuento a otro porque este tribunal no va a tragarse esas mentiras.
-¡Fui yo!-Campos rompió el silencio que había mantenido hasta el momento-Yo cogí el pájaro, aprovechando el cambio de guardia, para dar un paseo nocturno con Traisa.
-Y estando al mando de la nave fue cuando Traisa te apuntó con la pistola-afirmó Natan Mano. Campos asintió con la cabeza. En ese momento le dio la impresión de que el Teniente, quería exculpar al Sargento y hacerla cargar con el muerto.
-Da igual quien apuntara-dijo el general con voz queda-Campos acaba de confesar que cogió el pájaro por su propia voluntad-se hizo el silencio durante unos instantes, Sejo con sus palabras había demostrado la culpabilidad de Campos, al menos la parte que le tocaba- Lo que sigo sin entender es-hizo una pausa para tragar saliva- ¿En qué pensabas Traisa cuando decidiste secuestrar el pájaro? ¿Por qué mataste a Benito y al paciente?
Traisa giró bruscamente la cabeza mirando hacia Campos, lanzándole una mirada de odio y desprecio. << ¡Mentiroso hijo de puta!>> El Sargento que tanto la amaba acababa de traicionarla. Sabía de sobra lo acontecido y por salvar su culo la vendió ante el general Sejo y sus secuaces. A ella no le importaba que la culparan por engañar a Campos, no le importaba que la culparan de secuestrar el pájaro o de llevarse a un paciente sin permiso y hacer a Benito cómplice ello. La dignidad estaba por encima de todo y por nada en el mundo, iba a cargar con los dos muertos. Ya lloró la pérdida durante los días en que estuvo presa en aquel maloliente agujero. No podía evitar sentirse responsable de lo que le pasara al muchacho y a la mujer. Si se hubiera quedado de brazos cruzados solo habría que lamentar una muerta y nada de esto estaría pasando, pero ahora el mal ya estaba hecho.
-¿Serás hijo de puta?-gritó sin dejar de mirar al Sargento. Deseaba tener en ese momento, un arma en sus manos para meterle un balazo entre ceja y ceja.
-Traisa por favor-dijo Sejo con tono serio-Responde a mi pregunta
-Yo no maté a nadie-fue su respuesta-Alguien disparó cuando bajamos Benito y yo del pájaro. Vi pasar un destello de luz parecido al de una célula de fusión por delante de mis ojos, rozando mi cabeza, y cuando miré hacia atrás, vi para mi pesar, que la bala había alcanzado el rostro de Benito, desintegrándole completamente la cabeza. Luego alguien me golpeó en la cabeza y quedé inconsciente. No recuerdo nada más hasta que desperté en la celda con un ojo morado.
-¡No hay humano, necrófago, mutante o animal que se crea esas patrañas!- protestó Natan Mano. Parecía indignado, como si la culpa de todos sus males fuera de ella.
-Yo solo quería salvar al paciente-explicó Traisa-Aquí hubiera muerto. Los medicamentos no hacían el efecto deseado, y la tecnología la cual disponemos, tampoco permitía realizar ningún avance. Todo fue un impulso, tenía la corazonada de que en el último punto donde recibimos señal del bot, se encontraba uno de los búnkeres del antiguo mundo. Sabemos de sobra que la tecnología pre-guerra, permite la curación de la mayoría de enfermedades que conocemos hoy en día. Tenía la esperanza de encontrar allí, el remedio para Poli.
-Actuaste a nuestras espaldas Traisa-el General se encogió de hombros- Y aunque tu voluntad de salvar una vida es muy loable, no podemos olvidar que violaste uno de los códigos más importantes de la hermandad. No es porque hayan muerto personas, no es porque secuestraras el pájaro. La tecnología del antiguo mundo es nuestro dios y tú pretendiste apoderarte de una parte de ella, sin contar con el resto de tus hermanos. Sea cual fuere el fin, eso es traición y este jurado no puede perdonártelo-<<O sea que ahora me sale con los salmos de los creadores de la Hermandad del Rayo. Esto no puede ir peor-pensó al escuchar las palabras de Sejo>>- ¡Yo, Sejo de la Palmera, Capitán General de la Hermandad del Rayo, te condeno a ti Traisa de la Sabo, a morir por traición!
Nadie dijo nada, pero el rostro de todos los integrantes del jurado, delataban la alegría que les había ocasionado su condena. No entendía el porqué de aquella reacción, pero tampoco era el momento de pensar en cosas negativas. Incluso cuando ya parecía que todo había acabado Traisa seguía intentando ser positiva.
No pudo evitar recordar el momento de la muerte de Benito, Traisa levantó la vista y vio en Sejo, la imagen sin cabeza del chaval. Parecía tan real que incluso la sangre del general manchó la mesa de madera antigua. El cuerpo mutilado quedó apoyado en el respaldo de la silla. La expresión que aquello dibujó en el rostro de cada uno de los integrantes de la sala, hizo comprender a Traisa que no se trataba de una alucinación suya.
-¡El maldito robot ha disparado al general Sejo!-gritó el general del ejército Andrian Bastao.
-Joder por fin consigo hacer hablar a esta mierda-una voz enlatada emanó del interior del robot centinela que supuestamente, había acabado con la vida de Sejo. Nadie de los allí presentes llevaba un arma encima. No estaba permitido acceder a la sala donde iba a tener lugar el juicio. Solo los robots que custodiaban la entrada estaban debidamente armados, y ahora aquello se había convertido en un problema para todos los allí presentes-Putos fanáticos obsesionados con la tecnología. Si alguien se le ocurre tocarle un pelo a Traisa, acabará con el mismo look que vuestro queridísimo general.
-¿Quien cojones te crees que eres?-preguntó el general Bastao con tono amenazante.
-La que puede volarte la cabeza en este momento si no mantienes la puta boca cerrada-fue la respuesta del robot. No tenía ni idea de que un droide, supiera hablar diciendo tantas palabrotas. Parecía como si alguien hubiera tomado el control del centinela.
-¡Vaya, un listillo que ha conseguido colarse en nuestro sistema de seguridad!- exclamó el teniente Mano-Hagas lo que hagas, ten por seguro que te encontraremos. Y cuando eso ocurra créeme, querrás estar muerto.
-No sé ni yo donde estoy, lo sabrás tu-las palabras del robot sonaban todas igual, sin entonación alguna, pero no hacía falta imaginar mucho para saber que estaba vacilándole al teniente. Podía palparse con los dedos, la tensión que había en esos momentos en la sala-Solo Traisa sabe donde estoy, por eso he venido aquí, para que me encuentre.
-¿Poli?- no podía creer que aquella voz enlatada, fuera la chica moribunda que dejó a las puertas del búnker.
-La misma-respondió el droide-A partir de ahora, yo asumo el control de este ejército. Mi hermano está de camino, dejareis que Traisa le ayude a encontrarme y cuando eso ocurra, os cederé de nuevo el control de la Hermandad y podréis hacer con ella lo que os venga en gana.
-¿Y si la hacemos cantar?-preguntó Andrian Bastao-¿Nos dejarías que la matáramos cuando nos dijera donde estas?
-Te crees que soy gilipollas-Poli no se tragaba la sucia artimaña que quería llevar a cabo el general Bastao. Traisa sabia de sobra que si les revelaba donde vio por última vez a la mujer que controlaba al robot centinela, acabarían con su vida, para luego concentrar todos sus esfuerzos en hacer lo mismo con Poli y quedarse con lo que fuera aquello que permitía controlar cualquier robot desde la distancia. Con una tecnología de esas características, cobrarían una importante ventaja en su particular guerra contra el Ejército del Pueblo Libre-Valientes imbéciles, os creéis que lo sabéis todo pero en realidad no sabéis nada. Como medida de seguridad, las empresas encargadas de fabricar los robots, dotaron a estos de un dispositivo de autodestrucción, que sería activado en caso de fuerza mayor. La explosión que originaria el droide es similar a la de una mini bomba nuclear. No es que haya muchos en Penélope o el Odín, pero si los suficientes como para hacer saltar todo por los aires. Tocarle un pelo a Traisa y en vuestra cutre y decadente ciudad solo quedará un inmenso agujero.
La sala enmudeció, Traisa no sabía si reír o llorar. Estaba horrorizada, sin quererlo, la vida de todos los habitantes tanto de Penélope como de Odín dependían de ella. La cosa empeoraba por momentos, habría sido mejor cargar con dos muertes que con centenares.
Con el general Sejo decapitado, la revolución dentro de la Hermandad del Rayo estaba asegurada. Aquel amañado juicio como los anteriores se había saldado con una vida.