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domingo, 16 de noviembre de 2014

CAPÍTULO XLI- ESPECTÁCULO



ACERO



Dentro de aquella oscura jaula se sentía como una perra abandonada. Los días pasaban y la única persona que la visitaba dos veces al día, era el carcelero para traerle más mierda incomible. Nunca pensó que llegaría a echar de menos los platos de lamprea asada que servían en los bares de los casinos de Odín, aunque estos no se caracterizaran por ser los mejores, pero si los más asequibles. Tantos días comiendo aquel repugnante vómito, servido sobre un cuenco que parecía la parte superior de un cráneo humano, hacia que recordara la comida del casino como un exquisito manjar.
Dormía cuando la espalda se lo permitía, la celda solo era un agujero sin ningún tipo de comodidad. Su cama era cualquier rincón del suelo, que cada día parecía más frio y duro. Hacía sus necesidades en cualquier sitio, pero ya estaba todo tan manchado que las últimas veces ni se molestó en bajarse los pantalones para orinar.
Acero tenía la certeza de que aquello la estaba matando, pero ya no le importaba, el infierno no podía ser muy distinto a lo que estaba viviendo. A comienzos de estar allí, tenía la esperanza de que Llote Copa vendría a por ella con motivo de prepararla para el siguiente combate, al fin y al cabo era de su propiedad, o al menos eso decía, pero el tiempo le quitó la idea de la cabeza, perdiendo toda esperanza de salir con vida de aquel agujero. Cada vez estaba más segura de que su periplo por aquella esclavizada ciudad, había sido fruto de alguna apuesta entre la gentuza que estaba al mando y que el supuesto torneo, era una sucia artimaña para hacerlo todo mas creíble.
<< ¿Por qué no acaban conmigo de una vez?-pensó-¿Qué sentido tiene mantenerme con vida? ¿Serán tan sádicos que prefieren torturarme hasta morir?>>
Procedentes del exterior de la celda, se escuchaban unos pasos, seguramente el carcelero le traía la dosis de comida vomitiva habitual. A juzgar por cómo sonaban, muy constantes y a ritmo de pelotón, Acero notó como esta vez eran varias las personas que se acercaban a ella.
<< ¿Sera el verdugo que vendrá a poner fin a mi existencia?>>
El primero en aparecer fue el carcelero, con su típico olor nauseabundo. Aunque la celda apestara a sus propias heces, estas no llegaban a camuflar el aroma a alcohol que desprendía aquel desgraciado. Sujetaba con las manos la ración de basura que le servía cada día. Se arrodilló delante de la celda y tiró con bastante mala gana el cuenco de comida hacia donde estaba Acero. En el trayecto un poco de aquel asqueroso potaje cayó al suelo, acto que no le importó lo más mínimo, ya que ella llevaba bastantes días sin las fuerzas necesarias como para acabarse toda la comida. No había bocado que no le produjese arcadas.
-¡Esta bastante mejor que cuando la dejaste!-dijo en tono jocoso el carcelero-¡Esta más delgada y huele mejor!
Al ver a Llote Copa, Acero sintió como si hubiera venido a visitarla su propio padre. Era tal el grado de desesperación que había alcanzado en aquel agujero, que veía en el señor Copa como un aliado, como su única esperanza de salir de allí. Este al verla, susurró algo al oído del carcelero.
-¿No ves que si?-el carcelero la señaló. Fuera lo que fuera lo que Llote Copa le había dicho, quedaba claro que estaban hablando de ella-¡Observa con que carita de niña buena te mira!
-¿Te han tratado bien estos energúmenos?-su dueño le había hecho una pregunta, pero Acero no sabía muy bien cómo responder a ello.
-Pu...pu...pues-hacia días que no hablaba con nadie, al abrir la boca noto como toda la fuerza se le escaba en cada silaba que pronunciaba.
-¡No respondas!-ordenó Llote-¡Ya veo que no!
Aquellas palabras la sorprendieron gratamente, parecía que después de todo había alguien en aquel infierno al que le importaba su vida.
-¡Cógela Peste!-el carcelero, sacó de una bolsa de tela de color negro, un arma y la lanzó a sus manos.
-¡Fueyo déjanos solos!- ordenó Llote al carcelero, el cual desapareció inmediatamente sin decir palabra-¡Te voy a ser franco!-dijo una vez se cercioró de que Fueyo se había marchado-El torneo ha sido suspendido. En su lugar se va a celebrar un combate contra una de las bestias del Doctor Ju-Acero miraba horrorizada a su dueño ¿Participaría ella en aquel combate o continuaría allí encerrada?-Ayer nos hicimos con el control de Salatiga, un pueblo rico en comercio que nos permitirá nutrir de recursos a nuestros soldados cuando asaltemos el Odín y la decadente ciudad que lo rodea. En fin-Llote se encogió de hombros-Nuestro amado rey y señor de la Pena del Alba, quiere celebrar por todo lo grande nuestra triunfal marcha y ahí es donde entras tú.
Acero miraba el arma prestando atención a las palabras de su dueño, comprobó que se trataba de un rifle de energía, pero no tenía ni una sola bala en la recámara.
-¿Y tengo que luchar con un arma sin balas?-preguntó con mucha dificultad para articular las palabras.
-Atiende-Llote parecía tener la sonrisa tatuada en su rostro, porque daba igual de lo que estuviera hablando que siempre mostraba la misma mueca en la boca-Tú y el resto de presos aquí en el coliseo, luchareis contra el experimento del Doctor Ju. Todos llevarán armas a excepción de la bestia, que por otra parte no creo que le sea necesario. La escasa munición que dispondréis, estará repartida por toda la plaza. Cuando muera la bestia, todos los presos que sigan en pié conservarán su vida y podrán servir a sus dueños dignamente. No me falles Peste, el arma que tienes entre manos, es la misma que utilicé yo para dejar de ser un esclavo y conseguir mi liberación.
Después de esas palabras, Llote Copa se marchó sin ni siquiera despedirse. Acero no daba crédito a lo que su dueño había dicho. No se tragaba que él antes de ser un negrero, hubiera sido esclavo. Pero la bestia del tal Doctor Ju era otro cantar. Seguramente los otros presos estarían en las mismas condiciones que ella. Incluso dudaba que pudiera sujetar aquel pesado rifle de energía que le había entregado el carcelero y mucho menos, disparar con la suficiente puntería como para alcanzar al engendro. En cualquier caso esta vez, no se reducía todo a un solo superviviente como en las anteriores ocasiones, aunque las posibilidades de que todos murieran también eran altas por lo que Llote le había contado.
Momentos después a la marcha de su dueño, otro carcelero vino a por ella. Este olía bastante mejor que Fueyo, era enorme, de piel oscura y con un cuerpo exageradamente musculado.
-¡Andando!-dijo con un tono muy serio al mismo tiempo que abría la celda. Al levantarse Acero sintió un leve mareo, aquella basura que le servían por comida la había debilitado demasiado. Caminando con lentitud salió de la celda siguiendo al nuevo carcelero, el cual le daba la espalda muy confiado en que ella no intentaría atacarle.
<< ¡Tienes suerte de que este tan débil!-pensó al ver la chulería con la que le trataba el carcelero-¡En estos momentos ya estarías muerto!>>
El arma parecía pesar un quintal, era como si alguien estuviera tirando de ella hacia abajo. El carcelero no caminaba precisamente rápido, más bien todo lo contrario, pero Acero se sentía tan débil que no podía evitar quedarse rezagada.
Después de un buen paseo por los estrechos pasillos de la plaza, llegaron a lo que debía ser la puerta de acceso principal a la arena, donde esperaban el resto de presos vigilados por soldados equipados con servoarmadura blanca.
Acero vio como no era la única en hacerse sus necesidades encima. No era la única que lo había pasado mal, juzgar por el rostro de la mayoría de ellos. Incluso muchos aparentaban estar en peores condiciones que ella, algo que en otra situación hubiera sido un alivio, pero que en esos momentos la inquietaba.
-¡Dicen que el monstruo antes era un hombre!-dijo uno de los presos con voz temblorosa. Un hombre tan delgado que parecía un esqueleto con piel.
-Cuentan que asesinó a varios hombres de los señores del Alba y que por eso lo condenaron-explicó otro preso, este parecía haberse comido todo lo que no había comido el anterior.
-¡Menos cháchara montones de mierda!-protestó uno de los guardias e inmediatamente todos los allí presentes callaron.
Desde su posición Acero veía parte del graderío de la plaza, estaba a rebosar de gente expectante a lo que iba a suceder. El murmullo entre los espectadores era constante, hasta que finalmente sonó aquella condenada trompeta. Turuuuu... turuuuu...
-En conmemoración por la gran conquista de nuestro rey Penalba, hoy tendrá lugar un combate sin precedentes. El mal se enfrentará a sí mismo. Pecadores, impuros por naturaleza, contra la bestia que asesinó a nuestros hermanos. Que comience la fiesta- después del anuncio la condenada trompeta volvió a sonar. Acero odiaba ese sonido, la enfurecía.
Lentamente la puerta metálica que daba acceso a la arena comenzó a subir. Los guardias empujaban sin miramiento a todos los presos hacia el exterior. Al salir a la arena comenzó el alboroto entre los espectadores. La puerta rápidamente quedó cerrada y una especie de campo magnético de color azul claro rodeó la arena, impidiendo cualquier escapatoria posible, pero de la bestia ni rastro.
Acero encontró una carga de energía medio enterrada en el suelo, pero cuál fue su sorpresa, que al intentar cargar el rifle comprobó que no era válida. Mirando detenidamente observó que cada preso tenía un arma diferente, a saber donde encontraría otra carga. Con rabia la tiró de nuevo al suelo.
El campo magnético desapareció, al otro lado, otra puerta idéntica a la anterior, comenzó a elevarse. El alboroto del público tomaba más fuerza, sabían de sobra que al otro lado aguardaba la bestia, el espectáculo que realmente habían venido a ver.
Una vez Acero vio a la bestia salir, comprobó que era mucho peor de lo que había imaginado. Un ser antinatural, sin ojos en su rostro, de piel pálida y arrugada, por manos tenía dos garras con uñas negras bien afiladas, que al posarlas sobre el rostro con las palmas mirando hacia el exterior, descubrieron algo mucho más horrendo que el propio ser. Tenía los ojos incrustados en las palmas de la mano, unos ojos grandes que se movían sin parar en busca de su primera presa. Cuando la bestia decidió salir al exterior de la arena, la puerta se cerró de inmediato y el campo magnético volvió a ser activado.
Los ataques de la bestia habrían sido cuanto menos torpes si sus presas estuvieran en plenas facultades, pero ahí estaba la gracia del juego o al menos Acero así lo pensaba. Un engendro inútil contra unos esclavos marchitos.
Debía ser algo de lo más horripilante ver lo que los ojos de aquel desgraciado deforme, estarían viendo en esos momentos mientras desgarraba la piel a zarpazos de su primera víctima. Al acabar con él, la bestia volvió a poner las manos sobre su cara para buscar el siguiente objetivo. El público enloqueció al ver como los ojos del ser estaban completamente cubiertos de sangre. Estaba completamente cegado y no paraba de intentar limpiarse con su propia piel, restregando las garras por todo el cuerpo.
<< Cuanto sufrimiento gratuito-lamentó Acero en su interior, mientras buscaba desesperadamente una carga adecuada para su arma, sin dejar de mirar al engendro >>
-¡Joder no hay ninguna carga buena!-protestó el esclavo flacucho.
-¡Pásamela a ver si a mí me vale!-gritó Acero al verlo. El hombre de rostro demacrado, lanzó la munición, pero el hombre estaba tan débil que esta se quedó a medio camino-¡Mierda!
La bestia recuperó la vista, esta vez parecía haber fijado su objetivo en Acero. La miraba con ojos desafiantes, aquella mirada perturbadora la atemorizaba. El ser cogió carrerilla y velozmente se dirigió en busca de ella, pero el ataque fue en vano y terminó golpeándose contra el campo magnético que rodeaba la arena. Montones de pequeños rayos azules emergieron a causa del impacto.
Acero se acercaba lentamente hacia la carga de energía mirándolo de reojo a la bestia. Pero cuando ya estaba prácticamente tocándola con la punta de sus dedos, descuidó la vista un momento, acto que aprovechó el engendro para embestirla. Ambos cayeron al suelo forcejeando.
Acero estaba tan cansada y débil que no podía hacer nada por repeler los ataques de aquel ser inmundo. Este lanzaba zarpazos, la mayoría de ellos inútiles, como si de un borracho se tratara. Finalmente una de las garras de la bestia, quedó clavada en el costado izquierdo de su tripa.
Acero había sufrido mucho dolor en sus carnes los días anteriores, pero nada comparable con lo que le estaba produciendo la criatura. Veía pequeños destellos delante de sus ojos y solo escuchaba el grito ensordecedor que emitía la bestia. Esta hurgaba en la herida que le había producido, buscando causar más y más dolor.
Aun tenía a su alcance la carga, Acero miraba a su alrededor, todos los esclavos aun con vida miraban horrorizados la carnicería, pero ninguno se acercaba a ayudarla. Solo se digno a darle una patada a la munición, el hombre flacucho que le había lanzado anteriormente la misma, dejándola suficientemente cerca de Acero como para cogerla y cargar su arma.
El dolor continuaba estando presente y parecía que la criatura disfrutara con ello. Acero se armó de valor y aprovechando que la bestia tenía puestos los ojos en otros menesteres, cargó conforme pudo el rifle. Esta vez hubo suerte y la munición era la adecuada.
-¡Lo siento por ti!-dijo con un tono de voz tan débil que no escuchó ni ella misma-¡Serás el único hombre que verá volar su propia cabeza!-Acero apoyó el rifle en la arena, encañonando a la criatura. Con todas sus fuerzas apretó el gatillo y la plaza entera enmudeció.
La cabeza de la bestia había reventado, los sesos de la misma habían quedado esparcidos por los alrededores. El ser levantó las manos girando las palmas hacia donde debía estar su cabeza, girando velozmente los ojos a izquierda y derecha. La garra derecha estaba completamente cubierta de sangre, sangre procedente del cuerpo de Acero. Instantes después la bestia se desplomó sobre la arena.
El público enloqueció, todos coreaban el nombre de Acero, pero ella los escuchaba cada vez más y más lejos. Su vista comenzó a nublarse y una fuerte arcada le dejó un sabor amargo a sangre en el paladar.

jueves, 14 de agosto de 2014

CAPÍTULO XXXII - MATAR O MORIR







ACERO



Un calor insoportable que crecía por momentos imperaba en aquella jaula hecha con restos de troncos de madera y piedras.
A simple vista la estructura de la celda parecía endeble, pero después de intentar destruir sin éxito alguno de los barrotes Acero desistió.
Había perdido la noción del tiempo, ya no sabía cuantos días llevaba encerrada en aquel cuchitril.
La comida era escasa y asquerosa. Por la mañana un hombre viejo y calvo, vestido con harapos que apestaba carne de mutajabalí podrida, le llevó un cuenco de comida. << ¡Comida porque lo digan ellos!>>, protestó Acero en su interior al ver la pasta viscosa que contenía el cuenco. Era la misma mierda que le servían todos los días.
Tenía tanta hambre que comería cualquier cosa, pero estuvo a punto de vomitar la poca comida que aún le quedaba en el estómago al acercarse la comida a la nariz y olerla.
-¡Esa basura no se la comen ni los perros!-dijo el hombre en tono burlón al ver la reacción de Acero, los pocos dientes que le quedaban eran de un color amarillo intenso-¡Aunque después de varios días sin comer acabas comiéndote hasta la mierda que cagan los jefes!
Acero le dio una patada al cuenco, la comida acabó desparramada en el exterior de la jaula y el recipiente hecho en mil pedazos.
-¡Eso no les va a gustar a los jefes!-<< ¿Y a mí que me importa lo que le guste o no a tus jefes viejo chiflado?>>
El viejo abandonó la zona maldiciéndose a sí mismo y a todo lo que le rodeaba.
Hasta la fecha siempre se había encargado de traer la comida el carcelero, un hombre alto corpulento de pelo enmarañado y que apestaba bastante a sudor. Siembre mostraba claros síntomas de embriaguez, Acero suponía que ese día la resaca estaría golpeándole con contundencia la cabeza con lo cual, el carcelero habría enviado a aquel pobre desgraciado para hacer sus menesteres, de todos modos independientemente de quien trajera la comida esta continuaba siendo un asco.
<< ¿Como pude dejar que me metieran en este agujero?>>, lamentó mientras apoyaba los brazos sobre los barrotes de madera de su jaula. No era la única prisionera, mirara hacia donde mirara solo veía celdas como la suya, ninguna de ellas vacía. Hombres, mujeres, niños, sin duda sus captores eran negreros, comerciaban con esclavos a cambio de chapas supuestamente para financiarse la tecnología con la que se equipaban la mayoría de ellos. La Hermandad del Rayo o el Ejercito del Pueblo Libre tenían el control de casi toda la tecnología de la región que había sobrevivido a la guerra, a Acero le resultaba muy extraño que estos individuos dispusieran de tal equipamiento.
<< ¡Quizás vengan de alguna otra región!-recapacitó-¡Pero que mas da de donde vengan!>>
Tenía tanta sed que por momentos sintió un leve mareo, cada vez tenía más claro que no saldría de aquel infierno con vida, la idea de ser vendida como esclava la atemorizaba, antes prefería podrirse en aquella jaula.
-¡Levántate!-el carcelero borracho estaba situado enfrente suyo al exterior de la jaula acompañado por un hombre vestido con un traje negro del antiguo mundo. Su pesadilla se levantaba ante sus ojos. Aquel extraño hombre no llevaba ninguna coraza que le cubriera, escondía sus ojos detrás de unas gafas de sol reparadas a mano, iba muy bien peinado, con la piel tan pálida y tan limpia que no parecía ser de este mundo-¡Esta zorra tiene bastante mala leche!-las axilas no eran lo único que le apestaba al carcelero, su aliento a carne podrida mezclada con el alcohol olía incluso peor que la bazofia que le servían para comer.
<< ¡Como siga hablando este tío me acostumbrare rápidamente a la comida!>>
-¿De dónde la habéis sacado?-pregunto el extraño hombre dirigiéndose al carcelero con rostro serio.
-¡Guyomard y sus hombres se la encontraron merodeando a las afueras del Notocar!
-¿Un mercenario?-el hombre sonrió levemente-¿Cuánto vale su cabeza?
Aceró bajó la vista atemorizada, aquella pregunta la hizo estremecerse, no se fiaba un pelo de nadie. Ninguna persona en su sano juicio saldría al desierto con semejante traje de tela si no fuera con un ejército de hombres a su espalda. Este hombre tenía el poder que solo otorgan las chapas, quien sabe de lo que sería capaz de hacerle sin que ella pudiera poner resistencia.
-Es guerrera, o al menos eso parece. El rey Penalba cifró en dos mil chapas su cabeza-la presentación ante el rey como dijo Guyomard cuando él y sus secuaces la tomaron presa, fue en la jaula donde Acero se encontraba encerrada. Penalba se acercó a la celda y le puso precio como esclava. No le permitieron levantar la vista, Acero pasó aquel breve instante con la vista fija en el suelo. Solo alcanzó a ver las botas que el rey vestía, unas botas blancas, relucientes sin una pizca de suciedad.
-¡Me parece justo!-el tono del hombre misterioso cambió por completo, parecía contento con la compra que había realizado-¡Ya tengo campeona!
<< ¿Campeona?-aquellas palabras la desconcertaron>>
El carcelero echó mano de unas llaves que llevaba colgando de un cinturón hecho con una ancha cuerda, con un sencillo movimiento de muñeca abrió el cerrojo de la celda.
Acero vio su oportunidad de escapar. Comenzó a correr embistiendo duramente al carcelero, este cayó al suelo dándose un violento golpe en la cabeza contra una roca que sobresalía del suelo. No había dado ni dos pasos más cuando una fuerte descarga eléctrica la derribó. Desde el suelo Acero observó como su nuevo propietario sujetaba con la mano derecha una porra eléctrica, un arma que no llegaba a ser letal de primeras, pero que varias descargas consecutivas podrían freírle el cerebro a cualquiera.
-¡Levanta esclavo!-gritó su dueño guardando el arma en la pernera derecha del pantalón-¡Me has costado demasiado cara como para freírte la cabeza tan pronto!
De espaldas al suelo Acero dudó entre hacerle caso o arrebatar contra el aunque fuera su vida en ello. Finalmente esa idea desapareció de su cabeza, mirando fijamente a su dueño Acero tímidamente, se puso en pié.
-¡Vamos no me hagas perder más el tiempo!
Su nuevo dueño comenzó a andar a paso ligero, Acero le seguía de cerca. Este caminaba por los caminos de piedra improvisados que los esclavos propiedad del ejército de la Pena del Alba habían construido.
Era un lugar gigantesco, una base construida allí donde antes no había nada. Durante los interminables días que había pasado encerrada en la celda, Acero comprobó como centenares de esclavos trabajaban sin descanso construyendo nuevos edificios. Cuando los que estaban trabajando desfallecían los sustituían por los esclavos recluidos en las jaulas, dejando a los anteriores encerrados en las mismas para volver a ser utilizados una vez recuperaran fuerzas. Acero vio como muchos de ellos acababan muriendo fruto del agotamiento y la mala alimentación. No le extrañaba en absoluto, pues la comida que les daban era la misma bazofia que le servían a ella un día tras otro.
El material utilizado eran piedras enormes talladas en forma rectangular, como los ladrillos que antiguamente usaban los hombres para sus construcciones. Material así solo podría proceder de algún almacén abandonado, era imposible que hubiera alguna cantera funcionando y produciendo dichos ladrillos, aunque eran muchos los bloques que se habían utilizado para construir todo el complejo y sin embargo los recursos parecían no agotarse.
El dueño de Acero se detuvo delante de una tienda de campaña militar, parecía que fuera la habitación privada de este. La puerta era custodiada por un hombre con cara de pocos amigos.
-¿Ves a ese hombre?-señaló al guardia de la puerta-¡Ese será tu puesto!
<< ¿Me ha comprado para ser su guardia personal?>>, pensó extrañada al escuchar las palabras del hombre que era su dueño.
-Soy Llote Copa, primogénito y heredero del imperio de la Familia Copa en las tierras del sur, las cuales nunca has oído hablar, a partir de ahora me llamaras señor Copa-por fin sabía el nombre del hombre que había comprado su cabeza.
-Señor Copa ¿Que se supone que debo hacer?- << ¡La copa me la beberé llena de sangre en cuanto tenga ocasión!>> -¿Voy a ser vuestro guardia personal?
-A los esclavos no se os permite optar al puesto de soldado o similares, solo existe una opción. Aquellos que demuestren su lealtad y valía ganando el torneo del Puño de Sangre, podrán servir con dignidad al ejército de la Pena del Alba. Tú serás mi campeón, ganarás para poder servirme y ser mi guardia personal.
-¿Y si no quiero participar?-la pregunta de Acero quedó sin respuesta, en su lugar Llote levantó el puño con el dedo pulgar señalando hacia arriba, lentamente fue girando la muñeca hasta que el pulgar señaló hacia el suelo.
-¡Ahora lo que tienes que hacer es comer bien y recuperarte!-Llote palmeó sus manos-¡Mañana comienza el torneo!
Se sentaron juntos uno en frente del otro en una mesa instalada al lado de tienda de campaña, bajo una pérgola de tela blanca. El guardia salió de la tienda con dos platos bien cargados de comida. Una vez puestos en la mesa Acero comprobó que era comida de verdad, un estofado de carne de pinza de escorpión gigante.
Con solo olerlo las babas comenzaron a chorrearle por las comisuras de sus labios. Acero estaba hambrienta, le sonaban las tripas, pero decidió esperar a que Llote diera el primer bocado.
-¿Que pasa no se bebe aquí o qué?-protestó Llote al ver que no habían servido nada de beber, el guardia volvió con dos jarras llenas de cerveza fría-¡Maldito inútil!
Una vez servida la bebida Llote dio un trago de cerveza y comenzó a comer. Acero esperó a que este diera dos o tres cucharadas más y se puso manos a la obra con su plato. Aunque comenzó a comer más tarde terminaron casi a la par. Era la comida más sabrosa que Acero había probado en mucho tiempo. Llote al terminar su plato echó mano de una vieja pitillera plateada y se encendió un cigarro.
-¿Quieres?-pregunto ofreciéndole uno. Acero había dejado el hábito del tabaco hacía mucho tiempo, pero aun seguía nerviosa así que decidió aprovechar el ofrecimiento de su dueño y encenderse uno también.
-¿Porque a mí?-preguntó soltando humo al mismo tiempo.
-¿A qué te refieres?
-¿Porque me elegiste a mí para ser tu guardia?-reformuló la pregunta al ver que no le había entendido-Soy una mujer, había hombres más fuertes que yo en las jaulas.
-Tengo tendencia a enamorarme de mis guardias varones-Llote se encogió de hombros-El ejército de la Pena del Alba no permite relaciones entre dos personas del mismo sexo. Si los altos mandos se enteraran de mis prácticas me expropiarían todos mis bienes así que tengo que irme con cuidado. Contigo no voy a tener ese problema.
Acero no sabía si sentirse molesta por las palabras de su dueño o aliviada al no tener que preocuparse de que no intentaría nada raro con ella.
-¡Te entiendo, te entiendo perfectamente!
Esa noche Acero durmió plácidamente en un colchón que pusieron en el lugar de la mesa debajo de la pérgola. Antes de poder dormirse escuchó los gritos de placer tanto de su dueño Llote como el guardia que les había servido la comida, pero aquello no fue razón para que no quedara dormida en pocos minutos, más bien sonaba como una canción de buenas noches.
La mañana siguiente llegó más pronto de lo esperado. El guardia despertó a Acero echándole un cubo de agua fría por encima.
-¡Come!-le dijo en un tono seco aparentemente hostil. El guardia le ofreció un trozo del muslo de un mutajabalí hecho al fuego. Acero aun no tenia apetito, pero como tampoco sabía que le depararía el día no rechazo la carne.
En medio del banquete matutino Llote salió de su tienda, vestía un traje azul marino similar al del día anterior. Lo que más llamaba la atención era que nunca se quitaba las gafas de sol, Acero aun no sabía cómo eran sus ojos.
-¡Andando, hoy es tu gran día!-dijo con una tímida sonrisa que dejaba ver levemente los dientes.
-¿Podrías explicarme al menos en qué consiste dicho torneo?- Acero no tenía ni la más remota idea de cuál sería su cometido, pero el nombre Puño de Sangre no le daba buena espina.
-¡Sígueme te lo contaré por el camino!-respondió Llote haciendo un pequeño movimiento con la mano izquierda para indicarle el camino a seguir-Es sencillo. Consta de cuatro rondas eliminatorias, siendo la cuarta la final. Tendrás que pelear a vida o muerte contra tu contrincante. Si vives ganas, si mueres pierdes. Solo están permitidas las armas cuerpo a cuerpo, puños americanos, guantes o similares, no se pueden usar corazas ni armaduras de ningún tipo. Las armas y el atuendo te lo proporcionará el utillero cuando lleguemos a la arena de combate.
El resto del camino hasta llegar a la arena pasó con el más absoluto silencio. Las palabras de Llote habían sido suficiente conversación para Acero. Estaba conmocionada, matar o morir ese era el macabro juego con el que se divertían allí, al parecer habían construido un lugar donde practicar tan sádico espectáculo. En cualquier caso ella estaba metida en aquel circulo y solo podría salir cobrándose cuatro vidas, cuatro personas inocentes, esclavas como ella en estos momentos.
-¡Ahí está, tu puerta hacia la libertad!-dijo Llote al ver la arena. Una construcción del antiguo mundo se levantaba ante sus ojos. Acero había visto alguna similar en páginas de revistas o carteles de publicidad a medio caer. Sin duda era una plaza de toros, hecha de ladrillo y reconstruida con aquellos característicos bloques con que construían el resto de edificios. Al parecer el ejército de la Pena del Alba lo había restaurado, estaba en muy buen estado de conservación.
Acompañada por Llote Acero llegó a la puerta que daba acceso a los luchadores. Dos hombres vestidos con servoarmadura blanca custodiaban el acceso y al mismo tiempo tomaban nota del nombre y la propiedad del esclavo.
-¿Nombre?-pregunto uno de los guardias, un hombre con un gran lunar en la mejilla derecha.
-¡Acero de Notocar!- gritó Llote a los cuatro vientos, parecía entusiasmado.
-¿Propiedad?
-¿Chico acaso no sabes quién soy?-aquella pregunta parecía no haberle gustado en absoluto al jefe. El soldado quedó perplejo, sin saber que responder.
-¡Es el señor Llote gilipollas!-grito el otro guardia.
-¡Muy bien Acompaña a Acero de Notocar propiedad del señor Llote a la celda cuatro!-exclamó el guardia del lunar.
-¡Suerte mi campeona!-gritó Llote con aquella característica sonrisa suya, mientras Acero se adentraba en la plaza acompañada por uno de los guardias de la entrada.
Era un pasillo oscuro, estrecho y frio, lleno de telarañas por doquier. El material con el que estaban hechas las paredes parecía haber sufrido en exceso el paso del tiempo, con el más mínimo rozamiento una columna de arena se desprendía de ellas.
<< ¡A ver si se derrumba esta mierda y mueren todos!>>
Al llegar a la celda Acero comprobó que aun podía estar más oscuro. Era casi tan pequeña como la jaula donde la habían tenido prisionera días atrás. La poca luz que entraba, procedía de unos pequeños agujeritos, al parecer originados por el impacto de las balas en alguna batalla pasada.
El guardia cerró la puerta de la celda dejándola sola en aquel agujero, al poco tiempo volvió con un pequeño trapo que al desenvolverlo dejó al descubierto unos puños americanos y unos guantes de hierro.

-¡Solo queda esto!-el guardia echó un escupitajo al suelo-¡Elige lo que quieras!
Los guantes protegerían más sus manos, pero eran rígidos y no permitían movilidad alguna, Acero finalmente decidió hacerse con los puños americanos.
-¡Toma!-el guardia lanzó unos trapos en medio de la celda-¡Este es tu atuendo de gladiador, supongo que será de tu talla, si no es así te aguantas y te lo pones igual!
Por imposible que pareciera el guardia tenía razón, le estaba un poco prieto pero le servía. Una camiseta y unos pantalones blancos, llenos de restos de sangre entre otras porquerías y medio agujereados. La camiseta llevaba pintado en la espalda el número cuatro.
Después de darle los puños y el atuendo el guardia se marcho por donde habían venido, esta vez para no volver más.
Al principio todo estaba en la más absoluta calma, conforme pasaba la mañana un pequeño murmuro iba cobrando vida en la parte superior de las celdas, hasta que finalmente el murmuro se convirtió en un constante griterío popular.
Acero no alcanzaba a ver nada por los agujeritos de la celda, pero por el jaleo que se escuchaba la plaza debía estar abarrotada de gente. Gritos, gente caminando de un sitio a otro, aquello se había convertido en el mismo infierno y los demonios estaban esperando fuera con sed de sangre.
<<Turuuuu, turuuuu>>, el sonido de una trompeta hizo callar el griterío de la gente.
-¡Bienvenidos a los juegos del Puño de Sangre!- proclamó una voz joven a través de lo que parecía ser un megáfono, el eco retumbaba en todas las paredes de las celdas-¡En la jaula número uno Gabriel de Virginia propiedad de Madre!-parecía que a todos les ponían un apellido en función del lugar donde habían sido capturados, por ello Acero era Acero de Notocar-¡En la jaula número dos Enrique de Mostonia propiedad de Alexey!-<<Turuuu, turuuu>>, sonó de nuevo la trompeta-¡Que comiencen los juegos!
Acto seguido el griterío de la gente renació con más intensidad.
<< ¿Jaulas uno y dos?-pensó-¡Yo soy la siguiente!>>
El miedo se apodero de su cuerpo, no sabía que estaba pasando, pero el furor de la gente se hacía cada vez más notable.
-¡Mátalo, mátalo, mátalo!-gritaban una y otra vez al unísono. De repente se hizo el silencio más absoluto y al momento otra vez el griterío inundó la arena.
<< ¡Ha muerto!-se dijo a sí misma-¡Que dios nos pille confesados!>>
<<Turuuu, turuuu>>, la trompeta sonó de nuevo, Acero cada vez odiaba mas aquel sonido chillón, tenía ganas de estrangular a alguien y no era precisamente a su oponente.
-¡En la jaula numero tres Siro de Penélope propiedad de Baeza!-<<¿Siro de Penélope?>>, solo esperaba que ese Penélope fuera otro pueblo llamado igual y que ese tal Siro no fuera su amigo de la infancia, el cual desapareció hace años y finalmente se le dio por muerto.
-¡En la jaula número cuatro Acero de Notocar propiedad del señor Llote!-una vez el megáfono terminó de nombrarla, una de las paredes de la celda comenzó a ceder apartándose a un lado, se trataba de una pared de madera.
Un sol cegador comenzó a entrar en la celda conforme la pared se movía, Acero comenzó a caminar a ciegas, cuando quiso darse cuenta estaba dentro de la arena.
El graderío estaba lleno de gente, con razón había tanto griterío. La plaza era circular con el suelo de tierra reseca. Los guardias armados y vestidos con servoarmaduras rodeaban la plaza estableciendo una barrera de seguridad entre los luchadores y el público.
Enfrente de ella se encontraba su oponente con la mirada perdida, observando el graderío. Era un hombre alto y fornido, de piel oscura, su cara le resultaba familiar aunque de todos modos la mayoría de hombres solían ir sin afeitar, podría ser cualquiera. Al parecer no llevaba armas, solo sus dos enormes puños con los que podría acabar fácilmente con ella si la alcanzaba.
-¡Que comience el combate!-anunció el megáfono.
Siro el oponente de Acero permanecía inmóvil como si no estuviera en el combate, mientras ella corría velozmente para pillarle por sorpresa. Cuando Acero estuvo suficientemente cerca de su oponente, saltó encima de el haciéndole perder el equilibrio. Siro cayó de espaldas al suelo, Acero levanto el puño para golpearlo con toda su rabia pero cuando pudo verle bien el rostro todos sus miedos se hicieron realidad. Siro tenía la cara un poco desfigurada por varias cicatrices que antes de desaparecer no tenía.
-¿Siro?- preguntó atemorizada.
-¡Golpéame imbécil, o nos mataran a los dos!-respondió su oponente. Acero lo golpeó pero no con la misma contundencia con la que lo habría hecho momentos antes.
-¡Lucha, sabes que si no lo haces morirás!-Acero comenzaba a tener sentimientos opuestos. Por un lado quería acabar con él para salvar la vida, al fin y al cabo para ella había estado muerto durante muchos años, pero por otro lado no concebía la idea de que un amigo muriera en sus manos.
-¡Estoy cansado de vivir!-se le hacia difícil escuchar a Siro con el griterío de la gente-¡No voy a pelear contigo, haz lo que quieras!
La ira invadió los puños de Acero que comenzó a golpear a su contrincante con todas sus fuerzas.
-¡Pelea!-el golpe del puño americano abrió una brecha en la ceja izquierda de Siro. La sangre emanó tiñendo de rojo su puño y parte del rostro de su amigo.
-¡No permitas que se salgan con la suya!-Siro comenzaba a tener dificultad para articular palabras-¡Quieren arrasarlo todo y esclavizar a la gente! ¡No dejes que lo hagan!
Acero golpeó una y otra vez la cabeza de su amigo, su ira aumentaba a cada golpe que le asestaba, la sangre salpicaba su rostro a cada impacto. Cuando quiso darse cuenta, la cara de Siro estaba completamente destrozada, aplastada, como si le hubiera estallado una granada delante de sus narices. Ya no decía palabra alguna, ya no se movía, había acabado con la vida de su amigo de la infancia. Tenía las manos manchadas de sangre.
El graderío enmudeció y la trompeta volvió a sonar. <<Turuuu, turuuu>> 
-¡Ganadora Acero de Notocar, propiedad del señor Llote!