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sábado, 27 de septiembre de 2014

CAPÍTULO XXXVII - FANTASMAS DEL PASADO



CRISTINE



Los días pasaban volando en el pueblo de Salatiga, pero no le importaba. Por primera vez en su vida Cristine era feliz y aquel sitio se había convertido en su hogar. Tenía todo lo que una persona podía desear, comida, una casa y alguien que la amara.
Todos los días eran casi iguales, Jacq se levantaba temprano, nada más salir el sol, para irse de caza con Pervert. Ella a veces los acompañaba, pero la mayoría del tiempo lo pasaba realizando tareas que la mujer le pedía. Comerciar con los mercaderes ambulantes para conseguir munición o piezas para reparar armas, comprar comida en el mercadillo que instalaban todos los días por la mañana en la plaza central de Salatiga eran algunas de las tareas que solía realizar, cada vez se le daba mejor, sobre todo comerciar. Los mercaderes comenzaban a conocerla como la Dama de Hierro, ya que nunca cedía en sus pretensiones, siempre solía conseguir lo que quería al mejor precio.
La mañana había sido soleada y calurosa, pero conforme el día avanzó un nubarrón se instaló en el cielo de Salatiga. Pervert decidió no salir a cazar esa tarde, el negocio iba bien y podían permitirse el lujo de una tarde libre, aunque Jacq quiso oponerse porque quería conseguir rápidamente las suficientes chapas para ir en busca de su hermana. Finalmente se hizo lo que Pervert dijo, Jacq aceptó a regañadientes.
Cristine había estado buscando día tras día un momento en el que estar a solas con Jacq, pero cuando no era Pervert era Troy quien les acompañaba y aquello comenzaba a incomodarla. Esta vez la tropa entera se dirigía al bar para llenarse la panza y echar unos cuantos tragos para variar.
-¿Pervert?-llamó a la muchacha en voz bajita, dejando que Jacq se adelantase al grupo.
-¿Que quieres corazón?- por muy mal que le fueran las cosas Pervert siempre tenía una palabra amable. Nunca había conocido una persona tan cariñosa como ella. La gente por norma general era muy mal hablada y poco hospitalaria.
-Fui esta mañana donde el viejo Gaspar a por la armadura de Jacq, pero el hombre me dijo que hasta la tarde no lo tendría-se estaba poniendo nerviosa por momentos-¿Podrías ir tu a por ella? Quiero estar a solas con Jacq, ya me entiendes...
-Ja...ja...ja...-la risa de la muchacha hizo girarse a Jacq extrañado.
-¿Que os hace tanta gracia?-preguntó con el ceño fruncido.
-¡Cosas de mujeres!-respondió Pervert, haciendo un movimiento con la mano para que continuara caminando hacia el bar-¡Descuida tonta!-sonrió de nuevo, esta vez mas disimuladamente-Iré yo a por la armadura, total tenemos la tarde libre ¡Por fin!
Cada día conocía mejor Salatiga, cada día los pequeños laberintos que formaban las casas se hacían más fáciles de atravesar, ya no tenía que recorrerse diez veces el pueblo entero para llegar a un sitio u otro.
-Quieres estrenar el colchón que compraste ¿verdad?- aquella pregunta la incomodó. Días atrás uno de los mercaderes tenía a la venta un viejo colchón del antiguo mundo, Cristine estaba cansada de dormir en aquel destartalado sofá. Todas las mañanas se levantaba con dolor de cuello. Muchas noches se acurrucaba en el suelo junto Jacq y conseguía descansar, aunque el hombre no era de dormir mucho y echarse en el suelo sin el pecho de este para apoyar su cabeza era incluso más incomodo que el sofá. Una vez vio el colchón no lo pensó dos veces y fue a por él. El mercader debió notar su desesperación por conseguirlo, así que aprovechó para incrementar el precio. Aquello no fue motivo para no comprarlo y finalmente accedió. Como cortesía los ayudantes del mercader llevaron la compra hasta la casa de Pervert. A partir de ahí las noches comenzaron a ser mucho más plácidas.
-¡Ya lo estrené!-respondió Cristine con voz temblorosa.
-¡Tranquila a mi no tienes porqué mentirme!-la mujer quiso quitarle importancia al asunto al ver cómo le incomodaba la conversación.
Poco tiempo tardaron en llegar a la plaza central, los comerciantes locales comenzaban a recoger las tiendas a toda velocidad una vez los nubarrones dejaron caer las primeras gotas. El género se podría estropear y para muchos de ellos, era lo único que tenían para poder subsistir un día más.
Dentro del bar el panorama era el de siempre, humo de tabaco, alcohol y más humo. Solo quedaban dos mesas vacías, una cerca de la entrada y otra al fondo del local, más apartada y con un ambiente más tenue.
-¿Aquí o al fondo?- pregunto Pervert moviendo el dedo índice hacia las mesas vacías.
-¡Aquí mismo!-espetó Jacq que aun parecía cabreado por no salir de caza.
-¡No seas quejica!-bromeó la muchacha sentándose en uno de los taburetes de la mesa, justamente el más cercano a la puerta. El otro lado de la mesa daba a la pared, donde había instalado un banco alargado de madera para poder sentarse -¡Nos merecemos un día de descanso, en breve podrás regresar a Odín con tu querida hermana!
La idea de que Jacq abandonara Salatiga aterraba a Cristine, no hubo momento para hablar con él y preguntarle si podía acompañarlo, aunque tampoco estaba segura de querer hacerlo. Seguramente que la Banda de los Trajes Grises aun estaría detrás de ella y no estaba por la labor querer ser descubierta. Salatiga se había convertido en su nuevo hogar, pero tampoco sabía cuanto duraría la hospitalidad de Pervert. Estaba hecha un lio y al parecer nadie iba a darle una respuesta en aquel momento, así que decidió que lo mejor sería disfrutar del momento mientras pudiera.
Jacq se sentó en la esquina interior del taburete y ella pegada a su lado, aunque tuviera dudas respecto a que le depararía el futuro, la atracción hacia aquel hombre no había hecho más que aumentar a medida que pasaban los días.
Muy sutilmente deslizó su mano derecha dejándola caer sobre el muslo izquierdo de Jacq, este al notar su presencia la miró como si estuviera sorprendido de aquello, aunque no pareció importarle.
El posadero como de costumbre les atendió de inmediato, hacían tantas horas en aquel antro que ya les conocía de sobra y siempre les recibía con una sonrisa de oreja a oreja, aunque esta careciera de muchos dientes y fuera un poco desagradable a la vista, una sonrisa siempre era de agradecer.
-¡Hombre mis borrachos preferidos!- siempre los saludaba con aquellas palabras, se habían labrado una buena fama tantas horas allí metidos- ¡Hoy para comer tenemos hamburguesas de libélula!
-A mi tráeme un par de ellas y una...- Cristine deslizó suavemente su mano hacia la entrepierna de Jacq acariciando tímidamente la zona. Por fortuna días antes Jacq se compró ropa usada en bastante buen estado y ya no llevaba aquellos sucios pantalones, ni la mugrienta camiseta que encontró en casa de Pervert. Al notar su mano el muchacho se quedo callado durante unos momentos, mirando fijamente al camarero, el cual esperaba a que terminara de pedir-... una... una... cerveza.
-¡Para mí una hamburguesa y agua!-dijo Cristine.
-¡Yo lo mismo que Jacq!-fue la elección de Pervert.
Cada día había un menú diferente en función de la caza obtenida. Manolo, el posadero del bar Budo tenía sus propios cazadores, los cuales se encargaban de traer la materia prima para cocinar. Fuera lo que fuera aquello que cazaran, el cocinero tenía el don de hacer unos platos deliciosos.
La tormenta comenzó a ser intensa, tanto era así que los relámpagos del exterior se escuchaban como si hubieran tenido lugar dentro del local.
-¡Bueno cuando acabe la tormenta tengo que hacer un encargo personal!- dijo Pervert. Cristine sabía perfectamente a que se refería y no pudo dejar escapar una pequeña sonrisa.
Jacq por su parte daba un largo trago de cerveza, ajeno a todo, parecía que no le importaba que ella estuviera metiéndole mano, aunque Cristine notaba como otra parte de su cuerpo no opinaba lo mismo. La vergüenza la invadió por completo y rápidamente retiró la mano, apoyándola sobre la mesa.
-¿Te pasa algo?-preguntó Jacq en voz bajita, mirándola de reojo, con una pequeña sonrisa en la boca.
Al momento regresó Manolo el posadero, esta vez con las hamburguesas recién hechas.
Ya no tenía miedo a probar cualquier comida que le sirviera el dueño de aquel antro, los días anteriores habían comido casi todo lo comible, Tortilla de a saber que, estofado de rata gigante, glándulas de escorpión mutante con salsa picante, intestinos de mutajabalí en salazón y muchas otras comidas que ahora no le venían a la cabeza. Las hamburguesas de libélula eran lo más normal dentro de aquel estrambótico menú.
Según contaban los borrachos de las mesas adyacentes, en el antiguo mundo, las hamburguesas venían dentro de una cosa que se llamaba pan, pero hoy en día nadie había tenido la fortuna de ver algo similar.
-¡Que buena pinta!-dijo Pervert que parecía querer comerse la hamburguesa con los ojos. Nadie respondió, Jacq daba grandes bocados a la carne de libélula, mientras, Cristine entre mordisco y mordisco, arrancaba pequeños trocitos de hamburguesa tirándoselos a Troy por debajo de la mesa.
Tanto Jacq como Pervert acabaron rápidamente con sus platos, al parecer la caza les había abierto el apetito, mientras ella hacia verdaderos esfuerzos por terminarse el suyo. Finalmente desistió y terminó por darle el resto al perro.
-¿Un Whiskycito para hacer la digestión?-preguntó Jacq frotándose la tripa. Era siempre la misma rutina, comer y emborracharse, cenar y continuar emborrachándose. A Jacq no parecía afectarle lo más mínimo el alcohol, por el contrario Pervert parecía tener más dificultades a la hora de seguir el ritmo del hombre.
-¿Y un parchís borracho?-el parchís era un juego del antiguo mundo que consistía en meter las fichas en una casilla que se llamaba casa, se jugaba con un dado y cuatro fichas cada uno, pero en esta modalidad se habían substituido las fichas por vasos de chupito. Al entrar en casa el propietario del chupito tenía que bebérselo de un trago y cuando un chupito alcanzaba la posición que ocupaba otro chupito propiedad del rival, había que beberse los dos.
Jacq era el más tramposo de todos, movía los chupitos de posición sin que nadie se diera cuenta la mayoría de veces para beber más que nadie, Cristine por su lado hacía la vista gorda para no tener que beber tanto. Simplemente dedicaba sus esfuerzos en intentar excitar al hombre acariciándole la espalda o metiéndole mano por debajo de la mesa, pero las manos aun le olían a comida y el perro se las chupaba cuando Cristine intentaba posarlas sobre la pierna de Jacq. Aquello parecía ser una misión un tanto complicada, pero no iba a perder la esperanza por conseguirlo.
Las partidas solían alargarse, pero aquella tarde Pervert parecía menos tramposa que de costumbre, así que la partida terminó pronto resultando Jacq el ganador para variar.
-¡Que sueño me está entrando!-dijo Cristine apoyando la cabeza sobre el pecho de Jacq. El hombre se sentó de lado para dejarle una posición más cómoda. << ¡Bien parece que mis esfuerzos comienzan a dar resultado!-pensó>> Ella no dudó en aprovechar la invitación y se acomodó sobre el banco de madera. Jacq la rodeó con los brazos posando las manos en su tripita, ahora Cristine comenzaba a sentirse a gusto.
-¡Eres un tramposo!- Pervert recriminaba a Jacq una de las anteriores jugadas del parchís borracho. Al mirar a la muchacha Cristine observó como un tipo bastante extraño entraba por la puerta. Llevaba un hábito con capucha que le cubría la cara casi en su totalidad, pero lo poco que pudo ver le resultaba familiar y no sabía de qué. Rápidamente aquel tipo ocupó la única mesa que quedaba libre en el bar.
-¡Eres muy mala! ¡Siempre te gano!- bromeaba Jacq- ¡Y mejor no hablemos de la señorita!- esta vez era su turno.
-¡Si lo hago aposta!-replicó Cristine- Siempre te dejo ganar, porque se lo que te gusta beber- mirándolo de reojo observó la cara de tonto que se le había quedado a Jacq después de escuchar sus palabras. Pervert no podía disimular las burlas, intentaba taparse la boca con las manos pero sus ojos la delataban.
-¡Me da igual!- dijo Jacq terminándose lo poco que quedaba en la botella después de la partida-¡Gané yo!
Al poco la tormenta pareció calmarse, ya no se escuchaba el golpear de las gotas en las planchas de metal con las que estaba construido el local y los relámpagos habían mermado su actividad.
-¡Hora de hacer el recado!-Pervert se levantó del taburete y dejó caer un puñado de chapas sobre la mesa-¡El resto lo ponéis vosotros! ¡Nos vemos luego!
-¿Dónde vas tan deprisa?-preguntó Jacq parando la huida de la mujer.
-¡A recoger un traje!-señaló a Troy-¡Me llevo al perro para que pasee un poco, que tanto comer y no caminar no es bueno! ¡Vamos Troy!
Pervert salió a toda velocidad del local seguida por el perro. Al abrirse la puerta Cristine pudo comprobar cómo el cielo continuaba igual de oscuro, ya no llovía pero los relámpagos aun se escuchaban a lo lejos.
-¡Nos hemos quedado solos!- Jacq aun parecía tener ganas de beber, pero ella ya había tenido suficiente.
-¡Yo ya voy un poco borracha!- realmente estaba fingiendo su embriaguez, pero quería aprovechar ese momento para estar asolas con él y no pasarlo emborrachándose.
-¡Te entiendo!- Jacq pareció captar la indirecta- ¿Nos vamos a la casa?
-Si tu quieres...-<< ¡Pensaba que nunca me lo pedirías capullo!>>, Cristine se giró y le dio un beso en la boca.
-¡Me has convencido!-Jacq respondió con otro beso-¡Yo invito!
Poco duró la tregua que había dado momentos antes la tormenta y al salir del bar Budo dieron cuenta de ello.
Caminaban a paso ligero, cogidos de la mano en dirección a la casucha de Pervert cuando Jacq paró en seco.
-¿Qué te pasa?-pregunto Cristine extrañada.
-La verdad no se qué hago aquí, ni cuál es mi función en todo esto- respondió Jacq en voz queda.
-¡Yo tampoco lo sabía hasta que te conocí!
-¡No me vengas con tonterías si casi te vuelo la cabeza!-espetó el hombre.
-¡No me refiero a esa vez!- ella continuaba sintiéndose en deuda con él por haberla salvado la vida en el cruce de túneles-El día en que te conocí fue cuando desperté en medio de aquel cráter. Tú estabas tumbado encima de mí con la servoarmadura hecha añicos. Casi das tu vida por salvar la mía, desde ese momento comprendí que aún quedan buenas personas en este condenado mundo. Por diminuto que sea aun queda un rayo de esperanza para la humanidad.
-Que poco me conoces ¿Yo una buena persona?-Jacq no pudo contener la emoción, sus ojos brillaban, no sabía si era por la intensa lluvia o porque realmente estaba llorando, pero eso daba igual. El la abrazó contra su pecho, Cristine notaba el palpitar del corazón de Jacq y posiblemente el también notara el suyo. La tormenta cogía cada vez más fuerza, ambos estaban empapados de arriba abajo, pero no importaba, nada importaba a su alrededor. De nuevo sus labios se juntaron dando lugar al beso más apasionado que Cristine había sentido nunca.
-¡Creo que nos vamos a mojar!- Jacq la miraba con deseo, y ella le respondía con la sonrisa más pícara que sus labios podían crear.
<< ¡No quiero que esto acabe nunca!-pensaba mientras corrían en dirección a la casucha de Pervert>>
Nada más entrar en la casa se quitaron la ropa que ya no podía estar más mojada, tanto que parecía pesar el doble.
Jacq la acostó en el viejo colchón situado en el salón de la casa, donde antes estaba el destartalado sofá, la miró, le sonrió, y la volvió a besar. Lentamente bajó hacia sus partes íntimas. Cristine no sabía muy bien que era lo que el hombre estaba haciendo, pero era tan asombroso que no podía parar de retorcerse del placer. De pronto paró, dejó de acariciarla y comenzó a bajarse los empapados calzones al mismo tiempo que contemplaba su cuerpo semidesnudo, delicadamente entró en ella haciendo movimientos suaves y pausados que iban aumentando conforme cruzaban sus miradas. Cada vez más y más fuertes sus movimientos que Cristine quería gritar pero él no la dio tiempo y le silenció con un fuerte beso. Cristine arañaba la espalda de Jacq, era muy cálida por el calor que desprendía su cuerpo. Tiraba de sus cabellos, estrujaba su pequeño pero duro trasero contra ella, llegando al mismo tiempo a un intenso orgasmo que hizo que sus cuerpos quedasen exhaustos por aquel acto tan apasionado. Lo más hermoso de aquel momento fue cuando Jacq se tendió sobre ella y empezó a escuchar el latido de su corazón y su agitada respiración. Jugaba con los cabellos de Cristine, observaba muy de cerca su piel y la besaba dulcemente. Y ella, qué podía hacer, sentía satisfacción y felicidad por haber vivido aquel instante que jamás olvidaría. Nunca antes se había sentido tan amada, nunca antes ningún hombre la había hecho sentirse mujer.
Un estrepitoso golpe abrió la puerta de par en par rompiendo la cálida atmósfera que habían creado entre los dos. El frio viento tormentoso invadió el salón, al principio pensó que este era el causante, pero una sombra comenzó a tomar forma en el hueco de la puerta.
Aquella silueta le resultaba familiar, era muy similar a la del extraño hombre que Cristine había visto en el bar. Jacq que parecía haberse percatado de algún peligro se levantó a toda velocidad en busca de un arma, pero antes de que pudiera hacer nada, la sombra que entro a toda velocidad en la casa y lo alcanzó golpeándolo con un extraño puño en el hombro izquierdo. Sin duda se trataba del tipo raro de la túnica que había visto aquella tarde en el bar.
Un brillo cegador emergió del impacto y Jacq cayó fulminado al suelo.
-¡Jaaaaacq!-gritó Cristine que no podía contener las lágrimas. Intentó socorrerle, pero una fuerza se lo impidió. El hombre la tenía cogida por el brazo. En ese momento pudo ver su cara. Lo conocía, sabía perfectamente quien era aquel hombre. Aquello no podía estar pasando, lo que momentos antes era un cuento de hadas y príncipes azules se había convertido en un abrir y cerrar de ojos una pesadilla.
-¡Otra vez no por favor!- esta vez no era la lluvia, esta vez eran lágrimas de verdad corriendo por sus mejillas.
-¡Dichosos los ojos que te ven de nuevo zorra!

jueves, 14 de agosto de 2014

CAPÍTULO XXXII - MATAR O MORIR







ACERO



Un calor insoportable que crecía por momentos imperaba en aquella jaula hecha con restos de troncos de madera y piedras.
A simple vista la estructura de la celda parecía endeble, pero después de intentar destruir sin éxito alguno de los barrotes Acero desistió.
Había perdido la noción del tiempo, ya no sabía cuantos días llevaba encerrada en aquel cuchitril.
La comida era escasa y asquerosa. Por la mañana un hombre viejo y calvo, vestido con harapos que apestaba carne de mutajabalí podrida, le llevó un cuenco de comida. << ¡Comida porque lo digan ellos!>>, protestó Acero en su interior al ver la pasta viscosa que contenía el cuenco. Era la misma mierda que le servían todos los días.
Tenía tanta hambre que comería cualquier cosa, pero estuvo a punto de vomitar la poca comida que aún le quedaba en el estómago al acercarse la comida a la nariz y olerla.
-¡Esa basura no se la comen ni los perros!-dijo el hombre en tono burlón al ver la reacción de Acero, los pocos dientes que le quedaban eran de un color amarillo intenso-¡Aunque después de varios días sin comer acabas comiéndote hasta la mierda que cagan los jefes!
Acero le dio una patada al cuenco, la comida acabó desparramada en el exterior de la jaula y el recipiente hecho en mil pedazos.
-¡Eso no les va a gustar a los jefes!-<< ¿Y a mí que me importa lo que le guste o no a tus jefes viejo chiflado?>>
El viejo abandonó la zona maldiciéndose a sí mismo y a todo lo que le rodeaba.
Hasta la fecha siempre se había encargado de traer la comida el carcelero, un hombre alto corpulento de pelo enmarañado y que apestaba bastante a sudor. Siembre mostraba claros síntomas de embriaguez, Acero suponía que ese día la resaca estaría golpeándole con contundencia la cabeza con lo cual, el carcelero habría enviado a aquel pobre desgraciado para hacer sus menesteres, de todos modos independientemente de quien trajera la comida esta continuaba siendo un asco.
<< ¿Como pude dejar que me metieran en este agujero?>>, lamentó mientras apoyaba los brazos sobre los barrotes de madera de su jaula. No era la única prisionera, mirara hacia donde mirara solo veía celdas como la suya, ninguna de ellas vacía. Hombres, mujeres, niños, sin duda sus captores eran negreros, comerciaban con esclavos a cambio de chapas supuestamente para financiarse la tecnología con la que se equipaban la mayoría de ellos. La Hermandad del Rayo o el Ejercito del Pueblo Libre tenían el control de casi toda la tecnología de la región que había sobrevivido a la guerra, a Acero le resultaba muy extraño que estos individuos dispusieran de tal equipamiento.
<< ¡Quizás vengan de alguna otra región!-recapacitó-¡Pero que mas da de donde vengan!>>
Tenía tanta sed que por momentos sintió un leve mareo, cada vez tenía más claro que no saldría de aquel infierno con vida, la idea de ser vendida como esclava la atemorizaba, antes prefería podrirse en aquella jaula.
-¡Levántate!-el carcelero borracho estaba situado enfrente suyo al exterior de la jaula acompañado por un hombre vestido con un traje negro del antiguo mundo. Su pesadilla se levantaba ante sus ojos. Aquel extraño hombre no llevaba ninguna coraza que le cubriera, escondía sus ojos detrás de unas gafas de sol reparadas a mano, iba muy bien peinado, con la piel tan pálida y tan limpia que no parecía ser de este mundo-¡Esta zorra tiene bastante mala leche!-las axilas no eran lo único que le apestaba al carcelero, su aliento a carne podrida mezclada con el alcohol olía incluso peor que la bazofia que le servían para comer.
<< ¡Como siga hablando este tío me acostumbrare rápidamente a la comida!>>
-¿De dónde la habéis sacado?-pregunto el extraño hombre dirigiéndose al carcelero con rostro serio.
-¡Guyomard y sus hombres se la encontraron merodeando a las afueras del Notocar!
-¿Un mercenario?-el hombre sonrió levemente-¿Cuánto vale su cabeza?
Aceró bajó la vista atemorizada, aquella pregunta la hizo estremecerse, no se fiaba un pelo de nadie. Ninguna persona en su sano juicio saldría al desierto con semejante traje de tela si no fuera con un ejército de hombres a su espalda. Este hombre tenía el poder que solo otorgan las chapas, quien sabe de lo que sería capaz de hacerle sin que ella pudiera poner resistencia.
-Es guerrera, o al menos eso parece. El rey Penalba cifró en dos mil chapas su cabeza-la presentación ante el rey como dijo Guyomard cuando él y sus secuaces la tomaron presa, fue en la jaula donde Acero se encontraba encerrada. Penalba se acercó a la celda y le puso precio como esclava. No le permitieron levantar la vista, Acero pasó aquel breve instante con la vista fija en el suelo. Solo alcanzó a ver las botas que el rey vestía, unas botas blancas, relucientes sin una pizca de suciedad.
-¡Me parece justo!-el tono del hombre misterioso cambió por completo, parecía contento con la compra que había realizado-¡Ya tengo campeona!
<< ¿Campeona?-aquellas palabras la desconcertaron>>
El carcelero echó mano de unas llaves que llevaba colgando de un cinturón hecho con una ancha cuerda, con un sencillo movimiento de muñeca abrió el cerrojo de la celda.
Acero vio su oportunidad de escapar. Comenzó a correr embistiendo duramente al carcelero, este cayó al suelo dándose un violento golpe en la cabeza contra una roca que sobresalía del suelo. No había dado ni dos pasos más cuando una fuerte descarga eléctrica la derribó. Desde el suelo Acero observó como su nuevo propietario sujetaba con la mano derecha una porra eléctrica, un arma que no llegaba a ser letal de primeras, pero que varias descargas consecutivas podrían freírle el cerebro a cualquiera.
-¡Levanta esclavo!-gritó su dueño guardando el arma en la pernera derecha del pantalón-¡Me has costado demasiado cara como para freírte la cabeza tan pronto!
De espaldas al suelo Acero dudó entre hacerle caso o arrebatar contra el aunque fuera su vida en ello. Finalmente esa idea desapareció de su cabeza, mirando fijamente a su dueño Acero tímidamente, se puso en pié.
-¡Vamos no me hagas perder más el tiempo!
Su nuevo dueño comenzó a andar a paso ligero, Acero le seguía de cerca. Este caminaba por los caminos de piedra improvisados que los esclavos propiedad del ejército de la Pena del Alba habían construido.
Era un lugar gigantesco, una base construida allí donde antes no había nada. Durante los interminables días que había pasado encerrada en la celda, Acero comprobó como centenares de esclavos trabajaban sin descanso construyendo nuevos edificios. Cuando los que estaban trabajando desfallecían los sustituían por los esclavos recluidos en las jaulas, dejando a los anteriores encerrados en las mismas para volver a ser utilizados una vez recuperaran fuerzas. Acero vio como muchos de ellos acababan muriendo fruto del agotamiento y la mala alimentación. No le extrañaba en absoluto, pues la comida que les daban era la misma bazofia que le servían a ella un día tras otro.
El material utilizado eran piedras enormes talladas en forma rectangular, como los ladrillos que antiguamente usaban los hombres para sus construcciones. Material así solo podría proceder de algún almacén abandonado, era imposible que hubiera alguna cantera funcionando y produciendo dichos ladrillos, aunque eran muchos los bloques que se habían utilizado para construir todo el complejo y sin embargo los recursos parecían no agotarse.
El dueño de Acero se detuvo delante de una tienda de campaña militar, parecía que fuera la habitación privada de este. La puerta era custodiada por un hombre con cara de pocos amigos.
-¿Ves a ese hombre?-señaló al guardia de la puerta-¡Ese será tu puesto!
<< ¿Me ha comprado para ser su guardia personal?>>, pensó extrañada al escuchar las palabras del hombre que era su dueño.
-Soy Llote Copa, primogénito y heredero del imperio de la Familia Copa en las tierras del sur, las cuales nunca has oído hablar, a partir de ahora me llamaras señor Copa-por fin sabía el nombre del hombre que había comprado su cabeza.
-Señor Copa ¿Que se supone que debo hacer?- << ¡La copa me la beberé llena de sangre en cuanto tenga ocasión!>> -¿Voy a ser vuestro guardia personal?
-A los esclavos no se os permite optar al puesto de soldado o similares, solo existe una opción. Aquellos que demuestren su lealtad y valía ganando el torneo del Puño de Sangre, podrán servir con dignidad al ejército de la Pena del Alba. Tú serás mi campeón, ganarás para poder servirme y ser mi guardia personal.
-¿Y si no quiero participar?-la pregunta de Acero quedó sin respuesta, en su lugar Llote levantó el puño con el dedo pulgar señalando hacia arriba, lentamente fue girando la muñeca hasta que el pulgar señaló hacia el suelo.
-¡Ahora lo que tienes que hacer es comer bien y recuperarte!-Llote palmeó sus manos-¡Mañana comienza el torneo!
Se sentaron juntos uno en frente del otro en una mesa instalada al lado de tienda de campaña, bajo una pérgola de tela blanca. El guardia salió de la tienda con dos platos bien cargados de comida. Una vez puestos en la mesa Acero comprobó que era comida de verdad, un estofado de carne de pinza de escorpión gigante.
Con solo olerlo las babas comenzaron a chorrearle por las comisuras de sus labios. Acero estaba hambrienta, le sonaban las tripas, pero decidió esperar a que Llote diera el primer bocado.
-¿Que pasa no se bebe aquí o qué?-protestó Llote al ver que no habían servido nada de beber, el guardia volvió con dos jarras llenas de cerveza fría-¡Maldito inútil!
Una vez servida la bebida Llote dio un trago de cerveza y comenzó a comer. Acero esperó a que este diera dos o tres cucharadas más y se puso manos a la obra con su plato. Aunque comenzó a comer más tarde terminaron casi a la par. Era la comida más sabrosa que Acero había probado en mucho tiempo. Llote al terminar su plato echó mano de una vieja pitillera plateada y se encendió un cigarro.
-¿Quieres?-pregunto ofreciéndole uno. Acero había dejado el hábito del tabaco hacía mucho tiempo, pero aun seguía nerviosa así que decidió aprovechar el ofrecimiento de su dueño y encenderse uno también.
-¿Porque a mí?-preguntó soltando humo al mismo tiempo.
-¿A qué te refieres?
-¿Porque me elegiste a mí para ser tu guardia?-reformuló la pregunta al ver que no le había entendido-Soy una mujer, había hombres más fuertes que yo en las jaulas.
-Tengo tendencia a enamorarme de mis guardias varones-Llote se encogió de hombros-El ejército de la Pena del Alba no permite relaciones entre dos personas del mismo sexo. Si los altos mandos se enteraran de mis prácticas me expropiarían todos mis bienes así que tengo que irme con cuidado. Contigo no voy a tener ese problema.
Acero no sabía si sentirse molesta por las palabras de su dueño o aliviada al no tener que preocuparse de que no intentaría nada raro con ella.
-¡Te entiendo, te entiendo perfectamente!
Esa noche Acero durmió plácidamente en un colchón que pusieron en el lugar de la mesa debajo de la pérgola. Antes de poder dormirse escuchó los gritos de placer tanto de su dueño Llote como el guardia que les había servido la comida, pero aquello no fue razón para que no quedara dormida en pocos minutos, más bien sonaba como una canción de buenas noches.
La mañana siguiente llegó más pronto de lo esperado. El guardia despertó a Acero echándole un cubo de agua fría por encima.
-¡Come!-le dijo en un tono seco aparentemente hostil. El guardia le ofreció un trozo del muslo de un mutajabalí hecho al fuego. Acero aun no tenia apetito, pero como tampoco sabía que le depararía el día no rechazo la carne.
En medio del banquete matutino Llote salió de su tienda, vestía un traje azul marino similar al del día anterior. Lo que más llamaba la atención era que nunca se quitaba las gafas de sol, Acero aun no sabía cómo eran sus ojos.
-¡Andando, hoy es tu gran día!-dijo con una tímida sonrisa que dejaba ver levemente los dientes.
-¿Podrías explicarme al menos en qué consiste dicho torneo?- Acero no tenía ni la más remota idea de cuál sería su cometido, pero el nombre Puño de Sangre no le daba buena espina.
-¡Sígueme te lo contaré por el camino!-respondió Llote haciendo un pequeño movimiento con la mano izquierda para indicarle el camino a seguir-Es sencillo. Consta de cuatro rondas eliminatorias, siendo la cuarta la final. Tendrás que pelear a vida o muerte contra tu contrincante. Si vives ganas, si mueres pierdes. Solo están permitidas las armas cuerpo a cuerpo, puños americanos, guantes o similares, no se pueden usar corazas ni armaduras de ningún tipo. Las armas y el atuendo te lo proporcionará el utillero cuando lleguemos a la arena de combate.
El resto del camino hasta llegar a la arena pasó con el más absoluto silencio. Las palabras de Llote habían sido suficiente conversación para Acero. Estaba conmocionada, matar o morir ese era el macabro juego con el que se divertían allí, al parecer habían construido un lugar donde practicar tan sádico espectáculo. En cualquier caso ella estaba metida en aquel circulo y solo podría salir cobrándose cuatro vidas, cuatro personas inocentes, esclavas como ella en estos momentos.
-¡Ahí está, tu puerta hacia la libertad!-dijo Llote al ver la arena. Una construcción del antiguo mundo se levantaba ante sus ojos. Acero había visto alguna similar en páginas de revistas o carteles de publicidad a medio caer. Sin duda era una plaza de toros, hecha de ladrillo y reconstruida con aquellos característicos bloques con que construían el resto de edificios. Al parecer el ejército de la Pena del Alba lo había restaurado, estaba en muy buen estado de conservación.
Acompañada por Llote Acero llegó a la puerta que daba acceso a los luchadores. Dos hombres vestidos con servoarmadura blanca custodiaban el acceso y al mismo tiempo tomaban nota del nombre y la propiedad del esclavo.
-¿Nombre?-pregunto uno de los guardias, un hombre con un gran lunar en la mejilla derecha.
-¡Acero de Notocar!- gritó Llote a los cuatro vientos, parecía entusiasmado.
-¿Propiedad?
-¿Chico acaso no sabes quién soy?-aquella pregunta parecía no haberle gustado en absoluto al jefe. El soldado quedó perplejo, sin saber que responder.
-¡Es el señor Llote gilipollas!-grito el otro guardia.
-¡Muy bien Acompaña a Acero de Notocar propiedad del señor Llote a la celda cuatro!-exclamó el guardia del lunar.
-¡Suerte mi campeona!-gritó Llote con aquella característica sonrisa suya, mientras Acero se adentraba en la plaza acompañada por uno de los guardias de la entrada.
Era un pasillo oscuro, estrecho y frio, lleno de telarañas por doquier. El material con el que estaban hechas las paredes parecía haber sufrido en exceso el paso del tiempo, con el más mínimo rozamiento una columna de arena se desprendía de ellas.
<< ¡A ver si se derrumba esta mierda y mueren todos!>>
Al llegar a la celda Acero comprobó que aun podía estar más oscuro. Era casi tan pequeña como la jaula donde la habían tenido prisionera días atrás. La poca luz que entraba, procedía de unos pequeños agujeritos, al parecer originados por el impacto de las balas en alguna batalla pasada.
El guardia cerró la puerta de la celda dejándola sola en aquel agujero, al poco tiempo volvió con un pequeño trapo que al desenvolverlo dejó al descubierto unos puños americanos y unos guantes de hierro.

-¡Solo queda esto!-el guardia echó un escupitajo al suelo-¡Elige lo que quieras!
Los guantes protegerían más sus manos, pero eran rígidos y no permitían movilidad alguna, Acero finalmente decidió hacerse con los puños americanos.
-¡Toma!-el guardia lanzó unos trapos en medio de la celda-¡Este es tu atuendo de gladiador, supongo que será de tu talla, si no es así te aguantas y te lo pones igual!
Por imposible que pareciera el guardia tenía razón, le estaba un poco prieto pero le servía. Una camiseta y unos pantalones blancos, llenos de restos de sangre entre otras porquerías y medio agujereados. La camiseta llevaba pintado en la espalda el número cuatro.
Después de darle los puños y el atuendo el guardia se marcho por donde habían venido, esta vez para no volver más.
Al principio todo estaba en la más absoluta calma, conforme pasaba la mañana un pequeño murmuro iba cobrando vida en la parte superior de las celdas, hasta que finalmente el murmuro se convirtió en un constante griterío popular.
Acero no alcanzaba a ver nada por los agujeritos de la celda, pero por el jaleo que se escuchaba la plaza debía estar abarrotada de gente. Gritos, gente caminando de un sitio a otro, aquello se había convertido en el mismo infierno y los demonios estaban esperando fuera con sed de sangre.
<<Turuuuu, turuuuu>>, el sonido de una trompeta hizo callar el griterío de la gente.
-¡Bienvenidos a los juegos del Puño de Sangre!- proclamó una voz joven a través de lo que parecía ser un megáfono, el eco retumbaba en todas las paredes de las celdas-¡En la jaula número uno Gabriel de Virginia propiedad de Madre!-parecía que a todos les ponían un apellido en función del lugar donde habían sido capturados, por ello Acero era Acero de Notocar-¡En la jaula número dos Enrique de Mostonia propiedad de Alexey!-<<Turuuu, turuuu>>, sonó de nuevo la trompeta-¡Que comiencen los juegos!
Acto seguido el griterío de la gente renació con más intensidad.
<< ¿Jaulas uno y dos?-pensó-¡Yo soy la siguiente!>>
El miedo se apodero de su cuerpo, no sabía que estaba pasando, pero el furor de la gente se hacía cada vez más notable.
-¡Mátalo, mátalo, mátalo!-gritaban una y otra vez al unísono. De repente se hizo el silencio más absoluto y al momento otra vez el griterío inundó la arena.
<< ¡Ha muerto!-se dijo a sí misma-¡Que dios nos pille confesados!>>
<<Turuuu, turuuu>>, la trompeta sonó de nuevo, Acero cada vez odiaba mas aquel sonido chillón, tenía ganas de estrangular a alguien y no era precisamente a su oponente.
-¡En la jaula numero tres Siro de Penélope propiedad de Baeza!-<<¿Siro de Penélope?>>, solo esperaba que ese Penélope fuera otro pueblo llamado igual y que ese tal Siro no fuera su amigo de la infancia, el cual desapareció hace años y finalmente se le dio por muerto.
-¡En la jaula número cuatro Acero de Notocar propiedad del señor Llote!-una vez el megáfono terminó de nombrarla, una de las paredes de la celda comenzó a ceder apartándose a un lado, se trataba de una pared de madera.
Un sol cegador comenzó a entrar en la celda conforme la pared se movía, Acero comenzó a caminar a ciegas, cuando quiso darse cuenta estaba dentro de la arena.
El graderío estaba lleno de gente, con razón había tanto griterío. La plaza era circular con el suelo de tierra reseca. Los guardias armados y vestidos con servoarmaduras rodeaban la plaza estableciendo una barrera de seguridad entre los luchadores y el público.
Enfrente de ella se encontraba su oponente con la mirada perdida, observando el graderío. Era un hombre alto y fornido, de piel oscura, su cara le resultaba familiar aunque de todos modos la mayoría de hombres solían ir sin afeitar, podría ser cualquiera. Al parecer no llevaba armas, solo sus dos enormes puños con los que podría acabar fácilmente con ella si la alcanzaba.
-¡Que comience el combate!-anunció el megáfono.
Siro el oponente de Acero permanecía inmóvil como si no estuviera en el combate, mientras ella corría velozmente para pillarle por sorpresa. Cuando Acero estuvo suficientemente cerca de su oponente, saltó encima de el haciéndole perder el equilibrio. Siro cayó de espaldas al suelo, Acero levanto el puño para golpearlo con toda su rabia pero cuando pudo verle bien el rostro todos sus miedos se hicieron realidad. Siro tenía la cara un poco desfigurada por varias cicatrices que antes de desaparecer no tenía.
-¿Siro?- preguntó atemorizada.
-¡Golpéame imbécil, o nos mataran a los dos!-respondió su oponente. Acero lo golpeó pero no con la misma contundencia con la que lo habría hecho momentos antes.
-¡Lucha, sabes que si no lo haces morirás!-Acero comenzaba a tener sentimientos opuestos. Por un lado quería acabar con él para salvar la vida, al fin y al cabo para ella había estado muerto durante muchos años, pero por otro lado no concebía la idea de que un amigo muriera en sus manos.
-¡Estoy cansado de vivir!-se le hacia difícil escuchar a Siro con el griterío de la gente-¡No voy a pelear contigo, haz lo que quieras!
La ira invadió los puños de Acero que comenzó a golpear a su contrincante con todas sus fuerzas.
-¡Pelea!-el golpe del puño americano abrió una brecha en la ceja izquierda de Siro. La sangre emanó tiñendo de rojo su puño y parte del rostro de su amigo.
-¡No permitas que se salgan con la suya!-Siro comenzaba a tener dificultad para articular palabras-¡Quieren arrasarlo todo y esclavizar a la gente! ¡No dejes que lo hagan!
Acero golpeó una y otra vez la cabeza de su amigo, su ira aumentaba a cada golpe que le asestaba, la sangre salpicaba su rostro a cada impacto. Cuando quiso darse cuenta, la cara de Siro estaba completamente destrozada, aplastada, como si le hubiera estallado una granada delante de sus narices. Ya no decía palabra alguna, ya no se movía, había acabado con la vida de su amigo de la infancia. Tenía las manos manchadas de sangre.
El graderío enmudeció y la trompeta volvió a sonar. <<Turuuu, turuuu>> 
-¡Ganadora Acero de Notocar, propiedad del señor Llote!