Menu
Mostrando entradas con la etiqueta alcohol. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta alcohol. Mostrar todas las entradas

martes, 9 de diciembre de 2014

CAPÍTULO XLII - CADÁVERES



HUETER



Era una mañana hermosa, como las de antaño, antes de que todo se fuera a la mierda por culpa de la puta guerra. Las tormentas del día anterior, habían limpiado la atmosfera de cualquier partícula y el sol abrazaba con más calor que cualquier día de todo el actual verano.
Hueter había amanecido tirado en el suelo, abrazado a una botella vacía de Whisky. La boca, le sabía a alcohol de todo lo que había bebido la noche anterior. Llevaba muchos días metido en aquel sitio, lleno de moribundos, sin esperanza alguna, agonizando en las últimas horas de sus miserables vidas. A parte del dantesco espectáculo, el resto había sido como unas largas vacaciones para él. Donar su servoarmadura a cambio del excedente en Whisky, le había permitido pasarse la mayoría del tiempo con el cuello de la botella metido en su boca, intentando emborracharse para olvidar sus penas.
Hueter sabía de sobra que la servoarmadura, valía mucho más que todo el alcohol que había bebido durante sus vacaciones, pero todo era por una buena causa. Los medicamentos en aquel improvisado campamento, brillaban por su ausencia, al menos las chapas que pudieran obtener por la venta de la servoarmadura, serían de gran ayuda para la orden. Al fin y al cabo él ya no la necesitaría.
Comenzaba a estar cansado de beber y no hacer nada, si para él, su longeva vida tenía poco sentido, en aquellas condiciones no tenia razón alguna para justificar su existencia. Era hora de hacer el petate y regresar de nuevo a Mostonia, donde seguramente le aguardaría la zorra de la pensión, deseosa de ver a sus cachorros. Hueter iba a volver con las manos vacías, pero aquel era un mal menor. Quizás con algo de suerte, otros mercenarios habrían conseguido el propósito, o quizás no, pero aquello le importaba una mierda. Conocía poco a Rose, pero lo poco que la conocía no le gustaba nada. Siempre follando con un mercenario u otro. Seguro que los billetes que les ofreció a cambio de recuperar a sus hijos, era el fruto del intercambio por sus favores sexuales. Era imposible, que en Mostonia nadie consiguiera tal cantidad de dinero con un negocio honrado. Pero ¿Qué más daba de donde hubiera salido la pasta? Quizás lo que él sentía eran celos por no poder disfrutar de su caliente entrepierna.
Sin armas, sin protección, iba a ser un tanto complicado volver a casa con vida. Así que la tarde anterior, Hueter decidió invertir las últimas chapas, en un cuchillo lo suficientemente grande y oxidado como para acabar con un mutante de un tajo.
-¿A dónde te diriges camarada?-preguntó Neil el doctor necrófago, al verle recoger las pocas pertenencias que aún le quedaban. Era muy extraño, desde que Hueter había despertado, solo vio a Neil merodeando por el campamento. El resto de integrantes parecía haber desaparecido.
-Vuelvo a casa, siento que terminó mi tiempo aquí-respondió Hueter con tono amable.
-¡Una lástima!-el doctor se encogió de hombros-con nuestra sabiduría, juntos podríamos haber hecho grandes cosas.
-No se tu, pero yo solo entiendo de armas y alcohol. Tanto tiempo he vivido, que lo aprendido antes de la gran guerra quedó para el olvido- odiaba admitirlo, pero era así. En el antiguo mundo Hueter tenía un trabajo de mierda, pero había estudiado dos carreras, era un hombre al que le gustaba aprender algo nuevo cada día. La guerra lo cambió todo por completo y se convirtió en un necrófago que solo buscaba sobrevivir. << ¡Quien te ha visto y quién te ve amigo!-pensó>>
-La guerra no ha hecho más que empezar-Neil parecía estar eufórico.
-¿A qué te refieres?
-¡El chaval parapléjico!-respondió el doctor-No es quien dice ser. Le reconocí nada más verlo en las alcantarillas, de lo contrario ya estaría muerto.
-No entiendo nada-Hueter retrocedió unos pasos con la intención de acercarse al cuchillo, aquella situación comenzaba a incomodarle. Sera lo que fuere aquello que le quería decir Neil, estaba seguro de que no le iba a gustar.
-¡Es el hijo del Rey!-gritó el doctor necrófago a pleno pulmón-¡El príncipe Penalba!
-¿Quien cojones es ese?-<< ¡Este tío está delirando!-pensó al escuchar las palabras de Neil-¿Sera el paso previo antes de volverse un necrófago loco?>>
-¡Únete a nuestra causa!-la voz del doctor comenzaba a tener un tono diferente. No parecía el mismo.
-¿A la orden te refieres? Sabes de sobra donde encontrarme, como te dije nunca me he unido a ningún grupo, ni en la guerra ni ahora. Aunque te prometo que ayudaré en lo que pueda.
-¿Estos?-Neil señalo una tienda de campaña improvisada que tenía detrás, donde en su interior agonizaban una decena de hombres y mujeres-¡Estos son basura!-no le gustaba nada el rumbo que estaba tomando la conversación-Basura inservible que no podrá contribuir en restaurar el mundo tal y como era antes.
-¡Sabes de sobra que eso es imposible!-Hueter siguió retrocediendo, con sus huesudos dedos podía palpar con disimulo la empuñadura del cuchillo.
-¡Bajo el mando del rey Penalba todo es posible!-cada vez parecía estar más loco-¡Únete a nosotros y el antiguo mundo resurgirá de sus cenizas!
-¡No me gustaba el antiguo mundo!-Hueter odiaba su vida en el antiguo mundo-No sé si lo recuerdas, pero luchamos por acabar con la esclavitud y la tiranía opresora de las grandes multinacionales-conforme iba pronunciando las palabras aumentaba su tono de voz, cada vez mas enrabietado-Por eso estalló la guerra. Ni loco volvería a vivir en un mundo así. Antes muerto que otra vez esclavo.
-¡Que así sea!-Neil desenfundó su pistola y sin pestañear disparó contra él, en ese mismo instante un bulto de color negro se cruzó en la trayectoria de la bala a toda velocidad. Hueter lanzó su cuchillo hacia el doctor Necrófago, el arma fue dando vueltas sobre sí misma hasta que finalmente atravesó la cabeza de Neil. Este cayó al suelo, quedando apoyado sobre la punta del cuchillo. Hueter se acercó, comprobando que aun estaba vivo. De un golpe seco extrajo el arma, dejando tras de sí un buen chorro de sangre. Neil intentaba decir algo pero de su boca solo salía más y más sangre.
-¡Maldito psicópata! ¡Como me has engañado!-Hueter cogió la pistola que Neil había dejado caer al ser atravesado-¡Ya me contaras que tal se vive en el puto infierno!-Hueter disparó en repetidas ocasiones la pistola, todas las balas impactaron en el rostro de Neil, dejándolo prácticamente irreconocible.
Al mirar el cadáver de cara desfigurada que había dejado en el suelo, comprobó que no era quien parecía ser. La barba de aquel necrófago era postiza, hecha de restos de pelos de animal. Días antes pudo comprobar cómo la espesa barba blanca que Neil lucía en su marchita cara, era autentica. Aprovechó que el doctor dormía plácidamente la siesta, para tirar de ella, puesto que Hueter no terminaba de creerse que aquello fuera real. Tiró con tanta fuerza, que por poco no le arrancó la poca piel que le quedaba a Neil en la cara, pero pudo comprobar que los pelos que colgaban de su huesuda barbilla eran auténticos.
<< ¿Que cojones ha pasado aquí?-pensó-¿Quien coño es este tipo?>>, Hueter miraba a uno y otro lado, pero allí solo veía las improvisadas tiendas, donde agonizaban los refugiados heridos. Ni rastro de los guardias, tampoco del resto de médicos que operaban en el campamento. Aquel lugar parecía haberse quedado desierto y Hueter no entendía que estaba pasando allí.
Inmediatamente accedió a una de las tiendas de campaña, en busca de algún rastro de vida. En el interior de esta le aguardaba una sorpresa bastante desagradable. Cuerpos putrefactos en plena descomposición se amontonaban, rodeados por un ejército de moscas del tamaño de un puño humano.
<< ¿Que cojones ha pasado aquí?>>, una arcada empujaba con vigor en su garganta, pero Hueter consiguió salir de la tienda a tiempo y controlar el impulso.
Aquello le repugnaba, pero al mismo tiempo tuvo una extraña sensación que jamás en su larga vida había sentido, aunque sabía de sobra de que se trataba y cuál era el origen.
<< ¡Mierda!-pensó-La "enfermedad", tengo que salir de aquí como sea. No quiero ser uno de ellos. ¡No por favor esto no!>>
-¡Ayuda!-escuchó un tímido grito en los adentros de otra tienda de campaña-¡Se que estas ahí fuera! ¡Ayuda por favor!
<<Si entro y encuentro otro montón de carne como el anterior, no sé si podre resistir la tentación>>
Según decían los charlatanes de su bar, lo que diferenciaba a los necrófagos locos del resto, era el hambre voraz, la obsesión por comer carne humana, como si de una adicción se tratase. Era bien sabido que a todos los necrófagos, les causaba cierto atractivo la carne procedente de los restos de cadáveres humanos. Hueter lo notaba cada vez que se topaba con un cuerpo en pleno estado de descomposición, aunque siempre reunía el valor suficiente para no caer en la tentación, pero aquella vez fue diferente, lo cual le aterrorizaba.
Sin parar a pensar en las consecuencias, Hueter abrió la tienda de donde procedían los gritos de socorro. Al separar las lonas que hacían de puerta, un hedor familiar a podredumbre penetró en lo poco que le quedaba de nariz. Allí dentro solo vio una decena de camas con los colchones manchados de sangre, todas vacías a excepción de una. Tumbado y con rostro pálido se encontraba un hombre de mediana edad que hacía grandes esfuerzos por respirar.
Al acercarse a la cama, Hueter comprobó que el pobre desgraciado había perdido mucha sangre.
-¡No soy médico!-lamentó, mientras cogía de la mano al hombre-¿Quién te ha hecho esto?
-¡Ya estaba así cuando vine aquí!-respondió con voz débil-¡Ellos!-el hombre con la mano temblorosa, señaló la extraña cruz roja que había colgada en uno de los laterales de la tienda-Dicen que nos van a currar, pero solo nos dejan morir para luego hacerse con nuestras pertenencias. Lo hicieron con mis amigos y lo están haciendo conmigo.
-¿La orden?-preguntó Hueter, asombrado por las palabras del moribundo, este asintió con la cabeza.
-¡Pero se fueron!-el hombre cogió aire con dificultad-¡Los de blanco acabaron con todos ellos! Coff...Coff... mátame, por favor, mátame. No quiero sufrir más.
No hacía falta ser médico para saber, que si dejaba a aquel pobre desgraciado con vida, moriría antes de que se pusiera el sol. Gastar una bala con alguien que ya estaba muerto sería una estupidez y un gasto inútil, pero rebanarle la cabeza con el cuchillo y terminar con el sufrimiento de este, era lo más ético que podía hacer en aquel preciso instante.
De un golpe certero, seccionó el cuello del moribundo en dos. Aun con la cabeza separada del cuerpo, aquel pobre desgraciado seguía con los ojos abiertos, mirándole fijamente.
<<Pobre hombre, mi careto es lo último que ha visto en vida-pensó-pero mejor así, ya dejó de sufrir>>
Hueter seguía sin entender que había pasado en aquel lugar, pero ya todo daba igual, allí en aquel improvisado cementerio no encontraría la respuesta escrita en un papel.
Registró uno a uno todos los cadáveres del campamento, en busca de munición, chapas o cualquier cosa que pudiera valerle para su viaje de regreso a casa. El apetito aumentaba por momentos, pero era algo que para su tranquilidad, podía controlar empinando el codo con una botella de Whisky que encontró en uno de los cadáveres. En ese instante comprendió que era un adicto al alcohol, pero gracias a aquella adicción, mientras tuviera una botella llena de licor cerca, jamás se convertiría en un Necrófago hambriento de carne humana.
No encontró gran cosa, solo unas cuantas balas y agua radiactiva. Al parecer, los famosos hombres de blanco habían registrado a conciencia antes de marcharse y allí solo habían dejado las sobras.
Hueter observó que cerca del lugar donde reposaban los restos del supuesto Neil, yacía sin vida el cuerpo un Acosador Nocturno, era aquel bulto negro que se interpuso en la trayectoria de la bala cuando el necrófago de la barba postiza intentó matarle.
<<Pobre animal, estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado>>, pero si los acosadores dormían de día y cazaban de noche en manada ¿Que cojones hacía uno solo a esas horas de la mañana y en aquel lugar?
Hueter comenzaba a tener miedo de la situación. Nada de lo que allí estaba pasando era normal. Así que decidió abandonar aquel lugar de inmediato.
Caminó sin mirar hacia atrás, el sol estaba en lo más alto, y se hacía difícil orientarse lo más mínimo. No había carreteras, solo coches abandonados, árboles secos, basura y un paisaje que parecía calcado al de una película de terror que estremeció el su cuerpo desde la cabeza a los pies. Allí a pocos metros a las afueras del campamento, se alzaba una veintena de cruces invertidas, con la mayoría integrantes de la orden, clavados boca abajo, algunos muertos, otros agonizando, deseando estarlo también. De entre ellos se encontraba el autentico Neil.
-¡Mátame!-repetía el doctor una y otra vez. Parecía no ver nada por culpa de la sangre que se le acumulaba en los ojos. Hueter se armó de valor y con el cuchillo seccionó la cabeza de Neil con un corte limpio. Esta cayó rodando al suelo como si de una pelota de trapo se tratara.
-¿Por qué me haces esto?-no sabía a quién le preguntaba, pero sentía como si alguien le estuviera poniendo a prueba. Quería despertar de aquella pesadilla, pero era todo demasiado real. Tuvo que hacer lo mismo con el resto de supervivientes, no iba a dejarlos agonizando, era una tortura demasiado cruel, una muerte que nadie merecía independientemente de cuáles fueran sus crímenes.
A lo lejos detrás de las cruces, divisó la silueta de lo que parecían ser tres torres de telecomunicaciones. Caminó a toda velocidad sin mirar atrás, con la esperanza de que su suerte cambiara. A medida que se acercaba, lo veía con mucha más claridad. Eran muy altas, con enormes antenas parabólicas en la parte superior. Estaban bastante bien conservadas, quizás alguien las estaba utilizando o quizás, viviendo en su interior.
Sin darse cuenta, Hueter tropezó con el cuerpo tirado en el suelo de un hombre, vestido con una extraña servoarmadura de un blanco radiante. Poco faltó para darse de bruces contra el suelo, pero finalmente pudo mantenerse en pie. Una vez recuperó el equilibrio, comprobó que había más, unos cinco, todos muertos. La mayoría con un balazo de fusión en la cabeza.
<< ¿Serán los famosos blancos?-pensó al ver el reluciente blanco de las armaduras>>
Sin previo aviso, una bala de fusión pasó rozándole el mechón de pelo rubio. Hueter miró a su alrededor en busca de algún lugar donde ponerse a salvo, pero no encontró nada. Solo uno de los cuerpos sin vida de los de blanco, que a la postre acabaría utilizando como escudo humano para evitar ser alcanzado. El disparo parecía proceder de lo más alto de las torres de comunicación.
-¡No disparéis!-gritó con todas sus fuerzas, mientras aguantaba en alto el cadáver de servoarmadura blanca-¡Vengo en son de paz!-nadie respondió, aunque tampoco hubo otro disparo.

jueves, 13 de noviembre de 2014

CAPÍTULO XXXIX - EL ÚLTIMO ROCKERO



GRAN JOHN



Lugar nuevo de Átomo, Casas de la Cerda, Losa de Sapos, Torre Viciosa, La Cueva Negra, Granjas Largas, eran algunos de los poblados donde Gran John había buscado a Monique. El resto no los recordaba y tampoco intentaba hacerlo.
Días y días buscando aquella preciosa mujer del búnker Ghenova, aquella extraña mujer que la misma noche en que escaparon desapareció como por arte de magia sin dejar rastro alguno.
Estaba confundido, ya no sabía dónde buscar, había recorrido todos los poblados de la zona y ni rastro de ella. Era imposible que alguien que jamás había vivido en aquel mundo, pudiera desaparecer de aquella manera a no ser que un depredador la hubiera devorado.
Cada día que pasaba tenía menos esperanza en encontrarla, incluso había llegado a creer que todo era una paranoia fruto de los porros, pero al comprobar que el robot ya no le seguía y que tampoco tenía los collarines alrededor de sus tobillos, aquel pensamiento desapareció de su cabeza.
La tormenta de la tarde había obligado a Gran John a refugiarse en el bar de Chano. Durante su odisea por los pueblos cercanos descubrió que no había aldea sin bar. Un lugar de ocio para unos, negocio para otros y hogar de muchos. Aprendió que no eras nadie si no te conocían en los bares, así que lo tomó al pie de la letra y aunque frecuentaba mucho la mayoría de antros trataba de pasar desapercibido.
-¡Una cerveza!-pidió nada mas acercarse a la barra.
El dueño del local, un hombre con cara de cabreado al cual parecía no importarle lo más mínimo que las mesas estuvieran repletas de basura, negó con la cabeza señalándole los casquillos vacios que había esparcidos por todo el local.
Hacía días que no fumaba y el mono por encenderse un porro estaba irritando cada vez más su carácter. Para colmo en aquel antro parecía no haber ni gota de alcohol.
-¿María?
-Si quieres droga pregúntale al friky de la radio-espetó el camarero-lo encontrarás en el edificio lleno de antenas que hay a las afueras del pueblo.
Sin casi despedirse Gran John salió a toda velocidad de aquel antro, dirigiéndose a las afueras en busca de su dosis de María. El síndrome de abstinencia provocaba que no pudiera pensar con claridad, necesitaba fumar casi como el comer.
El edificio al que se refería el camarero fue fácil de encontrar. Aquella aldea no tendría más que una decena de casas, todas compitiendo por ver cuál era la más destartalada. Solo la pequeña torre con antenas se salvaba. Parecía una construcción anterior a la guerra, aunque las improvisadas antenas que cubrían la mayoría de la fachada habían sido claramente puestas después de la guerra.
En la puerta unos tipos raros vestidos con chaquetas de cuero y de pelo largo, bailaban al ritmo de una canción que le era familiar. En el suelo, un artilugio parecido a una emisora de radiofrecuencia emitía la música. Escuchando la melodía Gran John recordó que era la misma canción que sonaba por el altavoz del robot en aquella maldita gasolinera, aunque no recordaba el nombre.
-¿María?
-¡Tío pregúntale a Hestengberg!-respondió uno de los tipos de la entrada, señalando hacia el interior del edificio-Es el que pone las canciones. Sube, está arriba. Dile que vienes de Mis Partes.
Aquel tipejo parecía ir colocado hasta los huesos, el olor a porro delataba a todos los que estaban allí. Pero el buen ambiente que tenían entre ellos le confianza.
-¡Gracias tío!
En el interior solo había una escalera de hormigón en tal mal estado, que daba la sensación de poder derrumbarse en cualquier momento. Gran John se armó de valor y decidido por conseguir algo para fumar comenzó a ascender por la zona de los peldaños mas pegada a la pared, la cual parecía más segura que el resto.
Cuanto más se acercaba a la última planta, mas notaba el característico olor a María, similar al que desprendían los tipejos de la entrada.
Al final de la escalera, una puerta metálica abierta de par en par daba acceso a una pequeña sala.
-¡Tranquilo vaquero!-dijo quien parecía ser Hestengberg, levantando las manos nada mas percatarse de su presencia. Un hombre de pelo corto canoso y barba de pocos días. Vestía una camiseta blanca bastante sucia que marcaba su delgadez con unos pantalones vaqueros desgarrados.
La sala aparte de oler a porro, estaba repleta de emisoras de radio y ordenadores, si no fuera porque conocía muy bien los cuarteles del Ejército del Pueblo Libre, pensaría que estaba en uno de los puestos de mando.
-¿Que sitio es este?
-Esto chaval, es radio macuto. La radio del canuto. Única en toda la región-respondió alegremente el hombre. Reconocía aquella voz, era la misma que días atrás anunciaba la canción que escuchó en la gasolinera.
-¿Tu eres?
-El mismo que viste y calza-respondió sin dejar terminar la pregunta-Aunque todo el mundo me conoce como Hestengberg. Tú no eres de por la zona por lo que veo. ¿Qué haces por aquí forastero?
-¡La verdad que no lo sé!- Gran John se encogió de hombros-Ahora mismo buscaba alguien que tuviera algo para fumar y me dijeron que tu vendías.
-Compadre has venido al lugar ideal. Tengo la mejor mierda de toda la zona. Una calada de esta marihuana y pasaras todo el día colocado. Precisamente tenia uno por aquí a medio consumir- Hestengberg se giró hacia la mesa que tenia justo detrás suyo y buscando entre montones de discos viejos, encontró el nombrado porro al cual le quedaban unas cuantas caladas-¡Sírvase usted mismo!
Para Gran John la primera calada fue como quitarse a Potito de encima una de tantas veces cuando este sin previo aviso, saltaba encima de él aprovechando un momento de despiste. Aunque Gran John tenía fuerza suficiente para cargar con él, aquella bestia pesaba muchísimo, era como si le aplastaran la espalda con un mazo. Añoraba los tiempos pasados en los que salían los tres a patrullar juntos. ¿Dónde estarán? ¿Pececito habrá dado con ellos?
-Esto esta cojonudo- dijo mirando el porro, haciendo círculos con el humo, el mono casi había desaparecido por completo-¿Hace mucho que te dedicas a esto?
-¿A la radio?-preguntó Hestengberg refiriéndose a la pila de emisoras y ordenadores que tenía detrás de él Prácticamente desde que nací. Mi padre trabajaba en esta radio, el padre de mi padre también y según me conto mi padre, el padre de su padre fue el fundador de la radio.

-¿Y ganas mucho dinero con esto?-tanto padre lo había hecho un lio y ya no sabía quién era el fundador de la radio, pero quiso continuar escuchando su historia.
-Aquí dentro soy feliz y el rock hace felices a la gente que lo escucha. Lamentablemente...-el locutor de radio se encogió de hombros-...el paso de las guerras poco apoco han acabado con la mayoría de antenas y cada vez se escucha la radio en menos lugares.
-¿Y por eso vendes porros para sobrevivir?
-Esos son de mi cosecha propia, para el autoconsumo. Solo que siempre tengo excedentes para vendérselo a mis seguidores. Con esta mierda la música suena diferente.
-¡Pues tendré que hacerme seguidor tuyo!-sonrió. Hestengberg se quedó mirándolo con cara rara, acto que no le inspiró confianza alguna.
-¿Tu eres soldado del Ejercito del Pueblo Libre verdad?-pregunto el locutor señalando con el dedo.
<< ¡Mierda el uniforme me delata!-se dijo a sí mismo-¿Pero qué mierda le importa a este de donde sea yo? ¿Querrá hacerme una ficha de socio o qué?>>
-Pertenecía...-respondió en voz baja-Su política de actuación frente algunos casos, no coincidía con mi política. Así que decidí abandonar el ejército.
-¡Vamos que saliste por patas granuja!-dijo Hestengberg en medio de una amplia sonrisa-¡Ven quiero que veas algo!- el hombre echó mano de un montón de papeles que tenía situado en una de las mesas, donde al parecer había algo escrito. Gran John siempre había tenido dificultades para leer, solo esperaba que aquel tipo le contara lo que había escrito en los documentos.
-¿Qué es esto?- quiso mostrar interés, ya no quedaba porro, tanto hablar había hecho que se lo fumara entero sin darse cuenta, aunque parecía que a Hestengberg no le importaba. <<Igual con suerte se lía otro>>
-Esto son conversaciones que he podido escuchar con los aparatos de radiofrecuencia, transcritas a estos papeles-el semblante del locutor cambio por completo, estaba serio a más no poder. Aquello le pareció extraño- Últimamente la señal que recibimos es bastante débil, creo que el repetidor que utilizamos ha sido dañado por algún motivo. El caso es que antes de que esto ocurriera, recibimos una señal de socorro procedente de los pueblos situados más al sur de la región. Hablaba acerca de un nuevo ejército bien armado que saquea las casas y esclaviza a los supervivientes. Según la comunicación la mayoría de pueblos han sucumbido ante el poder de este grupo y pocos son los que aun resisten el azote de sus batallones. Tengo la sensación de que su próximo objetivo somos nosotros y todos los pueblos vecinos.
-¿Y qué se puede hacer al respecto?- interrumpió, aquello no le daba buena espina. ¿Un ejército peor que lo ya conocido? ¡Imposible!
-Hay que enviar un mensaje para pedir apoyo a tu antiguo ejército y a la Hermandad del Rayo. Quizás sea demasiado tarde para nosotros, pero que al menos el resto pueda salvarse.
-¿Que el ejercito de Pececito nos apoye sin pagar nada a cambio?-espetó Gran John-¡Tu flipas! Con suerte se salvaran ellos el culo, son demasiado arrogantes como para hacer algo por los demás.
-Al menos hay que intentarlo-sugirió Hestengberg.
-¿Y qué sugieres?
-Lo primero ir donde está el repetidor para comprobar que ha pasado y si se puede reparar. Acompáñame para protegerme frente a posibles amenazas y no te volverá a faltar un porro en tu vida. ¿Qué dices a eso?
<<Es una buena oferta-se detuvo unos momentos a pensar-No tengo nada mejor que hacer y este chalado necesita mi ayuda. No creo que los colgados de la entrada sepan disparar un arma. Si es verdad lo que dice este tipo, estamos ante un gran aprieto. La vida es una mierda, pero cualquier acción puede contribuir a mejorarla>>
-¡Esta bien!-fue la respuesta Gran John a la oferta del locutor-¡Acepto la oferta!
-No me esperaba menos de ti-Hestengberg respiró profundamente- Espera que ponga una sesión continua y nos ponemos manos a la obra. ¡No hay tiempo que perder!

sábado, 27 de septiembre de 2014

CAPÍTULO XXXVII - FANTASMAS DEL PASADO



CRISTINE



Los días pasaban volando en el pueblo de Salatiga, pero no le importaba. Por primera vez en su vida Cristine era feliz y aquel sitio se había convertido en su hogar. Tenía todo lo que una persona podía desear, comida, una casa y alguien que la amara.
Todos los días eran casi iguales, Jacq se levantaba temprano, nada más salir el sol, para irse de caza con Pervert. Ella a veces los acompañaba, pero la mayoría del tiempo lo pasaba realizando tareas que la mujer le pedía. Comerciar con los mercaderes ambulantes para conseguir munición o piezas para reparar armas, comprar comida en el mercadillo que instalaban todos los días por la mañana en la plaza central de Salatiga eran algunas de las tareas que solía realizar, cada vez se le daba mejor, sobre todo comerciar. Los mercaderes comenzaban a conocerla como la Dama de Hierro, ya que nunca cedía en sus pretensiones, siempre solía conseguir lo que quería al mejor precio.
La mañana había sido soleada y calurosa, pero conforme el día avanzó un nubarrón se instaló en el cielo de Salatiga. Pervert decidió no salir a cazar esa tarde, el negocio iba bien y podían permitirse el lujo de una tarde libre, aunque Jacq quiso oponerse porque quería conseguir rápidamente las suficientes chapas para ir en busca de su hermana. Finalmente se hizo lo que Pervert dijo, Jacq aceptó a regañadientes.
Cristine había estado buscando día tras día un momento en el que estar a solas con Jacq, pero cuando no era Pervert era Troy quien les acompañaba y aquello comenzaba a incomodarla. Esta vez la tropa entera se dirigía al bar para llenarse la panza y echar unos cuantos tragos para variar.
-¿Pervert?-llamó a la muchacha en voz bajita, dejando que Jacq se adelantase al grupo.
-¿Que quieres corazón?- por muy mal que le fueran las cosas Pervert siempre tenía una palabra amable. Nunca había conocido una persona tan cariñosa como ella. La gente por norma general era muy mal hablada y poco hospitalaria.
-Fui esta mañana donde el viejo Gaspar a por la armadura de Jacq, pero el hombre me dijo que hasta la tarde no lo tendría-se estaba poniendo nerviosa por momentos-¿Podrías ir tu a por ella? Quiero estar a solas con Jacq, ya me entiendes...
-Ja...ja...ja...-la risa de la muchacha hizo girarse a Jacq extrañado.
-¿Que os hace tanta gracia?-preguntó con el ceño fruncido.
-¡Cosas de mujeres!-respondió Pervert, haciendo un movimiento con la mano para que continuara caminando hacia el bar-¡Descuida tonta!-sonrió de nuevo, esta vez mas disimuladamente-Iré yo a por la armadura, total tenemos la tarde libre ¡Por fin!
Cada día conocía mejor Salatiga, cada día los pequeños laberintos que formaban las casas se hacían más fáciles de atravesar, ya no tenía que recorrerse diez veces el pueblo entero para llegar a un sitio u otro.
-Quieres estrenar el colchón que compraste ¿verdad?- aquella pregunta la incomodó. Días atrás uno de los mercaderes tenía a la venta un viejo colchón del antiguo mundo, Cristine estaba cansada de dormir en aquel destartalado sofá. Todas las mañanas se levantaba con dolor de cuello. Muchas noches se acurrucaba en el suelo junto Jacq y conseguía descansar, aunque el hombre no era de dormir mucho y echarse en el suelo sin el pecho de este para apoyar su cabeza era incluso más incomodo que el sofá. Una vez vio el colchón no lo pensó dos veces y fue a por él. El mercader debió notar su desesperación por conseguirlo, así que aprovechó para incrementar el precio. Aquello no fue motivo para no comprarlo y finalmente accedió. Como cortesía los ayudantes del mercader llevaron la compra hasta la casa de Pervert. A partir de ahí las noches comenzaron a ser mucho más plácidas.
-¡Ya lo estrené!-respondió Cristine con voz temblorosa.
-¡Tranquila a mi no tienes porqué mentirme!-la mujer quiso quitarle importancia al asunto al ver cómo le incomodaba la conversación.
Poco tiempo tardaron en llegar a la plaza central, los comerciantes locales comenzaban a recoger las tiendas a toda velocidad una vez los nubarrones dejaron caer las primeras gotas. El género se podría estropear y para muchos de ellos, era lo único que tenían para poder subsistir un día más.
Dentro del bar el panorama era el de siempre, humo de tabaco, alcohol y más humo. Solo quedaban dos mesas vacías, una cerca de la entrada y otra al fondo del local, más apartada y con un ambiente más tenue.
-¿Aquí o al fondo?- pregunto Pervert moviendo el dedo índice hacia las mesas vacías.
-¡Aquí mismo!-espetó Jacq que aun parecía cabreado por no salir de caza.
-¡No seas quejica!-bromeó la muchacha sentándose en uno de los taburetes de la mesa, justamente el más cercano a la puerta. El otro lado de la mesa daba a la pared, donde había instalado un banco alargado de madera para poder sentarse -¡Nos merecemos un día de descanso, en breve podrás regresar a Odín con tu querida hermana!
La idea de que Jacq abandonara Salatiga aterraba a Cristine, no hubo momento para hablar con él y preguntarle si podía acompañarlo, aunque tampoco estaba segura de querer hacerlo. Seguramente que la Banda de los Trajes Grises aun estaría detrás de ella y no estaba por la labor querer ser descubierta. Salatiga se había convertido en su nuevo hogar, pero tampoco sabía cuanto duraría la hospitalidad de Pervert. Estaba hecha un lio y al parecer nadie iba a darle una respuesta en aquel momento, así que decidió que lo mejor sería disfrutar del momento mientras pudiera.
Jacq se sentó en la esquina interior del taburete y ella pegada a su lado, aunque tuviera dudas respecto a que le depararía el futuro, la atracción hacia aquel hombre no había hecho más que aumentar a medida que pasaban los días.
Muy sutilmente deslizó su mano derecha dejándola caer sobre el muslo izquierdo de Jacq, este al notar su presencia la miró como si estuviera sorprendido de aquello, aunque no pareció importarle.
El posadero como de costumbre les atendió de inmediato, hacían tantas horas en aquel antro que ya les conocía de sobra y siempre les recibía con una sonrisa de oreja a oreja, aunque esta careciera de muchos dientes y fuera un poco desagradable a la vista, una sonrisa siempre era de agradecer.
-¡Hombre mis borrachos preferidos!- siempre los saludaba con aquellas palabras, se habían labrado una buena fama tantas horas allí metidos- ¡Hoy para comer tenemos hamburguesas de libélula!
-A mi tráeme un par de ellas y una...- Cristine deslizó suavemente su mano hacia la entrepierna de Jacq acariciando tímidamente la zona. Por fortuna días antes Jacq se compró ropa usada en bastante buen estado y ya no llevaba aquellos sucios pantalones, ni la mugrienta camiseta que encontró en casa de Pervert. Al notar su mano el muchacho se quedo callado durante unos momentos, mirando fijamente al camarero, el cual esperaba a que terminara de pedir-... una... una... cerveza.
-¡Para mí una hamburguesa y agua!-dijo Cristine.
-¡Yo lo mismo que Jacq!-fue la elección de Pervert.
Cada día había un menú diferente en función de la caza obtenida. Manolo, el posadero del bar Budo tenía sus propios cazadores, los cuales se encargaban de traer la materia prima para cocinar. Fuera lo que fuera aquello que cazaran, el cocinero tenía el don de hacer unos platos deliciosos.
La tormenta comenzó a ser intensa, tanto era así que los relámpagos del exterior se escuchaban como si hubieran tenido lugar dentro del local.
-¡Bueno cuando acabe la tormenta tengo que hacer un encargo personal!- dijo Pervert. Cristine sabía perfectamente a que se refería y no pudo dejar escapar una pequeña sonrisa.
Jacq por su parte daba un largo trago de cerveza, ajeno a todo, parecía que no le importaba que ella estuviera metiéndole mano, aunque Cristine notaba como otra parte de su cuerpo no opinaba lo mismo. La vergüenza la invadió por completo y rápidamente retiró la mano, apoyándola sobre la mesa.
-¿Te pasa algo?-preguntó Jacq en voz bajita, mirándola de reojo, con una pequeña sonrisa en la boca.
Al momento regresó Manolo el posadero, esta vez con las hamburguesas recién hechas.
Ya no tenía miedo a probar cualquier comida que le sirviera el dueño de aquel antro, los días anteriores habían comido casi todo lo comible, Tortilla de a saber que, estofado de rata gigante, glándulas de escorpión mutante con salsa picante, intestinos de mutajabalí en salazón y muchas otras comidas que ahora no le venían a la cabeza. Las hamburguesas de libélula eran lo más normal dentro de aquel estrambótico menú.
Según contaban los borrachos de las mesas adyacentes, en el antiguo mundo, las hamburguesas venían dentro de una cosa que se llamaba pan, pero hoy en día nadie había tenido la fortuna de ver algo similar.
-¡Que buena pinta!-dijo Pervert que parecía querer comerse la hamburguesa con los ojos. Nadie respondió, Jacq daba grandes bocados a la carne de libélula, mientras, Cristine entre mordisco y mordisco, arrancaba pequeños trocitos de hamburguesa tirándoselos a Troy por debajo de la mesa.
Tanto Jacq como Pervert acabaron rápidamente con sus platos, al parecer la caza les había abierto el apetito, mientras ella hacia verdaderos esfuerzos por terminarse el suyo. Finalmente desistió y terminó por darle el resto al perro.
-¿Un Whiskycito para hacer la digestión?-preguntó Jacq frotándose la tripa. Era siempre la misma rutina, comer y emborracharse, cenar y continuar emborrachándose. A Jacq no parecía afectarle lo más mínimo el alcohol, por el contrario Pervert parecía tener más dificultades a la hora de seguir el ritmo del hombre.
-¿Y un parchís borracho?-el parchís era un juego del antiguo mundo que consistía en meter las fichas en una casilla que se llamaba casa, se jugaba con un dado y cuatro fichas cada uno, pero en esta modalidad se habían substituido las fichas por vasos de chupito. Al entrar en casa el propietario del chupito tenía que bebérselo de un trago y cuando un chupito alcanzaba la posición que ocupaba otro chupito propiedad del rival, había que beberse los dos.
Jacq era el más tramposo de todos, movía los chupitos de posición sin que nadie se diera cuenta la mayoría de veces para beber más que nadie, Cristine por su lado hacía la vista gorda para no tener que beber tanto. Simplemente dedicaba sus esfuerzos en intentar excitar al hombre acariciándole la espalda o metiéndole mano por debajo de la mesa, pero las manos aun le olían a comida y el perro se las chupaba cuando Cristine intentaba posarlas sobre la pierna de Jacq. Aquello parecía ser una misión un tanto complicada, pero no iba a perder la esperanza por conseguirlo.
Las partidas solían alargarse, pero aquella tarde Pervert parecía menos tramposa que de costumbre, así que la partida terminó pronto resultando Jacq el ganador para variar.
-¡Que sueño me está entrando!-dijo Cristine apoyando la cabeza sobre el pecho de Jacq. El hombre se sentó de lado para dejarle una posición más cómoda. << ¡Bien parece que mis esfuerzos comienzan a dar resultado!-pensó>> Ella no dudó en aprovechar la invitación y se acomodó sobre el banco de madera. Jacq la rodeó con los brazos posando las manos en su tripita, ahora Cristine comenzaba a sentirse a gusto.
-¡Eres un tramposo!- Pervert recriminaba a Jacq una de las anteriores jugadas del parchís borracho. Al mirar a la muchacha Cristine observó como un tipo bastante extraño entraba por la puerta. Llevaba un hábito con capucha que le cubría la cara casi en su totalidad, pero lo poco que pudo ver le resultaba familiar y no sabía de qué. Rápidamente aquel tipo ocupó la única mesa que quedaba libre en el bar.
-¡Eres muy mala! ¡Siempre te gano!- bromeaba Jacq- ¡Y mejor no hablemos de la señorita!- esta vez era su turno.
-¡Si lo hago aposta!-replicó Cristine- Siempre te dejo ganar, porque se lo que te gusta beber- mirándolo de reojo observó la cara de tonto que se le había quedado a Jacq después de escuchar sus palabras. Pervert no podía disimular las burlas, intentaba taparse la boca con las manos pero sus ojos la delataban.
-¡Me da igual!- dijo Jacq terminándose lo poco que quedaba en la botella después de la partida-¡Gané yo!
Al poco la tormenta pareció calmarse, ya no se escuchaba el golpear de las gotas en las planchas de metal con las que estaba construido el local y los relámpagos habían mermado su actividad.
-¡Hora de hacer el recado!-Pervert se levantó del taburete y dejó caer un puñado de chapas sobre la mesa-¡El resto lo ponéis vosotros! ¡Nos vemos luego!
-¿Dónde vas tan deprisa?-preguntó Jacq parando la huida de la mujer.
-¡A recoger un traje!-señaló a Troy-¡Me llevo al perro para que pasee un poco, que tanto comer y no caminar no es bueno! ¡Vamos Troy!
Pervert salió a toda velocidad del local seguida por el perro. Al abrirse la puerta Cristine pudo comprobar cómo el cielo continuaba igual de oscuro, ya no llovía pero los relámpagos aun se escuchaban a lo lejos.
-¡Nos hemos quedado solos!- Jacq aun parecía tener ganas de beber, pero ella ya había tenido suficiente.
-¡Yo ya voy un poco borracha!- realmente estaba fingiendo su embriaguez, pero quería aprovechar ese momento para estar asolas con él y no pasarlo emborrachándose.
-¡Te entiendo!- Jacq pareció captar la indirecta- ¿Nos vamos a la casa?
-Si tu quieres...-<< ¡Pensaba que nunca me lo pedirías capullo!>>, Cristine se giró y le dio un beso en la boca.
-¡Me has convencido!-Jacq respondió con otro beso-¡Yo invito!
Poco duró la tregua que había dado momentos antes la tormenta y al salir del bar Budo dieron cuenta de ello.
Caminaban a paso ligero, cogidos de la mano en dirección a la casucha de Pervert cuando Jacq paró en seco.
-¿Qué te pasa?-pregunto Cristine extrañada.
-La verdad no se qué hago aquí, ni cuál es mi función en todo esto- respondió Jacq en voz queda.
-¡Yo tampoco lo sabía hasta que te conocí!
-¡No me vengas con tonterías si casi te vuelo la cabeza!-espetó el hombre.
-¡No me refiero a esa vez!- ella continuaba sintiéndose en deuda con él por haberla salvado la vida en el cruce de túneles-El día en que te conocí fue cuando desperté en medio de aquel cráter. Tú estabas tumbado encima de mí con la servoarmadura hecha añicos. Casi das tu vida por salvar la mía, desde ese momento comprendí que aún quedan buenas personas en este condenado mundo. Por diminuto que sea aun queda un rayo de esperanza para la humanidad.
-Que poco me conoces ¿Yo una buena persona?-Jacq no pudo contener la emoción, sus ojos brillaban, no sabía si era por la intensa lluvia o porque realmente estaba llorando, pero eso daba igual. El la abrazó contra su pecho, Cristine notaba el palpitar del corazón de Jacq y posiblemente el también notara el suyo. La tormenta cogía cada vez más fuerza, ambos estaban empapados de arriba abajo, pero no importaba, nada importaba a su alrededor. De nuevo sus labios se juntaron dando lugar al beso más apasionado que Cristine había sentido nunca.
-¡Creo que nos vamos a mojar!- Jacq la miraba con deseo, y ella le respondía con la sonrisa más pícara que sus labios podían crear.
<< ¡No quiero que esto acabe nunca!-pensaba mientras corrían en dirección a la casucha de Pervert>>
Nada más entrar en la casa se quitaron la ropa que ya no podía estar más mojada, tanto que parecía pesar el doble.
Jacq la acostó en el viejo colchón situado en el salón de la casa, donde antes estaba el destartalado sofá, la miró, le sonrió, y la volvió a besar. Lentamente bajó hacia sus partes íntimas. Cristine no sabía muy bien que era lo que el hombre estaba haciendo, pero era tan asombroso que no podía parar de retorcerse del placer. De pronto paró, dejó de acariciarla y comenzó a bajarse los empapados calzones al mismo tiempo que contemplaba su cuerpo semidesnudo, delicadamente entró en ella haciendo movimientos suaves y pausados que iban aumentando conforme cruzaban sus miradas. Cada vez más y más fuertes sus movimientos que Cristine quería gritar pero él no la dio tiempo y le silenció con un fuerte beso. Cristine arañaba la espalda de Jacq, era muy cálida por el calor que desprendía su cuerpo. Tiraba de sus cabellos, estrujaba su pequeño pero duro trasero contra ella, llegando al mismo tiempo a un intenso orgasmo que hizo que sus cuerpos quedasen exhaustos por aquel acto tan apasionado. Lo más hermoso de aquel momento fue cuando Jacq se tendió sobre ella y empezó a escuchar el latido de su corazón y su agitada respiración. Jugaba con los cabellos de Cristine, observaba muy de cerca su piel y la besaba dulcemente. Y ella, qué podía hacer, sentía satisfacción y felicidad por haber vivido aquel instante que jamás olvidaría. Nunca antes se había sentido tan amada, nunca antes ningún hombre la había hecho sentirse mujer.
Un estrepitoso golpe abrió la puerta de par en par rompiendo la cálida atmósfera que habían creado entre los dos. El frio viento tormentoso invadió el salón, al principio pensó que este era el causante, pero una sombra comenzó a tomar forma en el hueco de la puerta.
Aquella silueta le resultaba familiar, era muy similar a la del extraño hombre que Cristine había visto en el bar. Jacq que parecía haberse percatado de algún peligro se levantó a toda velocidad en busca de un arma, pero antes de que pudiera hacer nada, la sombra que entro a toda velocidad en la casa y lo alcanzó golpeándolo con un extraño puño en el hombro izquierdo. Sin duda se trataba del tipo raro de la túnica que había visto aquella tarde en el bar.
Un brillo cegador emergió del impacto y Jacq cayó fulminado al suelo.
-¡Jaaaaacq!-gritó Cristine que no podía contener las lágrimas. Intentó socorrerle, pero una fuerza se lo impidió. El hombre la tenía cogida por el brazo. En ese momento pudo ver su cara. Lo conocía, sabía perfectamente quien era aquel hombre. Aquello no podía estar pasando, lo que momentos antes era un cuento de hadas y príncipes azules se había convertido en un abrir y cerrar de ojos una pesadilla.
-¡Otra vez no por favor!- esta vez no era la lluvia, esta vez eran lágrimas de verdad corriendo por sus mejillas.
-¡Dichosos los ojos que te ven de nuevo zorra!