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sábado, 3 de mayo de 2014

CAPÍTULO XXIV - UN VIAJE INESPERADO



 

ROSE


Moscas del tamaño de un dedo pulgar inundaban la plaza del pequeño pueblo. Habían pasado varios días desde que ataran a un palo de pies y manos a los dos matones de la banda de los Trajes Grises. Sus cuerpos yacían sin vida en plena descomposición, achicharrados por el sol. Los rostros de los dos desgraciados aun reflejaban el sufrimiento que habían sentido en sus carnes antes de morir. Las larvas se alimentaban de la carne muerta y centenares de moscas
revoloteaban por las cercanías de los mismos.
El hedor que desprendían los cuerpos había obligado a trasladar el mercadillo a las afueras del pueblo.
Rose esperaba como cada día sentada en uno de los bancos oxidados de la plaza contemplando su obra, esperando a que aparecieran los mercenarios que había enviado en busca de sus hijos. Pero cada día que pasaba tenía menos esperanzas de que estos trajeran de vuelta a sus pequeños. El Notocar estaba a unas horas del pueblo, motivo por el que sufrían un asedio tan constante, aunque desde que la última vez el pueblo saliera victorioso la banda de los Trajes Grises había cesado en su actividad, al menos en el pueblo de Rose.
<<Debería haber ido con ellos-pensaba-Siempre lo pienso pero nunca lo hago y la historia se repite>>.
La noche se cernía sobre el pueblo, una noche clara, de luna llena. La mayoría de habitantes recogía las tiendas del mercadillo y volvía a sus respectivos hogares, algunos con alegría por haber tenido un buen día de ventas otros no tan contentos, pero ninguno reflejaba la cara de tristeza y amargura de Rose.
-¿Continuas esperando a los últimos mercenarios que enviaste al Notocar?-dijo su vieja amiga Gala Macarra sentándose a su lado en el banco. Gala era una mujer alta entrada en carnes, su rostro amable se escondía debajo de una cicatriz que se extendía desde la ceja de su ojo izquierdo, recorría la mitad de su redonda nariz y finalizaba a escasos centímetros de sus pequeños labios. Gala nunca había contado la historia de cómo llegó aquella cicatriz a su rostro, aunque Rose tampoco se había esforzado por saberla.
-Este grupo es el noveno que envío y ninguno ha regresado-lamentaba Rose-Cada vez tengo menos esperanza de volver a ver a mis pequeños.
-¡La esperanza es lo ultimo que tienes que perder!- Gala parecía una madre riñendo a su hija -Envía otro grupo y esta vez acompáñales, si quieres yo voy contigo.
-¡Bah!-bufó Rose-Estorbar es lo único que haríamos
-O morir, pero al menos tendríamos la certeza de lo que hacen los mercenarios.
-Está bien- las palabras de Gala habían convencido a Rose. Tendría que buscar alguien de confianza para que se hiciera cargo de su pensión mientras durara su viaje. No confiaba tanto con nadie en el pueblo para realizar tal tarea, solo con Gala, pero ella no estaría dispuesta a dejarla marchar sola-¿Quien se queda al cargo de mi negocio?
-Ni se te ocurra. Yo tengo mi puesto en el mercado, no voy a dejarlo por hacerme cargo de la pensión. Creo que podrán estar cerrados unos días- Había captado su indirecta, era la reacción que se esperaba de Gala pero tenía que intentarlo.
La pensión Rose fue el primer negocio que se fundó en el pueblo, sus abuelos, luego sus padres y finalmente Rose la habían mantenido abierta desde su fundación, día y noche, no estaba por la labor de ser ella la primera en cerrar sus puertas. Tenía que confiar en alguna persona que no fuera su amiga Gala para dejarla al cargo de la pensión.
-No puedo cerrar la pensión y lo sabes Gala. ¿En quién podría confiar para que se hiciera cargo?
-¿Te preocupa más tu negocio que ir a buscar tus hijos? ¿Que más da si lo cierras unos días?
-Me da igual el dinero, es por principios-suspiró-la pensión ha estado toda su vida abierta, la dejare en manos de cualquiera que me inspire la mitad de confianza que tu.
-¿Peiton?-bromeó Gala.
-¿El borracho del pueblo? No flipes.
-Bueno la taberna del necrófago lleva cerrada desde que lo mandaste junto los otros a por tus hijos, seguro que esta sobrio. Además si le proporcionas suficiente alcohol lo tendrás clavado como un palo día y noche en la recepción de la pensión- aunque sonara a locura las palabras de Gala tenían toda la lógica del mundo. Peiton era conocido por todos como el borracho del pueblo, nadie sabía a qué se dedicaba, pero pasaba la mayor parte de su vida en la taberna de Hueter, bebiendo y jugando a las cartas. Ahora con la taberna cerrada no tendría otro sitio donde ir a emborracharse y lo más importante habría perdido su principal fuente de ingresos. No iba a ser tan tonta de proporcionarle alcohol, pero si un sueldo a cambio de trabajar en la recepción.
-Confiaremos en el, mañana iré a hablar con él para exponerle mis condiciones. A ver si tenemos suerte y encontramos mercenarios en el mercadillo.
-Siempre hay mercenarios en el mercadillo, vienen compran sus armas o hacen una última parada en el prostíbulo antes de ir a fundirse las recompensas a los casinos del Odín- Gala Macarra tenía toda la razón, era el último pueblo por aquella zona antes de llegar a los casinos. Tantas horas y tantos días metida en la posada la habían aislado de los tejemanejes del pueblo. El burdel era un antro en ruinas lleno de basura, pero también abundaban vaqueros de gatillo fácil dispuestos a todo por una buena suma de dinero.
-Me voy Gala, no hay tiempo que perder- dijo al mismo tiempo que se levantaba del banco.
-¿Donde?-preguntó Gala con el ceño fruncido, parecía extrañada por la repentina reacción de Rose.
-Al burdel, a reclutar gente para nuestra expedición.
-¿Ahora? ¿Estás loca?
-No hay tiempo que perder, tú busca a Peiton y hazle la siguiente oferta, doscientas chapas diarias por hacerse cargo de la recepción de la pensión durante mi ausencia. Dile que si no volvemos el negocio es suyo.
-¿Estás segura?- era una apuesta arriesgada, pero la muerte les podría sorprender en cualquier lugar, muerta no le importaría quien se quedara con el negocio, con esta oferta se aseguraba que Peiton aceptara y hiciera su tarea.
-Sí, hazlo. Nos vemos luego Gala- Rose se sacudió una mosca que se había posado sobre su pelo y salió con paso ligero en dirección al prostíbulo.
Era una casa de ladrillo de antes de la guerra medio derrumbada, reconstruida con todo tipo de materiales, maderas, restos de metal. A simple vista parecía una casa normal, pero según había escuchado Rose dentro mujeres y hombres de identidad oculta acataban los caprichos sexuales de sus clientes a cambio de unas cuantas chapas. Los habitantes del pueblo no frecuentaban aquel tugurio o al menos eso decían, Rose siempre pensaba que la mayoría mentía Se rumoreaba que las mujeres tenían prohibida la entrada, en tal caso debería esperar por los alrededores como una furcia mas a que algún pistolero saliera con los huevos vacíos para intentar contratarlos.
No tardó mucho en llegar, el pueblo era pequeño, siempre lo comparaban con los pueblecitos de las películas del oeste, aunque poco a poco iba creciendo tanto en población como en negocios y hogares.
La puerta estaba cerrada, pero había movimiento en el interior, se escuchaban los gritos fingidos de placer de las mujeres y risas masculinas además de una música poco convencional.

-¿Qué coño te crees que estás haciendo?-bufó un hombre viejo sentado en una vieja mecedora de madera sucia cerca de la puerta de entrada. Sujetaba una gran pistola en su mano derecha, mientras que con la izquierda empinaba una botella de Whisky, el licor se le derramaba por la espesa barba blanca al beber amorrado a la botella-¡Vete de aquí si no quieres que te pegue un tiro guarra!- Rose no conocía de nada a aquel hombre, desde luego no era del pueblo, así que decidió retirarse a esperar la salida de algún mercenario escondida entre matorrales, allá donde la borracha vista del viejo no pudiera verla.
Tenía sueño y la oscuridad de la noche no ayudaba en nada a mantenerse despierta. No salía ni entraba nadie de aquella maldita casa, solo el viejo que entraba con la botella de Whisky vacía y salía al momento con otra llena. Esta escena se repitió varias veces ante los ojos de Rose hasta que a la sexta botella el viejo se quedó dormido en la mecedora, dejando caer la botella casi llena en el suelo. Al momento un hombre alto y gordo con apariencia de joven salido del prostíbulo, no sabía si se trataba de un mercenario pero tenía toda la pinta que si, de lo que estaba segura es que era un forastero. Rose salió a toda velocidad de su escondrijo.
-¡Lo siento mujer pero hoy me voy bien servido!- fueron las palabras de aquel hombre al percatarse de la presencia de Rose.
-No vengo por eso-estaba fatigada, la carrera había sido corta pero los años y la vida sedentaria de Rose no pasaban en vano- ¿Eres mercenario?
-¿Quien lo pregunta?- respondió el hombre con el ceño fruncido.
-Mi nombre es lo de menos, lo que tienes que saber es que estoy buscando mercenarios para que me acompañen al Notocar.
-¿Y para que quieres ir al Notocar si se puede saber?- el hombre apestaba a sudor mezclado con colonia barata, con cada palabra emanaba una bocanada de un olor fuerte a Whisky bastante desagradable.
-Quiero recuperar a unos familiares que secuestro la banda de los Trajes Grises- el hombre esbozó una amplia carcajada dejando ver sus sucios dientes.
<<Pobre de aquella a la que bese. Ni por todas las chapas del pueblo lo hago yo>>
-¿Que es lo que te hace tanta gracia?-pregunto Rose enfadada.
-¿Tu quieres ir al Notocar?-el hombre vacilaba a cada pregunta-¿Quieres reunirte con tus seres queridos?-rápidamente desenfundó el arma y apuntó a Rose con ella, esta era idéntica a la del viejo-¡Chiri, Cente, Pargas salid! Tenemos una nueva putilla que llevar al Notocar- gritó hacia el prostíbulo Inmediatamente tres hombres de indumentaria similar salieron por la puerta. Rose no pudo articular ninguna palabra, entre los tres la cogieron, uno de ellos le tapó la boca con la cara otro la sujetó con los brazos y el tercero le ató algo a la cabeza para que no pudiera ver nada.
Estaba oscuro, atada por pies y manos tumbada boca abajo sobre algún animal, por el olor parecía estar a lomos de un burro de carga. Rose Se sentía una estúpida, no tendría que haber ido sola, al menos si la llevaban al Notocar como presa podría buscar allí a sus hijos y una vez los encontrara escapar.
Le dolía la tripa de los vaivenes del animal al caminar, había perdido completamente la noción del tiempo. Sus captores se gritaban unos a otros para decirse cualquier cosa. Las palabras siempre iban acompañadas de expresiones malsonantes
-¡Follémonos a la putilla!- todas las voces le parecían ser la misma voz con aquella cosa en la cabeza.
-¿No has follado ya suficiente esta noche Pargas?- la voz se correspondía con el gordo que la apuntó con la pistola.
-Yo nunca follo lo suficiente y lo sabes. Quítale los pantalones a la putilla.
-¡Hazlo tú mismo si tantas ganas tienes ni que te hubiera parido yo!-protesto. Rose notó como alguien le pellizcaba el culo.
-¡Dejarme en paz cabrones!- gritó. Rose intentaba patalear pero lo único que consiguió fue caer de los lomos del animal al suelo.
-¡La putilla se resiste! Ja...ja...ja...
<< ¡No por favor, no!>>
El sonido de sus pantalones desgarrándose y las carcajadas de aquellos malnacidos hacían presagiar lo peor. Desnuda de cintura hacia abajo empezaron a toquetear sus partes. Las lágrimas le recorrían por sus mejillas como dos pequeños ríos, se sentía impotente.
-La zorra huele bien- se escuchaba la voz del tercero.
-Chiri ya está bien. Acabemos con esto cuanto antes y continuemos- decía el hombre gordo.
-¡Quita de ahí! ¡Yo me la follo primero!- no quería oír hablar a nadie solo que aquello acabara cuanto antes. Inmediatamente notó la polla de aquel cerdo entrando y saliendo a toda velocidad.
En medio de aquel infiero Rose escuchó el filo lo que parecía ser un cuchillo cortando carne, acompañado de los gritos de sus agresores, de todos menos del cabrón que la estaba violando en aquel momento.
<< ¿Que está pasando?>>
Después de todo lo que había sufrido aquella noche estaba cansada y desorientada no sabía si era una pesadilla o aquello estaba pasando de verdad.
-¡Glanius libera a la muchacha!- aquella voz era grave, pero muy clara, nunca antes había escuchado una voz así. El filo de aquel cuchillo sonó de nuevo e  inmediatamente algo salpicó su cuerpo. El violador parecía haber desaparecido, de los gritos se pasó al silencio. Cuando por fin le quitaron el saco que llevaba atado a la cabeza comprobó que estaba manchada de sangre, sangre de sus agresores. Tenía alguien delante mirándola, dos personas, una de ellas con pies enormes.
-¿Estás bien?- preguntó uno de ellos. Rose levantó la cabeza y vio a un hombre de melena muy larga armado con un imponente sable, a este le acompañaba un supermutante con los puños manchados de sangre.

lunes, 27 de enero de 2014

CAPÍTULO VII - HÉROE ANÓNIMO



GRAN JOHN




Bien entrada la noche, la mayoría de los soldados dormían plácidamente en los barracones del campamento, a excepción del personal que hacia la guardia esa noche. Gran John desde lo alto de una de las torres de vigilancia contemplaba las estrellas, sentado en una vieja silla de metal oxidada.

La torre era de madera, construida por soldados muchos años atrás cuando el "ejército del pueblo libre" decidió levantar un campamento para asegurar la zona del sur de la gran ciudad en ruinas. Había varias construidas por todo el campamento, todas de estructura y altura similar. Esa noche a Gran John, Glanius y Potito les habían asignado la zona de los barracones. Una tarea tranquila, interrumpida en ocasiones por algún sonoro ronquido de algún compañero suyo en descanso.

-Me encantan las noches- susurró Gran John mientras recorría con la mira telescópica en alta definición de su fiel arma las proximidades del campamento.

Con la mira telescópica podía distinguir claramente el rostro de una persona cualquiera a una distancia de quinientos metros aproximadamente.

Alcanzaba el otro lado del rio que había entre el campamento y la parte poblada de la ciudad en ruinas. Observaba a lo lejos lo que podrían ser niños jugando a perseguir una rata que parecía un toro en proporción a los niños. Como la mayoría de niños iban sucios, con ropajes rotos. La camiseta de alguno de ellos era tan grande que perfectamente podrían caber dos. Muchos de los borrachos intentaban dormir la mona en cualquier rincón, pero los gritos y el jaleo de los pequeños no les dejaba pegar ojo. Las palabras no llegaban a oídos de Gran John pero por las gesticulaciones de los hombres podía intuir que les estaban llamando de todo menos bonitos. La escena le provocó una pequeña sonrisa.

Continuó la vigilancia con la mira para asegurarse que no había ninguna amenaza nocturna en su zona. Sin querer encontró la ventana que daba al despacho de Pececito, el jefe del "ejercito del pueblo libre". La luz estaba encendida, Gran John acercó la mira todo lo que pudo. La cabeza del jefe ocupaba toda la mira, nunca había disfrutado de un blanco tan fácil, quieto, tan quieto que parecía dormido, podría acertarle de lleno con los ojos cerrados.

<< Que gustazo me daría desintegrándote la cabeza en estos momentos >> pensó. Tenia la secuencia en la cabeza, el tiempo se ralentizaba, la carga de plasma salía disparada de su cañón Gauss dejando una pequeña estela a su camino y a los pocos segundos impactaba directamente en la cabeza de Pececito después de romper la ventana en mil pedazos, una explosión tan blanca que cegaba dejaba un cuerpo sin cabeza, con el cuello humeante apoyado en la silla.

- ¡Gran John, Gran John! - alguien le estaba llamando en susurros, conocía esa voz de sobra, era su fiel compañero Glanius desde la base de la torre -¡Deja de apuntar al jefe o nos buscaras un buen lio!

<<Algún día...>> Gran John no soportaba las injusticias, menos aun la política que había adoptado el ejercito después de la muerte del fundador.

Glanius subió a la torre. Era un chico alto, de complexión normal, aunque no sabía exactamente su edad, debía estar más cerca de los treinta años que de los cuarenta. Lo más característico era su larga cabellera atada con una cuerdecita, que le daba forma de cola de caballo, negra adornada con un mechón de color blanco. Llevaba debajo del brazo dos botellas grandes de cerveza. Estarían recién sacadas del frigorífico puesto que aun conservaban una fina capa de escarcha.

-¿Sabes que es lo que le paso al ultimo flipado que apuntó con un arma al Pececito?- preguntó Glanius entre balbuceos. Intentaba abrir las botellas de cerveza con los dientes, con un poco de esfuerzo consiguió abrirlas-¿Sabes lo que es un bukake? Pues eso le hicieron entre todos los compañeros del campamento. Y luego fue expulsado de la compañía con una mano delante y otra detrás- Las chapas que cerraban las cervezas le dejaron una pequeña herida en el labio inferior a causa del forcejeo.

-¡Ehhhh...es Glanius que bien se lo monta! ¡Noche tranquila, cervecita fresquita y ahora porrito!

La tranquilidad de la noche se vio interrumpida por gritos de horror procedentes de la ciudad. De un salto Gran John se levantó. Observó a través de la mira telescópica del cañón como una manada de lo que ellos denominaban centauros, se acercaba a la zona civil ante la pasividad de los guardias que vigilaban los aledaños del campamento.

Los centauros eran criaturas que se guiaban por su único instinto, la comida, les gustaba la carne fresca. Eran moles de carne con rostro humano que el mayor de ellos superaría por poco el metro de altura. Carecían de extremidades superiores. Se arrastraban con cuatro pequeñas piernas deformes, lo que los hacia lentos. El mayor peligro emanaba de su boca, formada por una especie de tres tentáculos que segregaban un líquido ácido verdoso capaz de corroer el metal. Eran capaces de lanzar grandes bocanadas de líquido ácido a una distancia considerable.  

- ¡Esos bichos acabaran con la población del exterior del campamento! ¿Nadie va a hacer nada? - la pregunta de Gran John no tuvo respuesta alguna -¡Glanius despierta a Potito! ¡Me da igual lo que pase no pienso dejar que la gente muera a mis ojos!

Glanius asintió con la cabeza y bajo corriendo al cobertizo donde dormía su compañero supermutante.
Monstruo del rio


Gran John observaba como los civiles que disponían de armas las utilizaban contra las abominaciones, aunque estas no eran lo suficientemente potentes para repelerlas y seguían ganando terreno, ya habían cruzado la zona del rio.

Un espectáculo de luces intermitentes procedentes de su caños Gauss empezó a abatir centuriones. Gran John observó como sus dos amigos saltaban la muralla del campamento en socorro de los ciudadanos. Pronto llegaron a la zona conflictiva.

Los supermutantes eran el arma perfecta contra aquellas abominaciones, por su condición los centuriones no se veían amenazados. Potito se dio un festín de golpes y cuellos rotos de centurión. Glanius por su parte partía en dos con su catana los pocos que dejaba con vida su compañero.

Gran John vio interrumpido su espectáculo de luces por un compañero del campamento que le intentaba placar, pero con un fuerte empujón de su brazo derecho lo tiró escaleras abajo. Una vez quiso volver a la acción observo como estaban todos los centuriones abatidos. Los civiles gritaban de alegría, no sabían el nombre de los héroes que les habían salvado la vida, pero todos aclamaban a aquellos desconocidos.

El júbilo de Gran John se vio interrumpido. Estaba rodeado por soldados armados del campamento. Todos los rifles apuntaban hacia su persona, soldado gritó:

-¡Gran John! ¡Baja! ¡No te resistas o morirás!

sábado, 18 de enero de 2014

CAPÍTULO III - REBELDES





GRAN JOHN


El eco de los disparos no cesaba ante la lenta avalancha de necrófagos salvajes que recorría las calles adyacentes al edificio donde se encontraba Gran John. Situado en la azotea de lo que era la estructura de un edificio de cuatro plantas, sentado en una silla metálica.
Debajo una plaza llena de escombros, siete necrófagos abatidos por su rifle de Plasma de A3-21 y su compañero supermutante Potito.
-¡Déjame alguno!-gritó. Los Supermutantes o meta-humanos eran humanos mutados, producto de la infección con el Virus de Evolución Forzada o V.E.F. Mucho más altos y musculosos que los humanos normales, tenían generalmente una piel verdosa, gris o amarillenta, inmunes a las enfermedades y a la radiación y con una fuerza y resistencia sobrehumanas. Aunque eran estériles, la rápida regeneración de sus células causada por el V.E.F. los hacia biológicamente inmortales, pero no inmunes a la muerte por heridas. Potito a diferencia de sus hermanos era de los pocos que aun no había perdido la razón.
-¡Ja...ja...ja...!- sentado en su silla Gran John tenia una vista perfecta de la plaza. Liándose un porro enorme y bebiendo cerveza veía acercase cualquier amenaza con la tranquilidad de estar bien protegido. Al fondo había un montón de escombros de la misma altura que el edificio. << ¡Lastima ese edificio daría mejor vista!>> lamentaba en su interior. La plaza estaba comunicada por cuatro calles. Era la vista de una ciudad en ruinas, arrasada por numerosas batallas. Lo que pareció ser una ciudad superpoblada y llena de vida, era ahora un montón de escombros inhóspitos.
Muy poca gente había visto en aquel lugar. Y cuanto más se adentraban en la ciudad mas desierta estaba. Por el tamaño de los edificios en ruinas deducía que estaban en el centro o casi en el centro de aquella ciudad fantasma.
-¿Donde esta Glanius?- dijo dándole una calada al porro. Su compañero alzo los hombros, musculados y verdes en señal de no saber nada -Estará echándose la siesta.
En ese momento algo sonó, como un derrumbamiento de escombros. Miró pero no vio nada.
-¿Que cojones es eso?- Potito estaba alterado, no le gustaban los sonidos fuertes. Esta vez fue mas cercano, algo se acercaba pero Gran John no veía nada desde la azotea. Por lo que decidió coger su cañón Gauss y mirar por la mira telescópica de alta definición.
Inspeccionó cada palmo de la plaza con la mira del rifle pero no encontró nada, mientras el sonido era cada vez más fuerte.
-¡Mierda!- escuchó maldecir a Potito. Quitó la mirada del cañón y observó a su izquierda como su compañero luchaba por no ser aplastado por una de las botas del gigantesco mutante que le atacaba.
-¡Es un Behemoth!- El Behemoth era la especie de supermutantes mas difícil de liquidar con diferencia. Doblaba en estatura a Potito, tenía una joroba muy pronunciada y en una de las manos llevaba cogido por los pies el cadáver de un hombre.
-Espera tío ya voy- si algo tenia Gran John era paciencia, no se alteraba por nada. Dió una gran calada al porro y se lo dejo apoyado en sus labios. Apuntó con la mira del cañón al pie que intentaba aplastar a su compañero y disparó.
Impactó de lleno en el pie de la monstruosidad e hizo que cayera de espaldas. Una vez en el suelo Potito fue a golpearlo con su mazo pero la criatura se levantó rápido y le golpeó con el cadáver que tenia en la mano, lanzándolo contra la pared de uno de los edificios de la plaza.
-¡Glaniuuuss! ¿Donde estas?- gritó Gran John, pero su grito se quedó sin respuesta -¡Cago en la hostia!- estaba seguro en la azotea pero su compañero corría serio peligro si no acababa pronto con la criatura.
La criatura dio un salto y intentó trepar hasta la azotea -¡Sube y veras Madrid campeón!- gritó desafiando al behemoth. Gran John tenía tres granadas de plasma colgadas de una cinta alrededor del pecho, cogió una y esperó. Una vez el gigantesco mutante asomo la cabeza por la azotea, le lanzó la granada que impactó de lleno en el rostro, haciéndolo caer los cuatro pisos de altura. Una gran nube de polvo y escombros volando inundó la plaza. El grito de dolor de la bestia retumbaba en las paredes adyacentes, pero no cesaba en su intento por acabar con ellos.
Gran John volvió a cargar el cañón y disparó dos veces mas a la cabeza de la gigantesca mole, esta se quedó aturdida sangrándole la frente y las encías, arrodillada, con las grandes manos apoyadas en una montaña de escombros. En ese momento sonó el filo de una espada y el crujir de la carne. El behemoth cayó muerto al suelo.
-¡Y con una estocada Glanius mata al toro de la tarde!- había aparecido de la nada y con un golpe certero de su catana atravesó la cabeza del mutante. Era fan de las espadas prueba de ello es que siempre llevaba una encima, bien afilada y cuando tenia ocasión no dudaba en ponerla a prueba.
-¿Potito estas bien?- grito Gran John con un tono tranquilo pero potente.
-Tengo dolor de cabeza- respondió su compañero el mutante - ¡Pásate el porro anda a ver si se me pasa!
-¿Donde te habías metido Glanius?- preguntó echándole el porro al mutante.
-Mira esto- llevaba colgando de la espalda un saco viejo de tela color verde pálido. Lo dejo caer en el suelo, el golpe hizo sonar el interior. Era un sonido metálico.
-¡Ostras!- el saco estaba lleno de dinero de antes de la guerra. El dinero de antes de la guerra escaseaba, la mayoría había sido quemado, desgarrado o perdido entre los escombros. Pero era de gran valor y con unos cuantos miles se podía vivir con todo lujo durante unos cuantos años.
-¡Habrá como doscientos pavos en monedas!- exclamó Gran John sorprendido al ver el montón de monedas que dejaba entrever los pliegues del saco.
-¡Doscientas trece para ser exactos!-replico Glanius moviendo las monedas con la punta de la espada-¿Lo declaramos?
-Si lo declaramos al comisionado de economía del ejército nos va a quedar una puta mierda a cada uno.
El comisionado de economía era el órgano encargado de gestionar los presupuestos del Ejército del Pueblo Libre. Presupuestos que obtenían con el pago de impuestos por parte de los ciudadanos, botines de guerra y objetos de valor que encontraban los soldados en misiones aisladas.
El Ejército del Pueblo Libre fue fundado sesenta años atrás. El fundador, el señor Ignacio Delfín, un hombre que dedicó hasta el último suspiro de su vida a la protección de los más débiles. Su idea reunir ciudadanos voluntarios e instruirlos en las artes de la guerra, con el fin de acabar con la injusticia, el vandalismo y restaurar la paz en todo el territorio. El ejército se financiaba a base de donaciones voluntarias por parte de la ciudadanía como comida, agua, munición y dinero en muchos casos.
Este fue el funcionamiento hasta la muerte del fundador. El ejército era idolatrado por todos. Los soldados los héroes de los niños. Niños que al tener suficiente edad se alistaban motivados por sus héroes.
A la muerte del señor Delfín todo cambió. Capitaneado por el hijo del fundador Junior Delfín y un sequito de ciudadanos interesados, cambiaron la política del ejército. Los impuestos se volvieron elevados y obligatorios. Aquel ser humano que no pagara los tributos al organismo económico del ejército no disfrutaría de protección alguna. Eran incontables las veces que se había visto morir a un civil a manos de otro o un insecto mutado, vándalos asaltando bares y tiendas de comercio ante la mirada pasiva de los soldados por no haber pagado los tributos. Soldados castigados por salvar la vida de civiles sin autorización porque estos no estaban al día en el pago de sus cuotas.
-¡Estoy hasta los cojones!- maldecía Gran John -Cuando me aliste Papa Delfín estaba al mando del ejercito- era el mote que le habían puesto los soldados al fundador del ejercito
-Luchábamos por un bien común, pero ahora... lo hacemos para que el cabrón de Junior y sus amigos se llenen los bolsillos a nuestra costa.- Gran John llevaba cerca de una década a los servicios del ejercito. Era un hombre de unos treinta años y desde los diecisiete había servido a la causa. Alto, robusto, pelo largo ondulado y una sonrisa falta de dientes fruto tantos golpes recibidos al servicio del pueblo - ¡Pero ya no más esto se acabo! ¡Cuando lleguemos le diré al pececito que dimito!- concluyó. Pececito era el mote de Delfín Junior. Casi todos en el ejército tenían un mote, este casi siempre lo asignaba un compañero de mayor rango, aunque la mayoría eran soldados por lo que los motes solían cambiar con el paso del tiempo.
-¿Y que vas a hacer? ¿Montar tu propio ejercito?- bromeo Potito dando las ultimas caladas al porro.
-Ya veremos. ¡Vámonos que se hace tarde!
Recogió sus armas en la azotea. Estaba anocheciendo, los últimos rayos de sol rebotaban entre las partículas del polvo que inundaba aquel sitio fruto de la reciente batalla.
Registraron el cuerpo inerte del Behemoth y del pobre hombre que llevaba por arma el engendro. No encontraron más que polvo, restos humanos y un paquete de tabaco manchado de sangre sin estrenar.
Caminaron hacia el sur, en busca del río que cruzaba la antigua ciudad donde se situaba uno de los puestos de vigilancia del ejército. Allí les esperaba comida caliente, Whisky y una cama donde dormir no sin antes realizar la ultima patrulla por los alrededores del complejo para evitar posibles amenazas nocturnas.
La comida y la cama corrían a cargo del presupuesto anual del ejército, pero la munición y el equipamiento tenia un coste por alquiler para los soldados. Gran John lo sabia y también sus compañeros Glanius y Potito. Tenían las monedas para realizar el pago, en ese caso no les quedaba mas remedio que declararlas como botín de guerra para no correr el riesgo de ser descubiertos y ser castigados por ello.
Potito era el único que utilizaba armas propias, sus fuertes puños y una maza que fabricó con un tubo rígido y un bloque de hierro macizo unidos por muchos alambres.
Glanius tenía su fiel katana en propiedad pero el resto de armas eran de alquiler.
Gran John disfrutaba del mejor equipamiento del ejercito excepto de la servoarmadura. Vestía una armadura convencional de antes de la guerra, que recientemente le había quitado al cuerpo sin vida y en plena descomposición de un hombre que encontró sepultado entre los escombros de una gasolinera en ruinas hacia unas semanas. Pese a los múltiples lavados la armadura aun apestaba a podredumbre, y semanas de poca limpieza corporal tampoco ayudaban mucho. Aunque un campamento de veinte o treinta hombres y un supermutante con una higiene similar ayudaba bastante a disimular olores.
-Nos tienen cogidos por los huevos, deberemos declarar y pagar los alquileres sino queremos salir a patrullar en gayumbos- dijo Glanius, mientras fumaba un cigarro camino de regreso.
-Pagaremos, pero estoy arto de alimentar a esta arpía que llamamos Ejercito del Pueblo Libre y que en realidad lucha por ella misma- añadió Gran John.
-Estoy contigo colega y espero que Potito también-Potito asintió la cabeza-Ojalá el pueblo se sublevara como antaño contra estos matones a sueldo, si Papa Delfín levantara la cabeza...
-¿Acaso la humanidad no ha derramado suficiente sangre? Esto hay que iniciarlo desde dentro, como un virus que poco a poco vaya devorando este sistema corrupto que ha creado Pececito y sus secuaces- Gran John era muy fan de las teorías conspiradoras, había leído casi todos los libros de grandes conspiraciones que aun se conservaban de antes de la guerra.
El camino de regreso fue tranquilo, salvo cuatro necrófagos salvajes que Potito se encargo de machacar con sus propios puños. Cuanto más cerca del campamento mas casas en ruinas habitadas había. El centro de la ciudad era lo más castigado por la guerra, sin embargo las periferias se mantenían en bastante mejor estado y actualmente eran los sitios donde más población se podría encontrar. Bares nocturnos, casas de empeño, prostíbulos, armerías, tiendas de alimentación, todo iluminado con luces de todas formas y colores posibles, como si de una feria ambulante se tratara.
Lo mas frecuente a esas horas era ver gente ebria vagando por las calles de bar en bar, tanto civiles como soldados en horas de permiso. Otros durmiendo en el suelo tapados en cartones por no tener casa donde cobijarse, dinero para pagarse una pensión o simplemente estar demasiado borracho para volver a casa por su propio pie.
El alcohol se había convertido en la única vía de escape de mucha gente en aquel mundo de depresión continua.
De entre la multitud Gran John observó sentada en el suelo una niña, no tendría más de ocho o nueve años. Estaba bastante flaca, muy sucia, con la cara llena de barro seco. Vestía ropa vieja y desgarrada. Por el trapo sucio con munición de fuego de poco calibre que tenia en el suelo debía comerciar para ganarse la vida. << ¿A esto hemos llegado?>> pensó Gran John, se dirigió a donde estaba y de cuclillas le pregunto:
-¿Quien eres?-
-¡No soy nadie!- respondió la niña con voz bajita.
-¿Y tus padres?-
-¡Soy huérfana!- para ser una niña tan joven respondía muy segura y sin titubear. Gran John extrañado seguía preguntando.
-¿No tienes casa? ¿Donde vas a pasar la noche?-
-¡Las calles son mi casa!- la ultima respuesta de la niña caló en lo mas hondo del corazón de Gran John.
-Trae eso Glanius- señaló al saco que llevaba su compañero con las monedas, metió la mano dentro y sacó un puñado de monedas -Toma búscate un lugar donde dormir y comer caliente las calles no son la casa de nadie- la niña cogió las monedas y salió corriendo en dirección contraria a donde iban Gran John y sus compañeros, dejándose el trapo con la munición -¡Al menos esas monedas servirán para una buena causa!