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sábado, 30 de agosto de 2014

CAPÍTULO XXXIV - CAZADOR CAZADO




JACQ



Los primeros rayos de sol de la mañana hicieron acto de presencia por la ventana de la casucha de Pervert, iluminando el salón donde Jacq había dormido casi toda la noche.
La resaca martilleaba con contundencia su cabeza y eso que no llegó a emborracharse, al parecer el Whisky que les habían servido era de todo menos Whisky.
<< ¡Otro chupito para desayunar y fuera resaca!>>, trató de incorporarse, pero al abrir los ojos observo como Cristine dormía plácidamente la mona encima de él.
<< ¿Y esto?-pensó al ver a la muchacha-¡De esto no me acuerdo yo!>>
Quiso quitársela de encima con mucho cuidado para no despertarla, pero antes de que pudiera moverse ella ya había abierto los ojos.
-¡Buenos días borrachuza!- vaciló Jacq.
-¡Joder que dolor de cabeza!-dijo Cristine incorporándose-¿Que paso anoche?
-¿No te acuerdas?
-¡No!-respondió tajantemente.
-¡Follamos como salvajes aquí en el suelo!- Jacq sabía perfectamente que había pasado la noche anterior, pero parecía que Cristine no se acordaba de nada. La muchacha quedó petrificada al oír sus palabras, el rostro tomaba cada vez un tono más rojizo por momentos. Jacq trataba de contener la risa, pero finalmente no pudo más y estalló en una gran risotada.
-¡Imbécil!-Cristine lo golpeó en un brazo-¡De verdad cuéntame que pasó!
-Te emborrachaste y tuvimos que llevarte a casa a rastras, solo eso-Jacq recordaba las palabras de la muchacha cuando la noche anterior cagaba con ella en brazos hacia la casa de Pervert, pero le restó importancia al ver su nivel de embriaguez-¡Tengo hambre!
-¡Y yo!
No parecía que en aquella pocilga hubiera rastro alguno de comida. En una de las esquinas había una vieja nevera, blanca, abollada, como si le hubieran propinado varios golpes en un momento de ira. Jacq se acercó para comprobar su interior, pero allí solo encontró telarañas y porquería.
-¿Pervert?-gritó Cristine repetidas veces desde la escalera, pero nadie respondió-¿Pervert?
-¡Déjalo!-protestó Jacq- ¡Vámonos al bar!- Le rugían las tripas, lo último que comió fue el mutajabalí que cazó en las cercanías del lago, así que debía matar dos pájaros de un tiro, por un lado la resaca y por el otro el hambre.
Tirados en una mesa metálica situada detrás del sofá, había entre otras cosas, unos pantalones y una camiseta tan sucios que Jacq no quiso imaginar a quien podrían haber pertenecido, pero era lo único con lo que podía vestirse, no iba a permitirse el lujo de salir de la casa en calzoncillos.
Una vez vestidos abandonaron la casa en dirección al bar. Debía ser muy temprano puesto que el sol incidía en posición casi horizontal al pueblo.
Cristine estaba más callada que de costumbre, durante el paseo hasta el bar no abrió la boca ni para bostezar. A decir verdad, hacía un par de días que Jacq la había conocido, aunque la mayor parte la había pasado encima de él. Quizás sin estar borracha fuera más tímida de lo que aparentaba a simple vista.
Al entrar al bar volvió a hacerse de noche, parecía como si no hubiera pasado el tiempo, la misma gente, aquel típico aroma a tabaco, el suelo igual de pegajoso por culpa del alcohol que derramaban los borrachos al mover sus copas al andar. Hasta Pervert se encontraba sentada en la misma mesa. Sujetaba entre sus manos una taza metálica que al parecer contenía café.
-¡Aquí están los tortolitos!-gritó Pervert cuando les vio entrar- ¡Estabais tan monos durmiendo abrazaditos que no he querido despertaros!
-¡Menos guasas!-dijo Jacq. A él no le molestaba en absoluto, pero no sabía si Cristine se sentiría incómoda con la situación.
-¡Menudo despertar!-Pervert no paraba de sonreír-Anda siéntate y desayuna que me traes un careto... y de las pintas mejor ni hablamos je...je...je...
-¡Pues el careto de todos los días llevo!-vaciló Jacq. Al tomar asiento el camarero se presentó de inmediato. Algo si había cambiado desde la noche anterior, la persona que estaba sirviendo los desayunos era un chaval joven con el pelo rizado y pelusilla en la barba.
-¡El menú de hoy es tortilla de huevos de a saber que!-el tono parecía serio, como si estuviera enfadado, pero la expresión de su rostro daba a entender todo lo contrario.
-¿No jodas que no sabes de que son los huevos?-Jacq alucinaba por momentos.
-Los encontramos ayer mientras cazábamos saltamontes, no sabemos de que son pero están de puta madre-respondió el camarero.
-¡Ponme un par de ellas y una cerveza!-tenía tanta hambre que comería lo que le echaran.
-¿Y usted señorita?-preguntó al camarero refiriéndose a Cristine que ponía cara de asco.
-¡Agua por favor!-respondió sin cambiar el gesto de su rostro.
-¡No seas tonta y come algo, está rico, rico!-dijo Pervert que parecía haber comido también aquellas tortillas.
-¡Esta bien!-Cristine se encogió de hombros-¡Agua y tortilla!
-¡Marchando!-se notaba que el chaval había estado durmiendo toda la noche o que iba puesto de alguna droga, tanta energía matutina no era muy normal.
-¡Anda que menudos dos fichajes hice!-Pervert no dejaba de reír, << ¿Habrá fumado algo?>>- ¡Tú!-refiriéndose a Jacq- Hiciste lo que nadie ha conseguido nunca. Tumbar al viejo Benjamín en una apuesta de beber. Y tú-esta vez era el turno de Cristine- ¡Parecías modosita, pero joder como traga la niña!
-¡Tu por lo que se ve te quedaste durmiendo en casa!-bromeó Jacq-¡Menuda energía llevas de buena mañana!
-¡Tomate uno de estos!-Pervert dio unos toquecitos con el dedo en la taza de café-¡Mano de santo!
-¡Creo que primero me esperaré a la famosa tortilla!
El camarero sirvió rápidamente la bebida. El primer trago de cerveza le supo amargo, pero estaba fresca y eso era de agradecer, Jacq odiaba la cerveza caliente. Momentos después llegó el camarero con dos platos rebosantes de comida.
-¡Las damas primero!-la primera en ser servida fue Cristine, luego Jacq. Mas que una tortilla parecía un huevo revuelto con algún condimento negro extraño mezclado por la masa. Parecía grasa de la sartén pero era mejor no pensarlo, total tampoco sabían de que eran esos huevos.
La percepción de la tortilla cambió cuando Jacq dio el primer bocado, no era precisamente un manjar, pero se dejaba comer. Cristine cogió un puñado con los dedos, pero antes de metérselo en la boca miró a Jacq, no parecía segura de querer comerse aquel plato, pero al ver como él disfrutaba comiendo terminó por meterse la comida en la boca.
El resto del desayuno lo pasaron entre risas y bromas, en el bar comenzaba a respirarse un ambiente diferente al de la noche anterior. Los borrachos fueron abandonando el antro poco a poco hasta que solo quedaron Jacq, el camarero y las dos chicas.
-¿Y donde dijiste que podía encontrar a ese tipo que podía arreglarme la servoarmadura?-preguntó Jacq mientras se limpiaba la boca con la camisa. Si no estaba lo suficientemente sucia ahora lo estaba aun más.
-¡Sera mejor que vaya yo a tratar con él!-contestó Pervert-Al viejo Gaspar no le gustan los forasteros y en el caso de que acepte repararla, intentará cobrar más de lo que cuesta.
-¿Y mientras que hacemos nosotros?
-A cambio hoy podríais ir de caza por mí.
-¿Con que armas?-a Jacq no le importaba ir de caza, fue lo único que hizo día si día también en su viaje con Poli desde el este, pero con un palo iba a ser complicado que pudiera cazar nada. Tampoco recordaba donde había metido el machete que siempre le acompañaba.
-¡De eso me encargo yo!-respondió Pervert-¡Volvamos a la casa!
Entre los dos pagaron la cuenta ya que Cristine no tenía ni una chapa encima ni nada con que comerciar. Salieron del bar y se dirigieron de nuevo a la casucha de Pervert. Al llegar subieron a la planta de arriba donde se suponía que estaba la habitación de la mujer. Jacq no estaba equivocado, si era su habitación, pero en ella guardaba un armario con un buen arsenal de armas.
-¡La hostia!- Jacq alucinaba, en aquel armario había varias decenas de armas, pistolas, metralletas, cuchillos...
-¡Esta es mi particular colección, elegid la que queráis!-alardeó Pervert. Jacq se fijó en una en particular, anteriormente nunca había visto semejante artilugio. Se trataba de una Láncelot de gran calibre, la cual llevaba incorporada una sierra mecánica. Imaginaba como seria desgarrar la carne del enemigo y saborear el sufrimiento de su víctima a manos de aquel artefacto.
-¡Me quedo con esa!-dijo Jacq señalando el arma con el dedo.
-¿La Elí?-preguntó Pervert-Este bicho lo modifiqué yo un día que no pude salir a cazar. Parecía que se iba a acabar el mundo, cayó una fuerte tromba de agua. Las casas más bajas del pueblo quedaron inundadas. En fin-suspiró-sería una buena arma, el caso es que no tenemos munición. Pero podrás utilizar la sierra, las células fotovoltaicas hacen que no sea necesario cargarla. Siempre está cargada.
Pervert desencajó la Láncelot de la base que la sujetaba, en los brazos de la chica parecía pesada, pero al dársela, Jacq comprobó que era más ligera de lo que a simple vista aparentaba.
-¡Mola!-sonrió Jacq.
-¿Y para la niña?-preguntó Pervert refiriéndose a Cristine. Esta parecía indecisa, miraba a un sitio y otro sin decidirse por un arma en concreto.
-¡No se disparar!-la muchacha se encogió de hombros-¡Creo que elegiré esta!-señaló un machete con mango de puño americano.
-¿Os vais de caza o de carnicería?-bromeó Pervert-¡Que sádicos!-sacó el machete y cerró las dos puertas del armario-En fin, conforme salgáis si vais hacia el este, o sea hacia la derecha del pueblo encontrareis un cementerio en la cima de una pequeña montaña, allí crecen una especie de libélulas tan grandes como mi pierna. Intentad no desgarrarlas mucho, la carne es deliciosa y muy bien pagada, se compra al peso. Jacq yo me encargare de llevarle tu traje al viejo Gaspar para que lo repare. Luego me reuniré con vosotros. Que os divirtáis, nos vemos luego.
De camino a las afueras de Salatiga Jacq no dejaba de pensar. A decir verdad estaba muy a gusto en aquel lugar, buena comida, bebida abundante, tranquilidad, era cuanto podía desear un ser humano, pero su hermana seguía lejos, sin poder saber nada de ella. Tenía unas ganas locas de salir de allí y dirigirse de nuevo a Odín, pero necesitaba chapas y ahora solo tenía las sobras del desayuno.
<<Si al menos supiera que mi hermana está bien todo sería mucho más fácil>>
-¿Sabes manejar bien eso que llevas ahí colgando?-pregunto mirando el machete que Pervert le había dejado a Cristine. Durante unos momentos la muchacha se quedó mirándole fijamente.
-¡Con uno parecido le rajé el cuello al mandamás del Notocar, así que ándate con cuidado!-respondió Cristine dejando escapar una pequeña sonrisa.
-¡No jodas!-Jacq no creía una sola palabra-¿En serio?
-¡Es broma!-la muchacha de pelo negro se sonrojó.
Al cruzar las puertas de las improvisadas murallas del pueblo fueron hacia el este, tal y conforme les había explicado Pervert momentos anteriores.
El trajín de comerciantes era constante, en ese momento llegaban a la entrada dos caravanas comerciales, Jacq pensó en hablar con los mercaderes para comprar munición, siempre y cuando dispusieran de ese tipo, pero al ver las pocas chapas que le quedaban cambió de idea, << ¡En otro momento!>>, pensó.
El cementerio de las famosas comenzaba a divisarse a lo alto de la montaña, aunque esta no era tan pequeña como había explicado Pervert. Había decenas de crucecitas hechas con palos, estaba cercano a Salatiga, por lo que supuso que se trataría del cementerio donde acababan enterrados los habitantes de aquel lugar. No hizo falta llegar hasta la cima para toparse con la primera presa.
-¡Mira eso!-dijo Cristine señalando en dirección a unos matorrales resecos. Un insecto enorme, del tamaño de Elí, buscaba restos comida entre los matojos. De alas trasparentes con dibujos de colores intensos, el torso era negro y peludo con un pelo frondoso bastante fino. La más tímida brisa movía cada pelo del bicho. Los ojos eran saltones de color azul turquesa, la luz sol se reflejaba en ellos como dos espejos. Se apoyaba sobre cuatro patas traseras y rebuscaba con las dos delanteras, estas sensiblemente más pequeñas. Las alas guardaban una enorme cola del mismo color que los ojos. A simple vista era una criatura hermosa como ninguna, pero si algo le había enseñado la vida a Jacq era a desconfiar de cualquier animal mutado.
-¡Son las famosas libélulas de las que habla Pervert!
-¡Es hermosa!
-¡Tu lo eres aun más!-Jacq no sabía porque había dicho eso, pero no le dio importancia, aunque Cristine si pareció darle, o al menos eso decía su enrojecida cara.
La criatura al darse cuenta de su presencia levantó el vuelo con claras intenciones de atacar. Una vez alcanzó suficiente altura comenzó un rápido descenso hacia su posición.  
A parte del gatillo para disparar, Elí disponía otro alargado como un botón, en la zona de sujeción que activaba la sierra eléctrica. Jacq apretó el mismo con ganas, levantó en posición vertical el arma y paró el vuelo del animal. Al impactar contra Elí la libélula se partió en dos, un líquido verde viscoso salpicó llegando a manchar tanto a Jacq como a la muchacha.
La abominación había perdido todo su encanto, no solo porque ahora se le vieran sus entrañas, lo peor era que el líquido viscoso que había salpicado apestaba a mugre.
-¡Brutal!-gritó Jacq emocionado-¡Me encanta esta arma!
-¿Y ahora como cargamos con el insecto?-a Cristine no parecía gustarle la idea de tener que tocar la libélula como ya había demostrado el día anterior al no querer tocar el Nasaba.
-Habrá que buscar algún sitio donde esconder los animales y recogerlos cuando volvamos al pueblo-explicó Jacq mientras recogía los dos pedazos en que había quedado el animal. Merodearon por la zona en busca de algún escondrijo donde dejar las presas, finalmente encontraron un viejo coche abandonado en medio de la montaña. El exterior estaba totalmente oxidado, aun conservaba la luna delantera pero el resto parecía que las hubieran desmontado. Las ruedas al igual que los cristales brillaban por su ausencia, pero tenía algo raro, daba la impresión de que aquel vehículo nunca había tenido ruedas.

El maletero estaba entreabierto, Jacq intentó abrirlo, pero el óxido y la suciedad acumulada durante años y años hacían de esta una tarea un tanto complicada. Con la ayuda de Cristine consiguió abrirlo, la puerta chirrió violentamente al moverse. Una vez abierto, Jacq depositó el cadáver de la libélula y de un portazo dejó cerrado de nuevo el maletero.
-¿Continuamos?-preguntó Jacq, pero la muchacha no respondía-¿Estás ahí?- al girar la vista observó la cara de temor de Cristine, señalaba con la mano temblorosa. Cercano a su posición un Nasaba lanzaba zarpazos contra lo que parecía ser un perro. El animal se defendía con dificultad, intentaba morder el cuello de la abominación pero sin resultado alguno. Inmediatamente Jacq corrió como un loco con la sierra eléctrica en marcha hacia la abominación. El primer impacto dio de lleno en el cuello del Nasaba. El perro al escuchar el desgarrador sonido del arma se alejó de la zona, quedando en posición defensiva gruñendo y mostrando los dientes.
Jacq sujetaba con contundencia el arma que sesgaba lentamente el cuello del Nasaba. Este, lanzaba violentos zarpazos a diestro y siniestro acompañados de un continuo grito ensordecedor. Uno de los golpes alcanzó el arma de Jacq lanzándola varios metros lejos de él. El impacto hizo que Jacq perdiera el equilibrio y cayera de espaldas al suelo.
-¡Cristine ayúdame!-pero la muchacha no respondía. Tirado en el suelo y sin armas Jacq observaba como la abominación se abalanzaba encima suyo con la cabeza colgando de un pequeño tendón aunque parecía que a esta no le importara lo más mínimo. La sangre corría por la apertura que la sierra mecánica había dejado en el cuello de la criatura. Grandes gotas de aquel líquido caían en la cara de Jacq, que veía como el Nasaba se disponía a darle el golpe de gracia.
Cuando parecía que todo iba a acabar, el perro se abalanzó sobre el Nasaba arrancándole de un bocado el único tendón que sujetaba la cabeza de la criatura. Jacq rápidamente cogió a Elí y la clavó sobre el pecho del Nasaba que se retorcía patas arriba en el suelo. Rápidamente Jacq accionó el gatillo y la sierra mecánica desgarro el torso del Nasaba.
-¡Gracias amiguito!-Jacq jadeaba a causa del esfuerzo realizado y por el miedo que había pasado momentos antes. El perro agachó las orejas, sacó la lengua y comenzó a mover el rabo de un lado a otro en señal de felicidad. Tenía el pelo marrón con una gran mancha negra en el lomo, como si de una capa se tratase. Las orejas eran grandes, puntiagudas, siempre en posición firme y vertical excepto cuando por voluntad propia las agachaba. El hocico alargado de color negro, dibujaba una sonrisa amigable, pero momentos antes frente al Nasaba esos mismos colmillos retrataban un animal feroz. Era gacho de patas traseras, aunque aquello parecía algo natural en esa clase de perros.
Jacq sabía que en el antiguo mundo los perros tenían asignadas unas razas en función de su aspecto, pero no tenía ni idea de cuales eran, para él todos eran iguales.
-¿Tienes dueño?-preguntó, aunque no esperaba a que el animal hablase. El perro se limitó a ladrar dos veces y a mover el rabo-¡Te voy a llamar Troy!- aquel nombre pareció gustarle al animal, que movía el rabo con más velocidad al oír su nuevo nombre- ¡Vamos Troy!
Jacq cogió por una pata el Nasaba sin cabeza y lo arrastró hacia el coche, donde Cristine lloraba sin consuelo aun atemorizada.
-¡Perdóname!-dijo entre llantos, acurrucada en el suelo, con las manos resguardadas entre las rodillas.
-¡No te preocupes, no ha sido para tanto!-Jacq intentaba que la muchacha se calmara, pero sus intentos no parecían dar el resultado deseado.
-¡Si no fuera por el perro ahora estarías muerto!-Cristine balbuceaba con la vista perdida en el suelo.
-¡Soy un hombre de recursos!-Jacq dejó escapar una leve sonrisa-¿Te crees que es tan fácil acabar conmigo?-al ver que la muchacha no respondía se sentó a su lado y la rodeó con sus brazos, dándole un fuerte y cálido abrazo. Aquel abrazo le recordó a Poli, en tantos fríos días de invierno cuando utilizaban sus cuerpos para darse calor mutuamente, pero esta vez era diferente-¡Seca esos ojitos, son más bonitos cuando están alegres!
La muchacha se sonrojó pero por fin pareció sonreír. Ella levantó la vista del suelo y miró fijamente a los ojos de Jacq que continuaba abrazándola. Lentamente y sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos, Cristine se acercó apoyando la cabeza en su hombro. Al tenerla tan cerca Jacq observó que los ojos de la muchacha eran preciosos, marrones oscuros, casi negros.
No sabía muy bien cómo actuar, las únicas mujeres con las que había estado eran fulanas que trabajaban en prostíbulos, pero ella era diferente y no podía evitar ser atraído por aquella mirada, aunque aquella situación lo incomodaba al ser sentimentalmente inexperto.
Finalmente se dejó llevar por la situación y la abrazó con más fuerza sin dejar de mirarla. Cristine cerró los ojos y le dio un beso en la boca. << ¿Y esto?-pensó desconcertado-¡Ahora no va borracha!>>, Jacq con mano temblorosa acarició suavemente el rostro de la muchacha que al notar el tacto de sus dedos volvió a cerrar los ojos y sonrió. Esta si era un sonrisa sincera.
El corazón le palpitaba con tanta energía que hasta el perro pareció darse cuenta de ello.
-¡Troy!-tumbado en el suelo el perro movió las orejas al escuchar su nombre-Tú no has visto nada ¿vale?  
Jacq cogió con fuerza a Cristine y la sentó sobre su regazo, sujetándola firmemente por la cintura. La muchacha no dejaba de sonreír y él se sentía cada vez mas cómodo, no podía dejar de mirarla y acariciarla, notaba como en cada caricia se le erizaba el vello. Suavemente puso la mano en su espalda para sujetarla mejor, Cristine no dejaba de sonreír tímidamente con los ojos cerrados. Esta vez fue Jacq quien con sus labios cubrió los de ella. Pasaron a ser una sola saliva y un solo sabor, el de la tortilla matutina, esta vez sí era deliciosa, el mejor manjar que jamás había probado. Jacq la sentía temblar contra su pecho como una luna en el agua.
-¡Auuuuuhhh!- Troy dejó escapar un aullido.

sábado, 28 de junio de 2014

CAPÍTULO XXIX - VOLARÉ


TRAISA



No pudo pegar ojo en toda la noche. La guerra no terminó cuando el sargento Campos consiguió aterrizar el pájaro en la azotea de la base de la Hermandad. Traisa observó como decenas, quizás centenares de personas heridas y otras tantas fallecidas por las calles de Penélope lo confirmaban. Eran los únicos derrotados, gente que luchaba día a día por buscar algo de comida que llevarse a la boca o un chute de cualquier mierda para ponerse y olvidarse de aquel infierno. La población más débil que no tenía un techo donde dormir, esclavos de antepasados que no supieron arreglar sus diferencias de forma civilizada.

Traisa lo sabía muy bien, horas y horas leyendo manuscritos, libros de historia incompletos, destrozados por el paso del tiempo o las guerras pasadas, por más que leyera todos llegaban a la misma conclusión. Esta quedó en evidencia después de la batalla entre la Hermandad del Rayo y el Ejército del Pueblo Libre.

Los medicamentos empezaban a escasear, Traisa sujetaba fuertemente con su mano izquierda una jeringa cargada de metacodeína un derivado opiáceo bastante potente. Se debatía entre meterse ella mismo el chute o reservarla para algún paciente que lo necesitara.

Seguramente habría muchas personas que lo necesitaran más que ella y el medicamento comenzaba a escasear, pero Traisa comenzaba a sentir como el agotamiento se apoderaba de todo su cuerpo, un chute la ayudaría a conseguir fuerzas para seguir con su labor sin desfallecer en el intento.

Sin pensarlo dos veces cambió de mano la jeringa y se pinchó ella misma en el brazo izquierdo. Conforme la metacodeína penetraba en sus venas notaba como todos sus sentidos se despertaban. Su corazón latía con más fuerza como si quisiera salirse del su pecho y aquello, le incomodaba.

El improvisado campamento de primeros auxilios donde Traisa trabajó toda la noche y parte de la mañana, aguantó hasta que los medicamentos terminaron. Muchas fueron las personas que recibieron asistencia otra sin embargo no tuvieron tanta suerte.

Traisa imaginaba que aquello había sido una obra del general Sejo para ganar popularidad entre los supervivientes de Penélope. Estaba completamente segura de que no se habían utilizado todos los medicamentos disponibles en la base y que aquello había sido básicamente una estrategia para limpiarle la cara a la Hermandad del Rayo después de lo acontecido.

-¡Guapa es hora de volver!-dijo Benito, un chico joven de cuerpo atlético, que aun no pertenecía a ningún grupo de la Hermandad pero que solía participar en muchas de las tareas que no requerían de presencia militar. Siempre se dirigía a Traisa llamándola guapa y con una sonrisa.

De regreso al Odín observó como el pájaro estaba aparcado en la azotea de la base. Los rayos del sol rebotaban en la pintura negra metalizada de la nave creando un efecto dorado en la coraza de la misma.

<< ¡Es bonito y terrible a la vez!>>, pensó Traisa al verlo.

Tenía unas locas ganas de acostarse en su cama, pero dentro de la base aun le esperaba una última tarea. Debía de echar un último vistazo a Poli antes de irse a dormir. Ni Jacq ni Acero habían vuelto y el estado de la muchacha empeoraba a cada día.

No hizo falta llegar hasta la sala para comprobar que algo iba mal. Se escuchaban gritos desgarradores por todo el pasillo, procedentes de la sala de curas.

Traisa asustada se apresuró en llegar al origen de los gritos, seguida por Benito. Este tenía la cara tan blanca que podía confundírsele con el color de las paredes de la enfermería, aunque al resto de compañeros que patrullaban por los pasillos de la base parecía no importarles lo más mínimo que alguien estuviera sufriendo delante de sus narices.

-¡Deja de pincharme gilipolleces y dame algo fuerte cubo de basura andante!-gritaba Poli al doctor Robot retorciéndose del dolor en su cama.

-¿Qué te pasa niña?-pregunto Traisa intentando calmar a la mujer.

-¿Que que me pasa?-protestó-¡Siento como si me estuvieran aplastando el pecho con un objeto muy pesado eso es lo que me pasa!

-¡Informe!-ordenó Traisa al doctor Robot que tenia monitorizada a Poli en todo momento.

-El paciente ha sufrido un empeoramiento repentino, arritmias constantes, probabilidad superior al ochenta por ciento de sufrir muerte súbita, síndrome conocido como Wolff Parkinson White- el nuevo diagnóstico del doctor Robot dejó a Traisa petrificada. No quedaba tiempo para reaccionar, aquella mujer estaba condenada a la muerte. <<Lo único que puedo hacer es sedarla, así dejará de sufrir>>. Cogió uno de los frascos que contenía Zopoclone un sedante sintetizado por el doctor Robot, lo introdujo en uno de los compartimentos que el androide utilizaba para administrar medicamentos. Una vez montada la dosis el doctor Robot pinchó a Poli que pareció no notar la aguja, poco a poco fue bajando los parpados hasta quedarse dormida.

-¡La muerte es un contrato al cual no podemos renunciar!- gracias a las palabras de su compañero Benito una retorcida idea le vino a la cabeza. Necesitaría ayuda de alguien que supiera pilotar el pájaro, tomarlo prestado y trasladar a Poli hasta la coordenada donde le dijo a Acero que mandara a Jacq, y sobre todo, esperar un golpe de fortuna y encontrar el supuesto búnker con el material necesario para llevar a cabo el trasplante.

Tendría que actuar con rapidez y cautela, un mal paso podría suponer el calabozo.

-¡Benito necesito tu ayuda!- Benito era de las pocas personas en las que Traisa confiaba ciegamente.

-¿Que tienes en mente guapa?-preguntó el muchacho, aunque por su expresión sabia que dentro de la cabeza de Traisa se estaba cociendo algo.

-¿Conoces a alguien de confianza que sepa pilotar el trasto ese que tenemos aparcado en la azotea?

-¡Yo mismo!-la respuesta sorprendió a Traisa-¡He dado algunas clases con el simulador pero aun estoy muy verde! ¿No estarás pensando en robar el pájaro y trasladar a esta muchacha?

-No lo voy a robar, solo lo voy a tomar prestado- sonrió, algo que no pareció convencer a Benito.

-El general Sejo no lo va a permitir-Benito se encogió de hombros.

El muchacho tenía razón, pero la idea que Traisa tenía en mente era utilizar el pájaro sin que nadie se enterara.

-Lo haremos por la noche, es cuando menos guardias hay. Esperemos que la pobre aguante.

-¿Haremos por la noche el que? ¿No estarás pensando en robarlo?-preguntó Benito que parecía no dar crédito a lo que Traisa le proponía.

-No te voy a obligar a hacer nada guapo. Consígueme alguien que pilote por ti. Aprovecharemos la oscuridad de la noche para colarnos en el pájaro y llevárnoslo prestado.

-¡Te ayudaré, pilotaré, pero si fracasamos y nos arrestan diré que me obligaste!

-¡Esta bien! ¡Confío en que lo harás!- sabía que Benito nunca la delataría, era como el hermano pequeño que nunca tuvo-Nos reuniremos aquí cuando las luces del Odín se iluminen.

Benito asintió con la cabeza y rápidamente salió de la sala. La metacodeína parecía hacerle fluir las ideas, sin saber cómo había dado con el plan perfecto. El sargento Campos siempre coqueteaba con ella, pero Traisa no se sentía atraída por él y le daba largas. Podría aprovecharse de los sentimientos que el sargento tenía hacia ella y obligarle a darle un paseo romántico con la nave.

Se tumbó en su cama con la intención de dormirse hasta la hora convenida con Benito, pero los nervios no dejaron a Traisa pegar ojo.

Las primeras luces cobraban vida en los edificios del Odín, el sol agotaba sus últimos momentos de vida dejando a su paso la oscuridad de la noche.

Traisa se dirigía con paso firme hacia la sala de curas. Al acceder comprobó que Benito la estaba esperando, sentado en la cama paralela a la de Poli, esta dormía plácidamente a causa del sedante que le suministró el doctor Robot horas antes.

-¡Benito!-saludó al ver al muchacho. Parecía nervioso, sin duda la tarea de conducir el pájaro le estaba mermando la moral-¡No te preocupes, he conseguido un piloto mucho más experimentado que tú!-las palabras de Traisa parecieron calmar a Benito.

-¿Cual es el plan?- pregunto el muchacho.

-Coge a Poli, envuélvela en una manta y aprovecha el cambio de guardia para llevártela a la nave. Asegúrate de que sea lo más parecida posible a un saco de patatas-Benito prestaba atención a cada palabra de Traisa-No creo que tengas problema, si te preguntan di que vas al almacén. Espérame escondido en la nave y no te muevas hasta que yo llegue.

Pese a su juventud Benito era corpulento y fuerte, no le supondría problema alguno cargar el solo con Poli.

Una parte del plan estaba en marcha, ahora Traisa debía encontrar al sargento Campos. Se dirigió hacia la habitación donde se suponía dormía Campos con el resto de integrantes de su escuadrón.

Al llegar no encontró más que un hedor a pies sudados y al soldado Mompo dándose placer a sí mismo.

-¡Joder tía llama antes de entrar!- la cara del soldado tornó de color como las guindillas al percatarse de la presencia de Traisa. Rápidamente se tapó el miembro con una revista rota que tenía cerca encima de una mesa de metal.

-¿Cómo voy a llamar si la puerta estaba abierta?- Traisa no podía aguantar la risa y el soldado se ponía mas rojo por momentos-¿Sabes donde esta Campos?

-¡Se ha ido a tomar unas cervezas a la azotea! ¡Ahora lárgate de aquí!- protestó Mompo señalándole la puerta.

Si realmente el sargento se encontraba en la azotea tenía mucho camino recorrido, por el contrario si estaba vigilando el pájaro Benito tendría serios problemas para esconderse con Poli a cuestas en la nave.

De camino al ascensor Traisa no podía quitarse de la cabeza al soldado Mompo masturbándose con aquella sucia revista encima de sus partes para que no le vieran. Le pareció cuanto menos asqueroso pero a la vez la cara de susto del soldado le resultó muy chistosa.

Al salir a la azotea miró a un lado y a otro. A su derecha estaba el pájaro, la luz procedente de los casinos del Odín se reflejaba en la coraza negra que la recubría dándole un aspecto un tanto psicodélico. No había rastro del sargento ni de Benito, tampoco de ningún guardia, debía ser la hora del cambio de turno. <<Quizás esté dentro de la nave, mal asunto...>>, pensó al ver que Campos no se encontraba por los alrededores del pájaro.

Como no había nadie vigilando Traisa decidió mirar dentro de la nave. La puerta estaba abierta;

-¿Hola?-grito, solo el eco de las paredes del interior del pájaro respondieron levemente.

-¿Impresionada?-la voz que habló por detrás a Traisa le causo tal susto que dio un pequeño salto con tan mala fortuna que su cabeza impacto con el techo de la nave. Reconocía aquella voz, era inconfundible, se trataba del sargento Campos.

-¡Macho un poco mas y me matas del susto!-respondió dándose la vuelta a la vez que se frotaba la cabeza para aliviar el coscorrón.

-¿Qué haces tú por aquí?-Campos parecía sorprendido al verla. Aunque por otra parte siempre ponía la misma cara cuando se encontraban cara a cara.

<<Comienza la actuación>>

-¡Te estaba buscando guapo!

-¿Y eso?- pregunto Campos con los ojos abiertos como platos

-A veces una mujer necesita un poco de esto-respondió Traisa dándole un pequeño pero intenso apretón en las partes intimas.

-Bu...bu...bueno n...no m...m...me lo ess...p...eraba- dijo Campos balbuceando. Traisa notaba como el miembro del sargento se endurecía por momentos.

-¿Qué te parece si tu yo y este aparato que tengo detrás nos damos una vuelta y nos alejamos a un lugar más intimo?-lanzó la pregunta trampa sin dejar de manosearle la poya.

-¡Esta bi...bi...bi...en!-al escuchar las palabras deseadas Traisa soltó de inmediato el miembro del sargento-¡Rápido sube al pájaro, yo tengo permiso pero tú no y si te ven nos meteremos en un buen lio!

<<Hombres, les tocas un poco los huevecillos y se convierten en tus esclavos>>

Una vez en el interior de la nave Traisa volvió la vista hacia la parte trasera para comprobar si Benito había podido acceder con Poli. Le fue fácil encontrar la sabana donde el muchacho había escondido a Poli y a el mismo haciendo una pequeña señal con el pulgar dando a entender que todo iba según lo previsto.

-¿Que miras?- pregunto Campos. Por la cara en que la miraba parecía extrañado.

-Nada guapo, solo es que nunca había visto uno de estos-respondió Traisa brindándole una cálida sonrisa.

El sargento comenzó a tocar botones y palanquitas en aquel extraño cuadro de control que había a la derecha del volante. La luna delantera presentaba una pequeña grieta que dificultaba un poco la visibilidad al exterior por la zona donde Traisa estaba sentada, síntoma de algún impacto durante la batalla o quizás algún insecto con mala suerte.

Campos tiró del volante hacia atrás, la nave comenzó a elevarse lentamente bailando una armoniosa melodía en el aire. Traisa miró hacia abajo y observó la imagen más bonita de toda su vida. Estaban a bastante altura, entre el cielo y la tierra. A sus pies los edificios iluminados del Odín eran diminutos, la gente transitando por las calles de Penélope hormiguitas, pero nunca había visto tanta vida en aquel lugar. Al alzar la vista las estrellas brillaban con más intensidad que nunca. Desde luego habría sido un momento mágico si el piloto fuera otra persona.

Poco tiempo pasó desde el despegue hasta que se alejaron de las murallas de Penélope, Traisa acariciaba suavemente la pistola de plasma que escondió en la pernera derecha de su pantalón, antes de salir de su habitación la tarde anterior. Rápidamente desenfundo el arma y apuntó al sargento Campos que conducía sin rumbo definido el pájaro, ajeno a lo que pasaba a su alrededor.

-¡Benito sal!- gritó, Campos giró la cabeza inmediatamente después de escuchar nombrar a Benito. El semblante del sargento cambió radicalmente al percatarse de la situación.

-¡Baja eso o nos mataremos!-amenazó con semblante serio.

-¡Si quieres seguir viviendo harás lo que yo te diga!-Traisa respondió con otra amenaza.

Benito salió tímidamente de su escondite con Poli aun enrollada con la sabana a cuestas. La sentó cuidadosamente en uno de los asientos traseros de la nave.

-¿Ves esa mujer?- Traisa quiso que Campos mirara a Poli, pero este no movió la cabeza en ningún momento, solo se dedicó a mirar al frente y centrarse en pilotar-¡Se está muriendo!

-¿Y eso es motivo para secuestrar el pájaro? ¿Acaso su último deseo era volar?- a cada palabra que el sargento Campos soltaba por su boca era más irónica que la anterior, se notaba que le importaba una mierda lo que le pasara a los demás.

-¡Necesito que nos lleves a estas coordenadas!- Traisa le tiró un reloj similar al que días antes le había prestado a Acero con la localización exacta de las coordenadas donde perdieron la pista al robot.

-¿Y si no quiero?- las amenazas por parte del sargento no cesaban, pero Traisa no iba a desistir, debía ser más convincente que Campos.

-¡Morirás! Ella está muerta sino recibe tratamiento de inmediato y a mi... creo que ya he vivido lo suficiente, lo siento por Benito- dejo escapar una sonrisa que sonó a maldad. << ¡Yo tengo el poder capullo!>>

Benito quedó boquiabierto al escuchar las amenazas de Traisa mientras Campos cabizbajo ponía rumbo en la dirección que marcaban las coordenadas del reloj.

Los momentos posteriores antes de llegar a su destino pasaron sin mediar palabra. Existía tal tensión en el ambiente que se podía cortar con un cuchillo. Traisa no dejaba de apuntar firmemente a la cabeza de Campos, Benito se dedicaba a mirar por la ventana intentando prestar la menor atención a la situación.

Al igual que el despegue el aterrizaje fue suave. Traisa se apresuró en salir al exterior.

-¿Y ahora qué?-protestó Campos desde los adentros de la nave.

-Cuando encontremos la entrada te dejare marchar- respondió Traisa que no dejaba de apuntar con la pistola aunque estuviera lejos de la nave. Enfrente suyo una especie de cueva abría paso al interior de la montaña, la oscuridad no dejaba ver si era el tan ansiado acceso al bunker, tendría que adentrarse si quería verlo con más claridad -¡Benito sal, trae a Poli creo que he encontrado la entrada!

Benito cargó con la mujer que parecía un muñeco de trapo más que una persona, salió cuidadosamente del pájaro.

Un rayo similar al de un arma de energía apareció de la nada, la cabeza de Benito desapareció en medio de una horrorosa explosión de sesos, el cuerpo sin vida del muchacho se desplomó en el suelo arrastrando con él la sabana que cubría a Poli. El cuerpo de esta quedo tendido encima de Benito, manchándose de la sangre que brotaba del cuello sin cabeza del joven muchacho.

-¡Benitooo!- Traisa corrió rápidamente hacia Benito y Poli sin preocuparse lo más mínimo de la procedencia del disparo. El corazón le latía a toda velocidad, en su carrera dejó caer la pistola.

Al llegar intentó apartar el cuerpo de la mujer de su amigo Benito. Sintió un golpe en su cabeza y la oscuridad más absoluta se apoderó de todo lo que alcanzaban a ver sus ojos.